Día 14: Escuchando la
radio 27 marzo 2020 (64059 infectados, 4934
fallecidos, 9357 curados)
Encaro este día con la fuerza de haber pasado catorce días
encerrada, he acatado el estado de
emergencia nacional con la obediencia del que ve más allá de lo que está
sucediendo. He tatuado en mi piel la frase “Quédate
en casa” y he hecho mía la definición de la palabra confinada, como la persona que tiene que vivir dentro de unos
límites obligados. Nunca hasta ahora había utilizado tanto los sustantivos: “aislamiento, contagio, brote, cuarentena, epidemia,
pánico, precaución, riesgo, síntoma, coronavirus o muerte”. Lo mismo me
ocurre con el uso de adjetivos: “asustado, inquieto, cauteloso, temeroso confinado,
debilitado o fallecido y ya no digamos verbos como recluir, encerrar, curar,
ni había conjugado tanto, otros como aislar, contagiar, curar, infectar, enfermar,
prevenir, toser, superar, vencer, confinar o morir.
Hoy ya sabemos que estaremos otros catorce días más sin salir
de casa y tengo la certeza que otros tantos van a ser añadidos a los que vamos
a empezar a pasar y no queda más remedio si queremos sobrevivir a este combate
vírico. Aún nos lo tenemos que tomar más en serio, esto no es una simple gripe,
esto es una enfermedad que te lleva por delante. Aquí están muriendo muchas
personas y los próximos podemos ser nosotros.
Cuando esta madrugada he conectado la radio y en el silencio
de la noche he escuchado la cifra de todos aquellos que nos han dejado en las
últimas 24 horas, 769, he entrado en
pánico y no solo he saltado de la cama sino que el desasosiego, la ansiedad y
la falta de aire han desequilibrado mi mente.
El factor miedo me nubla la vista y un cataclismo de imágenes
sórdidas desestabilizan mi armonía. Recibimos demasiada información acerca del
Covid-19, lo tenemos perfectamente cartografiado. Muchos estamos involucrados
cuando cantamos desde los balcones para vencerlo, cuando nos emocionamos aplaudiendo
cada día por los que siguen trabajando, o cuando nos reímos con la cantidad de vídeos
recibidos en el móvil, todo hace que sea
más llevadero este “cautiverio”. Es
nuestra válvula de escape, nuestro instinto de supervivencia, es la negación de
la tragedia.
Con los cascos puestos oigo la voz grave del radiofonista dando promedios de contagio,
avance pormenorizado de la enfermedad y un sinfín de datos que impresionan. Me pregunto “¡por los que están muriendo! ¿cómo habrá sido ese último momento, ese último
latido asfixiado de dolor?” No oímos nada de ellos, no sabemos del
sufrimiento de sus familias. Sólo nos alarmamos con el número y el incremento
diario en términos absolutos o relativos de fallecimientos, pero detrás de cada
muerte hay una historia real.
El periodista sigue dando datos, aportando estadísticas,
documentando expectativas económicas, pronosticando situaciones de mejora. Me conmueve
cuando intercala grabaciones con multitud de gestos generosos o con iniciativas
solidarias. Todo ayuda a superar la situación. Pero no escucho nada sobre la
pérdida de un padre, de una abuela, del marido, o de la hija. ¿Dónde se ve el duelo, dónde se oye el
recogimiento familiar? Debe ser durísimo no poder enterrarlos o esparcir
sus cenizas. No recibir el abrazo mutuo del que les quiere consolar. Lloran solos,
sin alivio, maldiciendo ese tormento por el que los suyos se contagiaron. Me
gustaría saber algo de los que han sufrido hasta la muerte, de los que no han
podido despedir a sus seres queridos, de aquellos que no pueden contener las
lágrimas por la ausencia, de su rabia por no comprender cómo han llegado a este
punto, de los que no pueden con el dolor de su soledad, de ver como se marchan
los féretros sin una flor que consuele su dolor. En toda esa “sopa de números” que he oído en la
radio no he escuchado nada sobre aflicción,
pena y desconsuelo.
He desconectado el aparato,
no necesito más información sobre propagación, infección o contagio. Ya sé más
de lo que me gustaría saber sobre el coronavirus.
He escuchado un centenar de programas acerca de él, con expertos sanitarios o con tertulianos
excesivamente informados. Sería bueno tener el testimonio del que ha perdido a
alguien, ¡saber de su pena, de su pesadumbre,
melancolía o de su duelo! Creo que si
atendiéramos su llanto, comprenderíamos mejor por qué debemos seguir
confinados.
No quiero que me anestesien más con manifestaciones positivas
de ánimo, son la cara amable de la emoción. Hay otro tipo de sentimiento que no
estamos teniendo en cuenta y no es un demérito saber algo de los que se han “ido”, su verdadera lucha en esta
perversa batalla y de los que esperaban su vuelta a casa.
Hoy mi aplauso de las 8 de la tarde va a estar dedicado a los
25426 fallecidos en el Mundo y sus familias. Ellos son los verdaderos protagonistas de
esta tragedia.
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