A mi tío J.A.C.C. que nos enseñó a amar la Música
No sabíamos que la música
de Bach que interpretábamos en el violín acompañaba tu último hilo de vida… afinábamos el Minueto nº 2 y los violines llevaban el ritmo en cada nota,
la posición de nuestros dedos era la correcta y el arco se deslizaba entre el
puente dibujando un baile acorde, sin pausa, sin detenerse.
No sabíamos que a cientos
de kilómetros, en ese preciso momento, tus cuerdas desafinaban, el arco de tu
violín rozaba desacompasado, titubeante como el aprendiz que coge por primera
vez el instrumento.
Continuamos con el Minueto nº 3 y nuestros cuerpos vibraron mientras tú
desafinabas llamando nuestra atención, seguíamos el curso de nuestras notas,
cerramos los ojos y cuanto más alto y fuerte rozábamos el arco, más era tu
agitación, tu convulsión. Nos llamaste pero sólo oímos el desgarro del arco a
su paso por la cuerda RE; el ritmo de Bach nos impulsaba en los sostenidos, las
posiciones naturales, las notas ligadas, las repeticiones, los tresillos… Nos dejamos llevar hasta que
el último SOL transformó la pieza en notas negras, notas pesadas que nos
hicieron abrir los ojos. Aun así no oímos que tus cuerdas se habían roto, que
el arco de tu violín tocaba en el diapasón una canción triste, imperceptible,
después insonora.
La Gavota de Gossec nos sobrecogió, el arco se enmudeció a su paso por
las cuatro cuerdas. El sonido de los violines se superpuso con tus susurros, no
oímos tu adiós, no percibimos tu partida, saliste por la puerta sin hacer
ruido. “Da Capo al Fine” nos indicaba
la partitura y volvimos a repetir los compases, ya no escuchamos tus cuerdas,
nuestros pentagramas señalaban distintos ritmos… Haendel, Beethoven, Boccerini, Shumann,
Corelli, Telemann, el desgarro de Stravisky y el vacio de Taverner se asomaban
tímidamente a nuestra memoria auditiva.
Se nos humedecieron los
ojos, lloramos por dentro, nuestra alma palideció de dolor.
Se hizo el silencio, comprendimos que no estabas con nosotros.
Preparamos la ropa del concierto más triste que podíamos interpretar, “El Réquiem de tu adiós”. El sonido de
tus instrumentos tocaban lo que tu querías, nos dejamos llevar por tu melodía y
los recuerdos pasaron por nuestra mente de forma pausada recordando cada gesto,
cada expresión, tu sonrisa, tus palabras, la concordia de tu ser y lloramos sin
consuelo las partituras que se agolpaban en un atril enlutado. Al despedirte el Concertino te dio la mano, nos diste tu último saludo y
un aplauso unánime dejó partir la marcha fúnebre hacia donde tú imaginaste
estar después de tu muerte…
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