Día 18: Derecho a la apatía 31 marzo 2020 (94417
infectados, 8269 fallecidos, 19259 curados)
Después de tantos días
encerrada, he notado como mi ánimo ha caído en picado. Por más que intente ser
optimista pensando que saldremos de esta, no dejo de caer en el más absoluto
pesimismo. Lo que me paraliza de todo esto es el número de fallecimientos,
pensar en los cientos de personas que nos dejan todos los días es algo que me
produce irrealidad. He luchado para estar espontáneamente feliz y positiva. Una
emoción me atraviesa el estómago cuando veo la alegría solidaria de todos
nosotros y sin embargo reivindico mi derecho a revelarme en este dichoso encierro.
No Quiero hacer nada más, voy a parar de dar
vueltas pasando de una actividad a otra para sentirme más vital. Necesito
enfurruñarme un rato para salir reforzada y poder seguir con todo esto. No
quiero sentirme culpable por no salir a cantar al balcón, a veces me cansa esa
situación tan absurda y quiero dejar de participar. No veo el día que todo esto
se acabe y ya he dado varias vueltas al marcador: asuntos pendientes, tareas,
actividades extras u objetivos por cumplir.
Cuando ayer rompí las gafas
por un descuido tonto, me di cuenta que mi paciencia había llegado al límite y
la desgana transformó la resistencia en dejadez y lo que parecía fuerza se transformó en
debilidad. Uno no aprecia lo que tiene hasta que deja de tenerlo y yo en este
momento lo veo todo borroso con posibilidades escasas de solución. Con todos
los establecimientos cerrados puede que recupere mi vista en un mes como pronto
“¡es un desastre!” Ahora no tengo más
remedio que estar en mi casa con gafas de sol. Cuando el óptico me dijo que por
las progresivas me regalaban otro par
de gafas, no lo pensé dos veces y elegí unas que me protegieran de los rayos
solares. Hoy echo de menos no haber encargado otro par de gafas con lentes
claras, pero quien iba a saber que estaríamos tanto tiempo sin salir y que
además iba a romper la lente de mis gafas de un manotazo.
Puede que esté perdiendo
agilidad motora o quizás que esté perdiendo el equilibrio de la realidad y mi
cerebro no está funcionando como sería lo correcto. A lo mejor en vez de acudir
al oftalmólogo necesite acudir a un psicólogo que alivie mi ansiedad. No
estaría de más comprobar “¿Cuánto me ha
transformado este confinamiento?” y sobre todo relacionar este bajón con la
rotura de un objeto tan sencillo o tan complejo como mis gafas progresivas, con
no sé cuántas medidas, “¡que si de lejos,
de cerca o de media distancia” “¡y es
que ahora encima no veo nada bien, con todo lo que tengo que hacer de trabajo!”.
He abandonado toda ilusión por hacer algo “¿será
esto un principio de abatimiento o enajenación transitoria?” Me siento ridícula con gafas de sol estando en
interior, y normal que los míos me miren raro y temiendo que les contagie mi
desánimo desaparecen cuanto antes de mi vista. El día tampoco ayuda, hacía
tiempo que no caía una gota y hoy que necesitaba más que nunca los rayos de
sol, no ha dejado de llover. Ante tanto
desaliento y zozobra he decidido encerrarme en mi misma, aunque sea por un día.
Reclamar mi cuota anual de apatía y abulia y no pasa nada porque momentáneamente
caiga en el fatalismo y la desesperanza.
Mi aplauso de hoy a las 8 está dedicado a los que están esforzándose en
las casas por mantener la tranquilidad y la cordura.
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