miércoles, 8 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 26




Día 26: ¡Con estos pelos! 8 de Abril 2020
(146.690 infectados, 14.673 fallecidos,  48.021 curados)

Es más que evidente que aquí vamos a seguir sin movernos unas tres semanas más y lo peor es que me ha cogido con unos pelos difíciles de domar. Tengo un buen largo de melena y va siendo hora de arreglar este crecimiento exponencial. No es que eche de menos a mi peluquera, porque no tengo. Unas veces experimento en una peluquería conocida y otras decido adentrarme en un establecimiento a la aventura y que sea lo que sea. Eso sí, solo pido cortarme las puntas. Lo del largo capilar es muy relativo.  Dependiendo de quién coja la tijera, le parecerá que un centímetro es suficiente para sanear el pelo o por el contrario puede decidir que varios centímetros es lo más adecuado. Mis visitas al "salón de belleza" me han demostrado que para la mayoría es mejor “atajar por lo sano” y con cinco centímetros quedan más que  satisfechas. Luego aunque pongas “cara de puerro” por ver mermada tu melena, y te enfades con su decisión,  después de haberle convencido previamente, a coger la herramienta, de “que un centímetro es suficiente para mí. ¡No sabes lo que me ha costado llegar a tener este largo!” ellas siempre ponen una voz convincente de que lo mejor ha sido cortar esa porción de pelo porque era  totalmente necesario para reparar las puntas. “Pero mira, si no están dañadas, yo solo quiero un corte diminuto, de 3 milímetros, simplemente para igualar. Además después del último crecepelo que me vendiste con propiedades prodigiosas de cuidado intensivo, a precio de oro, resulta que ahora dices que tengo que purificar lo dañado”. Cuando después de meter el último tijeretazo a mis Pelos Fritos, se atreve a recomendarme la necesidad de teñirme de castaño oscuro, me irrito en la silla, aprieto los labios para no soltar nada de lo que pueda arrepentirme, respiro hondo y hago como que no he oído nada. Por eso no tengo peluquería, ni peluquera particular, no sé cómo demonios convencerles que “no quiero teñirme el pelo, que me gusta como lo tengo blanco-negro y si quisiera sería lo primero que le diría al entrar: Hola vengo a teñirme”  Lo que ya me saca fuera de mi cordura, es cuando una vez pasado el trago del tinte viene la segunda parte de la ecuación y se atreven a decirme  que me eche un nuevo líquido que les ha llegado, justo ese día, para que mis pelos blancos no amarilleen. Con voz grave y un poco alterada les digo “¡pero mujer si ese potingue me lo va a poner AZUL, y antes que eso lo prefiero AMARILLO. Nada déjalo como está”. Cuando al final del proceso me quieren hacer esos peinados tan maravillosos les digo “¡no, por favor, está bien así, ni me lo seques que es mejor al aire, adiós!”.
No hay manera con ellas. Se crea un ambiente enrarecido y es así como caigo siempre mal al personal y tengo que cambiar de establecimiento por protestona y volver a empezar con mis explicaciones acerca de cómo quiero llevar el pelo. Menos mal que estamos llenos de peluquerías y aún me faltan unas cuantas por visitar. Por todo eso me considero una cliente pésima, conmigo se arruinan, no tendrían el negocio abierto y mira que lo siento.
Después de veintitantos días de encierro, el cuidado de mi cabello no iba a desmerecer un ápice el trabajo de las pacientes peluqueras. Ha sido el momento de sacar las tijeras y ponerne manos a la obra. “Digo yo que cortarse unos milímetros no va a ser para tanto”, no es una obra de ingeniería, ni será necesario la precisión de un maestro relojero, es simplemente eso, un ligero corte de pelo. Me he hecho una trenza y de un tajazo he cortado un centímetro. Perfecto. Por eso de igualar me he hecho dos trenzas laterales he cortado por donde me ha parecido, las he unido en el centro para rasurarlas por igual y listo. He deshecho las trenzas, me he lavado la cabeza y con el secado al aire ni se nota los tramos desiguales. Al tener el pelo rizo las imperfecciones son lo más natural. Después de presumir en casa de la hazaña de mi intenso corte, ha habido voces que se han unido y se han apuntado a que pueden ser los siguientes en pasar por mi barbería. “¿Pero no será mejor que esperéis a vuestros peluqueros? Oye que si os hago un estropicio, unos desniveles o unas calvas, no quiero responsabilidades, ni enfados, ni una palabra más alta que otra”.
Se han puesto tan pesados que he organizado una sala de espera y antes de la faena, he consultado Internet “todo un mundo lleno de tutoriales, de si coge aquí, corta por este lado, decapa primero, tijera en posición diagonal hacia abajo, luego hacia arriba, toma el pelo de esta forma o de la otra, pon pinza, luego quítala” vaya dolor de cabeza se me ha puesto con tanto vídeo. Me han subido las pulsaciones por el compromiso y no estoy segura de si puedo ser solvente en defender el resultado final.
Cuando Natan se puso la toalla por detrás del cuello, supe que la iba "a piciar", pero ya con las tijeras en mano no había más remedio que comenzar la labor. “Lo mejor es hacerte una coleta y Ras”, no sé por qué él estaba tan convencido de mi pericia, excepto la experiencia conmigo misma, nadie se había dejado poner en mis manos hasta la fecha.
“¡Qué fácil, vale ahora igualo y ya está, eh!” Mientras mis tijeras, llenas de temblor, comenzaban con la cabellera del segundo cliente, Aarón, ya tenía en la cola de nuevo al primero “casi que me cortas estos salientes de los lados, es que sobresalen mucho y hay que rebajarlos, así estoy ridículo” Con tanto agobio, normal que me pasara varios centímetros mermando el pelo del rapaz y que el filo de las tijeras se me empezara a ir de las manos “no te preocupes que lo arreglo en un momentito, te corto por el otro lado lo mismo y listo”. Cuando esto ocurre es imposible controlar los nervios, uno empieza a sudar y todos aconsejan como si fueran maestros de la profesión.
Cuando me puse a retocar los laterales de Natan, me di cuenta que mis tijeras no valían para nada. Iba como podía rebajando su pelo como decían las profesionales de Youtube “¡decapar y decapar, no, no, qué digo entresacar y entresacar el volumen! Con esas tijeras tan raras, así cualquiera”. Enseguida vi la cara de disgusto de mi cliente preferente. Disculpándome le recordé que le estaba haciendo un favor “Qué sepas que lo hago porque eres tú y sé que tienes una necesidad grande de corte, entiendo tu urgencia porque te quede bien. Recuerda que yo no quería y te estoy cortando el pelo con las tijeras de la costura, no lo olvides” Como pude salí del apuro, y ya estaba Aarón esperando para una segunda embestida, que si córtame este lado más que el otro, que rebaja aquí estos picos, que vuelve a sajar por el otro lado, que si rapa por detrás, que déjame así que creo tendencia. En fin… ¡Madre, la que he preparado con tanto malabarismo de tijera! “Yo ya os avisé que lo mío no es la peluquería, por no ser lo mío, ya sabéis que rara vez voy a una”  Lo mejor va a ser que cojamos la máquina de rasurar, os la paso y será la única manera de sanear el pelo, “que sepáis que crece” y seguro que como nos quedan días aquí en casa, cuando salgamos tendréis más de dos centímetros de espesor. “¡No os preocupéis! Lo siento chicos he intentado hacerlo lo mejor posible pero esto es cuestión de experiencia y yo no tengo ninguna”. Trato de convencerles, sin éxito, que la pelambrera les va a salir pronto y que tendrá mucha más fuerza una vez que asome. Apesadumbrados por el impacto les animo con unas buenas viandas “¡Venga vamos a celebrar  Pesah, veréis como mañana ya asoma la pelusilla en vuestras calvas!”

Hoy mi aplauso de las 8 va a ser para todos aquellos profesionales que están deseando volver a trabajar y que tanto necesitamos ponernos en sus manos.

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