A mi madre
-La verdad es que llamarse Sagrario en 2016 no te abre
ninguna puerta y más bien las cierra todas…-
Nunca me he
conformado con mi nombre y nunca me ha gustado, pero lo he tenido que llevar
porque era el mío y he tenido que responder siempre por él, aunque lo he hecho
con cierta vergüenza y si he podido esconderlo lo he hecho.
Yo me iba a llamar Sarah, por circunstancias sobrevenidas, y
cosas que ocurren en la vida, a las horas de nacer, mi madre, mi pobre madre
sufrió una embolia por no haberle controlado los coágulos del parto. Tengo más
de 50 años y por supuesto en aquel tiempo mi madre fue atendida en su casa por
un practicante, sí un practicante, el que ponía las inyecciones, las vacunas o
te hacía la cura, como si un parto fuera una simple herida a la que dar unos
puntos de sutura…en fin mi madre cayó en un coma profundo del cual pensaron que
no iba a salir nunca más. Yo aún no había sido nombrada, porque las cosas en
aquel tiempo se las tomaban con calma, decidieron “in extremis”, ya que mi
madre no iba a vivir para verme correr y crecer, llamarme como ella, que en
esos momentos no se estaba enterando de nada. Pero no cortos con esa decisión
optaron por ponerme otro nombre delante, además de una preposición y un
artículo, o sea un buen nombre, María del Sagrario ¡madre mía, en que estaban
pensando los que lo decidieron!, era el año 1962 y no sonaba tan mal,”¡ imagino!” No les culpo y no sé cómo
fue ese momento ya que debió haber bastante revuelo con los acontecimientos que
le sobrevinieron a mi pobre madre. “Si
falta su madre es bueno que su hija que no la va a conocer lleve su nombre”,
quizás fue éste el argumento de peso para que hoy siga yo llevando el nombre
que tanto me cuesta asimilar. Ya sé que he tenido tiempo para ello, pero a día
de hoy sigo queriéndomelo cambiar.
Pero sigamos con mis nombres, sí mis nombres; mi familia por
ambas partes en seguida se dio cuenta que una niña de dos kilos y medio no se podía
llamar Sagrario, era demasiado fuerte nombrarme, es un nombre acabado en O, o
sea, masculino y yo era una niña diminuta, ¿se imaginan?: “¡Sagrario que pequeñina!, ¡qué guapina!, ¡ven Sagrario a merendar!, ¿me
quieres Sagrario?” Y yo con un año, o dos, o tres, etc… Ellos mismos
debieron darse cuenta del error y mientras mi madre luchaba por volverme a ver;
entre mi tío materno y mi abuela paterna cogieron las dos primeras sílabas de
mi primer nombre y la primera sílaba del siguiente y formaron “Ma-ri-sa”, pero no quedaron
contentos con ello y decidieron añadirle acento en la última sílaba con lo que
a partir de ese segundo o tercer día de mi existencia pasé a llamarme MARISÁ;
mis abuelos, tíos, primos y mis hermanos respiraron tranquilos, por fin un nombre
acabado en A, para una niña de no más de dos kilos y medio.
Mi madre no sabía nada de mis nuevos nombres, casi cuando
recuperó la memoria y volvió a verme y a asimilar que había pasado a tener tres
hijos y no dos como ella recordaba, yo ya tenía tres nombres, porque a mis
primos, los que vivían cerca de mi casa, no les debió gustar “Marisá”, ni “Sagrario”,
ni “Maria del”. No, ellos me pusieron SASI; me he preguntado tantas veces “¡¿de dónde salíó ese nombre?!, ¡¿qué vieron
en mí para llamarme de esa manera!?, ¡¿qué contracciones hicieron de mi nombre
propio que les llevó a la consecuencia de llamarme Sasi?!”; a estas alturas
ya ni se acuerdan, siempre me dicen lo mismo, “eras tan pequeña, que parecía te pegaba ese nombre”. A mí me suena
como si estuviera silbando todo el día, pero claro era muy pequeña para
hacerlo, es posible que en esos primeros momentos mis balbuceos fueran como
silbidos suaves y de ahí me quedó el nombre; bueno, así que para ellos siempre
que me nombran soy la prima Sasi y van cuatro nombres. Por los años 70 cuando
mis padres decidieron buscar un futuro mejor en otra ciudad del norte, donde
vivían otros tíos muy queridos, enseguida me di cuenta que a ellos no les
convencía ninguno de los nombres con los que hasta ahora me nombraban y sin
previo aviso comenzaron a llamarme MARY, y con éste me he quedado para ellos y
sus hijos hasta hoy. Tanto le gustó a mi madre como sonaba la nueva acepción de
mi nombre, que decidió adoptarlo y
comencé a llamarme Mary para ella también, que ahora estaba fenomenal de la
dolencia que había sufrido al nacer yo. Para mi padre y mis hermanos seguía
siendo Marisá, lo mismo sucedía con todos mis abuelos y mis tíos por parte de
madre y el resto de los tíos paternos que no me cambiaban el nombre, es decir
los que no me llamaban Mary, ni Sasi. Yo ya me iba haciendo un lío por la
manera que cada uno me nombraba, aunque al igual que las personas bilingües, sabía
distinguir a cada uno de los familiares o amigos cuando me llamaban.
Si no he contado mal van 5 maneras de llamarme. Como veis,
se trata de dar vueltas a mi nombre real
para no nombrarlo, y lo comprendo, realmente lo comprendo. En esa época, años
70, en el cole era Sagrario, nombre formal y académico, no traté de cambiarlo
nunca, porque si me suponía ya un apuro decirlo, más me suponía tener que
explicar Marisá con acento en la a, y
explicar que me lo habían puesto para calmar el sonido masculino de mi nombre y
bueno, era todo un lío, los niños son muy preguntones y te lo preguntan miles
de veces, así que era mejor quedarse como estaba, o sea con mi nombre real.
Mi tío el pelirrojo, el que era escritor, en 1972 por mi
cumpleaños me hizo un poema precioso titulado MARISÚ. Hoy lo leo y me sigo
emocionando, un poema que jugaba con las palabras y las enlazaba con mi nombre,
el suave, el que cariñosamente utilizaba mi familia y amigos e iba cambiando en
cada final de estrofa la última vocal de ese nombre, así que por arte de la
poesía no sólo me llamé Marisá, sino que pasé a ser Marisé, Marisí, Marisó y
Marisú. Nunca nadie me había divertido
tanto nombrándome de esa manera. Como nadie me llamaba por esos nombres no
puedo anotarlos y contarlos en mi lista de nombrarme.
Me hice adulta y mi
mejor amiga de la adolescencia, que por supuesto no le gustaba ni “Sagrario”,
ni “María del”, ni “Marisá”, ni “Mary”, ni “Sasi” pensó que lo mejor era
acortarme el nombre, porque ya había acortado el de su novio alemán que era un
poco largo y difícil para nuestra pronunciación, así que empezó a llamarme SÁ, sólo Sá, como suena, el
nombre en su mínima expresión, ¡nada! una sílaba sola, teniendo el mío tres. Yo
a veces pensaba que lo mío era ridículo, cuando me presentaba ante alguien no
sabía que decirles. Era una pesadilla para mí, y llegué a darme cuenta que
dijera cual dijera, la gente, como no entendía bien ninguno, no me nombraba: “dile a …., ¿viene tu….?, ¿¡esa chica…cómo
se llama!?. Un cabreo constante.
A mi marido, que
también tiene nombre antiguo, pero mucho más llevadero, le gustó la idea de
llamarme Sá, y con él me he quedado, me suena cariñoso, pero no me puedo
presentar en ningún sitio llamándome con la mínima expresión de mi nombre.
Cuando nos fuimos a
vivir a Estados Unidos, eso fue “el no va más”, al llamarme, no reconocía mi
propio nombre, el que me pusieron mis
familiares para recordarme de por vida a mi madre; era impronunciable para
ellos y por supuesto cuando me llamaban yo no me volvía porque no iba conmigo
la cosa. Comprendí que o lo mejoraba o
era olvidada, así que decidí que allí sería MARISA sin acento, porque si lo
ponía sería una complicación añadida; a los americanos les sonaba genial ese
nombre y lo habían oído en ocasiones porque
muchas mujeres sudamericanas lo tenían. Y con este van 7 nombres (María,
Sagrario, Marisá, Sasi, Mary, Sá y Marisa).
Cuando regresamos a España ya había perdido la cuenta de
todos ellos, recuerdo que cuando me llamaban por teléfono según me nombraran sabía
quién lo estaba haciendo. Después de unos años perdida entre los nombres, tomé
una decisión drástica, ”¡si me llamo de esa manera, pues me hago llamar de esa
manera!” Así que sólo iba a contestar por mi nombre, SAGRARIO. Intenté
convencer a todos mis familiares cercanos y lejanos, amigos, conocidos y todos
los recién llegados. A los pocos meses yo misma me convencí que no podía con mi
nombre, “solo así se llaman las monjas”
pensé: “Sor Sagrario, madre Sagrario,
hermana Sagrario” y volví a recapacitar sobre él, y tome otra nueva
decisión. Tenía claro que a Marisá no quería volver, aunque es cierto que todos
los que me conocieron de pequeña lo seguían usando, es decir que se pasaron mi
decisión por “el forro”, claro que es natural que no cambiaran, yo era para ellos,
Marisá, Sasi o Sá, y no mi nombre propio en masculino.
El cambio que le hice
a mi nombre fue SAGRA, todo lo empecé a firmar con ese nombre y ya van 8. En el
trabajo, mi tarjeta de presentación era Sagra y todos me empezaron a llamar así
porque así lo decidí yo. Era parecido a Sarah y no sonaba mal. Pero siempre hay
alguien que te dice “¿Sagra? Ah Sagrario ¿no?”
y ya me han dejado por infinita vez hecha polvo. Una tarde de esas que tengo yo
pensativa y dándole vueltas al tema del nombre me dije: “¡Sagra, tengo la
solución, voy a hacer de este diminutivo un nombre, si Sarah lleva h y me gusta
mucho, pues SAGRAH también, y van 8 y un cuarto; hace tiempo que todo lo que escribo
lo firmo con Sagrah y le añado mi primer apellido.
Desde que tengo 14 años llevo pensando sobre la idea de
cambiar de nombre y que lo certifique un juez y así sentirme cómoda cuando
tengo que decir mi nombre. Este verano después de 39 años he ido a preguntar al
juzgado por la documentación necesaria para hacerlo. Cuando lo he comentado en
casa han puesto “el grito en el cielo”, sólo mi marido me ha apoyado, él
entiende un poco de lo que hablo…los trámites para el cambio son engorrosos,
pero no imposibles, por si lo hago en un futuro cercano voy recogiendo
documentación con mi nuevo nombre… Sagrah
Mi familia, amigos y conocidos me siguen llamando Marisá,
Sasi, Mary, Marisa, Sagrario, Sá y Sagra. Para mi marido soy Sá y cuando lo
escribe soy Sagrah y mis hijos me llaman mamá o mami. Cuando me llaman Madre
les digo si vamos a representar “La casa de Bernarda Alba”, que todo están con
Madre, y por supuesto no les hago caso.
Mi hermano me escribió hace muchos años un poema que decía
“innumerables nombres y para ti ninguno”, tenía razón con ninguno me he sentido
plenamente satisfecha pero he tenido que decidirme por uno, y he elegido Sagrah,
reconozco que la h lo hace diferente y le otorga categoría de nombre, claro que
tiene un problema, como todos los anteriores y es precisamente esa consonante final, así
que con esta nueva vuelta de “tuerca” sigo complicándome con mi nombre y sigo
teniendo que dar explicaciones, por lo menos, cuando alguien lo tiene que
escribir.
Por cierto mi madre es una persona de 83 años que se llama
Sagrario, pero le gusta que la llamen Sagrarito, porque así la llamaba su
madre. Y yo me siento la misma persona cuando soy nombrada de todas esas
maneras, en realidad son variantes de aquel que me pusieron cuando pesaba dos
kilos y medio, “María del Sagrario” y lo hicieron con la mejor intención para
recordar siempre a mi madre.
Así se llamaba mi madre, Q.E.P.D., era de Toledo, de pequeña la llamaban Sagrario y mi padre se dirigía a ella con Sagra, los nietos..., Yayo, y así pasó el tiempo menos para mi que la tengo muy presente y es mi madre, mi Sagrario, con mucho orgullo. Respeto las decisiones de cada uno en llamarse como quieran. Por cierto tengo una hermana que se llama Palmira, mi padre era Hilario, mi abuela materna Leoncia y su madre Anacleta, y Teodora mi abuela paterna. Mi suegra Eladia, su madre Bonifacia, Bisabuelos maternos Ruperto y Casilda , ah, y una tía paterna Anastasia, y por último yo mismo Juan Miguel.
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