viernes, 17 de noviembre de 2017

VENÉFICA

Atanasio Masana Simón se había tropezado con una lámpara de pie  situada en la sala cercana a su habitación, una madrugada sin luna del mes de noviembre. Estaba en la casa familiar y tuvo la mala idea de no encender la luz de su cuarto o la del pasillo, para avisar a sus padres, que estaban en el dormitorio contiguo, de que tenía miedo no sólo de los ruidos que se oían entre los muros de su alcoba sino también de esa oscuridad que tanto asusta cuando con los ojos abiertos no ves absolutamente nada. Era un niño de nueve años cuya orientación espacial no estaba muy desarrollada y en  vez de torcer hacia la derecha en dirección al pasillo donde se encontraba la habitación de sus progenitores torció a la izquierda empotrándose con la inmensa y exagerada lámpara de pie que días antes la madre había traído como premio a su primer sueldo.
La lámpara de tulipas vidriadas con láminas metálicas doradas y cobrizas al caer provocó un estruendo con chispazo incluido y  Atanasio Masana Simón sintió el dolor de haberse clavado varias filigranas y el corte de los cristales rasgando la fina piel de su cara. Varias brechas fueron el resultado de que un líquido viscoso  empezara a resbalar entre sus ojos, nariz y boca. Aún mudo por el susto comprendió que ese líquido era Sangre, pura sangre roja y casi rozando el desmayo pudo  balbucear un grito de estupor, lanzar una señal de auxilio, e intentar correr hacia la nada antes de caer al suelo y perder la noción de la vida.
Atanasio Masana Simón entró en un estado de desmayo somnolencia y aunque oía levemente las voces de sus padres y sentía los zarandeos de su cuerpo para despertarlo, parecía no volver en sí. Irracionalmente se encontraba bien, estaba flotando por un mar de nubes  con una mueca de placer en sus mejillas y de repente algo enturbió su semblante como si  “Venéfica” le persiguiera y el pavor de verla se apoderara de su existencia.
Dibujo Sara Escudero
Días antes del encontronazo con esa lámpara,  la tía Eduviges Simón le había regalado un libro precioso con letras doradas, dibujos en relieve e imágenes sorprendentes.  Muchas brujas con nombres raros, cometidos dispares y hacedoras de pócimas extrañas, ogros empoderados, gruñones y feos, duendes enanos, sabios y encantadores. Sobre todos ellos destacaba  VENÉFICA  la bruja venenosa.  Aún con mucho temor  por la imagen tan fea y pavorosa de Venéfica siguió leyendo y supo de sus maldades  conspirando con pócimas dañinas infectando a todo aquel que le viniera en gana. Ésta no era una bruja como las demás, perseguía a sus presas sin mostrar sus intenciones y sin parecer preguntona, arrogante, sabelotodo, o una de esas brujas feas con pañuelo y granos. A primera vista se mostraba con una apariencia afable, educada y buen aspecto para posteriormente dar el sobresalto, volverse tremendamente fea y terrible e inyectar el veneno que cambiaría la vida de los que se encontraban en su camino.
Venéfica procedía de los lugares oscuros del firmamento, de la parte más negra de los agujeros negros, de esos lugares innombrables  de la oscuridad más oscura de la Tierra, y aunque Atanasio Masana Simón no sabía dónde podría estar ese lugar tan negro, sentía escalofríos sólo con leer “la oscuridad más oscura de la Tierra”, paraba de leer y  se escondía entre la almohada y las sábanas de su cama, respiraba profundamente intentado tranquilizarse.  Un cierto nerviosismo cargado de inquietud le devolvía a la curiosidad de meterse  de nuevo en las historias del libro y en concreto en la de Venéfica,  aun con la dificultad de estar leyendo hasta bien entrada la madrugada con una linterna, sus padres le habían prohibido encender la luz del cuarto más allá de las 10 de la noche.
El veneno que inoculaba Venéfica era una masa viscosa infausta, fabricada con restos de naturaleza muerta, bichos fantásticos y especímenes disparatados.   Su textura era inmunda y asquerosa, emitía un hedor soporífero  y era tan negro como el lugar de dónde procedía  la malvada mujer del país Oscuro. Sin embargo la astuta Venéfica sabía cómo hacer para inyectar en sus presas el vomitivo veneno y caer así en sus manos para siempre sin que ningún hechizo pudiera rescatar a la víctima.
Atanasio Masana Simón no podía parar de leer, a pesar de los sobresaltos de la narración. La malvada hechicera se fijaba en una presa y poco a poco la iba haciendo suya. Con engaños y sutileza le inyectaba a través de sus uñas el veneno, unas veces eran pequeños roces en la piel, otras pequeñas rasgaduras y al final se convertían en verdaderos cortes donde la criatura se ponía a disposición de ella convertida ya en un peón más de su negro mundo.
En ocasiones Venéfica se sentía benévola con los seres en los que se fijaba para sus maldades, quizá era un punto de debilidad o misericordia, una atención que tenía con algunos de ellos  y entonces  su capricho era crear manías, fobias insulsas, dolor provocado por el nervio trigémino en grado ínfimo constante que provocaba la locura. Su imagen posando sus asquerosas garras en la espalda de una lechuza asustada e inoculándole su veneno  con los ojos ensangrentados y el  gesto alargado, tremendamente rugoso, lúgubre y tétrico fue el detonante para que Atanasio Masana Simón se volviera a meter entre las sábanas; el libro y la linterna cayeron al suelo y una oscuridad terrorífica se apoderó de él. Fue cuando comenzó a escuchar los ruidos raros en la pared y cuando sus ojos intentando ver en la oscuridad no vieron absolutamente nada.  El miedo le hizo levantarse pidiendo auxilio a sus padres saliendo de la habitación hacia el lado contrario al que debía.
Atanasio Masana Simón volvió a la vida gracias a un vaso de agua fría que le lanzó a la cara su querida madre. Temblaba incontroladamente, no sabía dónde estaba o qué había pasado. Un frío le recorría la espalda como si las uñas de Venéfica hubieran inoculado en él su veneno y se susurró a sí mismo “ojalá la Bruja venenosa haya estado de buen humor para que el daño que me ha provocado sea de los leves”.
Los síntomas comenzaron días después. Primero fueron apareciendo en determinadas situaciones que le iban provocando malas pasadas, una pequeña herida le producía taquicardia y necesidad de tumbarse para no caer redondo en el mundo negro negrísimo de Venéfica. Otras veces con sólo hablar de una situación médica, una visita al hospital, una película con cierta trama sanguinolenta, se convertía para él en una estancia sin aire, un lugar de ahogo y angustia difícil de solventar en ciertos momentos. En su edad madura las garras de la bruja fueron más evidentes y la fobia a la Sangre que desde niño le había inoculado se hizo más fuerte.  Esa edad en la que tienes que visitar a los médicos cada dos por tres fue la prueba  definitiva para saber que ella había ganado la batalla. Atanasio Masana Simón no podía hacerse una revisión anual médica sin tener a un equipo de profesionales a su lado por si un colapso le sorprendía en la lucha diaria contra su aversión.  Tampoco fue un hombre de hacerse muchas pruebas  diagnósticas porque ir al dentista era un ejercicio de convencimiento que podía durar  meses, una analítica o una ecografía años; ir al cirujano impensable y por supuesto las adversidades triviales del día a día como una caída, un rasguño, un golpe fuerte o débil con incisión  o sin ella eran para él un trauma insalvable.
Atanasio Masana Simón murió a la edad de 97 años,  se murió de mayor, sin enfermedad aparente,  simplemente le dejó de funcionar el corazón y se fue. Se encontraba en su casa de siempre, estaba en su cama de siempre, bien tapado como resguardándose de algo irracional. Sus manos agarraban fuertemente  un libro, ese libro no era otro que aquel que la tía Eduviges Simón le regalara cuando niño y que contaba las veleidades antiguas de Brujas, Ogros y Duendes, pero sobre todo contaba  la historia de aquella que tanto le había impactado,  VENÉFICA, la bruja venenosa, esa hechicera que le cautivó provocándole la fobia de la que nunca se pudo desprender.

domingo, 24 de septiembre de 2017

BUSCANDO RESPUESTAS

Miro las fotografías del álbum
buscando respuestas,
algo que me haga volver,
volver la vista para comprender,
para poder recuperar el momento
ese instante anterior
al que se produjo el cambio.
Una página, otra situación
una vez y dos más,
observo cada detalle
y aún una vez más…
Entro en bucle sin encontrar la salida,
sin llegar a una explicación lógica.
Siento un mundo de fractura y desgarro en mi interior.
Te busco pero ya no estás,
dónde tu sonrisa, tu alegría infantil,
dónde la inteligencia y las ganas de crear.
Tus diferencias están anuladas
y no sé cómo recuperar tu genialidad.
Has dejado que te consuman tus debilidades,
has sucumbido a los fantasmas de tu madurez.
Sé que ahí, en ese álbum, está la respuesta,
está la solución, sólo hay que llegar a la instantánea perdida
para rectificar los miedos de tu existencia
y volver a Empezar,
sí, Empezar, “empezar el día de nuevo” como solías decir,
para encontrar el alma de la que fuiste

en aquel último instante antes de caer…

sábado, 19 de agosto de 2017

GIGANTES Y CABEZUDOS

Cómo me iba a imaginar que saldríamos en el periódico….
Ese verano habíamos decidido que lo haríamos, ¿por qué no?, ¿qué demonios nos lo iba a prohibir? Así que días antes ya estábamos planificando cómo serían nuestras carreras…. Lo cierto es que cuando llegamos a la ventanilla del ayuntamiento a anotarnos para llevar a los cabezudos el primer día de la fiesta de Torgás del Camino, el conserje “con cajas destempladas” nos echó de un plumazo y con humor de viejo “cascarrabias”  murmuró unas frases en las que sólo entendimos una serie de maldiciones que nos parecieron terribles blasfemias y por supuesto nos olvidamos de replicarle por temor que nos diera un par de “guantazos”. Minutos antes en la cola, que daba media vuelta al edificio público, todos los rapaces se habían burlado de nosotras, sí nosotras, dos niñas intrépidas, que no entendían por qué les parecía tan extraño que nos anotáramos  para portar cabezudos e ir repartiendo escobazos a todo el que pillásemos por delante.
Salimos enfadadas y un poco avergonzadas, como si hubiéramos hecho algo malo, prohibido o impropio de dos “rapacinas” de 10 años. Pero ninguna de las dos nos dimos por vencidas. Aunque indignadas, nos propusimos seguir con nuestra idea de salir llevando cada una un cabezudo y pasarlo también como lo hacían nuestros amigos.
Dio la casualidad que el padre de Gela, ingeniero mecánico  dedicado al mundo de los coches de carreras, decidió patrocinar, ese año, la competición de “Karts” y elevarla a categoría de puntuación nacional, trayendo a conocidos pilotos para dar renombre, no sólo a la competición sino a la ciudad. Le contamos de forma atropellada lo que nos había sucedido, era un hombre moderno, avanzado para su época y por ello los demás lo veía como un “raro”, nos entendió enseguida y con una mueca y un gesto de cejas nos preguntó:
_¿Vosotras queréis salir? Pues eso está hecho.
No le tomamos en serio y nos fuimos a jugar a la plazoleta con los que estaban allí, algunos nos habían visto en la cola, se rieron un poco de la humillación que habíamos sufrido con el conserje, pero nos pusimos a jugar al “brilé” y  se nos pasó la tarde.
Por la noche lo comenté en casa y mis hermanos mayores, intentaban convencerme de que era imposible que pudiéramos salir,  ”_nunca habían salido niñas y menos pegando escobazos a diestro y siniestro”, además los niños que salían eran un poco más mayores, así que ellos estaban convencidos que íbamos a recibir más de lo que nosotras íbamos a dar. Pero sólo queríamos pasarlo bien y experimentar esa sensación de emoción que era llevar a un cabezudo; correr y asustar a los más pequeños y dar escobazos a los que te tiraran del vestido o te llamaran “boquiabierto, cabeza lobo, enanito, pelao  o bruja Ciriaca”…
El padre de Gela nos fue a buscar a la piscina, lo estábamos pasando genial, no salíamos del agua con tanto calor.  Lo vimos en el quiosco de los refrescos, estaba tomando una cerveza, pletórico y risueño, él nos buscó a golpe de vista, casi nervioso con ganas de encontrarnos rápidamente.
_Esta tarde os vais a anotar, está todo arreglado, el sábado salís con los cabezudos.
No había otra expresión mayor de felicidad para nosotras, nos sentíamos grandes, emocionadas, nerviosas con ganas de salir ya en el desfile.
Cuando nos vio el conserje, emitió un gruñido leve y frunció el ceño pero no le quedó otra que anotarnos en la lista del primer día de las fiestas, el día más codiciado para los chavales, y allí íbamos a estar nosotras. _¡Madre mía!
 El padre de Gela sí que tenía influencia, pensaba yo, _¿Cómo lo habría conseguido? Le abrazábamos agradeciéndole su proeza y él se reía quitándole la importancia que nosotras le dábamos. Deseábamos que llegara el día y las horas se nos hacían interminables, todo nos aburría esperando el momento. Y ese día y momento llegó…allí estaba de nuevo el conserje con su cara de amargado repartiendo los cabezudos y las ropas. Los chavales que nos vieron se quedaron atónitos, pero ahí estábamos nosotras para correr como ellos.
Nos dieron “dos boquiabiertos”, son los cabezudos por los que más se puede reconocer a los que van dentro y el conserje lo hizo “a posta” estoy convencida de ello. Después del Pregón y de que la banda municipal de música tocara el himno español, salimos corriendo detrás de lo que fuera y pronto estábamos corriendo nosotras delante de todos ellos; así que nos vieron los chavales que provocaban a los cabezudos y vieron que éramos dos niñas, ¡la que se montó!, nos quitaron la escoba, nos daban en la cabezota  con los nudillos, nos tiraban del vestido, algunos mal hablados nos insultaban. Íbamos de un lado a otro intentando recuperar nuestra vara de atizar, pero era imposible, salíamos atizadas nosotras. La organización del desfile era como eran las cosas antes, desorganizada, sin saber hacia dónde tirar y sobre todo espontánea, el caso era tirar por las calles. Algún mayor intentó ayudarnos en alguna parte del recorrido pero el trayecto era de locos y corre que te corre por las calles siguiendo al “tamboril” entre pescozones y varapalos así hasta  llegar de nuevo a la plaza mayor y allí cayó la más grande, todos contra nosotras, ahora ya se habían unido los propios cabezudos. Era agobiante.
El padre de Gela nos rescató metiéndonos al ayuntamiento.
_¿Qué tal la experiencia?
Estábamos sofocadas, yo no sabía si reír o llorar, me dolía todo y a Gela le pasaba lo mismo. Resoplamos descargando nuestra emoción o quizá nuestra angustia, ¡qué locura! ¡Lo hemos conseguido! ¡ha sido duro, pero lo hemos hecho! Nos abrazamos emocionadas de nuestra hazaña que desde luego no la imaginábamos así pero habíamos conseguido hacer lo que queríamos y eso nos bastaba para estar satisfechas.
Al día siguiente, se firmaba un artículo en el periódico de la localidad relatando lo que dos niñas habían hecho, las primeras en llevar dos “boquiabiertos”, las primeras en abrir la brecha… se ha tardado años en volver a ver niñas llevándolos. Sin embargo hoy he podido comprobar el mismo desfile y he visto que la mayoría de los cabezudos eran llevados por niñas, “la bruja, el lobo, el ogro, el enano”, no he visto ningún boquiabierto descubriendo la identidad de alguien, los escobazos no eran tales y ya no había carreras alocadas. Gigantes y Cabezudos iban ordenados siguiendo una pauta establecida. Ninguna de las niñas que hoy los llevaban se podría imaginar que en 1971 hubo dos niñas que fueron las primeras y que gracias a ellas se rompió lo establecido hasta el momento. Es cierto que el desfile de hoy ha perdido gracia y espontaneidad pero ha ganado en que quien quiera pueda llevar los cabezudos el primer día de fiesta y todos los demás días también.

domingo, 16 de julio de 2017

MÚSICA PARA INCRÉDULOS


Ella me lo dijo con su mirada, pero yo no quería creerlo, mi hermana pequeña confiaba en nosotros, confiaba en mí…
 Era una tarde tormentosa festividad de San Pedro y estaba deseando que llegara la noche, tenía planes con mis Amigos. Después de la hoguera iríamos a la plazoleta y nos dedicaríamos a correr entre las acacias con los tirachinas que había preparado en el taller de mi abuelo. Ese año los mayores habían organizado por primera vez un concurso de canciones y mi madre se empeñaba en convencerme de que mi hermana mediana y yo nos presentáramos, al fin y al cabo no había mucho que perder, no era una cosa trascendente en nuestra vida y el premio era un enorme paquete lleno de bolsas de pipas. No me interesaba lo más mínimo el botín y mucho menos el concurso, solo quería divertirme con mis amigos y mis primos intentando esperar a los rescoldos de la hoguera para poder saltarla. Es cierto que mi hermana tenía una voz impresionante y que cualquier canción que interpretaba no dejaba de llamar la atención, estudiaba piano y tenía un gran sentido musical. Pero yo no me veía acompañándola en ese concurso porque mi voz era penosa, aunque no lo veía así mi madre que no dejaba de insistir en el concurso. Yo solo tatareaba canciones cuando acompañaba a mi tío a la radio y de la fonoteca de Radio Popular Hilario traía un ”sencillo” para rellenar la noticia, el reportaje o el editorial y se oía con un volumen que acababa por meterse en la cabeza  repitiendo sin parar los tonos de la melodía hasta llegar a la extenuación, pero nada más, lo de cantar no era lo mío y le iba a hacer pasar un gran ridículo a mi hermana. Así que yo cantar no cantaba y mi madre se había empeñado en que era necesario que la acompañara  a ese "absurdo concurso", además yo lo tenía claro, quien se tenía que presentar era ella sola. Lo hacía genial no me necesitaba a mí, seguro que hasta ganaba el premio, estaba tan convencido que si cantaba con ella la dejaría en ridículo que cuanto más me insistía mi madre más me negaba yo. Recuerdo que la insistencia de ella fue tema recurrente toda la tarde y lo mismo yo “que no que no”. No se daba cuenta de la vergüenza que iba a pasar, además mis amigos se burlarían de mí y era un rollo, yo solo estaba pensando en la hoguera y en las carreras que iba a echar con los amigos probando los tirachinas y ella “¡que venga y venga!”
No había manera de convencerla que me dejara en paz con el maldito concurso, yo no quería subirme a un escenario y que me viera allí todo el mundo. Estábamos en la galería de la casa, después de la tormenta salían tímidamente los rayos del sol y la sentí  llorar, ese momento me hizo enternecerme, me impresionó su súplica y accedí a hacer una prueba con mi hermana después de varias horas de negativa. La canción no era otra que la de moda del momento "Marionetas en la cuerda" de Sandie Shaw, que acababa de ser premiada en Eurovisión. _“Solo inténtalo una vez y verás que bien lo haces, anda por favor, solo una vez”_ me repitió mi madre. Cuando vi los ojos de mi hermana pequeña supe que ella confiaba en mí, confiaba en nosotros, y me hizo ver que era imposible ir contra mi madre. La vi llorar de emoción y yo mismo me sorprendí de oírme acompasado con mi hermana que no había duda de su voz. La canción nos la sabíamos muy bien y aunque nos trabábamos en alguna estrofa,  la repetimos un par de veces y la dejamos lista para el concurso.
A las 10 de la noche comenzó el concurso, éramos los quintos, una vez en el escenario me concentré en la canción “Marionetas en la cuerda”, mi hermana me iba marcando el ritmo y los tiempos de entrada de la letra "¡Ay si tú me quisieras lo mismo que yo…"  y el público se entregó a nuestra interpretación como si fuéramos los ganadores europeos de la edición de ese año. Desde el escenario veía a mi madre emocionada, a mi hermana pequeña atenta y nerviosa, toda mi familia y amigos estaban pendientes, los veía a todos sorprendidos, emocionados y acompañándonos en el estribillo, no se burlaban ni se reía de nosotros. Mi hermana y yo seguíamos "pero somos marionetas bailando sin fin en la cuerda del amor…"  y se iba pasando el momento “dando vueltas de amor viviré, no sé ni dónde vas ni dónde me llevarás” y la ovación fue unánime “un payaso de feria seré queriéndote siempre así” y desde el escenario veía como aplaudían todos hasta llegar al momento final “ ¡Marionetas en la cuerda, en la cuerda del A-MOR!”.  Mi madre estaba feliz, le había costado convencerme, yo me había resistido fuertemente pero ahí estábamos los tres con el objetivo cumplido. Ahora solo quedaba esperar al final del concurso, éramos 13 participantes.
El jurado  votó  por aclamación y nos hizo los ganadores del primer certamen de Música de Barrio 1967. Mi hermana y yo subimos de nuevo al escenario a recoger nuestro premio: un enorme saco lleno de bolsas de pipas Facundo, las del Toro. Volvimos a cantar la canción con todos los que estaban  acompañándonos... Con el último acorde vimos encenderse la hoguera de San Pedro, mi madre tenía razón no pasaba nada por presentarnos al concurso, claro que una vez pasado los nervios y habiendo ganado el primer premio todas mis dudas eran más fáciles de encajar. Esa noche comenzó el verano para mí. Mis padres me dejaron quedarme hasta tarde para poder saltar la hoguera y después en la plazoleta invité a mis amigos a tomar las pipas del premio. Nunca más me he vuelto a presentar a un concurso musical, ni a ningún otro tipo de concurso.

Desde hace años doy semanalmente la oportunidad a jóvenes que quieran introducirse en el mundo de la música, y que por las razones que sea nadie les ha dado la ocasión de “crecerse” ante una audición en mi programa de radio “Música para incrédulos” es para todos aquellos que cómo yo se sorprenden de lo que pueden hacer por la música y estén empeñados, aunque sea una tarde de tormenta, en que el miedo escénico les inunde y realmente lo que tiene que salir es la emoción que llevan dentro y dejar que una madre con su tenacidad les acabe convenciendo. 


domingo, 30 de abril de 2017

ALTA COCINA: ¿DÓNDE ESTÁN ELLAS?

He leído en la prensa que sólo hay ocho mujeres en el Mundo reconocidas en la Alta Cocina. Me pregunto por qué no hay más,  ¿es que las mujeres no se dedican al negocio de los fogones? ¿Chef frente a Cocinera son términos con diferentes valores, prestigia a ellos y  quita importancia a ellas? ¿esta profesión en femenino es  más tradicional, menos valorada, rimbombante e innovadora que en masculino?    
Es sorprendente observar como año tras año  se premia al mejor restaurante del Mundo o se conceden galardones de Estrellas a restaurantes regidos por hombres, y se cuenta con los dedos de una mano los reconocimientos obtenidos por mujeres al frente de un restaurante. En general la sociedad tampoco contribuye a que la mujer llegue al puesto de maestra Chef.
Identificamos  Cocinera con una mujer de mandil blanco, que elabora platos tradicionales en la cocina de un restaurante y que posiblemente se  encargue de gestionar todo lo relacionado en su cocina de trabajo, sin ayudantes a su cargo que elaboren esos platos tan modernos del momento con “nombres importantes  y con poca sustancia consistente” y por supuesto, no se la relaciona con el prestigio de un establecimiento. Pero cuando oímos la palabra Cocinero lo visualizamos como regente de un buen restaurante que practica la Alta Cocina, vestido con mandil negro, gorro de cocinero o pañuelo bien atado teorizando sobre formas de comidas diferentes, mezclando alimentos, “deconstruyendo” su elaboración inicial, ayudado por un séquito de subalternos que delicadamente trabajan para llevar a cabo su genial idea;  a su vez estos ayudantes son también hombres, hay pocas  mujeres en esos equipos, todos han salido de las mejores escuelas de cocina. Surge el término Maestro Chef, a esta especie de sabio se le encumbra como si “un dios moderno  bajase a visitarnos”, su popularidad es tal que contribuye a la idea de que  la Cocina con mayúsculas es una cuestión de hombres. Y son ellos los que dirigen la innovación y la manera de entender este tipo de cocina como una especie de manera irracional del buen comer.
Centrémonos un poco, en España sólo hay dos Maestras cocineras reconocidas mundialmente en la Alta Cocina, Carme Ruscalleda y Elena Arzak; así que volvamos a preguntarnos ¿dónde están las demás? ¿Por qué no hay más cocineras prestigiosas que nos sorprendan con su sabiduría y buen hacer? ¿dónde están sus premios? ¿Estrellas por su trabajo? ¿mejor restaurante regentado por una cocinera?  En el Mundo no vamos a encontrar más de un puñado pequeño de mujeres dedicadas a la Alta cocina que gestionan sus propios restaurantes.
Desde que en la evolución de los homínidos el Homo Ergaster descubrió el fuego y lo fue dominando, creo que hubo una mujer que se dio cuenta que en su dieta diaria podía  “churruscar” un trozo de la carne que llevaba varios miles de años incluida en su dieta, con esto la hacía más sabrosa y seguro que se dio cuenta que adobándola con distintas hierbas le sacaba un sabor a ese pedazo de carne jugoso que lo hacía exquisito con un toque diferente a todo lo probado hasta el momento. Imagino que ese fue el principio de nuestra cocina y con él, el de las mujeres cocineras y me sigo preguntando: cómo llevando tantos años de adobos, de selección de alimentos, hierbas, especias, carnes, pescados, frutas, hortalizas y tantos años mezclándola, manipulándolas, buscando sabores, formas de asarlas, guisarlas, freírlas y un sinfín de maneras de elaborar los alimentos para convertirlos en platos sabrosos, sólo se encuentren unas pocas mujeres en el Mundo dedicadas a la Alta Cocina, frente al gran número de Chefs al que se le dedican portadas de revistas, programas de televisión, secciones radiofónicas y una larga lista de reportajes, columnas y entrevistas.  Desde hace unos años las televisiones han apostado fuerte por los programas de cocina, tienen mucha cuota de pantalla y casualidad, la mayoría por no decir casi todos, los que enseñan los platos que debemos llevarnos a la boca son Cocineros. Sólo he encontrado tres programas dirigidos por mujeres frente a ocho donde ellos son los protagonistas y curiosamente éstos se encuentran en las franjas horarias de más audiencia. Realmente me cuesta mucho creer que  haya tan pocas mujeres capaces de ser la estrella de los platós televisivos.  Lo más sorprendente es cuando el Maestro Cocinero es entrevistado en los Medios, y cuenta una y otra vez su trayectoria profesional casi siempre menciona como “la gracia de su don”, a su madre, a su abuela, o a una tía, todas ellas mujeres, y se retrotrae a su infancia para que nosotros apreciemos esos aromas y olores que le inculcaron ellas, ¡interesante! todas MUJERES. No  he encontrado ningún testimonio de estos nuevos Sabios, tan de moda, decir: “esto se lo debo a las horas que veía a mi abuelo en los fogones, mi sabiduría está en mi padre que no dejaba de cocinar y me enseñó a “pochar” a  “rehogar” y a “mezclar” la salsa o la crema del plato que me ha hecho famoso, mi tío me enseñó a aromatizar, y a buscar por el campo las especias que ahora espumo”….¡NO, nunca lo he oído!
Ellas son cocineras término que sólo es bueno si ejercen esa profesión de manera casera y así hay abuelas y madres que saben hacer todo tipo de viandas, postres, mermeladas y licores, eso sí, son las mejores de su casa. Cuando hablamos de Restaurantes con prestigio, ya son palabras mayores, la cocina se convierte en la Alta Cocina y son ellos los que lideran el mercado. Entonces se habla de cocineros de renombre, se dignifica su profesión y se  convierten en Maestros y Gurús de las nuevas formas de cocinar.  Por tanto son ellos los que triunfan a pesar de que han sido ellas las que les han enseñado a elaborar  sus primeros platos de comida. Es poco entendible que si la cultura culinaria ha llegado por las mujeres, a base de practicar y practicar, ensayo, error y aprendizaje por qué ellas no son las mejores si lo llevan haciendo miles de años.
La respuesta a estas preguntas está en considerar a la Alta Cocina que se desarrolla en restaurantes de prestigio como un negocio, una nueva forma de emprendimiento. El mundo de la empresa y el atrevimiento  a abordar nuevas maneras de entender la cocina como una industria rentable económicamente es mayoritariamente masculino, y  parece vetado para ellas. En la Restauración la innovación culinaria se ha elevado a categoría artística y en este terreno el hombre se despega de la cocina tradicional, que siempre ha estado dirigido por la mujer, para crear una nueva forma de trabajo, un negocio de transformación que  elabora platos diferentes convirtiéndose en grandes maestros del conocimiento y el arte del buen comer.

La Alta cocina requiere de muchas horas de trabajo, parece que ellos sí pueden dedicarse profesionalmente al cien por cien, pero ¿y ellas?, ¿puede soportar una familia que una mujer se dedique enteramente a este negocio? ¿es aceptado por su pareja, sus hijos e incluso por la sociedad que presiona continuamente para que el cuidado familiar sea terreno de ellas y haya conciliación familiar? Casi seguro que no, además  me atrevería a decir que una chef tiene que trabajar el doble para demostrar que es igual que el mejor Chef. La presencia femenina es testimonial en la restauración artística y por tanto la Alta cocina, entendida como emprendimiento empresarial junto con la innovación  y la dedicación exclusiva son los ingredientes necesarios para que los hombres triunfen en un medio enseñado en sus orígenes por mujeres. La Cocinera tradicional se convierte en Maestro Chef, vocablo culmen del conocimiento en los fogones para ellos donde todos han tenido o tienen una madre que cocina de lujo, lo han aprendido todo de ellas y luego le han echado imaginación para poner en el plato una interpretación diminuta de humo y espuma con sabor a fama y a industria del buen paladar. Por eso tan sólo unas pocas mujeres en todo el Mundo han alcanzado la gloria de ser Maestras Cocineras Eugène Brazier, Marguerite Bise, Mado Point, Nadia Santini, Anne-Sophie Pic, María Marte y las dos españolas mencionadas anteriormente, Carme Ruscalleda y Elena Arzak. 

martes, 14 de marzo de 2017

Arquitectura de Maragatería: Escudos de Cerradura





Escudos de cerradura, bocallaves o cubre cerraduras son términos empleados para designar al objeto que embellece el orificio de la cerradura por donde se mete y guía una llave.
Estos accesorios de hierro son característicos de las puertas maragatas, un complemento más que junto con el aldabón,  los clavos, el tirador y el picaporte conforman la vistosidad de la puerta de madera, que es la presentación previa al interior de la casa maragata. Se vienen utilizando desde el Siglo XVII y tienen su momento de esplendor entre los siglos XVIII y XIX. Se trata de piezas donde la imaginación popular crea formas, tamaños y ejemplares únicos.
Los hay poco elaborados con formas geométricas romboidales, rectangulares, trapezoidales, triangulares o circulares. Otros con formas ovaladas presentan simples muescas o dibujos tallados en el propio escudo. Los hay más sofisticados  y elaborados con cortes ramificados y adornos calados, muchos incorporan iniciales de los dueños de la casa o fechas significativas, otros se rematan con cruces o con siluetas de pequeñas cabezas de pájaros.  La función del bocallaves no es otra que proteger la madera de los roces de la llave al entrar en la boca de la cerradura y a partir de ahí el gusto de los dueños, su poder adquisitivo y la estética del momento contribuyeron a la elaboraron de estas piezas tan vistosas de la herrería popular y que dan singularidad al conjunto de la arquitectura de Maragatería.

sábado, 11 de marzo de 2017

MÚSICA DE VIOLINES

        A mi tío J.A.C.C. que nos enseñó a amar la Música

No sabíamos que la música de Bach que interpretábamos en el violín acompañaba tu  último hilo de vida… afinábamos el Minueto nº 2 y  los violines llevaban el ritmo en cada nota, la posición de nuestros dedos era la correcta y el arco se deslizaba entre el puente dibujando un baile acorde, sin pausa, sin detenerse.
No sabíamos que a cientos de kilómetros, en ese preciso momento, tus cuerdas desafinaban, el arco de tu violín rozaba desacompasado, titubeante como el aprendiz que coge por primera vez el instrumento.
Continuamos con el Minueto nº 3  y nuestros cuerpos vibraron mientras tú desafinabas llamando nuestra atención, seguíamos el curso de nuestras notas, cerramos los ojos y cuanto más alto y fuerte rozábamos el arco, más era tu agitación, tu convulsión. Nos llamaste pero sólo oímos el desgarro del arco a su paso por la cuerda RE; el ritmo de Bach nos impulsaba en los sostenidos, las posiciones naturales, las notas ligadas, las repeticiones, los tresillos… Nos dejamos llevar hasta que el último SOL transformó la pieza en notas negras, notas pesadas que nos hicieron abrir los ojos. Aun así no oímos que tus cuerdas se habían roto, que el arco de tu violín tocaba en el diapasón una canción triste, imperceptible, después insonora.
La Gavota de Gossec nos sobrecogió, el arco se enmudeció a su paso por las cuatro cuerdas. El sonido de los violines se superpuso con tus susurros, no oímos tu adiós, no percibimos tu partida, saliste por la puerta sin hacer ruido. “Da Capo al Fine” nos indicaba la partitura y volvimos a repetir los compases, ya no escuchamos tus cuerdas, nuestros pentagramas señalaban distintos ritmos…  Haendel, Beethoven, Boccerini, Shumann, Corelli, Telemann, el desgarro de Stravisky y el vacio de Taverner se asomaban tímidamente a nuestra memoria auditiva.
Se nos humedecieron los ojos, lloramos por dentro, nuestra alma palideció  de dolor.  Se hizo el silencio, comprendimos que no estabas con nosotros. Preparamos la ropa del concierto más triste que podíamos interpretar, “El Réquiem de tu adiós”. El sonido de tus instrumentos tocaban lo que tu querías, nos dejamos llevar por tu melodía y los recuerdos pasaron por nuestra mente de forma pausada recordando cada gesto, cada expresión, tu sonrisa, tus palabras, la concordia de tu ser y lloramos sin consuelo las partituras que se agolpaban en un atril enlutado.  Al despedirte el Concertino  te dio la mano, nos diste tu último saludo y un aplauso unánime dejó partir la marcha fúnebre hacia donde tú imaginaste estar después de tu muerte…


domingo, 22 de enero de 2017

UNA LLAMADA INESPERADA

Cuando llamaron a la puerta, no podía imaginar que fuera mi marido, se encontraba esos días en la Universidad de Murcia impartiendo uno de los seminarios estrella del  Máster de Lingüística Aplicada. Estaba tan sorprendida por verlo ahí en la puerta con su maleta y su maletín de trabajo que imaginé que algo raro estaba pasando. No hubo más explicación que la de “adelanto del viaje” por pequeños problemas con su seminario. Su vuelta estaba prevista para las once de la noche de ese día, y eran algo más  de las dos de la tarde. Y claro su teléfono no había funcionado o no había tenido intención de llamar. Subió las escaleras y un “hola” general fue el único saludo que dirigió a sus hijos, que estaban como siempre enzarzados en sus peleas habituales. A ellos no les pareció extraño que su padre apareciera a esa  hora, lo vieron normal, como el repartidor de pizzas, cuando en medio de una película llama al timbre y se le despacha con un “hola, toma el dinero, adiós”. He dé reconocer que con los problemas de inestabilidad que yo estaba sufriendo a causa de mi tiroides, esta presencia inesperada me alteró las pulsaciones y el mareo de cabeza me dejó medio tirada en el sofá, pidiendo a uno de mis hijos una de esas pastillas que el internista, semanas antes, me había recetado para tranquilizar mi cabeza, volver el pulso a su sitio y tomar las riendas estables de mi vida.  Mi marido subió a la habitación para cambiarse, deshacer su maleta y colocar sus libros y ordenador en su estudio, como siempre lo hacía, era un hombre metódico, le gustaba ordenar todas sus cosas sin permitir que nadie le ayudara, supongo que era la única manera de tenerlo todo ordenado y que nadie se metiese en sus asuntos, no es fácil en una casa con cuatro hijos, donde la anarquía, en cuanto al orden, se había establecido sobre todo desde que tres de ellos eran adolescentes.
Los sábados siempre comemos paella, él bajo al comedor y se sentó al lado de su hija, después del primer impacto emocional y un poco más recuperada, titubeante, y con la irritabilidad característica de mi estado de salud le recriminé su falta de comunicación, el que no me hubiera llamado para recogerlo en el aeropuerto o la explicación de su regreso por algún problema con el curso... En fin lo normal de las parejas. Pero nada, prácticamente no obtuve respuesta él. Es cierto que parecía algo molesto con la situación, y despistado como si no supiera nuestras costumbres más básicas como el lugar donde se sienta cada uno en la mesa, o dónde encontrar los utensilios más habituales, por ejemplo. Explicó casi con monosílabos que su trabajo en el seminario había concluido, adelantado el vuelo  y sin más había regresado a casa, al llegar al aeropuerto no se le ocurrió otra cosa que coger un taxi. Sin preguntarle nada más nos dijo que tres días después se iría a dar un seminario al CERN,  ¿al CERN?, no tenía ni idea de que Leopoldo tuviera relación con el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear. Es cierto que yo llevaba un par de meses como ida, con mi inestabilidad y mal estar general, además de todo el trabajo que se había generado en la oficina por los buenos resultados de la Compañía y que me habían dejado agotada; es posible que a lo mejor me hubiera comentado algo de visitar ese laboratorio o de ir a Suiza, pero ¿para qué un Lingüista necesita dar un seminario a profesionales de la física de partículas? No salía de mi asombro y lo peor es que mis hijos ni se inmutaban con sus palabras, ni siquiera le preguntaron qué era eso del CERN. Yo seguía sin obtener respuestas de sus palabras y su comportamiento era para mí insólito.
Mientras recogía la mesa y los chicos hacían más jaleo  que de costrumbre, él prefirió subir a la parte alta de la casa, a la habitación imaginé, le gustaba descansar y adormilarse leyendo los periódicos en su iPad.
Le pregunté a mis hijos por cómo lo veían, pero ellos me dijeron que estaba como siempre "encriptado" o sea en su Mundo. Hacia las 6 de la tarde consideré que su descanso había sido más que suficiente y con mi estado anímico más relajado subí dispuesta a recibir todas las explicaciones oportunas. Para mi sorpresa estaba en su estudio concentrado y  sin parpadear mirando un folio cubierto de lo que parecía “problemas de matemáticas”, en su mano tenía un bolígrafo. Hacía años que no lo veía con un bolígrafo y menos aun escribiendo en un folio y lo primero que pensé es que su ordenador tenía algún problema, aunque por otro lado eso me extrañaba mucho, cada vez que le fallaba o no respondía en el tiempo adecuado o tardaba más de la cuenta en bajar sus correos, se removían todos los santos del cielo y de su boca salían maldiciones de fastidio que hacían temblar las paredes de la habitación. ¿Estás enfermo?¿te encuentras mal? Es lo primero que le dije al verlo en esa actitud de concentración y la verdad es que siguió escribiendo, haciendo unas operaciones matemáticas que nunca le había visto hacer. ¿Ecuaciones? ¿Qué era eso?, varios folios estaban tirados en el suelo llenos de números y borratajos. Oye y lo del CERN ¿de qué se trata? ¡qué interesante!, ¡no tenía ni idea! Con su dedo índice izquierdo me hizo el gesto de silencio y después abrió su mano y con un aspaviento me indicó que me fuera. ¡Qué raro era todo!, parecía un extraño sin serlo, era mi marido pero yo no  lo reconocía. Necesitaba tomarme otro betabloqueante, para calmar la inestabilidad que estaba teniendo. ¿No estaría yo delirando?,  un sueño, una alucinación, un delirio pasajero o un ataque de irrealidad, ¿tal vez? Estuve un par de minutos pellizcándome las mejillas, para ver si volvía en sí, pero nada cambiaba. Me asomé al estudio de nuevo y allí seguía como un poseso haciendo "cuentas" y pensando en ¿qué relación tendrían todos esos números con su trabajo de Lingüística Teórica? ¿ecuaciones y letras? No le veía el sentido a nada. ¿Leopoldo estás bien? Escuchaba a mis hijos reír en el salón y mi hija pequeña subía por la escalera negociando no sé qué de salir por la noche.
Sonó mi teléfono varias veces, lo oía en la sala, aunque a la vez su sonido estaba cercano a mí, no sé por qué  era incapaz de cogerlo, hice varios intentos de agarrarlo y hacer que dejara de sonar,  me di cuenta que la explicación de todas estas secuencias raras y de cómo mi marido se comportaba  estaba en esa llamada; me encontraba paralizada sin poder llegar a él. Alcé la voz para que me lo trajeran, pero con tanto alboroto que tenían mis hijos era imposible que  me escucharan. Antes de bajar a la sala a cogerlo yo misma, me asomé al estudio por si mi marido me concedía la oportunidad de que yo, me aclaraba con su manera de comportarse desde que a la hora de comer había aparecido por la puerta. Le escuché hablando emocionadamente  y mandándome marchar, hablaba de no sé qué “hadrones, protones, energía, luminosidad, bosón de H…” ¿estás bien?, ¿qué dices?, ¡no entiendo de qué hablas! ¿en qué estás metido?...
Volvió a sonar el teléfono cercano a mi oreja, di un sobresalto en la cama, noté mi pulso acelerado, me costaba respirar y mantener el ritmo vital y un temblor nervioso y frío recorría mi cuerpo, con esa sensación de irrealidad de no saber muy bien donde estaba, pulsé la tecla verde del teléfono para contestar. Desde el otro lado escuché la voz de mi marido " Me pongo en marcha cariño, llegaré en 5 horas, tengo ganas de verte, te quiero".

 Al colgar el teléfono pude tomar conciencia de lo que me acababa de pasar, había vuelto a tener uno de esos episodios de “parálisis de sueño” que tanto odiaba y que me había perseguido angustiosamente años atrás.

lunes, 2 de enero de 2017

LA PUERTA DE ATRÁS DE LA NAVIDAD

En este cuento no hay pista de hielo, no hay reencuentro de dos jóvenes que después de besarse sienten como la nieve les acaricia las mejillas y les viene la carcajada y dan vueltas con los brazos abiertos de felicidad. Tampoco los niños  bajan por ninguna escalera  a coger sus regalos perfectamente envueltos. En este relato falta  también el piano y los que cantan villancicos a su alrededor. Falta la llegada de los que están fuera y aparecen de repente en la puerta principal cargados con bolsas llenas de fantásticos regalos. No hay muérdago en la puerta y el abeto es un simple pino de plástico.
Alguien me ha dicho que esas “vidas” sólo aparecen en las películas americanas, ¡pero son historias tan bonitas, son situaciones tan maravillosas!, que te dan ganas de ser uno de esos personajes de la película que acaban de echar en “la tele” el sábado por la tarde, previo al comienzo de las vacaciones navideñas.
Pero la realidad, en muchos casos es diferente, hay un precipicio entre lo que nos gustaría que ocurriera  y lo real.  Hay  Navidades que son otra película, y que dejan las casas sin decorar: es la historia de una mujer llena de soledad, recién estrenada su viudedad, es aquella que ha sufrido la pérdida del hijo, es la narración del que se ha enterado de una enfermedad grave, de los hijos que han perdido a su madre horas antes de preparar las uvas del año que iba a comenzar, es el llanto del que se desespera por la pérdida de trabajo, es la angustia del padre que no encuentra cómo sacar un poco más de dinero para llevar a casa, es el cuento del que recibe la noticia de que su familia estaba de vacaciones en el lugar donde un asesino ha cometido un atentado. Es la historia del que se siente solo sin saber cómo decorar el perímetro de su casa para tener un poco más de calor. Es la del joven enamorado que no es correspondido, la del menor acosado y humillado que no sabe cómo encender las velas que decoran la cena familiar. Sí, nos faltan muchas historias bonitas incluso hasta parece imposible que todo esto pueda ocurrir mientras miramos al cielo para ver caer ese copo de esperanza y sonreír a la suma de copos que empapan nuestra cara mientras damos vueltas en la pista de hielo, abrazados, deseando quedarnos para siempre en ese momento de felicidad…
Pero esas historias que forman parte de la vida cotidiana, aunque tristes, también son como la puerta de atrás de un paréntesis que se llama  Navidad.