sábado, 11 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 29



Día 29: ¡Hoy me despido de ti. Necesito llorar! 11 de Abril 2020
(161.852 infectados,  16.352+ 1 fallecidos,  59.109 curados)

A la memoria de  A. R. F.

Estaba en la más absoluta monotonía de la tarde, los grises del cielo no se diferenciaban mucho de los colores que representaban mi estado anímico. Oía las notificaciones del móvil, como iban sonando con un intervalo de nerviosismo enérgico. Con la pereza del que tiene ya el cupo completo de visualizaciones por día, dejé pasar los pitidos del teléfono y hacerles caso en otro momento, el lapso con el que llegaban al aparato no parecía preocupante. Me encerré en la lectura y desconecté esa vía de escape tan enlazada al exterior, tan aliada a las emociones inmediatas con cada mensaje recibido. Mis ojos se cansan fácilmente con la luz de las pantallas así que sería mejor asimilar todas esas llamadas de atención para otra hora más distendida y con un espíritu más jovial.
Después de un largo silencio prolongado, ya cansada de pasar las páginas del libro y darle vueltas a mis pensamientos, sin poderme concentrar, retrocediendo las páginas y avanzando lentamente no enterándome bien del contenido de la lectura, decidí abandonar el libro. Antes de pasar a otra cosa que me evadiera del hastío, cogí mi teléfono para comprobar todo lo que me había perdido durante varias horas. Vi la foto de una esquela. Un aviso llamativo que me sorprendió. Al primer golpe de vista el nombre escrito en negrita, no me llevó a nadie conocido, pero supuse que si esa información estaba ahí era porque algo tenía que ver conmigo. Comparto todo tipo de información con mi familia, la mayoría cosas curiosas, vídeos graciosos, fotos de otro tiempo que nos llevan al recuerdo de nuestros tíos y abuelos. No solemos mandar esquelas y mucho menos sin motivo. Los nombres cariñosos o los apodos suelen sustituir a los que aparecen en el DNI, así cuando los ves de esa manera tan formal no reconoces a la persona, no caes en la cuenta que es la que nombras tan cariñosamente. Leyendo los mensajes posteriores a la nota fúnebre he sabido de quién estaban hablando y dando un grito he pronunciado su nombre.
Un escalofrío ha recorrido mi cuerpo, el maldito coronavirus se lo ha llevado en “un abrir y cerrar de ojos” “¡no me lo puedo creer, pero si estaba como un roble! Malditas estadísticas de seguimiento de fallecidos”. Esto es real. Uno de ellos es él. Pongo cara a la muerte e intento poner nombre a toda esta aflicción. Con incredulidad intento asimilar su dolor final, su expiración y un torbellino de imágenes se agolpan en mi cabeza. Le veo en una cama de hospital, SOLO, luchado por respirar, en medio de la vorágine de sanitarios por salvarle, SOLO, tumbado en la más absoluta de las soledades,  luchando  por hacerse un hueco, agarrándose a la línea de los que aún estamos aquí. Puedo verlo peleando con el respirador por  controlar el aire de sus pulmones,  manteniendo el latido hasta el final antes de su aniquilamiento por colapso total.
Busqué en el móvil de inmediato, la foto que me hice con él este verano, con los ojos llorosos negué varias veces con la cabeza la realidad “estaba estupendo ese día, afable, cariñoso, como era él” Me asombraba la manera que tenía de reconocer al que le saludaba, era algo mágico, sólo al oír la voz, él te llamaba por tu nombre. No necesitaba la vista  para saber quién eras. No había hueco a la equivocación. Con mi saludo, al vuelo me contestaba “Hola E. ya estás por aquí, cómo está tu madre, ay cuánto quería yo a tu padre”. Hace dos meses se despidió de sus amigos, lo hizo también de mi madre porque iba a dejar de vivir en el hotel que le había acogido durante años. Era el momento de mudarse a una residencia. Con la ilusión de un nuevo futuro y sin saber que se encontraría de lleno con un huracán, justo fue a dar al lugar más golpeado por esta maldita, miserable y perversa enfermedad pandémica que se está llevando a nuestros mayores. Uno de ellos el primo de mi padre.  Con mis mayores respetos A. hoy voy a llorar por ti. No quiero dejar de emocionarme, quiero sacar esta pena y convertirla en duelo. ¡Maldigo este óbito que no debería haberte señalado! Llorando quiero que sientas que no estás solo aunque te hayas ido. No puedo recuperar el momento en que te encontraste con la tristeza luchando por vivir, pero sí  quiero recordarte con tu sombrero panamá, tu bastón blanco, tus gafas oscuras, tu buen vestir, tu voz afectuosa, tu gesto amable, tu bondad infinita. Pongo una piedra como tributo en tu tumba, me despido de ti y con una fuerte emoción te dejo ir…

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