sábado, 19 de agosto de 2017

GIGANTES Y CABEZUDOS

Cómo me iba a imaginar que saldríamos en el periódico….
Ese verano habíamos decidido que lo haríamos, ¿por qué no?, ¿qué demonios nos lo iba a prohibir? Así que días antes ya estábamos planificando cómo serían nuestras carreras…. Lo cierto es que cuando llegamos a la ventanilla del ayuntamiento a anotarnos para llevar a los cabezudos el primer día de la fiesta de Torgás del Camino, el conserje “con cajas destempladas” nos echó de un plumazo y con humor de viejo “cascarrabias”  murmuró unas frases en las que sólo entendimos una serie de maldiciones que nos parecieron terribles blasfemias y por supuesto nos olvidamos de replicarle por temor que nos diera un par de “guantazos”. Minutos antes en la cola, que daba media vuelta al edificio público, todos los rapaces se habían burlado de nosotras, sí nosotras, dos niñas intrépidas, que no entendían por qué les parecía tan extraño que nos anotáramos  para portar cabezudos e ir repartiendo escobazos a todo el que pillásemos por delante.
Salimos enfadadas y un poco avergonzadas, como si hubiéramos hecho algo malo, prohibido o impropio de dos “rapacinas” de 10 años. Pero ninguna de las dos nos dimos por vencidas. Aunque indignadas, nos propusimos seguir con nuestra idea de salir llevando cada una un cabezudo y pasarlo también como lo hacían nuestros amigos.
Dio la casualidad que el padre de Gela, ingeniero mecánico  dedicado al mundo de los coches de carreras, decidió patrocinar, ese año, la competición de “Karts” y elevarla a categoría de puntuación nacional, trayendo a conocidos pilotos para dar renombre, no sólo a la competición sino a la ciudad. Le contamos de forma atropellada lo que nos había sucedido, era un hombre moderno, avanzado para su época y por ello los demás lo veía como un “raro”, nos entendió enseguida y con una mueca y un gesto de cejas nos preguntó:
_¿Vosotras queréis salir? Pues eso está hecho.
No le tomamos en serio y nos fuimos a jugar a la plazoleta con los que estaban allí, algunos nos habían visto en la cola, se rieron un poco de la humillación que habíamos sufrido con el conserje, pero nos pusimos a jugar al “brilé” y  se nos pasó la tarde.
Por la noche lo comenté en casa y mis hermanos mayores, intentaban convencerme de que era imposible que pudiéramos salir,  ”_nunca habían salido niñas y menos pegando escobazos a diestro y siniestro”, además los niños que salían eran un poco más mayores, así que ellos estaban convencidos que íbamos a recibir más de lo que nosotras íbamos a dar. Pero sólo queríamos pasarlo bien y experimentar esa sensación de emoción que era llevar a un cabezudo; correr y asustar a los más pequeños y dar escobazos a los que te tiraran del vestido o te llamaran “boquiabierto, cabeza lobo, enanito, pelao  o bruja Ciriaca”…
El padre de Gela nos fue a buscar a la piscina, lo estábamos pasando genial, no salíamos del agua con tanto calor.  Lo vimos en el quiosco de los refrescos, estaba tomando una cerveza, pletórico y risueño, él nos buscó a golpe de vista, casi nervioso con ganas de encontrarnos rápidamente.
_Esta tarde os vais a anotar, está todo arreglado, el sábado salís con los cabezudos.
No había otra expresión mayor de felicidad para nosotras, nos sentíamos grandes, emocionadas, nerviosas con ganas de salir ya en el desfile.
Cuando nos vio el conserje, emitió un gruñido leve y frunció el ceño pero no le quedó otra que anotarnos en la lista del primer día de las fiestas, el día más codiciado para los chavales, y allí íbamos a estar nosotras. _¡Madre mía!
 El padre de Gela sí que tenía influencia, pensaba yo, _¿Cómo lo habría conseguido? Le abrazábamos agradeciéndole su proeza y él se reía quitándole la importancia que nosotras le dábamos. Deseábamos que llegara el día y las horas se nos hacían interminables, todo nos aburría esperando el momento. Y ese día y momento llegó…allí estaba de nuevo el conserje con su cara de amargado repartiendo los cabezudos y las ropas. Los chavales que nos vieron se quedaron atónitos, pero ahí estábamos nosotras para correr como ellos.
Nos dieron “dos boquiabiertos”, son los cabezudos por los que más se puede reconocer a los que van dentro y el conserje lo hizo “a posta” estoy convencida de ello. Después del Pregón y de que la banda municipal de música tocara el himno español, salimos corriendo detrás de lo que fuera y pronto estábamos corriendo nosotras delante de todos ellos; así que nos vieron los chavales que provocaban a los cabezudos y vieron que éramos dos niñas, ¡la que se montó!, nos quitaron la escoba, nos daban en la cabezota  con los nudillos, nos tiraban del vestido, algunos mal hablados nos insultaban. Íbamos de un lado a otro intentando recuperar nuestra vara de atizar, pero era imposible, salíamos atizadas nosotras. La organización del desfile era como eran las cosas antes, desorganizada, sin saber hacia dónde tirar y sobre todo espontánea, el caso era tirar por las calles. Algún mayor intentó ayudarnos en alguna parte del recorrido pero el trayecto era de locos y corre que te corre por las calles siguiendo al “tamboril” entre pescozones y varapalos así hasta  llegar de nuevo a la plaza mayor y allí cayó la más grande, todos contra nosotras, ahora ya se habían unido los propios cabezudos. Era agobiante.
El padre de Gela nos rescató metiéndonos al ayuntamiento.
_¿Qué tal la experiencia?
Estábamos sofocadas, yo no sabía si reír o llorar, me dolía todo y a Gela le pasaba lo mismo. Resoplamos descargando nuestra emoción o quizá nuestra angustia, ¡qué locura! ¡Lo hemos conseguido! ¡ha sido duro, pero lo hemos hecho! Nos abrazamos emocionadas de nuestra hazaña que desde luego no la imaginábamos así pero habíamos conseguido hacer lo que queríamos y eso nos bastaba para estar satisfechas.
Al día siguiente, se firmaba un artículo en el periódico de la localidad relatando lo que dos niñas habían hecho, las primeras en llevar dos “boquiabiertos”, las primeras en abrir la brecha… se ha tardado años en volver a ver niñas llevándolos. Sin embargo hoy he podido comprobar el mismo desfile y he visto que la mayoría de los cabezudos eran llevados por niñas, “la bruja, el lobo, el ogro, el enano”, no he visto ningún boquiabierto descubriendo la identidad de alguien, los escobazos no eran tales y ya no había carreras alocadas. Gigantes y Cabezudos iban ordenados siguiendo una pauta establecida. Ninguna de las niñas que hoy los llevaban se podría imaginar que en 1971 hubo dos niñas que fueron las primeras y que gracias a ellas se rompió lo establecido hasta el momento. Es cierto que el desfile de hoy ha perdido gracia y espontaneidad pero ha ganado en que quien quiera pueda llevar los cabezudos el primer día de fiesta y todos los demás días también.

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