Cuando llamaron a la puerta, no podía imaginar que
fuera mi marido, se encontraba esos días en la Universidad de Murcia
impartiendo uno de los seminarios estrella del
Máster de Lingüística Aplicada. Estaba tan sorprendida por verlo ahí en
la puerta con su maleta y su maletín de trabajo que imaginé que algo raro
estaba pasando. No hubo más explicación que la de “adelanto del viaje” por pequeños problemas
con su seminario. Su vuelta estaba prevista para las once de la noche de ese
día, y eran algo más de las dos de la
tarde. Y claro su teléfono no había funcionado o no había tenido intención de
llamar. Subió las escaleras y un “hola”
general fue el único saludo que dirigió a sus hijos, que estaban como siempre
enzarzados en sus peleas habituales. A ellos no les pareció extraño que su
padre apareciera a esa hora, lo vieron
normal, como el repartidor de pizzas, cuando en medio de una película llama al
timbre y se le despacha con un “hola,
toma el dinero, adiós”. He dé reconocer que con los problemas de
inestabilidad que yo estaba sufriendo a causa de mi tiroides, esta presencia
inesperada me alteró las pulsaciones y el mareo de cabeza me dejó medio tirada
en el sofá, pidiendo a uno de mis hijos una de esas pastillas que el internista,
semanas antes, me había recetado para tranquilizar mi cabeza, volver el pulso a
su sitio y tomar las riendas estables de mi vida. Mi marido subió a la habitación para
cambiarse, deshacer su maleta y colocar sus libros y ordenador en su estudio,
como siempre lo hacía, era un hombre metódico, le gustaba ordenar todas sus
cosas sin permitir que nadie le ayudara, supongo que era la única manera de
tenerlo todo ordenado y que nadie se metiese en sus asuntos, no es fácil en
una casa con cuatro hijos, donde la anarquía, en cuanto al orden, se había
establecido sobre todo desde que tres de ellos eran adolescentes.
Los sábados siempre comemos paella, él bajo al
comedor y se sentó al lado de su hija, después del primer impacto emocional y
un poco más recuperada, titubeante, y con la irritabilidad característica de mi
estado de salud le recriminé su falta de comunicación, el que no me hubiera
llamado para recogerlo en el aeropuerto o la explicación de su regreso por algún
problema con el curso... En fin lo normal de las parejas. Pero nada,
prácticamente no obtuve respuesta él. Es cierto que parecía algo molesto con la
situación, y despistado como si no supiera nuestras costumbres más básicas como
el lugar donde se sienta cada uno en la mesa, o dónde encontrar los utensilios
más habituales, por ejemplo. Explicó casi con monosílabos que su trabajo en el
seminario había concluido, adelantado el vuelo
y sin más había regresado a casa, al llegar al aeropuerto no se le
ocurrió otra cosa que coger un taxi. Sin preguntarle nada más nos dijo que tres
días después se iría a dar un seminario al CERN, ¿al CERN?, no tenía ni idea de que Leopoldo
tuviera relación con el Consejo Europeo
para la Investigación Nuclear. Es cierto que yo llevaba un par de meses
como ida, con mi inestabilidad y mal estar general, además de todo el trabajo que
se había generado en la oficina por los buenos resultados de la Compañía y que me
habían dejado agotada; es posible que a lo mejor me hubiera comentado algo de
visitar ese laboratorio o de ir a Suiza, pero ¿para qué un Lingüista necesita
dar un seminario a profesionales de la física de partículas? No salía de mi
asombro y lo peor es que mis hijos ni se inmutaban con sus palabras, ni
siquiera le preguntaron qué era eso del CERN. Yo seguía sin obtener respuestas
de sus palabras y su comportamiento era para mí insólito.
Mientras recogía la mesa y los chicos hacían más
jaleo que de costrumbre, él prefirió
subir a la parte alta de la casa, a la habitación imaginé, le gustaba descansar
y adormilarse leyendo los periódicos en su iPad.
Le pregunté a mis hijos por cómo lo veían, pero
ellos me dijeron que estaba como siempre "encriptado" o sea en su Mundo.
Hacia las 6 de la tarde consideré que su descanso había sido más que suficiente
y con mi estado anímico más relajado subí dispuesta a recibir todas las explicaciones
oportunas. Para mi sorpresa estaba en su estudio concentrado y sin parpadear mirando un folio cubierto de lo
que parecía “problemas de matemáticas”, en su mano tenía un bolígrafo. Hacía
años que no lo veía con un bolígrafo y menos aun escribiendo en un folio y lo
primero que pensé es que su ordenador tenía algún problema, aunque por otro
lado eso me extrañaba mucho, cada vez que le fallaba o no respondía en el
tiempo adecuado o tardaba más de la cuenta en bajar sus correos, se removían
todos los santos del cielo y de su boca salían maldiciones de fastidio que
hacían temblar las paredes de la habitación. ¿Estás enfermo?¿te encuentras mal?
Es lo primero que le dije al verlo en esa actitud de concentración y la verdad es
que siguió escribiendo, haciendo unas operaciones matemáticas que nunca le
había visto hacer. ¿Ecuaciones? ¿Qué era eso?, varios folios estaban tirados en
el suelo llenos de números y borratajos. Oye y lo del CERN ¿de qué se trata? ¡qué
interesante!, ¡no tenía ni idea! Con su dedo índice izquierdo me hizo el gesto
de silencio y después abrió su mano y con un aspaviento me indicó que me fuera.
¡Qué raro era todo!, parecía un extraño sin serlo, era mi marido pero yo no lo reconocía. Necesitaba tomarme otro betabloqueante,
para calmar la inestabilidad que estaba teniendo. ¿No estaría yo delirando?, un sueño, una alucinación, un delirio pasajero
o un ataque de irrealidad, ¿tal vez? Estuve un par de minutos pellizcándome las
mejillas, para ver si volvía en sí, pero nada cambiaba. Me asomé al estudio de
nuevo y allí seguía como un poseso haciendo "cuentas" y pensando en ¿qué
relación tendrían todos esos números con su trabajo de Lingüística Teórica?
¿ecuaciones y letras? No le veía el sentido a nada. ¿Leopoldo estás bien?
Escuchaba a mis hijos reír en el salón y mi hija pequeña subía por la escalera negociando
no sé qué de salir por la noche.
Sonó mi teléfono varias veces, lo oía en la sala,
aunque a la vez su sonido estaba cercano a mí, no sé por qué era incapaz de cogerlo, hice
varios intentos de agarrarlo y hacer que dejara de sonar, me di cuenta que la explicación de todas estas
secuencias raras y de cómo mi marido se comportaba estaba en esa llamada; me encontraba paralizada
sin poder llegar a él. Alcé la voz para que me lo trajeran, pero con tanto
alboroto que tenían mis hijos era imposible que
me escucharan. Antes de bajar a la sala a cogerlo yo misma, me asomé al
estudio por si mi marido me concedía la oportunidad de que yo, me aclaraba con
su manera de comportarse desde que a la hora de comer había aparecido por la
puerta. Le escuché hablando emocionadamente
y mandándome marchar, hablaba de no sé qué “hadrones, protones, energía, luminosidad, bosón de H…” ¿estás bien?,
¿qué dices?, ¡no entiendo de qué hablas! ¿en qué estás metido?...
Volvió a sonar el teléfono cercano a mi oreja, di un
sobresalto en la cama, noté mi pulso acelerado, me costaba respirar y mantener
el ritmo vital y un temblor nervioso y frío recorría mi cuerpo, con esa
sensación de irrealidad de no saber muy bien donde estaba, pulsé la tecla verde
del teléfono para contestar. Desde el otro lado escuché la voz de mi marido " Me pongo en marcha cariño,
llegaré en 5 horas, tengo ganas de verte, te quiero".
Al colgar el teléfono pude tomar conciencia de lo
que me acababa de pasar, había vuelto a tener uno de esos episodios de
“parálisis de sueño” que tanto odiaba y que me había perseguido angustiosamente
años atrás.
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