jueves, 24 de noviembre de 2016

Arquitectura de Maragatería: Clavos


Dentro del conjunto de la arquitectura de maragatería los clavos son accesorios de hierro forjados a martillo, que complementan la decoración de las puertas de las casas maragatas. Se colocan de manera lineal, y dependiendo del tamaño de la puerta llevan cuatro o cinco filas de clavos, a una distancia suficiente para componer la puerta de manera equilibrada. Cada fila está formada por unos 8 /9 clavos dispuestos a 5 cm unos de otros.  Su función es unir los tablones verticales que conforman la puerta por el lado principal con otros más estrechos en posición horizontal situados en el reverso de la puerta. La forma más común es  la semiesférica: clavos lisos sin dibujo, toscos y pobres y clavos cincelados  más llamativos con trazos de aspas, cruces u ornamentos florales. Pero también los hay con formas originales como: de concha de peregrino, es fácil encontrarlos en las puertas de los pueblos maragatos por los que pasa el Camino de Santiago, clavos que pueden ser fechados  en torno al siglo XVII;  clavos rectangulares con muescas ornamentales;  y clavos más elaborados y ostentosos  en forma de  pirámide octogonal y en forma romboidal recortada por los bordes, con incisiones centrales decorativas.

Aunque son piezas pequeñas  no por ello dejan de ser importantes, forman parte de la decoración de las puertas, que junto con los demás accesorios de hierro como tiradores, aldabones, picaportes, escudos de cerradura, etc.,  son la “carta de presentación” de los dueños de la casa. A través de ellos podemos identificar el grado de sofisticación decorativa, la suntuosidad o el lujo frente a la tosquedad, la simplicidad o pobreza ornamental de los que habitaron las casas de maragatería. Hoy en día todos son un lujo a conservar.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Área de Servicio “Las casitas”



Habíamos decidido hacer ese viaje porque teníamos cuatro días de descanso.
Después de la tensión de  colocar en el maletero del coche todo lo necesario para una familia numerosa con perro,  y cargar como si no fuéramos a volver en un mes, nos metimos en el coche, con  los nervios deshechos por el  jaleo de cuadrar todas las cosas como si se tratara de un rompecabezas donde todas las piezas encajan en su sitio.
Esta es la historia de nuestro perro, Tizón, un pastor vasco, sin ser genuínamente pastor,  pero sí vasco, de pelo largo y enredado, de tamaño pequeño con cara más bien fea pero a la vez simpática y tierna,  perro fiel, juguetón y alegre.
Al ver la indicación del Área de Servicio de la autovía, no dudamos en coger la desviación y  parar, dentro del coche el barullo era insoportable,  cada uno gritaba más que el otro y estaba claro que debíamos hacer un alto en el camino.
Tizón fue el que primero salió del coche, no necesitaba quitarse ningún cinturón para coger la puerta y marcharse a  olisquear los arbustos de la zona verde, los niños no tardaron en correr hacia el parque infantil y nosotros nos sentamos en una mesa exterior para  ver como seguían chillando y vigilarlos a todos incluido el perro. El buen tiempo hacía de esos cuatro días de vacaciones una oportunidad para salir de la ciudad y me sorprendió la cantidad de gente que había pensado lo mismo que nosotros, una escapada para relajarnos del día a día.
Pagamos las consumiciones, casi dándonos pena el tener que volver a la “grillera” de nuestro coche; cuando salimos del establecimiento los niños seguían en el parque más ajetreados que antes de salir del coche pero un poco más animados de entrar en él, aunque ya se sabe que esa calma dura menos que lo que se tarda en recorrer un kilómetro, nos quedaba por delante unas  3 horas de viaje.
Nos pareció raro que Tizón no estuviera enredado con los niños, que no acudiera con ellos al coche, que no se montara el primero, a la orden de” ¡Vamos!” como siempre hacía.
Lo llamamos pero ni rastro de él. El encargado de la cafetería nos ayudó a buscar por la zona ajardinada y por el interior del local y lo mismo hizo el empleado que reposta la gasolina. Algunas personas nos dijeron que Tizón había estado merodeando por la zona verde trasera del restaurante que ahora estaba vacía.
Los niños lo llamaban dando voces, pero yo sabía que a él no hacía falta que lo llamáramos insistentemente para que viniera de inmediato con solo oír las palabras “ ¡Vamos, Venga al coche!”.
Había desaparecido. Estuvimos en el Área de Servicio una hora y media más, esperando alguna respuesta. Llegamos a la conclusión que nos lo habían robado. Continuar el camino con los tres niños llorando no fue fácil y pasar tres horas en el coche sin ninguna explicación racional de lo sucedido fue angustioso.
Nuestros cuatro días de descanso fueron tristes y los niños no paraban de preguntarnos si habíamos recibido alguna llamada desde el lugar de la pérdida que pudiera devolvernos la esperanza.
“La falta de  un perro se cura con otro perro” nos decían los dueños de la casa rural donde estábamos hospedados, “mañana les buscamos uno por el pueblo y se lo llevan, por aquí lo que sobran son perros.”
Tizón no era un perro, era nuestro perro y no queríamos otro, sólo queríamos reencontrarnos con él.
Nos pusimos en contacto durante esos días y varias veces con el encargado del Área de Servicio, allí nadie había dejado una nota para nosotros y no había rastro de él por la zona.
De vuelta a nuestra rutina, sentimos su falta aún más, mirábamos hacia nuestro jardín y parecía que lo veíamos correr,  que  lo veíamos andar de aquí para allá por la casa, pero no eran más que ilusiones ópticas.
A los 20 días los niños empezaron a interesarse por otras cosas de su vida diaria y dejaron progresivamente de hablar y preguntar por él. Por supuesto habíamos dejado de llamar al encargado amable que nos atendía con cierta preocupación,  ya no tenía sentido, y además tenían todos nuestros teléfonos por si aparecía.
Escuchaba la radio en mi  coche yendo a trabajar, casi estaba olvidándome de lo ocurrido un  mes antes, y sonó el teléfono móvil,  sonó varias veces.  Desde el aparcamiento del trabajo escuché el buzón de voz “soy…por favor, llámame es importante”.
La farmacéutica de Torgás del Camino al ver al perro que había entrado en su establecimiento había tenido indicios de que algo no iba bien con los que creía eran sus dueños, dos chavales de unos 22 años que aparecieron asustados pidiendo alguna pomada cicatrizante para calmar las heridas de varias dentelladas profundas en la parte de la cabeza y lomo del animal. Los chavales que habían aparcado su coche delante de la farmacia llevaban un remolque con unos endiablados perros que no dejaban de ladrar, ”son tremendos no paran de morderse y a este claro…” dijo uno de ellos.  Recomendar la visita al veterinario fue lo primero que se le ocurrió, pero era tal el agobio de los chicos que les vendió un antiséptico, vendas y una pomada cicatrizante, para que salieran del paso hasta ir al día siguiente al veterinario que no estaba a más de 20 kilómetros de la farmacia, pero que había cerrado unas dos horas antes.
Lina habló con su colega días después sobre el perro malherido,  a su consulta no había llegado ningún perro con las cicatrices de ninguna mordedura.  Así que dejó el tema y dio por hecho que el problema se habría solucionado con los medicamentos que les había proporcionado.
Lina cada dos semanas  al salir de la farmacia  se acercaba hasta el Área de Servicio de la autovía, repostaba gasóleo y se tomaba un café, solía llevar a Marcos, el encargado, los medicamentos que previamente le había encargado para su madre, esta rutina, era deseada por ambas partes que no dejaban de tontear desde el momento en que ella entraba por la puerta.
En uno de esos momentos Lina no sé cómo hablando de perros, le vino a la cabeza el perro malherido que había visto con los supuesto dueños en su farmacia, pero a pesar de lo sorprendente de la historia, el encargado no relacionó el episodio de la gasolinera con la historia de este perro, al fin de al cabo, eran unos chavales de la zona, unos cazadores a los que no les serviría para su actividad un pastor vasco.
Lina tenía la última guardia de la semana, serían las doce de la noche y el encargado del Área de Servicio la llamó por teléfono para ayudarla a matar el tiempo de una noche  más en vela. Después de un buen rato de charla, él le preguntó “¿cómo era el perro herido que llevaron los chavales a tu farmacia?”, sin mucho interés  la farmacéutica lo describió sin entender por qué él repetía la misma descripción. “Tengo el teléfono de los dueños” dijo emocionado Marcos, pero pensaron que era irrelevante molestarlos sin tener noticias del perro y sobre todo para no causar más dolor, lo mejor era que los dueños aceptasen la pérdida sin saber que había pasado por allí.
Pedro, el veterinario de Valdemorillo está acostumbrado a ver de todo con la cantidad de cazadores que hay por la zona y como traen malheridos a sus perros. Oyó  el frenazo de un coche  que paró delante de su puerta,  escuchó el abrir y cerrar del maletero con mucha prisa y de repente la arrancada del coche sin dejar huella.
Salió  para ver que “demonios estaba pasando”, una sábana blanca envolvía el cuerpo de un perro en un estado lamentable, mirada triste y perdida, ensangrentado por varias heridas, bastante sucio  y sin responder a ningún estímulo.
Consiguió limpiarle las brechas. Le llevó suturarle más de una hora. Uno de los cortes estaba infectado iba a necesitar antibiótico y ser intervenido quirúrgicamente. Llamó a Lina por teléfono; no había duda se trataba del mismo perro del que ella le había hablado días antes. Los datos del microchip no estaban actualizados y el número de teléfono que figuraba en él era erróneo.  Marcos,  se había ido de vacaciones unos días “a la nieve” era el único que  tenía los teléfonos de los dueños, pero se encontraba fuera de cobertura. Debían esperar un par de días a que regresara, además él era el que  podía reconocer mejor al perro, había visto merodear al pastor vasco en condiciones normales por la mesa de sus dueños mientras les ponía las consumiciones.
Cuando el encargado del Área de Servicio lo vio, no supo que decir, el perro no parecía el mismo, estaba afeitado por varias partes de su cuerpo, estaba tumbado e inerte.
Lina se encargó de llamar a la familia, no había nada que perder y lo más seguro era que se tratara del perro que había desaparecido.
Quedaron al día siguiente en el Área de servicio “Las Casitas”,  esta vez las dos horas de viaje aunque ruidosas eran una fiesta. Allí estaba Tizón con sus tres salvadores, casi no reaccionó al vernos, lo que más nos impresionó fue su mirada triste, realmente estaba convaleciente y necesitaba con urgencia entrar en un quirófano.  Los niños no paraban de besarlo, movió un poco su cola pero sin grandes aspavientos. Al despedirnos Lina lloraba, Pedro y Marcos estaban emocionados. Ellos eran nuestros héroes y no sabíamos cómo agradecérselo.
Dos meses después el herrero de Torgás había entrado en la farmacia  de Lina contando no sé qué historia de una denuncia de alguien hecha en el cuartel de la Guardia Civil de unos chavales que tenían encerrados  unos 5 perros que no dejaban de ladrar todo el día y un par de ellos eran de razas “malas”, unos pitbull que habían mordido ya a varios perros e intimidaban a más de uno. Son esos chavales del “tí Espuelas” que vive ahí pegando al regato antes de la desviación al Área de Servicio…

Tizón tuvo que ser intervenido con anestesia total dos veces, se curó de sus heridas,  aunque nunca se curó del susto de haber sido atacado por unos Pitbull que sus dueños descuidaron en el Área de Servicio. Nuestro perro solo sobrevivió un año más.

jueves, 20 de octubre de 2016

Ausencias

Miro las gafas de mi padre
traspaso con mis ojos
las lentes de aumento
y veo cristales de recuerdo
son sus gestos,
la sonrisa, el cariño,
la preocupación o el llanto
lo que se ve en el reflejo.

Las gafas de mi padre
son la montura que fraguó
momentos de mi vida.
Las cojo con cuidado
viendo en ellas su mirada
la caricia cercana,
el consejo sensato,
la ayuda infinita.

Las gafas de mi padre
me descubrieron el frío de la pérdida
de unos años de niño.
En el cajón escondido
de la cómoda vieja,
el reloj del padre
marcando el último segundo del adiós,
la despedida de la inocencia,
la llegada del sufrimiento
el valor, la responsabilidad,
la esperanza de un nuevo comienzo.

Las gafas de mi padre
y el reloj del suyo
las manecillas paradas
los cristales ciegos
la correa cobriza
y las patillas plegadas
son lo que yo soy
lo que él me enseñó.

Ahora lo entiendo
mi padre y mi abuelo
dos ausencias
dos simples objetos
unas gafas
un reloj,
los agarro como amuletos
sintiendo su fuerza
para seguir, perdurar, vivir…

viernes, 14 de octubre de 2016

Arquitectura de Maragatería: Picaportes y Escudos de Picaporte



Para que las puertas maragatas queden cerradas o se abran sin necesidad de llave, desde el siglo XVIII hasta hoy se ha usado un accesorio de hierro conocido como  picaporte, manija o manilla.
El picaporte está formado por una palanca, en el interior de la puerta, que está fijada por un clavo, ésta se levanta, accionando una pletina de hierro situada en el exterior de la puerta y que penetra a través de ella  levantando la palanca, que a su vez está metida en una grapa que la delimita. Cuando la pletina de hierro se presiona desde el exterior, la palanca situada en el interior, deja de reposar sobre una pieza en forma de nariz y abre la puerta. Cuando dejamos de presionar la pletina desde el exterior y a la vez tiramos del “tirador del picaporte” hacia la otra hoja de la puerta o hacia el marco de la puerta si se trata de una sola hoja, la palanca vuelve a caer sobre su nariz y la puerta queda cerrada.
Lo más vistoso del picaporte se encuentra en la parte exterior de la puerta y está formado por la pletina con cabeza plana, por el tirador del picaporte  que ayuda a tirar o empujar la puerta para cerrarla o abrirla y por el escudo de picaporte accesorio complementario de adorno.
La pletina o espiga está formada por una placa de hierro forjado que en uno de sus extremos tiene forma de cabeza plana para apoyar el dedo pulgar y levanta la palanca situada en el interior sobre la pieza en forma de nariz.
 El tirador del picaporte es una pieza de hierro forjado en forma de asa con la que se consigue empujar o tirar de la puerta. Hay asas de diferentes modelos: liso, con cordón en el centro, cortado en espiga, acordonado completo o sólo en los extremos.

El escudo de picaporte es una chapa de hierro recortada en diversas formas, está embutido entre la cabeza de la pletina o espiga y el tirador, y sujetada a la puerta por unos pequeños clavos. Es el accesorio más visible de la puerta, el que llama la atención, es un adorno singular. Sus formas y cortes dependen del herrero y del capricho del dueño que lo encarga,  quizá sea ésta la razón por  la que no hay dos iguales, aunque algunos son parecidos son obras únicas hechas a mano y por tanto cada una adquiere su grado de originalidad. El escudo de picaporte, además de otros accesorios como: las aldabas o aldabones, los clavos, las cerraduras o bocallaves, los escudos de cerraduras y el color que tienen las puertas, embellecen el conjunto de la casa maragata.

martes, 27 de septiembre de 2016

Pétalos para Marina

Pétalos de Rosa Roja
sobre tu cara tierna y amable,
la risa permanente
se aprecia en la mirada
que envuelve tu armonía.

Pétalos de Rosa Roja
caen sobre el susurro de tus sueños,
el crepitar del fuego
es la dulzura del cuarto donde habitas.

Pétalos de Rosa Roja
dejas a tu paso
por el sendero de la vida.
Oigo el rumor de tu pelo al viento,
los acordes de tus pisadas,
el compás de tu canto.

Quisiera ser el aroma que te sigue,
el Pétalo caído de tu Rosa,
la esencia de tu contenido…

Observo desde lejos
como suena tu alegría,
como pasa por el camino,
como me arropa con su ruido.

Pétalos de Rosa
Pétalos de Rosa  Roja.




miércoles, 14 de septiembre de 2016

Arquitectura de Maragatería: Aldabones y Aldabas


En las puertas de las casas de maragatería los aldabones y aldabas ocupan un lugar central y privilegiado,  son piezas de hierro donde un simple vástago golpea sobre un clavo, y su función es la de llamar. Los aldabones están situados a una altura intermedia alta, el vástago es grande, su tamaño oscila entre 25 y 30 centímetros, los hay sencillos con forma de Y griega o con forma de S lisos o rayados, y más complejos o elaborados con forma de pájaro o de reptil, horquillados, curvados o doblados en su parte superior o en la inferior que es la que  golpea el clavo. Por el contrario las aldabas son más pequeñas  se encuentran a una altura intermedia no alta de la puerta, su tamaño oscila entre 15 y 22 centímetros, las piezas son más elaboradas, el vástago es pequeño con forma de daga  y suele estar decorado con rayas rectas, con rayas que se cruzan o con rayas en forma triangular y está montado sobre una placa ornamentada con forma cuadrada dentada o rectangular dentada en posición romboidal o en forma octogonal dentada y el llamador se curva en forma de anilla imperfecta con una protuberancia circular que toca con el clavo para llamar .
Estos accesorios de hierro característicos de la arquitectura popular maragata son del S. XVIII principalmente y muestran el esplendor de estas casas arrieras.

domingo, 4 de septiembre de 2016

VISITANDO A LOS FUNCIONARIOS DEL DNI

Que tengas un nombre complicado por largo y extraño es más que un problema, es una pesadilla… y si tu nombre lleva acento y el funcionario no completó sus estudios de bachillerato estás más que perdido y si tu partida de nacimiento tiene errores es para desesperarse…
El otro día fui con mi hijo a renovar su DNI y a autorizarle a tramitar su pasaporte por si algún día de estos visita algún país fuera de la Unión Europea y cual sería nuestra sorpresa cuando la funcionaria que le hace comprobar su nombre a través de la pantalla del ordenador, lo vemos sin acento, se lo decimos y nos dice que ella no puede poner a su nombre el acento que le falta porque en su anterior documento está sin él. Por cierto la primera vez que le hicieron el DNI fue esta misma señora, es lo bueno o lo malo de hacerlo en una ciudad pequeña que conoces al personal. Con un tono fuera de lugar nos dice que necesita ver la partida de nacimiento, para comprobar que esté la tilde colocada en su sitio. En nuestra lengua no hay otra manera de escribir su nombre y sobre todo si no pones el acento no puedes leerlo bien, así que se ve claramente que el día que en la escuela estudiaron los diptongos e hiatos esta mujer no acudió a clase…
_”Se requiere que lo veamos y esto significa un cambio de nombre, hay que enviarlo a Madrid para que den la aprobación y después hacer el DNI.
Días después acudimos de nuevo con los papeles que certifican el acento olvidado en el documento anterior, y la compañera de la señora que nos había mandado al registro le dice, que un acento se puede cambiar, que le deje a ella, que lo va a intentar y lo peor es que en menos de un minuto, nos dice que ya está. Mis ojos se incendiaron y mi expresión de fastidio debió ser tan visible que la señora nos dijo:
 _“claro, es que como nos han cambiado el sistema informático, pues yo, no sé muy bien.”
Mi hijo y yo nos miramos y pensamos lo mismo “si te cambian el sistema informático, te habrán dado un curso, o por lo menos te habrán dicho todas las posibilidades de cambio, errores o beneficios del nuevo sistema”.
Respirando hondo y poniendo nuestros dedos en posición de loto, pasamos a la funcionaria siguiente: la de pasaportes, una mujer ruda que martilleaba con una rueda de madera los pasaportes para aplanarlos, porque la máquina que los tenía que prensar estaba averiada. El ruido era molesto, pero ni nos atrevimos a poner un mal gesto, hicimos como que no oíamos nada, de vez en cuando nos mirábamos y subíamos una ceja, como escépticos ante el gesto de la mujer “forzuda”.
 _”Escriba aquí sus datos y autorice a su hijo.” Me dijo sin levantar la vista del ordenador.
Pasados unos segundos, veo que pone mala cara, niega con la cabeza, arruga la nariz y aprieta los labios. Yo ya temblando me temo lo peor.
No puedo autorizar a mi hijo a que haga el pasaporte por no llamarme como me llamo, los que tienen nombres con preposiciones y artículos ya saben de qué hablo, los funcionarios nos los ponen y nos los quitan de los documentos cuando menos te lo esperas y mi DNI aparece sin  estos “elementos”, que un funcionario, en algún momento de las tantas renovaciones que he hecho, decidió quitármelo porque le parecía mejor y aunque yo me había dado cuenta me gustó el cambio, e incluso llegué a pensar lo majo que era el tío al quitarme esas dos palabras insulsas de mi nombre.  ¡Pero no!, eso es un error que en un futuro lo puedes pagar caro, es lo que me ocurre a mí ahora. La funcionaria con tono despótico y un poco malhumorado me mandó al juzgado, a la sección del Registro Civil porque a mí me faltaba en mi DNI la contracción de una preposición y un artículo, eso sí, mis dos nombres estaban correctos, que según mi punto de vista es lo esencial e importante y lo otro es paja sin importancia.
Entiendo que los funcionarios que expiden los documentos estén cansados de ver a personas que se llaman equivocadamente a como los han inscrito al nacer, pero yo estoy más que cansada de que me equivoquen el nombre cada vez que les viene en gana, es cierto que ahora te hacen comprobar todo, pero hasta hace unos años era un lío tremendo, en ese lío he permanecido hasta este verano.
 -“Sólo tu partida de nacimiento nos puede decir cómo te llamas y cuando la traigas podrás hacer de nuevo tu DNI y autorizar el pasaporte de tu hijo.”
La partida registraba mis dos nombres con la contracción “del”. Después de dos semanas esperando a que me volvieran a dar cita para poner en orden mi documento de identidad, la funcionaria me dice que debo esperar a que contesten desde Madrid, la verdad, en ningún momento me dijo que organismo tiene que contestar sobre mi nombre, el caso es que tienen que contestar sobre algo que yo sé que es así ciertamente.
_”¿!Estás de broma?! Me estás diciendo que ahora debo esperar a que Madrid certifique un cambio de nombre por un “del” que ellos, los funcionarios, en algún momento me han quitado? ¡no!, ¡no puede ser!” Pensé sin decir palabra, aunque mis gestos lo decían todo.
Una semana después me llamaron para que fuera a hacer mi DNI con mi nombre escrito correctamente como certificaba mi partida de nacimiento
-“Compruebe usted que todo esté bien, si no lo hace es culpa suya…”
-“Sí, sí, desde luego, no quiero que se coma ni una letra de mi nombre, que luego hay que reclamar un cambio de nombre…”
Ya pude autorizar a mi hijo a hacer el pasaporte, porque mi documentación ya estaba en regla, o eso creía yo. La funcionaria de los pasaportes, la mujer ruda que nos atendió el primer día y que yo ya estaba cansada de verla, por todos los días que me hicieron acudir a esa oficina,  con gesto solemne, me llamó y me dijo, usted es hija de tal y tal. Casi me caigo de la silla.
 –“No, no, mi madre se llama…”
Ahora mi madre se llamaba como yo, es decir le habían añadido a su nombre otro más, una preposición y un artículo. Ella se llama con un nombre a secas…
_”Por favor mire mi partida de nacimiento.” Les dije un poco cabreada.
_”¡Mary! (gritando) se dirige a la que me había hecho el DNI anteriormente, la madre de esta chica está mal escrito, no se llama así.”
_”¡Ah pues yo puse lo que decía su partida, ni más ni menos!, hija de tal, tal y tal , eso es lo que ha quedado en el ordenador.”
Sé cómo se llama mi madre desde que tengo uso de razón, en todos mis documentos siempre se ha llamado igual y mira que he hecho papeles en la vida en los que he necesitado poner su nombre, para que ahora estas mujeres me dijeran que no era así.
-“Pero vamos a ver,  en mi DNI antiguo,  en mi libro de familia soy hija de ella y no de la que pone ahí en mi nuevo documento de identidad…”
_”Lo siento tiene que volver al Registro Civil a comprobar cómo se llama su madre si está mal el juez debe rectificar que su madre se llama como se llama y rectificarle a usted ese cambio en su partida. De todas maneras le podemos dejar que autorice a su hijo a hacer el pasaporte, a él ya ni le va ni le viene como se llama su abuela.”
¡¡¡Ay Madre!!!  Vuelvo al juzgado donde se encuentra el Registro, el funcionario comprueba mi partida de nacimiento y la  de mi madre, vemos que la mía está errónea. ¡No me lo puedo creer! Soy hija de mi madre pero le han puesto el nombre mal en mi certificado de nacimiento y le han añadido al suyo propio tres palabras más.
Cuando le explico al hombre, otro funcionario cansado de que sus colegas los funcionarios del DNI y pasaporte manden extraer de los libros de registro partidas  para comprobar una y otra vez lo que otros escribieron mal hace años, que todos estos años anteriores me han escrito bien el nombre de ella y supongo que la primera vez que solicité mi documentación para el DNI me pedirían la partida de nacimiento, el hombre del registro, me confiesa que antes escribían lo que el familiar decía y no se comprobaba nada de nada y ahora se comprueba todo de manera obsesiva. Para tener el libro de familia se debe pedir ese certificado, el nombre de mi madre está escrito correctamente en ese libro y mi partida era la misma entonces y ahora; el hombre ya no sabe que decirme y ve claramente la chapuza. Estoy hecha un lío, el juez me tiene que certificar al margen izquierdo de mi registro que no soy hija de quien está escrita en mi partida de nacimiento sino de otra con un único nombre como dice su partida de nacimiento, menos mal que sus apellidos están bien.
Así que tengo que volver a rectificar mi DNI y posiblemente mi pasaporte, eso sí una vez que mi partida de nacimiento quede registrada correctamente.

¡Ay, cuánta pérdida de tiempo! ¡Cuánto esfuerzo en papeleo! Lo que más me da pereza es volver a encontrarme con las dos mujeres de la oficina del DNI, es posible que encuentren otro error en mis papeles y que tenga que volver a tramitar otra solicitud para un nuevo cambio.

jueves, 18 de agosto de 2016

HUYENDO DE LA ADOLESCENCIA


Vio el reflejo del miedo en la noche,
esa noche que se expresa en negro profundo
esa que se ve como hondo agujero,
que inunda las entrañas
clavándose como cuchillos en la mirada adulta.

Intuyendo la oscuridad del caos
huyó de ella en solitario.
Dejó su adolescencia abatida,
con el último golpe de campana.
Dejó el ruido de los que allí quedaron
con sus voces infinitas.
Y dando un portazo al vacío
cerró esa parte de locura transitoria juvenil.

Entonces supo que su momento era ya otro…

martes, 2 de agosto de 2016

PRIMER RECUERDO

Me viene a la memoria claramente cuál ha sido mi primer recuerdo, la verdad es que cuando se lo cuento a la gente se ríe porque sinceramente es bastante ridículo, he intentado que mi cerebro sitúe otros acontecimientos de mi  vida más interesantes como mi primer recuerdo, ¡pero nada!, todos se sitúan en momentos posteriores a ese primero.
Mi recuerdo no es una situación sorprendente, un viaje inesperado, un encuentro fascinante o un momento de angustia, algo realmente bonito o especialmente feo…  ¡No, eso no es!
Mi familia acostumbraba a pasar una semana en Gijón, disfrutando de la playa, del buen o mal tiempo característico del norte. No me acuerdo de esos días, ni siquiera tengo consciencia de pisar una playa, tocar la arena o ver la inmensidad del mar Cantábrico, el sol en mi piel, los cubos y las palas que cualquier niño lleva como un tesoro para construir su castillo imaginario; ni siquiera recuerdo el contacto del cuerpo con el agua fría, el ir y venir de niños, sus voces, sus gritos, sus risas o sus llantos…eso sería lo que cualquier persona recordaría. Pero yo, parece que no.
 Sé, porque me lo ha dicho mi familia, que íbamos unas 15 personas entre tíos y primos a pasar unos días de vacaciones a la playa, pero yo ni siquiera me acuerdo de ese jaleo, seguro era divertidísimo, en mi memoria no ha quedado grabada ninguna imagen idílica de esos momentos.
Estos días he estado viendo fotografías de aquella época, han pasado unos 50 años y aunque me veo en ellas no puedo recordar nada, voy en una silla, me río, me baño, juego, se me ve feliz con todos…pero justo eso es lo que no encuentro en mi memoria, lo que no recuerdo.
 Mis primos me han contado muchas anécdotas de esas vacaciones,  ellos eran mayores e iban un poco a su aire sobre todo hacían muchas pillerías en las que yo no participaba por ser más pequeña.  En ese momento al que me refiero tenía 3 años y por mucho que me fijo en las fotografías no consigo sacar una anécdota clara que me sitúe jugando con todos ellos, como sería lo normal. Mi familia siempre ha sido muy graciosa y estando todos juntos, bastante ruidosa pero no consigo oír las voces de ese momento, no consigo ver las situaciones de aquellos días del mes de julio con mi familia.
Mi primer recuerdo efectivamente es de aquella época,  en Gijón, el lugar donde íbamos a veranear, desde luego no se trata de sus playas o de la bahía donde nos bañábamos, o del jaleo que todos hacíamos disfrutando de los días estivales, ¡no que va!, mi recuerdo no tiene nada de bonito, ni de especial, ni es tierno, ni tiene que ver con situaciones de miedo, angustia o excepción, pero sí tiene que ver con algo que realmente me impresionó, con algo que llamó mi atención frente a todo lo demás…mi recuerdo se basa en un objeto material. Ahora sé que es un objeto, pero entonces era algo muy concreto y real.
Un objeto sorprendente puesto en un lugar equivocado y sobre todo fuera de toda lógica o explicación racional para una niña de tan sólo 3 años.
 A la hora de comer era todo un lío de organización, mi madre me contó que  como era la más pequeña del grupo enseguida me sentaban a la mesa, supongo para que no protestar por querer comer y no tener paciencia para esperar; desde la posición en la que me colocaban y olvidándome del bullicio que debía haber, ya que yo no lo recuerdo; me fijé en la pared que tenía enfrente de mí, en su parte más alta había una paellera negra, con su arroz amarillo,  con  mejillones , unas cigalas enormes sobresalían un poco por los bordes, e incluso podía apreciar unas tiras de pimiento rojo. Era una paella valenciana recién hecha y el tamaño de esa paellera era como el de un plato plano, como los que usábamos para comer el postre.
Ese fue mi momento glorioso, el ser consciente de ver algo cotidianamente conocido,  colocado en un sitio fuera de su lugar habitual, y por tanto lo hacía extraordinariamente anormal, lo que provocó que esa paellera valenciana fuera mi primer recuerdo.
Yo no tenía explicación para semejante anormalidad, y en aquella mesa, llena de ruido, risas y voces, como me han contado los primos que sucedía cada día a la hora de comer, lo más probable es que ninguno me hubiera hecho caso y si lo hubieran hecho las carcajadas habrían sido fenomenales ya que para ellos era normal que una paellera estuviera en la pared. No era más que un objeto decorativo bastante corriente en aquella época, que se ponía en las cocinas españolas como símbolo de nuestra identidad nacional.

Es cierto que un recuerdo y sobre todo el primero es la impresión de algo que te sorprende, algo que se sale de lo común y permanece para siempre en la memoria de las personas. En mi caso fue "la paella valenciana cocinada en una paellera que estaba colgada en una pared"; para mí era tan real como las que hacía mi madre o mi abuela todos los sábados. Ese objeto decorativo fue tan impresionante que todo lo demás que había a mi alrededor no fue motivo de recuerdo, es por eso que yo nunca he estado en Gijón con mi familia, ni he disfrutado de aquellos momentos de las vacaciones de verano en torno a 1965 y la primera vez que vi el mar fue con 8 años.

sábado, 23 de julio de 2016

CUANDO JULIA ERA YO

                  Cuando vi el retrato de Julia en la exposición de fotografía, que este año dedicaba el pueblo a “Sus Mayores”, con el título “¿Quién es quién?”, no dejé de mirarla y a mi mente vino la idea que yo podía ser ella, que podía ser de su familia, tal vez su hija o su sobrina o por qué no una descendiente indirecta, tal vez sobrina nieta o sobrina biznieta… Mirando todos aquellos rostros de caras antiguas destacaba ella con su media melena rizada, cuerpo delgado, rostro afable de vestido moderno y pendientes atractivos. Julia aparecía en la fotografía como un ser diferente que va anunciando el futuro en un mundo todavía antiguo y extremadamente tradicional. La primera vez que oí su nombre, me llamó la atención y en seguida me interesé por su vida, donde vivía, su familia, qué había sido de ella y un sin fin de preguntas que no todas tuvieron respuesta. No quedaba ningún descendiente de ella en el pueblo y parece que de los últimos nadie recordaba cuando se fueron. Julia no sólo era ella, sino que era ella y su casa “casa Julia”. Me gustaba pasar por delante de ella e imaginármela allí haciendo cualquier faena típica del momento que le tocó vivir. Hasta esta exposición no sabía cómo era su aspecto y mucho menos me la imaginé con una fisonomía parecida a la mía, más bien todo lo contrario, la imaginaba vestida de negro, incluida la pañoleta en la cabeza negra, enjuta, encorvada y pequeña, cultivando una pequeña huerta con animales a su alrededor y  hacendosa de su casa. Mi sorpresa fue que los mayores la recordaban como una mujer muy activa, trabajadora, simpática y servicial, destacaban de ella las ganas de querer ir a “la fiesta” en cualquier momento, supongo a buscar aquello que no encontraba cerca de los suyos, sin embargo todos con los que hablé coincidían en que teniendo ese carácter tan bueno no había encontrado a la persona con la que pasar el resto de sus días y tampoco encontraban una explicación a que Julia primero cuidó de su madre y después se quedó ella sola hasta que no pudo más y murió.
El retrato, hecho probablemente entre finales de los años 30 o comienzos de los 40, Julia aparece con su madre y una niña, probablemente su hermana. Ningún paralelismo conmigo excepto el aspecto, sí Julia podría ser yo, pero realmente ¿yo me reconocía en ella? No sé, necesitaría más datos para poder reconocerme en su forma de ser, pero estaba claro que viendo su foto y observando su físico yo me reconocía en ella, claro que sí, cara alargada, nariz afilada y recta, labios finos y sonrientes, pelo largo y rizado, cuerpo delgado y ese vestido tan moderno plisado con lunares, zapatos de rejilla de medio tacón, pendientes de perla, chaqueta de media cintura, el pelo raya a un lado y suelto, podría ser mi aspecto cambiando un poco el estilo de corte del vestido y los zapatos.
Desde que llegué al pueblo hace 17 años he oído hablar de Julia, su simpatía, su alegría, sus ganas de bailar, y sobre todo siempre se hablaba de “casa Julia” en estos  últimos años la he ido viendo caer poco a poco, unas veces las tejas aparecían en medio de la calle y otras veces era el tapial de sus paredes, o las piedras que lavadas por el agua desprendían el barro que las sujetaba y acababan cayendo al suelo guardando los secretos de Julia para siempre.
Estaba pensando cómo sería su vida, mientras oía distintas conversaciones de los curiosos que esa mañana se habían acercado a ver la exposición, deambulaba de un lado de la sala a otro, matando un poco el tiempo, ya que me había ofrecido voluntaria para abrir la sala de exposiciones  y éste era mi tercer día de apertura; estaba ensimismada en mis pensamientos buscando en lo poco que sabía de ella algo de mi vida que pudiera relacionarse con la de Julia. Cuando Nieves, la sobrina de Candy se me acercó y me dijo:
_ ¡Oye! yo sé dónde estás tú aquí, yo sé quién eres tú de todas estas personas.
No dejé de sorprenderme, era maravilloso que yo que llegué aquí hace casi dos décadas estuviera  en una fotografía que había sido tomada hacía 70 u 80 años, y sobre todo en ese instante no podía imaginarme que la persona que era yo no era otra que Julia, sí la Julia de la casa caída, la Julia que estaba en ese retrato tan peculiar con su madre y probablemente con su hermana o con una sobrina. Yo era la Julia que sonreía al retratista, la que intentaba que los mozos del pueblo me sacaran a bailar, la Julia que hace un par de años se le cayó la casa y que curiosamente yo misma recogí en medio de la calle los últimos ladrillos de adobe de su chimenea, los mismos ladrillos que ahora adornan mi casa.
Nieves no dudó en verme allí como parte del pasado de su pueblo, incluso me dijo que el vestido que llevaba era de lo más moderno de todas las fotografías de la exposición. Me alegré de verme allí como pasado y la verdad hubiera estado bien ser Julia tener mi aspecto y vivir tantos años en una madurez eterna sin envejecer.  Nieves me cogió de la mano, tirando de mí para que fuera a verme en el retrato, yo le llevé la corriente siendo ahora la Julia que ella creía ver. Estaba tan convencida de ello que no fui capaz a desilusionarla, realmente ella había encontrado a alguien real en esas fotos tan antiguas en blanco y negro que mostraban una realidad muy lejana para ella y yo siendo Julia era su contacto con la realidad, era el enlace entre el pasado irreconocible y su presente.
 Busco paralelismos entre mi vida y la de Julia y no encuentro ninguno, pero me reconocí en ella y también otros vieron mis ojos y mi pelo en su rostro y vieron mi delgadez en la suya; me gusta pensar que una continuación de Julia pudiera ser yo y que su historia pudiera continuar en la mía … Julia fue mujer soltera, con la sonrisa y la cara tan agradable que muestra en la fotografía, es difícil creer que no encontrara a nadie en el pueblo con quien compartir su vida y formar una familia, o a lo mejor Julia no estuvo en el momento y en el lugar adecuado para ese  encuentro…

De la “casa Julia” solo permanece en pie un par de muros de piedra y el arco de entrada de su casa, el resto ya es historia.

jueves, 14 de julio de 2016

SASAKI, UNA FAMILIA DE TOKIO

   佐々木



_¡Madre mía, como está esto! ¿Qué ha pasado aquí? ¡Uff! Acababa de pasar por una estancia que parecía una cocina de hacía más de 400 años, las telarañas se pegaban a nuestro cuerpo y los que me seguían no dejaban de chillar como si  animales de otro mundo se apoderasen de sus cuerpos.
Las puertas abiertas, las paredes desconchadas y esas fotos ahí colgadas, “unos niños sonrientes, un niño de unos 6 años recién graduado, una niña con su madre, una mujer joven asomada a una puerta, un hombre sonriente de no más de 20 años”, y en la pared de al lado otras dieciséis  fotos de gente de otra época, que supongo tenían relación con los retratos de los jóvenes y niños anteriores.
_¿Quiénes serían todos los que nos miraban a través de esos cristales enmarcados, todos parecían mirarnos como si estuvieran esperando que por fin alguna puerta o ventana de la casa se abriera?
_Watashinohaha!¿Qué hay pol aquí?, no veo nada, está un poco oskuro. Sucio todo, ¡ah ke agco! Ue-tsu!
_Les abro las contras de las ventanas para que puedan ver más claramente lo que han comprado. Sí, hace unos treinta años que no se abren esta casa.
Mi marido miraba el techo buscando la luz de la claraboya, varias generaciones de arañas invadían el espacio que en otro tiempo debió proporcionar la claridad de la habitación. Sus ojos rasgados buscaban no caerse entre los peldaños debido al desnivel de la casa.
Fuera oía a mis hijos quejarse por la maleza, oía como con una vara rompían las zarzas, y golpeaban un “quitamiedos” con sonido metálico que salía de un árbol que nunca habíamos visto…
_Un saúco, es el árbol típico de por aquí, dijo Zulema.
_¡Es impresionante!, ¿cómo puede estar la casa así? Los muebles, los ramos de brezo, tomillo o rosas en las vigas, los cuadros, el reloj, el sofá, las velas, los cestos, la chimenea, los aparadores… _ ¿Qué le pasó a esta familia?, parece que un día cualquiera salieron y dejaron la casa como si volvieran a venir en un rato y no aparecieron nunca más, le oía decir a mi hermana Esther, yo tampoco salía de mi asombro.
Estaba abrumada por la compra que habíamos hecho, pero era mucho más de lo que me imaginaba, era mucho más que las fotos que habíamos visto de la inmobiliaria australiana con sede en Tokio, que ofertaba ”Casa Rústica de cuatro siglos de antigüedad, en una zona remota de la Europa más occidental”. No sólo habíamos comprado una casa sino el espíritu de unas personas que cuidaron cada detalle de “Esta Casa” que encerraba la memoria de generaciones anteriores y que fue usada con diferentes fines desde su construcción.
Zulema, que seguía abriendo contras y ventanas, nos contó que su abuela tenía mucha relación con los dueños de la casa, su abuela había participado en la restauración de la misma cuando ellos la compraron.
_ Mis abuelos llegaron a ser los mejores amigos que tenían aquí, había tanta confianza entre ellos que la llave de la casa siempre ha estado en la de mis abuelos. Y mi abuela era la que les encendía la calefacción unos días antes de venir en sus vacaciones de invierno o la que les regaba las plantas una vez que marchaban después de sus vacaciones de verano, porque ellos venían siempre que podían, hasta que un año, cuando cumplieron 71 años decidieron quedarse.
_Jamás les faltó en casa de mis abuelos un buen plato de sopa, tortilla o embutidos”, nos decía emocionada.
Seguimos avanzando, como si pasáramos de un vagón a otro y a cada lado que miraba, a cada lado que mirábamos más nos sorprendíamos de lo que veíamos, lo bonito que debió ser esto, lo que debieron vivir aquí.
_Ellos la restauraron con mucho gusto, respetando lo que había anteriormente.  
Zulema encendió las luces de la cocina, algunas estaban fundidas pero eso no impidió dejarnos boquiabiertos  por el colorido de unos azulejos, que aunque llenos de barro, llamaron nuestra atención. En la mesa un mantel polvoriento con nombres de ciudades del mundo, París, Montreal, Seoul, New York, Shangai, Madrid, New Delhi…Tokio. _¡Anda mira Kuoki, te estaban esperando!, le dije a mi marido burlonamente.
 En medio de la mesa había unos vasos, unos cubiertos y varios platos… _¡Mira qué fregadero!, me decía Esther, y yo me seguía preguntando: ¿Qué fue de esta familia? ¿Salió huyendo por alguna razón? ¿Cómo pudo dejar esto? ¿Qué ocurrió para decidir vender esta Casa?
Mi marido limpiaba con un pañuelo las ventanas para observar a nuestros hijos como intentaban abrirse camino por el patio. Con su mentalidad oriental de pulcritud, esto le superaba, intentaba levitar y no profundizaba en el significado de continuar con el espíritu de lo que estábamos viendo, pero yo sabía que con el tiempo le iba a gustar.
 Hacía unos meses, un compañero de trabajo español de la sección electrónica de Sidney y que había estado unas semanas en la planta técnica de Tokio, le llamó por teléfono para hablarle de la gran oportunidad de comprar  una casa en Europa. Lo que él no se imaginó es que desde ese momento iba a cambiar su futuro y con él el nuestro, el de su familia.
_¡Kuoki!, he visto la casa que Raquel siempre ha deseado tener, es en su país, en una zona que te va a encantar. Las casas son de piedra, es la casa que llevas buscando para regalarle. No parece cara, por las fotos de la inmobiliaria se ve un poco deteriorada; la venden con muebles y tal como la dejaron sus antiguos dueños. Es la casa perfecta para ella y para tu familia.
_¿Cómo se puede abandonar una casa así?, le pregunté a Zulema.
 Es cierto que ahora estaba deteriorada y después de haber estado unos 30 años cerrada, las arañas y roedores la habían hecho suya, pero si uno se fijaba un poco se daba cuenta del buen gusto, del cuidado y del cariño que los dueños habían puesto en ella…
En una pizarra, mi hermana leyó:
 ­_ “San Roque”, ¡Qué curioso! bueno no sé, será el santo de por aquí.
Zulema se quedó pensativa unos segundos y después comenzó a hablarnos con ojos llorosos:
_Los dueños iban con mis abuelos a San Roque todos los años, es una ermita cerca de aquí, la romería se celebra a mitad de agosto. Esta casa lleva cerrada desde un San Roque de agosto de 2062 en el que los dueños murieron, él con 101 años y ella con 100 recién cumplidos. Los hijos no estaban aquí, hace tiempo que habían dejado de venir, este no era su proyecto y habían apostado por otro tipo de vida. Eran tres, el mayor se fue a trabajar a  Vancouver, la pequeña había hecho su vida en Sidney y creo que el mediano prefirió vivir en el sur de España. Después de despedir las cenizas de sus padres no se les ha visto nunca por aquí, hasta que hace un año Jimena Anaël, la nieta más pequeña de los dueños, apareció por el pueblo, salió llorando de la casa de los abuelos, y tomó la decisión de convencer a su familia de vender la casa antes de que se empezara a caer. Ella comprendió que sus padres y sus tíos habían abandonado el proyecto de los abuelos y que era mejor que otros lo continuaran. Un mes después contactó con una agencia inmobiliaria australiana con sede en Sidney. Por lo visto donde vive, en Australia, está de moda España y hay un gran mercado asiático de venta de casas españolas.
_¡Kuoki!, es la oportunidad de tu vida, es la casa que sueña tener tu mujer, puedes pedir el traslado a la sede Española en Madrid, no lo dudes, está a una hora por tren, tus hijos pueden tener la vida que siempre dices que te gustaría que tuvieran. Te envío la publicidad. Hay una oficina en Tokio de la agencia inmobiliaria australiana, contacta con ellos para informarte de la casa y las condiciones de compra. Kuoki te interesa, te lo aseguro. Sería un gran salto de Tokio a Madrid y vivir a una hora de la capital española.
_¿Kimena Anel?
_Yes, it´s me?
_This is Kuoki Sasaki from Tokio, I am interested in….How can I do to arrange the purchase of the House?...
Continuamos viendo con Zulema la casa, el gran salón, unos libros en la mesa, un viejo ordenador en el escritorio, unas tacitas de café, palos en la chimenea, un tocadiscos muy antiguo, cuadros en las paredes, varias Hanukillas, una gran Menorah, cántaros y vasijas de otro tiempo, unos bebederos para animales caídos y telarañas por todos los lados cubriendo el esplendor de unos años que debieron ser maravillosos.
Mi hermana se adelantó a subir las escaleras que daban a las habitaciones. Yo estaba emocionada con cada objeto que veía a mi alrededor, mi marido prefirió esperar fuera con los niños, y se puso a hacer fotografías, lo que había dentro era demasiado impactante para él.
Zulema cogió de un cesto de mimbre unas castañuelas.
_Eran de ella, era muy “bailadora”, le gustaba mucho tocarlas. En las fiestas del pueblo no dejaba de bailar, e iba al pueblo de mi abuela a hacer “la ronda” tocando las castañuelas. En la fiesta de San Roque era como si el santo le recorriera por dentro y en la plaza de la ermita no dejaba de bailar hasta que el tamboril dejaba de tocar. A su marido le gustaba ir andando a la romería, él no bailaba ni tocaba las castañuelas pero le hacía feliz verla a ella en ese ambiente.
No entendía muchas de las cosas de las que estaba hablando Zulema, pero ya habría tiempo de ir conociendo los secretos que nos iba a proporcionar esta casa.
_¡Cuántos muebles valiosos! ¡Cuántas historias hay aquí! ¡Qué buena compra! me decía mi hermana.
 _ ¡Joh Esther, ¿mira esto? ¡Qué bonito! Una caja con pendientes y anillos. Siguen aquí los perfumes que usaban, el maquillaje y los pintalabios de ella. Fíjate en  las camas Esther. _Sí las camas hechas como esperando a unos huéspedes que parece no llegaron nunca. ¡Cuántos libros en la casa!, hace tiempo que dejaron de hacerse libros, ¿recuerdas Esther? y la de ellos que hay aquí!
_Fíjate en la cómoda y el armario, me decía mi hermana.
_Esther ¿Has visto la mecedora?, la de años que debe tener, ¡cuántas veces se habrán sentado en ella, es preciosa!
La Notaria certificó que todas las partes interesadas estábamos de acuerdo. Primero firmó Jimena Anaël en representación de su familia, los herederos, y después nosotros, Kuoki y Raquel Sasaki.
 _ “Firmado en ….con fecha de…Casa rústica catalogada y fechada en el pueblo de… de 1750…  ¡es suya Sres. Sasaki! ¡Enhorabuena! nos comunicó la Sra. Notaria.
Jimena Anaël, nos despidió en la puerta de la notaría, sus ojos estaban llorosos. No quiso acompañarnos a ver la Casa, nuestra nueva casa y rechazó hacerse una foto con nosotros. Supongo que no quería tener ningún recuerdo tangible de ese día.
_Zulema tiene la llave, será ella la que os la enseñe. Todo lo que hay en la casa ahora es suyo. Me tengo que ir. ¡Adiós, encantada de haberles conocido! ¡Disfruten de la casa como lo hicieron mis abuelos durante años!
Mis hijos seguían enredando por el patio con mi marido que no dejaba de hacer fotos.
Mi hija mayor, Natsumi, traía en la mano algo que parecía el nombre de la casa, unas palabras forjadas en hierro oxidado, que no entendimos lo que significaban, Bet….Kesh
 _Seguro que hay otra parte tirada que complete esas letras, le dije. ¡Mira a ver si la encuentras!
_Mami hay una piscina, con un agua asquerosa y  toda rota, pero la podemos arreglar ¿no? Me decía insistente Haruka, la mediana de los tres.
_Mami ¿nos podemos ir de aquí?, todo está muy sucio, ¡quiero irme a casa! decía el pequeño Asahi.
_¿Rakel?, ¿Esther? Mi marido estaba viendo, lo que parecía un pequeño apartamento, de dos plantas, situado en frente a la vivienda central; en la chimenea aun había ceniza, en el sofá unos libros y papeles medio rotos y una cafetera italiana estaba en una mesa preciosa de roble, como si estuviera esperando nuestra llegada.
Había unos tablones tirados entre la maleza del patio, parecía que formaran parte del corredor, les quedaba un pequeño recuerdo de color rojizo,  color que también tenían las cinco columnas que sujetaban el corredor y algunos barrotes del mismo. Era el mismo color rojizo, ya deslavazado de las puertas y ventanas de la casa.
_Mi abuela nos contaba que cada dos años pintaban el corredor, las puertas y ventanas, nunca cambiaron de color “rojo carruaje de la marca Titán” y así ha quedado hasta hoy. Yo de niña los veía también hacerlo, hasta que la edad ya no se lo permitió.
_¡Vaya lo que hay aquí, está lleno de utensilios del campo y están colocados!  Rakel ¡mira esto! ¡Impresionante! Hay paneles por el suelo, explikan algo, pero no entiendo muy bien ke dicen. ¡Esto sí que son viejas cosas!¡Qué objetos raros! ¿Rakel, Esther, mirar, venir?!
Me va a llevar tiempo poner esta casa a punto, sigo sin saber qué pasó, para que este proyecto se haya convertido en el nuestro. Como dijo Zulema: _es posible que los herederos “apostaron por otra vida diferente” a pesar de que sus padres hicieron de esta casa un lugar maravilloso, acogedor y cuidado en todo detalle.
Zulema se despidió de nosotros en la entrada principal de la casa.  Me fijé que en la puerta todavía permanecía pendiente de un clavo una herradura y la correa de un perro. Ya no le quise preguntar más. Delante del dintel de piedra nos sacamos una foto con ella y muy amable nos ofreció su ayuda para lo que necesitáramos.
Una señora con ojos asiáticos salió de la casa de enfrente a saludarnos y nos dijo: _ Todos en el pueblo sabían que él había comprado la casa para hacerla feliz.
Por detrás de ella apareció una niña muy graciosa y al ver a mi marido y mis hijos les dijo: _Yo también soy china, porque mi mamá es china.
Nos reímos y a partir de ahí comenzó nuestra historia en “Beit Keshet…La Casa del Arco
 La familia Sasaki de Tokio hicimos nuestra esta Casa treinta años después que el cometa Halley apareciera por estas tierras…




martes, 5 de julio de 2016

YO TAMBIÉN ESTUVE ALLÍ


Hace tiempo que pienso que cuando uno se convierte en turista, los días que va a pasar de vacaciones no van a ser unos días tranquilos y relajados, sobre todo cuando se hace “turismo de ciudad”. Primero desde tu casa buscas y buscas hasta dejar exhausto a tu cerebro que le obligas a aprender y estudiar todo lo que quieres ver, lo que quieres visitar, lo que puedes hacer, lo que debes comer o lo que te gustaría comprar, esto te hace ser un experto, lo sabes todo y quieres saber más que los que viven en el lugar al que te dispones a visitar; en realidad a ellos no les preocupa sus monumentos, sus museos, sus calles, los tienen cuando quieran y lo más seguro es que no hayan visitado o visto tantos lugares de interés como los que tú pretendes ver en un corto espacio de tiempo.  Eso me ocurre a mí en la ciudad en la que vivo, siempre que viene alguien a visitarme descubre algo nuevo que no sabía que existía. Cuando te conviertes en turista solo dispones de unas horas para poner en práctica tus conocimientos. Así que un viaje a Bolonia se convierte en el examen que quieres pasar y solo si te sabes lo que hay o lo que sucede en la ciudad italiana puedes pasar a convertirte en el profesional que siempre has añorado: el perfecto turista. Después de pasar varios días estudiando, estando ya nervioso por el viaje y después de dar la paliza a tus familiares con lo listo que eres y mostrando lo que sabes, sin haber ido todavía, con las más de mil páginas que has abierto en tu ordenador, te dispones a irte, coges el avión y tu mente se empieza a preparar por tanta excitación y ahí has abierto la puerta a tu sacrificio, lo quieres ver todo en tres días, así que un viaje por Bolonia y sus alrededores no puede más que dejarte exhausto y empiezas el camino recorriendo los Pórticos, la Plaza Mayor, una calle que da al mercado, la fuente de Neptuno y te viene todo lo aprendido, aquello que otros te han dicho que vieras, fueras o comieras. Haciendo caso a lo que debes ver, subes a las dos Torres, visitas sus basílicas, los palacios, la catedral de San Pedro, comes en la tratoría que te hablaron y pides el plato típico boloñés o buscas en tu mapa la que te lleva saliendo en la infinidad de páginas abiertas que has utilizado para preparar el viaje y sin casi terminar el último bocado te diriges a Florencia para ver en menos de 7 horas la galería Uffizi, Santa María del Fiore, Plaza del Duomo, basílicas, palacios, sus calles y mercados, los jardines Medici, L´Academia con el David, comes, bebes y sacas todas las fotos que da tu cámara para recordar que tú estuviste allí, no vaya a ser que después de tanto estudiarlo todo no quede constancia de lo que tus ojos han visto, sin olvidar por supuesto, que vas a tener un doble o triple trabajo, sacar fotos no sólo en tu cámara que la llevas como una prolongación más de tu cuerpo sino que ahora tienes que sacar fotos desde tu teléfono para subirlas a Instagram, Twitter, Facebook o Whatsapp porque tus amigos y familiares tienen que verlo al momento como tú y ese momento ser tan importante, no solo para ti, sino también para que ellos sepan dónde estás en ese preciso momento. Después de varias horas sin parar asimilando no sólo el lugar, su cultura o su forma de relacionarse contigo vendiéndote todo tipo de recuerdos, que no te valdrán para nada, aunque los vas a comprar igual porque te van a servir para recordar que tú estuviste allí;  tu mente va perdiendo energía aunque estás poniendo en práctica tus conocimientos y sigue en modo ver, ver, ver, hasta sentirte atolondrado por tener que asimilar tantas cosas a la vez y claro al resto de tu cuerpo le importa poco, sobre todo a tus pie que después de tantas horas andando ya no pueden más de dolor o a tu piel que ahora está quemada por el sol o a tu hombro cansado de llevar el peso del bolso cargado con innumerables folletos, cámara, agua o algo de comida, es decir lo necesario para el turisteo.
Mientras vas viendo lo que tienes que ver, los amigos y familiares que han estado en esa ciudad antes que tú te van preguntando, a través de mensajes, si has visto esto o lo otro y claro no te queda otra que ir al sitio, fotografiarlo y enviar foto o vídeo sin olvidarte que debes salir en medio de la foto para demostrar que estás ahí, entonces comienza una batería de explicaciones por ambas partes que no deja de ser insoportable y cansadísima. Llegados a este punto te das cuenta que lo más importante de tu viaje es  que vas a poder decir en un futuro “yo estuve allí” lo mismo que ellos.
De vuelta al hotel empiezas a pensar que estás demasiado cansado y que al día siguiente volverá a empezar de nuevo una jornada de visita a tal o cual localidad cercana a tu punto de partida. Ves tus fotos y dices qué bonitas, lo tengo todo, esta vez no se me ha escapado nada, como aquella vez de Bruselas que la cámara dejó de funcionar y entré en pánico y me cabreé como si me hubieran arrebatado la comida de un mes o me hubieran dejado sola en el desierto, y el haber estado allí, solo está en mi memoria; sí aquella vez costo remontar la situación, pero ahora no, unos cientos de fotos listas para la familia y los amigos que están deseando que no llegue ese momento y en cuanto te ven salen corriendo y la verdad es que esas fotos pocas veces se vuelven a ver a no ser que un amigo tuyo vaya a la misma ciudad que tú has visitado y necesites demostrarle que tú también has estado allí... a veces llegas antes a las fotografías de las páginas que visitaste previamente a tu viaje que a tus fotos que ya te has olvidado en que archivo las tienes.
 La última noche respiras tranquilo y durmiendo te vienen imágenes de lo que has visto pero ya no sabes distinguir entre lo real, lo de las cientos de páginas visitadas o lo que estás soñando, estás “hecho polvo” y sólo quieres descansar; al regresar a tu casa, necesitas unos días de descanso, te duele todo el cuerpo pero por lo menos has conseguido estar allí, y esa sensación no te la va a quitar nadie.
En fin siempre he pensado que la vida como turista es difícil o cuanto menos muy cansada y tiende a ser agobiante, mucho que ver, mucho que visitar, comer, beber, comprar, hacer fotos y vídeos, ir de un lado a otro sin descanso, madrugar, dormir poco, pero eso sí, hay millones de personas que se han cansado y agobiado  lo mismo que te va a ocurrir a ti, lo mismo que me ha ocurrido a mí y como yo pueden decir “yo también estuve allí”...