martes, 31 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 18





Día 18: Derecho a la apatía 31 marzo 2020 (94417 infectados, 8269 fallecidos, 19259 curados)

Después de tantos días encerrada, he notado como mi ánimo ha caído en picado. Por más que intente ser optimista pensando que saldremos de esta, no dejo de caer en el más absoluto pesimismo. Lo que me paraliza de todo esto es el número de fallecimientos, pensar en los cientos de personas que nos dejan todos los días es algo que me produce irrealidad. He luchado para estar espontáneamente feliz y positiva. Una emoción me atraviesa el estómago cuando veo la alegría solidaria de todos nosotros y sin embargo reivindico mi derecho a revelarme en este dichoso encierro.
 No Quiero hacer nada más, voy a parar de dar vueltas pasando de una actividad a otra para sentirme más vital. Necesito enfurruñarme un rato para salir reforzada y poder seguir con todo esto. No quiero sentirme culpable por no salir a cantar al balcón, a veces me cansa esa situación tan absurda y quiero dejar de participar. No veo el día que todo esto se acabe y ya he dado varias vueltas al marcador: asuntos pendientes, tareas, actividades extras u objetivos por cumplir.
Cuando ayer rompí las gafas por un descuido tonto, me di cuenta que mi paciencia había llegado al límite y la desgana transformó la resistencia en dejadez  y lo que parecía fuerza se transformó en debilidad. Uno no aprecia lo que tiene hasta que deja de tenerlo y yo en este momento lo veo todo borroso con posibilidades escasas de solución. Con todos los establecimientos cerrados puede que recupere mi vista en un mes como pronto “¡es un desastre!” Ahora no tengo más remedio que estar en mi casa con gafas de sol. Cuando el óptico me dijo que por las progresivas me regalaban otro par de gafas, no lo pensé dos veces y elegí unas que me protegieran de los rayos solares. Hoy echo de menos no haber encargado otro par de gafas con lentes claras, pero quien iba a saber que estaríamos tanto tiempo sin salir y que además iba a romper la lente de mis gafas de un manotazo.
Puede que esté perdiendo agilidad motora o quizás que esté perdiendo el equilibrio de la realidad y mi cerebro no está funcionando como sería lo correcto. A lo mejor en vez de acudir al oftalmólogo necesite acudir a un psicólogo que alivie mi ansiedad. No estaría de más comprobar “¿Cuánto me ha transformado este confinamiento?” y sobre todo relacionar este bajón con la rotura de un objeto tan sencillo o tan complejo como mis gafas progresivas, con no sé cuántas medidas, “¡que si de lejos, de cerca o de media distancia“¡y es que ahora encima no veo nada bien, con todo lo que tengo que hacer de trabajo!”. He abandonado toda ilusión por hacer algo “¿será esto un principio de abatimiento o enajenación transitoria?”  Me siento ridícula con gafas de sol estando en interior, y normal que los míos me miren raro y temiendo que les contagie mi desánimo desaparecen cuanto antes de mi vista. El día tampoco ayuda, hacía tiempo que no caía una gota y hoy que necesitaba más que nunca los rayos de sol,  no ha dejado de llover. Ante tanto desaliento y zozobra he decidido encerrarme en mi misma, aunque sea por un día. Reclamar mi cuota anual de apatía y abulia y no pasa nada porque momentáneamente caiga en el fatalismo y la desesperanza.

Mi aplauso de hoy a las 8 está dedicado a los que están esforzándose en las casas por mantener la tranquilidad y la cordura.

viernes, 27 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 14




Día 14: Escuchando la radio 27 marzo 2020 (64059 infectados, 4934 fallecidos, 9357 curados)

Encaro este día con la fuerza de haber pasado catorce días encerrada, he acatado el estado de emergencia nacional con la obediencia del que ve más allá de lo que está sucediendo. He tatuado en mi piel la frase “Quédate en casa” y he hecho mía la definición de la palabra confinada, como la persona que tiene que vivir dentro de unos límites obligados. Nunca hasta ahora había utilizado tanto los sustantivos: “aislamiento, contagio, brote, cuarentena, epidemia, pánico, precaución, riesgo, síntoma, coronavirus o muerte”. Lo mismo me ocurre con  el uso de adjetivos: “asustado, inquieto, cauteloso, temeroso confinado, debilitado o fallecido y ya no digamos verbos como recluir, encerrar, curar, ni había conjugado  tanto, otros como aislar, contagiar, curar, infectar, enfermar, prevenir, toser, superar, vencer, confinar o morir.
Hoy ya sabemos que estaremos otros catorce días más sin salir de casa y tengo la certeza que otros tantos van a ser añadidos a los que vamos a empezar a pasar y no queda más remedio si queremos sobrevivir a este combate vírico. Aún nos lo tenemos que tomar más en serio, esto no es una simple gripe, esto es una enfermedad que te lleva por delante. Aquí están muriendo muchas personas y los próximos podemos ser nosotros.
Cuando esta madrugada he conectado la radio y en el silencio de la noche he escuchado la cifra de todos aquellos que nos han dejado en las últimas 24 horas, 769, he entrado en pánico y no solo he saltado de la cama sino que el desasosiego, la ansiedad y la falta de aire han desequilibrado mi mente.
El factor miedo me nubla la vista y un cataclismo de imágenes sórdidas desestabilizan mi armonía. Recibimos demasiada información acerca del Covid-19, lo tenemos perfectamente cartografiado. Muchos estamos involucrados cuando cantamos desde los balcones para vencerlo, cuando nos emocionamos aplaudiendo cada día por los que siguen trabajando,  o cuando nos reímos con la cantidad de vídeos recibidos en el móvil,  todo hace que sea más llevadero este “cautiverio”. Es nuestra válvula de escape, nuestro instinto de supervivencia, es la negación de la tragedia.
Con los cascos puestos oigo la voz grave del radiofonista dando promedios de contagio, avance pormenorizado de la enfermedad y un sinfín de datos que impresionan.  Me pregunto “¡por los que están muriendo! ¿cómo habrá sido ese último momento, ese último latido asfixiado de dolor?” No oímos nada de ellos, no sabemos del sufrimiento de sus familias. Sólo nos alarmamos con el número y el incremento diario en términos absolutos o relativos de fallecimientos, pero detrás de cada muerte hay una historia real.
El periodista sigue dando datos, aportando estadísticas, documentando expectativas económicas, pronosticando situaciones de mejora. Me conmueve cuando intercala grabaciones con multitud de gestos generosos o con iniciativas solidarias. Todo ayuda a superar la situación. Pero no escucho nada sobre la pérdida de un padre, de una abuela, del marido, o de la hija. ¿Dónde se ve el duelo, dónde se oye el recogimiento familiar? Debe ser durísimo no poder enterrarlos o esparcir sus cenizas. No recibir el abrazo mutuo del que les quiere consolar. Lloran solos, sin alivio, maldiciendo ese tormento por el que los suyos se contagiaron. Me gustaría saber algo de los que han sufrido hasta la muerte, de los que no han podido despedir a sus seres queridos, de aquellos que no pueden contener las lágrimas por la ausencia, de su rabia por no comprender cómo han llegado a este punto, de los que no pueden con el dolor de su soledad, de ver como se marchan los féretros sin una flor que consuele su dolor. En toda esa “sopa de números” que he oído en la radio no he escuchado nada sobre aflicción, pena y desconsuelo.  
He desconectado el aparato, no necesito más información sobre propagación, infección o contagio. Ya sé más de lo que me gustaría saber sobre el coronavirus. He escuchado un centenar de programas acerca de él, con expertos sanitarios o con tertulianos excesivamente informados. Sería bueno tener el testimonio del que ha perdido a alguien, ¡saber de su pena, de su pesadumbre, melancolía o de su duelo!  Creo que si atendiéramos su llanto, comprenderíamos mejor por qué debemos seguir confinados.
No quiero que me anestesien más con manifestaciones positivas de ánimo, son la cara amable de la emoción. Hay otro tipo de sentimiento que no estamos teniendo en cuenta y no es un demérito saber algo de los que se han “ido”, su verdadera lucha en esta perversa batalla y de los que esperaban su vuelta a casa.

Hoy mi aplauso de las 8 de la tarde va a estar dedicado a los 25426 fallecidos en el Mundo y sus familias. Ellos son los verdaderos protagonistas de esta tragedia.

jueves, 26 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 13


Clase de Flamenco dibujo Sagrah Rubio



Día 13: Quiebros por Bulerías 26 marzo 2020 (56197 infectados,  7015 curados).

Si la semana pasada salí durante una hora al supermercado, ya contaba los días que me faltaban para salir a la farmacia. Necesito conseguir las pastillas de la alergia y además con tanta psicosis de infección llega un momento que crees, que sería bueno acercarte hasta ella y conseguir un par de cajas de paracetamoles, más que nada por si te infectas, tener algo. Ya sé que con eso no me voy a curar si contraigo la enfermedad pero no está nada mal tener alguna grajea por si acaso. Elegir el momento adecuado para minimizar riesgos es muy importante y en mi opinión la última hora de la mañana es el momento ideal para no encontrarme con nadie o con el menor número de personas conocido, porque con las ganas que tenemos todos de expresar nuestras emociones, al mínimo contacto, olvidamos nuestro encierro  y nos ponemos en peligroso. Preparo mis guantes y cojo la única mascarilla que he encontrado por casa. Debe tener varios años, ya no es blanca, tiene restos de serrín incrustados en sus poros, la compré cuando quise restaurar un mueble, aunque no pasé del primer lijado. De eso hace ya muchos años,  “y mira tú por donde que partido le voy a sacar hoy”. Me siento hasta contenta por tener una, aunque la verdad entre llevarla y no, no sé qué será mejor. En la farmacia solo estoy yo y una auxiliar, nos separa un vinilo. Me da los medicamentos y me aconseja que cuanto antes, me quite la protección de la cara por peligro de infección. Me siento ridícula y con una ligera sonrisa le explico que es parte de mi miedo al contagio. Me acerca la papelera y allí queda toda mi protección.

De camino a casa, oigo las notificaciones del móvil: titulares de periódicos, varios correos electrónicos con publicidad y cómo no, los interminables whatsapp. Estoy aburrida de recibir todo eso. Ayer cuando menos me lo esperaba mi profesora de flamenco me envió una sarta de mensajes con más de 17 vídeos de ella bailando como si estuviéramos en clase, con una duración de unos 50 segundos cada uno, y animándonos a ensayar diariamente con tablas de zapateado, movimientos de manos, coordinación de brazos, quiebros, marcaje de caderas, coreografía por Bulerías y compás de Tango a 160. “¡Madre mía me va a dar algo!” Me he puesto a hiperventilar del sofocón que me ha entrado. Pensar en todas esas técnicas que tengo que practicar, me han agotado antes de empezar. “Yo me apunté a las clases de flamenco por eso de buscar el  baile perfecto que me sacara de mis tensiones diarias, pero de ahí a recibir las clases a través de vídeos por estar confinados y pretender ensayar, aprender y conseguir tener una clase decente va un largo trecho”. Solo le respondí a Cande con un “gracias, lo intentaré”, como si no tuviera más cosas que hacer en el día. No pasaron ni tres segundos cuando me contesta que debo grabarme un vídeo para  ver mi progresión. Me tranquiliza con que mis compañeros también tienen que grabarse y un día, no sabe muy bien todavía cuándo, haremos una puesta en común  viendo todas las grabaciones. “Ahora sí que me ha fastidiado, si yo voy a flamenco por pasarlo bien, no para agobiarme, porque me gusta bailar un rato a la semana”. Cómo voy a practicar en mi casa el zapateado. Los zapatos tienen puntas para que se oigan bien cuando se taconea. No imagino estar un par de horas “dale que te pego” a los tacones, además  si lo hiciera mi familia me echaría de casa y mis vecinos vendrían a matarme. Pero lo peor es lo de la grabación. Yo no quiero hacer eso, la coreografía por bulerías, “¡qué me encanta!”, me va a salir un churro y además seguro que Cande lo quiere subir a Youtube, ella es mucho de eso y el ridículo me puede perseguir de por vida. Imagino a mis compañeros de baile partiéndose de risa viendo como me desequilibro dando varias vueltas torciendo los pies o como me pierdo con los quiebros laterales olvidando la posición correcta de los brazos, mientras a la vez tengo que mover los dedos con  elegancia. “Me niego, no voy a hacer ningún vídeo, además no me siento cómoda grabándome” Trato de convencer a Cande que podemos practicar y hacer la clase de flamenco semanal por otros medios, “no sé, pues por Facetime, Hangout o Zoom pero no así con vídeos cutres”. A mis compañeros les encanta la idea de verse por las redes con sus bailoteos, y la idea del vídeo les ha emocionado. Parece que si no sales en Youtube no eres nadie, no vas a pasar a la posteridad. A mí no me gusta eso, soy la rara del grupo, solo me gusta bailar con ellos, sentir el flamenco y expresarlo en una clase normal, o sea llegas con tus ropajes, taconeas un rato y te vas. Y la próxima semana más. Me he despedido del grupo de flamenco hasta que podamos volver a vernos en el estudio de danza. Le he prometido a Cande que bailar voy a seguir bailando.

Hoy mi aplauso de las 8 de la tarde se lo voy a dedicar a todos los farmacéuticos que también están ahí en la batalla.

miércoles, 25 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 12




Día 12: Un Skype molto particolare  25 marzo 2020 (47610 infectados, 3434 fallecidos)


*Coronavirus:  virus de la familia coronaviridae, con cápside helicoidal y envoltura (75-160nm). Recibe el nombre de corona debido a las espículas o proyecciones causadas por las glucoproteínas de la envoltura, que le proporcionan un aspecto semejante a una corona en las imágenes al microscopio electrónico. Diccionario médico C. U. N.
*Covid-19 acrónimo del inglés coronavirus disease 2019 detectado por primera vez en la ciudad China de Wuhan en diciembre de 2019.  25/03/2020 https://es.wikipedia.org/wiki/COVID-19



Esta mañana me he puesto en contacto con Ilaria, "Ila para mí", está confinada en Verona y aunque nos hemos comunicado con mensajes a través del Whatsapp, hoy he preferido contactar por Skype con ella, al ver las estadísticas de la propagación del virus en Italia. Veo en su cara la desesperación de los que lo están pasando realmente mal, llevan tres semanas confinados y no hay manera de parar la curva de fallecimientos. La falta de medios sanitarios hace que todo se complique y la situación es de consternación general. Han entrado en modo pánico, casi como aquí. Me dice que además de la falta de material, empieza a enfermar el personal médico y la situación ya no es de miedo sin no de pavor. "Las cifras de contagio no acaban de disminuir y ya no sabemos que más hacer para no contagiarnos". Le corroboro que lo mismo está pasando en España, pero con algunos días de retraso. No tenemos más tema de conversación que el maldito Covid-19 y nos hemos puesto a hablar de los EPI como si se tratara de dos profesionales expertas en el manejo de esa indumentaria. Ila me recuerda la importancia de los DPI, las dos sabemos de lo que estamos hablando, por supuesto de los "Dispositivi di protezione individuale" y como un concurso de, "quién responde más rápidamente", decimos, casi sin respirar, a la vez "donde comprarlos, cómo se ponen, cómo se quitan, dónde reciclarlos, cuántos necesitamos por día, tallas, texturas, nivel de grosor o colores". Tengo que reconocer que antes de toda esta vorágine de términos, jamás había utilizado esas siglas para referirme a la vestimenta de "protección individual" de nuestros profesionales sanitarios. Yo  los llamo "buzos o monos" y ahora que no paramos de hablar de ellos, me he acordado, que tengo un par en el garaje. Compré un paquete con dos "monos" de color blanco, en la ferretería. Lo hice por si fumigaba las malas hierbas del jardín. Aún están empaquetados y creo que lo más conveniente es que "estrene mis EPIs" para salir a la compra. En un par de días voy a ir al "Super" y cuando me despida de los míos les diré "me pongo el EPI, tranquilos salgo a comprar".
Hago bromas con Ila, el humor es bueno para calmar el sufrimiento y el miedo. Nos reímos de tonterías para seguir adelante. Parecemos dos “sabiondas” compitiendo por demostrar el incremento de nuestro vocabulario médico. Así que lo que es lenguaje coloquial como mascarillas, guantes, batas, calzas o gafas y haciéndome un poco la interesante, lo convierto en registro culto cuando le digo: “si te encuentras mal con fiebre, tos o dolor de garganta no olvides ir primero a la zona de Triaje”.  Yo misma me sorprendo de lo bien que manejo el lenguaje científico, lo entiendo claramente. Estos días he leído algún artículo de investigación sobre el coronavirus y todo controlado. En otras circunstancias al escuchar esa palabra hubiera fruncido el ceño y casi con toda certeza hubiera dicho: ¿¡Perdona, qué has dicho!? Pero en estos momentos obviamente no.
Cuando le hablo a Ila de decalaje haciendo referencia a los ajustes necesarios entre pacientes y médicos al llegar al hospital. Ella me responde con lo que le viene a la cabeza “guanti, quarantena, portadore tosse e scoppio”. Le contesto de inmediato que  necesitamos con urgencia “respiradores, que los inhaladores solo son para casos leves” y ella no deja de repetirme “sintomi, macarilla, dispnea y pneumotorace” aun así le digo hay demasiados “ingresos”, las “altas” son escasas, mucha gente “infectada”, es ya una “pandemia”. Me responde que el “isolamento” se le hace duro, está sola y aunque se evade con el “telelavoro” necesita pisar la calle, ver a su familia, a sus amigos, volver a su trabajo, recobrar la calma y que no todo sea a través del “schermo del computer o del cellulare”.
Bueno Ila, hablemos de otra cosa para cambiar de tema, “¿tenías idea de donde estaba Wuhan, sabías que pertenecía a la provincia de Hubei?”. Nos “tiramos” más de media hora hablando de la ciudad China y de su región como si la hubiéramos visitado días antes.  Cualquiera que nos ollera pensaría de nosotras, que pasamos largas temporadas allí. Después de un buen rato dispersando nuestras cabezas y divagando con alguna tontería, nos hemos despedido cada una con la canción con la que combatir el decaimiento diario. Esa canción que nos levanta el ánimo, que nos hace fuertes y que nos  convence de que saldremos adelante a pesar “de la que está cayendo ahí fuera”. Cuando oigo su canción me conmuevo, la hago mía y canto con Ombretta Colli “Facciamo finta che, tutto va ben tutto va ben…” cuando le pongo, a todo volumen, mi canción, ella la hace suya y canta con el Dúo Dinámico “Resistiré, erguido frente a todo…”.

Mi aplauso de las 8 de la tarde se lo dedico a todos los italianos, que como Ila, están luchando para salir de esta pandemia. ( Hoy en Italia 74386 infectados, fallecimientos 7503, curados 9362).

martes, 24 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 11




Día 11: Seguir aprendiendo 24 marzo 2020 (39673 infectados, 3794 curados)

Se me ocurrió hace 7 meses desempolvar mis conocimientos de inglés. Hubo un tiempo que mi cerebro dejó de traducir frases para expulsarlas en ese idioma como si fuera el mío de toda la vida. Ahora solo en raras ocasiones puedo hablarlo con alguien y no con la soltura que tenía anteriormente. Es cierto que mantengo algún contacto con amigos extranjeros. Intercambio algunas frases, pero nada que se salgan de un saludo coloquial o las preguntas típicas de cortesía. Vamos lo que se aprende en los primeros años de aprendizaje de la lengua inglesa. Qué si un Hi! How are you? How do you feel today? You look great! Lovely! See you soon! Take care! ¡Bye bye! Y todas esas frases simples que ya están en nuestra  cabeza. Tengo que deciros que siempre intento ver películas y series en versión original, y digo intento porque rara vez lo hago. Después de una larga jornada de trabajo, con muchas horas de ordenador, a quién le apetece seguir poniendo a prueba su cerebro, teniendo que soportar toda esa información en otro idioma. ¡¿No será mejor que me recline en el sofá y que vea la serie sin esfuerzo, entendiendo al cien por cien todo lo que se dice?!
Aún así, hay días que yo misma me convenzo de lo bueno que sería para mí, coger el mando de la tele y pinchar en el botón versión original. Lo he hecho, sí, sí. Pero también he comprobado como pasados quince minutos he desconectado del hilo de la trama, no me he enterado de nada y me he dormido. Me he dado cuenta que el propio mando a distancia me proporciona otras opciones. Puedo pinchar en el botón subtítulos, ¡interesante!, con dos  posibilidades de elección inglés  o español. Por eso de incrementar el vocabulario y entender mejor, mi primera opción es elegir subtítulos en inglés. Como era de esperar no aguanto ni diez minutos, me dedico a intentar leer y a la vez traducir lo que está escrito. Incluso leo hasta lo que entiendo, que a veces es bastante, pero yo sigo como si se me escapara algún momento trascendental del diálogo. Me empiezan a llorar los ojos, las letras se me amontonan y me desespero. Con este sistema ni veo la película, ni leo el texto. Acabo  tan cansada que prefiero apagar la pantalla y dedicarme a otra cosa. Tengo que deciros que he elegido muchas veces el botón subtítulos en español. Con esta opción mi cerebro se pone en bucle leyendo lo más rápido posible para atender la secuencia de lo que ocurre en la serie, entender la trama y conseguir captar lo que los personajes hablan en inglés. Al final solo me entero de la mitad de las cosas y como estoy muy fatigada, cuando me quiero dar cuenta ya he cerrado los ojos. Así que ninguna opción es buena para mí, ni versión original ni con subtítulos. Yo lo que quiero es entender en inglés como lo hago en español, tener ese poder que te da el manejo de hablar dos Lenguas. Por eso hace unos meses me propuse poner remedio a mi carencia verbal y volver a parlotear como lo hacía antes en un segundo idioma.
Elegí la academia más cercana a mi casa, simplemente porque estoy aburrida de coger el coche para todo. Solo necesitaba algún nativo que perdiera unas horas semanales conmigo. Por supuesto mis objetivos prioritarios: hablar y escuchar, responder y comprender. Les descoloqué cuando les dije que una de mis aficiones iba a ser “Objetivo Inglés en toda mi vida. No busco certificados académicos, ni escalar hacia cursos superiores”. Solo hablar, hablar y entender mejor para poder ver programas en la televisión con tranquilidad, sin que se tense mi cerebro, escuchar canciones con ese acento tan particular, leer titulares de prensa,  echar un vistazo a alguna columna periodística o captar el humor sajón. Todo eso requería una prueba de nivel para situarme en no sé qué rango marcado por la Academia Inglesa de Oxford. “¡Oye que yo solo quiero chapurrear un poco! ¡De verdad no es necesario, que ya tengo el certificado Cambridge, chaval! En este momento de mi vida no voy ya a aspirar a un puesto mejor, ya he llegado a lo más alto de mi profesión, así que paso de examen, que vengo por ocio”.
Durante estos meses he recordado todo lo olvidado, he sido capaz hasta de volver a soñar en inglés y he vuelto loca a la familia para que se comuniquen conmigo en ese idioma. No contesto si no se dirigen en inglés, así que desde hace un tiempo ya no me llaman tanto y me rehúyen siempre que pueden. Lo entiendo, la verdad, vaya plomazo, pero a mí me viene bien, voy consiguiendo poco a poco mi objetivo. Propuse a Fiona, mi profesora, hacer varios trabajos, un par de presentaciones mensuales sobre pintores contemporáneos o  sobre diferentes estilos musicales y músicos. “¡Podría ser interesante, aprenderíamos las dos y me pasaría la hora hablando!” Ella no sabía cómo agradecérmelo y vio el “cielo abierto” con mi propuesta, ya no tendría que sacarme tantos temas de conversación, ni preparar tantos audios para mí. “Sé que soy una alumna incansable” y desde el principio me negué a hacer fichas con múltiples ejercicios y ni hablar de deberes. Mi aprendizaje debía ser de otra manera, una enseñanza diferente aprender por aprender, nada de estrés, ni complicaciones raras gramaticales. Simplemente aplicar el lenguaje de la vida diaria a lo ya aprendido por mí y sobre todo tener ambas una buena actitud profesora-alumna para progresar adecuadamente.
Con toda esta locura del encierro vírico, la Academia ha cerrado obligatoriamente como todo lo que no es esencial. Echo de menos todas esas conversaciones de los martes y jueves, "muy vitales para mí, claro que sí”. He pensado que sería bueno repasar la gramática, en los momentos más tediosos del día, "¡yo que sé, los verbos irregulares por ejemplo, los pronombres, adjetivos, preposiciones, frases hechas, verbos pronominales. ¡No es tan complicado, en unas horas hecho! Así le demostraría a Fiona que sigo ahí, luchando por dominar su idioma".

Hace ocho días recibí un correo electrónico del director de la Academia, me informaba de la posibilidad de seguir  mi formación a través del ordenador. Clases virtuales para no olvidar lo aprendido o para no desacelerar la marcha y el aire que estaba yo cogiendo. Me indicó el procedimiento y un día después estaba hablando con mi nuevo profesor virtual, no era ella, pero ahí estaba través de la pantalla un joven británico dándome indicaciones sobre pronunciación o formas nuevas de expresión, arrancándome las palabras hasta convertirlas en frases fluidas. ¡Qué buena experiencia! Solo hablar por hablar, por supuesto nada de fichas o Homework, "ya soy suficientemente mayor como para que me manden trabajo extra para casa". Después de tres clases me he hecho experta en vocabulario británico sobre Coronavirus, enfermedades víricas, tratamientos, fármacos y todo tipo de artilugios médicos. ¡Viva la tecnología!

Mi aplauso de las 8 de la tarde va para todos los profesores que están haciendo un esfuerzo enorme para que sus estudiantes sigamos aprendiendo.

lunes, 23 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 10

Lolo, un perro fiel



Día 10: El placer de estar tumbado 23 marzo 2020 (33089 infectados, 2207 fallecidos)

Me acabo de enterar que se amplía el estado de alarma dos semanas más, aún no han pasado las dos semanas de encierro primeras y ya nos han caído otras dos. O sea nos quedan tres semanas por delante, que conste que lo entiendo, hay mucho desaprensivo que no cree que vaya con él este estado tan anómalo y se permite campar a sus anchas siempre que le viene en gana. Reflexionando sobre lo que haré en estos 24 días, me dan ganas de darme de cabezazos contra las paredes, quedarme inconsciente y despertarme en otro momento. Con suerte alguno de esos días me los evitaría.

 Ya he hablado anteriormente de mi perro, un Border collie. Sí, lo sé, ahora están de moda, son muy inteligentes, ágiles, hay que pasearlos mucho, son inquietos por naturaleza y nunca se cansan. Pues bien Lolo es todo lo contrario,  no sé qué pensar de él, quizá es diferente por adoptarlo de una perrera, bueno está más correcto decir refugio animal. Allí tenía suficiente estrés y angustia con toda aquella jauría alocada. Una vez que pasamos las pruebas de los cuidadores de la protectora y vieron que éramos aptos para su cuidado y protección lo hicimos miembro de nuestra familia. Descubrimos muy pronto que era un animalillo manso, dormilón y la agilidad que caracteriza a su raza, en él, tan solo la veíamos en su justa medida y para eso sin llamar excesivamente la atención. Nos dimos cuenta que lo que molestaba a otros de su especie a él le mantenía relajado y así una tormenta era bálsamo para su siesta y los cohetes de las fiestas eran un mero silbido en sus oídos. Listo es, sí, e ingenio tiene, mucho. Las sobras de comida no las perdona, antes que hayamos sacado el jamón de la nevera ya me ha puesto ojitos y con la orejas altas  adivina que realmente voy a partir unas lochas. Todos los días me repito “¿cómo lo sabrá el tío?, es que siempre capta mis intenciones”. Por supuesto no tiene habilidades como dar la pata, sentarse, levantarse o hacer todo tipo malabarismos perrunos, Lolo va su bola. Tengo que decir a su favor que es fiel, ahora bien, habría que puntualizar en que momento y con quién. Yo para él soy la preferida, normal, le doy la comida, le pongo agua, le baño, lo acomodo en el coche, lo llevo al veterinario, lo curo y la mayoría de las veces soy yo quien lo saca, por tanto esos momentos y con quién él es fiel soy yo, ¿cómo no me va a querer? Pero claro si aparece el alocado de mi hijo Aarón, por supuesto lo prefiere a él, se olvida de todas mis atenciones y me es totalmente infiel.  Ambos se revuelcan en el suelo, se pican mutuamente y ya no hay más Mundo que ese para ambos.  Obviamente como líder para él soy un poco mandona, le dejo estar dentro de casa pero con unas normas estrictas. Antes de su adopción me empapé de todos los libros del “Encatador de perros” y me convertí en una experta, un poco sabionda de más. Así que lo eduqué con buen criterio pero a mi manera: Lolo no entra del jardín si no le doy la orden para entrar, no come  si no se lo apruebo con la mirada, bordea todas las alfombras de la casa midiendo al milímetro para no tocarlas ni con las uñas. Por supuesto lo del sofá está totalmente prohibido. Tiene vetado tumbarse en las camas y ni se le ocurre pedir un bocado con su seductora mirada de mi suculenta comida por más que la esté deseando. Entre él y yo no hay ninguna voz de por medio, todas mis órdenes  se ejecutan con gestos. Mis amigos me dicen que lo tengo bien educado y con su comportamiento es muy fácil vivir con él. No se sale de los parámetros establecidos.
Cuando me pongo las botas de salir se alegra excesivamente, se dobla de la cabeza al lomo y no deja de mover la cola. Cuando cojo, por fin, la correa no cabe dentro de sí, está tan feliz en esos momentos que sube y baja las escaleras varias veces antes de tocar la calle. Sin embargo estos días lo observo un poco descolocado. Al principio estaba sobreexcitado con tanto jaleo en casa, vernos juntos sin salir, se le hacía nuevo. Después de unos días  lo he notado más decaído y aunque no le han faltado “mimos”, se ha vuelto más huraño y esquivo. Vamos que quiere que le dejemos en paz. Tiene razón, han surgido tantos voluntarios para sacarlo a pasear, que está un poco cansado y harto, necesita tumbarse en el césped y dormir por un largo periodo sin que le molestemos con nuestras salidas.
Hoy cuando le he llamado para su paseo le he visto como se metía en su caseta y se apretujaba contra el fondo intentando pasar desapercibido. Claramente se estaba escondiendo, “¡Qué tío más listo! ¡Lolo mira que puntita de jamón, toma un poco de salchicha rica!”. He intentado traerlo hacia mí, cogiéndole de una pata, pero ha sido imposible, yo no sé a dónde se ha agarrado pero no ha habido manera de moverlo.  
Lolo estaba conmigo, cuando escuché por la radio que estaríamos tres semanas más en este maldito confinamiento. Así que supongo que al oír mis maldiciones y comprobar la expresión de mis ojos todo ese ruido le ha producido angustia, se ha puesto nervioso y se ha pirado de inmediato al jardín. Es posible que no soporte más tanto paseo. A lo mejor con lo inteligente que es se haya “olido” la cantidad de actividades que le esperan en estas tres semanas, le haya dado un subidón de adrenalina y se ha dado cuenta que necesita parar.
He dejado que se tranquilice y que haga su vida un par de horas. Cuando lo he creído conveniente me he puesto las botas para sacarlo. Yo misma me he convencido de la necesidad de que estire las patas, “¡hora de correr Lolo!” y lo he visto yéndose sibilinamente hacia el Camelio, como si mis palabras no fueran con él. Se ha agazapado en un huequito entre la pared y el árbol y se ha hecho el dormido. Por más que lo he zarandeado o le he acercado la correa a su hocico, ni se ha inmutado. Vamos como muerto sin estarlo. Como ha entendido mi desilusión me ha dedicado un respingo y una especie de ronquido como diciéndome “¡oye déjame en paz que estoy muy a gusto aquí, vete tú a pasear que estoy harto!” ¡Pero hombre Lolo!, espabila que hoy te saco yo. Un paseíto pequeño, solo hasta el contenedor de basura, 10 metros, eso no es nada para ti. A lo mejor vemos a “Reina” que sé que te gusta". No hay nada que hacer, no hay quién lo mueva.
Me quito las botas, recojo su correa y me encierro en casa. Creo que Lolo solo está reclamando su cuota de encierro. Tiene derecho a reclamarla, ya está bien de tanta salida.
Hoy mi aplauso de las 8 va para todos los animales domésticos, para los que siempre están encerrados y para aquellos como Lolo que están siendo una vía de escape para sus dueños.


domingo, 22 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 9

Los primos, dibujo sobre pizarra Sagrah Rubio


Día 9: Parar ya de hacerlo 22 marzo 2020 (28603 infectados, 2125 curados)

Hoy me he encontrado con que debo parar un par de cosas en mi entorno. Frenarlas en seco, porque si no, vamos a enfermar de enajenación antes que del contagio del virus.

El grupo de whatsapp de mis primos ha cogido carrerilla y está imparable, ha entrado en modo “pongo de todo y hago de todo”. Y está bien que sea así. Los veo muy activos, sin dar tregua a la aplicación. He bajado el volumen de las notificaciones porque no hay quien se concentre con ellos. Lo último que se les ha ocurrido es publicar las recetas de mi abuela Judith. Han enviado más de 27 fotos de uno de sus recetarios y prometen enviar más en días sucesivos. Pequeñas cuartillas amarillentas escritas a mano con la pulcritud del que hace las cosas a conciencia. ¡Vaya caligrafía más bonita! Letra inglesa, ni una falta de ortografía, los ingredientes y la explicación de los platos muy claros, sin dejar hueco a ninguna duda. ¡Ay mi abuela, qué bien guisaba! De eso ya hace muchos años y es difícil salivar aquellos platos domingueros en su casa, aunque permanecen en la memoria de todos los nietos.
Más o menos una hora después llegaban, por el teléfono, los resultados de tanto fervor por conseguir lo mismo que ella y entonces he empezado a gritar por la casa como una posesa “Por favor dejar de hacer dulces, ni se os ocurra ligar más salsas, desistir de limpiar mollejas, olvidaros de los callos” vais a caer enfermos, no por el Covid-19, sino de tanto comer. El azúcar es malo, las salsas tienen su peligro y además dónde vais a guardar todas esas cazuelas, ¿tenéis sitio en el frigorífico? Porque yo lo tengo “petado”, no me cabe ni un huevo más y por supuesto no puedo guisar, asar, hornear, freír o confitar a la vez y luego almacenar todo eso. “Mirar, ¡no os dais cuenta que el día que salgáis a la calle no vais a poder moveros del sofá por todo lo que estáis cocinando!, ¡por todos esos  kilos que estáis cogiendo con tanta pasión culinaria!”.  Por favor, os lo digo con cariño, no mandéis más fotos de esas rosquillas quemadas, natillas ralas o tarta de queso sin cuajar. Una cosa es que compartáis por el grupo las recetas de Judith, que me ha parecido una idea estupenda y otra que al rato estéis mandando por el grupo las fotos de los manjares que creéis haber hecho con la perfección de ella y además a las 7 de la tarde. ¿Qué os pasa? ¡Venga dejarlo ya, tranquilizaos un poco, solo nos queda un mes más de encierro y los días van a dar mucho de sí!

Tres horas después cuando aún estaba terminando de procesar la información familiar, oigo la arenga vecinal de júbilo diaria, “¡Venga vecinos, a la calle!”
Resulta que ahora, se ha puesto de moda, asomarse al balcón o la ventana a las 10 de la noche para cantar todos juntos “Resistiré”, y está muy bien, une mucho y solidariza en este cautiverio. Pero lo que llevo viendo desde hace un par de días, es a los vecinos de mi urbanización, como poco a poco van “montándose” una verbena, empezaron unos a cambiar la canción del Dúo Dinámico un día y como si fueran “diyeis” comenzaron a pinchar su música y el resto de los vecinos no hicimos otra que aplaudir y levantar los brazos al aire siguiéndoles la corriente. Al día siguiente los mismos de la mezcla musical bajaron a la placita comunitaria y arrancaron a más de uno del interior de sus casas para unirse a la fiesta, eso sí con metro y medio de distancia. Lo de hoy ya no es normal, con la disculpa de vernos todas las noches y desearnos paz, amor y felicidad se han puesto a bailar la Macarena. ¡Mátame, que no me lo creo! Y la plaza era una fiesta. Se han unido al grupo vecinos de al menos cinco casas y se han puesto a hacer la coreografía. Tanto se han animado que han decidido, ya puestos, a bailar la canción de la “Mayonesa”. Lo peor es que entre poste y poste han puesto unos farolillos y el festejo ya no se ha contenido. Les chillo:”oye muchachos que es peligroso estar tan cerca, ¿entendéis lo que es que no podemos salir?”. Ellos a lo suyo y ahora vienen con otro bailoteo “Saturday Night“ saltito para adelante, para atrás, movimiento de brazos, inclinaciones y demás tonterías mecánicas. Esto no es serio y les grito: “¡Qué no podemos salir, es una situación grave”. Si vais al supermercado con guantes, mascarilla, gorro y sacáis el traje de sulfatar, entonces ¿Qué hacéis ahora? Les bocifero hasta quedarme afónica: ¡está muriendo gente!, no es una broma. ¡Qué pasa! ¿no entendéis la palabra prudencia, precaución, aislamiento y sobre todos solidaridad? Resulta que todo el año estamos con un simple y escaso saludo de cortesía, casi por obligación y desde el coche, no vaya a ser demasiado contacto entre nosotros y ahora que NO PODEMOS, se juntan más que nunca. ¡Venga iros a casa ya y dejar el movimiento sexy! Con la coreografía de la canción “Follow the leader y su sigueló, sigueló” se despiden por hoy, seguro que mañana volverán con el “Paquito, ese, el chocolatero” no sé qué tiene ese baile, pero lo odio. Se les ha ido la pinza les llamo insensatos, irreflexivos, cantamañanas. Entiendo que quieran salir y quién no, no estamos aquí dentro de nuestras casas por gusto.

Mi aplauso de las 8 de hoy va a ser para mi hija Amit, es su cumpleaños. Sé que es duro celebrarlo estando tan lejos y de esta manera, así que va por ti.

sábado, 21 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 8






Día 8: Aburrirse 21 marzo 2020 (25374 infectados, 1378 fallecidos)


Según el diccionario de María Moliner aburrirse (con, de o en) es una forma pronominal que hace referencia a consumirse o exasperarse. Sufrir fastidio con cierta cosa que resulta pesada.
Con tanta actividad rutinaria para que no decaiga nuestro ánimo,  para tener una sensación de positividad o  para sentirnos más activos  y vitales, quizá para creernos que estamos con buena salud mental, a día de hoy tengo que reconocer que  estoy harta de hacer todos los días diferentes cosas para sentirme mejor. Mi energía para continuar está en punto muerto  y me aburro con, de o en.
Analizando la esclarecedora definición de María Moliner y aplicándola literalmente a mi vida me aburro con, os diré que es posible que al explicar esta acepción, me meta en un lío y que algunas sensibilidades pueden levantar ampollas y lo mismo me echan de casa. ¡Aunque claro con la que está cayendo no pueden! Me aburro con mi perro, solo hace que comer y dormir, no es capaz de dirigirme ni una mirada graciosa, de traerme su pelota para que se la lance o alegrarse cuando le pongo la comida en su plato. Estos días solo se emociona cuando por la noche me siento en el sofá, me cobijo en mi manta y acto seguido él se echa encima de  mis pies para dormitar una siesta de horas, si le dejo podría pasar así la noche y no se movería del sitio. Él sí está encantado con la situación, no le importa quedarse en casa, ya tiene su jardín y con la ración diaria de agua y comida tiene resuelta su vida ¿Qué más puede necesitar? Me aburre su actitud. Qué decir de los chicos de mi casa “They bore me”. No hay nada más divertido para un adolescente que quedarse encerrado la mayor parte del día en su habitación con sus amigos todos encajonados en una pantalla buscando no sé qué, o luchando contra no sé qué ejército. Cuando aparezco con el parchís, los cubiletes y las fichas de colores, se parte de risa y me ve como a un ser extraño que surge de su tumba. “¿Qué tal el Ajedrez? ¿saco el Monopoly? ¿un Risk? ¿bajo al garaje y cojo el Cluedo? ¿qué te parece un Quién es Quién? ¿por qué no preparo Tabú?” Y muy entusiasta le recuerdo que hace años lo pasábamos bien, era divertido. Pero claro eso de poner un tablero en una mesa y unas fichitas, preguntas por aquí y por allá, como que ya no llama la atención, tanto estímulo sale de la Xbox que no estamos para cajitas de cartón con jueguecitos. “¿Y si nos  hacemos un Go?”, en serio, es el ajedrez chino, no es por mal pero es difícil y nos llevaría más de un día aprenderlo. Obviamente no cuela, y me enseña las puntuaciones que lleva jugando en su ordenador al Ajedrez y al Go. “Bored”. Natan está demasiado atareado con su trabajo, hoy ha planificado varias supervisiones clínicas, un par de reuniones con su equipo y además en breve dará una clase a través de la plataforma Zoom con sus alumnos de enfermería. Esto es serio nada de interrumpir, me paro en la puerta y mejor no paso del dintel. Casi seguro que para las 10 de la noche quedemos para ver una serie. Por cierto no duro más de media hora atenta a la pantalla, y la mayoría de los días le pregunto “¿pero y la chica no se había liado con su amigo, cómo es que ahora está con él?”, él un poco contrariado y con razón, me dice que eso ha pasado hace dos capítulos, o sea hace más de dos horas. Lo sé, soy un desastre siguiendo series.
 Me aburro de, andar una y otra vez por las habitaciones, de ver los objetos que decoran la casa en la misma posición. Me aburro de que nadie pase por la calle. De cocinar a diario, de hacer bicicleta, de hacer aerobic, de limpiar y recoger, incluso de bailar, de practicar inglés, de escuchar música o de leer. Después de 8 días de encierro se me hace tediosa la lectura de la prensa con sus páginas de opinión, artículos informativos, reportajes especiales, siempre el mismo tema, el maldito virus. Soy inquieta y la calma no es mi aliada por eso la lectura de un libro me retiene sentada poco tiempo, me desconcentro y acabo hartándome. Que decir de los cientos de mensajes que recibo a través del teléfono. Al principio eran una bendición, saber que todos estábamos conectados nos unía en este encierro, pero hoy son un poco cansados, hay tanta  diligencia por mostrar algo gracioso, inteligente, ingenioso que es demasiado. Recibir tantas fotos, vídeos, audios, textos, es un poco alarmante, que sí que están bien pero por favor nos queda mucho tiempo, calmaos un poco porque estoy saturada y aburrida de ellos.
Por último me aburro en mi casa, y mira que hago cosas, no paro, estoy incluso perdiendo peso, llego cansada a la noche y solo pensar en el día siguiente me estresa con lo que tengo planeado hacer. Estoy deseando que esto pase y mi cabeza está cargándose como una olla a presión, ya puedo bajar el fuego para tranquilizarme porque esta clausura obligada va a ser larga. Hoy he pensado en la película de Luis Buñuel El ángel exterminador a lo mejor como sus protagonistas el día que podamos salir de este encierro no encontremos la salida. A lo mejor ya no queremos dejar nuestras habitaciones  por razones misteriosas totalmente desconocidas, aunque aparentemente no haya nada que lo impida, lo mismo que sus personajes.

Hoy me despido pidiéndoles disculpas por mi aburrimiento con, de o en, mi aplauso de las 8 va por todos ustedes.

viernes, 20 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO- DÍA 7




Día 7: Sacando la cabeza de la trinchera 20 marzo 2020 (20412 infectados, 1588 recuperados)
Este iba a ser el día S. Estudié minuciosamente cuál sería el mejor de la semana, cuál me convendría más, qué hora elegir, a dónde acudiría, cómo llevar a cabo mi estrategia para adelantarme a los demás, para hacerlo mejor que nadie. Así que con tantas horas para pensar, con tantas decisiones que tomar al respecto,  y después de darle muchas vueltas, decidí que hoy viernes iba a ser mi día. El día S el de Sacar la cabeza de la trinchera” para ir al supermercado. Después de tomar la primera decisión sobre el día de la semana, que no fue fácil. La segunda no iba a ser menos importante, la hora.  Ni muy temprano pero tampoco dejarlo para el final de la tarde, porque luego no se encuentra nada en los lineales de lo que se quiere comprar. He pensado que la mejor hora las 13:00. No sé muy bien por qué, no es una hora temprana, tampoco tardía y mucha gente está ya preparando la comida. Con dos decisiones cruciales tomadas, faltaba una tercera de importancia considerable “a qué supermercado ir”. Y la cabeza empieza a darme vueltas pensando: “Éste estará masificado, aquel no tiene marcas, en el otro no voy a encontrar lo que busco, me conocen en aquel, pero en este me tratan mejor”. Difícil decisión, me hago demasiadas preguntas y seguro que no hay problema en ninguno. Decido ir al menos habitual y aun así dudo de mi determinación por haberlo elegido, lo normal sería el de siempre pero estoy convencida en optar por el de tamaño mayor por el único arbitrio de que allí habrá de todo. Así qué habiendo tomado las tres decisiones más convenientes del día de hoy, solo tengo que montarme en el coche y coger la carretera que me lleve al SUPER.
Imaginaba que la policía me pararía en la vía de acceso, pero allí no había más coche que el mío. Nadie cerrándome el paso,  ni haciéndome bajar la ventanilla para preguntarme mi destino final. Vacilé un momento en el cruce por si algún coche estuviera de incógnito y de sorpresa me echara el alto. Giré varias veces mi cabeza como pidiendo permiso al vacío, intentando salir de mi trinchera y que el resultado de mis actos fuera totalmente legal. ¡Qué decepción! Después de verlos en miles de cortes televisivos parando al personal, aquí me iba a quedar con las ganas. Me había hecho a la idea de encontrarme con algún humano que no fuera Natán o el alocado de mi hijo Aarón. En la vía rápida tan solo furgonetas de reparto y para eso no muchas. El aparcamiento del supermercado bastante lleno. La cola de entrada daba la vuelta al edificio, la imagen era irreal, metro y medio entre unos y otros, un silencio sepulcral. Una especie de recogimiento colectivo como si el ruido molestara, como si el mirarnos contagiara. Las miradas hacia el suelo, como si nuestros gestos se paralizaran en un mutismo exacerbado. Muchas bocas tapadas con mascarillas y todos pertrechados con guantes. Si uno salía de la tienda, el otro de la cola pasaba hacia el interior del supermercado con la sensación de entrar en un centro de culto. Como si una vez dentro todo lo que pudieras contemplar fuera objeto de admiración. Llevar el carro a través de los pasillos, y empezar a coger productos de los lineales se convirtió en una ceremonia pactada con las otras 30 personas que estaban dentro. Una procesión de pasos medidos para no acercarnos demasiado. Nada de aglomeración, sensación de aflicción y pesadumbre. No se oía a ningún niño corretear, ni reír, ni lloriquear por comprar algo. Solo adultos focalizados en un único objetivo ir completando la lista de la compra. Pregunté a una empleada si tenían fresas, por eso de hablar algo, pero como marchándose del perímetro de seguridad, desapareció como si hubiera visto el Covid-19 tatuado en mi frente y con un “no hay” despachó mi intento de conversar en un pispás. No había nadie con quien empatizar, mantener una pequeña conversación tipo “vaya rollo esto de estar encerrado, mira la que han preparado los chinos, me aburro un poco pero intento hacer algo diferente cada día, el golpe económico va a ser de agárrate, cómo están los italianos de mal y nosotros ahí ahí, en la familia todo bien…” Por eso cuando empecé a poner mis productos en la cinta, y vi a la joven cajera con una diminuta mascarilla, me dije:  “ahora o nunca, ésta es la ocasión”, así que alzando la voz y como si no viniera a cuento le lancé un  “gracias por estar ahí, eres mi heroína” y no sé cuantas cosas más le dije, solo por la necesidad de hablar, de expresarle mi alegría por haber salido un ratito de mi casa y continué dando las gracias al personal que me encontré hasta salir por el Pórtico del Templo y volverme a enfrentar a mi encierro, volver a esconderme en la trinchera. Según salí, el primero que estaba en la cola me dijo: “Ya era hora eh, no hace falta que te pares tanto con el personal a hablar”. El guarda jurado como si de un maestro de ceremonia se tratara, una vez que me alejé lo suficiente le hizo un gesto ordenándole que pasara.

Mi aplauso de las 8 de la tarde va a estar dedicado hoy, a todos los trabajadores del sector de la alimentación, son también protagonistas de lo que estamos viviendo.


jueves, 19 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 6




Día 6: Resistiré 19 marzo 2020 (17395 infectados, 803 fallecidos)

Lo que más me está llamando la atención hasta este sexto día de encierro obligado son los numerosos vídeos, fotos, mensajes,  cartas o gestos solidarios que intercambiamos entre los más cercanos y también entre aquellos que no conocemos. Creo que como personas estamos intentado sacar lo bueno que tenemos en nuestro interior. Este derroche  de generosidad y afecto que estaba dormido o que solo lo sacamos cuando una catástrofe se nos viene encima como un terremoto, un derrumbe, inundación o accidente multitudinario, o como la infección que estamos sufriendo, se transforma cada día en una explosión imaginativa que como una bola de nieve se hace más y más grande. Por otro lado toda esa imaginería nos ayuda a mantenernos estables, anima a nuestras conciencias a ser más generosas. En la mayoría de los casos nos entretiene y nos hace pensar en los que están trabajando a contrarreloj en esta lucha para salvarnos.
Entre todas las manifestaciones colectivas que me han llegado o en aquellas en las que he participado. La que más me ha llamado la atención. La que más me gusta porque supone la unión colectiva entre vecinos, por aguantar de manera activa las horas que nos quedan por pasar, sin salir de casa, es cantar la canción del Dúo Dinámico Resistiré. Hace unos días dos jóvenes en Cartagena decidieron sacar sus instrumentos musicales al balcón de su piso e interpretar esta canción de los años 80 para animar a los vecinos de su calle. A partir de ese día es el himno que nos une cada noche a muchos españoles. A las 10 se abren numerosas ventanas y balcones para hacer frente al aislamiento y cada uno intenta con ella vencer sus miedos y angustias reivindicando ilusiones y esperanzas.
Cuando escucho la canción, creo que muchas estrofas representan este momento que estamos viviendo, “Cuando duerma en soledad, Cuando se me cierren las salidas…cuando sienta miedo del silencio, cuando se rebelen los recuerdos…Resistiré, erguido frente a todo” es un canto a la tenacidad y a la obstinación por no sucumbir. Es un tema atemporal que lo podemos tomar prestado, que nos representa en esta ocasión “y aunque los vientos de la vida soplen fuerte…Resistiré para seguir viviendo” a esto nos estamos agarrando para no caer en un desvarío colectivo “soportaré los golpes y jamás me rendiré. Resistiré” Es difícil no emocionarse. Llorar mientras te sale un hilo de voz identificándote con palabras como “cuando me apuñale la nostalgia y no reconozca ni mi voz. Cuando me amenace la locura. Resistiré erguido frente a todo” y mientras las lágrimas empapan mi cara aún me quedan fuerzas para decir “Me volveré de hierro para endurecer la piel. Soy como un junco que se dobla pero siempre sigue en pié y aunque los sueños se me rompan en pedazos Resistiré Resistiré
Con esta serenata de resistencia que nos une cada jornada, hoy quiero acordarme de todos los padres, de todos los abuelos que en su día también están resistiendo.

Dúo Dinámico: Resisteré

miércoles, 18 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 5




Día 5: Mantener la calma 18 marzo 2020 (13910 infectados, 1081 recuperados)

Hoy cuando amanecía, me he sentado en la cama, he mirado por la ventana de la habitación y la soledad de la calle me ha dejado apesadumbrada. No he podido evitar sentir que todo lo que estamos viviendo es negativo. Me he angustiado pensando en los días que me quedan por delante hasta que pueda salir a la calle y gritar ¡SOY LIBRE, VIVA LA VIDA!
Intento convencerme que lo mejor es mantener la calma y siga como todos estos días con el patrón de inventarme trabajos, a veces banales, para no caer en el hastío.
Recibo muchos mensajes con fotos y vídeos graciosos e imaginativos. Las conversaciones de grupos de amigos y familiares  a veces tienen más de 70 mensajes y reconozco que me pierdo en ellos, aunque se agradece saber que todos están bien y que por lo menos mandando mensajes están muy activos.
Entre tanta información que recibo escuchando la radio acerca del Covid-19 hoy me ha llamado la atención la petición de una joven cirujana que trabajando en uno de los hospitales madrileños en pleno epicentro de la enfermedad, se ha dado cuenta de la soledad de los pacientes que están ingresados y nos  ha propuesto a los que estamos en nuestras casas, que les escribamos cartas para que no se sientan tan solos.

Querido paciente, tú que te llamas Manolo, Mila, Pépe, Charo, Pablo, Mary Carmen, Honorio, Lola o Secundino. Aquí te mando estas palabras de apoyo. Seguro vas a salir adelante. Tú puedes. Eres fuerte. Tu cuerpo va a luchar por vivir. Ahora te encuentras mal, a lo mejor muy mal, pero con ayuda de los sanitarios saldrás adelante. Todos estamos encerrados porque queremos que el virus no se expanda, no contamine a mi madre, a mi abuelo, a mi hija a mi nieto, a mi hermana, a mi marido y sobre todo para que no colapse el hospital en el que tú te encuentras. Todos queremos que esto pase, poderlo olvidar y aprender de nuestros errores. Volver a trabajar. Volver a viajar. A disfrutar de la vida, como lo hacíamos hasta hace unos días. Volver a querernos y relacionarnos con la familia y amigos como era habitual.
 No te conozco pero estoy deseando que te cures, no quiero que te sientas solo, no quiero que llores. No quiero que sufras más. Los que estamos fuera permanecemos atentos a vuestra evolución y deseamos que salgáis de esas habitaciones curados.
Me gustaría  cuidaros, abrazaros y besuquearos para que os sintierais menos solos, más acompañados y más tranquilos en estos momentos. Me despido de todos vosotros con la esperanza de saber que vais a volver a vuestras maravillosas rutinas con todos aquellos que os están esperando fuera.
Un beso para ti Juana, Mario, Luisa, Ángel, Lina, Diego, Feli, Carlos, Teri, Pipe o Manolita.

El ingenio y la necesidad de crear en estos momentos de reclusión es extraordinario. Por eso hoy mi aplauso de las 8 de la tarde va a ser para la cirujana a la que se le ha ocurrido esta brillante idea de escribir una carta a los que están luchando frente al virus en el hospital. Gracias Doctora por hacer que seamos productivos y solidarios.

martes, 17 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 4



Día 4: Lo que se nos viene encima 17 marzo 2020 (11409 infect., 510 fallecidos)


Nos dicen que es bueno hacer una rutina en este confinamiento, desempeñar una serie de actividades encadenadas para no caer en la tristeza, angustia o locura transitoria. Reconozco que suelo dejarme aconsejar por lo que los expertos nos recomiendan.

Si nos fijamos en el significado de la palabra rutina como hábito por hacer algo de manera repetitiva en una secuencia temporal, en un tiempo indeterminado, sin que sea necesario reflexionar sobre algo trascendente sino que va a formar parte de nuestra costumbre; sin duda nos va a llevar a otra palabra bien conocida como es aburrimiento. O sea vamos a tener una sensación de fastidio por el mecanismo de repetir en nuestro encierro, una actividad tras otra y la falta de diversión, nos va a llevar a dejar de interesarnos  por hacer algo diferente que nos saque, de esto que nos ha sobrevenido y la emoción de hacer algo nuevo puede quedarnos anulada.

La mayoría de mis actividades, que he hecho hasta hace cuatro días, son una rutina, y esos hábitos diarios, en mi caso, no son sinónimos de abulia o apatía, no constituyen un gran peso sino que son un positivo trajín  que me mantiene viva. Así que estos días hago mi rutina con más empeño, sin caer en la dejadez, desidia o pereza. ¡Bueno, nada que se salga de lo común tampoco! Nos hacen tanto hincapié en que nos activemos que al final si uno no lo hace de forma pragmática o positiva, animoso o motivado, con unas ganas locas de afrontar la situación, deba ser un desconsiderado, incorrecto o incluso incívico.

 Reconozco que me gusta mi trabajo, soy de esa clase de personas que podría trabajar más horas de las que invierto diariamente y que cuando se habla de la jubilación tuerzo la cara. Me considero organizada y el tiempo que tengo libre me encanta llenarlo con actividades extraescolares, debe ser porque cuando era pequeña no existían y desde luego ahora hay tanta oferta que te puede llegar a dar pena elegir una y no otra.

Así que una vez cumplidas parte de las rutinas diarias de este confinamiento, he dedicado un par de horas a  mis mayores. A ellas, a las mujeres de mi familia que viven lejos de donde yo estoy. La media de su edad está en 85 años. Viven solas, están viudas.  Confieso que a mí me costaría mucho pasar tanto tiempo encerrada sin compañía o con puntuales contactos físicos. Son grupo de riesgo, pero no tienen miedo a morir. Personalmente creo que el gran riesgo que van a empezar a correr es sentirse amenazadas por las cuatro paredes de su casa y con interlocutores unidireccionales como la televisión, la radio o las más intrépidas, usando redes sociales como whatsapp no va a llegar para sacarlas de su aburrimiento y soledad de este encierro obligado. Va a ser costoso que no caigan en la melancolía o en la nostalgia  de otros momentos de su pasado. Es difícil que ellas se pongan a hacer una tabla de gimnasia o que se inventen juegos para darse ánimos o que quieran estudiar una lengua nueva. No están motivadas para ese aprendizaje, ni sus cabezas están ya para emprender nuevas tareas. Sin embargo tengo que decir que su entusiasmo me sorprende y me han enseñado que es posible ser positivo en estos momentos tan extraños. Mi madre me dice muy entusiasmada que el pasillo de su casa le sirve de pista de atletismo y que puede hacer hasta 10k andando. Mi suegra se afana en un cambio de decoración  en el salón de su casa y me convence de que es buen momento para cambiar las cortinas o mi tía me cuenta que está preparando las macetas de su terraza para que las flores salgan en primavera.  Me emocionan con sus palabras. Son las tres maravillosas y me están dando un buen ejemplo de entereza y tranquilidad.
Hoy mi gesto solidario, (el que hacemos todos los días aplaudiendo a los nuestros héroes sanitarios, policías, taxistas, empleados de supermercados, etc.) va a ser para Ellas. Para mis tres excepcionales Mujeres. Mi agradecimiento por su integridad y serenidad al afrontar esta situación de clausura. 

lunes, 16 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO- DÍA 3






Día 3: Mentalización 16 marzo 2020 (9428 infectados, 530 recuperados)

Al incorporarme de la cama como cada día a las siete, solo me ha venido a la cabeza  un enorme soplido de angustia, de desesperación, de vaya lío que tenemos, será verdad lo que nos está ocurriendo y de decir “esto va a ser largo de narices”. Bueno que no cunda el pánico, intento despejar de mi mente estos pensamientos de mañana, lo mejor es que me vaya mentalizando y que me ponga en marcha. Así que para tener sensación de tranquilidad a esas horas de la mañana, y sobre todo para convencerme que un día maravilloso está a punto de comenzar, lo mejor es ponerme a pedalear en la bicicleta estática. Venga 10 kilómetros a toda marcha. Ya me siento mucho mejor después de haber quemado unas 113 calorías.  Sé que son pocas pero no quiero pasarme que no peso mucho y no quiero que este encierro me vaya a hacer adelgazar en vez de coger unos kilitos que tan bien me vendrían. El silencio de mi calle es raro, normalmente donde vivo no hay muchos ruidos. Los vecinos con sus coches yéndonos todos a trabajar, los niños que hablan entre ellos antes de marcharse al cole. Hoy no hay ruido y los pocos pájaros que animan con sus trinos están remolones por la lluvia. Ausencia casi de ruido es extraño, pero con esto tenemos que vivir, es parte de la mentalización.
Abro el ordenador para esperar que cientos de correos entren y responderlos lo antes posible. Curiosamente solo tres, dos más caen a los pocos minutos y otros cinco consecutivos de mi jefe. Me envía todas las indicaciones de actuación para nuestra clínica y el teléfono móvil de nuestro servicio debe estar operativo en todo momento para atender los problemas de los pacientes de la Unidad terapéutica. Sé que lleva trabajando horas para que nada se pare y que tanto profesionales como familias a las que hay que atender se sientan protegidas. Y yo pensaba que me había levantado pronto, creo que él no ha dormido organizándolo todo.
 He pensado en tantas cosas que voy a poder hacer que realmente me siento bloqueada y no sé por cuál empezar. Es buen momento para dejar la casa inmaculada, hace tiempo que las tareas domésticas las hacemos  a la carrera, sin muchas ganas y solo para pasar. Pues ahora es el momento. Así que con calma pero sin pausa con ayuda del robot, una buena bayeta y un par de productos no solo voy a dejar la casa limpia sino que va a quedar irreconocible.
Al asomarme por la ventana veo al jardinero que trabaja como si con él no fuera la cosa y con un gesto de convencerme me dice que como trabaja solo está exento del encierro, ¡no sé yo! No me convence mucho, es más, se ha puesto a limpiar las aceras de la urbanización con agua a presión. Me pregunto si esto es necesario hacerlo hoy, seguro que ha utilizado limpiar el pavimento y dejarlo sin rastro de virus como excusa para no estar en su casa. Parece que no sabe vivir con los suyos y se busca tareas mañana y tarde sin sentido. Ahora corto un rosal aquí, ahora rasco esta superficie, ahora barro la calle, o podo lo podado ya, o planto lo que planté la semana pasada y claro hoy no tenía que quedarse en su vivienda porque era más importante regar a presión cada palmo de suelo y dejarlo impoluto. ¡Venga hombre enciérrate como todos! El caso es que le pasa lo mismo a mi vecino, que aun jubilado, arregla los coches de sus amigos en el garaje de su casa, y claro hoy como si el encierro no fuera con él. Pero Pepe, ¿qué haces, si tienes que estar encerrado? Y riéndose me dice que va a arreglar una moto y a cambiar no sé qué artilugio a un coche destartalado de un amigo. Mientras hablo con él desde la ventana, aparecen dos de sus amigos  para animarle a seguir trabajando y darle conversación. ¡Pero hombres, que yo estoy encerrada para que vosotros no muráis! ¡qué tenéis riesgo por vuestra edad, venga iros a casa a hablar con vuestras familias! Y los tíos se ríen y se creen fuertes como que morir no va con ellos. Pepe ha pasado por una enfermedad cardiovascular y se le considera población de riesgo. Vamos que ni confinamiento, ni encierro, ni mentalización.
He pensado que sería bueno llamar por teléfono a mis vecinos, después de ver tanto vídeo de actos solidarios yo también quiero colaborar con lo que pueda. No los puedo visitar, pero está bien que me ofrezca para lo que necesiten cuando tenga que hacer la compra o si se ven indispuestos yo estaré allí para ellos. A muchos les sorprende mi llamada, es cierto que cada uno vamos a lo nuestro, pero ahora las circunstancias han cambiado y quiero ayudar en lo que sea.
No tengo ningún amigo que trabaje en la red sanitaria, en primera línea de  lucha, pero sí me ha venido a la cabeza el marido de una compañera que es policía nacional y qué mejor homenaje que reforzarle y aplaudirle no esta noche o cada noche que nos quede en este confinamiento sino ahora mismo. Lo mejor es un mensaje de agradecimiento personal por todo el trabajo que le espera durante este próximo mes, qué paciencia va a tener y a cuántos va a tener que convencer de que se vuelvan a su casa.
Continuo revisando mi correo electrónico, el teletrabajo u ordenatrabajo, creo es mejor palabra que la anterior. No hay mucha actividad y el teléfono de emergencia solo ha sonado un par de veces, en unos días las llamadas serán continuas por el encierro.
Es momento de dedicarme al inglés, tengo más tiempo para repasar lo aprendido en mis dos horas semanales. Siempre voy a la carrera y con la cabeza desorganizada para hablar en un inglés fluido, donde las frases se quedan paradas en los recodos de mi lengua y las palabras se ralentizan haciendo el ridículo delante de mis profesoras. Eso sí yo doy lo mejor de mí y tengo una entrega absoluta por aprender de ellas, son dos maravillosas profesionales con una paciencia bastante grande. Hablar casi todo el día en un nivel bajo de su lengua, con un vocabulario reducido debe ser bastante difícil de soportar diariamente.
Voy pasando el día bastante bien, me mantengo en movimiento, aunque no dejo de pensar, por las noticias que oigo, que vamos a estar así más de un mes. ¡Mi madre! Puedo acabar un poco chalada con tanta pequeña actividad, con un poco de aquí y de allá. Paseando por las habitaciones varias veces al día, hablando con mi familia de vez en cuando y viéndolos a  ellos cambiar de una actividad a otra para pasar las horas de esta reclusión. Tengo que reconocer que el que mejor se está tomando el confinamiento es mi hijo, tiene la excusa perfecta para no buscar trabajo porque está habiendo despidos masivos y no hay nadie que le contrate ahora. No se siente presionado a preparar el examen teórico para obtener la licencia de conducir porque Trafico ha anulado cualquier prueba. Tiene a todos sus amigos jugando como locos en la PlayStation. Por último él se ha encargado de sacar a nuestro perro a pasear a pesar de que tenemos un jardín donde Gino es feliz. En fin qué más le puede pedir él a este encierro, está encantado.
Para que los músculos no se agarroten he pensado que lo mejor es hacer un poco de aerobic. Mover el cuerpo con ejercicios funcionales treinta minutos me harán olvidarme de la situación, además creo que ya estoy casi mentalizada a permanecer en casa por un tiempo largo.
Me he dado cuenta que Natan, se ha pasado el día trabajando casi tanto como un día normal.  Quizá es hora de reconocer que el día ha sido largo pero lo hemos superado.