martes, 11 de agosto de 2020

CINCO HISTORIAS DE UN ENCUENTRO

 

 

A la salida de la academia

Siempre estaba bromeando con él,  las clases de refuerzo en la academia eran aburridas y no avanzaban en la mejora de conocimientos. Todos los días se despedían para volver a verse al día siguiente. Un día a él, le vino a  buscar su hermano y aunque eran gemelos,  a ella le pareció que su cara comunicaba de otra manera,  al mirarlo ambos se sonrojaron y tontearon con palabras sin sentido sorteando la situación un tanto incómoda.  Días después Hilario no dejaba de subir y bajar por la calle en bicicleta donde ella vivía para llamar su atención. Mirando a través del visillo de la ventana se dio cuenta que el muchacho le interesaba.  Durante una semana y siempre al atardecer, él repitió el mismo recorrido, casi agotado, con pocas esperanzas de que ella le hiciera caso y convencido de estar cayendo en el ridículo de los que lo observaban decidió abandonar la idea de seducirla. Con la velocidad del que enfila un giro hacia otra realidad, y dándose una última oportunidad, por el rabillo del ojo la vio asomarse al balcón.  A ambos se le aceleraron las pulsaciones del corazón y fue en ese segundo, justo  antes de doblar la esquina cuando cambió el destino de ambos. Quedaron para verse en el baile y de ahí pasaron juntos más de 50 años.


La escayola

“Solo un chico hace más de 30 años me ha agarrado así por la cadera para bailar conmigo, no estarías tú en el guateque del insti de Villorta,  ¿por casualidad no tendrías medio brazo escayolado?”.

 En el guateque del  instituto un chaval me pidió bailar, tenía escayolado el antebrazo, me cogió de la cintura de una manera muy sutil, de una forma respetuosa y noble, si tuviera que describir el gesto me sería difícil, porque tampoco tenía nada de particular. Después de ese baile desapareció y como la pista de baile estaba con luces de colores demasiado exageradas no puede recordar bien sus facciones. Me quedé con la postura de su brazo en mi espalda y el olor de su cuerpo pegado al mío. Volví varias veces al baile de los sábados para verlo pero desapareció de mi vida. Intenté buscarlo  durante  años pero obviamente sabía que idealizando a alguien de esa manera no iba a aparecer  jamás.

 Después de mi separación y de llevar varios años dando tumbos con varias relaciones y cónyuges,  dejé de pensar en aquel  muchacho con el que seguro hubiera sido feliz. Llevaba varios años de encargada del Restaurante Ardequim  y no tenía mucho tiempo para pensar en mi vida personal.  Un distribuidor  me llamó por teléfono para promocionar productos  Gourmet de categoría superior. Mi jefe harto de comerciales me dio vía libre para que lo atendiera. Su presencia no me dijo nada, tenía buen aspecto,  parecía un hombre formal con don de habla y convencimiento como la mayoría de su profesión. 

Se hizo nuestro proveedor principal y con tanto gasto organizó una jornada gastronómica como agradecimiento, esa jornada acabó a altas horas de la madrugada en una discoteca, es cierto que llevábamos tonteando unos meses pero sin llegar a nada en concreto.

Cuando salimos a la pista de baile sonaba  Play me de Neil Diamond  y él con su brazo derecho me cogió por la cadera y lo deslizó hacia la espalda, tuve la sensación de haberlo vivido antes, era una forma peculiar de atraerme hacia su cuerpo,  una tensión particular. Su olor me era conocido. Sufrí un escalofrío al pensar que pudiera ser él.

“Sí, hace años pinchaba en los guateques que se organizaban en el instituto, solo una vez dejé el puesto de “pincha” para bailar con una chica. Tenía el brazo escayolado me había roto el cúbito derecho empotrando mi bicicleta contra un muro.”

 Aún no salgo de mi asombro cuando despierto cada mañana a su lado, lo miro mientras duerme, lo acaricio y me agarro a él para no perderlo, para que no desaparezca como hace años.


Desde el mostrador

Todos los días era la misma “cantinela” detrás del mostrador de la ferretería de su padre,  un sin cesar de pedidos y encargos que no la dejaban vivir sus 17 años como ella quería, como lo hacían la gran mayoría de sus amigas. Era cierto que no le importaba ayudar  a su familia a diario para sacar adelante un negocio familiar heredado de sus abuelos y regentado ahora por sus padres con la ayuda de todos sus hermanos. Pero el sábado se ponía de malhumor, la jornada laboral se alargaba demasiado y cuando la dejaban salir por la tarde a eso de las 7, al  baile del centro cívico le quedaban dos horas de animación. Así no había tiempo de “hablar” con ningún chico y a sus amigas ya les había dado tiempo a emparejarse y hacían del baile lento una demostración de fidelidad para una relación duradera. Soñaba cada semana con esas dos horas e imaginaba que algún día alguien la estaría esperando  para invitarla a bailar.

A través de la cristalera de acceso a la tienda lo vio llegar, no era la primera vez que venía, se había fijado en sus ojos, en el gesto de sus manos, era simpático y amable.  Al abrir la puerta  ella empezó a sudar, sintió una alegría nerviosa en su estómago, titubeó varias veces al hablar con él, ni siquiera reconocía su timbre de voz,  siseaba y se comía las letras finales intentando hacerse la simpática. Se sintió ridícula pero esa felicidad que da la atracción le impulsó a seguir adelante. Sus gestos fueron torpes y desequilibrados en ese estado de trance amoroso, por eso no atinó a coger la caja de las tuercas y  los tornillos cayeron encima del mostrador llamando la atención de su padre y del resto de clientes. Su cara se volvió de un color rojo fuerte, si hubiera pasado en ese momento una apisonadora y la hubiera aplanado se hubiera sentido aliviada, pero tuvo que campear con su rubor aunque las piernas le flojearan y sintiera correr por su espalda un latigazo de atracción. Ziqui ni se dio cuenta de su presencia  en la ferretería.  Por lo menos le sacaba 10 años, era una niña para él. Bromeó con el estruendo de los tornillos en el mostrador de madera y por supuesto no  percibió el sonrojo, ni sintió el sofoco de la atracción de ella.

Fueron muchas noches soñando con él, muchos días esperándolo detrás del mostrador, muchas horas mirando a la puerta del Centro Cívico por si llegaba pero nunca llegó como ella quería. Un día lo vio por los jardines de Paseo Nuevo iba con una mujer y un par de niños, estaba cambiado, muy diferente a cómo ella lo había idealizado, un poco calvo, con una ligera barriga y un gesto más fruncido y apático.  Ese día dejó de pensar en él.  Dana encontró el amor que andaba idealizando con 24 años, aunque en la realidad nunca fue perfecto, no fue como ella se había imaginado.


En la boda de la prima

Yo iba a la boda de mi prima, el viaje en tren me había llevado unas cinco horas. Hacía unos años que ella había decidido probar suerte, buscando una vida mejor en la ciudad y abandonar el pueblo, éste se le quedaba pequeño, demasiados chismorreos y poca oferta laboral. No es que en la ciudad hubiera encontrado el trabajo ideal, pero limpiando podía pagarse el alquiler de un pisito a las afueras. Yo era su primo preferido, cuando venía en verano de vuelta al pueblo no nos separábamos y nos poníamos al día con nuestros “chismes”. Estaba ilusionado por su enlace con Pipe, parecía un tipo majo del que ella hablaba maravillas y con el que se sentía enormemente feliz.

Estaba impresionantemente guapa y después de los nervios primeros de la ceremonia religiosa comenzó el jolgorio del banquete, primero la comida para seguir después con la fiesta. Un Gin Tónic llevó a otro y la mezcla de bebidas no se hizo esperar.  En estos casos siempre pasa lo mismo unos empiezan a bailar, a mover los brazos hacia arriba y ya  el batiburrillo de los jóvenes copan el jaleo del baile.

Mi prima me había presentado a Mara, su futura cuñada. Una muchacha encantadora de tez blanca con pelo rojizo que llamaba la atención por la rareza de los colores de su vestido y la combinación tan extravagante de sus zapatos. Tenía una atracción especial. Desde la barra la estaba observando, me llamaba la atención su manera de moverse mientras sonaba una de esas canciones repetitivas que siempre se ponen en las bodas.  Nuestros ojos se cruzaron, de inmediato ambos desviamos la vista hacia otro lado, supe que me atraía e intenté mirarla de reojo varias veces para que no se notara mi interés. Refugiándome en mi bebida intenté calmar mi ansiedad por seguirla y traté de buscar fuerzas  para calmar mi timidez e intentar acercarme a ella. De dos brincos “la pelirroja” se acercó a mí, salió del centro de la pista sin dejar de mover su cuerpo, con una sonrisa cómplice, tiró de mi brazo y me obligó a seguirla en su ritual de danza desinhibida.  Casi exhaustos por el movimiento y después de varias horas moviéndonos,  pasando de una canción a otra, nos aislamos del resto en la terraza del jardín de la finca. Allí supe que la quería para siempre y ella me dijo que me seguiría a donde yo fuera.


En la Universidad

En ninguna de las ocasiones que han contado su encuentro han coincidido en la versión  de su historia, no es que sea motivo de discusión entre ellos sino más bien da para un buen rato de anécdotas  en la versión que recuerda cada uno de cómo se conocieron en la cafetería de la universidad. Se trata del relato de un  mismo suceso  recordado desde dos puntos divergentes donde el paso de los años  ha ido modificando la versión de sus recuerdos. Cuántas veces han rememorado ese momento tan absurdo, ese preciso instante ridículo que los unió en un bar, ese lugar donde ella se fijó en él y él pocas horas después recapacitó en la sorprendente despedida de ella  y no dejó de buscarla hasta que casi por arte de magia la encontró un día por la calle y ya nunca pudo separarse de ella.

La mayoría de los sábados, la cafetería universitaria se llenaba de estudiantes, ella estaba sentada en medio de un grupo numeroso, en un gran diván ovalado que estaba orientado hacia el interior del local. Él estaba con tres amigos, en medio del establecimiento sentado alrededor de una mesa redonda.  Su silla miraba hacia el diván ovalado de color rojo. Ambos estaban equidistantes en el mismo campo de visión. A él nada de lo que veía le llamaba la atención, estaba más pendiente de ojear el periódico y conversar con los que tenía a su lado y a ella le pasaba prácticamente lo mismo, estaba distraída hablando con los suyos. Pero de repente un pequeño detalle insignificante, un gesto tonto y nimio cambió el destino de sus vidas para juntarlos.

Ella vio claramente como el chico que estaba enfrente se estiró con todas sus ganas y al ser visto por ella, Natan levantó su mano derecha en señal de saludo, ella se sintió aludida y recibió el ademán con cara de circunstancias, pensando en que no tenía ni idea de quién era él. Así que contestó tímidamente con un gesto que no llegaba a la categoría de cumplido. En medio de ese rubor tan parco pensó que él  la había saludado para disimular el estiramiento  público y trató de rectificar como pudo. Pero él lo recuerda de otra manera,  y  tajantemente desmiente ese argumento  aduciendo  que no hubo tal reverencia ni cortesía.  Según él, se estiró desperezando sus brazos con un movimiento casi involuntario por cambiar de posición, mientras leía el periódico y  había sido ella la que le saludó respondiendo a la posición de sus extremidades. Es más intenta convencernos de que ni siquiera se fijó en ella y mucho menos  se avergonzó por estirarse, así que no pudo disimular saludando.

 Es en este punto de la historia donde cada uno tiene su versión atípicamente diferente, una interpretación irrisoria y sin importancia de un acto físico, pero donde el equívoco  fue la causa principal de la culminación de unas consecuencias  vitales enormes,  que marcaron para siempre sus vidas.

Ella preguntó a los suyos si lo conocían y le dieron hasta su nombre. A la hora de pagar la consumición, ella buscó al camarero que estaba al fondo del bar y al retroceder en busca de la salida, pasando paralelamente por la mesa donde él estaba sentado y ya solo, Yorit sin pensarlo y espontáneamente le dijo:  “Adiós Natan”. Él levantó la vista del periódico y sorprendido al oír su nombre le dijo: “Adiós”.

Han pasado muchos años de ese encuentro, treinta y tantos,  y ella aún se  sorprende de la fuerza de su atrevimiento, de cómo la energía y solidez de un saludo pudo cambiar el curso de unas vidas.

lunes, 15 de junio de 2020

EL VALOR DE PERMANECER EN EL REFUGIO



Antes de llegar a la redacción ya había estructurado en mi cabeza el contenido de la noticia, solo quedaba sentarme en la sala de prensa, abrir el ordenador y  escribir de manera coherente  toda la información que llevaba días recabando “sobre incertidumbre económica y  valor refugio”, iba a ser fácil echar la mañana preparando el texto definitivo. El titular ya estaba elegido desde hacía días, quería que fuera algo impactante, que generara motivación en el lector, no solo para que fuera leído sino para que hubiera debate e interacción en los comentarios. El artículo saldría en la edición digital de la tarde.  

En el atasco de camino al periódico me venían recuerdos de vocablos repetidos, distorsionados por el  sueño. “Volatilidad, incertidumbre, recesión”, era ahora cuando ponía en orden todos mis análisis y conectaba términos como “turbulencia, activos, exposición a pérdidas, contracción, porcentaje”.  En el coche me parecían absurdas todas esas imágenes oníricas, esas ideas que la noche deformaba, volviéndolas  repetitivas y agobiantes. En mi caso levantarme me devuelve a la realidad y casi siempre es mucho mejor que lo que veo en mis sueños.

Llevaba tantos días con este tema que me fue fácil hacer similitudes y comparaciones entre conceptos económicos y conceptos vitales.  Estar casi una hora en  un atasco cada mañana da para mucho y mi “cabeza” no deja de darle vueltas a las cosas, no puede “no pensar”. La importancia del  Valor Refugio no solo me dio por verlo en el terreno económico sino que busqué este gran valor en la vida real, en la existencia humana, en la que no se preocupa mucho de números,  porcentajes,  o inversiones.  Analizando estas dos palabras es fácil entender que es un gran concepto y que está presente diariamente en momentos tan cotidianos que me sorprende comprobar como  somos grandes consumidores del Valor Refugio. Un refugio es un lugar donde protegerse cuando algo no va bien. La palabra valor no es más que la importancia que damos a algo, en este caso es el activo más preciado que tenemos para refugiarnos. Si tenemos ese valor, es como estar salvados eludiendo todo aquello que no está funcionando, que va mal o que posponemos para otro momento.

En mi opinión, el origen de este Valor Refugio comenzó el día que a alguien se le ocurrió que la televisión se podía ver desde la cama. Y una amplia mayoría de personas se lanzó a comprar un televisor extra, con lo que abrió la brecha de la comunicación conyugal. Por supuesto que anteriormente ya existía este Valor,  aunque no tenía tanta fuerza como ha adquirido en nuestros días  y así uno se refugiaba en un libro, en un periódico, en un programa de radio o en un dolor físico para no tener que rendir cuentas de nada, escurrir el bulto o para eludir compromisos. Aunque estos activos no tenían la solidez de cortar en seco una conversación angular, no eran lo suficientemente potentes para despistar ese momento comprometido. Con el poder del gran aparato televisivo pareció llegar la “Era moderna” de la digitalización y de ahí hasta nuestros días, Modernidad 5.0 y esta nueva manera de entender el Valor Refugio ha ido copando momentos importantes de nuestra vida.  Cuando la economía no va bien, cuando hay indicadores de recesión e inflación, los inversores se refugian invirtiendo en un metal precioso como oro. Cuando la familia se tambalea o cuando una situación cotidiana se complica, el Valor Refugio es el mayor exponente  de los valores que tenemos a nuestro alcance y los activos a los que se acude para esconder la turbulencia del momento son objetos que van desde una máquina de juego como la X-Box al ordenador pasando por una tableta y llegando a un móvil de última generación. Éste último es el gran refugio del momento, es el oro del día a día, “el objeto oscuro de deseo” que te saca de enfrentarte a lo que sea. Siempre hay una lista de contactos esperando en la pantalla para enviarles un mensaje o incluso para comprobar los que has recibido, o mejor entrar en Internet para consultar las páginas de ventas o echar un ojo a toda la oferta periodística digital. Tocar la pantalla aisla rápidamente y deja para otro momento la situación ansiosa. Elegir ese gesto es apartarse, poner separación de por medio y crear un momento paralelo, un refugio de aplazamiento poniendo cara de “lo dejamos para más tarde o ya veremos” y es así como se genera una especie de aversión al riesgo de hablar, fobia al enfrentamiento real o antipatía al esfuerzo de querer mejorar. Cuando el miedo triunfa en la desaceleración económica, los inversores se refugian en valores como los Fondos cotizados, metales preciosos o monedas estables cuya credibilidad está fuera de duda. Cuando eso ocurre en la vida cotidiana, el fondo más cotizado, el activo defensivo utilizado para refugiarse es la tecnología en todas sus variedades y eso no deja de ser una barrera, o un mecanismo de evasión que más que un valor al alza es un valor defensivo, en este caso más volátil que la fuerza de la expresión y con una escasa cotización pero muy útil para librarse de un momento comprometido.

 El coche de atrás estaba impaciente por mi  lentitud y despiste al volante, no estaba en lo que tenía que estar y el sonido de su bocina me devolvió a la atención de la carretera.

La dinámica de la redacción es tan activa que no me queda más remedio que centrarme y redactar el artículo para la edición de la tarde. Me gusta el bullicio que se genera entre los redactores, me concentro con el ajetreo de la sala y me resulta fácil hilar las ideas en este ambiente. Aún me sorprendo cuando un artículo aparece en  primera plana con mi nombre, es extraño verlo plasmado debajo del título. A veces me resulta ilusorio que quien lo firma sea yo, es un momento espiritual de orgullo interior que me hace grande.

Ahorro, Bolsa e Inversión

Valores refugio, cuando el miedo triunfa en tiempos de turbulencia.

Ali Bounti

He abierto el ordenador para comprobar como ha sido maquetado finalmente. A la vez y casi  un acto reflejo he abierto el teléfono para comprobar cómo se ve el artículo en formato móvil. De repente he pensado que pinchar en mi reportaje más que atraer a un determinado público interesado en finanzas, pudiera estar sirviendo a alguien como refugio, como una inversión negativa para no afrontar lo que realmente importa. El antídoto está en actos tan simples como hablar para entenderse o para solucionar malos entendidos. Se trata de no obviar el cuerpo a cuerpo, desechar la protección de los elementos externos. El verdadero amparo está en nosotros mismos y en la fuerza de romper el miedo a la comunicación.


sábado, 9 de mayo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 57


Día 57 : Echar el cierre  9 de Mayo 2020
(262.783 infectados, 26.475+1 fallecidos, 173.157 curados, 45.924 sanitarios contagiados)

Tratar de desencerrar lo encerrado no es algo fácil ni baladí por muchas ganas de dejar atrás esta situación tan extraña a la que nombramos por el vocablo “confinamiento”, repetido hasta interiorizarlo mascando cada una de sus cinco sílabas para mentalizarnos que quedarnos en casa ha sido una opción obligada para librarnos del contagio de un coronavirus, que en principio se banalizó con su propagación, minimizando el riesgo de caer enfermos y que ahora se ha constatado como estábamos totalmente equivocados al comprobar cómo ha provocado demasiada afección, ausencia y duelo difícil de digerir. Así que salir se convierte en una tarea que requiere cierta puesta en marcha, un ligero grado de preparación sobre los peligros del más allá de dejar el encierro y la imposibilidad de conseguir una libertad plena al no tener pruebas diagnósticas que avalen nuestra seguridad. Lo mejor va a ser afrontar con gran motivación objetivos diferentes que no sean la compra o los fármacos, tomando de nuevo contacto con la calle. El sentimiento de conseguir una cierta felicidad por recuperar lo perdido va a ser gradual y de forma lenta de ahí que haya un choque fuerte entre lo que queremos hacer y lo que realmente se nos permite a día de hoy. Tenemos que poner en práctica lo aprendido en estos  casi 60 días, para obtener el equilibrio entre lo que empezamos a dejar y lo que podemos ir recuperando. Por tanto la paciencia se tiene que convertir en un sustantivo vital para poder hacer las cosas bien. He observado cómo ir asomando la cabeza al exterior, en estos primeros momentos, está siendo un acto de desconfianza, un rito ceremonioso de mirar a un lado y al otro para vigilar al que se tiene a un lado, al frente o al que aparece por detrás. Así el paseo se vuelve una acción heroica tratando de esquivar a corredores, ciclistas y viandantes abriéndose a lo desconocido dando por hecho que el peligro está en el otro y nunca en uno mismo. Llevar mascarilla nos tranquiliza y damos por bueno poder disfrutar al aire libre en esas condiciones. Ser recelosos de manera individual nos va librar de contagios, cada uno debe cuidarse para cuidar a los demás, amagando la enfermedad y venciéndola lo más rápido posible.
Después de la primera euforia por salir, de lo asombroso del encuentro entre conocidos desde la distancia del que se siente responsable y pasados unos días aprovechando estas horas extraordinarias como algo que va recuperando la normalidad, siento la necesidad de reflexionar sobre lo sucedido,  para que el tiempo no borre lo insólito, lo impropio y lo ajeno de este periodo que podría ser el guión de una película de ciencia ficción. Si vamos dejando atrás la machacona idea de “quedarnos en casa” para irnos enfrentando, aunque sea muy poco a poco, a lo que hacíamos antes de esta realidad tan inaudita, también tendremos que aceptar que esta hecatombe pandémica, ignorada en sus comienzos y devaluada en su magnitud, nos va a llevar a enfrentarnos a otra pandemia mucho mayor, al golpe económico de grandes pérdidas de puestos de trabajo, que va a tambalear nuestro entorno provocando endeudamiento, pobreza y devaluación como sociedad, donde la recuperación va a llevar más tiempo del que pensamos.
Por otro lado como colectividad no debemos subestimar el desconsuelo por la pérdida de tantas vidas, por el exagerado número de fallecimientos. Olvidemos la estadística, el recuento o el cómputo diario e intentemos ver en cada número a una persona, a un individuo. Visualicemos a sus familiares, a la soledad de enfrentarse a cada una de esas pérdidas sin la posibilidad de un adiós solidario, sin que nadie les expresase condolencias o palabras de ánimo para sobrellevar su falta o para aliviar el remordimiento por no poder despedirse de los suyos en esos momentos tan trágicos de ahogo final.
Hoy echo el cierre de este diario, de este monólogo de ideas surgidas en el enclaustramiento de mi casa, de esta representación de lo anómalo y atípico, con el que he pasado muchas horas distrayendo mi hastío, con el fin de buscar  la armonía necesaria para afrontar lo irregular y anormal de este encierro obligado. Seguro que con el tiempo echaré de menos este momento que ahora quiero desterrar e incluso me parecerá increíble  el que hayamos vivido tantos días un parón general doblegados por la fuerza de un virus extremadamente contagioso conocido como COVID-19 o SARS-CoV-2.
Va a haber que hacer muchos minutos de silencio a la memoria de cada uno de los fallecidos, ellos ya no tendrán un nuevo comienzo.

lunes, 4 de mayo de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 52



Día 52: Nosotros mismos 4 de Mayo 2020
(248.301 infectados, 25.427 +1 fallecidos, 151.633 curados)

Casi echando el cierre a este diario, empezando muy lentamente a abrir la puerta del encierro y tomando el pulso a una nueva situación vital, no quiero todavía olvidar detalles que he ido observando del comportamiento de muchos de nosotros en esta situación tan extraña, y que  en muchos casos nos ha tenido al límite de nuestra capacidad de resistencia. Por lo que me llevo preguntando varios días, si nuestra conducta se ha modificado estando encerrados, o si nos hemos comportando de manera igual a como lo hacíamos hace casi dos meses. Es decir para no liarlo más, la cuestión es si nos hemos confinado como realmente somos. Sin pensarlo en profundidad creo que sí. Nos hemos comportado dentro, como somos fuera pero con ciertos matices exagerados producidos por la imposibilidad de ser libres. De ahí la necesidad de haber estado muy activos contribuyendo  constantemente realidades,  para poder sobrevivir y llevar todos estos días de la mejor manera posible. Todo esto viene porque hace unos días me ha llegado al móvil un vídeo de cómo varias personas estaban celebrando la feria de abril desde la terraza de su casa y éste me ha llevado a recordar otros con otras tantas celebraciones, escenificadas desde balcones o ventanas;  lo que me ha dado pie a pensar que incluso encerrados hemos mantenido la esencia de nosotros mismos, conservado costumbres, actividades o hábitos como emblemas que nos recuerdan quienes éramos y como lo estamos expresando dentro de la excepcionalidad. Así si se trata de celebrar algo, se festeja poniendo todo el empeño en que salga de la mejor manera posible, aunque los recursos sean limitados y sobrepasemos situaciones ridículas. Siendo ahora como éramos entonces, ¿hay alguna diferencia en nosotros? En mi opinión sí, lo dispar está en la manera de presentarnos a los demás comportándonos de forma exagerada y queriendo mostrar en todo momento qué es lo que hacemos con cierto empeño, actuando con pantomima, melodrama y mucha teatralidad.
Los medios de comunicación se afanan diariamente buscando situaciones particulares y no dudan en escribir o en grabar reportajes cómo es el día a día de gente anónima que exhibe cosas sorprendentes o de aquellos más populares y conocidos que muestran sus destrezas animándonos a seguir su ejemplo de “buen rollo”.  Lo que quiero demostrar es que nos hemos confinado tal como somos pero mostrándonos de una manera más exagerada,  a veces desmedida e incluso desproporcionada de lo que realmente somos. Obviamente mi estudio es una simple observación de una pequeña muestra vista a través de los medios gráficos, la televisión, llamadas telefónicas y  todo el material que me ha llegado por whatsapp como vídeos o fotos, que no han sido  pocos en todos estos días. Así por ejemplo: el extrovertido, el que es gracioso, sigue siéndolo en su casa, se pasa muchas horas manteniendo la atención de los demás a través de las redes sociales, tiene tiempo para memes. Está la mayor parte del día pendiente de seguir conectado enviando hasta la saciedad fotos y vídeos, es el animado del grupo. Por el contrario el tímido, el que pasa de implicarse, se ha cerrado más en banda, se ha centrado en sus cosas, no necesita mucho el contacto, le sobran los megas de su teléfono y hay que ponerse en contacto con él para que te haga caso, su finalidad es pasar inadvertido. Son malos tiempos para el hipocondríaco, desmesuradamente ha tenido varios síntomas del virus, no salir al exterior es su mayor objetivo aunque ya pueda hacerlo. Por otro lado al que le encanta ir de cañas o de tapeo lo ha hecho igualmente y desde el balcón se ha montado su terraza particular con la puesta en escena de bebidas y todo tipo de tapas han circulado por su mesa. Los que disfrutan bailando están pasando las horas aprendiendo coreografías y no han dudado en mostrarlas sin pudor grabándose para compartirlas. Los obsesionados con el trabajo, han tenido vía libre para poder realizarlo durante horas. El maniático del deporte se las ha ingeniado para crear su propio gimnasio aunque sea en pocos metros cuadros, no ha tenido problemas en conseguir artilugios como pesas, cintas o pedales. Los cocinillas, sí que se han realizado a gusto aunque a estas alturas los comensales pueden estar más que hartos de guisos y postres. Los lectores han tenido tiempo más que suficiente para devorar parte de lo que tenían pendiente para la jubilación. También he visto como los manitas han dado una vuelta a toda la casa, arreglando lo que tenían pendiente, no ha quedado tornillo por ajustar y el taladro lo tienen echando chispas. No me olvido de los apasionados del motor, mi vecino no ha parado en todo este tiempo de abrir el capó de su coche, además de arreglar un par de motos que tenía olvidadas en su garaje y ha tenido cola en su puerta para el cambio de aceite de los vehículos de un par de vecinos espabilados. Los locos de las series se han apuntado a varias plataformas para pasar de una a otra sin moverse del sofá. Los chavales que antes jugaban unas partidillas en sus máquinas durante unas horas controladas, en este momento están ya más que enganchados a ellas.  A las que conozco que les encanta la limpieza doméstica han dejado la casa como un jaspe. Los obsesos del jardín han mantenido el césped a ralla y las tijeras de podar han dejado las tuyas a nivel. A los que nos gusta escribir ya sabemos lo que es estar a solas aporreando las teclas del ordenador, y estos días no damos abasto con la imaginación. Los que escuchan la radio o ven la televisión han doblado las horas de atención a la emisión de programas, noticias y visionado de miles de datos. A Los músicos ya los hemos visto expresando su arte, amenizando al barrio cada tarde. Así que concluyendo esta descripción de las diferentes maneras de proceder en el encierro, y sin pretender elaborar una teoría sobre el comportamiento en este momento atípico, en mi opinión nos hemos confinado tal como somos, como éramos fuera, aunque la gran diferencia es que estando dentro hemos exagerado nuestra conducta sobre todo al exponernos ante los demás. Es así como se explica el gran esfuerzo celebrando fiestas, conciertos, procesiones, bailes o cumpleaños, por supuesto se ha hecho a nuestra manera, pero al grabarlo para compartirlo hemos hecho una representación desmedida y al hacerlo por ese fin es cuando hemos exagerado nuestra manera de ser.

Se han acabado los aplausos en las ventanas, hemos empezado a correr o a pasear y ya lo hacemos desde la calle.

miércoles, 29 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 47




Día 47: #Salalacalle  29 de Abril 2020
(236.899 infectados, 24.274 +1 fallecidos, 132.929 curados)

Vaya la que se va a preparar el fin de semana. Con todos los niños ya  en la calle, se pondrá en marcha una nueva escapada para el colectivo de entusiastas del deporte y para los que necesiten estirar las piernas. O sea la mayor parte de la población. Veremos por las aceras compartir espacio a menores, padres, corredores y a un nutrido y diverso grupo de paseantes. “¿No habría que poner orden a toda esta algarabía?” Un poco de sensatez no vendría mal para no coincidir todos por los mismos lugares y a las mismas horas, y que en unos días tengamos que volver a encerrarnos de nuevo por el incremento de contagios. “Porque, una cosa”, quién va a vigilar el tiempo y los kilómetros a los del  batallón del chándal o a los que decidan salir de la mañana a la noche recorriendo "los mil metros pactados ¿las veces que les pete?”. No olvidemos que además del colectivo  “quiero dar un paseo”  éste puede hacerlo en compañía, siempre y cuando el acompañante comparta un mismo techo.  Si no lo he entendido mal, vamos a entrar en un momento donde todo “quisqui” puede dejar atrás su encierro para darse un garbeo y “¿Todo esto no es una locura?, ¿No necesitaríamos que antes de salir nos hicieran una prueba diagnóstica, los famosos test, para aislar a los que  padeciendo la enfermedad no tienen síntomas?  Si hago recuento de los que vamos a coincidir en breve ahí afuera, me sale que somos la mayoría de la población: “los que se pongan a correr, los que necesiten pasear solos o acompañados, los padres con hijos pequeños,  los que saquen a sus perros, los que vayan al Súper, al banco o a la farmacia y a todo esto hay que contar con el grupo numeroso que lleva trabajando fuera desde hace semanas”. En definitiva con tanta disculpa y tantas ganas por pisar asfalto “¿Quién se queda dentro? Creo que NADIE. Por otro lado no he oído cómo se va a gestionar la salida de los mayores,  se nos ha hablado de los adultos en general y “ellos lo son ¿no?”, así que no hay ninguna restricción para nuestros viejos y van a poder salir este fin de semana también, “¡vaya lío de edades va a haber!”. Soy de la opinión que los mayores lo necesitan como el resto, sin buscar excusas como hacer deporte, quieren airearse, abandonar las cuatro paredes dejando por un rato su soledad. Pero tampoco se les puede exponer a la ligera y lanzarlos a la calle sin saber quién les puede provocar el colapso pulmonar que los exponga a un estrés innecesario. Después del alto número de fallecidos en las residencias geriátricas  imagino  que tomarán mucha precauciones con estos “ancianos”, ya que son los más vulnerables de la pandemia, saben que la vida les va en ello, y no creo que puedan salir del centro hasta el verano, estos sí se quedarán confinados.
Así que estando la mayoría en la casilla de salida, esperando el pistoletazo que marque el momento de aparecer de nuevo, no olvidemos poner todo el empeño en hacerlo bien, teniendo claro que vamos a salir a ciegas, sin saber si contagiamos o no, sin conocer dónde podemos atrapar al virus y ser víctimas de él.
Se nos ha dicho “quédateencasa” durante semanas y ya nos lo están cambiando por un “salalacalle” y con cierto nerviosismo nos estamos convenciendo de un “líbrame de quedarme por más tiempo recluido o enclaustrado”. Serán pocos los que no quieran recobrar la libertad de movimientos. A los que pongamos los pies ahí afuera apliquemos un poco de cordura en nuestras salidas, no olvidemos la paciencia que hemos tenido hasta ahora y marquemos los tiempos en beneficio de todos. Recordar que si sale mal el gobierno nos echará la culpa e incluso se atreverá a decirnos “ya os avisamos” cuando sería él quien nos debería proteger haciéndonos test masivos antes de proponernos salir a la calle. Así que depende de nosotros volver a una relativa normalidad, será el cuidado de cada uno el que nos vaya a salvar. No cometamos más errores para no ser devorados de nuevo por este virus que tanto daño nos ha hecho y volvamos a tener que confinarnos. Si te aplicas #salalacalle no olvides el gel, la mascarilla y los guantes.

Sigo aplaudiendo a las 8 por los que combaten la pandemia en primera línea.

domingo, 26 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 44




Día 44: Necesito un psicólogo 26 de Abril 2020
(223.759 infectados, 22.901 +1 fallecidos, 95.708 curados)

Expectativa y certidumbre no son palabras sinónimas, tampoco significan lo mismo sin embargo pueden ser complementarias.
¿Cuáles son mis expectativas una vez que todo esto acabe?, no sé si es bueno generarme una ilusión, una expectación excesiva de buenas perspectivas de futuro a corto o a largo plazo. ¿Qué debería hacer?, idealizar lo esperado o por el contrario permanecer a la expectativa hasta tener las ideas claras de cómo aparecer en el exterior de la manera más segura, desconfiando de certezas previas como que ir saliendo sea la mejor opción aunque el número de contagios sea elevado y que esa curva tan famosa de caída libre empiece a aparecer en la tabla de registros de una vez por todas. Son demasiados días reflexionando. Horas especulando cómo empezar de nuevo, mi mayor aprendizaje ha sido la paciencia, aprender a esperar, a acatar decisiones extremas y dejar que los acontecimientos sucedan sin más. Pero llegados a este punto, casi entrando en el último tramo del retiro forzoso, siento un cosquilleo nervioso e irracional por recobrar todas mis expectativas vitales, teniendo la evidencia absoluta o lo que es lo mismo la certidumbre de que voy a entrar en un nuevo comienzo, en una nueva etapa de mi vida y es aquí cuando pongo al mismo nivel la complementariedad de los vocablos “Expectativa y Certidumbre” como máximos exponentes de Esperanza y Convencimiento de seguir hacia delante.  “Como se nota que estar entre paredes hace estragos, y me doy cuenta que entro en desvaríos hilvanados con un ligero hilo de raciocinio. Si esto se prolonga por más tiempo, necesito un psicólogo que me saque de todo este follón de ideas inconexas."

Mi imaginación no tiene parada e idealiza todo lo que quiero hacer ahí fuera, hay tanto que ver, tantas personas a las que abrazar, tanta actividad por hacer que todo se atropella más en  deseos que en hechos reales y concretos. “Seguro que estoy sobrevalorando todo lo que me falta” y además veo que nos están avisando de que tardaremos en recuperar lo que era normal, nuestra libertad en el más amplio sentido de la palabra. Es decir por ahora nada de pensar en visitar a la familia, nada de turismo, nada de relaciones sociales, los amigos no existen más que de lejos y los pequeños placeres mundanos como ir a bares o restaurantes se quedan para más adelante. Con este panorama las expectativas de recuperación quedan muy limitadas, están lejos de  alcanzar la normalidad que conocíamos hace meses. Así que empezaremos con paseos cortos al aire libre, embutidos en mascarillas, con mucha desconfianza y poniendo excesivo aislamiento social. “Esto no hay por dónde cogerlo”.

Hablando por teléfono con mi hija Amit he comprendido perfectamente que no estoy tan “grillada” como creía y veo que sus teorías sobre liberarse de esta situación la sitúan en un estado de delirio momentáneo más singular que el mío. Ella no tiene ninguna gana de salir al mundo exterior, se ha acostumbrado al confinamiento, se ha aclimatado al ambiente de unos pocos metros cuadrados y solo necesita abrir la ventana para respirar de vez en cuando. “Tiene el síndrome del encerrado” y su hipocondría está disparada, no hay artilugio que pueda sacarla de su angustia por contraer la enfermedad. “La gente no va a tener la meticulosidad y el cuidado de desempeñar tan ingente tarea de higiene y eso va a revertir en mi salud”. Estos días ha hecho acopio de mascarillas, tiene de diferentes modelos y grosores se ha hecho experta en ellas. “Estoy pensando que me envíe unas cuantas por mensajería aquí es difícil encontrarlas”.
Me río con sus aprensiones sobre recuperar su trabajo, una especie de angustia dispara sus recelos y no la deja dormir bien, realmente está inquieta por ese día tan anhelado por la mayoría. Sus expectativas son muy diferentes a las mías, mientras yo estoy deseando alejarme de todo esto y hacer miles de cosas ahí afuera, ella está deseando quedarse más tiempo dentro, se siente más productiva encerrada y está muy preocupara porque este momento se acabe, “desearía que la cuarentena fuera más allá de mayo. Te lo digo en serio. Voy a estar fatal cuando tengamos que salir, tendré mucha presión, recuerda que soy muy aprensiva y quién me asegura a mí que nadie me contagie eh?” Es demasiado exagerada con las cuestiones sanitarias y siempre encuentra que las enfermedades que padecen los demás,  puede tenerlas, incluso se las apropia, las hace suyas sin padecerlas. Me quiere convencer que se siente segura en casa, que no quiere correr ningún riesgo, afirma que contraer coronavirus es muy fácil “no olvides que la enfermedad es muy contagiosa” y siente un gran peligro ahí fuera “A mí me va bien estar en cuarentena un poco más… así que no me importa esperar el tiempo que haga falta encerrada hasta que no haya ni un infectado más” Amit es una perfecta expectante, desde la seguridad del encierro necesita vigilar lo que pasa, tener controlada la infección para obrar en consecuencia y sólo a partir de esa certeza conseguir la expectativa definitiva para poder salir.

Hoy he cambiado los aplausos de las 8 por un minuto de silencio en memoria de los fallecidos.




miércoles, 22 de abril de 2020

COVID-19 DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 40




Día 40: Colapso contradictorio 22 de Abril 2020
(208.389 infectados, 21.716 +1 fallecidos, 85.915 curados)

*Nuevo reportaje informativo en televisión: No queda más remedio que limpiar absolutamente todo…estamos confinados con el virus.”

He vuelto al supermercado, es la cuarta vez que aparezco por allí, es todo un acontecimiento y una de las actividades más “emocionantes y agobiantes” que me ocurre en días. Hay que hacer un ejercicio previo de preparación para enfrentarse a un acontecimiento como ese y lo peor es que estoy llena de contradicciones de cómo actuar, de cómo ser responsable o sobre todo de cómo gestionar el carro de la compra con total seguridad para que los míos no se contagien. Porque claro ya no solo es la tarea de ir a comprar, “vestida como si fueras un buzo”, de enfrentarte a la cola de entrada, seleccionar todo lo que necesitas en los diferentes departamentos, sino que se trata de toda una andadura de tareas de desinfección ardua y concienzuda de cada producto que introduces en el carro. “Resulta que ahora el virus lo tenemos dentro de casa, somos nosotros a nosotros mismos a los que nos contagiamos” eso nos dice el último reportaje informativo que he visto en la Tele. Se nos intenta hacer creer que con más de cuatro mil infectados diarios la culpa es totalmente nuestra, no olvidemos que estamos en el cuadragésimo día de encierro y la propagación va bajando muy lentamente. No lo entiendo “¿Qué hemos hecho mal, qué es lo que hacemos? Llevamos enclaustrados demasiado tiempo y Yo ya quiero salir, ¡a ver si nos aclaramos con esto!, porque si encerrados contagiamos, esto no se va a acabar nunca.” Si ya era trabajo limpiar cada alimento de la cesta de la compra, resulta que ahora hay que limpiar todo el camino recorrido de ida y vuelta desde que salimos hasta que entramos en nuestra casa. Se me generan tantas dudas con la información que solo pensar en el tiempo que me va a llevar la higienización me hace perder la paciencia y normal que se me ponga un carácter insoportable. Para ir a comprar hay que tener la mente clara, ser consciente de cada paso que se da, no se puede uno despistar tocando alimentos de aquí o allá. Las manos quietecitas, que no vayan a la cara, ni se te ocurra rascarte un ojo y mucho menos obsesionarte con que te pique la nariz, olvídate de atusarte el pelo y por supuesto deja de pensar que todo esto te puede ocurrir porque entonces la necesidad de hacerlo es grande y las ganas de toquetearte son tan poderosas que acabas haciéndolo y ya no sabes que debes hacer con la mano y el guante. No tienes otro para cambiarte, así que ya tienes un serio problema, recuerda guardar el móvil y si te llaman hacer como que no lo oyes, todo lo que toques estará ya contaminado.
Para no confinarnos con el virus, la reportera asegura que debemos limpiar absolutamente todo, “pero ¿qué es todo?”. Para aclararnos mejor lo que debemos hacer, ella se aplica el ejemplo y hace un recorrido por una gran superficie y compra tan rápido que es inverosímil su exposición. Sí, muy bien, una bolsita de la compra con pocos productos. Limpia el coche con una bayeta, un toquecito de limpieza sin más. Muestra como pone las llaves bajo el grifo, vemos como la ropa que se ha puesto en la operación salida, la mete en una bolsa, y nos indica que debe lavarse a 90 grados “¡siempre oyendo que no era ecológico lavar a esa temperatura y que se debe poner la lavadora con carga completa, me cuesta escuchar ahora que tengo que lavar tres prendas con esos grados tan elevados, seguro la voy a quemar!” Luego se centra en el pulido de pomos y puertas de su casa y con una sonrisa, nos demuestra lo fácil y rápido que ha sido todo. Ella tarda lo que le lleva el documental, como mucho minuto y medio. “Espera un momento, eso me va a llevar a mí horas, porque solo en comprar invierto unas tres y a ese tiempo voy a tener que añadirle toda la esterilización de lo comprado, más la limpieza de todo y ese todo es del coche, por dentro y por fuera, mando del garaje, esterilización puertas, pomos, escaleras, barandilla llaves, ropa, zapatos. Cuando llegue a las bolsas de rafia solo quedará fumigarlas y yo con ellas”. Esto sobrepasa mis límites de tolerancia, quiero revelarme contra todas estas ocurrencias, es demasiado, voy a estar todo el día con esto y aun así no tendré la confirmación clara de hacerlo bien. Por otro lado “¿quién es el guapo que pudiendo parar el contagio por limpiar no lo vaya a hacer?”. Lo que me genera paradojas y un desánimo por continuar con todo este ritual. “Lo mejor sería quedarse en casa y no comprar nada más, no comer y ya está, para qué ir a la tienda entonces”.
Hoy el producto estrella de mi Súper ha sido, unas toallitas con el rimbombante nombre de Salustar Naturalcare y el poderoso beneficio de estar impregnadas con la Clorhexidina y el Cloruro de Benzalconio, “por supuesto que he comprado un par de paquetes”,  con esos atributos ha sido difícil no caer en la tentación de agotar el producto,  sin entender muy bien la composición y sus propiedades, “suena a cloro, lejía, desinfección, limpieza, ni se me ha ocurrido mirar en Internet el significado de tanta peculiaridad, demasiadas explicaciones. Venga para el carro”.  Seguro que este producto me va a reducir horas de trabajo eliminando gérmenes del salpicadero del coche, de las llaves, barandilla o pomos de una pasada. Creo que lo mejor del producto es la conciencia de quedarse uno tranquilo admitiendo que se ha desinfectado todo lo infectado.
Una vez en casa y después de tanto esfuerzo profiláctico, cuando parecía que todo estaba incontaminado, impoluto, todo bajo control, la bocina del panadero me hizo pensar que iba a tener que empezar de nuevo con la tabarra del aseo y es que ya es demasiado, no se acaba nunca con la esterilización, “¡no puedo más!”.  Al abrir su furgoneta, me he cuestionado toda esa práctica de la meticulosidad, todo esa labor de limpieza, porque sí, el muchacho va con guantes y mascarilla, pero lleva una ronda de más de 5 horas de reparto toqueteando panes y monedas, sin dejar de estar en  contactando con clientes. “Como no admites tarjeta, no hace falta que me des las vueltas. Gracias por venir”. Pero claro ahora sí tengo un pequeño problema “¿qué hago con la barra de pan? ¿Le paso una toallita de Cloruro de Benzalconio, le rocío con hidroalcóhol, le humedezco con una mezcla de limón y bicarbonato,  le impregno con un poco de vodka, congelo la barra o la tuesto al sol para ver si mueren todos esos virus pegados a la harina de la corteza? ¡Qué asco!” Ahora entiendo tanto contagio, tanto virus confinado y es que en unos actos ponemos mucho empeño en dejarlo impoluto y en otros nos tragamos el patógeno sin pensarlo. Tengo demasiadas dudas sobre cómo esterilizar todo. Demasiadas contrariedades con la pulcritud. No puedo asegurar que lo hago bien y ni siquiera tengo la capacidad para creer que con todo este barullo de pureza no sea vulnerable y vaya a salir indemne de contagio.

Mi aplauso de las 8 va a ser para los sanitarios contagiados de COVID-19, más de 30.000, ellos sí que extremaron la esterilización en sus puestos de trabajo, sin embargo se les ha expuesto a luchar contra esta enfermedad sin proporcionarles los medios adecuados para ello.