viernes, 20 de mayo de 2016

La verdadera historia de mi abuelo Nicolás

A mi abuela Caridad, a mi padre y a sus cinco hermanos…

“El abuelo salió a cazar un domingo unas perdices para que su hija, la pequeña, las llevara en una fiambrera camino de Cuba, porque iba con el grupo de danza a hacer una gira por esas tierras del Nuevo Mundo”. Así es como comenzó mi primo, el mayor, a contarme lo que él sabía sobre la muerte de nuestro abuelo Nicolás, la mañana en la que se presentó en mi casa aportando nuevos datos a una historia que cada miembro de nuestra familia cuenta de diferente manera, pero en esencia tiene los mismos detalles de un suceso que posiblemente nunca ocurrió…
Cuando uno es niño, no piensa en los  pequeños matices de lo que le cuentan los mayores y se queda con la historia más amplia de lo que le ocurrió al abuelo, a su perro, su escopeta y una fuente…  a no ser que seas muy observador, que en mi caso no lo soy, no cuestionas nada de lo que tu abuela, tíos o padre te cuentan; escuchas, imaginas y vuelves a contarlo repetidamente, incluso creyendo que has estado allí.
Cuando mis hermanos y yo le preguntábamos por milésima vez a mi padre por lo que le había ocurrido a nuestro abuelo Nicolás, siempre contaba la misma versión de lo sucedido; yo la recreaba en mi imaginación y al repetírmela hacía una versión muy similar a aquella  primera que se decidió contar desde el momento en que mi abuelo cayó abatido por el disparo de una escopeta.
Mi abuelo había ido a cazar, un domingo, con sus amigos, con los que iba siempre, no sé  ni cuántos ni quiénes eran, jamás se me ocurrió preguntar por ellos, después de estar cazando,  podía ser al amanecer, a medio día o por la tarde, nunca he oído los detalles de esos momentos, mi abuelo fue a beber a una fuente, dejó la escopeta apoyada en ella y su perro que también fue a beber de manera impetuosa, al subirse a la fuente, dio con una de sus patas en la escopeta, ésta se disparó, y con tan mala suerte que la bala le asestó a mi abuelo un balazo mortal que lo dejó allí mismo muerto.
Me he imaginado tantas veces esa escena, que veo nítidamente el lugar donde todo ocurrió, la fuente, la escopeta, el coto de caza,  a mi abuelo yendo a beber, al perro corriendo precipitadamente y después el disparo, el estruendoso disparo que le llevó al silencio.
A día de hoy no sé el lugar exacto donde todo sucedió. No suelo preguntar por algo tan doloroso para mi familia, aunque no he dejado de preguntarme a lo largo de mi vida por alguno de los momentos previos y por los que vinieron después.
Mis abuelos tuvieron seis hijos, vivían en el centro de Torgás del Camino y regentaban un negocio próspero que les proporcionaba el bienestar en unos años que, aunque inestables políticamente, les dejaba vivir sin grandes sobresaltos y cuando esto sucedió fue una catástrofe para ellos, fue un vacío del que había que recuperarse y seguir adelante.  Mi abuela fue una mujer fuerte, que supo tomar buenas decisiones y junto con sus hijos hizo de la pérdida un nuevo comienzo.
Hace unos diez años nos reunimos los nietos, biznietos y los hijos de aquella mujer tan fuerte, que era mi abuela, en un restaurante. Seríamos unos 50 más o menos y cuando estábamos comenzando el postre, mis primos y yo nos pusimos a recordar cuando éramos pequeños y una historia nos llevó a otra y así salió el tema de nuestro abuelo, el perro, la fuente, y la escopeta como tantas veces había ocurrido en reuniones familiares anteriores. Pero esta vez uno de ellos dijo: ­“estáis equivocados, no es así la historia, ¿de verdad no sabéis la verdadera historia del abuelo Nicolás?”
Yo pensé que nos iba a aportar alguna minucia más a la versión que yo tenía en mi cabeza y que estaba dispuesta a asimilar e incluir en la historia de mi abuelo…
“Al abuelo lo mataron. ¡Vamos, sin querer, un accidente de caza!”
Yo ya tenía 43 años y mi primo me estaba contando algo que no había oído jamás, “¡¿Cómo que lo mataron!?¡¿Cómo un accidente?!...Repite por favor, ¡¿estás hablando en serio?!”
Miré a mi padre que estaba justo enfrente de mí y él sin decir palabra asintió con la cabeza,  aun sin salir de mi asombro, les abrumé con tantas preguntas, que sus respuestas no hicieron más que estimular mi imaginación y elaborar una nueva interpretación de lo sucedido a mi abuelo.
En una de las paredes de mi casa cuelga un retrato de él, se le ve un hombre corpulento y alto, podría haber medido 1,85 de estatura, mirándole pensaba:”¿Cómo puede ser que alguien lo confundiera con una presa? ¿Cómo puede ser que no viera entre la vegetación el cuerpo de un hombre tan grande? ¿cómo el movimiento de mi abuelo entre las zarzas pudo ser confundido con la ligereza de una liebre o una perdiz?” Esta imagen era incomprensible y ridícula pero era a la que había llegado, oyendo a mis familiares, la tarde de aquella reunión.
 Días después mi padre me dijo: “trajeron a tu abuelo en un carro, ya estaba muerto. Había ido a cazar con cuatro amigos que contaron una versión de lo sucedido, la que tú conoces, la de la fuente, el perro y la escopeta; el juez certificó su muerte, pero no hubo investigación policial. Yo no llegué a su entierro, estaba lejos de aquí, el transporte en aquella época era lento. Tu abuelo tenía 45 años.  Conocíamos a los amigos de mi padre y aunque aceptamos lo que ellos nos dijeron no dejamos de pensar en la posibilidad de que algo diferente podría haber sucedido”.
Mi abuela, mi padre y sus hermanos han guardado silencio sobre los amigos de mi abuelo, o yo por lo menos nunca he oído algo como: “era tal o cual, ¡mira! ese era el amigo del abuelo con el que iba a cazar, el que se apellidaba…, esa es de la familia de…, o el hijo de…” Días después me enteré que uno de los que había ido a cazar con mi abuelo decidió emigrar a Brasil con su familia, y empecé a imaginar que pudo ser él quien “sin querer” se llevara a mi abuelo por delante. Es posible que no pudiera soportar su ausencia, el peso del disparo sobre el cuerpo de su amigo o el silencio posterior al estruendo de la bala y eso le hizo no volver jamás… pero repito esto son imaginaciones mías.
A mi abuela no le había quedado una pizca de resentimiento, sólo el dolor de haber perdido a la persona que más quería en este mundo. Su vida había dado un vuelco y con ese cambio, la historia de ella y  la de sus hijos se iba a escribir de otra manera…
 Estuve unos días dando vueltas sobre aquel momento, tuve que despojarme de mi versión, la de siempre, la que se contaba en cada reunión, y así olvidarme de la fuente, la escopeta, el perro y visualizar un nuevo episodio de lo que realmente fue, pero sin tener una idea muy clara.
Mi primo, el mayor, siguió aportando más datos a la historia de nuestro abuelo Nicolás, “mi madre se iba a casar ese año y ya no lo pudo hacer, se casó al año siguiente vestida de negro; hay gente por la calle que al decirle quién era mi madre, aún recuerdan que fue la primera boda en la que una mujer, por los años 50, se casó de negro.”
Me estaba dando cuenta que él no sabía la verdadera historia de nuestro abuelo, hace 16 años que vive fuera de España y no había estado en aquella comida en la que nos enteramos de que algo muy diferente a lo que creíamos hasta el momento, le había pasado a nuestro abuelo. Tuve que contarle, con cierto pudor, la nueva versión de los acontecimientos, de unos hechos ocurridos en 1947 y de los que se estaba enterando 68 años después.
Cuando le llevé en coche a su casa (la antigua casa de mi abuela), porque había venido a desayunar conmigo y mi familia, después de una larga caminata de nueve quilómetros, me sentía mal por haberle rebelado una historia que tampoco había sabido explicarle muy bien, porque de esa verdadera historia hay muchas cosas incomprensibles que ni mi padre ni mis tíos me han contado, porque quizá ellos tampoco las saben con exactitud y la verdad, no me he atrevido a preguntar por no causar más dolor.
Las hermanas de mi primo, el mayor, si sabían que “al abuelo lo habían matado accidentalmente” porque se lo había contado su madre, unos años antes de aquella reunión familiar, en la que yo me enteré. Él hacía tiempo que no vivía en la casa de sus padres, así que no sabía más que lo que siempre le habían contado de niño. ¡Se me quitó un gran peso de encima!
 Mi abuelo había salido a cazar, pero no unas perdices para mi tía que se iba a Cuba, porque en aquel tiempo aún era pequeña para irse y ni siquiera bailaba todavía en el grupo de danza. La madre de mi primo, el mayor, no había pospuesto la boda para el año siguiente a la muerte del abuelo, como él creía,  ya que se casó en 1954 y la razón de casarse de negro casi seguro fue por la muerte de su padre años antes.
La versión que mi primo, el mayor, y yo escuchamos mientras la banda de música tocaba en el templete del jardín de la Sinagoga, el primer día de las fiestas de Torgás, fue otra algo diferente de la que me habían contado en aquella comida de hacía diez años.
Mi abuelo Nicolás había salido a cazar una mañana de domingo, con sus amigos de siempre, unos iban detrás de otros por el coto, el perro de mi abuelo se asustó por algo que vio a lo lejos y el compañero que iba detrás de mi abuelo se asustó del perro, y disparó su escopeta; la bala sorprendió a mi abuelo por la espalda a la altura de los riñones hiriéndole mortalmente…
Con esta versión quedaba claro que por lo menos no fue confundido con ninguna presa, ni estaba agazapado entre la vegetación esperando que su perro saliera por la liebre abatida, cuando fue sorprendido por un disparo… Mi padre confirmó que también había oído, esta nueva variante de lo que allí sucedió, pero él no se atrevía a afirmarla como la historia real. Creo que a estas alturas y después de tantos años es muy difícil llegar a saber la verdad sobre la muerte de mi abuelo Nicolás. Los amigos y el que sorprendió accidentalmente a mi abuelo por la espalda son los únicos que podrían certificar su muerte, porque son los que estaban allí. Los tres que se quedaron en la ciudad guardaron silencio y del que se fue a Brasil no se supo si regresó. Me temo que todos los que aquel domingo por la mañana fueron con él a cazar están muertos y por tanto ya no podemos recuperar la verdadera historia del abuelo Nicolás.
La fuente, la escopeta y el perro, han quedado en el recuerdo, él no bebió agua en ninguna fuente, el perro tampoco lo hizo y la escopeta que se disparó fue la de otro.
Mi abuela, mi padre y mis tíos  vivieron y crecieron sin su padre, lo hicieron sin rencor ni resentimiento por aquel suceso que cambió sus vidas a finales de los años 40.
Desde que aquel domingo mi abuelo disparara su último cartucho, su escopeta quedó guardada para siempre en un rincón de la casa de la abuela, sin que nadie volviera a utilizarla…


No hay comentarios:

Publicar un comentario