A mi abuela Caridad, a mi padre y a sus cinco hermanos…
“El abuelo salió a cazar un domingo unas perdices para que su hija, la
pequeña, las llevara en una fiambrera camino de Cuba, porque iba con el grupo
de danza a hacer una gira por esas tierras del Nuevo Mundo”. Así es como
comenzó mi primo, el mayor, a contarme lo que él sabía sobre la muerte de
nuestro abuelo Nicolás, la mañana en la que se presentó en mi casa aportando
nuevos datos a una historia que cada miembro de nuestra familia cuenta de
diferente manera, pero en esencia tiene los mismos detalles de un suceso que posiblemente
nunca ocurrió…
Cuando uno es niño, no piensa en
los pequeños matices de lo que le
cuentan los mayores y se queda con la historia más amplia de lo que le ocurrió
al abuelo, a su perro, su escopeta y una fuente… a no ser que seas muy observador, que en mi
caso no lo soy, no cuestionas nada de lo que tu abuela, tíos o padre te
cuentan; escuchas, imaginas y vuelves a contarlo repetidamente, incluso
creyendo que has estado allí.
Cuando mis hermanos y yo le
preguntábamos por milésima vez a mi padre por lo que le había ocurrido a
nuestro abuelo Nicolás, siempre contaba la misma versión de lo sucedido; yo la
recreaba en mi imaginación y al repetírmela hacía una versión muy similar a
aquella primera que se decidió contar
desde el momento en que mi abuelo cayó abatido por el disparo de una escopeta.
Mi abuelo había ido a cazar, un domingo, con sus amigos, con los que
iba siempre, no sé ni cuántos ni
quiénes eran, jamás se me ocurrió preguntar por ellos, después de estar cazando, podía
ser al amanecer, a medio día o por la tarde, nunca he oído los detalles de esos
momentos, mi abuelo fue a beber a una
fuente, dejó la escopeta apoyada en ella y su perro que también fue a beber de
manera impetuosa, al subirse a la fuente, dio con una de sus patas en la
escopeta, ésta se disparó, y con tan mala suerte que la bala le asestó a mi
abuelo un balazo mortal que lo dejó allí mismo muerto.
Me he imaginado tantas veces esa
escena, que veo nítidamente el lugar donde todo ocurrió, la fuente, la escopeta,
el coto de caza, a mi abuelo yendo a
beber, al perro corriendo precipitadamente y después el disparo, el estruendoso
disparo que le llevó al silencio.
A día de hoy no sé el lugar exacto
donde todo sucedió. No suelo preguntar por algo tan doloroso para mi familia,
aunque no he dejado de preguntarme a lo largo de mi vida por alguno de los
momentos previos y por los que vinieron después.
Mis abuelos tuvieron seis hijos,
vivían en el centro de Torgás del Camino y regentaban un negocio próspero que les
proporcionaba el bienestar en unos años que, aunque inestables políticamente,
les dejaba vivir sin grandes sobresaltos y cuando esto sucedió fue una
catástrofe para ellos, fue un vacío del que había que recuperarse y seguir adelante. Mi abuela fue una mujer fuerte, que supo
tomar buenas decisiones y junto con sus hijos hizo de la pérdida un nuevo
comienzo.
Hace unos diez años nos reunimos
los nietos, biznietos y los hijos de aquella mujer tan fuerte, que era mi
abuela, en un restaurante. Seríamos unos 50 más o menos y cuando estábamos comenzando
el postre, mis primos y yo nos pusimos a recordar cuando éramos pequeños y una
historia nos llevó a otra y así salió el tema de nuestro abuelo, el perro, la
fuente, y la escopeta como tantas veces había ocurrido en reuniones familiares
anteriores. Pero esta vez uno de ellos dijo:
“estáis equivocados, no es así la historia, ¿de verdad no sabéis la verdadera
historia del abuelo Nicolás?”
Yo pensé que nos iba a aportar
alguna minucia más a la versión que yo tenía en mi cabeza y que estaba
dispuesta a asimilar e incluir en la historia de mi abuelo…
“Al abuelo lo mataron. ¡Vamos, sin querer, un accidente de caza!”
Yo ya tenía 43 años y mi primo me
estaba contando algo que no había oído jamás, “¡¿Cómo que lo mataron!?¡¿Cómo un accidente?!...Repite por favor, ¡¿estás
hablando en serio?!”
Miré a mi padre que estaba justo
enfrente de mí y él sin decir palabra asintió con la cabeza, aun sin salir de mi asombro, les abrumé con
tantas preguntas, que sus respuestas no hicieron más que estimular mi imaginación
y elaborar una nueva interpretación de lo sucedido a mi abuelo.
En una de las paredes de mi casa
cuelga un retrato de él, se le ve un hombre corpulento y alto, podría haber
medido 1,85 de estatura, mirándole pensaba:”¿Cómo
puede ser que alguien lo confundiera con una presa? ¿Cómo puede ser que no
viera entre la vegetación el cuerpo de un hombre tan grande? ¿cómo el
movimiento de mi abuelo entre las zarzas pudo ser confundido con la ligereza de
una liebre o una perdiz?” Esta imagen era incomprensible y ridícula pero
era a la que había llegado, oyendo a mis familiares, la tarde de aquella
reunión.
Días después mi padre me dijo: “trajeron a tu abuelo en un carro, ya
estaba muerto. Había ido a cazar con cuatro amigos que contaron una versión de
lo sucedido, la que tú conoces, la de la fuente, el perro y la escopeta; el
juez certificó su muerte, pero no hubo investigación policial. Yo no llegué a
su entierro, estaba lejos de aquí, el transporte en aquella época era lento. Tu
abuelo tenía 45 años. Conocíamos a los
amigos de mi padre y aunque aceptamos lo que ellos nos dijeron no dejamos de
pensar en la posibilidad de que algo diferente podría haber sucedido”.
Mi abuela, mi padre y sus
hermanos han guardado silencio sobre los amigos de mi abuelo, o yo por lo menos
nunca he oído algo como: “era tal o cual,
¡mira! ese era el amigo del abuelo con el que iba a cazar, el que se apellidaba…,
esa es de la familia de…, o el hijo de…” Días después me enteré que uno de
los que había ido a cazar con mi abuelo decidió emigrar a Brasil con su
familia, y empecé a imaginar que pudo ser él quien “sin querer” se llevara a mi
abuelo por delante. Es posible que no pudiera soportar su ausencia, el peso del
disparo sobre el cuerpo de su amigo o el silencio posterior al estruendo de la
bala y eso le hizo no volver jamás… pero repito esto son imaginaciones mías.
A mi abuela no le había quedado
una pizca de resentimiento, sólo el dolor de haber perdido a la persona que más
quería en este mundo. Su vida había dado un vuelco y con ese cambio, la
historia de ella y la de sus hijos se
iba a escribir de otra manera…
Estuve unos días dando vueltas sobre aquel
momento, tuve que despojarme de mi versión, la de siempre, la que se contaba en
cada reunión, y así olvidarme de la fuente, la escopeta, el perro y visualizar
un nuevo episodio de lo que realmente fue, pero sin tener una idea muy clara.
Mi primo, el mayor, siguió
aportando más datos a la historia de nuestro abuelo Nicolás, “mi madre se iba a casar ese año y ya no lo
pudo hacer, se casó al año siguiente vestida de negro; hay gente por la calle
que al decirle quién era mi madre, aún recuerdan que fue la primera boda en la
que una mujer, por los años 50, se casó de negro.”
Me estaba dando cuenta que él no
sabía la verdadera historia de nuestro abuelo, hace 16 años que vive fuera de
España y no había estado en aquella comida en la que nos enteramos de que algo
muy diferente a lo que creíamos hasta el momento, le había pasado a nuestro
abuelo. Tuve que contarle, con cierto pudor, la nueva versión de los
acontecimientos, de unos hechos ocurridos en 1947 y de los que se estaba
enterando 68 años después.
Cuando le llevé en coche a su
casa (la antigua casa de mi abuela), porque había venido a desayunar conmigo y
mi familia, después de una larga caminata de nueve quilómetros, me sentía mal
por haberle rebelado una historia que tampoco había sabido explicarle muy bien,
porque de esa verdadera historia hay muchas cosas incomprensibles que ni mi
padre ni mis tíos me han contado, porque quizá ellos tampoco las saben con
exactitud y la verdad, no me he atrevido a preguntar por no causar más dolor.
Las hermanas de mi primo, el
mayor, si sabían que “al abuelo lo habían matado accidentalmente” porque se lo
había contado su madre, unos años antes de aquella reunión familiar, en la que
yo me enteré. Él hacía tiempo que no vivía en la casa de sus padres, así que no
sabía más que lo que siempre le habían contado de niño. ¡Se me quitó un gran
peso de encima!
Mi abuelo había salido a cazar, pero no unas
perdices para mi tía que se iba a Cuba, porque en aquel tiempo aún era pequeña
para irse y ni siquiera bailaba todavía en el grupo de danza. La madre de mi
primo, el mayor, no había pospuesto la boda para el año siguiente a la muerte
del abuelo, como él creía, ya que se
casó en 1954 y la razón de casarse de negro casi seguro fue por la muerte de su
padre años antes.
La versión que mi primo, el
mayor, y yo escuchamos mientras la banda de música tocaba en el templete del
jardín de la Sinagoga, el primer día de las fiestas de Torgás, fue otra algo diferente
de la que me habían contado en aquella comida de hacía diez años.
Mi abuelo Nicolás había salido a cazar una mañana de domingo, con sus
amigos de siempre, unos iban detrás de otros por el coto, el perro de mi abuelo
se asustó por algo que vio a lo lejos y el compañero que iba detrás de mi
abuelo se asustó del perro, y disparó su escopeta; la bala sorprendió a mi
abuelo por la espalda a la altura de los riñones hiriéndole mortalmente…
Con esta versión quedaba claro
que por lo menos no fue confundido con ninguna presa, ni estaba agazapado entre
la vegetación esperando que su perro saliera por la liebre abatida, cuando fue
sorprendido por un disparo… Mi padre confirmó que también había oído, esta
nueva variante de lo que allí sucedió, pero él no se atrevía a afirmarla como
la historia real. Creo que a estas alturas y después de tantos años es muy difícil
llegar a saber la verdad sobre la muerte de mi abuelo Nicolás. Los amigos y el
que sorprendió accidentalmente a mi abuelo por la espalda son los únicos que podrían
certificar su muerte, porque son los que estaban allí. Los tres que se quedaron
en la ciudad guardaron silencio y del que se fue a Brasil no se supo si regresó.
Me temo que todos los que aquel domingo por la mañana fueron con él a cazar
están muertos y por tanto ya no podemos recuperar la verdadera historia del
abuelo Nicolás.
La fuente, la escopeta y el perro,
han quedado en el recuerdo, él no bebió agua en ninguna fuente, el perro
tampoco lo hizo y la escopeta que se disparó fue la de otro.
Mi abuela, mi padre y mis
tíos vivieron y crecieron sin su padre, lo
hicieron sin rencor ni resentimiento por aquel suceso que cambió sus vidas a
finales de los años 40.
Desde que aquel domingo mi abuelo
disparara su último cartucho, su escopeta quedó guardada para siempre en un
rincón de la casa de la abuela, sin que nadie volviera a utilizarla…