Día 4: Lo que se nos
viene encima 17 marzo 2020 (11409 infect., 510 fallecidos)
Nos dicen que es bueno hacer una rutina en este confinamiento,
desempeñar una serie de actividades encadenadas para no caer en la tristeza,
angustia o locura transitoria. Reconozco que suelo dejarme aconsejar por lo que
los expertos nos recomiendan.
Si nos fijamos en el significado de la palabra rutina como hábito por hacer algo de
manera repetitiva en una secuencia temporal, en un tiempo indeterminado, sin
que sea necesario reflexionar sobre algo trascendente sino que va a formar
parte de nuestra costumbre; sin duda nos va a llevar a otra palabra bien
conocida como es aburrimiento. O sea
vamos a tener una sensación de fastidio por el mecanismo de repetir en nuestro
encierro, una actividad tras otra y la falta de diversión, nos va a llevar a
dejar de interesarnos por hacer algo
diferente que nos saque, de esto que nos ha sobrevenido y la emoción de hacer
algo nuevo puede quedarnos anulada.
La mayoría de mis actividades, que he hecho hasta hace cuatro
días, son una rutina, y esos hábitos diarios, en mi caso, no son sinónimos de
abulia o apatía, no constituyen un gran peso sino que son un positivo trajín que me mantiene viva. Así que estos días hago mi
rutina con más empeño, sin caer en la dejadez, desidia o pereza. ¡Bueno, nada
que se salga de lo común tampoco! Nos hacen tanto hincapié en que nos activemos
que al final si uno no lo hace de forma pragmática o positiva, animoso o
motivado, con unas ganas locas de afrontar la situación, deba ser un
desconsiderado, incorrecto o incluso incívico.
Reconozco que me gusta
mi trabajo, soy de esa clase de personas que podría trabajar más horas de las
que invierto diariamente y que cuando se habla de la jubilación tuerzo la cara.
Me considero organizada y el tiempo que tengo libre me encanta llenarlo con actividades extraescolares, debe ser
porque cuando era pequeña no existían y desde luego ahora hay tanta oferta que
te puede llegar a dar pena elegir una y no otra.
Así que una vez cumplidas parte de las rutinas diarias de
este confinamiento, he dedicado un par de horas a mis mayores. A ellas, a las mujeres de mi
familia que viven lejos de donde yo estoy. La media de su edad está en 85 años.
Viven solas, están viudas. Confieso que
a mí me costaría mucho pasar tanto tiempo encerrada sin compañía o con
puntuales contactos físicos. Son grupo de riesgo, pero no tienen miedo a morir.
Personalmente creo que el gran riesgo que van a empezar a correr es sentirse
amenazadas por las cuatro paredes de su casa y con interlocutores unidireccionales
como la televisión, la radio o las más intrépidas, usando redes sociales como
whatsapp no va a llegar para sacarlas de su aburrimiento y soledad de este encierro
obligado. Va a ser costoso que no caigan en la melancolía o en la nostalgia de otros momentos de su pasado. Es difícil que
ellas se pongan a hacer una tabla de gimnasia o que se inventen juegos para
darse ánimos o que quieran estudiar una lengua nueva. No están motivadas para
ese aprendizaje, ni sus cabezas están ya para emprender nuevas tareas. Sin
embargo tengo que decir que su entusiasmo me sorprende y me han enseñado que es
posible ser positivo en estos momentos tan extraños. Mi madre me dice muy
entusiasmada que el pasillo de su casa le sirve de pista de atletismo y que
puede hacer hasta 10k andando. Mi suegra se afana en un cambio de
decoración en el salón de su casa y me
convence de que es buen momento para cambiar las cortinas o mi tía me cuenta que
está preparando las macetas de su terraza para que las flores salgan en
primavera. Me emocionan con sus
palabras. Son las tres maravillosas y me están dando un buen ejemplo de
entereza y tranquilidad.
Hoy mi gesto solidario, (el que hacemos todos los días
aplaudiendo a los nuestros héroes sanitarios, policías, taxistas, empleados de
supermercados, etc.) va a ser para Ellas. Para mis tres excepcionales Mujeres. Mi agradecimiento por su integridad y
serenidad al afrontar esta situación de clausura.
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