domingo, 11 de marzo de 2018

NECESITO AYUDA, ME LLAMO...


Elisa Crespo tenía dos hermanas, pero como si no las tuviese, los celos de Elvira la mantenían en un rencor  permanente y  la ira de Amalia hacía muy difícil la relación entre la familia, esto era así desde niñas y por mucho que Elisa hubiera intentado remediar la situación familiar buscando soluciones, pasando de las discusiones, cediendo en las cosas que más daño podían causar a sus hermanas, la situación después de 25 años de convivencia era insostenible. Ni siquiera habían cambiado  casándose, al contrario todo había empeorado y el mal talante se extendía ya a sus cónyuges, así que la relación entre todos ellos era un “infierno”
Elisa había conocido al que creía el hombre de su vida en la “cantina” de la estación de ferrocarril, tenía que esperar al tren de cercanías. Su madre estaba en fase crítica por una enfermedad degenerativa  en el hospital comarcal y el frío del invierno le había hecho entrar en esa tasca lúgubre, asquerosa y decadente. El café la reanimaba, le hacía sentirse algo más feliz, un pequeño manto de calor sobre sus hombros,  el olvido de sentirse sola entre tanto malestar, le hacía recobrar la paciencia y el tesón para seguir  conviviendo con su familia, y ahí estaba él esperando que ella fijara sus ojos en su mirada; varias vueltas con la cucharilla en la taza de café, el murmullo de los que estaban dentro resguardándose de lo mismo que ella, la situación absurda de la espera y sobre ese instante de soledad Elisa Crespo lo vio.
Acuarela Sara Escudero
Román el “Barítono” como le llamaban sus amigas por su tipo de voz.  A Elisa, en un principio, no le dieron calambres, ni sonrojos, ni emociones que le hicieran cambiar de humor por su presencia, se saludaron sin más y  después de un rato él empezó a hablarle.  Román Guillén le había hecho reír unos minutos antes de coger el tren, se había dado cuenta que había gente que disfrutaba de la vida, que no la sentía como algo tan triste y lúgubre como  ella creía, pensó que aún había esperanza de salir a flote y una pequeña sonrisa le había cambiado el gesto de sus labios, aunque pronto iban a volver a su estado hermético y apretado.
Su madre murió antes que ella llegara al hospital. Elvira y Amalia discutían sin importarles el momento trascendental que estaban viviendo, los celos y el resquemor de lo vivido en el pasado las perseguía y no podían estar ni una hora sin que al final acabaran peleando. Esto mismo ya había sucedido año y medio antes cuando a su padre le había dado un infarto en plena calle y había fallecido sin que nadie lo esperase, en ese momento ellas también habían dado la “nota” sin derramar una lágrima por él.
Se sentía sola en medio de ese vacío que produce la muerte y pensó en la sonrisa de Román, no había dejado de hablar y de derrochar energía y felicidad desde que tímidamente ella le había saludado hasta que se despidieron en la estación. Ese corto espacio de tiempo le reconfortaba ahora que los momentos eran duros.  Resonaba en su cabeza una y otra vez su  voz grave y viril pero a la vez era cautivadora y  ligera,  mientras velaba a su madre. Con la mirada perdida se  maginaba una bonita vida al lado de ese muchacho con el que había compartido una pequeña sonrisa.
El “Barítono” había cumplido 32 años cuando le pidió matrimonio a Elisa Crespo, dos años más joven que él. Los ojos de ella se iluminaron y no dudó en decir el Sí más liberador que había pronunciado “Sí, sí y mil veces sí” le había dicho. La situación con sus hermanas desde la muerte de su madre lejos de arreglarse había empeorado, a parte de los rencores de siempre,  la desafección  que sentían era cada vez más profunda y ahora se sumaban los celos por la herencia y los pequeños objetos que sus padres les habían dejado. El ambiente familiar era irrespirable y ella estaba asqueada de tanta discusión.
Por fin Elisa podría liberarse de toda esa angustia y no sentir más la ansiedad por la ira constante de Elvira, Amalia y sus maridos.  Estaba feliz por poder vivir su propia vida con el hombre al que amaba. Iba a dejar atrás toda la amargura vivida. El mundo se le presentaba amable, el sol ahora brilla en su cara, se sentía segura de sí misma, era una mujer imparable al que la vida le iba a empezar a sonreír.
La primera mala cara apareció en el viaje de  boda después de beber varias copas de vino, el segundo encontronazo fue un cambio de humor repentino que la empujó contra la pared de la cocina, aunque Elisa pensó que había sido un accidente fortuito y que quizá ella no había interpretado bien sus forcejeos.   Luego llegaron las faltas de respeto,  los gritos, una bofetada inesperada, el desprecio. Elisa Crespo no entendía  la violencia y el abuso que ejercía sobre ella así que se quedaba paralizada por el miedo y se dejaba hacer.  Era incapaz de compartir lo que le pasaba con las pocas amigas que tenía, él no le dejaba señales visibles y se las arreglaba para ser “un tío simpático, agradable con el que se pasaba un buen rato”.  Elisa sabía que ellas no la iban a creer; además se sentía “sucia”, indeseable, un deshecho y por ello estaba avergonzada. Era mejor callar para que no la señalaran por la calle, era preferible aguantar. Román sabía bien como disimular y cómo hacer que los golpes, los gritos y las humillaciones los recibiera no sólo de manera física, sino que se encargaba de anularla psicológicamente. Con su voz de barítono le vociferaba, “tú no vales un carajo” “eres un estorbo” “no sabes hacer nada”, “quítate de ahí puta cerda” “si te cojo te arranco esos pelajos de mierda”, “guarra”, “quítate de mi vista” y así hasta que se creyó cada uno de los improperios que le lanzaba como puñales.
Elisa Crespo  más que confundida, estaba perdida, sin saber reaccionar a la violencia del “Barítono”, es cierto que éste bebía, pero no llamaba la atención por ello, algunas tardes al finalizar el trabajo se reunía con sus amigos pero no pasaba de unas cuantas cervezas, no era un borracho pero al llegar a casa  por cualquier tontería podía montar en cólera, estaba convencida que algo de su presencia le hacía cambiar el humor y toda su rabia la estampaba contra ella, no sabía cómo agradarlo, hiciera lo que hiciera siempre había un crítica y estaba mal.
Pensó seriamente en hablar con sus hermanas pero descartó esta posibilidad enseguida, hacía tiempo que la relación con Elvira y Amalia era escasa y cuando se juntaban acababan echándose en cara los reproches del pasado y los celos siempre aparecían como una lanza punzante casi tan dolorosa como los golpes que Román Guillén le propinaba un día sí y otro también.  Además recordaba que cuando les dijo que se casaba con él “pusieron el grito en el cielo” y le dijeron “no es buena su familia” “su padre está en la cárcel  por no se sabe qué, pero algo raro con su madre y sus hijas, tú ya sabes que puede ser”,“ los hijos se han criado en la calle”, “no lo hagas Elisa” ”es un tío simpático, pero es un randa, no es de fiar” . Así que todo su sufrimiento y lo que le pasaba con su marido eran cosas que se quedarían para ella.  Recordaba a Román en la “cantina” de la estación de tren, las imágenes  se sucedían repetidamente, su voz, su amabilidad, su sonrisa y no entendía en lo que se había convertido, “un monstruo” para ella.
Ahora que estaba embarazada de Claudia las cosas estaban mejorando,  o eso le parecía, porque las humillaciones, los gritos, los golpes, incluso los abusos  no eran a diario.  Era un momento  en el que Elisa consiguió convencerse de que él estaba cambiando, de que podía mejorar. Román  le había contado la violencia que su padre había empleado con él, sus hermanos y su madre.  Un sentimiento de pena y cariño se apoderaban de ella cada vez que lo veía así tan vulnerable, así que Elisa pensó que lo mejor era seguir adelante, perdonarle sus abusos y con el tiempo seguro que mejoraría, de hecho le justificaba cada mal gesto, dejaba de darle importancia, al fin y al cabo él era una víctima como ella. En su estado de gestación llegó a sentir ternura por él,  incluso olvidó todos sus desmanes, faltas de respeto, gritos, golpes y violaciones. Román la había anulado como persona y no veía su realidad.
Claudia, era una niña preciosa,  que vino para ayudar a Elisa a encontrar la felicidad que le faltaba. Era normal que en los primeros días de su vida llorara por los cólicos típicos de los recién nacidos y requería de todos los cuidados de su madre, pero él comenzó a decir que no soportaba esa situación, que se sentía “un don nadie” en su propia casa y que “una diminuta mindundi” no le iba a reemplazar.
Román no tuvo paciencia, perdió los nervios,  y regresaron las faltas de respeto, las humillaciones, los gritos. Escuchar meter la llave en la cerradura de la puerta  instantes antes de entrar él en casa, le producía taquicardia, se moría de miedo, todo el cuerpo le temblaba  y pedía a sus muertos que Claudia no llorase.
Un día le reventó el labio y le partió el párpado derecho, se sintió ninguneado por su hija cuando ésta reclamaba la atención de su madre  y a él le pareció un abuso insoportable, se puso histérico y se le fue la mano con Elisa. Él le pidió perdón cuando la vio tirada en medio del salón, le prometió que no lo volvería hacer, y sollozando le curó sus heridas.  Ese acto de contrición no le era nuevo, siempre repetía el mismo patrón.
En ese estado de dolor físico se dio cuenta que debía coger a su hija y largarse,  sacar fuerzas por ella y aunque estaba sola sin ayuda de familia, amigos o vecinos, tenía que  encontrar una salida a todo ese “horror”. El “Barítono” le había destrozado su vida pero no iba a permitir que destrozara la de su hija Claudia.
Hacía unos meses que había escuchado en la radio un anuncio de un número de teléfono que ayudaba a mujeres en situación de violencia, se sintió identificada y memorizó el número, aunque sólo con pensar que él se enterase de ese servicio y creyese que ella podría llamar le daba pánico, le temblaban las piernas y un estado de ansiedad le quitaba la idea de ponerse en contacto.
Pero ahora era diferente, casi la había dejado inconsciente y se había prometido que por Claudia lo haría. Estaba dispuesta a llamar, a pedir ayuda, sólo necesitaba recuperarse un poco y disimular que todo seguía igual con Román Guillén. Lo más importante de su vida era su preciosa niña, la protegería.

016 ¿EN QUÉ PUEDO AYUDARLE?….


sábado, 3 de marzo de 2018

SOLO UNO


Sé que estás solo
dónde los lugares
pierden su nombre.
Apartado de mi ruido,
lejos de nuestra vida.

Viajas por los Sueños
que envuelven lo desconocido.
Me miras en la distancia
de tu deseo; estás solo…

Y solo un día vuelves
de esa niebla que inunda tu ausencia.
Y las franjas de luz se proyectan
en el continuo de los días.

La fría soledad se diluye
en la silueta del abrazo,
se convierte en viento y lluvia,
en fuerza imparable

y somos de nuevo uno…

viernes, 17 de noviembre de 2017

VENÉFICA

Atanasio Masana Simón se había tropezado con una lámpara de pie  situada en la sala cercana a su habitación, una madrugada sin luna del mes de noviembre. Estaba en la casa familiar y tuvo la mala idea de no encender la luz de su cuarto o la del pasillo, para avisar a sus padres, que estaban en el dormitorio contiguo, de que tenía miedo no sólo de los ruidos que se oían entre los muros de su alcoba sino también de esa oscuridad que tanto asusta cuando con los ojos abiertos no ves absolutamente nada. Era un niño de nueve años cuya orientación espacial no estaba muy desarrollada y en  vez de torcer hacia la derecha en dirección al pasillo donde se encontraba la habitación de sus progenitores torció a la izquierda empotrándose con la inmensa y exagerada lámpara de pie que días antes la madre había traído como premio a su primer sueldo.
La lámpara de tulipas vidriadas con láminas metálicas doradas y cobrizas al caer provocó un estruendo con chispazo incluido y  Atanasio Masana Simón sintió el dolor de haberse clavado varias filigranas y el corte de los cristales rasgando la fina piel de su cara. Varias brechas fueron el resultado de que un líquido viscoso  empezara a resbalar entre sus ojos, nariz y boca. Aún mudo por el susto comprendió que ese líquido era Sangre, pura sangre roja y casi rozando el desmayo pudo  balbucear un grito de estupor, lanzar una señal de auxilio, e intentar correr hacia la nada antes de caer al suelo y perder la noción de la vida.
Atanasio Masana Simón entró en un estado de desmayo somnolencia y aunque oía levemente las voces de sus padres y sentía los zarandeos de su cuerpo para despertarlo, parecía no volver en sí. Irracionalmente se encontraba bien, estaba flotando por un mar de nubes  con una mueca de placer en sus mejillas y de repente algo enturbió su semblante como si  “Venéfica” le persiguiera y el pavor de verla se apoderara de su existencia.
Dibujo Sara Escudero
Días antes del encontronazo con esa lámpara,  la tía Eduviges Simón le había regalado un libro precioso con letras doradas, dibujos en relieve e imágenes sorprendentes.  Muchas brujas con nombres raros, cometidos dispares y hacedoras de pócimas extrañas, ogros empoderados, gruñones y feos, duendes enanos, sabios y encantadores. Sobre todos ellos destacaba  VENÉFICA  la bruja venenosa.  Aún con mucho temor  por la imagen tan fea y pavorosa de Venéfica siguió leyendo y supo de sus maldades  conspirando con pócimas dañinas infectando a todo aquel que le viniera en gana. Ésta no era una bruja como las demás, perseguía a sus presas sin mostrar sus intenciones y sin parecer preguntona, arrogante, sabelotodo, o una de esas brujas feas con pañuelo y granos. A primera vista se mostraba con una apariencia afable, educada y buen aspecto para posteriormente dar el sobresalto, volverse tremendamente fea y terrible e inyectar el veneno que cambiaría la vida de los que se encontraban en su camino.
Venéfica procedía de los lugares oscuros del firmamento, de la parte más negra de los agujeros negros, de esos lugares innombrables  de la oscuridad más oscura de la Tierra, y aunque Atanasio Masana Simón no sabía dónde podría estar ese lugar tan negro, sentía escalofríos sólo con leer “la oscuridad más oscura de la Tierra”, paraba de leer y  se escondía entre la almohada y las sábanas de su cama, respiraba profundamente intentado tranquilizarse.  Un cierto nerviosismo cargado de inquietud le devolvía a la curiosidad de meterse  de nuevo en las historias del libro y en concreto en la de Venéfica,  aun con la dificultad de estar leyendo hasta bien entrada la madrugada con una linterna, sus padres le habían prohibido encender la luz del cuarto más allá de las 10 de la noche.
El veneno que inoculaba Venéfica era una masa viscosa infausta, fabricada con restos de naturaleza muerta, bichos fantásticos y especímenes disparatados.   Su textura era inmunda y asquerosa, emitía un hedor soporífero  y era tan negro como el lugar de dónde procedía  la malvada mujer del país Oscuro. Sin embargo la astuta Venéfica sabía cómo hacer para inyectar en sus presas el vomitivo veneno y caer así en sus manos para siempre sin que ningún hechizo pudiera rescatar a la víctima.
Atanasio Masana Simón no podía parar de leer, a pesar de los sobresaltos de la narración. La malvada hechicera se fijaba en una presa y poco a poco la iba haciendo suya. Con engaños y sutileza le inyectaba a través de sus uñas el veneno, unas veces eran pequeños roces en la piel, otras pequeñas rasgaduras y al final se convertían en verdaderos cortes donde la criatura se ponía a disposición de ella convertida ya en un peón más de su negro mundo.
En ocasiones Venéfica se sentía benévola con los seres en los que se fijaba para sus maldades, quizá era un punto de debilidad o misericordia, una atención que tenía con algunos de ellos  y entonces  su capricho era crear manías, fobias insulsas, dolor provocado por el nervio trigémino en grado ínfimo constante que provocaba la locura. Su imagen posando sus asquerosas garras en la espalda de una lechuza asustada e inoculándole su veneno  con los ojos ensangrentados y el  gesto alargado, tremendamente rugoso, lúgubre y tétrico fue el detonante para que Atanasio Masana Simón se volviera a meter entre las sábanas; el libro y la linterna cayeron al suelo y una oscuridad terrorífica se apoderó de él. Fue cuando comenzó a escuchar los ruidos raros en la pared y cuando sus ojos intentando ver en la oscuridad no vieron absolutamente nada.  El miedo le hizo levantarse pidiendo auxilio a sus padres saliendo de la habitación hacia el lado contrario al que debía.
Atanasio Masana Simón volvió a la vida gracias a un vaso de agua fría que le lanzó a la cara su querida madre. Temblaba incontroladamente, no sabía dónde estaba o qué había pasado. Un frío le recorría la espalda como si las uñas de Venéfica hubieran inoculado en él su veneno y se susurró a sí mismo “ojalá la Bruja venenosa haya estado de buen humor para que el daño que me ha provocado sea de los leves”.
Los síntomas comenzaron días después. Primero fueron apareciendo en determinadas situaciones que le iban provocando malas pasadas, una pequeña herida le producía taquicardia y necesidad de tumbarse para no caer redondo en el mundo negro negrísimo de Venéfica. Otras veces con sólo hablar de una situación médica, una visita al hospital, una película con cierta trama sanguinolenta, se convertía para él en una estancia sin aire, un lugar de ahogo y angustia difícil de solventar en ciertos momentos. En su edad madura las garras de la bruja fueron más evidentes y la fobia a la Sangre que desde niño le había inoculado se hizo más fuerte.  Esa edad en la que tienes que visitar a los médicos cada dos por tres fue la prueba  definitiva para saber que ella había ganado la batalla. Atanasio Masana Simón no podía hacerse una revisión anual médica sin tener a un equipo de profesionales a su lado por si un colapso le sorprendía en la lucha diaria contra su aversión.  Tampoco fue un hombre de hacerse muchas pruebas  diagnósticas porque ir al dentista era un ejercicio de convencimiento que podía durar  meses, una analítica o una ecografía años; ir al cirujano impensable y por supuesto las adversidades triviales del día a día como una caída, un rasguño, un golpe fuerte o débil con incisión  o sin ella eran para él un trauma insalvable.
Atanasio Masana Simón murió a la edad de 97 años,  se murió de mayor, sin enfermedad aparente,  simplemente le dejó de funcionar el corazón y se fue. Se encontraba en su casa de siempre, estaba en su cama de siempre, bien tapado como resguardándose de algo irracional. Sus manos agarraban fuertemente  un libro, ese libro no era otro que aquel que la tía Eduviges Simón le regalara cuando niño y que contaba las veleidades antiguas de Brujas, Ogros y Duendes, pero sobre todo contaba  la historia de aquella que tanto le había impactado,  VENÉFICA, la bruja venenosa, esa hechicera que le cautivó provocándole la fobia de la que nunca se pudo desprender.

domingo, 24 de septiembre de 2017

BUSCANDO RESPUESTAS

Miro las fotografías del álbum
buscando respuestas,
algo que me haga volver,
volver la vista para comprender,
para poder recuperar el momento
ese instante anterior
al que se produjo el cambio.
Una página, otra situación
una vez y dos más,
observo cada detalle
y aún una vez más…
Entro en bucle sin encontrar la salida,
sin llegar a una explicación lógica.
Siento un mundo de fractura y desgarro en mi interior.
Te busco pero ya no estás,
dónde tu sonrisa, tu alegría infantil,
dónde la inteligencia y las ganas de crear.
Tus diferencias están anuladas
y no sé cómo recuperar tu genialidad.
Has dejado que te consuman tus debilidades,
has sucumbido a los fantasmas de tu madurez.
Sé que ahí, en ese álbum, está la respuesta,
está la solución, sólo hay que llegar a la instantánea perdida
para rectificar los miedos de tu existencia
y volver a Empezar,
sí, Empezar, “empezar el día de nuevo” como solías decir,
para encontrar el alma de la que fuiste

en aquel último instante antes de caer…

sábado, 19 de agosto de 2017

GIGANTES Y CABEZUDOS

Cómo me iba a imaginar que saldríamos en el periódico….
Ese verano habíamos decidido que lo haríamos, ¿por qué no?, ¿qué demonios nos lo iba a prohibir? Así que días antes ya estábamos planificando cómo serían nuestras carreras…. Lo cierto es que cuando llegamos a la ventanilla del ayuntamiento a anotarnos para llevar a los cabezudos el primer día de la fiesta de Torgás del Camino, el conserje “con cajas destempladas” nos echó de un plumazo y con humor de viejo “cascarrabias”  murmuró unas frases en las que sólo entendimos una serie de maldiciones que nos parecieron terribles blasfemias y por supuesto nos olvidamos de replicarle por temor que nos diera un par de “guantazos”. Minutos antes en la cola, que daba media vuelta al edificio público, todos los rapaces se habían burlado de nosotras, sí nosotras, dos niñas intrépidas, que no entendían por qué les parecía tan extraño que nos anotáramos  para portar cabezudos e ir repartiendo escobazos a todo el que pillásemos por delante.
Salimos enfadadas y un poco avergonzadas, como si hubiéramos hecho algo malo, prohibido o impropio de dos “rapacinas” de 10 años. Pero ninguna de las dos nos dimos por vencidas. Aunque indignadas, nos propusimos seguir con nuestra idea de salir llevando cada una un cabezudo y pasarlo también como lo hacían nuestros amigos.
Dio la casualidad que el padre de Gela, ingeniero mecánico  dedicado al mundo de los coches de carreras, decidió patrocinar, ese año, la competición de “Karts” y elevarla a categoría de puntuación nacional, trayendo a conocidos pilotos para dar renombre, no sólo a la competición sino a la ciudad. Le contamos de forma atropellada lo que nos había sucedido, era un hombre moderno, avanzado para su época y por ello los demás lo veía como un “raro”, nos entendió enseguida y con una mueca y un gesto de cejas nos preguntó:
_¿Vosotras queréis salir? Pues eso está hecho.
No le tomamos en serio y nos fuimos a jugar a la plazoleta con los que estaban allí, algunos nos habían visto en la cola, se rieron un poco de la humillación que habíamos sufrido con el conserje, pero nos pusimos a jugar al “brilé” y  se nos pasó la tarde.
Por la noche lo comenté en casa y mis hermanos mayores, intentaban convencerme de que era imposible que pudiéramos salir,  ”_nunca habían salido niñas y menos pegando escobazos a diestro y siniestro”, además los niños que salían eran un poco más mayores, así que ellos estaban convencidos que íbamos a recibir más de lo que nosotras íbamos a dar. Pero sólo queríamos pasarlo bien y experimentar esa sensación de emoción que era llevar a un cabezudo; correr y asustar a los más pequeños y dar escobazos a los que te tiraran del vestido o te llamaran “boquiabierto, cabeza lobo, enanito, pelao  o bruja Ciriaca”…
El padre de Gela nos fue a buscar a la piscina, lo estábamos pasando genial, no salíamos del agua con tanto calor.  Lo vimos en el quiosco de los refrescos, estaba tomando una cerveza, pletórico y risueño, él nos buscó a golpe de vista, casi nervioso con ganas de encontrarnos rápidamente.
_Esta tarde os vais a anotar, está todo arreglado, el sábado salís con los cabezudos.
No había otra expresión mayor de felicidad para nosotras, nos sentíamos grandes, emocionadas, nerviosas con ganas de salir ya en el desfile.
Cuando nos vio el conserje, emitió un gruñido leve y frunció el ceño pero no le quedó otra que anotarnos en la lista del primer día de las fiestas, el día más codiciado para los chavales, y allí íbamos a estar nosotras. _¡Madre mía!
 El padre de Gela sí que tenía influencia, pensaba yo, _¿Cómo lo habría conseguido? Le abrazábamos agradeciéndole su proeza y él se reía quitándole la importancia que nosotras le dábamos. Deseábamos que llegara el día y las horas se nos hacían interminables, todo nos aburría esperando el momento. Y ese día y momento llegó…allí estaba de nuevo el conserje con su cara de amargado repartiendo los cabezudos y las ropas. Los chavales que nos vieron se quedaron atónitos, pero ahí estábamos nosotras para correr como ellos.
Nos dieron “dos boquiabiertos”, son los cabezudos por los que más se puede reconocer a los que van dentro y el conserje lo hizo “a posta” estoy convencida de ello. Después del Pregón y de que la banda municipal de música tocara el himno español, salimos corriendo detrás de lo que fuera y pronto estábamos corriendo nosotras delante de todos ellos; así que nos vieron los chavales que provocaban a los cabezudos y vieron que éramos dos niñas, ¡la que se montó!, nos quitaron la escoba, nos daban en la cabezota  con los nudillos, nos tiraban del vestido, algunos mal hablados nos insultaban. Íbamos de un lado a otro intentando recuperar nuestra vara de atizar, pero era imposible, salíamos atizadas nosotras. La organización del desfile era como eran las cosas antes, desorganizada, sin saber hacia dónde tirar y sobre todo espontánea, el caso era tirar por las calles. Algún mayor intentó ayudarnos en alguna parte del recorrido pero el trayecto era de locos y corre que te corre por las calles siguiendo al “tamboril” entre pescozones y varapalos así hasta  llegar de nuevo a la plaza mayor y allí cayó la más grande, todos contra nosotras, ahora ya se habían unido los propios cabezudos. Era agobiante.
El padre de Gela nos rescató metiéndonos al ayuntamiento.
_¿Qué tal la experiencia?
Estábamos sofocadas, yo no sabía si reír o llorar, me dolía todo y a Gela le pasaba lo mismo. Resoplamos descargando nuestra emoción o quizá nuestra angustia, ¡qué locura! ¡Lo hemos conseguido! ¡ha sido duro, pero lo hemos hecho! Nos abrazamos emocionadas de nuestra hazaña que desde luego no la imaginábamos así pero habíamos conseguido hacer lo que queríamos y eso nos bastaba para estar satisfechas.
Al día siguiente, se firmaba un artículo en el periódico de la localidad relatando lo que dos niñas habían hecho, las primeras en llevar dos “boquiabiertos”, las primeras en abrir la brecha… se ha tardado años en volver a ver niñas llevándolos. Sin embargo hoy he podido comprobar el mismo desfile y he visto que la mayoría de los cabezudos eran llevados por niñas, “la bruja, el lobo, el ogro, el enano”, no he visto ningún boquiabierto descubriendo la identidad de alguien, los escobazos no eran tales y ya no había carreras alocadas. Gigantes y Cabezudos iban ordenados siguiendo una pauta establecida. Ninguna de las niñas que hoy los llevaban se podría imaginar que en 1971 hubo dos niñas que fueron las primeras y que gracias a ellas se rompió lo establecido hasta el momento. Es cierto que el desfile de hoy ha perdido gracia y espontaneidad pero ha ganado en que quien quiera pueda llevar los cabezudos el primer día de fiesta y todos los demás días también.

domingo, 16 de julio de 2017

MÚSICA PARA INCRÉDULOS


Ella me lo dijo con su mirada, pero yo no quería creerlo, mi hermana pequeña confiaba en nosotros, confiaba en mí…
 Era una tarde tormentosa festividad de San Pedro y estaba deseando que llegara la noche, tenía planes con mis Amigos. Después de la hoguera iríamos a la plazoleta y nos dedicaríamos a correr entre las acacias con los tirachinas que había preparado en el taller de mi abuelo. Ese año los mayores habían organizado por primera vez un concurso de canciones y mi madre se empeñaba en convencerme de que mi hermana mediana y yo nos presentáramos, al fin y al cabo no había mucho que perder, no era una cosa trascendente en nuestra vida y el premio era un enorme paquete lleno de bolsas de pipas. No me interesaba lo más mínimo el botín y mucho menos el concurso, solo quería divertirme con mis amigos y mis primos intentando esperar a los rescoldos de la hoguera para poder saltarla. Es cierto que mi hermana tenía una voz impresionante y que cualquier canción que interpretaba no dejaba de llamar la atención, estudiaba piano y tenía un gran sentido musical. Pero yo no me veía acompañándola en ese concurso porque mi voz era penosa, aunque no lo veía así mi madre que no dejaba de insistir en el concurso. Yo solo tatareaba canciones cuando acompañaba a mi tío a la radio y de la fonoteca de Radio Popular Hilario traía un ”sencillo” para rellenar la noticia, el reportaje o el editorial y se oía con un volumen que acababa por meterse en la cabeza  repitiendo sin parar los tonos de la melodía hasta llegar a la extenuación, pero nada más, lo de cantar no era lo mío y le iba a hacer pasar un gran ridículo a mi hermana. Así que yo cantar no cantaba y mi madre se había empeñado en que era necesario que la acompañara  a ese "absurdo concurso", además yo lo tenía claro, quien se tenía que presentar era ella sola. Lo hacía genial no me necesitaba a mí, seguro que hasta ganaba el premio, estaba tan convencido que si cantaba con ella la dejaría en ridículo que cuanto más me insistía mi madre más me negaba yo. Recuerdo que la insistencia de ella fue tema recurrente toda la tarde y lo mismo yo “que no que no”. No se daba cuenta de la vergüenza que iba a pasar, además mis amigos se burlarían de mí y era un rollo, yo solo estaba pensando en la hoguera y en las carreras que iba a echar con los amigos probando los tirachinas y ella “¡que venga y venga!”
No había manera de convencerla que me dejara en paz con el maldito concurso, yo no quería subirme a un escenario y que me viera allí todo el mundo. Estábamos en la galería de la casa, después de la tormenta salían tímidamente los rayos del sol y la sentí  llorar, ese momento me hizo enternecerme, me impresionó su súplica y accedí a hacer una prueba con mi hermana después de varias horas de negativa. La canción no era otra que la de moda del momento "Marionetas en la cuerda" de Sandie Shaw, que acababa de ser premiada en Eurovisión. _“Solo inténtalo una vez y verás que bien lo haces, anda por favor, solo una vez”_ me repitió mi madre. Cuando vi los ojos de mi hermana pequeña supe que ella confiaba en mí, confiaba en nosotros, y me hizo ver que era imposible ir contra mi madre. La vi llorar de emoción y yo mismo me sorprendí de oírme acompasado con mi hermana que no había duda de su voz. La canción nos la sabíamos muy bien y aunque nos trabábamos en alguna estrofa,  la repetimos un par de veces y la dejamos lista para el concurso.
A las 10 de la noche comenzó el concurso, éramos los quintos, una vez en el escenario me concentré en la canción “Marionetas en la cuerda”, mi hermana me iba marcando el ritmo y los tiempos de entrada de la letra "¡Ay si tú me quisieras lo mismo que yo…"  y el público se entregó a nuestra interpretación como si fuéramos los ganadores europeos de la edición de ese año. Desde el escenario veía a mi madre emocionada, a mi hermana pequeña atenta y nerviosa, toda mi familia y amigos estaban pendientes, los veía a todos sorprendidos, emocionados y acompañándonos en el estribillo, no se burlaban ni se reía de nosotros. Mi hermana y yo seguíamos "pero somos marionetas bailando sin fin en la cuerda del amor…"  y se iba pasando el momento “dando vueltas de amor viviré, no sé ni dónde vas ni dónde me llevarás” y la ovación fue unánime “un payaso de feria seré queriéndote siempre así” y desde el escenario veía como aplaudían todos hasta llegar al momento final “ ¡Marionetas en la cuerda, en la cuerda del A-MOR!”.  Mi madre estaba feliz, le había costado convencerme, yo me había resistido fuertemente pero ahí estábamos los tres con el objetivo cumplido. Ahora solo quedaba esperar al final del concurso, éramos 13 participantes.
El jurado  votó  por aclamación y nos hizo los ganadores del primer certamen de Música de Barrio 1967. Mi hermana y yo subimos de nuevo al escenario a recoger nuestro premio: un enorme saco lleno de bolsas de pipas Facundo, las del Toro. Volvimos a cantar la canción con todos los que estaban  acompañándonos... Con el último acorde vimos encenderse la hoguera de San Pedro, mi madre tenía razón no pasaba nada por presentarnos al concurso, claro que una vez pasado los nervios y habiendo ganado el primer premio todas mis dudas eran más fáciles de encajar. Esa noche comenzó el verano para mí. Mis padres me dejaron quedarme hasta tarde para poder saltar la hoguera y después en la plazoleta invité a mis amigos a tomar las pipas del premio. Nunca más me he vuelto a presentar a un concurso musical, ni a ningún otro tipo de concurso.

Desde hace años doy semanalmente la oportunidad a jóvenes que quieran introducirse en el mundo de la música, y que por las razones que sea nadie les ha dado la ocasión de “crecerse” ante una audición en mi programa de radio “Música para incrédulos” es para todos aquellos que cómo yo se sorprenden de lo que pueden hacer por la música y estén empeñados, aunque sea una tarde de tormenta, en que el miedo escénico les inunde y realmente lo que tiene que salir es la emoción que llevan dentro y dejar que una madre con su tenacidad les acabe convenciendo. 


domingo, 30 de abril de 2017

ALTA COCINA: ¿DÓNDE ESTÁN ELLAS?

He leído en la prensa que sólo hay ocho mujeres en el Mundo reconocidas en la Alta Cocina. Me pregunto por qué no hay más,  ¿es que las mujeres no se dedican al negocio de los fogones? ¿Chef frente a Cocinera son términos con diferentes valores, prestigia a ellos y  quita importancia a ellas? ¿esta profesión en femenino es  más tradicional, menos valorada, rimbombante e innovadora que en masculino?    
Es sorprendente observar como año tras año  se premia al mejor restaurante del Mundo o se conceden galardones de Estrellas a restaurantes regidos por hombres, y se cuenta con los dedos de una mano los reconocimientos obtenidos por mujeres al frente de un restaurante. En general la sociedad tampoco contribuye a que la mujer llegue al puesto de maestra Chef.
Identificamos  Cocinera con una mujer de mandil blanco, que elabora platos tradicionales en la cocina de un restaurante y que posiblemente se  encargue de gestionar todo lo relacionado en su cocina de trabajo, sin ayudantes a su cargo que elaboren esos platos tan modernos del momento con “nombres importantes  y con poca sustancia consistente” y por supuesto, no se la relaciona con el prestigio de un establecimiento. Pero cuando oímos la palabra Cocinero lo visualizamos como regente de un buen restaurante que practica la Alta Cocina, vestido con mandil negro, gorro de cocinero o pañuelo bien atado teorizando sobre formas de comidas diferentes, mezclando alimentos, “deconstruyendo” su elaboración inicial, ayudado por un séquito de subalternos que delicadamente trabajan para llevar a cabo su genial idea;  a su vez estos ayudantes son también hombres, hay pocas  mujeres en esos equipos, todos han salido de las mejores escuelas de cocina. Surge el término Maestro Chef, a esta especie de sabio se le encumbra como si “un dios moderno  bajase a visitarnos”, su popularidad es tal que contribuye a la idea de que  la Cocina con mayúsculas es una cuestión de hombres. Y son ellos los que dirigen la innovación y la manera de entender este tipo de cocina como una especie de manera irracional del buen comer.
Centrémonos un poco, en España sólo hay dos Maestras cocineras reconocidas mundialmente en la Alta Cocina, Carme Ruscalleda y Elena Arzak; así que volvamos a preguntarnos ¿dónde están las demás? ¿Por qué no hay más cocineras prestigiosas que nos sorprendan con su sabiduría y buen hacer? ¿dónde están sus premios? ¿Estrellas por su trabajo? ¿mejor restaurante regentado por una cocinera?  En el Mundo no vamos a encontrar más de un puñado pequeño de mujeres dedicadas a la Alta cocina que gestionan sus propios restaurantes.
Desde que en la evolución de los homínidos el Homo Ergaster descubrió el fuego y lo fue dominando, creo que hubo una mujer que se dio cuenta que en su dieta diaria podía  “churruscar” un trozo de la carne que llevaba varios miles de años incluida en su dieta, con esto la hacía más sabrosa y seguro que se dio cuenta que adobándola con distintas hierbas le sacaba un sabor a ese pedazo de carne jugoso que lo hacía exquisito con un toque diferente a todo lo probado hasta el momento. Imagino que ese fue el principio de nuestra cocina y con él, el de las mujeres cocineras y me sigo preguntando: cómo llevando tantos años de adobos, de selección de alimentos, hierbas, especias, carnes, pescados, frutas, hortalizas y tantos años mezclándola, manipulándolas, buscando sabores, formas de asarlas, guisarlas, freírlas y un sinfín de maneras de elaborar los alimentos para convertirlos en platos sabrosos, sólo se encuentren unas pocas mujeres en el Mundo dedicadas a la Alta Cocina, frente al gran número de Chefs al que se le dedican portadas de revistas, programas de televisión, secciones radiofónicas y una larga lista de reportajes, columnas y entrevistas.  Desde hace unos años las televisiones han apostado fuerte por los programas de cocina, tienen mucha cuota de pantalla y casualidad, la mayoría por no decir casi todos, los que enseñan los platos que debemos llevarnos a la boca son Cocineros. Sólo he encontrado tres programas dirigidos por mujeres frente a ocho donde ellos son los protagonistas y curiosamente éstos se encuentran en las franjas horarias de más audiencia. Realmente me cuesta mucho creer que  haya tan pocas mujeres capaces de ser la estrella de los platós televisivos.  Lo más sorprendente es cuando el Maestro Cocinero es entrevistado en los Medios, y cuenta una y otra vez su trayectoria profesional casi siempre menciona como “la gracia de su don”, a su madre, a su abuela, o a una tía, todas ellas mujeres, y se retrotrae a su infancia para que nosotros apreciemos esos aromas y olores que le inculcaron ellas, ¡interesante! todas MUJERES. No  he encontrado ningún testimonio de estos nuevos Sabios, tan de moda, decir: “esto se lo debo a las horas que veía a mi abuelo en los fogones, mi sabiduría está en mi padre que no dejaba de cocinar y me enseñó a “pochar” a  “rehogar” y a “mezclar” la salsa o la crema del plato que me ha hecho famoso, mi tío me enseñó a aromatizar, y a buscar por el campo las especias que ahora espumo”….¡NO, nunca lo he oído!
Ellas son cocineras término que sólo es bueno si ejercen esa profesión de manera casera y así hay abuelas y madres que saben hacer todo tipo de viandas, postres, mermeladas y licores, eso sí, son las mejores de su casa. Cuando hablamos de Restaurantes con prestigio, ya son palabras mayores, la cocina se convierte en la Alta Cocina y son ellos los que lideran el mercado. Entonces se habla de cocineros de renombre, se dignifica su profesión y se  convierten en Maestros y Gurús de las nuevas formas de cocinar.  Por tanto son ellos los que triunfan a pesar de que han sido ellas las que les han enseñado a elaborar  sus primeros platos de comida. Es poco entendible que si la cultura culinaria ha llegado por las mujeres, a base de practicar y practicar, ensayo, error y aprendizaje por qué ellas no son las mejores si lo llevan haciendo miles de años.
La respuesta a estas preguntas está en considerar a la Alta Cocina que se desarrolla en restaurantes de prestigio como un negocio, una nueva forma de emprendimiento. El mundo de la empresa y el atrevimiento  a abordar nuevas maneras de entender la cocina como una industria rentable económicamente es mayoritariamente masculino, y  parece vetado para ellas. En la Restauración la innovación culinaria se ha elevado a categoría artística y en este terreno el hombre se despega de la cocina tradicional, que siempre ha estado dirigido por la mujer, para crear una nueva forma de trabajo, un negocio de transformación que  elabora platos diferentes convirtiéndose en grandes maestros del conocimiento y el arte del buen comer.

La Alta cocina requiere de muchas horas de trabajo, parece que ellos sí pueden dedicarse profesionalmente al cien por cien, pero ¿y ellas?, ¿puede soportar una familia que una mujer se dedique enteramente a este negocio? ¿es aceptado por su pareja, sus hijos e incluso por la sociedad que presiona continuamente para que el cuidado familiar sea terreno de ellas y haya conciliación familiar? Casi seguro que no, además  me atrevería a decir que una chef tiene que trabajar el doble para demostrar que es igual que el mejor Chef. La presencia femenina es testimonial en la restauración artística y por tanto la Alta cocina, entendida como emprendimiento empresarial junto con la innovación  y la dedicación exclusiva son los ingredientes necesarios para que los hombres triunfen en un medio enseñado en sus orígenes por mujeres. La Cocinera tradicional se convierte en Maestro Chef, vocablo culmen del conocimiento en los fogones para ellos donde todos han tenido o tienen una madre que cocina de lujo, lo han aprendido todo de ellas y luego le han echado imaginación para poner en el plato una interpretación diminuta de humo y espuma con sabor a fama y a industria del buen paladar. Por eso tan sólo unas pocas mujeres en todo el Mundo han alcanzado la gloria de ser Maestras Cocineras Eugène Brazier, Marguerite Bise, Mado Point, Nadia Santini, Anne-Sophie Pic, María Marte y las dos españolas mencionadas anteriormente, Carme Ruscalleda y Elena Arzak.