(161.852 infectados, 16.352+ 1 fallecidos, 59.109 curados)
A la memoria de
A. R. F.
Estaba en la más absoluta
monotonía de la tarde, los grises del cielo no se diferenciaban mucho de los
colores que representaban mi estado anímico. Oía las notificaciones del móvil,
como iban sonando con un intervalo de nerviosismo enérgico. Con la pereza del
que tiene ya el cupo completo de visualizaciones por día, dejé pasar los
pitidos del teléfono y hacerles caso en otro momento, el lapso con el que
llegaban al aparato no parecía preocupante. Me encerré en la lectura y
desconecté esa vía de escape tan enlazada al exterior, tan aliada a las
emociones inmediatas con cada mensaje recibido. Mis ojos se cansan fácilmente
con la luz de las pantallas así que sería mejor asimilar todas esas llamadas de
atención para otra hora más distendida y con un espíritu más jovial.
Después de un largo silencio
prolongado, ya cansada de pasar las páginas del libro y darle vueltas a mis
pensamientos, sin poderme concentrar, retrocediendo las páginas y avanzando lentamente
no enterándome bien del contenido de la lectura, decidí abandonar el libro.
Antes de pasar a otra cosa que me evadiera del hastío, cogí mi teléfono para
comprobar todo lo que me había perdido durante varias horas. Vi la foto de una
esquela. Un aviso llamativo que me sorprendió. Al primer golpe de vista el nombre
escrito en negrita, no me llevó a nadie conocido, pero supuse que si esa
información estaba ahí era porque algo tenía que ver conmigo. Comparto todo
tipo de información con mi familia, la mayoría cosas curiosas, vídeos
graciosos, fotos de otro tiempo que nos llevan al recuerdo de nuestros tíos y
abuelos. No solemos mandar esquelas y mucho menos sin motivo. Los nombres
cariñosos o los apodos suelen sustituir a los que aparecen en el DNI, así
cuando los ves de esa manera tan formal no reconoces a la persona, no caes en
la cuenta que es la que nombras tan cariñosamente. Leyendo los mensajes
posteriores a la nota fúnebre he sabido de quién estaban hablando y dando un
grito he pronunciado su nombre.
Un escalofrío ha recorrido
mi cuerpo, el maldito coronavirus se lo ha llevado en “un abrir y cerrar de
ojos” “¡no me lo puedo creer, pero si
estaba como un roble! Malditas estadísticas de seguimiento de fallecidos”.
Esto es real. Uno de ellos es él. Pongo cara a la muerte e intento poner nombre
a toda esta aflicción. Con incredulidad intento asimilar su dolor final, su
expiración y un torbellino de imágenes se agolpan en mi cabeza. Le veo en una
cama de hospital, SOLO, luchado por respirar, en medio de la vorágine de sanitarios
por salvarle, SOLO, tumbado en la más absoluta de las soledades, luchando por hacerse un hueco, agarrándose a la línea
de los que aún estamos aquí. Puedo verlo peleando con el respirador por controlar el aire de sus pulmones, manteniendo el latido hasta el final antes de
su aniquilamiento por colapso total.
Busqué en el móvil de
inmediato, la foto que me hice con él este verano, con los ojos llorosos negué
varias veces con la cabeza la realidad “estaba
estupendo ese día, afable, cariñoso, como era él” Me asombraba la manera
que tenía de reconocer al que le saludaba, era algo mágico, sólo al oír la voz,
él te llamaba por tu nombre. No necesitaba la vista para saber quién eras. No había hueco a la equivocación.
Con mi saludo, al vuelo me contestaba “Hola
E. ya estás por aquí, cómo está tu madre, ay cuánto quería yo a tu padre”. Hace
dos meses se despidió de sus amigos, lo hizo también de mi madre porque iba a
dejar de vivir en el hotel que le había acogido durante años. Era el momento de
mudarse a una residencia. Con la ilusión de un nuevo futuro y sin saber que se
encontraría de lleno con un huracán, justo fue a dar al lugar más golpeado por
esta maldita, miserable y perversa enfermedad pandémica que se está llevando a
nuestros mayores. Uno de ellos el primo de mi padre. Con mis mayores respetos A. hoy voy a llorar
por ti. No quiero dejar de emocionarme, quiero sacar esta pena y convertirla en
duelo. ¡Maldigo este óbito que no debería haberte señalado! Llorando quiero que
sientas que no estás solo aunque te hayas ido. No puedo recuperar el momento en
que te encontraste con la tristeza luchando por vivir, pero sí quiero recordarte con tu sombrero panamá, tu
bastón blanco, tus gafas oscuras, tu buen vestir, tu voz afectuosa, tu gesto
amable, tu bondad infinita. Pongo una piedra como tributo en tu tumba, me
despido de ti y con una fuerte emoción te dejo ir…
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