sábado, 18 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 36



Día 36: Teletrabajo 18 de Abril 2020
(191.726 infectados, 20.042 +1 fallecidos, 74.797 curados)

Teletrabajo, ¿qué hay detrás de esta palabra que parece abarcar gran parte de la actividad profesional que estamos desarrollando ahora desde nuestras casas?
He vuelto a consultar el María Moliner, para aclararme las ideas y comprender mejor en que estoy metida. En la versión de 1981 el diccionario, no recoge el vocablo en su definición más extensa y solo aporta el prefijo *tele- como palabra griega, cuyo significado es lejos. Si telecomunicación lo define como comunicación a distancia por telégrafo, teléfono o radio. O televisión como sistema de transmisión de imágenes a distancia mediante las ondas hertzianas. Voy concretando más la definición de Teletrabajo como “trabajar a distancia, trabajar desde lejos” no ha sido difícil llegar a esta conclusión, se entiende perfectamente. Aun teniéndolo tan claro he preferido  teclear en Internet “Definición de Teletrabajo” para comprobar que más se puede decir de esta nueva actividad. Queda más que patente que es un neologismo con más de quinientas mil entradas, definiéndolo principalmente con el significado al que yo había llegado sin  tanto ruido. Una cosa queda clara el uso de herramientas telemáticas de la información y de la comunicación son la esencia de esta manera de realizar el trabajo y serán la piedra angular o el núcleo de la ocupación alejada del emplazamiento usual,  o sea de la Oficina.
Estoy en condiciones de afirmar que lo que hago todos estos días de encierro es teletrabajo y quedándome las cosas tan meridianamente evidentes me gustaría aclarar que esta nueva manera de “curro” es francamente estresante, no hay un minuto de parada, corte, descanso o despiste que rompa la línea entre hogar y oficina, donde todo es lo mismo, faena, ocupación, currelo, trabajo doméstico o teletrabajo en definitiva fatiga y esfuerzo.
Todos los días a la misma hora abro mi ordenador para teletrabajar, “llevo a rajatabla mis rutinas porque los psicólogos, estos días, insisten que es la única manera de mantenerse cuerdos”. Para que todo parezca como si estuviera allí, pero poniendo 47 kilómetros de por medio, me visto adecuadamente, “impecable como siempre”, sin olvidar los tacones, el peinado, el maquillaje y la colonia. Esto es bueno para ponerme en situación. Sé que no es lo mismo pero por lo menos hay que intentarlo. Es cierto que me encanta mi trabajo y que no idolatro el momento de la jubilación. “Echo de menos el ambientillo al entrar en la oficina, llegar tempranito y seguir allí hasta bien entrada la noche. El bullicio entre compañeros, chismorreos de distensión, risitas nerviosas.  Ese cafecito matutino, ¡qué bien sienta!”. Esas horas interminables de pantalla, papeles por todos los lados”. Sí, una pena estar tan lejos de mi silla aerodinámica último modelo para soportar todas esas horas sin moverse del sitio, “¡espero volver cuanto antes!”
Por otro lado lo que no me queda nada claro una vez definido el término Teletrabajo, de manera intrínseca, es en qué circunstancias debo aplicarlo y con ello me refiero a las enormes dudas de cómo aplicar esta expresión con respecto a mí. “¿Debo trabajar las 8 horas en mi casa sentada en esta silla tan incómoda?¿Cuándo debo cerrar la solapa de mi portátil para que no entre ninguna información más?¿Cuándo tengo que desconectar mi teléfono para no recibir más mensajes de clientes, compañeros, o jefe pidiéndome todo tipo de memorias, albaranes, facturas, comparativas, balances, mándame eso o rellena aquello, vuelve a hacer tabla, cubre aquí …” No quiero apagar mi móvil, tengo otras cosas que ver en él, pero así no hay manera de mantenerlo abierto.
Pongamos orden en todo esto, no puedo trabajar todo el día, “tendré en algún momento que conciliar con mi familia”. Necesito saber cuándo empezar mi jornada laboral para acabarla 8 horas después, cómo en la oficina. No puedo seguir estirando las horas con todos los mensajes que me llegan, las notificaciones siguen de madruga y antes de amanecer ya están esperándome no sé cuántos correos electrónicos para una contestación inmediata, “¡lo sé, forma parte de esta manera de trabajar con las tecnologías pero chicos parar ya!”.  Solo quiero saber si esta forma tan flexible de organización con la que se define Teletrabajar podemos organizarla de verdad, “¿es que no atendéis a vuestros hijos?, ¿no tenéis necesidad de prestarle atención a vuestra pareja? ¿No descansáis en algún momento del día?, qué os pasa, ¿es que ni siquiera vais a hacer un bizcocho?
Os repito, si nunca hemos trabajado sábados, domingos y festivos, para que tanta solicitud y empeño, ¿¡qué pasa, el encierro os ha vuelto tarumbas!? Estoy al día con el trabajo atrasado, ya he hecho la memoria de resultados, he contactado con proveedores, es más, ya tengo casi preparado el vídeo presentación para la campaña de Septiembre. “¿Por favor podemos parar un poco?”
En la última vídeo conferencia con mi jefe, cuando me ha dicho que estoy más demacrada, le he soltado “por favor Noé, déjame ir a la oficina, yo solita, nadie más que yo, al salir limpio todo, estoy allí mis ocho horas y ya. Esto pararía el goteo interminable de mensajes y correos. Ya sabes que yo aquí o allí teletrabajo siempre desde mi ordenador, ¿por qué tanta actividad ahora? Ya me conoces que soy muy metódica y necesito delimitar bien las horas. ¡Por favor déjame acudir a la oficina! En serio, no puedo más” Él es un tío majo y no se ha tomado a mal mis súplicas, se ha reído con mis ocurrencias, pero “me ha mandado a paseo” y mucho menos le he colado mi idea de abandonar el hogar para conquistar el ajetreo de mi despacho. “Cómo eres Ely, sigues siempre tan exagerada, este confinamiento te está agudizando el ingenio, oye quédate en casa, organiza tu día como quieras y relájate”.
Después de dedicarle tantas horas a la pantalla, casi he conseguido ser la trabajadora del mes, creo merezco una recompensa y sin querer ser pesada “le convenzo para que defina mejor en qué consiste nuestra faena, por lo menos que sigamos unas normas, unas tareas concretas, un orden”. Este teletrabajo es un sin vivir de la mañana a la noche.  Tengo que reconocer que los días se pasan más rápido estando entretenidos con tareas laborales, teletrabajando, pero no  por ello hay que dedicarle más de lo estrictamente convenido.

 Mi aplauso de las 8 va a ser para los que desde casa seguimos trabajando para que este país siga adelante.

miércoles, 15 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 33




Día 33: Espiral minimalista. Los amigos 15 de Abril 2020
(177.633 infectados, 18.578+1 fallecidos, 70.853 curados)

Escuchado esta tarde a  Philip Glass,  me he dado cuenta de la analogía de su música con este momento de encierro. Las armonías y los pulsos constantes de la música minimalista con todas esas  transformaciones musicales lentas, son como la metáfora del encierro. Sentir la reiteración de las frases musicales como  pequeñas actividades diarias que repetimos una y otra vez, volviéndolas a retomar con tonos emocionales más o menos reiterativos según el día y el humor con el que nos levantemos. Como en este tipo de música, estamos metidos en una espiral minimalista de cambios pausados.  Este nuevo golpe anímico  es experimental y nuevo para nosotros. Estamos constantemente repitiendo series a las que añadimos variaciones mínimas de armonía tonal para llegar a la gran pulsión final: salir de una vez por todas. Después de sorprenderme con esa similitud entre la música del compositor y este nuevo modo de vida, hoy me he planteado hacer algo diferente. Añadir un nuevo matiz a mi escala musical, nada de trabajo, nada de gimnasia, nada de cocina, nada de lectura, nada de estudio de lenguas.
He decidido prestar atención a los AMIGOS. Llamarlos al móvil, sorprenderlos con una “llamadita” inesperada, dejar los mensajes, fotos, memes o vídeos. Hablar con ellos un ratito y oír el ambientillo de su casa, así sin previo aviso, sin anestesia. Abrir los contactos y pulsar en sus nombres para ver cómo les va.
Lo mejor será un poco de organización de la agenda, más que nada por seguir un patrón, no vaya a ser que llame a alguno, más de una vez y quede al descubierto mi grado de despiste y desorientación desarrollado en estos últimos treinta y tantos días. He hecho un “esquemita” en un folio: primero los que tienen niños pequeños, después los  que soporten adolescentes,  siguiendo con los que tienen hijos universitarios, sin olvidarme de los sin hijos y los que teniéndolos ya no viven con ellos.
- “Hola ¿cómo va todo?, sí ya sé que estáis bien… me apetecía llamaros solo por charlar un poco… ¿cómo están los niños?”
Después de varias llamadas he llegado a la conclusión que tanto padres como niños están muy cansados, han realizado tantas actividades de golpe, se han esmerado tanto jugando con ellos durante los primeros días de encierro que están en un momento bajo de originalidad y tienen el ingenio por los suelos. Pusieron tanto empeño por demostrar que estar en casa iba a ser súper divertido que al final de este  mes, el ritmo frenético de inventiva se ha ido al traste. Dedicarse tanto a la cocina, elaborando galletas, tartas y bizcochos les ha llevado a una abulia enfermiza. No quieren saber nada más de confituras, masas o chocolates y mejor no les menciones el horno, ni más quebraderos por la que se prepara en la encimera con tanto jaleo. Este es el grupo de los que han acabado las existencias de harina, levadura y pasta de los supermercados.
sí, estamos cansados de jugar todo el día, de hacer comiditas para las muñecas. De manosear la plastilina. Hemos montado varios Legos. El pasillo hace de pista Formula 1. Sabemos todos los cuentos de pe a pa. Los duplo están por el suelo. Ya no saben que más pintar. Más galletas no, están hartos de comerlas. Todo el piso es un parque temático. Estamos todo el día disfrazados, dejo que me operen las veces que quieran para echar una cabezadita. Les dejo dar los balonazos que quieran. Necesito que salgan un poquito, no sabemos que más inventar. Me preguntan constantemente cuándo pueden salir y cinco minutos después repiten: ¿cuándo salimos?¿puedo ir al parque? Es una locura”.

 -“¡Qué tal! Sólo quería saber cómo lo lleváis…” No sé por qué noto cierta extenuación y malestar con los que tienen hijos en esa edad en que la protesta es la tónica diaria de la casa. Si había alguna tirantez antes de todo este lío, ahora sí que la cuerda está a punto de romper. Vaya mal “rollo” para los adolescentes estar encerrados con sus padres tantas horas y tantos días. Con la vida que tienen ahí fuera y les ha caído este virus para fastidiar todos sus planes. Es difícil para ambos soportarse. Todo el día dando órdenes y todo el día tratando de cuestionarlas y no cumplirlas. Estos de cocina no quieren saber nada, les cuesta colaborar en las tareas domésticas y tienen la excusa perfecta para  estar conectados al móvil: WhatsApp, Instagram, Twitter, Snapchat, se les queda la jornada pequeña con tanto compromiso virtual. Están alcanzando el primer eslabón de la adicción a todo lo que se mueve por la red, para muchos la Xbox es una vía de escape. Estos con lo que han acabado es con los datos del móvil.
“Todo el día controlando que no esté mucho con el móvil, que no se encierre en su habitación. Prohibido más de dos horas en la Playstation. Deberes. Atento a las clases online. Es un sin vivir, todo el día discutiendo, que te levantes, que te acuestes, no olvides asearte. Todo un dolor de cabeza. Batallando todo el día. No quiere hacer nada con nosotros. No para de hablar por la Xbox. Y no se le puede decir nada que todavía tiene algo más que decir”. Condescendiente les digo que esta es una etapa más, solo necesitan volver a la normalidad, estar en su medio, salir ahí fuera para estar con sus amigos. Siento que no puedo aliviar su angustia por mucho que me ponga en su lugar.

-“Qué bien que pudieron volver a casa antes que todo se cerrara…por lo menos no lo pasan solos.” Con los que tienen hijos universitarios la conversación ha ido más fluida, no están generando ningún problema grave. Todos están más tranquilos. No hablamos tanto de sus hijos como de ellos mismos. Aún así puedo percibir una cierta queja y “quién no la tiene estos días tan singulares”. Entiendo a ambos, después de vivir a su aire tener que volver a casa, cumplir normas que les empiezan a ser ajenas y encerrarse tanto tiempo todos juntos; siempre hay algún roce que te hace saltar y las costumbres de ellos ya no son las suyas. Estos lo mismo estudian que funden las máquinas de vídeo juego, que se tiran horas en las redes sociales. Sueñan con coger un blablacar o alquilar un par de Airbnbes. La mayoría está pensando en inscribirse en el BBK, el Sónar o el Primavera Sound. “Sí, tiene clases de manera virtual. El curso ya está acabado, preocupa los exámenes porque estudiar no mucho, los trabajos en equipo funcionan muy bien, los acaban rápido y siguen conectados para jugar unas partiditas. Habla con su novio durante horas. Ya ha comprado las entradas para el festival de verano. Va a su bola”.

-“¿¡Eh, cómo vais!? Espero que quedemos pronto…tenemos pendiente una cena….” Con los que no tienen hijos o los que los tienen pero no viven con ellos ha sido más divertido contactar. Aquí no hay muchas tiranteces, cada uno organiza su día sin molestarse. “Al principio del encierro la actividad era desbordante pero ahora han llegado a un grado de normalidad soportable. Los primeros días mucha cocina, mucha bicicleta estática, teletrabajo, parecía que no debíamos parar, pero ahora lo básico”. Excepto ligeros momentos de emoción en los que se permiten llorar por la impresión de lo que estamos viviendo, están soportando perfectamente el confinamiento. Son grandes consumidores de libros,  muchos no salen del whastApp o Twiter y no dejan pasar una serie o peli en Netflix. “Qué bien que has llamado, tenemos que quedar cuando esto acabe. Mis hijos me llaman cada dos por tres recelosos de que cometa algún error al salir a comprar y me contagie. Estoy viendo la serie…ayer hablé con… Viste la peli de…Me encuentro bien. Gracias por llamar”

Como en la música minimalista,  los amigos han añadido una escala armónica, un toque diferente de este pulso constante del día a día. Una escapada  colorista a lo reiterativo en esta música experimental que vivimos.

Mi aplauso de las 8 va a estar dedicado a niños y jóvenes, ellos también lo están pasando mal.

sábado, 11 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 29



Día 29: ¡Hoy me despido de ti. Necesito llorar! 11 de Abril 2020
(161.852 infectados,  16.352+ 1 fallecidos,  59.109 curados)

A la memoria de  A. R. F.

Estaba en la más absoluta monotonía de la tarde, los grises del cielo no se diferenciaban mucho de los colores que representaban mi estado anímico. Oía las notificaciones del móvil, como iban sonando con un intervalo de nerviosismo enérgico. Con la pereza del que tiene ya el cupo completo de visualizaciones por día, dejé pasar los pitidos del teléfono y hacerles caso en otro momento, el lapso con el que llegaban al aparato no parecía preocupante. Me encerré en la lectura y desconecté esa vía de escape tan enlazada al exterior, tan aliada a las emociones inmediatas con cada mensaje recibido. Mis ojos se cansan fácilmente con la luz de las pantallas así que sería mejor asimilar todas esas llamadas de atención para otra hora más distendida y con un espíritu más jovial.
Después de un largo silencio prolongado, ya cansada de pasar las páginas del libro y darle vueltas a mis pensamientos, sin poderme concentrar, retrocediendo las páginas y avanzando lentamente no enterándome bien del contenido de la lectura, decidí abandonar el libro. Antes de pasar a otra cosa que me evadiera del hastío, cogí mi teléfono para comprobar todo lo que me había perdido durante varias horas. Vi la foto de una esquela. Un aviso llamativo que me sorprendió. Al primer golpe de vista el nombre escrito en negrita, no me llevó a nadie conocido, pero supuse que si esa información estaba ahí era porque algo tenía que ver conmigo. Comparto todo tipo de información con mi familia, la mayoría cosas curiosas, vídeos graciosos, fotos de otro tiempo que nos llevan al recuerdo de nuestros tíos y abuelos. No solemos mandar esquelas y mucho menos sin motivo. Los nombres cariñosos o los apodos suelen sustituir a los que aparecen en el DNI, así cuando los ves de esa manera tan formal no reconoces a la persona, no caes en la cuenta que es la que nombras tan cariñosamente. Leyendo los mensajes posteriores a la nota fúnebre he sabido de quién estaban hablando y dando un grito he pronunciado su nombre.
Un escalofrío ha recorrido mi cuerpo, el maldito coronavirus se lo ha llevado en “un abrir y cerrar de ojos” “¡no me lo puedo creer, pero si estaba como un roble! Malditas estadísticas de seguimiento de fallecidos”. Esto es real. Uno de ellos es él. Pongo cara a la muerte e intento poner nombre a toda esta aflicción. Con incredulidad intento asimilar su dolor final, su expiración y un torbellino de imágenes se agolpan en mi cabeza. Le veo en una cama de hospital, SOLO, luchado por respirar, en medio de la vorágine de sanitarios por salvarle, SOLO, tumbado en la más absoluta de las soledades,  luchando  por hacerse un hueco, agarrándose a la línea de los que aún estamos aquí. Puedo verlo peleando con el respirador por  controlar el aire de sus pulmones,  manteniendo el latido hasta el final antes de su aniquilamiento por colapso total.
Busqué en el móvil de inmediato, la foto que me hice con él este verano, con los ojos llorosos negué varias veces con la cabeza la realidad “estaba estupendo ese día, afable, cariñoso, como era él” Me asombraba la manera que tenía de reconocer al que le saludaba, era algo mágico, sólo al oír la voz, él te llamaba por tu nombre. No necesitaba la vista  para saber quién eras. No había hueco a la equivocación. Con mi saludo, al vuelo me contestaba “Hola E. ya estás por aquí, cómo está tu madre, ay cuánto quería yo a tu padre”. Hace dos meses se despidió de sus amigos, lo hizo también de mi madre porque iba a dejar de vivir en el hotel que le había acogido durante años. Era el momento de mudarse a una residencia. Con la ilusión de un nuevo futuro y sin saber que se encontraría de lleno con un huracán, justo fue a dar al lugar más golpeado por esta maldita, miserable y perversa enfermedad pandémica que se está llevando a nuestros mayores. Uno de ellos el primo de mi padre.  Con mis mayores respetos A. hoy voy a llorar por ti. No quiero dejar de emocionarme, quiero sacar esta pena y convertirla en duelo. ¡Maldigo este óbito que no debería haberte señalado! Llorando quiero que sientas que no estás solo aunque te hayas ido. No puedo recuperar el momento en que te encontraste con la tristeza luchando por vivir, pero sí  quiero recordarte con tu sombrero panamá, tu bastón blanco, tus gafas oscuras, tu buen vestir, tu voz afectuosa, tu gesto amable, tu bondad infinita. Pongo una piedra como tributo en tu tumba, me despido de ti y con una fuerte emoción te dejo ir…

miércoles, 8 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 26




Día 26: ¡Con estos pelos! 8 de Abril 2020
(146.690 infectados, 14.673 fallecidos,  48.021 curados)

Es más que evidente que aquí vamos a seguir sin movernos unas tres semanas más y lo peor es que me ha cogido con unos pelos difíciles de domar. Tengo un buen largo de melena y va siendo hora de arreglar este crecimiento exponencial. No es que eche de menos a mi peluquera, porque no tengo. Unas veces experimento en una peluquería conocida y otras decido adentrarme en un establecimiento a la aventura y que sea lo que sea. Eso sí, solo pido cortarme las puntas. Lo del largo capilar es muy relativo.  Dependiendo de quién coja la tijera, le parecerá que un centímetro es suficiente para sanear el pelo o por el contrario puede decidir que varios centímetros es lo más adecuado. Mis visitas al "salón de belleza" me han demostrado que para la mayoría es mejor “atajar por lo sano” y con cinco centímetros quedan más que  satisfechas. Luego aunque pongas “cara de puerro” por ver mermada tu melena, y te enfades con su decisión,  después de haberle convencido previamente, a coger la herramienta, de “que un centímetro es suficiente para mí. ¡No sabes lo que me ha costado llegar a tener este largo!” ellas siempre ponen una voz convincente de que lo mejor ha sido cortar esa porción de pelo porque era  totalmente necesario para reparar las puntas. “Pero mira, si no están dañadas, yo solo quiero un corte diminuto, de 3 milímetros, simplemente para igualar. Además después del último crecepelo que me vendiste con propiedades prodigiosas de cuidado intensivo, a precio de oro, resulta que ahora dices que tengo que purificar lo dañado”. Cuando después de meter el último tijeretazo a mis Pelos Fritos, se atreve a recomendarme la necesidad de teñirme de castaño oscuro, me irrito en la silla, aprieto los labios para no soltar nada de lo que pueda arrepentirme, respiro hondo y hago como que no he oído nada. Por eso no tengo peluquería, ni peluquera particular, no sé cómo demonios convencerles que “no quiero teñirme el pelo, que me gusta como lo tengo blanco-negro y si quisiera sería lo primero que le diría al entrar: Hola vengo a teñirme”  Lo que ya me saca fuera de mi cordura, es cuando una vez pasado el trago del tinte viene la segunda parte de la ecuación y se atreven a decirme  que me eche un nuevo líquido que les ha llegado, justo ese día, para que mis pelos blancos no amarilleen. Con voz grave y un poco alterada les digo “¡pero mujer si ese potingue me lo va a poner AZUL, y antes que eso lo prefiero AMARILLO. Nada déjalo como está”. Cuando al final del proceso me quieren hacer esos peinados tan maravillosos les digo “¡no, por favor, está bien así, ni me lo seques que es mejor al aire, adiós!”.
No hay manera con ellas. Se crea un ambiente enrarecido y es así como caigo siempre mal al personal y tengo que cambiar de establecimiento por protestona y volver a empezar con mis explicaciones acerca de cómo quiero llevar el pelo. Menos mal que estamos llenos de peluquerías y aún me faltan unas cuantas por visitar. Por todo eso me considero una cliente pésima, conmigo se arruinan, no tendrían el negocio abierto y mira que lo siento.
Después de veintitantos días de encierro, el cuidado de mi cabello no iba a desmerecer un ápice el trabajo de las pacientes peluqueras. Ha sido el momento de sacar las tijeras y ponerne manos a la obra. “Digo yo que cortarse unos milímetros no va a ser para tanto”, no es una obra de ingeniería, ni será necesario la precisión de un maestro relojero, es simplemente eso, un ligero corte de pelo. Me he hecho una trenza y de un tajazo he cortado un centímetro. Perfecto. Por eso de igualar me he hecho dos trenzas laterales he cortado por donde me ha parecido, las he unido en el centro para rasurarlas por igual y listo. He deshecho las trenzas, me he lavado la cabeza y con el secado al aire ni se nota los tramos desiguales. Al tener el pelo rizo las imperfecciones son lo más natural. Después de presumir en casa de la hazaña de mi intenso corte, ha habido voces que se han unido y se han apuntado a que pueden ser los siguientes en pasar por mi barbería. “¿Pero no será mejor que esperéis a vuestros peluqueros? Oye que si os hago un estropicio, unos desniveles o unas calvas, no quiero responsabilidades, ni enfados, ni una palabra más alta que otra”.
Se han puesto tan pesados que he organizado una sala de espera y antes de la faena, he consultado Internet “todo un mundo lleno de tutoriales, de si coge aquí, corta por este lado, decapa primero, tijera en posición diagonal hacia abajo, luego hacia arriba, toma el pelo de esta forma o de la otra, pon pinza, luego quítala” vaya dolor de cabeza se me ha puesto con tanto vídeo. Me han subido las pulsaciones por el compromiso y no estoy segura de si puedo ser solvente en defender el resultado final.
Cuando Natan se puso la toalla por detrás del cuello, supe que la iba "a piciar", pero ya con las tijeras en mano no había más remedio que comenzar la labor. “Lo mejor es hacerte una coleta y Ras”, no sé por qué él estaba tan convencido de mi pericia, excepto la experiencia conmigo misma, nadie se había dejado poner en mis manos hasta la fecha.
“¡Qué fácil, vale ahora igualo y ya está, eh!” Mientras mis tijeras, llenas de temblor, comenzaban con la cabellera del segundo cliente, Aarón, ya tenía en la cola de nuevo al primero “casi que me cortas estos salientes de los lados, es que sobresalen mucho y hay que rebajarlos, así estoy ridículo” Con tanto agobio, normal que me pasara varios centímetros mermando el pelo del rapaz y que el filo de las tijeras se me empezara a ir de las manos “no te preocupes que lo arreglo en un momentito, te corto por el otro lado lo mismo y listo”. Cuando esto ocurre es imposible controlar los nervios, uno empieza a sudar y todos aconsejan como si fueran maestros de la profesión.
Cuando me puse a retocar los laterales de Natan, me di cuenta que mis tijeras no valían para nada. Iba como podía rebajando su pelo como decían las profesionales de Youtube “¡decapar y decapar, no, no, qué digo entresacar y entresacar el volumen! Con esas tijeras tan raras, así cualquiera”. Enseguida vi la cara de disgusto de mi cliente preferente. Disculpándome le recordé que le estaba haciendo un favor “Qué sepas que lo hago porque eres tú y sé que tienes una necesidad grande de corte, entiendo tu urgencia porque te quede bien. Recuerda que yo no quería y te estoy cortando el pelo con las tijeras de la costura, no lo olvides” Como pude salí del apuro, y ya estaba Aarón esperando para una segunda embestida, que si córtame este lado más que el otro, que rebaja aquí estos picos, que vuelve a sajar por el otro lado, que si rapa por detrás, que déjame así que creo tendencia. En fin… ¡Madre, la que he preparado con tanto malabarismo de tijera! “Yo ya os avisé que lo mío no es la peluquería, por no ser lo mío, ya sabéis que rara vez voy a una”  Lo mejor va a ser que cojamos la máquina de rasurar, os la paso y será la única manera de sanear el pelo, “que sepáis que crece” y seguro que como nos quedan días aquí en casa, cuando salgamos tendréis más de dos centímetros de espesor. “¡No os preocupéis! Lo siento chicos he intentado hacerlo lo mejor posible pero esto es cuestión de experiencia y yo no tengo ninguna”. Trato de convencerles, sin éxito, que la pelambrera les va a salir pronto y que tendrá mucha más fuerza una vez que asome. Apesadumbrados por el impacto les animo con unas buenas viandas “¡Venga vamos a celebrar  Pesah, veréis como mañana ya asoma la pelusilla en vuestras calvas!”

Hoy mi aplauso de las 8 va a ser para todos aquellos profesionales que están deseando volver a trabajar y que tanto necesitamos ponernos en sus manos.

lunes, 6 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 24




Día 24: ¿Antibacterial? Sí, por favor  6 de Abril 2020
(135.032 infectados, 13.169 fallecidos,  40.437 curados)

*Alcohol en gel o gel hidroalcohólico, gel desinfectacte, gel de alcohol, alcohol gel, gel limpiador bactericida o gel antibacterial, es un producto que se emplea como complemento del agua y el jabón para lavarse las manos. Fue creado en 1966 por la estudiante de enfermería  Guadalupe Hernández.  https://es.wikipedia.org/wiki/Alcohol_en_gel  6/abril/2020

“No hay mal que por bien no venga”.
Mira que es raro que le salga a uno hongos en el interior de las uñas de las manos, que siempre están al aire. Bueno pues a mí me acompaña uno desde hace más de dos años y medio en la uña del dedo pulgar mano derecha. Es un organismo que llevo conmigo con bastante paciencia y que aunque me fastidia no pasa de ser una molestia estética. No me duele y aunque todavía no lo he vencido, lo mantengo a raya. Tiene los días contados.
Al principio lo primero que se me ocurrió fue enseñarle mi dedo a la farmacéutica y ella categóricamente afirmó que se había apoderado de mí un hongo y no dudó en recetarme un fungicida que no valió para nada ya que al finalizar el tratamiento después de varios meses “la infección fúngica” se había extendido por toda la superficie interna entre la uña y la piel. No quiero ser desagradable contando estas miserias físicas imperceptibles. Pero los acontecimientos de este encierro han hecho variar la vida del interior de mi uña.
Visité a una podóloga, “del tema de los pies no voy a decir ni una palabra”, pero haciendo una similitud entre ambas extremidades, pensé  que ella si me podría dar una solución definitiva  para echar a este inquilino tan intrusivo. Tuve que pasar por un análisis con restos del espécimen y días después la profesional interpretó el resultado al que había llegado previamente la farmacéutica, con solo un vistazo. “Fungo diploide asexual, saprófito de la familia de los sacaromicetos”, o lo que es lo mismo “Candida albicans”
Nada importante un simple hongo invasivo. Con otro fármaco más potente que el usado anteriormente, “adiós diploide asexual” eso pensé al salir de la clínica podológica. Consumí un primer bote del potingue y otros dos más se apoderaron de mis costumbres diarias. Así que todavía sigo con el remedio porque “Candida albicans” aquí sigue haciéndome compañía. Ya lo considero una parte más de la forma de mis manos y aunque me advirtieron que era difícil desalojarlo, no creí que fuera para tanto. Casi tres años  conmigo es mucho tiempo, es toda una amistad, y no me extrañaría que me diera pena ver como se extingue de una vez por todas.
A vueltas con el confinamiento y todas las medidas higiénicas que estamos tomando para alejar al contagio, lo mejor que me podía haber ocurrido es empezar a usar el Gel limpiador de manos. Que conste que ya lo conocía aunque no lo había usado porque me daba un poco de “asquito”, olía muy bien pero me resecaba mucho las manos y no me merecía la pena usarlo. La primera vez que oí hablar del higienizante fue en la anterior epidemia, la Gripe Aviar, con ella llegó este desinfectante que invadió para bien todos los centros de trabajo y se comercializó a gran escala para uso doméstico. Ha sido ahora cuando nos hemos familiarizado de verdad con el líquido y hemos aprendido no solo a nombrarlo por un único nombre genérico si no que hemos aprendido a pedirlo con todos sus sinónimos “¡por favor tiene gel Hidroalcohólico, sanizante, higienizante, antiséptico, antibacterial…?” a estas alturas quién no ha puesto ya un gel desinfectante en su vida. Hubo un momento que desapareció de los lineales de los establecimientos y se convirtió en artículo de lujo, hoy ya se encuentra más fácilmente aunque todavía escasea. Aquí en casa un gran entusiasta de estos limpiadores bactericidas es Natan, así que esta pandemia nos cogió con toda la alacena del baño repleta del preciado gel antiséptico. Con tanta precaución empecé a usarlo en las primeras salidas para hacer la compra, era mejor empezar a acostumbrarse a poner unas gotitas “del antibacterial en las manos”. A los pocos días de embadurnármelas, noté sorprendentemente como “Candida” estaba mermando de tamaño, cambiando de color y  perdía ligeras láminas de su grosor. Lo primero que hice fue suspender el fármaco fungicida de mi podóloga, creo que el ocupante ya estaba tan habituado a él que era como echarle agua y por tanto alimentar a la bestia. Dejé mis ascos a un lado y comencé a usar cada dos por tres el insólito Bactericida, en menos de una semana la infesta se redujo a la mitad, ahora que alcanzamos las tres semanas, lo tengo dominado, aunque no vencido del todo. Su aspecto es tan diferente que puedo afirmar que a finales de abril habrá pasado a la historia. Cuando acabe todo este encierro lo primero que voy a hacer es pedir cita con la podóloga y mostrarle el gran prodigio. Abrirle los ojos a un antifármaco, al remedio definitivo para curar el bicho “Candida albicans”, el preciado Gel Hidroalcohólico.
“¡Vaya el descubrimiento que me ha hecho el coronavirus, la mezcla de alcohol etílico con agua astringente y glicerina: Gel limpiador desinfectante de manos!”

Mi aplauso de las 8 de hoy es para todos los que están investigando, tratando de conseguir un fármaco o vacuna con que paliar esta pandemia.

sábado, 4 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 22



Día 22: Perder los nervios 4 de Abril 2020
(124.736 infectados,  11.744 fallecidos, 34.219  curados)

*Recuerden que una vez hecha la compra,  hay que desinfectarlo todo porque si no pueden estar metiendo el virus en sus casas….bicarbonato, limón, lejía o vinagre.

¡Cuánto trabajo he tenido hoy!, he pasado más de tres cuartos de hora en la cola de entrada al supermercado, “¿¡cómo se me habrá ocurrido a mí elegir este día para hacer la compra!?”, lo de escoger día y hora ha pasado a la historia. Cualquier momento es malo y todos tienen sus riesgos. Con tantos metros de seguridad, la cola llegaba hasta el final del garaje y no sé qué será mejor, si que nos dejen pasar cuanto antes y estar un poco más juntos o permanecer en la oscuridad del aparcamiento respirando los gases de los coches que no paran de entrar.
La ceremonia de recogida de carro, puesta de guantes sobre tus propios guantes, limpieza de los mismos con líquido alcohólico y visto bueno del vigilante permitiendo la entrada, es tan solemne que ya quisieran muchas procesiones mantener el silencio con el que estamos llevando todo.
Noto muy nerviosos al personal del Súper “que si no te acerques, que si deja las bolsas de la fruta ahí en ese recipiente que ya te las pesaré, que no metas el carro por aquí, que no me preguntes nada, que circules y te vayas lo más rápido que puedas”. La chica de la carnicería me echó una bronca por preguntar si no había otro carnicero que la pudiera ayudar con 25 números por despachar. ¡Cómo se puso  la muchacha conmigo! La verdad es que yo quería empatizar con ella, darle la razón, no se puede trabajar en esas condiciones, sola, cortando carne y manipulando cuchillos sin más ayuda que sus dos manos. Pero resulta que lo debió entender mal. Clavó su mirada en mis ojos y a regañadientes soltó un par de juramentos y como si no hablara conmigo, dirigiéndose a la pared, vaya  “pelotera” me soltó. No disimuló nada y ya sin mirarme me lo dijo todo. “¡Cómo para no caer mal al resto de los clientes!”, intenté disimular y estuve a punto de justificarme y aclarar la situación “¡oye que yo solo quería poner un granito de ayuda en todo tu trabajo!” Mejor dejarlo, seguro que Mary Carmen no me ha reconocido, con tanto “disfraz en la cara” no parezco yo y se habrá desfogado con la que creía una desconocida.
En la sección frutería no estaban mejor las cosas. Un cartel enorme, de los que usan para promocionar la fruta del día, avisaba de que por ahí no podía pasar ningún carro. Vi la cara de la chica que estaba en la báscula resoplando y con cara de decir “¿Cuándo os piráis?” y pensé “pero Fany si resoplas así nos vas a contagiar, nos mandas distanciarnos de ti, para no compartir fluidos y tú nos echas el aire, después de estar aquí tus horas de trabajo sin protección”. No hay sentido ninguno, queremos poner remedio, pero lo hacemos mal. Cuando le pregunté por su mascarilla. Me mandó ir a hablar con su jefe y preguntárselo a él. “¡Fany, que yo solo quiero que no enfermes. Aplaudo muchos días por ti. ¿Crees que quiero que enfermes?” con cajas destempladas me contestó “¡Venga circule!”. Vaya mal humor.
Con este ambiente no hay quien se concentre, te sales un poco de la línea establecida y te ponen unas caras que no hay manera de ser agradable y tener una compra tranquila.
Lo llevo todo  apuntado para estar el menor tiempo posible en la tienda, con tanta solemnidad, sorteando obstáculos adhesivos en el suelo de si ponte aquí o allá, es toda una aventura llenar el carro. ¡Qué estrés con todo este trajín! Por otro lado  consultar la lista en mi móvil me saca de mis casillas. Con dos pares de guantes no hay sensor de huella que funcione así que además de sortear la sequedad de los empleados tengo que lidiar con un teléfono que va a negro cada dos por tres, puede que mi carácter esté también alterado. Son demasiadas variables a tener en cuenta y venir a comprar se ha convertido en todo un juego de estrategias.
Otra cosa ha sido llegar a la pescadería, no falta género donde elegir, coincidimos solo tres personas en la línea de espera y cuatro dependientes. ”¡No puede ser, sí, como te lo digo!” “¿Cómo es posible que aquí haya tantos pescaderos atendiendo a tan poca gente y allí en la carnicería…”. He estado a punto de hacer una gracia, por la disposición del personal, pero he preferido callarme y no salir “escaldada” de aquí con mi nueva ocurrencia. En fin no quiero seguir con el temita de las malas caras. Si he tenido alguna duda de dónde encontrar un producto, ni se me ha ocurrido pedir ayuda, ya sé cómo se las gastan, “así que mejor me busco la vida”
Con todo el carro lleno cuando llegas a la caja siempre hay alguien que bufa y te mira como diciendo “¡lo que vas a tardar, lleno como tienes el carro!, y poniéndote ojitos expresan un “¿me dejas pasar?…venga pasa” no tengo la culpa de todo este jaleo. Naza, la cajera, está cansada de pasar artículos y por supuesto no embolsa, no vaya a ser que la comida de su propio supermercado le vaya a contagiar. Por lo que la cola que se hace con mi carro es para llorar. “Tranquilos que no vuelvo en diez días”
Hoy sí que me ha parado la policía municipal y me ha pedido mostrarle certificado.”¿Certificado?, Ah pero ¿necesitaba que yo misma me hiciera un certificado para ir a la compra?, ¡estamos locos o qué!” No he entendido bien lo que me ha reclamado. Se ha debido equivocar de vocablo. Le explico que vengo del Híper y voy a mi casa, “que después de tres horas ya me cunde no llegar”. Solo falta que me pida el DNI y vea que mi casa está a 300 kilómetros de aquí y se cabree por la distancia que cree he recorrido y me ponga una buena multa. Al final lo que quería era que le demostrara que efectivamente venía de la tienda. O sea el “billete de compra”, que es muy diferente a tener un certificado. Ya no sabemos hablar con propiedad. Al mostrárselo, me dice con sorna “¡vaya compra más grande!” Con cara de circunstancia asiento “Pues claro, somos familia numerosa, qué más te dará a ti todo lo que compre yo”. Me digo con insistencia “Por favor tranquiliza tu genio que él está siendo  amable contigo”.
Lo peor del día estaba por llegar. El reportaje de televisión lo decía muy claro, era tajante en su argumentación. Limpiar profundamente todo al llegar a casa, para evitar coger el coronavirus “pero si me he pasado varias horas cogiendo productos en el Súper, ¿cuánto me va a llevar limpiar cada uno de los envasados, botellas, frutas, o recipientes? HORAS.
No solo me ha tocado tener que ir a comprar si no que ahora me va a tocar limpiar cada alimento, cada producto comprado y dejarlos como una patena antes de manipularlos, cocinarlos o comerlos. El documental hablaba de una profunda desinfección con bicarbonato, limón, lejía o vinagre y la periodista argumentaba con su propia compra, mostrando una bolsita cargada con dos manzanas, una lechuga y un par de botellas “¡eso es fácil, un poco de agua con jabón y listo pero ponte tú con mi compra!” Con voz firme y como si hiciera una declaración de intenciones solté en voz alta: “Chicos hoy no hay comida, voy a limpiar todo lo que he comprado, no me esperéis ya si eso mañana”
Sí, sé que estáis pensando que estoy perdiendo la cabeza, pero es que se dan tantas situaciones insólitas y singulares que hasta el más cuerdo se siente un “chiflado” y a mí me está pasando algo así.

 Mi aplauso de las 8 va a estar dedicado a todos los dependientes que están ahí para que a los clientes no nos falte de nada.


jueves, 2 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 20




Día 20: Alto el paso: documentación por favor 2 de Abril 2020
(110238 infectados,  10096 fallecidos,   26743 curados)

_¡Hola, soy… le oigo muy lejos… si mal, es muy molesto no ver bien… un descuido tonto!.
_ No se preocupe. Pregunto a mi jefe qué se puede hacer o cómo ayudarle. Le llamaremos en unos días.

No me lo puedo creer, me ha llamado mi óptico en persona por teléfono, no sabía que tenía óptico propio, obviamente con esta llamada lo he hecho mío,  y por tanto particular para mí. “Yo me entiendo”. Ahora que me estaba acostumbrando a observarlo todo desde la oscuridad de las lentes, todo en tono sepia, desvirtuando la perfección de los colores, empiezo a pensar que esta situación tiene los días contados.
Esta llamada telefónica ha cambiado mi humor, y sin tener idea de quien me habla,  me ha devuelto la ilusión por continuar entre el agobio de estas paredes o cuanto menos ha creado una ligera alegría por recuperar mi campo de visión. Estaba un poco cansada de que los hijos de mis vecinos me hicieran el gesto “de parecer loca” con los dedos bordeando su sien señalándome como la tarada de la ventana. Ellos lo ven como una extravagancia llevar gafas de sol en casa. Claro que no es muy normal llevarlas.
No he podido dormir en toda la noche pensando en la visita a la óptica, no es que necesite muchas horas para descansar, pero alguna preciso, por lo menos para disimular el contorno de mis ojeras. Me asaltaron tantas dudas sobre cómo llegar al establecimiento o como relacionarme con el optometrista que me lié en miedos, angustias y pesadumbres no faltos de culpabilidad por salir de casa y ser insolidaria por incumplimiento de prescripción gubernamental. “¿Realmente lo mío será una urgencia?” Y de inmediato la respuesta fue contundente “¡pero si no ves un pimiento! ¿Cómo no va a ser urgente para ti?”.  Peleándome con las sábanas  y luchando contra todos mis demonios me he convencido de que es totalmente prudente ir a la óptica. Oigo en mi cabeza las recomendaciones un tanto exageradas de mi hija Esther por salir de la vivienda. Pero estoy totalmente preparada, tengo de todo, excepto el  mono blando. No me voy a acercar a más de dos metros de la persona que me atienda. No hay nada que temer. “¡Mira que si te contagias y traes el Covid-19 a casa! yo seguro que muero”, retumbaba en mi cabeza la frase que Natan había dejado caer por la tarde “¿Y si tiene razón? ¡No me lo perdonaría jamás!”. Bueno no hay que exagerar tanto, estoy llena de miedos tanta información sobre el virus no me deja pensar con claridad. Me he levantado de la cama para acallar todas esas voces de mi interior y un poco más tranquila y despejada me he convencido que lo mejor es, no correr ningún riesgo, tomando todas las precauciones necesarias pero sin sacar las cosas de quicio. Todo controlado, con responsabilidad y muy segura de mis acciones. Cuando en el silencio de la noche estaba saboreando mi primer café,  me ha asaltado un temor con el que no había contado “¿¡Ah pero y la policía!? No había caído yo en el control policial de la entrada a la carretera general de camino a la ciudad.  Otra vez sumida en la desconfianza trato de buscar rutas alternativas para alcanzar mi fin “seguro que no habrá más coche que el mío circulando”. Esto acaba por desquiciarme los nervios “lo que me faltaba para agravar mi problema, seguro que me paran y con razón. Qué ya sé que no puedo salir y mi cara va a delatar que a lo mejor no es una urgencia como yo creía, puede que no les convenza al mostrarle el estado lamentable de mis gafas”. No tengo papeles de ningún tipo que demuestre que debo salir. No tengo trabajo de primera necesidad que me obligue a tomar la calle. Además si me mandan quitarme las gafas de sol para identificarme mejor, verán que no atino cuando les enseño la documentación reglamentaria del coche. En estas condiciones me puede caer una buena multa por desobedecer y encima me pueden inmovilizar el coche por estar en una posición de ceguera momentánea, y lo peor es que pueden considerarme un peligro para andar circulando por ahí. “¿Cómo les voy a explicar con claridad a dónde voy?”
 Así no hay quien se concentre en tomar una decisión acertada. He visto amanecer. Con las primeras luces he aclarado un poco las ideas y he ajustado la imaginería de mis pensamientos a la realidad. Por eso que  donde veía peligros y trabas ahora no hay más que inequívocos propósitos de conseguir que todo salga bien.
Me lleva su tiempo prepararme para lo que puede ser el fin de mis días o cuanto menos al cambio de rumbo de un nuevo devenir o a lo que puede marcar un antes y un después. ¡Tranquilos vuelvo pronto, no toco nada, mantengo distancia, os pongo mensaje cuando acabe operación gafas!
En la carretera solo mi coche y yo, ningún policía controlando mis movimientos. Me sobrecoge circular en solitario, la sensación es extraña, incluso me siento como que estoy haciendo un daño tremendo a no sé quién y pienso “puedo contagiarme, contagiar y  monta una buena en mi casa”.
Mi óptico estaba esperándome, solo servicio de urgencias. Tres metros de distancia entre nosotros. Estamos tan tapados con la prudencia del temor al contagio que cerramos la operación en menos de dos minutos. No nos hemos tocado, no hemos compartido el más leve roce. Ni siquiera podríamos describir nuestros rasgos físicos con tanto aparataje puesto.
“¡Qué ganas de que pase todo esto!” De vuelta no he sido parada en ningún control policial. Nadie me ha echado el alto. Cuando he llegado a casa he dado cuenta de todos mis pasos, sin obviar nada de aquello de lo que me pueda arrepentir. Me he jugado mucho saliendo y los días confirmarán que seguimos sanos o a lo mejor no.

Mi aplauso de las 8 va dedicado a la policía que está ahí para hacernos ver lo importante que es que no salgamos de casa y sobre todo a mi óptico que va a hacer lo posible por devolverme la visión en unos días.