Cuando
vi el retrato de Julia en la exposición de fotografía, que este año dedicaba el
pueblo a “Sus Mayores”, con el título
“¿Quién es quién?”, no dejé de
mirarla y a mi mente vino la idea que yo podía ser ella, que podía ser de su
familia, tal vez su hija o su sobrina o por qué no una descendiente indirecta,
tal vez sobrina nieta o sobrina biznieta… Mirando todos aquellos rostros de
caras antiguas destacaba ella con su media melena rizada, cuerpo delgado,
rostro afable de vestido moderno y pendientes atractivos. Julia aparecía en la
fotografía como un ser diferente que va anunciando el futuro en un mundo
todavía antiguo y extremadamente tradicional. La primera vez que oí su nombre,
me llamó la atención y en seguida me interesé por su vida, donde vivía, su
familia, qué había sido de ella y un sin fin de preguntas que no todas tuvieron
respuesta. No quedaba ningún descendiente de ella en el pueblo y parece que de
los últimos nadie recordaba cuando se fueron. Julia no sólo era ella, sino que
era ella y su casa “casa Julia”. Me gustaba
pasar por delante de ella e imaginármela allí haciendo cualquier faena típica
del momento que le tocó vivir. Hasta esta exposición no sabía cómo era su
aspecto y mucho menos me la imaginé con una fisonomía parecida a la mía, más
bien todo lo contrario, la imaginaba vestida de negro, incluida la pañoleta en
la cabeza negra, enjuta, encorvada y pequeña, cultivando una pequeña huerta con
animales a su alrededor y hacendosa de
su casa. Mi sorpresa fue que los mayores la recordaban como una mujer muy activa,
trabajadora, simpática y servicial, destacaban de ella las ganas de querer ir a
“la fiesta” en cualquier momento, supongo a buscar aquello que no encontraba
cerca de los suyos, sin embargo todos con los que hablé coincidían en que
teniendo ese carácter tan bueno no había encontrado a la persona con la que
pasar el resto de sus días y tampoco encontraban una explicación a que Julia
primero cuidó de su madre y después se quedó ella sola hasta que no pudo más y
murió.

Desde que llegué
al pueblo hace 17 años he oído hablar de Julia, su simpatía, su alegría, sus
ganas de bailar, y sobre todo siempre se hablaba de “casa Julia” en estos últimos
años la he ido viendo caer poco a poco, unas veces las tejas aparecían en medio
de la calle y otras veces era el tapial de sus paredes, o las piedras que
lavadas por el agua desprendían el barro que las sujetaba y acababan cayendo al
suelo guardando los secretos de Julia para siempre.
Estaba
pensando cómo sería su vida, mientras oía distintas conversaciones de los
curiosos que esa mañana se habían acercado a ver la exposición, deambulaba de
un lado de la sala a otro, matando un poco el tiempo, ya que me había ofrecido
voluntaria para abrir la sala de exposiciones
y éste era mi tercer día de apertura; estaba ensimismada en mis
pensamientos buscando en lo poco que sabía de ella algo de mi vida que pudiera
relacionarse con la de Julia. Cuando Nieves, la sobrina de Candy se me acercó y
me dijo:
_ ¡Oye! yo sé
dónde estás tú aquí, yo sé quién eres tú de todas estas personas.
No dejé de
sorprenderme, era maravilloso que yo que llegué aquí hace casi dos décadas
estuviera en una fotografía que había
sido tomada hacía 70 u 80 años, y sobre todo en ese instante no podía
imaginarme que la persona que era yo no era otra que Julia, sí la Julia de la
casa caída, la Julia que estaba en ese retrato tan peculiar con su madre y
probablemente con su hermana o con una sobrina. Yo era la Julia que sonreía al
retratista, la que intentaba que los mozos del pueblo me sacaran a bailar, la
Julia que hace un par de años se le cayó la casa y que curiosamente yo misma
recogí en medio de la calle los últimos ladrillos de adobe de su chimenea, los
mismos ladrillos que ahora adornan mi casa.
Nieves no dudó
en verme allí como parte del pasado de su pueblo, incluso me dijo que el
vestido que llevaba era de lo más moderno de todas las fotografías de la
exposición. Me alegré de verme allí como pasado y la verdad hubiera estado bien
ser Julia tener mi aspecto y vivir tantos años en una madurez eterna sin
envejecer. Nieves me cogió de la mano,
tirando de mí para que fuera a verme en el retrato, yo le llevé la corriente
siendo ahora la Julia que ella creía ver. Estaba tan convencida de ello que no
fui capaz a desilusionarla, realmente ella había encontrado a alguien real en esas
fotos tan antiguas en blanco y negro que mostraban una realidad muy lejana para
ella y yo siendo Julia era su contacto con la realidad, era el enlace entre el
pasado irreconocible y su presente.
Busco paralelismos entre mi vida y la de Julia
y no encuentro ninguno, pero me reconocí en ella y también otros vieron mis
ojos y mi pelo en su rostro y vieron mi delgadez en la suya; me gusta pensar
que una continuación de Julia pudiera ser yo y que su historia pudiera
continuar en la mía … Julia fue mujer soltera, con la sonrisa y la cara tan
agradable que muestra en la fotografía, es difícil creer que no encontrara a
nadie en el pueblo con quien compartir su vida y formar una familia, o a lo
mejor Julia no estuvo en el momento y en el lugar adecuado para ese encuentro…
De la “casa Julia” solo permanece en pie un par
de muros de piedra y el arco de entrada de su casa, el resto ya es historia.
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