domingo, 11 de marzo de 2018

NECESITO AYUDA, ME LLAMO...


Elisa Crespo tenía dos hermanas, pero como si no las tuviese, los celos de Elvira la mantenían en un rencor  permanente y  la ira de Amalia hacía muy difícil la relación entre la familia, esto era así desde niñas y por mucho que Elisa hubiera intentado remediar la situación familiar buscando soluciones, pasando de las discusiones, cediendo en las cosas que más daño podían causar a sus hermanas, la situación después de 25 años de convivencia era insostenible. Ni siquiera habían cambiado  casándose, al contrario todo había empeorado y el mal talante se extendía ya a sus cónyuges, así que la relación entre todos ellos era un “infierno”
Elisa había conocido al que creía el hombre de su vida en la “cantina” de la estación de ferrocarril, tenía que esperar al tren de cercanías. Su madre estaba en fase crítica por una enfermedad degenerativa  en el hospital comarcal y el frío del invierno le había hecho entrar en esa tasca lúgubre, asquerosa y decadente. El café la reanimaba, le hacía sentirse algo más feliz, un pequeño manto de calor sobre sus hombros,  el olvido de sentirse sola entre tanto malestar, le hacía recobrar la paciencia y el tesón para seguir  conviviendo con su familia, y ahí estaba él esperando que ella fijara sus ojos en su mirada; varias vueltas con la cucharilla en la taza de café, el murmullo de los que estaban dentro resguardándose de lo mismo que ella, la situación absurda de la espera y sobre ese instante de soledad Elisa Crespo lo vio.
Acuarela Sara Escudero
Román el “Barítono” como le llamaban sus amigas por su tipo de voz.  A Elisa, en un principio, no le dieron calambres, ni sonrojos, ni emociones que le hicieran cambiar de humor por su presencia, se saludaron sin más y  después de un rato él empezó a hablarle.  Román Guillén le había hecho reír unos minutos antes de coger el tren, se había dado cuenta que había gente que disfrutaba de la vida, que no la sentía como algo tan triste y lúgubre como  ella creía, pensó que aún había esperanza de salir a flote y una pequeña sonrisa le había cambiado el gesto de sus labios, aunque pronto iban a volver a su estado hermético y apretado.
Su madre murió antes que ella llegara al hospital. Elvira y Amalia discutían sin importarles el momento trascendental que estaban viviendo, los celos y el resquemor de lo vivido en el pasado las perseguía y no podían estar ni una hora sin que al final acabaran peleando. Esto mismo ya había sucedido año y medio antes cuando a su padre le había dado un infarto en plena calle y había fallecido sin que nadie lo esperase, en ese momento ellas también habían dado la “nota” sin derramar una lágrima por él.
Se sentía sola en medio de ese vacío que produce la muerte y pensó en la sonrisa de Román, no había dejado de hablar y de derrochar energía y felicidad desde que tímidamente ella le había saludado hasta que se despidieron en la estación. Ese corto espacio de tiempo le reconfortaba ahora que los momentos eran duros.  Resonaba en su cabeza una y otra vez su  voz grave y viril pero a la vez era cautivadora y  ligera,  mientras velaba a su madre. Con la mirada perdida se  maginaba una bonita vida al lado de ese muchacho con el que había compartido una pequeña sonrisa.
El “Barítono” había cumplido 32 años cuando le pidió matrimonio a Elisa Crespo, dos años más joven que él. Los ojos de ella se iluminaron y no dudó en decir el Sí más liberador que había pronunciado “Sí, sí y mil veces sí” le había dicho. La situación con sus hermanas desde la muerte de su madre lejos de arreglarse había empeorado, a parte de los rencores de siempre,  la desafección  que sentían era cada vez más profunda y ahora se sumaban los celos por la herencia y los pequeños objetos que sus padres les habían dejado. El ambiente familiar era irrespirable y ella estaba asqueada de tanta discusión.
Por fin Elisa podría liberarse de toda esa angustia y no sentir más la ansiedad por la ira constante de Elvira, Amalia y sus maridos.  Estaba feliz por poder vivir su propia vida con el hombre al que amaba. Iba a dejar atrás toda la amargura vivida. El mundo se le presentaba amable, el sol ahora brilla en su cara, se sentía segura de sí misma, era una mujer imparable al que la vida le iba a empezar a sonreír.
La primera mala cara apareció en el viaje de  boda después de beber varias copas de vino, el segundo encontronazo fue un cambio de humor repentino que la empujó contra la pared de la cocina, aunque Elisa pensó que había sido un accidente fortuito y que quizá ella no había interpretado bien sus forcejeos.   Luego llegaron las faltas de respeto,  los gritos, una bofetada inesperada, el desprecio. Elisa Crespo no entendía  la violencia y el abuso que ejercía sobre ella así que se quedaba paralizada por el miedo y se dejaba hacer.  Era incapaz de compartir lo que le pasaba con las pocas amigas que tenía, él no le dejaba señales visibles y se las arreglaba para ser “un tío simpático, agradable con el que se pasaba un buen rato”.  Elisa sabía que ellas no la iban a creer; además se sentía “sucia”, indeseable, un deshecho y por ello estaba avergonzada. Era mejor callar para que no la señalaran por la calle, era preferible aguantar. Román sabía bien como disimular y cómo hacer que los golpes, los gritos y las humillaciones los recibiera no sólo de manera física, sino que se encargaba de anularla psicológicamente. Con su voz de barítono le vociferaba, “tú no vales un carajo” “eres un estorbo” “no sabes hacer nada”, “quítate de ahí puta cerda” “si te cojo te arranco esos pelajos de mierda”, “guarra”, “quítate de mi vista” y así hasta que se creyó cada uno de los improperios que le lanzaba como puñales.
Elisa Crespo  más que confundida, estaba perdida, sin saber reaccionar a la violencia del “Barítono”, es cierto que éste bebía, pero no llamaba la atención por ello, algunas tardes al finalizar el trabajo se reunía con sus amigos pero no pasaba de unas cuantas cervezas, no era un borracho pero al llegar a casa  por cualquier tontería podía montar en cólera, estaba convencida que algo de su presencia le hacía cambiar el humor y toda su rabia la estampaba contra ella, no sabía cómo agradarlo, hiciera lo que hiciera siempre había un crítica y estaba mal.
Pensó seriamente en hablar con sus hermanas pero descartó esta posibilidad enseguida, hacía tiempo que la relación con Elvira y Amalia era escasa y cuando se juntaban acababan echándose en cara los reproches del pasado y los celos siempre aparecían como una lanza punzante casi tan dolorosa como los golpes que Román Guillén le propinaba un día sí y otro también.  Además recordaba que cuando les dijo que se casaba con él “pusieron el grito en el cielo” y le dijeron “no es buena su familia” “su padre está en la cárcel  por no se sabe qué, pero algo raro con su madre y sus hijas, tú ya sabes que puede ser”,“ los hijos se han criado en la calle”, “no lo hagas Elisa” ”es un tío simpático, pero es un randa, no es de fiar” . Así que todo su sufrimiento y lo que le pasaba con su marido eran cosas que se quedarían para ella.  Recordaba a Román en la “cantina” de la estación de tren, las imágenes  se sucedían repetidamente, su voz, su amabilidad, su sonrisa y no entendía en lo que se había convertido, “un monstruo” para ella.
Ahora que estaba embarazada de Claudia las cosas estaban mejorando,  o eso le parecía, porque las humillaciones, los gritos, los golpes, incluso los abusos  no eran a diario.  Era un momento  en el que Elisa consiguió convencerse de que él estaba cambiando, de que podía mejorar. Román  le había contado la violencia que su padre había empleado con él, sus hermanos y su madre.  Un sentimiento de pena y cariño se apoderaban de ella cada vez que lo veía así tan vulnerable, así que Elisa pensó que lo mejor era seguir adelante, perdonarle sus abusos y con el tiempo seguro que mejoraría, de hecho le justificaba cada mal gesto, dejaba de darle importancia, al fin y al cabo él era una víctima como ella. En su estado de gestación llegó a sentir ternura por él,  incluso olvidó todos sus desmanes, faltas de respeto, gritos, golpes y violaciones. Román la había anulado como persona y no veía su realidad.
Claudia, era una niña preciosa,  que vino para ayudar a Elisa a encontrar la felicidad que le faltaba. Era normal que en los primeros días de su vida llorara por los cólicos típicos de los recién nacidos y requería de todos los cuidados de su madre, pero él comenzó a decir que no soportaba esa situación, que se sentía “un don nadie” en su propia casa y que “una diminuta mindundi” no le iba a reemplazar.
Román no tuvo paciencia, perdió los nervios,  y regresaron las faltas de respeto, las humillaciones, los gritos. Escuchar meter la llave en la cerradura de la puerta  instantes antes de entrar él en casa, le producía taquicardia, se moría de miedo, todo el cuerpo le temblaba  y pedía a sus muertos que Claudia no llorase.
Un día le reventó el labio y le partió el párpado derecho, se sintió ninguneado por su hija cuando ésta reclamaba la atención de su madre  y a él le pareció un abuso insoportable, se puso histérico y se le fue la mano con Elisa. Él le pidió perdón cuando la vio tirada en medio del salón, le prometió que no lo volvería hacer, y sollozando le curó sus heridas.  Ese acto de contrición no le era nuevo, siempre repetía el mismo patrón.
En ese estado de dolor físico se dio cuenta que debía coger a su hija y largarse,  sacar fuerzas por ella y aunque estaba sola sin ayuda de familia, amigos o vecinos, tenía que  encontrar una salida a todo ese “horror”. El “Barítono” le había destrozado su vida pero no iba a permitir que destrozara la de su hija Claudia.
Hacía unos meses que había escuchado en la radio un anuncio de un número de teléfono que ayudaba a mujeres en situación de violencia, se sintió identificada y memorizó el número, aunque sólo con pensar que él se enterase de ese servicio y creyese que ella podría llamar le daba pánico, le temblaban las piernas y un estado de ansiedad le quitaba la idea de ponerse en contacto.
Pero ahora era diferente, casi la había dejado inconsciente y se había prometido que por Claudia lo haría. Estaba dispuesta a llamar, a pedir ayuda, sólo necesitaba recuperarse un poco y disimular que todo seguía igual con Román Guillén. Lo más importante de su vida era su preciosa niña, la protegería.

016 ¿EN QUÉ PUEDO AYUDARLE?….


No hay comentarios:

Publicar un comentario