sábado, 23 de julio de 2016

CUANDO JULIA ERA YO

                  Cuando vi el retrato de Julia en la exposición de fotografía, que este año dedicaba el pueblo a “Sus Mayores”, con el título “¿Quién es quién?”, no dejé de mirarla y a mi mente vino la idea que yo podía ser ella, que podía ser de su familia, tal vez su hija o su sobrina o por qué no una descendiente indirecta, tal vez sobrina nieta o sobrina biznieta… Mirando todos aquellos rostros de caras antiguas destacaba ella con su media melena rizada, cuerpo delgado, rostro afable de vestido moderno y pendientes atractivos. Julia aparecía en la fotografía como un ser diferente que va anunciando el futuro en un mundo todavía antiguo y extremadamente tradicional. La primera vez que oí su nombre, me llamó la atención y en seguida me interesé por su vida, donde vivía, su familia, qué había sido de ella y un sin fin de preguntas que no todas tuvieron respuesta. No quedaba ningún descendiente de ella en el pueblo y parece que de los últimos nadie recordaba cuando se fueron. Julia no sólo era ella, sino que era ella y su casa “casa Julia”. Me gustaba pasar por delante de ella e imaginármela allí haciendo cualquier faena típica del momento que le tocó vivir. Hasta esta exposición no sabía cómo era su aspecto y mucho menos me la imaginé con una fisonomía parecida a la mía, más bien todo lo contrario, la imaginaba vestida de negro, incluida la pañoleta en la cabeza negra, enjuta, encorvada y pequeña, cultivando una pequeña huerta con animales a su alrededor y  hacendosa de su casa. Mi sorpresa fue que los mayores la recordaban como una mujer muy activa, trabajadora, simpática y servicial, destacaban de ella las ganas de querer ir a “la fiesta” en cualquier momento, supongo a buscar aquello que no encontraba cerca de los suyos, sin embargo todos con los que hablé coincidían en que teniendo ese carácter tan bueno no había encontrado a la persona con la que pasar el resto de sus días y tampoco encontraban una explicación a que Julia primero cuidó de su madre y después se quedó ella sola hasta que no pudo más y murió.
El retrato, hecho probablemente entre finales de los años 30 o comienzos de los 40, Julia aparece con su madre y una niña, probablemente su hermana. Ningún paralelismo conmigo excepto el aspecto, sí Julia podría ser yo, pero realmente ¿yo me reconocía en ella? No sé, necesitaría más datos para poder reconocerme en su forma de ser, pero estaba claro que viendo su foto y observando su físico yo me reconocía en ella, claro que sí, cara alargada, nariz afilada y recta, labios finos y sonrientes, pelo largo y rizado, cuerpo delgado y ese vestido tan moderno plisado con lunares, zapatos de rejilla de medio tacón, pendientes de perla, chaqueta de media cintura, el pelo raya a un lado y suelto, podría ser mi aspecto cambiando un poco el estilo de corte del vestido y los zapatos.
Desde que llegué al pueblo hace 17 años he oído hablar de Julia, su simpatía, su alegría, sus ganas de bailar, y sobre todo siempre se hablaba de “casa Julia” en estos  últimos años la he ido viendo caer poco a poco, unas veces las tejas aparecían en medio de la calle y otras veces era el tapial de sus paredes, o las piedras que lavadas por el agua desprendían el barro que las sujetaba y acababan cayendo al suelo guardando los secretos de Julia para siempre.
Estaba pensando cómo sería su vida, mientras oía distintas conversaciones de los curiosos que esa mañana se habían acercado a ver la exposición, deambulaba de un lado de la sala a otro, matando un poco el tiempo, ya que me había ofrecido voluntaria para abrir la sala de exposiciones  y éste era mi tercer día de apertura; estaba ensimismada en mis pensamientos buscando en lo poco que sabía de ella algo de mi vida que pudiera relacionarse con la de Julia. Cuando Nieves, la sobrina de Candy se me acercó y me dijo:
_ ¡Oye! yo sé dónde estás tú aquí, yo sé quién eres tú de todas estas personas.
No dejé de sorprenderme, era maravilloso que yo que llegué aquí hace casi dos décadas estuviera  en una fotografía que había sido tomada hacía 70 u 80 años, y sobre todo en ese instante no podía imaginarme que la persona que era yo no era otra que Julia, sí la Julia de la casa caída, la Julia que estaba en ese retrato tan peculiar con su madre y probablemente con su hermana o con una sobrina. Yo era la Julia que sonreía al retratista, la que intentaba que los mozos del pueblo me sacaran a bailar, la Julia que hace un par de años se le cayó la casa y que curiosamente yo misma recogí en medio de la calle los últimos ladrillos de adobe de su chimenea, los mismos ladrillos que ahora adornan mi casa.
Nieves no dudó en verme allí como parte del pasado de su pueblo, incluso me dijo que el vestido que llevaba era de lo más moderno de todas las fotografías de la exposición. Me alegré de verme allí como pasado y la verdad hubiera estado bien ser Julia tener mi aspecto y vivir tantos años en una madurez eterna sin envejecer.  Nieves me cogió de la mano, tirando de mí para que fuera a verme en el retrato, yo le llevé la corriente siendo ahora la Julia que ella creía ver. Estaba tan convencida de ello que no fui capaz a desilusionarla, realmente ella había encontrado a alguien real en esas fotos tan antiguas en blanco y negro que mostraban una realidad muy lejana para ella y yo siendo Julia era su contacto con la realidad, era el enlace entre el pasado irreconocible y su presente.
 Busco paralelismos entre mi vida y la de Julia y no encuentro ninguno, pero me reconocí en ella y también otros vieron mis ojos y mi pelo en su rostro y vieron mi delgadez en la suya; me gusta pensar que una continuación de Julia pudiera ser yo y que su historia pudiera continuar en la mía … Julia fue mujer soltera, con la sonrisa y la cara tan agradable que muestra en la fotografía, es difícil creer que no encontrara a nadie en el pueblo con quien compartir su vida y formar una familia, o a lo mejor Julia no estuvo en el momento y en el lugar adecuado para ese  encuentro…

De la “casa Julia” solo permanece en pie un par de muros de piedra y el arco de entrada de su casa, el resto ya es historia.

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