Día 7: Sacando la
cabeza de la trinchera 20 marzo 2020 (20412 infectados, 1588 recuperados)
Este iba a ser el día S.
Estudié minuciosamente cuál sería el mejor de la semana, cuál me convendría
más, qué hora elegir, a dónde acudiría, cómo llevar a cabo mi estrategia para
adelantarme a los demás, para hacerlo mejor que nadie. Así que con tantas horas
para pensar, con tantas decisiones que tomar al respecto, y después de darle muchas vueltas, decidí que
hoy viernes iba a ser mi día. El día S
el de “Sacar la cabeza de la trinchera” para ir al supermercado. Después
de tomar la primera decisión sobre el día de la semana, que no fue fácil. La
segunda no iba a ser menos importante, la hora. Ni muy temprano pero tampoco dejarlo para el
final de la tarde, porque luego no se encuentra nada en los lineales de lo que
se quiere comprar. He pensado que la mejor hora las 13:00. No sé muy bien por
qué, no es una hora temprana, tampoco tardía y mucha gente está ya preparando
la comida. Con dos decisiones cruciales tomadas, faltaba una tercera de
importancia considerable “a qué
supermercado ir”. Y la cabeza empieza a darme vueltas pensando: “Éste estará masificado, aquel no tiene
marcas, en el otro no voy a encontrar lo que busco, me conocen en aquel, pero
en este me tratan mejor”. Difícil decisión, me hago demasiadas preguntas y
seguro que no hay problema en ninguno. Decido ir al menos habitual y aun así
dudo de mi determinación por haberlo elegido, lo normal sería el de siempre
pero estoy convencida en optar por el de tamaño mayor por el único arbitrio de
que allí habrá de todo. Así qué habiendo tomado las tres decisiones más
convenientes del día de hoy, solo tengo que montarme en el coche y coger la carretera
que me lleve al SUPER.
Imaginaba que la policía me pararía en la vía de acceso, pero
allí no había más coche que el mío. Nadie cerrándome el paso, ni haciéndome bajar la ventanilla para
preguntarme mi destino final. Vacilé un momento en el cruce por si algún coche
estuviera de incógnito y de sorpresa me echara el alto. Giré varias veces mi
cabeza como pidiendo permiso al vacío, intentando salir de mi trinchera y que
el resultado de mis actos fuera totalmente legal. ¡Qué decepción! Después de
verlos en miles de cortes televisivos parando al personal, aquí me iba a quedar
con las ganas. Me había hecho a la idea de encontrarme con algún humano que no
fuera Natán o el alocado de mi hijo Aarón. En la vía rápida tan solo furgonetas
de reparto y para eso no muchas. El aparcamiento del supermercado bastante
lleno. La cola de entrada daba la vuelta al edificio, la imagen era irreal,
metro y medio entre unos y otros, un silencio sepulcral. Una especie de
recogimiento colectivo como si el ruido molestara, como si el mirarnos
contagiara. Las miradas hacia el suelo, como si nuestros gestos se paralizaran
en un mutismo exacerbado. Muchas bocas tapadas con mascarillas y todos
pertrechados con guantes. Si uno salía de la tienda, el otro de la cola pasaba
hacia el interior del supermercado con la sensación de entrar en un centro de
culto. Como si una vez dentro todo lo que pudieras contemplar fuera objeto de
admiración. Llevar el carro a través de los pasillos, y empezar a coger
productos de los lineales se convirtió en una ceremonia pactada con las otras
30 personas que estaban dentro. Una procesión de pasos medidos para no
acercarnos demasiado. Nada de aglomeración, sensación de aflicción y
pesadumbre. No se oía a ningún niño corretear, ni reír, ni lloriquear por
comprar algo. Solo adultos focalizados en un único objetivo ir completando la
lista de la compra. Pregunté a una empleada si tenían fresas, por eso de hablar
algo, pero como marchándose del perímetro de seguridad, desapareció como si
hubiera visto el Covid-19 tatuado en mi frente y con un “no hay” despachó mi intento de conversar en un pispás. No había nadie con quien empatizar, mantener una
pequeña conversación tipo “vaya rollo
esto de estar encerrado, mira la que han preparado los chinos, me aburro un
poco pero intento hacer algo diferente cada día, el golpe económico va a ser de
agárrate, cómo están los italianos de mal y nosotros ahí ahí, en la familia
todo bien…” Por eso cuando empecé a poner mis productos en la cinta, y vi a
la joven cajera con una diminuta mascarilla, me dije: “ahora o
nunca, ésta es la ocasión”, así que alzando la voz y como si no viniera a
cuento le lancé un “gracias por estar ahí, eres mi heroína” y no sé cuantas cosas más
le dije, solo por la necesidad de hablar, de expresarle mi alegría por haber
salido un ratito de mi casa y continué dando las gracias al personal que me
encontré hasta salir por el Pórtico del Templo y volverme a enfrentar a mi
encierro, volver a esconderme en la trinchera. Según salí, el primero que estaba
en la cola me dijo: “Ya era hora eh, no
hace falta que te pares tanto con el personal a hablar”. El guarda jurado como
si de un maestro de ceremonia se tratara, una vez que me alejé lo suficiente le
hizo un gesto ordenándole que pasara.
Mi aplauso de las 8 de la tarde va a estar dedicado hoy, a
todos los trabajadores del sector de la alimentación, son también protagonistas
de lo que estamos viviendo.
Por supuesto!!! Ole es@s cajer@s, es@s pescader@s, carnicer@s, reponedores, charcuter@s, verduler@s, limpiador@s, repartidore@s... Todos ellos están trabajando tan duro!
ResponderEliminarBuenísimo este, Sagrah. me identifico tanto con las ganas de entablar conversaciones con cualquiera que me cruzo. Y el aplauso de las 8,es mi medicina diaria y mi excusa para poder saludar a los vecinos que se asoman en los balcones. Genial! Cris