Día 26: ¡Con estos pelos! 8 de Abril 2020
(146.690 infectados, 14.673 fallecidos, 48.021 curados)
Es más que evidente que aquí
vamos a seguir sin movernos unas tres semanas más y lo peor es que me ha cogido
con unos pelos difíciles de domar. Tengo un buen largo de melena y va siendo
hora de arreglar este crecimiento exponencial. No es que eche de menos a mi
peluquera, porque no tengo. Unas veces experimento en una peluquería conocida y otras
decido adentrarme en un establecimiento a la aventura y que sea lo que sea. Eso
sí, solo pido cortarme las puntas. Lo del largo capilar es muy relativo. Dependiendo de quién coja la tijera, le
parecerá que un centímetro es suficiente para sanear el pelo o por el contrario
puede decidir que varios centímetros es lo más adecuado. Mis visitas al "salón de belleza" me han demostrado que para la mayoría es mejor “atajar por lo sano” y con cinco
centímetros quedan más que satisfechas.
Luego aunque pongas “cara de puerro”
por ver mermada tu melena, y te enfades con su decisión, después de haberle convencido previamente, a
coger la herramienta, de “que un
centímetro es suficiente para mí. ¡No sabes lo que me ha costado llegar a tener
este largo!” ellas siempre ponen una voz convincente de que lo mejor ha
sido cortar esa porción de pelo porque era
totalmente necesario para reparar las puntas. “Pero mira, si no están dañadas, yo solo quiero un corte diminuto, de 3
milímetros, simplemente para igualar. Además después del último crecepelo que
me vendiste con propiedades prodigiosas de cuidado intensivo, a precio de oro,
resulta que ahora dices que tengo que purificar lo dañado”. Cuando después de
meter el último tijeretazo a mis Pelos Fritos,
se atreve a recomendarme la necesidad de teñirme de castaño oscuro, me irrito
en la silla, aprieto los labios para no soltar nada de lo que pueda
arrepentirme, respiro hondo y hago como que no he oído nada. Por eso no tengo
peluquería, ni peluquera particular, no sé cómo demonios convencerles que “no quiero teñirme el pelo, que me gusta
como lo tengo blanco-negro y si quisiera sería lo primero que le diría al
entrar: Hola vengo a teñirme” Lo que
ya me saca fuera de mi cordura, es cuando una vez pasado el trago del tinte
viene la segunda parte de la ecuación y se atreven a decirme que me eche un nuevo líquido que les ha
llegado, justo ese día, para que mis pelos blancos no amarilleen. Con voz grave
y un poco alterada les digo “¡pero mujer
si ese potingue me lo va a poner AZUL, y antes que eso lo prefiero AMARILLO.
Nada déjalo como está”. Cuando al final del proceso me quieren hacer esos
peinados tan maravillosos les digo “¡no,
por favor, está bien así, ni me lo seques que es mejor al aire, adiós!”.
No hay manera con ellas. Se
crea un ambiente enrarecido y es así como caigo siempre mal al personal y tengo
que cambiar de establecimiento por protestona y volver a empezar con mis
explicaciones acerca de cómo quiero llevar el pelo. Menos mal que estamos
llenos de peluquerías y aún me faltan unas cuantas por visitar. Por todo eso me
considero una cliente pésima, conmigo se arruinan, no tendrían el negocio
abierto y mira que lo siento.
Después de veintitantos días
de encierro, el cuidado de mi cabello no iba a desmerecer un ápice el trabajo
de las pacientes peluqueras. Ha sido el momento de sacar las tijeras y ponerne manos a la obra. “Digo yo que cortarse
unos milímetros no va a ser para tanto”, no es una obra de ingeniería, ni será
necesario la precisión de un maestro relojero, es simplemente eso, un ligero
corte de pelo. Me he hecho una trenza y de un tajazo he cortado un centímetro. Perfecto. Por eso de igualar me he
hecho dos trenzas laterales he cortado por donde me ha parecido, las he unido
en el centro para rasurarlas por igual y listo. He deshecho las trenzas, me he
lavado la cabeza y con el secado al aire ni se nota los tramos desiguales. Al
tener el pelo rizo las imperfecciones son lo más natural. Después de presumir
en casa de la hazaña de mi intenso
corte, ha habido voces que se han unido y se han apuntado a que pueden ser los
siguientes en pasar por mi barbería. “¿Pero
no será mejor que esperéis a vuestros peluqueros? Oye que si os hago un
estropicio, unos desniveles o unas calvas, no quiero responsabilidades, ni
enfados, ni una palabra más alta que otra”.
Se han puesto tan pesados
que he organizado una sala de espera y antes de la faena, he consultado
Internet “todo un mundo lleno de
tutoriales, de si coge aquí, corta por este lado, decapa primero, tijera en
posición diagonal hacia abajo, luego hacia arriba, toma el pelo de esta forma o
de la otra, pon pinza, luego quítala” vaya dolor de cabeza se me ha puesto
con tanto vídeo. Me han subido las pulsaciones por el compromiso y no estoy
segura de si puedo ser solvente en defender el resultado final.
Cuando Natan se puso la
toalla por detrás del cuello, supe que la iba "a piciar", pero ya con las tijeras en mano no había más remedio que
comenzar la labor. “Lo mejor es hacerte
una coleta y Ras”, no sé por qué él estaba tan convencido de mi pericia,
excepto la experiencia conmigo misma, nadie se había dejado poner en mis manos
hasta la fecha.
“¡Qué fácil, vale ahora igualo y ya está, eh!” Mientras mis tijeras, llenas de temblor, comenzaban con la cabellera del
segundo cliente, Aarón, ya tenía en la cola de nuevo al primero “casi que me cortas estos salientes de los
lados, es que sobresalen mucho y hay que rebajarlos, así estoy ridículo” Con
tanto agobio, normal que me pasara varios centímetros mermando el pelo del
rapaz y que el filo de las tijeras se me empezara a ir de las manos “no te preocupes que lo arreglo en un
momentito, te corto por el otro lado lo mismo y listo”. Cuando esto ocurre
es imposible controlar los nervios, uno empieza a sudar y todos aconsejan como
si fueran maestros de la profesión.
Cuando me puse a retocar los
laterales de Natan, me di cuenta que mis tijeras no valían para nada. Iba como
podía rebajando su pelo como decían las profesionales de Youtube “¡decapar y decapar, no, no, qué digo entresacar y entresacar el volumen! Con esas
tijeras tan raras, así cualquiera”. Enseguida vi la cara de disgusto de mi
cliente preferente. Disculpándome le recordé que le estaba haciendo un favor “Qué sepas que lo hago porque eres tú y sé
que tienes una necesidad grande de corte, entiendo tu urgencia porque te quede
bien. Recuerda que yo no quería y te estoy cortando el pelo con las tijeras de
la costura, no lo olvides” Como pude salí del apuro, y ya estaba Aarón esperando
para una segunda embestida, que si córtame este lado más que el otro, que
rebaja aquí estos picos, que vuelve a sajar por el otro lado, que si rapa por
detrás, que déjame así que creo tendencia. En fin… ¡Madre, la que he preparado
con tanto malabarismo de tijera! “Yo ya
os avisé que lo mío no es la peluquería, por no ser lo mío, ya sabéis que rara
vez voy a una” Lo mejor va a ser que
cojamos la máquina de rasurar, os la paso y será la única manera de sanear el
pelo, “que sepáis que crece” y seguro
que como nos quedan días aquí en casa, cuando salgamos tendréis más de dos
centímetros de espesor. “¡No os
preocupéis! Lo siento chicos he intentado hacerlo lo mejor posible pero esto es
cuestión de experiencia y yo no tengo ninguna”. Trato de convencerles, sin
éxito, que la pelambrera les va a salir pronto y que tendrá mucha más fuerza
una vez que asome. Apesadumbrados por el impacto les animo con unas buenas
viandas “¡Venga vamos a celebrar Pesah, veréis como mañana ya asoma la
pelusilla en vuestras calvas!”
Hoy mi aplauso de las 8 va a
ser para todos aquellos profesionales que están deseando volver a trabajar y
que tanto necesitamos ponernos en sus manos.
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