miércoles, 18 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 5




Día 5: Mantener la calma 18 marzo 2020 (13910 infectados, 1081 recuperados)

Hoy cuando amanecía, me he sentado en la cama, he mirado por la ventana de la habitación y la soledad de la calle me ha dejado apesadumbrada. No he podido evitar sentir que todo lo que estamos viviendo es negativo. Me he angustiado pensando en los días que me quedan por delante hasta que pueda salir a la calle y gritar ¡SOY LIBRE, VIVA LA VIDA!
Intento convencerme que lo mejor es mantener la calma y siga como todos estos días con el patrón de inventarme trabajos, a veces banales, para no caer en el hastío.
Recibo muchos mensajes con fotos y vídeos graciosos e imaginativos. Las conversaciones de grupos de amigos y familiares  a veces tienen más de 70 mensajes y reconozco que me pierdo en ellos, aunque se agradece saber que todos están bien y que por lo menos mandando mensajes están muy activos.
Entre tanta información que recibo escuchando la radio acerca del Covid-19 hoy me ha llamado la atención la petición de una joven cirujana que trabajando en uno de los hospitales madrileños en pleno epicentro de la enfermedad, se ha dado cuenta de la soledad de los pacientes que están ingresados y nos  ha propuesto a los que estamos en nuestras casas, que les escribamos cartas para que no se sientan tan solos.

Querido paciente, tú que te llamas Manolo, Mila, Pépe, Charo, Pablo, Mary Carmen, Honorio, Lola o Secundino. Aquí te mando estas palabras de apoyo. Seguro vas a salir adelante. Tú puedes. Eres fuerte. Tu cuerpo va a luchar por vivir. Ahora te encuentras mal, a lo mejor muy mal, pero con ayuda de los sanitarios saldrás adelante. Todos estamos encerrados porque queremos que el virus no se expanda, no contamine a mi madre, a mi abuelo, a mi hija a mi nieto, a mi hermana, a mi marido y sobre todo para que no colapse el hospital en el que tú te encuentras. Todos queremos que esto pase, poderlo olvidar y aprender de nuestros errores. Volver a trabajar. Volver a viajar. A disfrutar de la vida, como lo hacíamos hasta hace unos días. Volver a querernos y relacionarnos con la familia y amigos como era habitual.
 No te conozco pero estoy deseando que te cures, no quiero que te sientas solo, no quiero que llores. No quiero que sufras más. Los que estamos fuera permanecemos atentos a vuestra evolución y deseamos que salgáis de esas habitaciones curados.
Me gustaría  cuidaros, abrazaros y besuquearos para que os sintierais menos solos, más acompañados y más tranquilos en estos momentos. Me despido de todos vosotros con la esperanza de saber que vais a volver a vuestras maravillosas rutinas con todos aquellos que os están esperando fuera.
Un beso para ti Juana, Mario, Luisa, Ángel, Lina, Diego, Feli, Carlos, Teri, Pipe o Manolita.

El ingenio y la necesidad de crear en estos momentos de reclusión es extraordinario. Por eso hoy mi aplauso de las 8 de la tarde va a ser para la cirujana a la que se le ha ocurrido esta brillante idea de escribir una carta a los que están luchando frente al virus en el hospital. Gracias Doctora por hacer que seamos productivos y solidarios.

martes, 17 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 4



Día 4: Lo que se nos viene encima 17 marzo 2020 (11409 infect., 510 fallecidos)


Nos dicen que es bueno hacer una rutina en este confinamiento, desempeñar una serie de actividades encadenadas para no caer en la tristeza, angustia o locura transitoria. Reconozco que suelo dejarme aconsejar por lo que los expertos nos recomiendan.

Si nos fijamos en el significado de la palabra rutina como hábito por hacer algo de manera repetitiva en una secuencia temporal, en un tiempo indeterminado, sin que sea necesario reflexionar sobre algo trascendente sino que va a formar parte de nuestra costumbre; sin duda nos va a llevar a otra palabra bien conocida como es aburrimiento. O sea vamos a tener una sensación de fastidio por el mecanismo de repetir en nuestro encierro, una actividad tras otra y la falta de diversión, nos va a llevar a dejar de interesarnos  por hacer algo diferente que nos saque, de esto que nos ha sobrevenido y la emoción de hacer algo nuevo puede quedarnos anulada.

La mayoría de mis actividades, que he hecho hasta hace cuatro días, son una rutina, y esos hábitos diarios, en mi caso, no son sinónimos de abulia o apatía, no constituyen un gran peso sino que son un positivo trajín  que me mantiene viva. Así que estos días hago mi rutina con más empeño, sin caer en la dejadez, desidia o pereza. ¡Bueno, nada que se salga de lo común tampoco! Nos hacen tanto hincapié en que nos activemos que al final si uno no lo hace de forma pragmática o positiva, animoso o motivado, con unas ganas locas de afrontar la situación, deba ser un desconsiderado, incorrecto o incluso incívico.

 Reconozco que me gusta mi trabajo, soy de esa clase de personas que podría trabajar más horas de las que invierto diariamente y que cuando se habla de la jubilación tuerzo la cara. Me considero organizada y el tiempo que tengo libre me encanta llenarlo con actividades extraescolares, debe ser porque cuando era pequeña no existían y desde luego ahora hay tanta oferta que te puede llegar a dar pena elegir una y no otra.

Así que una vez cumplidas parte de las rutinas diarias de este confinamiento, he dedicado un par de horas a  mis mayores. A ellas, a las mujeres de mi familia que viven lejos de donde yo estoy. La media de su edad está en 85 años. Viven solas, están viudas.  Confieso que a mí me costaría mucho pasar tanto tiempo encerrada sin compañía o con puntuales contactos físicos. Son grupo de riesgo, pero no tienen miedo a morir. Personalmente creo que el gran riesgo que van a empezar a correr es sentirse amenazadas por las cuatro paredes de su casa y con interlocutores unidireccionales como la televisión, la radio o las más intrépidas, usando redes sociales como whatsapp no va a llegar para sacarlas de su aburrimiento y soledad de este encierro obligado. Va a ser costoso que no caigan en la melancolía o en la nostalgia  de otros momentos de su pasado. Es difícil que ellas se pongan a hacer una tabla de gimnasia o que se inventen juegos para darse ánimos o que quieran estudiar una lengua nueva. No están motivadas para ese aprendizaje, ni sus cabezas están ya para emprender nuevas tareas. Sin embargo tengo que decir que su entusiasmo me sorprende y me han enseñado que es posible ser positivo en estos momentos tan extraños. Mi madre me dice muy entusiasmada que el pasillo de su casa le sirve de pista de atletismo y que puede hacer hasta 10k andando. Mi suegra se afana en un cambio de decoración  en el salón de su casa y me convence de que es buen momento para cambiar las cortinas o mi tía me cuenta que está preparando las macetas de su terraza para que las flores salgan en primavera.  Me emocionan con sus palabras. Son las tres maravillosas y me están dando un buen ejemplo de entereza y tranquilidad.
Hoy mi gesto solidario, (el que hacemos todos los días aplaudiendo a los nuestros héroes sanitarios, policías, taxistas, empleados de supermercados, etc.) va a ser para Ellas. Para mis tres excepcionales Mujeres. Mi agradecimiento por su integridad y serenidad al afrontar esta situación de clausura. 

lunes, 16 de marzo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO- DÍA 3






Día 3: Mentalización 16 marzo 2020 (9428 infectados, 530 recuperados)

Al incorporarme de la cama como cada día a las siete, solo me ha venido a la cabeza  un enorme soplido de angustia, de desesperación, de vaya lío que tenemos, será verdad lo que nos está ocurriendo y de decir “esto va a ser largo de narices”. Bueno que no cunda el pánico, intento despejar de mi mente estos pensamientos de mañana, lo mejor es que me vaya mentalizando y que me ponga en marcha. Así que para tener sensación de tranquilidad a esas horas de la mañana, y sobre todo para convencerme que un día maravilloso está a punto de comenzar, lo mejor es ponerme a pedalear en la bicicleta estática. Venga 10 kilómetros a toda marcha. Ya me siento mucho mejor después de haber quemado unas 113 calorías.  Sé que son pocas pero no quiero pasarme que no peso mucho y no quiero que este encierro me vaya a hacer adelgazar en vez de coger unos kilitos que tan bien me vendrían. El silencio de mi calle es raro, normalmente donde vivo no hay muchos ruidos. Los vecinos con sus coches yéndonos todos a trabajar, los niños que hablan entre ellos antes de marcharse al cole. Hoy no hay ruido y los pocos pájaros que animan con sus trinos están remolones por la lluvia. Ausencia casi de ruido es extraño, pero con esto tenemos que vivir, es parte de la mentalización.
Abro el ordenador para esperar que cientos de correos entren y responderlos lo antes posible. Curiosamente solo tres, dos más caen a los pocos minutos y otros cinco consecutivos de mi jefe. Me envía todas las indicaciones de actuación para nuestra clínica y el teléfono móvil de nuestro servicio debe estar operativo en todo momento para atender los problemas de los pacientes de la Unidad terapéutica. Sé que lleva trabajando horas para que nada se pare y que tanto profesionales como familias a las que hay que atender se sientan protegidas. Y yo pensaba que me había levantado pronto, creo que él no ha dormido organizándolo todo.
 He pensado en tantas cosas que voy a poder hacer que realmente me siento bloqueada y no sé por cuál empezar. Es buen momento para dejar la casa inmaculada, hace tiempo que las tareas domésticas las hacemos  a la carrera, sin muchas ganas y solo para pasar. Pues ahora es el momento. Así que con calma pero sin pausa con ayuda del robot, una buena bayeta y un par de productos no solo voy a dejar la casa limpia sino que va a quedar irreconocible.
Al asomarme por la ventana veo al jardinero que trabaja como si con él no fuera la cosa y con un gesto de convencerme me dice que como trabaja solo está exento del encierro, ¡no sé yo! No me convence mucho, es más, se ha puesto a limpiar las aceras de la urbanización con agua a presión. Me pregunto si esto es necesario hacerlo hoy, seguro que ha utilizado limpiar el pavimento y dejarlo sin rastro de virus como excusa para no estar en su casa. Parece que no sabe vivir con los suyos y se busca tareas mañana y tarde sin sentido. Ahora corto un rosal aquí, ahora rasco esta superficie, ahora barro la calle, o podo lo podado ya, o planto lo que planté la semana pasada y claro hoy no tenía que quedarse en su vivienda porque era más importante regar a presión cada palmo de suelo y dejarlo impoluto. ¡Venga hombre enciérrate como todos! El caso es que le pasa lo mismo a mi vecino, que aun jubilado, arregla los coches de sus amigos en el garaje de su casa, y claro hoy como si el encierro no fuera con él. Pero Pepe, ¿qué haces, si tienes que estar encerrado? Y riéndose me dice que va a arreglar una moto y a cambiar no sé qué artilugio a un coche destartalado de un amigo. Mientras hablo con él desde la ventana, aparecen dos de sus amigos  para animarle a seguir trabajando y darle conversación. ¡Pero hombres, que yo estoy encerrada para que vosotros no muráis! ¡qué tenéis riesgo por vuestra edad, venga iros a casa a hablar con vuestras familias! Y los tíos se ríen y se creen fuertes como que morir no va con ellos. Pepe ha pasado por una enfermedad cardiovascular y se le considera población de riesgo. Vamos que ni confinamiento, ni encierro, ni mentalización.
He pensado que sería bueno llamar por teléfono a mis vecinos, después de ver tanto vídeo de actos solidarios yo también quiero colaborar con lo que pueda. No los puedo visitar, pero está bien que me ofrezca para lo que necesiten cuando tenga que hacer la compra o si se ven indispuestos yo estaré allí para ellos. A muchos les sorprende mi llamada, es cierto que cada uno vamos a lo nuestro, pero ahora las circunstancias han cambiado y quiero ayudar en lo que sea.
No tengo ningún amigo que trabaje en la red sanitaria, en primera línea de  lucha, pero sí me ha venido a la cabeza el marido de una compañera que es policía nacional y qué mejor homenaje que reforzarle y aplaudirle no esta noche o cada noche que nos quede en este confinamiento sino ahora mismo. Lo mejor es un mensaje de agradecimiento personal por todo el trabajo que le espera durante este próximo mes, qué paciencia va a tener y a cuántos va a tener que convencer de que se vuelvan a su casa.
Continuo revisando mi correo electrónico, el teletrabajo u ordenatrabajo, creo es mejor palabra que la anterior. No hay mucha actividad y el teléfono de emergencia solo ha sonado un par de veces, en unos días las llamadas serán continuas por el encierro.
Es momento de dedicarme al inglés, tengo más tiempo para repasar lo aprendido en mis dos horas semanales. Siempre voy a la carrera y con la cabeza desorganizada para hablar en un inglés fluido, donde las frases se quedan paradas en los recodos de mi lengua y las palabras se ralentizan haciendo el ridículo delante de mis profesoras. Eso sí yo doy lo mejor de mí y tengo una entrega absoluta por aprender de ellas, son dos maravillosas profesionales con una paciencia bastante grande. Hablar casi todo el día en un nivel bajo de su lengua, con un vocabulario reducido debe ser bastante difícil de soportar diariamente.
Voy pasando el día bastante bien, me mantengo en movimiento, aunque no dejo de pensar, por las noticias que oigo, que vamos a estar así más de un mes. ¡Mi madre! Puedo acabar un poco chalada con tanta pequeña actividad, con un poco de aquí y de allá. Paseando por las habitaciones varias veces al día, hablando con mi familia de vez en cuando y viéndolos a  ellos cambiar de una actividad a otra para pasar las horas de esta reclusión. Tengo que reconocer que el que mejor se está tomando el confinamiento es mi hijo, tiene la excusa perfecta para no buscar trabajo porque está habiendo despidos masivos y no hay nadie que le contrate ahora. No se siente presionado a preparar el examen teórico para obtener la licencia de conducir porque Trafico ha anulado cualquier prueba. Tiene a todos sus amigos jugando como locos en la PlayStation. Por último él se ha encargado de sacar a nuestro perro a pasear a pesar de que tenemos un jardín donde Gino es feliz. En fin qué más le puede pedir él a este encierro, está encantado.
Para que los músculos no se agarroten he pensado que lo mejor es hacer un poco de aerobic. Mover el cuerpo con ejercicios funcionales treinta minutos me harán olvidarme de la situación, además creo que ya estoy casi mentalizada a permanecer en casa por un tiempo largo.
Me he dado cuenta que Natan, se ha pasado el día trabajando casi tanto como un día normal.  Quizá es hora de reconocer que el día ha sido largo pero lo hemos superado.

domingo, 15 de marzo de 2020

COVID-19: DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 0







Día cero: Estado de alarma nacional 13 de marzo 2020 (5679 infectados)

Cómo iba a pensar que siete meses después de la celebración de la boda del hijo de mis mejores amigos, estuviéramos como estamos hoy. Aquel día  bailábamos felices, con los brazos en alto, cantando la canción “Follow the leader” y todos a una moviéndonos hacia  adelante después  hacia atrás organizados en una coreografía perfecta, cantando cada vez más alto y fuerte nuestra felicidad sin esperar que nada ni nadie interrumpiese ese estado de catarsis eufórico. Más o menos a la misma hora que aquel día, cuando comenzábamos nuestro baile, el presidente del gobierno, hoy ha anunciado  que estamos en estado de alarma nacional. No sabemos muy bien en qué consiste, se nos hace patente que tendremos que permanecer en nuestras casas confinados para no contagiar o contagiarnos del virus procedente de China Covid-19, Coronavirus.
Llevo atenta a la evolución del virus, por lo menos mes y medio. Nos han hecho creer los expertos gubernamentales, que aquí no nos iba a llegar la infección o si lo hacía era en menor medida que en otros lugares y con pocos contagios. Sólo me he dado cuenta del peligro cuando he visto lo que estaba pasando en Italia, un  número de contagios elevado multiplicándose cada día con un número de fallecimientos elevados. Todo esto me ha hecho pensar que las cifras de infectados y de defunciones iba a alcanzar a España en la misma proporción que en el país hermano y claro a partir de ahí muchos nos hemos echado las manos a la cabeza y lamentamos la dejadez de nuestros  gobernantes.
Aun así ha habido quien no ha querido creer el peligro, no se cree que haya que cambiar por un tiempo nuestras costumbres sociales y tengamos que volvernos un poco ermitaños. Las precauciones que ha tomado la sociedad han sido mínimas, pensamos que con nosotros no iba la cosa y así estamos en este punto: Confinamiento. Una situación ajena e irreal difícil de digerir.
En el trabajo hace una semana los alumnos PIR de Máster procedentes de Asturias nos comentaron que nos preparáramos para hacer frente a un contagio del 80% de la población. Habían tenido una reunión con la dirección del hospital de su zona instándoles a no salir de su región. Nos pareció exagerado y fuera de lugar lo que decían. Aun así no dejé de alarmarme y empecé a extremar precauciones.
Me encanta escuchar la radio y tan sólo uno de los programas del fin de semana daba datos alarmantes a una semana vista. El grado de contagio se ha multiplicado por dos, por tres y por cuatro en estos días cumpliéndose los pronósticos de los alumnos y el radiofonista.
Desde hoy viernes se han cerrado negocios en cascada hasta conseguir el 100% en la enseñanza, restaurantes, hoteles , pequeños negocios, así hasta llegar al anuncio de que sólo pueden abrir  farmacias, tiendas de alimentación y aquellos que vendan artículos de primera necesidad. Me ha llamado la atención que esto se extiende a los quioscos para la venta de prensa, lo entiendo tenemos que estar informados, y lo estancos, éste me llama más la atención, increíble, supongo que es porque la población tiene que reducir su ansiedad fumando hasta la extenuación para que luego la sanidad le ayude a superar  la enfermedad terminal que puede llegar a tener. Lo cierto es que estos establecimientos han tenido colas para conseguir la porción de tabaco a fumar para días de encierro en los domicilios, espero que no olviden abrir las ventanas para no contaminar a su familia.
Haciendo un acto de responsabilidad  para minimizar riesgos, el director de la clínica donde trabajo me ha informado del cierre temporal de nuestra Unidad así que  fui llamando a cada uno de los pacientes cancelando las citas de terapia para la próxima semana. Obviamente nadie se enfadó por ello y muy gustosamente aceptaron la cancelación. Somos un centro donde tenemos un estrecho contacto con los pacientes, nuestra cercanía física es parte de nuestro trabajo y sería un acto imprudente seguir manteniendo ese contacto tan cercano. Les hemos ofrecido a todos la posibilidad de llamar y poder ser atendidos por los terapeutas desde la clínica, con seguimiento telefónico para que nadie se sienta abandonado, queremos que sepan que seguimos ahí pero por otro medio diferente al habitual.
Creo que la responsabilidad es de cada uno y que esto tiene que ser un acto de cuidado hacia uno mismo para respetar que el otro no sea contagiado y vencer el Covid-19

Día 1: Confinamiento 14 de marzo 2020 (6391 infectados)

El primer día hay que hacer un acto de imaginarse dos semanas encerrado en casa y empezar a aceptarlo. Tengo que reconocer que soy privilegiada, vivo a las afueras de la ciudad, rodeada de naturaleza por un lado, y por otro una hermosa playa por la que ahora no se podrá pasear y disfruto de un jardín particular que va a ser el pulmón de toda mi familia.
Las indicaciones son claras: no salir de casa, no tener contacto con vecinos, se puede sacar a los animales domésticos y uno de la familia encargarse de comprar alimentos. Desde hace un par de días la prensa ofrece imágenes de histerismo de la población comprando en los supermercados como si los víveres se fueran a acabar y no hubiera para todos. Desde los medios se insististe en que no habrá ningún problema de desabastecimiento. Pero con la comida nos ponemos nerviosos y nos agobia no tener que comer, por otro lado ha sido sorprendente que uno de los artículos que ha faltado de los lineales haya sido el papel higiénico, sorprendente. Supongo que basta con que una persona vea a alguien que se lleva un par de paquetes de seis rollos para que se apunte a comprar dos paquetes más y así unos por otros dejamos vacío el lineal . Es que no somos racionales y el miedo nos puede, sin embargo no ha faltado el jabón para lavarse las manos, que es lo que más debemos cuidar. Lo hay en grandes cantidades y en todos los formatos, pastilla o líquido. En fin no dejo de sorprenderme de cómo nos comportamos.
Decido salir yo a comprar, esto es porque casi siempre lo hago yo en mi casa y porque veo que mi marido, Natan es más propenso a cazar virus que y cuando tiene un catarro no lo suelta en varios meses. En el coche me voy mentalizando que tengo que tener paciencia. Tengo que focalizarme solo en la lista que he hecho con lo necesario para una semana y no dejarme llevar por lo que cojan los demas.  Veo mucha gente en el supermercado, más de lo habitual. Lo primero que percibo es que todos hacen las cosas muy rápido. Desde la entrada largas mesas de lineales con papel higiénico y en promoción. Habrán pensado que si los consumidores vemos esa cantidad de rollos de papel nos vamos a tranquilizar. Los empleados que veo cada semana me saludan y me dicen que trabajan sin descanso, que es una locura y empatizo con ellos dándoles mi agradecimiento por su labor. He intentado concentrarme en mi lista entre tanto jaleo. Voy cumpliendo mis objetivos, un poco de carne, un poco de pescado, arroz, lentejas, garbanzos, fruta, huevos, leche, agua, pasta, aceite, algunas latas, cereales, unas coca colas, yogures, varios paquetes de jabón de manos, diferentes geles y champús y como no,  papel higiénico no podía faltar, no va a ser mi familia menos que las demás, es parte del contagio si todos lo compran yo también no vaya a ser.... También he pensado que la lejía sería importante o el jabón de lavadora y el suavizante sin olvidarme de la comida de nuestro perro. Realmente salir del supermercado ha sido un alivio. Pero una vez que he salido me he dado cuenta que la exposición al virus ha sido muy alta y que hay que poner orden a la hora de ir a comprar. Si  hay mucha gente comprando a la vez, cómo no nos vamos a contagiar, en pocos días todos habremos contraído la enfermedad un buen número de nosotros. Por favor orden y tranquilidad.
Ahora lo mejor es estar confinados en casa. Yo no sé estar en casa mucho tiempo encerrada y no sé lo que es estar tranquila sentada por mucho tiempo en un sofá. No me gusta ver la televisión, veo alguna serie en Netflix o Prime, pero no es lo mío y  me suelo dormir a los pocos minutos de empezarlas a ver. Mi día a día a parte del trabajo consiste en realizar muchas actividades, lo ideal es no estar parada. Hoy es sábado, hace buen día, desde el salón de mi casa veo el jardín, está un poco descuidado, no suelo cortar el césped en invierno, pero ahora es el momento. Enchufada a la radio con mis cascos a todo volumen, me paso más de dos horas dedicada al jardín y he disfrutado mucho de este momento.
Con la cantidad de alimentos que he traído, me cuesta pensar qué comida hacer. He hecho una paella, que me ha salido increíble, un sabor excepcional, para chuparse los dedos. Con el último bocado nuestra hija mediana nos ha dado la noticia de que su hotel cierra durante dos meses y los granos se nos han atragantado.  Era algo que esperábamos aunque no queríamos oír. La lista del paro va a ser elevada y la desesperación de  la sociedad va a ser un duro golpe que remontará lentamente. Cómo no animarla, superaremos esto, los españoles somos solidarios, no hay empresario que en estos momentos quiera echar a sus empleados pero no les queda otra opción. El golpe económico de está haciendo ya visible y como el virus va a alcanzar a mucha gente. La parte positiva es la promesa de que todos serán recontratados cuando todo pase.
Desde Francia nuestra hija mayor seguirá su máster en París, de manera diferida a través del ordenador, el país no ha adoptado todavía el estado de alarma o las medidas de excepción que aquí, incluso no han anulado los comicios previstos para mañana domingo, ellos sabrán.
Hacía varias semanas que nuestro hijo se había vuelto del sur para iniciar un nuevo proyecto aquí, más cerca de nosotros.  Mi madre se encuentra sola pero está bien cuidada. Al vivir en una ciudad pequeña el riesgo es más bajo, aunque ella, por su edad tiene mucho más riesgo que el resto. Se encuentra tranquila y habla de otros periodos de su vida difíciles con más riesgo de mortandad que ahora. Realmente su calma me admira. Así que aunque toda la familia esté separada, por ahora estamos bien. La tecnología nos ayuda a conectarnos y hace que estemos más cerca.
Por la tarde entre la lectura de periódicos, un poco de trabajo, preparación de mis clases de inglés, mi aerobic casero, mis ensayos de flamenco, mucho teléfono y demasiados mensajes de amigos y familiares se me ha ido volando el tarde.
Escuchar las noticias con los nuevos  porcentajes de infectados y número de fallecimientos me crea un poco de ansiedad, pero enseguida recobro la calma cuando me llega a través del Watsapp la convocatoria de un minuto de aplausos  por nuestros profesionales de la sanidad que trabajan sin descanso por contener y salvar la vida de todos nosotros. Cuando veo que podemos organizar actos tan simples como estos me emociono y pienso que el ser humano es grande, ingenioso, tremendamente solidario y bueno, aunque claro siempre hay excepciones. Mañana seguiré aprendiendo de toda esta situación.

Día 2: Conciencia de estar dentro. 15 de marzo 2020 (7753 infectados)


Es fácil quedarse en casa un domingo con mal tiempo, es perfecto escuchar como llueve mientras me desperezo por la mañana hacia las 9. Duermo poco y lo que suelo hacer es escuchar la radio desde las 7 de la mañana y media hora después ya me estoy levantando por mi afán de hacer cosas banales, que realmente bien podrían esperar o dejarse de hacer. Hoy ha estado bien levantarse más tarde. Me estoy concienciando del encierro, de estar dentro de casa sin salir y he decidido experimentar con mi comportamiento. Hacer las cosas más lentamente, no tengo necesidad de hacer mis tareas como siempre a la carrera, voy a tener más tiempo de lo normal aunque reconozco que eso me pone nerviosa. Veré como me sienta todo este cambio en mi manera de ser.
En el teléfono muchos mensajes de amigos y familiares, creo que nadie puede dormir bien y tiramos de teléfono para unirnos en estos momentos de incertidumbre. Varios vídeos me emocionan y reconozco que se me han saltado las lágrimas cuando veo a los profesionales chinos quitarse las mascarillas venciendo la enfermedad o a los nuestros dándonos las gracias por los aplausos de ayer por la noche. Me he levantado de muy buen humor, hay esperanza en todos nosotros. El desayuno ha sido muy relajado con Natan, hemos hablado de los pequeños problemas que nos vienen encima con todo este jaleo, él siempre es muy positivo y donde yo veo problemas él no deja de encontrar soluciones.
Llamar a mi madre ha sido mi objetivo prioritario, para mí no sería fácil pasar estos días sin mi familia, aunque ella tiene acompañamiento, pero no es lo mismo que estar con los tuyos. No está preocupada y le encanta estar en su casa sin salir. Me dice que lleva varios kilómetros dando vueltas a la mesa del salón y piensa seguir así un par de horas.
Recibo muchos mensajes desde Francia de mi hija mayor animándonos con recopilaciones musicales que han surgido espontáneamente. Está permitido pasear a los animales domésticos y mi hijo ha aprovechado esa autorización para comprobar que los vecinos de esta zona acatamos la reclusión. Es cierto que no se ha cruzado a nadie y el silencio de la calle le ha hecho regresar a los 15 minutos.  Hoy ha hecho el último turno de hotel nuestra hija mediana, se ha despedido de sus compañeros con cierta emoción y ha decidido hacer cuarentena por el riesgo de haberse infectado de algún cliente.
Un buen churrasco al horno, no es día de barbacoa, ha hecho una comida agradable. De fondo música de Willie Nelson sin perder de vista las noticias de la televisión y estar a la última en la inmensidad de noticias que hay.
La tarde es pesada con tanta lluvia, leo la prensa, a veces me enfado, otras empatizo, me emociono con lo que veo y me asusta el aumento de ayer a hoy de infectados. Lo mejor es mantenerse tranquila. Intento leer un poco para evadirme, pero no consigo concentrarme. Lo mejor es hacer un poco de ejercicio para soltar tensión, una hora de aerobic me saca un poco de tanta información y dejar de pensar y hablar de todo este fenómeno vírico.
Natan consigue divertirme con su humor inteligente y me recuerda que ya hemos pasado dos días encerrados y aquí estamos disfrutando uno del otro. Por qué no cantar una canción a “voz en grito” y por qué no bailar juntos esa canción que suena. Este encierro tiene de bueno que estamos haciendo aquello que hace años no hacíamos, volvemos a valorar actividades que habíamos olvidado por no tener tiempo, incluso abrimos los álbumes de fotos que hacía años estaban en el armario. ¿Tendremos que dar gracias al Covid-19 por todo lo que nos está aportando de bueno no solo a las personas sino al medio ambiente por todo este parón?

lunes, 27 de enero de 2020

LA SINAGOGA DE TESNAN


Estaban ilusionados por visitarme, habíamos preparado el viaje con varios meses de antelación y llevábamos hablando de él desde hacía más de un año…
Llegó el día de tomar el avión hacia Tesnan, los nervios del viaje les había jugado una mala pasada y se habían quedado hablando hasta muy tarde ya en la madrugada, luego se desvelaron y cada uno se relajó como pudo cayendo en un sueño ligero, un “duermevela” de  apenas tres horas de descanso. No dejaba de llover y amenazaba con arruinar el vuelo, el viento norte de la costa atlántica. El conductor del Uber que les llevó al aeropuerto les deseó suerte con el viaje y ellos con una mueca irónica se resignaron a los designios del tiempo atmosférico y los retrasos que pudieran tener por las inclemencias a las que estaban más que acostumbrados. Mientras observaban las pantallas informativas del aeropuerto, comprobaron que había varios aviones retrasados. Se empezaron a preocupar por el poco margen que les quedaba para tomar el segundo avión y llegar a esta ciudad que tanto deseaba que conocieran.  Se mentalizaron, con cierta decepción y desánimo,  a que posiblemente fuera difícil llegar ese día a su destino. 
24 horas más tarde de lo previsto les estaba abrazando en el aeropuerto Eugène Sue de Tesnan y todo aquel cansancio acumulado por retrasos, esperas indeseadas, pérdida de conexión entre vuelos, se había borrado de sus caras. Hacía más de nueve meses que no los veía, es cierto que no había día que no contactáramos  por whatsApp o por Facetime pero no hay nada como sentirlos tan cerca.  Sus abrazos,  su cariño, sus besos me hacían sentir segura y ahora que estaban a mi lado, por unos días, iba a disfrutar de su presencia. Tenía ganas de enseñarles no solo mi casa, de la cual estaba orgullosa de cómo la había decorado, sino que estaba emocionada por llevarles por todas las calles que, cada día con mi bicicleta, atravesaba para ir al trabajo.  Ver las plazas, callejuelas, edificios emblemáticos, o pasear por los mercadillos de segunda mano a los que me encantaba acudir o incluso pasear por los lugares donde, a veces, me sentía sola y pensaba en ellos y en mi país con añoranza. Por supuesto ellos traían una larga lista de actividades para hacer, no solo conmigo sino que habían pensado en cómo invertirían su tiempo mientras yo estaba trabajando.
Las vistas de mi apartamento eran espectaculares. Las ventanas y el balcón principal daban a la parte trasera del edificio y lo que veía era un paisaje lleno de contrastes: edificios de diferentes colores mezclados con el negro  y el ocre de los tejados, llenos de chimeneas y  antenas. Al llegar al piso,  lo primero que hicimos fue asomarnos al balcón y buscar la silueta de la Sinagoga, hablábamos tantas veces de ella, les había enviado  tantas fotos del edificio en diferentes momentos del día que se había convertido en un reclamo interesante para ser lo primero que ver de mi apartamento antes que todo lo demás.
Tengo que reconocer que me daba paz  tenerla tan cerca. Al mirarla me sentía protegida, era una sensación de tranquilidad que realmente me gustaba, aunque no sabía explicar la razón de ese sentimiento. Por la noche se veía luz en alguna de sus ventanas y me confortaba el saber que alguien estaba allí.  La Sinagoga de Tesnan se encontraba a dos calles de mi edificio. La primera vez que fui a visitarla me sorprendió que se accediera a ella a través de un “callejón”, relativamente estrecho, que acababa en la misma entrada de la Sinagoga. Una verja azul de doble hoja con tres  majestuosas Estrellas de David impedía ver el edificio completo, solo quedaba a la vista la espadaña superior, y era imposible acceder a ella si alguien no abría la verja principal. No se oía ningún ruido y parecía que no había nadie en su interior, así que no me atreví a llamar al interfono y yo misma me convencí que en otra ocasión llamaría, con la excusa de preguntar por la celebración de una festividad o de un servicio y presentarme al rabino. Seguro que la cámara de seguridad que había en el muro de cierre, habría informado de mi llegada pero lo cierto es que nunca volví y sin embargo la hacía mía cada vez que la miraba a través de la ventana de mi balcón.
Sabía que ellos  se acercarían a la Sinagoga para visitarla y que sería lo primero que harían en su recorrido turístico. Conociendo a mi madre, estaba convencida que iba a llamar al timbre y si el rabino les recibía iban a presentarse aunque no supieran ni una palabra de francés. Estaba segura que mi padre la animaría en su decisión de entrar en la Sinagoga y aunque él no era tan atrevido, le encantaba su determinación y seguridad en esas situaciones. Lo que yo no me podía imaginar es que la Pequeña Sinagoga de Tesnan quedara ligada a ellos y formara parte de mi vida para siempre.
Habíamos quedado para comer, en el corto espacio de tiempo que tenía hasta volver al estudio y completar mi jornada laboral, estaba a quince minutos de casa y a ellos les pareció una idea estupenda el poder hacer un alto, para descansar antes de seguir con la ruta turística. 
Al doblar la esquina, por el carril bici, hacia la calle René Montagnon, un gendarme me paró en seco.  Un grupo numeroso de ellos estaba acordonando la zona y no me permitieron pasar. La cola de coches que se estaba formando era grande y entre tanto jaleo, muchos conductores se bajaron de sus vehículos, para informarse de lo que estaba pasando. Al fondo de la avenida Clermaux en dirección a la Sinagoga un tumulto de gente en actitud nerviosa hablaba “atropelladamente” con caras de pánico, pero era imposible entender lo que decían. Lo primero que me vino a la cabeza fue que se trataría de un accidente de tráfico o bien podría ser un escape de gas de algún edificio colindante, ya que en lo que llevábamos de año, había ocurrido varias veces y yo misma había llamado a emergencias. Realmente se creaba una gran alarma con el gas. Pero no hubo respuesta por parte de las autoridades. Despejaron la avenida de manera ágil obligando a vehículos y viandantes a retroceder hacia calles más lejanas.
Aparqué mi bicicleta cerca del centro, a unas tres manzanas de mi casa, y llamé a mis padres por teléfono para que no se alarmaran y me esperaran en el apartamento. Yo intentaría llegar andando, aunque lo veía difícil por el cordón policial y posiblemente tuviera que regresar al trabajo antes de verlos en casa. El móvil de él estaba apagado o fuera de cobertura y el de ella saltaba directamente al contestador. El corazón me dio un vuelco, y rápidamente llamé a mi teléfono fijo, pero allí no lo cogió nadie.
Mientras iba andando oí comentar a alguien sobre posible atentado, rumores inconexos de terrorismo antisemita, ataque de lobo solitario y al pasar por delante de la cadena “Darty” miré hacia las pantallas de televisión expuestas en el escaparate y en todas vi dos cuerpos tapados con papel de aluminio dorado delante del portón azul de la Sinagoga, de “Mi Sinagoga”. Esa imagen se mezclaba con otras  de ambulancias, gendarmes, personas corriendo de un lado para otro, periodistas haciendo conexiones en directo. Y supe lo que había pasado. A partir de ese momento no recuerdo nada de lo que hice o me ocurrió en las sucesivas horas. Incluso perdí la noción del paso de los días.
Varios meses después al atentado que sufrieron mis padres en la entrada de la Sinagoga de Tesnan y que les costó la vida, fui desentrañando el rompecabezas de su muerte junto con un grupo de investigadores antiterroristas de la Gendarmería. Aún convaleciente de mi desgracia y sin poder calmar mi dolor, fui paso a paso reconstruyendo cada décima de segundo, los siete minutos y medio desde que mis padres entraron por el “callejón” que conducía  hacia la Sinagoga y lo que ocurrió delante del portón Azul. La cámara de seguridad situada en el lado izquierdo del muro principal gravó la secuencia completa de la tragedia.
Mis padres entraron por la calle sin salida,  hacia el lugar de culto. Eran unos 27 metros de calle. Se les veía relajados, ella hizo varias fotos con su cámara réflex. Se giraron para hacerse un “Selfie” con el Iphone de él, poniéndose de espaldas a la Sinagoga. Después continuaron hacia delante, parecían no tener prisa, hablaban entre ellos y disfrutaban del momento. En la grabación se aprecia por el gesto de mi padre, que algo le llamó la atención detrás de él. Se giró para ver qué o quién era. Un hombre joven de tez morena, entró en la calle. Era alto, delgado, ojos saltones, pelo ondulado y corto con ligera perilla. Vestido con camiseta blanca, pantalón grisáceo, unas zapatillas deportivas y cazadora vaquera amplia. Mi padre cuchicheo algo cerca de mi madre. Posiblemente le dijo que alguien estaba detrás de ellos. Ella miró hacia atrás y comenzaron a andar más rápido, más juntos.  Él le dio la mano y no se  la soltó hasta que mi madre llamó al interfono situado en la parte derecha de la verja. Insistió varias veces apretando nerviosamente el botón del portero automático, pero no hubo respuesta. Su cara estaba tensa. El hombre joven se dirigió hacia ellos hablándoles. Fueron unos segundos. Mi padre estaba confundido. Ella les dijo algo como dando alguna explicación. Pero lo que ocurrió es que ambos se dieron cuenta que algo grave estaba a punto de pasar. Mi padre la protegió con los brazos extendidos, mientras recibía varias puñaladas en el torso y el estómago, ella se abalanzó  con todas sus fuerzas contra el joven intentando parar las puñaladas que estaba recibiendo mi padre. Forcejeó con el terrorista agarrándole por el pelo y pateándole como podía. Mi padre  cayó abatido. Ya tendido en el suelo pareció tener un débil hálito de vida y extendió su mano como si quisiera alcanzarla a ella  y quizá ya no pudo ver como ella seguía defendiéndolo, y defendiéndose. Un fuerte empujón  la dejó noqueada en el suelo. El terrorista con el puñal, le desgarró el cuello, perdió la consciencia y falleció. Todo fue muy rápido. El criminal guardando el arma homicida corrió hacia la entrada del callejón y se supone que continuó por la avenida Clermaux mezclándose con los que pasaban por allí, como si nada de lo ocurrido fuera con él. La cámara de seguridad registró, unos treinta segundos después, como dos señoras entraron en la calle corriendo  e intentaron auxiliar a mis padres yacentes y sin vida. Otras personas llegaron,  alarmadas por las voces de espanto y llanto que se produjeron allí. Nadie pudo ya hacer nada por ellos. Diez minutos más tarde la Gendarmería se hacía cargo de lo sucedido…
Días después cogieron a Aban Aldibahij en la Comuna de Arsac. Era parte de una célula terrorista.  Planeaban  atentar contra fieles judíos en las principales Sinagogas de Francia.
Aquel día y a esa hora él sabía que no había nadie en el interior de la Pequeña Sinagoga de Tesnan y ellos fueron un blanco fácil...

sábado, 4 de enero de 2020

TUS OJOS

A la memoria de M.V.R.

Tus ojos parpadean 

Nos miras y agachamos la cabeza
cerrando los ojos.
Extiendes tus manos
para encontrarte con nuestro tacto
 y nos ves cargados de miedo.

Las mejillas se llenan de lágrimas,
ese olor que extiende la enfermedad
nos deja impávidos ante la sonrisa de tu rostro.
Sola tratas una y otra vez de luchar
contra el silencio,
contra la oscuridad del camino,
contra lo que te niega un hálito de vida.

Todavía hay esperanza
en el brillo de tus labios,
en el calor de tu piel,
en lo que ve tu mirada,
en la ternura de los que te rodean.

Y continúas…por todo eso continuas.

Tus ojos se han cerrado

Cerraste los ojos
y luchando te dejaste llevar.
La calma invadió tu cuerpo,
por fin viste la luz huyendo del sufrimiento.

Quedamos inmersos en un negro infinito
arrastrando tu ausencia.
Alejamos las imágenes del presente
para recordar aquellas otras del pasado.

Apretamos nuestros labios
controlando el llanto.
Ahora ya te fuiste,
y nos pusimos el luto de la  muerte.

Un puñado de tierra despidió tus gestos.
Te dejamos allí,  sola con el silencio,
y la noche congeló nuestras lágrimas
en un último intento por recuperarte.
Pero tus ojos ya se habían cerrado.




domingo, 17 de noviembre de 2019

MOVIMIENTOS DEL DESAMOR


La Morgia
Trazos Sagrah Rubio





                                         Tabla de zapateado 

Golpe

Gabriela La Morgia salió de la academia arropada  por un puñado de estudiantes, su riguroso negro contrastaba con la tez pálida de su cara, un moño de pelo negro recogía su cabello. Por debajo del abrigo se veía el volante de una falda de lycra de tono oscuro, ésta se movía ligeramente sobre las piernas delgadas cubiertas por unas medias tupidas. Con cada paso de tacón parecía bailar el “cante Jondo” de su vida, siguiendo un compás lento, lleno de sentimiento triste y doloroso.  De su figura estilizada destacaba la coordinación de sus brazos, la postura de las manos y el movimiento de sus dedos. El desgarro y la angustia le hicieron sentir el Golpe de la pérdida. Parecía estar preparada para interpretar una “Seguiriya”, escuchó la guitarra y la voz rasgada del intérprete, los sucesivos “quejíos y ayes” le arrancaron un zapateado y con gesto lacerante interpretó su llanto. Se despidió de sus pupilos y no se dejó ver en una semana.

Planta tacón

Como si se tratara de un duelo por la muerte de un familiar decidió parar su vida durante siete interminables días. Puso una nota en la entrada de  la escuela avisando a sus alumnos del cierre temporal. Se encerró en casa, apagó su teléfono y no quiso saber nada más de nadie ni de nada. Hacía nueve años que  Gabriela  había conocido a Ben,  se gustaron desde el primer momento, él se enamoró del lenguaje de su cuerpo y ella de la habilidad de sus palabras. Gabriela tomaba clases de flamenco en la misma calle donde trabajaba él. Ambos coincidieron muchas veces en el bar que estaba debajo del despacho de Ben. Hubo días de miradas y sonrisas complacientes, de seducciones encubiertas, y susurros adecuados. Un día nerviosamente se declararon. A los pocos meses estaban viviendo juntos. Entre ellos surgió amor, cariño, respeto y admiración. Eran un modelo a seguir. Fue él quien apoyó su proyecto, quien la animó a crear una escuela de flamenco con su nombre. Desde que la conoció le llamaba Gabriela La Morgia. Los padres de ella habían estado trabajando en un restaurante con ese nombre en Francia y a él le había  sonado genial ese apodo después de su nombre. Le convenció para que lo adoptara, le hacía sublime e interesante.  A Gabriela no solo le gustó que la llamaran así sino que lo adoptó para nombrar a su estudio de flamenco “La Morgia”.


Golpe tacón tacón

Asiel estaba en el aula cuando entró Gabriela con paso firme. No la había visto en una semana y la notó un poco más delgada, tenía ojeras y una cara más seria de lo habitual, sin embargo pensó que no había perdido su elegancia, le gustaba dar las clases conjuntada acorde con la versatilidad de sus movimientos. Hoy se había presentado con pelo recogido en una coleta alta, llevaba una camisa negra ajustada con el dibujo de una flamenca en trazo fino. En la cintura llevaba atado un mantoncillo floreado en tonos dorados, sobre mallas negras. Sus zapatos eran rojos con cordones. Asiel, cohibido, no sabía cómo enfrentarse a su dolor, dudaba si darle un abrazo, darle un consejo amable para pasar el trago o simplemente no hacer nada. Optó por apoyarla con una mirada y enseguida se puso en posición de trabajo. Esperó a que ella diera la orden de comenzar las series de estiramiento y tablas de zapateado. Ya estaban la mayoría de sus compañeras frente al espejo y quedaba claro que ella no quería recibir ningún tipo de condolencia, no le iba a servir de nada que ellos empatizaran con su nuevo estado de soledad. Comenzó la clase, con voz ronca, gesto serio y un desánimo inusual. Gabriela  notó  la concentración de la sala, el silencio se rompía con cada orden del ejercicio a practicar. A través del espejo, ella les observó intentado que todo saliera bien. Le mostraban su cariño con cada golpe de tacón. Era ella la que taconeaba con más fuerza que los demás sobre el suelo de madera, en un intento de parar el Golpe recibido. Dando palmas acompasó su llanto y ellos la siguieron para sacarla de su  desesperada angustia. Repitieron la tabla una y otra vez. Las plantas, los tacones y los golpes eran cada vez más rápidos. El ruido era atronador, sin embargo ella estaba ausente y como una autómata solo bailaba para sí.


Planta tacón, tacón, tacón bajo

Talía entró corriendo en la escuela, demasiado tráfico y grandes dificultades para encontrar aparcamiento cerca del local. Salió del vestuario abrochándose la hebilla del zapato izquierdo,  se ajustó la falda de lunares rojos como pudo y corrió hacia su clase. Llegaba media hora tarde y la puerta estaba cerrada.  Desde fuera oyó el ruido del calentamiento previo al ensayo de la coreografía por “Alegrías”.  Escuchó la voz de Gabriela. Se alegró de oírla de nuevo. Abrió la puerta, pidió disculpas por el retraso, y se incorporó al grupo “planta tacón, planta tacón”,”planta tacón tacón, planta tacón tacón”. A través del espejo del aula,  Talía pudo comprobar que el gesto de La Morgia era afligido. Se la veía algo más demacrada, la huella del sufrimiento se apreciaba claramente en el contorno de sus ojos y sus movimientos no tenían la agilidad de siempre. “Planta tacón tacón, planta tacón tacón”. Ella iba contando cada paso rítmicamente para que sus alumnos cogieran la velocidad adecuada con los distintos movimientos, toques y taconeos del arte del zapateado. Con cara fúnebre corrigió varias posturas y  con voz solemne cantó la práctica una y otra vez. Talía consiguió no cometer muchos fallos, había ensayado duro en su casa para que La Morgia no tuviera que parar el ensayo modelando sus pies torpes y lentos. Había sido la última alumna en incorporarse al grupo y aunque ponía mucha pasión y ganas no dominaba ni el marcaje y los quiebros, ni la cadera y las vueltas de un lado y de otro.  No se atrevió a preguntarle nada. Pensó que nada de lo que hiciera podría calmar su desaliento.


Tabla completa de zapateado: El Desamor

Hacía un año que  cuando Ben le decía “Te quiero”, sus palabras solo eran eso, palabras, no expresaban ningún tipo de sentimiento, eran unas sílabas encadenadas planas que estaban vacías y ya no significaban nada. Ella las recibía como pequeños pellizcos de desafección. Casi no había besos y los que había eran como los de un desconocido. Ben ponía sutiles disculpas por llegar tarde a casa. Unas veces era por el encuentro con clientes, otras por la necesidad de preparar juicios, bien llamadas de última hora o por reuniones imprevistas. Se justificaba una y otra vez, pero La Morgia, en su interior, no dejaba de pensar que algo no funcionaba bien. Se esforzó  para mejorar la relación, procurando hacer cambios que le hicieran vibrar, cambios que le devolvieran a la pulsión de años anteriores cuando no había nada mejor que estar juntos y la idea de separarse los volvía locos. Ben dejó de mirarla, ya no era importante ni  prioritaria.  Gabriela había dejado de brillar para él. Un día le dijo que alguien le impedía seguir queriéndola. Y ese alguien era más importante que ella. No tuvo que explicar nada más. Gabriela sintió como sus palabras le rasgaron la piel como si la cortaran con un trozo de cristal. Le cambió la expresión de la cara. Sintió un dolor punzante en el vientre que le abría las carnes. Su cuerpo se retorció en Movimientos de Desamor infinitos. Las lágrimas recorrieron sus mejillas. Hizo varios quiebros laterales. Movió sus caderas a un lado y al otro, dio una vuelta normal y después otra en sexta. Estiró sus brazos y con ellos los dedos de las manos se retorcieron, acompasados en un giro de muñeca para intentar abrazarle. Cuando abrió los ojos él ya se había ido. Gabriela La Morgia no pudo más que expresar su desconsuelo con lo que sabía hacer bien. Calentó sus pies con una tabla completa de zapateado. Cuando ya estaba cansada de las repeticiones, se dejó llevar por los acordes de una guitarra, escuchó unas palmas melancólicas y se arrancó a bailar por “Peteneras”. Sus movimientos fueron lentos y armoniosos. Con cada golpe liberaba su rabia, calmaba su ira. Cuando acabó su interpretación, ya exhausta, entendió que entre ellos todo había terminado.