En este cuento no hay pista de hielo, no hay reencuentro de
dos jóvenes que después de besarse sienten como la nieve les acaricia las
mejillas y les viene la carcajada y dan vueltas con los brazos abiertos de
felicidad. Tampoco los niños bajan por
ninguna escalera a coger sus regalos
perfectamente envueltos. En este relato falta
también el piano y los que cantan villancicos a su alrededor. Falta la
llegada de los que están fuera y aparecen de repente en la puerta principal
cargados con bolsas llenas de fantásticos regalos. No hay muérdago en la puerta
y el abeto es un simple pino de plástico.
Alguien me ha dicho que esas “vidas” sólo aparecen en las
películas americanas, ¡pero son historias tan bonitas, son situaciones tan maravillosas!,
que te dan ganas de ser uno de esos personajes de la película que acaban de
echar en “la tele” el sábado por la tarde, previo al comienzo de las vacaciones
navideñas.
Pero la realidad, en muchos casos es
diferente, hay un precipicio entre lo que nos gustaría que ocurriera y lo real. Hay Navidades
que son otra película, y que dejan las casas sin decorar: es la historia de una
mujer llena de soledad, recién estrenada su viudedad, es aquella que ha sufrido
la pérdida del hijo, es la narración del que se ha enterado de una enfermedad
grave, de los hijos que han perdido a su madre horas antes de preparar las uvas
del año que iba a comenzar, es el llanto del que se desespera por la pérdida de
trabajo, es la angustia del padre que no encuentra cómo sacar un poco más de
dinero para llevar a casa, es el cuento del que recibe la noticia de que su familia
estaba de vacaciones en el lugar donde un asesino ha cometido un atentado. Es
la historia del que se siente solo sin saber cómo decorar el perímetro de su
casa para tener un poco más de calor. Es la del joven enamorado que no es
correspondido, la del menor acosado y humillado que no sabe cómo encender las
velas que decoran la cena familiar. Sí, nos faltan muchas historias bonitas
incluso hasta parece imposible que todo esto pueda ocurrir mientras miramos al
cielo para ver caer ese copo de esperanza y sonreír a la suma de copos que
empapan nuestra cara mientras damos vueltas en la pista de hielo, abrazados,
deseando quedarnos para siempre en ese momento de felicidad…
Pero esas historias que forman parte
de la vida cotidiana, aunque tristes, también son como la puerta de atrás de un
paréntesis que se llama Navidad.
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