miércoles, 29 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 47




Día 47: #Salalacalle  29 de Abril 2020
(236.899 infectados, 24.274 +1 fallecidos, 132.929 curados)

Vaya la que se va a preparar el fin de semana. Con todos los niños ya  en la calle, se pondrá en marcha una nueva escapada para el colectivo de entusiastas del deporte y para los que necesiten estirar las piernas. O sea la mayor parte de la población. Veremos por las aceras compartir espacio a menores, padres, corredores y a un nutrido y diverso grupo de paseantes. “¿No habría que poner orden a toda esta algarabía?” Un poco de sensatez no vendría mal para no coincidir todos por los mismos lugares y a las mismas horas, y que en unos días tengamos que volver a encerrarnos de nuevo por el incremento de contagios. “Porque, una cosa”, quién va a vigilar el tiempo y los kilómetros a los del  batallón del chándal o a los que decidan salir de la mañana a la noche recorriendo "los mil metros pactados ¿las veces que les pete?”. No olvidemos que además del colectivo  “quiero dar un paseo”  éste puede hacerlo en compañía, siempre y cuando el acompañante comparta un mismo techo.  Si no lo he entendido mal, vamos a entrar en un momento donde todo “quisqui” puede dejar atrás su encierro para darse un garbeo y “¿Todo esto no es una locura?, ¿No necesitaríamos que antes de salir nos hicieran una prueba diagnóstica, los famosos test, para aislar a los que  padeciendo la enfermedad no tienen síntomas?  Si hago recuento de los que vamos a coincidir en breve ahí afuera, me sale que somos la mayoría de la población: “los que se pongan a correr, los que necesiten pasear solos o acompañados, los padres con hijos pequeños,  los que saquen a sus perros, los que vayan al Súper, al banco o a la farmacia y a todo esto hay que contar con el grupo numeroso que lleva trabajando fuera desde hace semanas”. En definitiva con tanta disculpa y tantas ganas por pisar asfalto “¿Quién se queda dentro? Creo que NADIE. Por otro lado no he oído cómo se va a gestionar la salida de los mayores,  se nos ha hablado de los adultos en general y “ellos lo son ¿no?”, así que no hay ninguna restricción para nuestros viejos y van a poder salir este fin de semana también, “¡vaya lío de edades va a haber!”. Soy de la opinión que los mayores lo necesitan como el resto, sin buscar excusas como hacer deporte, quieren airearse, abandonar las cuatro paredes dejando por un rato su soledad. Pero tampoco se les puede exponer a la ligera y lanzarlos a la calle sin saber quién les puede provocar el colapso pulmonar que los exponga a un estrés innecesario. Después del alto número de fallecidos en las residencias geriátricas  imagino  que tomarán mucha precauciones con estos “ancianos”, ya que son los más vulnerables de la pandemia, saben que la vida les va en ello, y no creo que puedan salir del centro hasta el verano, estos sí se quedarán confinados.
Así que estando la mayoría en la casilla de salida, esperando el pistoletazo que marque el momento de aparecer de nuevo, no olvidemos poner todo el empeño en hacerlo bien, teniendo claro que vamos a salir a ciegas, sin saber si contagiamos o no, sin conocer dónde podemos atrapar al virus y ser víctimas de él.
Se nos ha dicho “quédateencasa” durante semanas y ya nos lo están cambiando por un “salalacalle” y con cierto nerviosismo nos estamos convenciendo de un “líbrame de quedarme por más tiempo recluido o enclaustrado”. Serán pocos los que no quieran recobrar la libertad de movimientos. A los que pongamos los pies ahí afuera apliquemos un poco de cordura en nuestras salidas, no olvidemos la paciencia que hemos tenido hasta ahora y marquemos los tiempos en beneficio de todos. Recordar que si sale mal el gobierno nos echará la culpa e incluso se atreverá a decirnos “ya os avisamos” cuando sería él quien nos debería proteger haciéndonos test masivos antes de proponernos salir a la calle. Así que depende de nosotros volver a una relativa normalidad, será el cuidado de cada uno el que nos vaya a salvar. No cometamos más errores para no ser devorados de nuevo por este virus que tanto daño nos ha hecho y volvamos a tener que confinarnos. Si te aplicas #salalacalle no olvides el gel, la mascarilla y los guantes.

Sigo aplaudiendo a las 8 por los que combaten la pandemia en primera línea.

domingo, 26 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 44




Día 44: Necesito un psicólogo 26 de Abril 2020
(223.759 infectados, 22.901 +1 fallecidos, 95.708 curados)

Expectativa y certidumbre no son palabras sinónimas, tampoco significan lo mismo sin embargo pueden ser complementarias.
¿Cuáles son mis expectativas una vez que todo esto acabe?, no sé si es bueno generarme una ilusión, una expectación excesiva de buenas perspectivas de futuro a corto o a largo plazo. ¿Qué debería hacer?, idealizar lo esperado o por el contrario permanecer a la expectativa hasta tener las ideas claras de cómo aparecer en el exterior de la manera más segura, desconfiando de certezas previas como que ir saliendo sea la mejor opción aunque el número de contagios sea elevado y que esa curva tan famosa de caída libre empiece a aparecer en la tabla de registros de una vez por todas. Son demasiados días reflexionando. Horas especulando cómo empezar de nuevo, mi mayor aprendizaje ha sido la paciencia, aprender a esperar, a acatar decisiones extremas y dejar que los acontecimientos sucedan sin más. Pero llegados a este punto, casi entrando en el último tramo del retiro forzoso, siento un cosquilleo nervioso e irracional por recobrar todas mis expectativas vitales, teniendo la evidencia absoluta o lo que es lo mismo la certidumbre de que voy a entrar en un nuevo comienzo, en una nueva etapa de mi vida y es aquí cuando pongo al mismo nivel la complementariedad de los vocablos “Expectativa y Certidumbre” como máximos exponentes de Esperanza y Convencimiento de seguir hacia delante.  “Como se nota que estar entre paredes hace estragos, y me doy cuenta que entro en desvaríos hilvanados con un ligero hilo de raciocinio. Si esto se prolonga por más tiempo, necesito un psicólogo que me saque de todo este follón de ideas inconexas."

Mi imaginación no tiene parada e idealiza todo lo que quiero hacer ahí fuera, hay tanto que ver, tantas personas a las que abrazar, tanta actividad por hacer que todo se atropella más en  deseos que en hechos reales y concretos. “Seguro que estoy sobrevalorando todo lo que me falta” y además veo que nos están avisando de que tardaremos en recuperar lo que era normal, nuestra libertad en el más amplio sentido de la palabra. Es decir por ahora nada de pensar en visitar a la familia, nada de turismo, nada de relaciones sociales, los amigos no existen más que de lejos y los pequeños placeres mundanos como ir a bares o restaurantes se quedan para más adelante. Con este panorama las expectativas de recuperación quedan muy limitadas, están lejos de  alcanzar la normalidad que conocíamos hace meses. Así que empezaremos con paseos cortos al aire libre, embutidos en mascarillas, con mucha desconfianza y poniendo excesivo aislamiento social. “Esto no hay por dónde cogerlo”.

Hablando por teléfono con mi hija Amit he comprendido perfectamente que no estoy tan “grillada” como creía y veo que sus teorías sobre liberarse de esta situación la sitúan en un estado de delirio momentáneo más singular que el mío. Ella no tiene ninguna gana de salir al mundo exterior, se ha acostumbrado al confinamiento, se ha aclimatado al ambiente de unos pocos metros cuadrados y solo necesita abrir la ventana para respirar de vez en cuando. “Tiene el síndrome del encerrado” y su hipocondría está disparada, no hay artilugio que pueda sacarla de su angustia por contraer la enfermedad. “La gente no va a tener la meticulosidad y el cuidado de desempeñar tan ingente tarea de higiene y eso va a revertir en mi salud”. Estos días ha hecho acopio de mascarillas, tiene de diferentes modelos y grosores se ha hecho experta en ellas. “Estoy pensando que me envíe unas cuantas por mensajería aquí es difícil encontrarlas”.
Me río con sus aprensiones sobre recuperar su trabajo, una especie de angustia dispara sus recelos y no la deja dormir bien, realmente está inquieta por ese día tan anhelado por la mayoría. Sus expectativas son muy diferentes a las mías, mientras yo estoy deseando alejarme de todo esto y hacer miles de cosas ahí afuera, ella está deseando quedarse más tiempo dentro, se siente más productiva encerrada y está muy preocupara porque este momento se acabe, “desearía que la cuarentena fuera más allá de mayo. Te lo digo en serio. Voy a estar fatal cuando tengamos que salir, tendré mucha presión, recuerda que soy muy aprensiva y quién me asegura a mí que nadie me contagie eh?” Es demasiado exagerada con las cuestiones sanitarias y siempre encuentra que las enfermedades que padecen los demás,  puede tenerlas, incluso se las apropia, las hace suyas sin padecerlas. Me quiere convencer que se siente segura en casa, que no quiere correr ningún riesgo, afirma que contraer coronavirus es muy fácil “no olvides que la enfermedad es muy contagiosa” y siente un gran peligro ahí fuera “A mí me va bien estar en cuarentena un poco más… así que no me importa esperar el tiempo que haga falta encerrada hasta que no haya ni un infectado más” Amit es una perfecta expectante, desde la seguridad del encierro necesita vigilar lo que pasa, tener controlada la infección para obrar en consecuencia y sólo a partir de esa certeza conseguir la expectativa definitiva para poder salir.

Hoy he cambiado los aplausos de las 8 por un minuto de silencio en memoria de los fallecidos.




miércoles, 22 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 40




Día 40: Colapso contradictorio 22 de Abril 2020
(208.389 infectados, 21.716 +1 fallecidos, 85.915 curados)

*Nuevo reportaje informativo en televisión: No queda más remedio que limpiar absolutamente todo…estamos confinados con el virus.”

He vuelto al supermercado, es la cuarta vez que aparezco por allí, es todo un acontecimiento y una de las actividades más “emocionantes y agobiantes” que me ocurre en días. Hay que hacer un ejercicio previo de preparación para enfrentarse a un acontecimiento como ese y lo peor es que estoy llena de contradicciones de cómo actuar, de cómo ser responsable o sobre todo de cómo gestionar el carro de la compra con total seguridad para que los míos no se contagien. Porque claro ya no solo es la tarea de ir a comprar, “vestida como si fueras un buzo”, de enfrentarte a la cola de entrada, seleccionar todo lo que necesitas en los diferentes departamentos, sino que se trata de toda una andadura de tareas de desinfección ardua y concienzuda de cada producto que introduces en el carro. “Resulta que ahora el virus lo tenemos dentro de casa, somos nosotros a nosotros mismos a los que nos contagiamos” eso nos dice el último reportaje informativo que he visto en la Tele. Se nos intenta hacer creer que con más de cuatro mil infectados diarios la culpa es totalmente nuestra, no olvidemos que estamos en el cuadragésimo día de encierro y la propagación va bajando muy lentamente. No lo entiendo “¿Qué hemos hecho mal, qué es lo que hacemos? Llevamos enclaustrados demasiado tiempo y Yo ya quiero salir, ¡a ver si nos aclaramos con esto!, porque si encerrados contagiamos, esto no se va a acabar nunca.” Si ya era trabajo limpiar cada alimento de la cesta de la compra, resulta que ahora hay que limpiar todo el camino recorrido de ida y vuelta desde que salimos hasta que entramos en nuestra casa. Se me generan tantas dudas con la información que solo pensar en el tiempo que me va a llevar la higienización me hace perder la paciencia y normal que se me ponga un carácter insoportable. Para ir a comprar hay que tener la mente clara, ser consciente de cada paso que se da, no se puede uno despistar tocando alimentos de aquí o allá. Las manos quietecitas, que no vayan a la cara, ni se te ocurra rascarte un ojo y mucho menos obsesionarte con que te pique la nariz, olvídate de atusarte el pelo y por supuesto deja de pensar que todo esto te puede ocurrir porque entonces la necesidad de hacerlo es grande y las ganas de toquetearte son tan poderosas que acabas haciéndolo y ya no sabes que debes hacer con la mano y el guante. No tienes otro para cambiarte, así que ya tienes un serio problema, recuerda guardar el móvil y si te llaman hacer como que no lo oyes, todo lo que toques estará ya contaminado.
Para no confinarnos con el virus, la reportera asegura que debemos limpiar absolutamente todo, “pero ¿qué es todo?”. Para aclararnos mejor lo que debemos hacer, ella se aplica el ejemplo y hace un recorrido por una gran superficie y compra tan rápido que es inverosímil su exposición. Sí, muy bien, una bolsita de la compra con pocos productos. Limpia el coche con una bayeta, un toquecito de limpieza sin más. Muestra como pone las llaves bajo el grifo, vemos como la ropa que se ha puesto en la operación salida, la mete en una bolsa, y nos indica que debe lavarse a 90 grados “¡siempre oyendo que no era ecológico lavar a esa temperatura y que se debe poner la lavadora con carga completa, me cuesta escuchar ahora que tengo que lavar tres prendas con esos grados tan elevados, seguro la voy a quemar!” Luego se centra en el pulido de pomos y puertas de su casa y con una sonrisa, nos demuestra lo fácil y rápido que ha sido todo. Ella tarda lo que le lleva el documental, como mucho minuto y medio. “Espera un momento, eso me va a llevar a mí horas, porque solo en comprar invierto unas tres y a ese tiempo voy a tener que añadirle toda la esterilización de lo comprado, más la limpieza de todo y ese todo es del coche, por dentro y por fuera, mando del garaje, esterilización puertas, pomos, escaleras, barandilla llaves, ropa, zapatos. Cuando llegue a las bolsas de rafia solo quedará fumigarlas y yo con ellas”. Esto sobrepasa mis límites de tolerancia, quiero revelarme contra todas estas ocurrencias, es demasiado, voy a estar todo el día con esto y aun así no tendré la confirmación clara de hacerlo bien. Por otro lado “¿quién es el guapo que pudiendo parar el contagio por limpiar no lo vaya a hacer?”. Lo que me genera paradojas y un desánimo por continuar con todo este ritual. “Lo mejor sería quedarse en casa y no comprar nada más, no comer y ya está, para qué ir a la tienda entonces”.
Hoy el producto estrella de mi Súper ha sido, unas toallitas con el rimbombante nombre de Salustar Naturalcare y el poderoso beneficio de estar impregnadas con la Clorhexidina y el Cloruro de Benzalconio, “por supuesto que he comprado un par de paquetes”,  con esos atributos ha sido difícil no caer en la tentación de agotar el producto,  sin entender muy bien la composición y sus propiedades, “suena a cloro, lejía, desinfección, limpieza, ni se me ha ocurrido mirar en Internet el significado de tanta peculiaridad, demasiadas explicaciones. Venga para el carro”.  Seguro que este producto me va a reducir horas de trabajo eliminando gérmenes del salpicadero del coche, de las llaves, barandilla o pomos de una pasada. Creo que lo mejor del producto es la conciencia de quedarse uno tranquilo admitiendo que se ha desinfectado todo lo infectado.
Una vez en casa y después de tanto esfuerzo profiláctico, cuando parecía que todo estaba incontaminado, impoluto, todo bajo control, la bocina del panadero me hizo pensar que iba a tener que empezar de nuevo con la tabarra del aseo y es que ya es demasiado, no se acaba nunca con la esterilización, “¡no puedo más!”.  Al abrir su furgoneta, me he cuestionado toda esa práctica de la meticulosidad, todo esa labor de limpieza, porque sí, el muchacho va con guantes y mascarilla, pero lleva una ronda de más de 5 horas de reparto toqueteando panes y monedas, sin dejar de estar en  contactando con clientes. “Como no admites tarjeta, no hace falta que me des las vueltas. Gracias por venir”. Pero claro ahora sí tengo un pequeño problema “¿qué hago con la barra de pan? ¿Le paso una toallita de Cloruro de Benzalconio, le rocío con hidroalcóhol, le humedezco con una mezcla de limón y bicarbonato,  le impregno con un poco de vodka, congelo la barra o la tuesto al sol para ver si mueren todos esos virus pegados a la harina de la corteza? ¡Qué asco!” Ahora entiendo tanto contagio, tanto virus confinado y es que en unos actos ponemos mucho empeño en dejarlo impoluto y en otros nos tragamos el patógeno sin pensarlo. Tengo demasiadas dudas sobre cómo esterilizar todo. Demasiadas contrariedades con la pulcritud. No puedo asegurar que lo hago bien y ni siquiera tengo la capacidad para creer que con todo este barullo de pureza no sea vulnerable y vaya a salir indemne de contagio.

Mi aplauso de las 8 va a ser para los sanitarios contagiados de COVID-19, más de 30.000, ellos sí que extremaron la esterilización en sus puestos de trabajo, sin embargo se les ha expuesto a luchar contra esta enfermedad sin proporcionarles los medios adecuados para ello.


sábado, 18 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 36



Día 36: Teletrabajo 18 de Abril 2020
(191.726 infectados, 20.042 +1 fallecidos, 74.797 curados)

Teletrabajo, ¿qué hay detrás de esta palabra que parece abarcar gran parte de la actividad profesional que estamos desarrollando ahora desde nuestras casas?
He vuelto a consultar el María Moliner, para aclararme las ideas y comprender mejor en que estoy metida. En la versión de 1981 el diccionario, no recoge el vocablo en su definición más extensa y solo aporta el prefijo *tele- como palabra griega, cuyo significado es lejos. Si telecomunicación lo define como comunicación a distancia por telégrafo, teléfono o radio. O televisión como sistema de transmisión de imágenes a distancia mediante las ondas hertzianas. Voy concretando más la definición de Teletrabajo como “trabajar a distancia, trabajar desde lejos” no ha sido difícil llegar a esta conclusión, se entiende perfectamente. Aun teniéndolo tan claro he preferido  teclear en Internet “Definición de Teletrabajo” para comprobar que más se puede decir de esta nueva actividad. Queda más que patente que es un neologismo con más de quinientas mil entradas, definiéndolo principalmente con el significado al que yo había llegado sin  tanto ruido. Una cosa queda clara el uso de herramientas telemáticas de la información y de la comunicación son la esencia de esta manera de realizar el trabajo y serán la piedra angular o el núcleo de la ocupación alejada del emplazamiento usual,  o sea de la Oficina.
Estoy en condiciones de afirmar que lo que hago todos estos días de encierro es teletrabajo y quedándome las cosas tan meridianamente evidentes me gustaría aclarar que esta nueva manera de “curro” es francamente estresante, no hay un minuto de parada, corte, descanso o despiste que rompa la línea entre hogar y oficina, donde todo es lo mismo, faena, ocupación, currelo, trabajo doméstico o teletrabajo en definitiva fatiga y esfuerzo.
Todos los días a la misma hora abro mi ordenador para teletrabajar, “llevo a rajatabla mis rutinas porque los psicólogos, estos días, insisten que es la única manera de mantenerse cuerdos”. Para que todo parezca como si estuviera allí, pero poniendo 47 kilómetros de por medio, me visto adecuadamente, “impecable como siempre”, sin olvidar los tacones, el peinado, el maquillaje y la colonia. Esto es bueno para ponerme en situación. Sé que no es lo mismo pero por lo menos hay que intentarlo. Es cierto que me encanta mi trabajo y que no idolatro el momento de la jubilación. “Echo de menos el ambientillo al entrar en la oficina, llegar tempranito y seguir allí hasta bien entrada la noche. El bullicio entre compañeros, chismorreos de distensión, risitas nerviosas.  Ese cafecito matutino, ¡qué bien sienta!”. Esas horas interminables de pantalla, papeles por todos los lados”. Sí, una pena estar tan lejos de mi silla aerodinámica último modelo para soportar todas esas horas sin moverse del sitio, “¡espero volver cuanto antes!”
Por otro lado lo que no me queda nada claro una vez definido el término Teletrabajo, de manera intrínseca, es en qué circunstancias debo aplicarlo y con ello me refiero a las enormes dudas de cómo aplicar esta expresión con respecto a mí. “¿Debo trabajar las 8 horas en mi casa sentada en esta silla tan incómoda?¿Cuándo debo cerrar la solapa de mi portátil para que no entre ninguna información más?¿Cuándo tengo que desconectar mi teléfono para no recibir más mensajes de clientes, compañeros, o jefe pidiéndome todo tipo de memorias, albaranes, facturas, comparativas, balances, mándame eso o rellena aquello, vuelve a hacer tabla, cubre aquí …” No quiero apagar mi móvil, tengo otras cosas que ver en él, pero así no hay manera de mantenerlo abierto.
Pongamos orden en todo esto, no puedo trabajar todo el día, “tendré en algún momento que conciliar con mi familia”. Necesito saber cuándo empezar mi jornada laboral para acabarla 8 horas después, cómo en la oficina. No puedo seguir estirando las horas con todos los mensajes que me llegan, las notificaciones siguen de madruga y antes de amanecer ya están esperándome no sé cuántos correos electrónicos para una contestación inmediata, “¡lo sé, forma parte de esta manera de trabajar con las tecnologías pero chicos parar ya!”.  Solo quiero saber si esta forma tan flexible de organización con la que se define Teletrabajar podemos organizarla de verdad, “¿es que no atendéis a vuestros hijos?, ¿no tenéis necesidad de prestarle atención a vuestra pareja? ¿No descansáis en algún momento del día?, qué os pasa, ¿es que ni siquiera vais a hacer un bizcocho?
Os repito, si nunca hemos trabajado sábados, domingos y festivos, para que tanta solicitud y empeño, ¿¡qué pasa, el encierro os ha vuelto tarumbas!? Estoy al día con el trabajo atrasado, ya he hecho la memoria de resultados, he contactado con proveedores, es más, ya tengo casi preparado el vídeo presentación para la campaña de Septiembre. “¿Por favor podemos parar un poco?”
En la última vídeo conferencia con mi jefe, cuando me ha dicho que estoy más demacrada, le he soltado “por favor Noé, déjame ir a la oficina, yo solita, nadie más que yo, al salir limpio todo, estoy allí mis ocho horas y ya. Esto pararía el goteo interminable de mensajes y correos. Ya sabes que yo aquí o allí teletrabajo siempre desde mi ordenador, ¿por qué tanta actividad ahora? Ya me conoces que soy muy metódica y necesito delimitar bien las horas. ¡Por favor déjame acudir a la oficina! En serio, no puedo más” Él es un tío majo y no se ha tomado a mal mis súplicas, se ha reído con mis ocurrencias, pero “me ha mandado a paseo” y mucho menos le he colado mi idea de abandonar el hogar para conquistar el ajetreo de mi despacho. “Cómo eres Ely, sigues siempre tan exagerada, este confinamiento te está agudizando el ingenio, oye quédate en casa, organiza tu día como quieras y relájate”.
Después de dedicarle tantas horas a la pantalla, casi he conseguido ser la trabajadora del mes, creo merezco una recompensa y sin querer ser pesada “le convenzo para que defina mejor en qué consiste nuestra faena, por lo menos que sigamos unas normas, unas tareas concretas, un orden”. Este teletrabajo es un sin vivir de la mañana a la noche.  Tengo que reconocer que los días se pasan más rápido estando entretenidos con tareas laborales, teletrabajando, pero no  por ello hay que dedicarle más de lo estrictamente convenido.

 Mi aplauso de las 8 va a ser para los que desde casa seguimos trabajando para que este país siga adelante.

miércoles, 15 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 33




Día 33: Espiral minimalista. Los amigos 15 de Abril 2020
(177.633 infectados, 18.578+1 fallecidos, 70.853 curados)

Escuchado esta tarde a  Philip Glass,  me he dado cuenta de la analogía de su música con este momento de encierro. Las armonías y los pulsos constantes de la música minimalista con todas esas  transformaciones musicales lentas, son como la metáfora del encierro. Sentir la reiteración de las frases musicales como  pequeñas actividades diarias que repetimos una y otra vez, volviéndolas a retomar con tonos emocionales más o menos reiterativos según el día y el humor con el que nos levantemos. Como en este tipo de música, estamos metidos en una espiral minimalista de cambios pausados.  Este nuevo golpe anímico  es experimental y nuevo para nosotros. Estamos constantemente repitiendo series a las que añadimos variaciones mínimas de armonía tonal para llegar a la gran pulsión final: salir de una vez por todas. Después de sorprenderme con esa similitud entre la música del compositor y este nuevo modo de vida, hoy me he planteado hacer algo diferente. Añadir un nuevo matiz a mi escala musical, nada de trabajo, nada de gimnasia, nada de cocina, nada de lectura, nada de estudio de lenguas.
He decidido prestar atención a los AMIGOS. Llamarlos al móvil, sorprenderlos con una “llamadita” inesperada, dejar los mensajes, fotos, memes o vídeos. Hablar con ellos un ratito y oír el ambientillo de su casa, así sin previo aviso, sin anestesia. Abrir los contactos y pulsar en sus nombres para ver cómo les va.
Lo mejor será un poco de organización de la agenda, más que nada por seguir un patrón, no vaya a ser que llame a alguno, más de una vez y quede al descubierto mi grado de despiste y desorientación desarrollado en estos últimos treinta y tantos días. He hecho un “esquemita” en un folio: primero los que tienen niños pequeños, después los  que soporten adolescentes,  siguiendo con los que tienen hijos universitarios, sin olvidarme de los sin hijos y los que teniéndolos ya no viven con ellos.
- “Hola ¿cómo va todo?, sí ya sé que estáis bien… me apetecía llamaros solo por charlar un poco… ¿cómo están los niños?”
Después de varias llamadas he llegado a la conclusión que tanto padres como niños están muy cansados, han realizado tantas actividades de golpe, se han esmerado tanto jugando con ellos durante los primeros días de encierro que están en un momento bajo de originalidad y tienen el ingenio por los suelos. Pusieron tanto empeño por demostrar que estar en casa iba a ser súper divertido que al final de este  mes, el ritmo frenético de inventiva se ha ido al traste. Dedicarse tanto a la cocina, elaborando galletas, tartas y bizcochos les ha llevado a una abulia enfermiza. No quieren saber nada más de confituras, masas o chocolates y mejor no les menciones el horno, ni más quebraderos por la que se prepara en la encimera con tanto jaleo. Este es el grupo de los que han acabado las existencias de harina, levadura y pasta de los supermercados.
sí, estamos cansados de jugar todo el día, de hacer comiditas para las muñecas. De manosear la plastilina. Hemos montado varios Legos. El pasillo hace de pista Formula 1. Sabemos todos los cuentos de pe a pa. Los duplo están por el suelo. Ya no saben que más pintar. Más galletas no, están hartos de comerlas. Todo el piso es un parque temático. Estamos todo el día disfrazados, dejo que me operen las veces que quieran para echar una cabezadita. Les dejo dar los balonazos que quieran. Necesito que salgan un poquito, no sabemos que más inventar. Me preguntan constantemente cuándo pueden salir y cinco minutos después repiten: ¿cuándo salimos?¿puedo ir al parque? Es una locura”.

 -“¡Qué tal! Sólo quería saber cómo lo lleváis…” No sé por qué noto cierta extenuación y malestar con los que tienen hijos en esa edad en que la protesta es la tónica diaria de la casa. Si había alguna tirantez antes de todo este lío, ahora sí que la cuerda está a punto de romper. Vaya mal “rollo” para los adolescentes estar encerrados con sus padres tantas horas y tantos días. Con la vida que tienen ahí fuera y les ha caído este virus para fastidiar todos sus planes. Es difícil para ambos soportarse. Todo el día dando órdenes y todo el día tratando de cuestionarlas y no cumplirlas. Estos de cocina no quieren saber nada, les cuesta colaborar en las tareas domésticas y tienen la excusa perfecta para  estar conectados al móvil: WhatsApp, Instagram, Twitter, Snapchat, se les queda la jornada pequeña con tanto compromiso virtual. Están alcanzando el primer eslabón de la adicción a todo lo que se mueve por la red, para muchos la Xbox es una vía de escape. Estos con lo que han acabado es con los datos del móvil.
“Todo el día controlando que no esté mucho con el móvil, que no se encierre en su habitación. Prohibido más de dos horas en la Playstation. Deberes. Atento a las clases online. Es un sin vivir, todo el día discutiendo, que te levantes, que te acuestes, no olvides asearte. Todo un dolor de cabeza. Batallando todo el día. No quiere hacer nada con nosotros. No para de hablar por la Xbox. Y no se le puede decir nada que todavía tiene algo más que decir”. Condescendiente les digo que esta es una etapa más, solo necesitan volver a la normalidad, estar en su medio, salir ahí fuera para estar con sus amigos. Siento que no puedo aliviar su angustia por mucho que me ponga en su lugar.

-“Qué bien que pudieron volver a casa antes que todo se cerrara…por lo menos no lo pasan solos.” Con los que tienen hijos universitarios la conversación ha ido más fluida, no están generando ningún problema grave. Todos están más tranquilos. No hablamos tanto de sus hijos como de ellos mismos. Aún así puedo percibir una cierta queja y “quién no la tiene estos días tan singulares”. Entiendo a ambos, después de vivir a su aire tener que volver a casa, cumplir normas que les empiezan a ser ajenas y encerrarse tanto tiempo todos juntos; siempre hay algún roce que te hace saltar y las costumbres de ellos ya no son las suyas. Estos lo mismo estudian que funden las máquinas de vídeo juego, que se tiran horas en las redes sociales. Sueñan con coger un blablacar o alquilar un par de Airbnbes. La mayoría está pensando en inscribirse en el BBK, el Sónar o el Primavera Sound. “Sí, tiene clases de manera virtual. El curso ya está acabado, preocupa los exámenes porque estudiar no mucho, los trabajos en equipo funcionan muy bien, los acaban rápido y siguen conectados para jugar unas partiditas. Habla con su novio durante horas. Ya ha comprado las entradas para el festival de verano. Va a su bola”.

-“¿¡Eh, cómo vais!? Espero que quedemos pronto…tenemos pendiente una cena….” Con los que no tienen hijos o los que los tienen pero no viven con ellos ha sido más divertido contactar. Aquí no hay muchas tiranteces, cada uno organiza su día sin molestarse. “Al principio del encierro la actividad era desbordante pero ahora han llegado a un grado de normalidad soportable. Los primeros días mucha cocina, mucha bicicleta estática, teletrabajo, parecía que no debíamos parar, pero ahora lo básico”. Excepto ligeros momentos de emoción en los que se permiten llorar por la impresión de lo que estamos viviendo, están soportando perfectamente el confinamiento. Son grandes consumidores de libros,  muchos no salen del whastApp o Twiter y no dejan pasar una serie o peli en Netflix. “Qué bien que has llamado, tenemos que quedar cuando esto acabe. Mis hijos me llaman cada dos por tres recelosos de que cometa algún error al salir a comprar y me contagie. Estoy viendo la serie…ayer hablé con… Viste la peli de…Me encuentro bien. Gracias por llamar”

Como en la música minimalista,  los amigos han añadido una escala armónica, un toque diferente de este pulso constante del día a día. Una escapada  colorista a lo reiterativo en esta música experimental que vivimos.

Mi aplauso de las 8 va a estar dedicado a niños y jóvenes, ellos también lo están pasando mal.

sábado, 11 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 29



Día 29: ¡Hoy me despido de ti. Necesito llorar! 11 de Abril 2020
(161.852 infectados,  16.352+ 1 fallecidos,  59.109 curados)

A la memoria de  A. R. F.

Estaba en la más absoluta monotonía de la tarde, los grises del cielo no se diferenciaban mucho de los colores que representaban mi estado anímico. Oía las notificaciones del móvil, como iban sonando con un intervalo de nerviosismo enérgico. Con la pereza del que tiene ya el cupo completo de visualizaciones por día, dejé pasar los pitidos del teléfono y hacerles caso en otro momento, el lapso con el que llegaban al aparato no parecía preocupante. Me encerré en la lectura y desconecté esa vía de escape tan enlazada al exterior, tan aliada a las emociones inmediatas con cada mensaje recibido. Mis ojos se cansan fácilmente con la luz de las pantallas así que sería mejor asimilar todas esas llamadas de atención para otra hora más distendida y con un espíritu más jovial.
Después de un largo silencio prolongado, ya cansada de pasar las páginas del libro y darle vueltas a mis pensamientos, sin poderme concentrar, retrocediendo las páginas y avanzando lentamente no enterándome bien del contenido de la lectura, decidí abandonar el libro. Antes de pasar a otra cosa que me evadiera del hastío, cogí mi teléfono para comprobar todo lo que me había perdido durante varias horas. Vi la foto de una esquela. Un aviso llamativo que me sorprendió. Al primer golpe de vista el nombre escrito en negrita, no me llevó a nadie conocido, pero supuse que si esa información estaba ahí era porque algo tenía que ver conmigo. Comparto todo tipo de información con mi familia, la mayoría cosas curiosas, vídeos graciosos, fotos de otro tiempo que nos llevan al recuerdo de nuestros tíos y abuelos. No solemos mandar esquelas y mucho menos sin motivo. Los nombres cariñosos o los apodos suelen sustituir a los que aparecen en el DNI, así cuando los ves de esa manera tan formal no reconoces a la persona, no caes en la cuenta que es la que nombras tan cariñosamente. Leyendo los mensajes posteriores a la nota fúnebre he sabido de quién estaban hablando y dando un grito he pronunciado su nombre.
Un escalofrío ha recorrido mi cuerpo, el maldito coronavirus se lo ha llevado en “un abrir y cerrar de ojos” “¡no me lo puedo creer, pero si estaba como un roble! Malditas estadísticas de seguimiento de fallecidos”. Esto es real. Uno de ellos es él. Pongo cara a la muerte e intento poner nombre a toda esta aflicción. Con incredulidad intento asimilar su dolor final, su expiración y un torbellino de imágenes se agolpan en mi cabeza. Le veo en una cama de hospital, SOLO, luchado por respirar, en medio de la vorágine de sanitarios por salvarle, SOLO, tumbado en la más absoluta de las soledades,  luchando  por hacerse un hueco, agarrándose a la línea de los que aún estamos aquí. Puedo verlo peleando con el respirador por  controlar el aire de sus pulmones,  manteniendo el latido hasta el final antes de su aniquilamiento por colapso total.
Busqué en el móvil de inmediato, la foto que me hice con él este verano, con los ojos llorosos negué varias veces con la cabeza la realidad “estaba estupendo ese día, afable, cariñoso, como era él” Me asombraba la manera que tenía de reconocer al que le saludaba, era algo mágico, sólo al oír la voz, él te llamaba por tu nombre. No necesitaba la vista  para saber quién eras. No había hueco a la equivocación. Con mi saludo, al vuelo me contestaba “Hola E. ya estás por aquí, cómo está tu madre, ay cuánto quería yo a tu padre”. Hace dos meses se despidió de sus amigos, lo hizo también de mi madre porque iba a dejar de vivir en el hotel que le había acogido durante años. Era el momento de mudarse a una residencia. Con la ilusión de un nuevo futuro y sin saber que se encontraría de lleno con un huracán, justo fue a dar al lugar más golpeado por esta maldita, miserable y perversa enfermedad pandémica que se está llevando a nuestros mayores. Uno de ellos el primo de mi padre.  Con mis mayores respetos A. hoy voy a llorar por ti. No quiero dejar de emocionarme, quiero sacar esta pena y convertirla en duelo. ¡Maldigo este óbito que no debería haberte señalado! Llorando quiero que sientas que no estás solo aunque te hayas ido. No puedo recuperar el momento en que te encontraste con la tristeza luchando por vivir, pero sí  quiero recordarte con tu sombrero panamá, tu bastón blanco, tus gafas oscuras, tu buen vestir, tu voz afectuosa, tu gesto amable, tu bondad infinita. Pongo una piedra como tributo en tu tumba, me despido de ti y con una fuerte emoción te dejo ir…

miércoles, 8 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 26




Día 26: ¡Con estos pelos! 8 de Abril 2020
(146.690 infectados, 14.673 fallecidos,  48.021 curados)

Es más que evidente que aquí vamos a seguir sin movernos unas tres semanas más y lo peor es que me ha cogido con unos pelos difíciles de domar. Tengo un buen largo de melena y va siendo hora de arreglar este crecimiento exponencial. No es que eche de menos a mi peluquera, porque no tengo. Unas veces experimento en una peluquería conocida y otras decido adentrarme en un establecimiento a la aventura y que sea lo que sea. Eso sí, solo pido cortarme las puntas. Lo del largo capilar es muy relativo.  Dependiendo de quién coja la tijera, le parecerá que un centímetro es suficiente para sanear el pelo o por el contrario puede decidir que varios centímetros es lo más adecuado. Mis visitas al "salón de belleza" me han demostrado que para la mayoría es mejor “atajar por lo sano” y con cinco centímetros quedan más que  satisfechas. Luego aunque pongas “cara de puerro” por ver mermada tu melena, y te enfades con su decisión,  después de haberle convencido previamente, a coger la herramienta, de “que un centímetro es suficiente para mí. ¡No sabes lo que me ha costado llegar a tener este largo!” ellas siempre ponen una voz convincente de que lo mejor ha sido cortar esa porción de pelo porque era  totalmente necesario para reparar las puntas. “Pero mira, si no están dañadas, yo solo quiero un corte diminuto, de 3 milímetros, simplemente para igualar. Además después del último crecepelo que me vendiste con propiedades prodigiosas de cuidado intensivo, a precio de oro, resulta que ahora dices que tengo que purificar lo dañado”. Cuando después de meter el último tijeretazo a mis Pelos Fritos, se atreve a recomendarme la necesidad de teñirme de castaño oscuro, me irrito en la silla, aprieto los labios para no soltar nada de lo que pueda arrepentirme, respiro hondo y hago como que no he oído nada. Por eso no tengo peluquería, ni peluquera particular, no sé cómo demonios convencerles que “no quiero teñirme el pelo, que me gusta como lo tengo blanco-negro y si quisiera sería lo primero que le diría al entrar: Hola vengo a teñirme”  Lo que ya me saca fuera de mi cordura, es cuando una vez pasado el trago del tinte viene la segunda parte de la ecuación y se atreven a decirme  que me eche un nuevo líquido que les ha llegado, justo ese día, para que mis pelos blancos no amarilleen. Con voz grave y un poco alterada les digo “¡pero mujer si ese potingue me lo va a poner AZUL, y antes que eso lo prefiero AMARILLO. Nada déjalo como está”. Cuando al final del proceso me quieren hacer esos peinados tan maravillosos les digo “¡no, por favor, está bien así, ni me lo seques que es mejor al aire, adiós!”.
No hay manera con ellas. Se crea un ambiente enrarecido y es así como caigo siempre mal al personal y tengo que cambiar de establecimiento por protestona y volver a empezar con mis explicaciones acerca de cómo quiero llevar el pelo. Menos mal que estamos llenos de peluquerías y aún me faltan unas cuantas por visitar. Por todo eso me considero una cliente pésima, conmigo se arruinan, no tendrían el negocio abierto y mira que lo siento.
Después de veintitantos días de encierro, el cuidado de mi cabello no iba a desmerecer un ápice el trabajo de las pacientes peluqueras. Ha sido el momento de sacar las tijeras y ponerne manos a la obra. “Digo yo que cortarse unos milímetros no va a ser para tanto”, no es una obra de ingeniería, ni será necesario la precisión de un maestro relojero, es simplemente eso, un ligero corte de pelo. Me he hecho una trenza y de un tajazo he cortado un centímetro. Perfecto. Por eso de igualar me he hecho dos trenzas laterales he cortado por donde me ha parecido, las he unido en el centro para rasurarlas por igual y listo. He deshecho las trenzas, me he lavado la cabeza y con el secado al aire ni se nota los tramos desiguales. Al tener el pelo rizo las imperfecciones son lo más natural. Después de presumir en casa de la hazaña de mi intenso corte, ha habido voces que se han unido y se han apuntado a que pueden ser los siguientes en pasar por mi barbería. “¿Pero no será mejor que esperéis a vuestros peluqueros? Oye que si os hago un estropicio, unos desniveles o unas calvas, no quiero responsabilidades, ni enfados, ni una palabra más alta que otra”.
Se han puesto tan pesados que he organizado una sala de espera y antes de la faena, he consultado Internet “todo un mundo lleno de tutoriales, de si coge aquí, corta por este lado, decapa primero, tijera en posición diagonal hacia abajo, luego hacia arriba, toma el pelo de esta forma o de la otra, pon pinza, luego quítala” vaya dolor de cabeza se me ha puesto con tanto vídeo. Me han subido las pulsaciones por el compromiso y no estoy segura de si puedo ser solvente en defender el resultado final.
Cuando Natan se puso la toalla por detrás del cuello, supe que la iba "a piciar", pero ya con las tijeras en mano no había más remedio que comenzar la labor. “Lo mejor es hacerte una coleta y Ras”, no sé por qué él estaba tan convencido de mi pericia, excepto la experiencia conmigo misma, nadie se había dejado poner en mis manos hasta la fecha.
“¡Qué fácil, vale ahora igualo y ya está, eh!” Mientras mis tijeras, llenas de temblor, comenzaban con la cabellera del segundo cliente, Aarón, ya tenía en la cola de nuevo al primero “casi que me cortas estos salientes de los lados, es que sobresalen mucho y hay que rebajarlos, así estoy ridículo” Con tanto agobio, normal que me pasara varios centímetros mermando el pelo del rapaz y que el filo de las tijeras se me empezara a ir de las manos “no te preocupes que lo arreglo en un momentito, te corto por el otro lado lo mismo y listo”. Cuando esto ocurre es imposible controlar los nervios, uno empieza a sudar y todos aconsejan como si fueran maestros de la profesión.
Cuando me puse a retocar los laterales de Natan, me di cuenta que mis tijeras no valían para nada. Iba como podía rebajando su pelo como decían las profesionales de Youtube “¡decapar y decapar, no, no, qué digo entresacar y entresacar el volumen! Con esas tijeras tan raras, así cualquiera”. Enseguida vi la cara de disgusto de mi cliente preferente. Disculpándome le recordé que le estaba haciendo un favor “Qué sepas que lo hago porque eres tú y sé que tienes una necesidad grande de corte, entiendo tu urgencia porque te quede bien. Recuerda que yo no quería y te estoy cortando el pelo con las tijeras de la costura, no lo olvides” Como pude salí del apuro, y ya estaba Aarón esperando para una segunda embestida, que si córtame este lado más que el otro, que rebaja aquí estos picos, que vuelve a sajar por el otro lado, que si rapa por detrás, que déjame así que creo tendencia. En fin… ¡Madre, la que he preparado con tanto malabarismo de tijera! “Yo ya os avisé que lo mío no es la peluquería, por no ser lo mío, ya sabéis que rara vez voy a una”  Lo mejor va a ser que cojamos la máquina de rasurar, os la paso y será la única manera de sanear el pelo, “que sepáis que crece” y seguro que como nos quedan días aquí en casa, cuando salgamos tendréis más de dos centímetros de espesor. “¡No os preocupéis! Lo siento chicos he intentado hacerlo lo mejor posible pero esto es cuestión de experiencia y yo no tengo ninguna”. Trato de convencerles, sin éxito, que la pelambrera les va a salir pronto y que tendrá mucha más fuerza una vez que asome. Apesadumbrados por el impacto les animo con unas buenas viandas “¡Venga vamos a celebrar  Pesah, veréis como mañana ya asoma la pelusilla en vuestras calvas!”

Hoy mi aplauso de las 8 va a ser para todos aquellos profesionales que están deseando volver a trabajar y que tanto necesitamos ponernos en sus manos.

lunes, 6 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 24




Día 24: ¿Antibacterial? Sí, por favor  6 de Abril 2020
(135.032 infectados, 13.169 fallecidos,  40.437 curados)

*Alcohol en gel o gel hidroalcohólico, gel desinfectacte, gel de alcohol, alcohol gel, gel limpiador bactericida o gel antibacterial, es un producto que se emplea como complemento del agua y el jabón para lavarse las manos. Fue creado en 1966 por la estudiante de enfermería  Guadalupe Hernández.  https://es.wikipedia.org/wiki/Alcohol_en_gel  6/abril/2020

“No hay mal que por bien no venga”.
Mira que es raro que le salga a uno hongos en el interior de las uñas de las manos, que siempre están al aire. Bueno pues a mí me acompaña uno desde hace más de dos años y medio en la uña del dedo pulgar mano derecha. Es un organismo que llevo conmigo con bastante paciencia y que aunque me fastidia no pasa de ser una molestia estética. No me duele y aunque todavía no lo he vencido, lo mantengo a raya. Tiene los días contados.
Al principio lo primero que se me ocurrió fue enseñarle mi dedo a la farmacéutica y ella categóricamente afirmó que se había apoderado de mí un hongo y no dudó en recetarme un fungicida que no valió para nada ya que al finalizar el tratamiento después de varios meses “la infección fúngica” se había extendido por toda la superficie interna entre la uña y la piel. No quiero ser desagradable contando estas miserias físicas imperceptibles. Pero los acontecimientos de este encierro han hecho variar la vida del interior de mi uña.
Visité a una podóloga, “del tema de los pies no voy a decir ni una palabra”, pero haciendo una similitud entre ambas extremidades, pensé  que ella si me podría dar una solución definitiva  para echar a este inquilino tan intrusivo. Tuve que pasar por un análisis con restos del espécimen y días después la profesional interpretó el resultado al que había llegado previamente la farmacéutica, con solo un vistazo. “Fungo diploide asexual, saprófito de la familia de los sacaromicetos”, o lo que es lo mismo “Candida albicans”
Nada importante un simple hongo invasivo. Con otro fármaco más potente que el usado anteriormente, “adiós diploide asexual” eso pensé al salir de la clínica podológica. Consumí un primer bote del potingue y otros dos más se apoderaron de mis costumbres diarias. Así que todavía sigo con el remedio porque “Candida albicans” aquí sigue haciéndome compañía. Ya lo considero una parte más de la forma de mis manos y aunque me advirtieron que era difícil desalojarlo, no creí que fuera para tanto. Casi tres años  conmigo es mucho tiempo, es toda una amistad, y no me extrañaría que me diera pena ver como se extingue de una vez por todas.
A vueltas con el confinamiento y todas las medidas higiénicas que estamos tomando para alejar al contagio, lo mejor que me podía haber ocurrido es empezar a usar el Gel limpiador de manos. Que conste que ya lo conocía aunque no lo había usado porque me daba un poco de “asquito”, olía muy bien pero me resecaba mucho las manos y no me merecía la pena usarlo. La primera vez que oí hablar del higienizante fue en la anterior epidemia, la Gripe Aviar, con ella llegó este desinfectante que invadió para bien todos los centros de trabajo y se comercializó a gran escala para uso doméstico. Ha sido ahora cuando nos hemos familiarizado de verdad con el líquido y hemos aprendido no solo a nombrarlo por un único nombre genérico si no que hemos aprendido a pedirlo con todos sus sinónimos “¡por favor tiene gel Hidroalcohólico, sanizante, higienizante, antiséptico, antibacterial…?” a estas alturas quién no ha puesto ya un gel desinfectante en su vida. Hubo un momento que desapareció de los lineales de los establecimientos y se convirtió en artículo de lujo, hoy ya se encuentra más fácilmente aunque todavía escasea. Aquí en casa un gran entusiasta de estos limpiadores bactericidas es Natan, así que esta pandemia nos cogió con toda la alacena del baño repleta del preciado gel antiséptico. Con tanta precaución empecé a usarlo en las primeras salidas para hacer la compra, era mejor empezar a acostumbrarse a poner unas gotitas “del antibacterial en las manos”. A los pocos días de embadurnármelas, noté sorprendentemente como “Candida” estaba mermando de tamaño, cambiando de color y  perdía ligeras láminas de su grosor. Lo primero que hice fue suspender el fármaco fungicida de mi podóloga, creo que el ocupante ya estaba tan habituado a él que era como echarle agua y por tanto alimentar a la bestia. Dejé mis ascos a un lado y comencé a usar cada dos por tres el insólito Bactericida, en menos de una semana la infesta se redujo a la mitad, ahora que alcanzamos las tres semanas, lo tengo dominado, aunque no vencido del todo. Su aspecto es tan diferente que puedo afirmar que a finales de abril habrá pasado a la historia. Cuando acabe todo este encierro lo primero que voy a hacer es pedir cita con la podóloga y mostrarle el gran prodigio. Abrirle los ojos a un antifármaco, al remedio definitivo para curar el bicho “Candida albicans”, el preciado Gel Hidroalcohólico.
“¡Vaya el descubrimiento que me ha hecho el coronavirus, la mezcla de alcohol etílico con agua astringente y glicerina: Gel limpiador desinfectante de manos!”

Mi aplauso de las 8 de hoy es para todos los que están investigando, tratando de conseguir un fármaco o vacuna con que paliar esta pandemia.

sábado, 4 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 22



Día 22: Perder los nervios 4 de Abril 2020
(124.736 infectados,  11.744 fallecidos, 34.219  curados)

*Recuerden que una vez hecha la compra,  hay que desinfectarlo todo porque si no pueden estar metiendo el virus en sus casas….bicarbonato, limón, lejía o vinagre.

¡Cuánto trabajo he tenido hoy!, he pasado más de tres cuartos de hora en la cola de entrada al supermercado, “¿¡cómo se me habrá ocurrido a mí elegir este día para hacer la compra!?”, lo de escoger día y hora ha pasado a la historia. Cualquier momento es malo y todos tienen sus riesgos. Con tantos metros de seguridad, la cola llegaba hasta el final del garaje y no sé qué será mejor, si que nos dejen pasar cuanto antes y estar un poco más juntos o permanecer en la oscuridad del aparcamiento respirando los gases de los coches que no paran de entrar.
La ceremonia de recogida de carro, puesta de guantes sobre tus propios guantes, limpieza de los mismos con líquido alcohólico y visto bueno del vigilante permitiendo la entrada, es tan solemne que ya quisieran muchas procesiones mantener el silencio con el que estamos llevando todo.
Noto muy nerviosos al personal del Súper “que si no te acerques, que si deja las bolsas de la fruta ahí en ese recipiente que ya te las pesaré, que no metas el carro por aquí, que no me preguntes nada, que circules y te vayas lo más rápido que puedas”. La chica de la carnicería me echó una bronca por preguntar si no había otro carnicero que la pudiera ayudar con 25 números por despachar. ¡Cómo se puso  la muchacha conmigo! La verdad es que yo quería empatizar con ella, darle la razón, no se puede trabajar en esas condiciones, sola, cortando carne y manipulando cuchillos sin más ayuda que sus dos manos. Pero resulta que lo debió entender mal. Clavó su mirada en mis ojos y a regañadientes soltó un par de juramentos y como si no hablara conmigo, dirigiéndose a la pared, vaya  “pelotera” me soltó. No disimuló nada y ya sin mirarme me lo dijo todo. “¡Cómo para no caer mal al resto de los clientes!”, intenté disimular y estuve a punto de justificarme y aclarar la situación “¡oye que yo solo quería poner un granito de ayuda en todo tu trabajo!” Mejor dejarlo, seguro que Mary Carmen no me ha reconocido, con tanto “disfraz en la cara” no parezco yo y se habrá desfogado con la que creía una desconocida.
En la sección frutería no estaban mejor las cosas. Un cartel enorme, de los que usan para promocionar la fruta del día, avisaba de que por ahí no podía pasar ningún carro. Vi la cara de la chica que estaba en la báscula resoplando y con cara de decir “¿Cuándo os piráis?” y pensé “pero Fany si resoplas así nos vas a contagiar, nos mandas distanciarnos de ti, para no compartir fluidos y tú nos echas el aire, después de estar aquí tus horas de trabajo sin protección”. No hay sentido ninguno, queremos poner remedio, pero lo hacemos mal. Cuando le pregunté por su mascarilla. Me mandó ir a hablar con su jefe y preguntárselo a él. “¡Fany, que yo solo quiero que no enfermes. Aplaudo muchos días por ti. ¿Crees que quiero que enfermes?” con cajas destempladas me contestó “¡Venga circule!”. Vaya mal humor.
Con este ambiente no hay quien se concentre, te sales un poco de la línea establecida y te ponen unas caras que no hay manera de ser agradable y tener una compra tranquila.
Lo llevo todo  apuntado para estar el menor tiempo posible en la tienda, con tanta solemnidad, sorteando obstáculos adhesivos en el suelo de si ponte aquí o allá, es toda una aventura llenar el carro. ¡Qué estrés con todo este trajín! Por otro lado  consultar la lista en mi móvil me saca de mis casillas. Con dos pares de guantes no hay sensor de huella que funcione así que además de sortear la sequedad de los empleados tengo que lidiar con un teléfono que va a negro cada dos por tres, puede que mi carácter esté también alterado. Son demasiadas variables a tener en cuenta y venir a comprar se ha convertido en todo un juego de estrategias.
Otra cosa ha sido llegar a la pescadería, no falta género donde elegir, coincidimos solo tres personas en la línea de espera y cuatro dependientes. ”¡No puede ser, sí, como te lo digo!” “¿Cómo es posible que aquí haya tantos pescaderos atendiendo a tan poca gente y allí en la carnicería…”. He estado a punto de hacer una gracia, por la disposición del personal, pero he preferido callarme y no salir “escaldada” de aquí con mi nueva ocurrencia. En fin no quiero seguir con el temita de las malas caras. Si he tenido alguna duda de dónde encontrar un producto, ni se me ha ocurrido pedir ayuda, ya sé cómo se las gastan, “así que mejor me busco la vida”
Con todo el carro lleno cuando llegas a la caja siempre hay alguien que bufa y te mira como diciendo “¡lo que vas a tardar, lleno como tienes el carro!, y poniéndote ojitos expresan un “¿me dejas pasar?…venga pasa” no tengo la culpa de todo este jaleo. Naza, la cajera, está cansada de pasar artículos y por supuesto no embolsa, no vaya a ser que la comida de su propio supermercado le vaya a contagiar. Por lo que la cola que se hace con mi carro es para llorar. “Tranquilos que no vuelvo en diez días”
Hoy sí que me ha parado la policía municipal y me ha pedido mostrarle certificado.”¿Certificado?, Ah pero ¿necesitaba que yo misma me hiciera un certificado para ir a la compra?, ¡estamos locos o qué!” No he entendido bien lo que me ha reclamado. Se ha debido equivocar de vocablo. Le explico que vengo del Híper y voy a mi casa, “que después de tres horas ya me cunde no llegar”. Solo falta que me pida el DNI y vea que mi casa está a 300 kilómetros de aquí y se cabree por la distancia que cree he recorrido y me ponga una buena multa. Al final lo que quería era que le demostrara que efectivamente venía de la tienda. O sea el “billete de compra”, que es muy diferente a tener un certificado. Ya no sabemos hablar con propiedad. Al mostrárselo, me dice con sorna “¡vaya compra más grande!” Con cara de circunstancia asiento “Pues claro, somos familia numerosa, qué más te dará a ti todo lo que compre yo”. Me digo con insistencia “Por favor tranquiliza tu genio que él está siendo  amable contigo”.
Lo peor del día estaba por llegar. El reportaje de televisión lo decía muy claro, era tajante en su argumentación. Limpiar profundamente todo al llegar a casa, para evitar coger el coronavirus “pero si me he pasado varias horas cogiendo productos en el Súper, ¿cuánto me va a llevar limpiar cada uno de los envasados, botellas, frutas, o recipientes? HORAS.
No solo me ha tocado tener que ir a comprar si no que ahora me va a tocar limpiar cada alimento, cada producto comprado y dejarlos como una patena antes de manipularlos, cocinarlos o comerlos. El documental hablaba de una profunda desinfección con bicarbonato, limón, lejía o vinagre y la periodista argumentaba con su propia compra, mostrando una bolsita cargada con dos manzanas, una lechuga y un par de botellas “¡eso es fácil, un poco de agua con jabón y listo pero ponte tú con mi compra!” Con voz firme y como si hiciera una declaración de intenciones solté en voz alta: “Chicos hoy no hay comida, voy a limpiar todo lo que he comprado, no me esperéis ya si eso mañana”
Sí, sé que estáis pensando que estoy perdiendo la cabeza, pero es que se dan tantas situaciones insólitas y singulares que hasta el más cuerdo se siente un “chiflado” y a mí me está pasando algo así.

 Mi aplauso de las 8 va a estar dedicado a todos los dependientes que están ahí para que a los clientes no nos falte de nada.