viernes, 27 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 14




Día 14: Escuchando la radio 27 marzo 2020 (64059 infectados, 4934 fallecidos, 9357 curados)

Encaro este día con la fuerza de haber pasado catorce días encerrada, he acatado el estado de emergencia nacional con la obediencia del que ve más allá de lo que está sucediendo. He tatuado en mi piel la frase “Quédate en casa” y he hecho mía la definición de la palabra confinada, como la persona que tiene que vivir dentro de unos límites obligados. Nunca hasta ahora había utilizado tanto los sustantivos: “aislamiento, contagio, brote, cuarentena, epidemia, pánico, precaución, riesgo, síntoma, coronavirus o muerte”. Lo mismo me ocurre con  el uso de adjetivos: “asustado, inquieto, cauteloso, temeroso confinado, debilitado o fallecido y ya no digamos verbos como recluir, encerrar, curar, ni había conjugado  tanto, otros como aislar, contagiar, curar, infectar, enfermar, prevenir, toser, superar, vencer, confinar o morir.
Hoy ya sabemos que estaremos otros catorce días más sin salir de casa y tengo la certeza que otros tantos van a ser añadidos a los que vamos a empezar a pasar y no queda más remedio si queremos sobrevivir a este combate vírico. Aún nos lo tenemos que tomar más en serio, esto no es una simple gripe, esto es una enfermedad que te lleva por delante. Aquí están muriendo muchas personas y los próximos podemos ser nosotros.
Cuando esta madrugada he conectado la radio y en el silencio de la noche he escuchado la cifra de todos aquellos que nos han dejado en las últimas 24 horas, 769, he entrado en pánico y no solo he saltado de la cama sino que el desasosiego, la ansiedad y la falta de aire han desequilibrado mi mente.
El factor miedo me nubla la vista y un cataclismo de imágenes sórdidas desestabilizan mi armonía. Recibimos demasiada información acerca del Covid-19, lo tenemos perfectamente cartografiado. Muchos estamos involucrados cuando cantamos desde los balcones para vencerlo, cuando nos emocionamos aplaudiendo cada día por los que siguen trabajando,  o cuando nos reímos con la cantidad de vídeos recibidos en el móvil,  todo hace que sea más llevadero este “cautiverio”. Es nuestra válvula de escape, nuestro instinto de supervivencia, es la negación de la tragedia.
Con los cascos puestos oigo la voz grave del radiofonista dando promedios de contagio, avance pormenorizado de la enfermedad y un sinfín de datos que impresionan.  Me pregunto “¡por los que están muriendo! ¿cómo habrá sido ese último momento, ese último latido asfixiado de dolor?” No oímos nada de ellos, no sabemos del sufrimiento de sus familias. Sólo nos alarmamos con el número y el incremento diario en términos absolutos o relativos de fallecimientos, pero detrás de cada muerte hay una historia real.
El periodista sigue dando datos, aportando estadísticas, documentando expectativas económicas, pronosticando situaciones de mejora. Me conmueve cuando intercala grabaciones con multitud de gestos generosos o con iniciativas solidarias. Todo ayuda a superar la situación. Pero no escucho nada sobre la pérdida de un padre, de una abuela, del marido, o de la hija. ¿Dónde se ve el duelo, dónde se oye el recogimiento familiar? Debe ser durísimo no poder enterrarlos o esparcir sus cenizas. No recibir el abrazo mutuo del que les quiere consolar. Lloran solos, sin alivio, maldiciendo ese tormento por el que los suyos se contagiaron. Me gustaría saber algo de los que han sufrido hasta la muerte, de los que no han podido despedir a sus seres queridos, de aquellos que no pueden contener las lágrimas por la ausencia, de su rabia por no comprender cómo han llegado a este punto, de los que no pueden con el dolor de su soledad, de ver como se marchan los féretros sin una flor que consuele su dolor. En toda esa “sopa de números” que he oído en la radio no he escuchado nada sobre aflicción, pena y desconsuelo.  
He desconectado el aparato, no necesito más información sobre propagación, infección o contagio. Ya sé más de lo que me gustaría saber sobre el coronavirus. He escuchado un centenar de programas acerca de él, con expertos sanitarios o con tertulianos excesivamente informados. Sería bueno tener el testimonio del que ha perdido a alguien, ¡saber de su pena, de su pesadumbre, melancolía o de su duelo!  Creo que si atendiéramos su llanto, comprenderíamos mejor por qué debemos seguir confinados.
No quiero que me anestesien más con manifestaciones positivas de ánimo, son la cara amable de la emoción. Hay otro tipo de sentimiento que no estamos teniendo en cuenta y no es un demérito saber algo de los que se han “ido”, su verdadera lucha en esta perversa batalla y de los que esperaban su vuelta a casa.

Hoy mi aplauso de las 8 de la tarde va a estar dedicado a los 25426 fallecidos en el Mundo y sus familias. Ellos son los verdaderos protagonistas de esta tragedia.

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