domingo, 15 de marzo de 2020

COVID-19: DIARIO DE UN ENCIERRO OBLIGADO-DÍA 0







Día cero: Estado de alarma nacional 13 de marzo 2020 (5679 infectados)

Cómo iba a pensar que siete meses después de la celebración de la boda del hijo de mis mejores amigos, estuviéramos como estamos hoy. Aquel día  bailábamos felices, con los brazos en alto, cantando la canción “Follow the leader” y todos a una moviéndonos hacia  adelante después  hacia atrás organizados en una coreografía perfecta, cantando cada vez más alto y fuerte nuestra felicidad sin esperar que nada ni nadie interrumpiese ese estado de catarsis eufórico. Más o menos a la misma hora que aquel día, cuando comenzábamos nuestro baile, el presidente del gobierno, hoy ha anunciado  que estamos en estado de alarma nacional. No sabemos muy bien en qué consiste, se nos hace patente que tendremos que permanecer en nuestras casas confinados para no contagiar o contagiarnos del virus procedente de China Covid-19, Coronavirus.
Llevo atenta a la evolución del virus, por lo menos mes y medio. Nos han hecho creer los expertos gubernamentales, que aquí no nos iba a llegar la infección o si lo hacía era en menor medida que en otros lugares y con pocos contagios. Sólo me he dado cuenta del peligro cuando he visto lo que estaba pasando en Italia, un  número de contagios elevado multiplicándose cada día con un número de fallecimientos elevados. Todo esto me ha hecho pensar que las cifras de infectados y de defunciones iba a alcanzar a España en la misma proporción que en el país hermano y claro a partir de ahí muchos nos hemos echado las manos a la cabeza y lamentamos la dejadez de nuestros  gobernantes.
Aun así ha habido quien no ha querido creer el peligro, no se cree que haya que cambiar por un tiempo nuestras costumbres sociales y tengamos que volvernos un poco ermitaños. Las precauciones que ha tomado la sociedad han sido mínimas, pensamos que con nosotros no iba la cosa y así estamos en este punto: Confinamiento. Una situación ajena e irreal difícil de digerir.
En el trabajo hace una semana los alumnos PIR de Máster procedentes de Asturias nos comentaron que nos preparáramos para hacer frente a un contagio del 80% de la población. Habían tenido una reunión con la dirección del hospital de su zona instándoles a no salir de su región. Nos pareció exagerado y fuera de lugar lo que decían. Aun así no dejé de alarmarme y empecé a extremar precauciones.
Me encanta escuchar la radio y tan sólo uno de los programas del fin de semana daba datos alarmantes a una semana vista. El grado de contagio se ha multiplicado por dos, por tres y por cuatro en estos días cumpliéndose los pronósticos de los alumnos y el radiofonista.
Desde hoy viernes se han cerrado negocios en cascada hasta conseguir el 100% en la enseñanza, restaurantes, hoteles , pequeños negocios, así hasta llegar al anuncio de que sólo pueden abrir  farmacias, tiendas de alimentación y aquellos que vendan artículos de primera necesidad. Me ha llamado la atención que esto se extiende a los quioscos para la venta de prensa, lo entiendo tenemos que estar informados, y lo estancos, éste me llama más la atención, increíble, supongo que es porque la población tiene que reducir su ansiedad fumando hasta la extenuación para que luego la sanidad le ayude a superar  la enfermedad terminal que puede llegar a tener. Lo cierto es que estos establecimientos han tenido colas para conseguir la porción de tabaco a fumar para días de encierro en los domicilios, espero que no olviden abrir las ventanas para no contaminar a su familia.
Haciendo un acto de responsabilidad  para minimizar riesgos, el director de la clínica donde trabajo me ha informado del cierre temporal de nuestra Unidad así que  fui llamando a cada uno de los pacientes cancelando las citas de terapia para la próxima semana. Obviamente nadie se enfadó por ello y muy gustosamente aceptaron la cancelación. Somos un centro donde tenemos un estrecho contacto con los pacientes, nuestra cercanía física es parte de nuestro trabajo y sería un acto imprudente seguir manteniendo ese contacto tan cercano. Les hemos ofrecido a todos la posibilidad de llamar y poder ser atendidos por los terapeutas desde la clínica, con seguimiento telefónico para que nadie se sienta abandonado, queremos que sepan que seguimos ahí pero por otro medio diferente al habitual.
Creo que la responsabilidad es de cada uno y que esto tiene que ser un acto de cuidado hacia uno mismo para respetar que el otro no sea contagiado y vencer el Covid-19

Día 1: Confinamiento 14 de marzo 2020 (6391 infectados)

El primer día hay que hacer un acto de imaginarse dos semanas encerrado en casa y empezar a aceptarlo. Tengo que reconocer que soy privilegiada, vivo a las afueras de la ciudad, rodeada de naturaleza por un lado, y por otro una hermosa playa por la que ahora no se podrá pasear y disfruto de un jardín particular que va a ser el pulmón de toda mi familia.
Las indicaciones son claras: no salir de casa, no tener contacto con vecinos, se puede sacar a los animales domésticos y uno de la familia encargarse de comprar alimentos. Desde hace un par de días la prensa ofrece imágenes de histerismo de la población comprando en los supermercados como si los víveres se fueran a acabar y no hubiera para todos. Desde los medios se insististe en que no habrá ningún problema de desabastecimiento. Pero con la comida nos ponemos nerviosos y nos agobia no tener que comer, por otro lado ha sido sorprendente que uno de los artículos que ha faltado de los lineales haya sido el papel higiénico, sorprendente. Supongo que basta con que una persona vea a alguien que se lleva un par de paquetes de seis rollos para que se apunte a comprar dos paquetes más y así unos por otros dejamos vacío el lineal . Es que no somos racionales y el miedo nos puede, sin embargo no ha faltado el jabón para lavarse las manos, que es lo que más debemos cuidar. Lo hay en grandes cantidades y en todos los formatos, pastilla o líquido. En fin no dejo de sorprenderme de cómo nos comportamos.
Decido salir yo a comprar, esto es porque casi siempre lo hago yo en mi casa y porque veo que mi marido, Natan es más propenso a cazar virus que y cuando tiene un catarro no lo suelta en varios meses. En el coche me voy mentalizando que tengo que tener paciencia. Tengo que focalizarme solo en la lista que he hecho con lo necesario para una semana y no dejarme llevar por lo que cojan los demas.  Veo mucha gente en el supermercado, más de lo habitual. Lo primero que percibo es que todos hacen las cosas muy rápido. Desde la entrada largas mesas de lineales con papel higiénico y en promoción. Habrán pensado que si los consumidores vemos esa cantidad de rollos de papel nos vamos a tranquilizar. Los empleados que veo cada semana me saludan y me dicen que trabajan sin descanso, que es una locura y empatizo con ellos dándoles mi agradecimiento por su labor. He intentado concentrarme en mi lista entre tanto jaleo. Voy cumpliendo mis objetivos, un poco de carne, un poco de pescado, arroz, lentejas, garbanzos, fruta, huevos, leche, agua, pasta, aceite, algunas latas, cereales, unas coca colas, yogures, varios paquetes de jabón de manos, diferentes geles y champús y como no,  papel higiénico no podía faltar, no va a ser mi familia menos que las demás, es parte del contagio si todos lo compran yo también no vaya a ser.... También he pensado que la lejía sería importante o el jabón de lavadora y el suavizante sin olvidarme de la comida de nuestro perro. Realmente salir del supermercado ha sido un alivio. Pero una vez que he salido me he dado cuenta que la exposición al virus ha sido muy alta y que hay que poner orden a la hora de ir a comprar. Si  hay mucha gente comprando a la vez, cómo no nos vamos a contagiar, en pocos días todos habremos contraído la enfermedad un buen número de nosotros. Por favor orden y tranquilidad.
Ahora lo mejor es estar confinados en casa. Yo no sé estar en casa mucho tiempo encerrada y no sé lo que es estar tranquila sentada por mucho tiempo en un sofá. No me gusta ver la televisión, veo alguna serie en Netflix o Prime, pero no es lo mío y  me suelo dormir a los pocos minutos de empezarlas a ver. Mi día a día a parte del trabajo consiste en realizar muchas actividades, lo ideal es no estar parada. Hoy es sábado, hace buen día, desde el salón de mi casa veo el jardín, está un poco descuidado, no suelo cortar el césped en invierno, pero ahora es el momento. Enchufada a la radio con mis cascos a todo volumen, me paso más de dos horas dedicada al jardín y he disfrutado mucho de este momento.
Con la cantidad de alimentos que he traído, me cuesta pensar qué comida hacer. He hecho una paella, que me ha salido increíble, un sabor excepcional, para chuparse los dedos. Con el último bocado nuestra hija mediana nos ha dado la noticia de que su hotel cierra durante dos meses y los granos se nos han atragantado.  Era algo que esperábamos aunque no queríamos oír. La lista del paro va a ser elevada y la desesperación de  la sociedad va a ser un duro golpe que remontará lentamente. Cómo no animarla, superaremos esto, los españoles somos solidarios, no hay empresario que en estos momentos quiera echar a sus empleados pero no les queda otra opción. El golpe económico de está haciendo ya visible y como el virus va a alcanzar a mucha gente. La parte positiva es la promesa de que todos serán recontratados cuando todo pase.
Desde Francia nuestra hija mayor seguirá su máster en París, de manera diferida a través del ordenador, el país no ha adoptado todavía el estado de alarma o las medidas de excepción que aquí, incluso no han anulado los comicios previstos para mañana domingo, ellos sabrán.
Hacía varias semanas que nuestro hijo se había vuelto del sur para iniciar un nuevo proyecto aquí, más cerca de nosotros.  Mi madre se encuentra sola pero está bien cuidada. Al vivir en una ciudad pequeña el riesgo es más bajo, aunque ella, por su edad tiene mucho más riesgo que el resto. Se encuentra tranquila y habla de otros periodos de su vida difíciles con más riesgo de mortandad que ahora. Realmente su calma me admira. Así que aunque toda la familia esté separada, por ahora estamos bien. La tecnología nos ayuda a conectarnos y hace que estemos más cerca.
Por la tarde entre la lectura de periódicos, un poco de trabajo, preparación de mis clases de inglés, mi aerobic casero, mis ensayos de flamenco, mucho teléfono y demasiados mensajes de amigos y familiares se me ha ido volando el tarde.
Escuchar las noticias con los nuevos  porcentajes de infectados y número de fallecimientos me crea un poco de ansiedad, pero enseguida recobro la calma cuando me llega a través del Watsapp la convocatoria de un minuto de aplausos  por nuestros profesionales de la sanidad que trabajan sin descanso por contener y salvar la vida de todos nosotros. Cuando veo que podemos organizar actos tan simples como estos me emociono y pienso que el ser humano es grande, ingenioso, tremendamente solidario y bueno, aunque claro siempre hay excepciones. Mañana seguiré aprendiendo de toda esta situación.

Día 2: Conciencia de estar dentro. 15 de marzo 2020 (7753 infectados)


Es fácil quedarse en casa un domingo con mal tiempo, es perfecto escuchar como llueve mientras me desperezo por la mañana hacia las 9. Duermo poco y lo que suelo hacer es escuchar la radio desde las 7 de la mañana y media hora después ya me estoy levantando por mi afán de hacer cosas banales, que realmente bien podrían esperar o dejarse de hacer. Hoy ha estado bien levantarse más tarde. Me estoy concienciando del encierro, de estar dentro de casa sin salir y he decidido experimentar con mi comportamiento. Hacer las cosas más lentamente, no tengo necesidad de hacer mis tareas como siempre a la carrera, voy a tener más tiempo de lo normal aunque reconozco que eso me pone nerviosa. Veré como me sienta todo este cambio en mi manera de ser.
En el teléfono muchos mensajes de amigos y familiares, creo que nadie puede dormir bien y tiramos de teléfono para unirnos en estos momentos de incertidumbre. Varios vídeos me emocionan y reconozco que se me han saltado las lágrimas cuando veo a los profesionales chinos quitarse las mascarillas venciendo la enfermedad o a los nuestros dándonos las gracias por los aplausos de ayer por la noche. Me he levantado de muy buen humor, hay esperanza en todos nosotros. El desayuno ha sido muy relajado con Natan, hemos hablado de los pequeños problemas que nos vienen encima con todo este jaleo, él siempre es muy positivo y donde yo veo problemas él no deja de encontrar soluciones.
Llamar a mi madre ha sido mi objetivo prioritario, para mí no sería fácil pasar estos días sin mi familia, aunque ella tiene acompañamiento, pero no es lo mismo que estar con los tuyos. No está preocupada y le encanta estar en su casa sin salir. Me dice que lleva varios kilómetros dando vueltas a la mesa del salón y piensa seguir así un par de horas.
Recibo muchos mensajes desde Francia de mi hija mayor animándonos con recopilaciones musicales que han surgido espontáneamente. Está permitido pasear a los animales domésticos y mi hijo ha aprovechado esa autorización para comprobar que los vecinos de esta zona acatamos la reclusión. Es cierto que no se ha cruzado a nadie y el silencio de la calle le ha hecho regresar a los 15 minutos.  Hoy ha hecho el último turno de hotel nuestra hija mediana, se ha despedido de sus compañeros con cierta emoción y ha decidido hacer cuarentena por el riesgo de haberse infectado de algún cliente.
Un buen churrasco al horno, no es día de barbacoa, ha hecho una comida agradable. De fondo música de Willie Nelson sin perder de vista las noticias de la televisión y estar a la última en la inmensidad de noticias que hay.
La tarde es pesada con tanta lluvia, leo la prensa, a veces me enfado, otras empatizo, me emociono con lo que veo y me asusta el aumento de ayer a hoy de infectados. Lo mejor es mantenerse tranquila. Intento leer un poco para evadirme, pero no consigo concentrarme. Lo mejor es hacer un poco de ejercicio para soltar tensión, una hora de aerobic me saca un poco de tanta información y dejar de pensar y hablar de todo este fenómeno vírico.
Natan consigue divertirme con su humor inteligente y me recuerda que ya hemos pasado dos días encerrados y aquí estamos disfrutando uno del otro. Por qué no cantar una canción a “voz en grito” y por qué no bailar juntos esa canción que suena. Este encierro tiene de bueno que estamos haciendo aquello que hace años no hacíamos, volvemos a valorar actividades que habíamos olvidado por no tener tiempo, incluso abrimos los álbumes de fotos que hacía años estaban en el armario. ¿Tendremos que dar gracias al Covid-19 por todo lo que nos está aportando de bueno no solo a las personas sino al medio ambiente por todo este parón?

lunes, 27 de enero de 2020

LA SINAGOGA DE TESNAN


Estaban ilusionados por visitarme, habíamos preparado el viaje con varios meses de antelación y llevábamos hablando de él desde hacía más de un año…
Llegó el día de tomar el avión hacia Tesnan, los nervios del viaje les había jugado una mala pasada y se habían quedado hablando hasta muy tarde ya en la madrugada, luego se desvelaron y cada uno se relajó como pudo cayendo en un sueño ligero, un “duermevela” de  apenas tres horas de descanso. No dejaba de llover y amenazaba con arruinar el vuelo, el viento norte de la costa atlántica. El conductor del Uber que les llevó al aeropuerto les deseó suerte con el viaje y ellos con una mueca irónica se resignaron a los designios del tiempo atmosférico y los retrasos que pudieran tener por las inclemencias a las que estaban más que acostumbrados. Mientras observaban las pantallas informativas del aeropuerto, comprobaron que había varios aviones retrasados. Se empezaron a preocupar por el poco margen que les quedaba para tomar el segundo avión y llegar a esta ciudad que tanto deseaba que conocieran.  Se mentalizaron, con cierta decepción y desánimo,  a que posiblemente fuera difícil llegar ese día a su destino. 
24 horas más tarde de lo previsto les estaba abrazando en el aeropuerto Eugène Sue de Tesnan y todo aquel cansancio acumulado por retrasos, esperas indeseadas, pérdida de conexión entre vuelos, se había borrado de sus caras. Hacía más de nueve meses que no los veía, es cierto que no había día que no contactáramos  por whatsApp o por Facetime pero no hay nada como sentirlos tan cerca.  Sus abrazos,  su cariño, sus besos me hacían sentir segura y ahora que estaban a mi lado, por unos días, iba a disfrutar de su presencia. Tenía ganas de enseñarles no solo mi casa, de la cual estaba orgullosa de cómo la había decorado, sino que estaba emocionada por llevarles por todas las calles que, cada día con mi bicicleta, atravesaba para ir al trabajo.  Ver las plazas, callejuelas, edificios emblemáticos, o pasear por los mercadillos de segunda mano a los que me encantaba acudir o incluso pasear por los lugares donde, a veces, me sentía sola y pensaba en ellos y en mi país con añoranza. Por supuesto ellos traían una larga lista de actividades para hacer, no solo conmigo sino que habían pensado en cómo invertirían su tiempo mientras yo estaba trabajando.
Las vistas de mi apartamento eran espectaculares. Las ventanas y el balcón principal daban a la parte trasera del edificio y lo que veía era un paisaje lleno de contrastes: edificios de diferentes colores mezclados con el negro  y el ocre de los tejados, llenos de chimeneas y  antenas. Al llegar al piso,  lo primero que hicimos fue asomarnos al balcón y buscar la silueta de la Sinagoga, hablábamos tantas veces de ella, les había enviado  tantas fotos del edificio en diferentes momentos del día que se había convertido en un reclamo interesante para ser lo primero que ver de mi apartamento antes que todo lo demás.
Tengo que reconocer que me daba paz  tenerla tan cerca. Al mirarla me sentía protegida, era una sensación de tranquilidad que realmente me gustaba, aunque no sabía explicar la razón de ese sentimiento. Por la noche se veía luz en alguna de sus ventanas y me confortaba el saber que alguien estaba allí.  La Sinagoga de Tesnan se encontraba a dos calles de mi edificio. La primera vez que fui a visitarla me sorprendió que se accediera a ella a través de un “callejón”, relativamente estrecho, que acababa en la misma entrada de la Sinagoga. Una verja azul de doble hoja con tres  majestuosas Estrellas de David impedía ver el edificio completo, solo quedaba a la vista la espadaña superior, y era imposible acceder a ella si alguien no abría la verja principal. No se oía ningún ruido y parecía que no había nadie en su interior, así que no me atreví a llamar al interfono y yo misma me convencí que en otra ocasión llamaría, con la excusa de preguntar por la celebración de una festividad o de un servicio y presentarme al rabino. Seguro que la cámara de seguridad que había en el muro de cierre, habría informado de mi llegada pero lo cierto es que nunca volví y sin embargo la hacía mía cada vez que la miraba a través de la ventana de mi balcón.
Sabía que ellos  se acercarían a la Sinagoga para visitarla y que sería lo primero que harían en su recorrido turístico. Conociendo a mi madre, estaba convencida que iba a llamar al timbre y si el rabino les recibía iban a presentarse aunque no supieran ni una palabra de francés. Estaba segura que mi padre la animaría en su decisión de entrar en la Sinagoga y aunque él no era tan atrevido, le encantaba su determinación y seguridad en esas situaciones. Lo que yo no me podía imaginar es que la Pequeña Sinagoga de Tesnan quedara ligada a ellos y formara parte de mi vida para siempre.
Habíamos quedado para comer, en el corto espacio de tiempo que tenía hasta volver al estudio y completar mi jornada laboral, estaba a quince minutos de casa y a ellos les pareció una idea estupenda el poder hacer un alto, para descansar antes de seguir con la ruta turística. 
Al doblar la esquina, por el carril bici, hacia la calle René Montagnon, un gendarme me paró en seco.  Un grupo numeroso de ellos estaba acordonando la zona y no me permitieron pasar. La cola de coches que se estaba formando era grande y entre tanto jaleo, muchos conductores se bajaron de sus vehículos, para informarse de lo que estaba pasando. Al fondo de la avenida Clermaux en dirección a la Sinagoga un tumulto de gente en actitud nerviosa hablaba “atropelladamente” con caras de pánico, pero era imposible entender lo que decían. Lo primero que me vino a la cabeza fue que se trataría de un accidente de tráfico o bien podría ser un escape de gas de algún edificio colindante, ya que en lo que llevábamos de año, había ocurrido varias veces y yo misma había llamado a emergencias. Realmente se creaba una gran alarma con el gas. Pero no hubo respuesta por parte de las autoridades. Despejaron la avenida de manera ágil obligando a vehículos y viandantes a retroceder hacia calles más lejanas.
Aparqué mi bicicleta cerca del centro, a unas tres manzanas de mi casa, y llamé a mis padres por teléfono para que no se alarmaran y me esperaran en el apartamento. Yo intentaría llegar andando, aunque lo veía difícil por el cordón policial y posiblemente tuviera que regresar al trabajo antes de verlos en casa. El móvil de él estaba apagado o fuera de cobertura y el de ella saltaba directamente al contestador. El corazón me dio un vuelco, y rápidamente llamé a mi teléfono fijo, pero allí no lo cogió nadie.
Mientras iba andando oí comentar a alguien sobre posible atentado, rumores inconexos de terrorismo antisemita, ataque de lobo solitario y al pasar por delante de la cadena “Darty” miré hacia las pantallas de televisión expuestas en el escaparate y en todas vi dos cuerpos tapados con papel de aluminio dorado delante del portón azul de la Sinagoga, de “Mi Sinagoga”. Esa imagen se mezclaba con otras  de ambulancias, gendarmes, personas corriendo de un lado para otro, periodistas haciendo conexiones en directo. Y supe lo que había pasado. A partir de ese momento no recuerdo nada de lo que hice o me ocurrió en las sucesivas horas. Incluso perdí la noción del paso de los días.
Varios meses después al atentado que sufrieron mis padres en la entrada de la Sinagoga de Tesnan y que les costó la vida, fui desentrañando el rompecabezas de su muerte junto con un grupo de investigadores antiterroristas de la Gendarmería. Aún convaleciente de mi desgracia y sin poder calmar mi dolor, fui paso a paso reconstruyendo cada décima de segundo, los siete minutos y medio desde que mis padres entraron por el “callejón” que conducía  hacia la Sinagoga y lo que ocurrió delante del portón Azul. La cámara de seguridad situada en el lado izquierdo del muro principal gravó la secuencia completa de la tragedia.
Mis padres entraron por la calle sin salida,  hacia el lugar de culto. Eran unos 27 metros de calle. Se les veía relajados, ella hizo varias fotos con su cámara réflex. Se giraron para hacerse un “Selfie” con el Iphone de él, poniéndose de espaldas a la Sinagoga. Después continuaron hacia delante, parecían no tener prisa, hablaban entre ellos y disfrutaban del momento. En la grabación se aprecia por el gesto de mi padre, que algo le llamó la atención detrás de él. Se giró para ver qué o quién era. Un hombre joven de tez morena, entró en la calle. Era alto, delgado, ojos saltones, pelo ondulado y corto con ligera perilla. Vestido con camiseta blanca, pantalón grisáceo, unas zapatillas deportivas y cazadora vaquera amplia. Mi padre cuchicheo algo cerca de mi madre. Posiblemente le dijo que alguien estaba detrás de ellos. Ella miró hacia atrás y comenzaron a andar más rápido, más juntos.  Él le dio la mano y no se  la soltó hasta que mi madre llamó al interfono situado en la parte derecha de la verja. Insistió varias veces apretando nerviosamente el botón del portero automático, pero no hubo respuesta. Su cara estaba tensa. El hombre joven se dirigió hacia ellos hablándoles. Fueron unos segundos. Mi padre estaba confundido. Ella les dijo algo como dando alguna explicación. Pero lo que ocurrió es que ambos se dieron cuenta que algo grave estaba a punto de pasar. Mi padre la protegió con los brazos extendidos, mientras recibía varias puñaladas en el torso y el estómago, ella se abalanzó  con todas sus fuerzas contra el joven intentando parar las puñaladas que estaba recibiendo mi padre. Forcejeó con el terrorista agarrándole por el pelo y pateándole como podía. Mi padre  cayó abatido. Ya tendido en el suelo pareció tener un débil hálito de vida y extendió su mano como si quisiera alcanzarla a ella  y quizá ya no pudo ver como ella seguía defendiéndolo, y defendiéndose. Un fuerte empujón  la dejó noqueada en el suelo. El terrorista con el puñal, le desgarró el cuello, perdió la consciencia y falleció. Todo fue muy rápido. El criminal guardando el arma homicida corrió hacia la entrada del callejón y se supone que continuó por la avenida Clermaux mezclándose con los que pasaban por allí, como si nada de lo ocurrido fuera con él. La cámara de seguridad registró, unos treinta segundos después, como dos señoras entraron en la calle corriendo  e intentaron auxiliar a mis padres yacentes y sin vida. Otras personas llegaron,  alarmadas por las voces de espanto y llanto que se produjeron allí. Nadie pudo ya hacer nada por ellos. Diez minutos más tarde la Gendarmería se hacía cargo de lo sucedido…
Días después cogieron a Aban Aldibahij en la Comuna de Arsac. Era parte de una célula terrorista.  Planeaban  atentar contra fieles judíos en las principales Sinagogas de Francia.
Aquel día y a esa hora él sabía que no había nadie en el interior de la Pequeña Sinagoga de Tesnan y ellos fueron un blanco fácil...

sábado, 4 de enero de 2020

TUS OJOS

A la memoria de M.V.R.

Tus ojos parpadean 

Nos miras y agachamos la cabeza
cerrando los ojos.
Extiendes tus manos
para encontrarte con nuestro tacto
 y nos ves cargados de miedo.

Las mejillas se llenan de lágrimas,
ese olor que extiende la enfermedad
nos deja impávidos ante la sonrisa de tu rostro.
Sola tratas una y otra vez de luchar
contra el silencio,
contra la oscuridad del camino,
contra lo que te niega un hálito de vida.

Todavía hay esperanza
en el brillo de tus labios,
en el calor de tu piel,
en lo que ve tu mirada,
en la ternura de los que te rodean.

Y continúas…por todo eso continuas.

Tus ojos se han cerrado

Cerraste los ojos
y luchando te dejaste llevar.
La calma invadió tu cuerpo,
por fin viste la luz huyendo del sufrimiento.

Quedamos inmersos en un negro infinito
arrastrando tu ausencia.
Alejamos las imágenes del presente
para recordar aquellas otras del pasado.

Apretamos nuestros labios
controlando el llanto.
Ahora ya te fuiste,
y nos pusimos el luto de la  muerte.

Un puñado de tierra despidió tus gestos.
Te dejamos allí,  sola con el silencio,
y la noche congeló nuestras lágrimas
en un último intento por recuperarte.
Pero tus ojos ya se habían cerrado.




domingo, 17 de noviembre de 2019

MOVIMIENTOS DEL DESAMOR


La Morgia
Trazos Sagrah Rubio





                                         Tabla de zapateado 

Golpe

Gabriela La Morgia salió de la academia arropada  por un puñado de estudiantes, su riguroso negro contrastaba con la tez pálida de su cara, un moño de pelo negro recogía su cabello. Por debajo del abrigo se veía el volante de una falda de lycra de tono oscuro, ésta se movía ligeramente sobre las piernas delgadas cubiertas por unas medias tupidas. Con cada paso de tacón parecía bailar el “cante Jondo” de su vida, siguiendo un compás lento, lleno de sentimiento triste y doloroso.  De su figura estilizada destacaba la coordinación de sus brazos, la postura de las manos y el movimiento de sus dedos. El desgarro y la angustia le hicieron sentir el Golpe de la pérdida. Parecía estar preparada para interpretar una “Seguiriya”, escuchó la guitarra y la voz rasgada del intérprete, los sucesivos “quejíos y ayes” le arrancaron un zapateado y con gesto lacerante interpretó su llanto. Se despidió de sus pupilos y no se dejó ver en una semana.

Planta tacón

Como si se tratara de un duelo por la muerte de un familiar decidió parar su vida durante siete interminables días. Puso una nota en la entrada de  la escuela avisando a sus alumnos del cierre temporal. Se encerró en casa, apagó su teléfono y no quiso saber nada más de nadie ni de nada. Hacía nueve años que  Gabriela  había conocido a Ben,  se gustaron desde el primer momento, él se enamoró del lenguaje de su cuerpo y ella de la habilidad de sus palabras. Gabriela tomaba clases de flamenco en la misma calle donde trabajaba él. Ambos coincidieron muchas veces en el bar que estaba debajo del despacho de Ben. Hubo días de miradas y sonrisas complacientes, de seducciones encubiertas, y susurros adecuados. Un día nerviosamente se declararon. A los pocos meses estaban viviendo juntos. Entre ellos surgió amor, cariño, respeto y admiración. Eran un modelo a seguir. Fue él quien apoyó su proyecto, quien la animó a crear una escuela de flamenco con su nombre. Desde que la conoció le llamaba Gabriela La Morgia. Los padres de ella habían estado trabajando en un restaurante con ese nombre en Francia y a él le había  sonado genial ese apodo después de su nombre. Le convenció para que lo adoptara, le hacía sublime e interesante.  A Gabriela no solo le gustó que la llamaran así sino que lo adoptó para nombrar a su estudio de flamenco “La Morgia”.


Golpe tacón tacón

Asiel estaba en el aula cuando entró Gabriela con paso firme. No la había visto en una semana y la notó un poco más delgada, tenía ojeras y una cara más seria de lo habitual, sin embargo pensó que no había perdido su elegancia, le gustaba dar las clases conjuntada acorde con la versatilidad de sus movimientos. Hoy se había presentado con pelo recogido en una coleta alta, llevaba una camisa negra ajustada con el dibujo de una flamenca en trazo fino. En la cintura llevaba atado un mantoncillo floreado en tonos dorados, sobre mallas negras. Sus zapatos eran rojos con cordones. Asiel, cohibido, no sabía cómo enfrentarse a su dolor, dudaba si darle un abrazo, darle un consejo amable para pasar el trago o simplemente no hacer nada. Optó por apoyarla con una mirada y enseguida se puso en posición de trabajo. Esperó a que ella diera la orden de comenzar las series de estiramiento y tablas de zapateado. Ya estaban la mayoría de sus compañeras frente al espejo y quedaba claro que ella no quería recibir ningún tipo de condolencia, no le iba a servir de nada que ellos empatizaran con su nuevo estado de soledad. Comenzó la clase, con voz ronca, gesto serio y un desánimo inusual. Gabriela  notó  la concentración de la sala, el silencio se rompía con cada orden del ejercicio a practicar. A través del espejo, ella les observó intentado que todo saliera bien. Le mostraban su cariño con cada golpe de tacón. Era ella la que taconeaba con más fuerza que los demás sobre el suelo de madera, en un intento de parar el Golpe recibido. Dando palmas acompasó su llanto y ellos la siguieron para sacarla de su  desesperada angustia. Repitieron la tabla una y otra vez. Las plantas, los tacones y los golpes eran cada vez más rápidos. El ruido era atronador, sin embargo ella estaba ausente y como una autómata solo bailaba para sí.


Planta tacón, tacón, tacón bajo

Talía entró corriendo en la escuela, demasiado tráfico y grandes dificultades para encontrar aparcamiento cerca del local. Salió del vestuario abrochándose la hebilla del zapato izquierdo,  se ajustó la falda de lunares rojos como pudo y corrió hacia su clase. Llegaba media hora tarde y la puerta estaba cerrada.  Desde fuera oyó el ruido del calentamiento previo al ensayo de la coreografía por “Alegrías”.  Escuchó la voz de Gabriela. Se alegró de oírla de nuevo. Abrió la puerta, pidió disculpas por el retraso, y se incorporó al grupo “planta tacón, planta tacón”,”planta tacón tacón, planta tacón tacón”. A través del espejo del aula,  Talía pudo comprobar que el gesto de La Morgia era afligido. Se la veía algo más demacrada, la huella del sufrimiento se apreciaba claramente en el contorno de sus ojos y sus movimientos no tenían la agilidad de siempre. “Planta tacón tacón, planta tacón tacón”. Ella iba contando cada paso rítmicamente para que sus alumnos cogieran la velocidad adecuada con los distintos movimientos, toques y taconeos del arte del zapateado. Con cara fúnebre corrigió varias posturas y  con voz solemne cantó la práctica una y otra vez. Talía consiguió no cometer muchos fallos, había ensayado duro en su casa para que La Morgia no tuviera que parar el ensayo modelando sus pies torpes y lentos. Había sido la última alumna en incorporarse al grupo y aunque ponía mucha pasión y ganas no dominaba ni el marcaje y los quiebros, ni la cadera y las vueltas de un lado y de otro.  No se atrevió a preguntarle nada. Pensó que nada de lo que hiciera podría calmar su desaliento.


Tabla completa de zapateado: El Desamor

Hacía un año que  cuando Ben le decía “Te quiero”, sus palabras solo eran eso, palabras, no expresaban ningún tipo de sentimiento, eran unas sílabas encadenadas planas que estaban vacías y ya no significaban nada. Ella las recibía como pequeños pellizcos de desafección. Casi no había besos y los que había eran como los de un desconocido. Ben ponía sutiles disculpas por llegar tarde a casa. Unas veces era por el encuentro con clientes, otras por la necesidad de preparar juicios, bien llamadas de última hora o por reuniones imprevistas. Se justificaba una y otra vez, pero La Morgia, en su interior, no dejaba de pensar que algo no funcionaba bien. Se esforzó  para mejorar la relación, procurando hacer cambios que le hicieran vibrar, cambios que le devolvieran a la pulsión de años anteriores cuando no había nada mejor que estar juntos y la idea de separarse los volvía locos. Ben dejó de mirarla, ya no era importante ni  prioritaria.  Gabriela había dejado de brillar para él. Un día le dijo que alguien le impedía seguir queriéndola. Y ese alguien era más importante que ella. No tuvo que explicar nada más. Gabriela sintió como sus palabras le rasgaron la piel como si la cortaran con un trozo de cristal. Le cambió la expresión de la cara. Sintió un dolor punzante en el vientre que le abría las carnes. Su cuerpo se retorció en Movimientos de Desamor infinitos. Las lágrimas recorrieron sus mejillas. Hizo varios quiebros laterales. Movió sus caderas a un lado y al otro, dio una vuelta normal y después otra en sexta. Estiró sus brazos y con ellos los dedos de las manos se retorcieron, acompasados en un giro de muñeca para intentar abrazarle. Cuando abrió los ojos él ya se había ido. Gabriela La Morgia no pudo más que expresar su desconsuelo con lo que sabía hacer bien. Calentó sus pies con una tabla completa de zapateado. Cuando ya estaba cansada de las repeticiones, se dejó llevar por los acordes de una guitarra, escuchó unas palmas melancólicas y se arrancó a bailar por “Peteneras”. Sus movimientos fueron lentos y armoniosos. Con cada golpe liberaba su rabia, calmaba su ira. Cuando acabó su interpretación, ya exhausta, entendió que entre ellos todo había terminado.



jueves, 10 de octubre de 2019

GRIS PLATA MATE MODELO ELEGANCE


               

                                                            I

Natharet preparó cuidadosamente la maleta, unos días  antes la había comprado por Amazon, después de una concienzuda selección de tamaños, colores y acabados. Se decidió por una maleta rígida “gris plata mate  modelo Elegance”, tamaño cabina que estaba en promoción, la oferta era irresistible.  No estaba convencida del todo de su elección, aun así presionó sobre el recuadro  "comprar ya” y 24 horas después la recibiría en su casa. Se había quedado relativamente tranquila, le quedaba la duda de si habría hecho buena compra  o si por el contrario debería haber seguido malgastando su tiempo en la búsqueda de la maleta perfecta acorde con su estilo. Esta decisión tan banal le había llevado más horas de las necesarias, le costaba demasiado elegir sobre las compras que no podía tocar, incluso en las que podía, solía tomarse un tiempo para elegir entre un producto u otro, "siempre se podía encontrar algo mejor, algo único y original”. Natharet se preguntaba cómo le costaba tanto esfuerzo decidir sobre la elección de pequeñas cosas cuando ella tomaba grandes decisiones diariamente sobre colecciones artísticas que se exponían en museos, salas de arte o centros artísticos. Como coordinadora general del Real Instituto de Bellas Artes Español, se dedicada a una infinidad de tareas de gestión, organización y selección de obras de arte para exposiciones itinerantes no solo en nuestro país sino que últimamente estaba tramitando  varias muestras de artistas españoles por  pinacotecas francesas e italianas. Vittorio era director de la Asociación del Museo de Arte Moderno de Bolonia, había coincidido con Natharet mientras cursaba su tercer año de grado como Erasmus en la facultad de Bellas Artes de Granada. Continuaban teniendo contacto y su relación ahora era estrictamente profesional. Él quería que fuese ella la que le ayudara a organizar una muestra sobre  pintura cubista española en el “Palazzo Albergati” de Bolonia y sobre escultura del mismo género en la “Galería Estense” de Módena. Su meticulosidad en la selección y  preparación de las obras,  así como la organización del papeleo, hacían de ella una de las mejores profesionales españolas en este campo.
Samuel hacía unos meses que había ascendido en la empresa de exportación Óleos España S.L.  era un valor seguro para reavivar el consumo de “los aceites de oliva virgen extra españoles”, en un mercado difícil como  el italiano. Así que su trabajo no era nada fácil, gastaba mucha energía en convencer a los posibles clientes, y muchas veces la jornada se quedaba en buenas palabras sin llegar a ningún acuerdo. El mes de septiembre estaría de martes a viernes en Italia, y eso enturbiaba la relación con su pareja, ella ya estaba cansada de esperar al mejor momento para tener hijos. Como jefe de ventas internacionales era muy difícil la conciliación familiar y eso hacía que pospusieran el tenerlos para más adelante. Se consideraba un buen ejecutivo, con un suelo nada despreciable, además de una prima extra por venta, económicamente tenía mucho más de lo que había imaginado al aceptar el puesto de trabajo, sin embargo no quería renunciar a la paternidad, tenía claro que sería un padre comprometido, pero ese momento nunca llegaba porque cada vez tenía más responsabilidades. El director general lo consideraba el mejor en el departamento de ventas exteriores y no quería oír hablar de reducir su rendimiento.
                                                           
                                                               II

Natharet dejó la maleta y el bolso con todo preparado, en la entrada de su apartamento, no quería olvidarse nada, era muy temprano cuando debía salir de casa y olvidarse alguno de los papeles importantes o de los dispositivos electrónicos hubiera sido una tragedia. El Cabify la dejó en la puerta de Salidas del aeropuerto Madrid Barajas, pasó el control, esta vez sin problemas, alguna vez le había tocado al azar abrir su maleta y ser registrada por si llevaba alguna sustancia no permitida. El vuelo a Bolonia solía hacer el embarque en las últimas puertas de la terminal,  mientras llegaba a la zona no dejaba de sorprenderse de la arquitectura, luminosidad y colorido de la T4.  No era la primera vez que viaja ese mes a la ciudad italiana así  que cada vez que cogía el vuelo seguía el mismo ritual: presentaba el billete en su móvil, mostraba su identificación, bajaba las escaleras para coger el autobús que la llevaba al avión, dejaba su maleta en el pequeño recuadro amarillo  como indicaban los operarios, antes de meterla en la bodega, subía las escaleras del avión y tras saludar al personal  buscaba su asiento. Era el 3A estaba en buena posición para nada más aterrizar en Bolonia salir lo antes posible y volver a hacer el ritual inverso: cogía su maleta, tomaba el autobús hasta la entrada del aeropuerto, subía unas escaleras que le llevaban a la terminal, salía del aeropuerto y tomaba un Uber hacia su hotel.
Samuel dejó la maleta preparada fuera de la habitación, no quería molestar a Ruth, era demasiado temprano cuando tenía que salir hacía el aeropuerto y estos viajes se habían convertido en algo rutinario, una semana más pasaría  unas 72 horas fuera de casa, después volvería a Madrid y así sucesivamente. Mientras estaba en la cama le daba pereza coger, una vez más, el vuelo a Bolonia y convencer a un grupo de empresarios italianos de la restauración y de la alimentación de incluir  aceite virgen extra español en sus menús, lineales o tiendas gourmet, era un esfuerzo titánico realmente y a esa hora de la madrugada le daba vértigo realizar tanta actividad. Una vez que cogía su maleta parecía transformarse, se convertía en el “León” de las ventas, era imparable, se crecía con las dificultades y se superaba en la búsqueda de soluciones, lo que proporcionaba grandes beneficios a la empresa y  por supuesto a su autoestima. Después de dejar su coche en el aparcamiento del propio aeropuerto, subía a paso ligero hacia “Salidas”, pasaba el control de maletas y se encaminaba a embarcar  al vuelo de Bolonia, puerta número 79 T4 .A Samuel le gustaba la rutina del aeropuerto: presentaba su billete en el móvil a la azafata, mostraba su identificación, bajaba las escaleras para coger el autobús que llevaba a los pasajeros a pie de pista, dejaba que los operarios cogieran su maleta para llevarla a la bodega, subía las escaleras del avión, saludaba a la tripulación y buscaba su asiento. Era el 1D. Al llegar a su destino haría las mismas cosas pero al contrario: recogería la maleta, tomaría  el autobús, subiría unas escaleras hacia la terminal, saldría por la zona de “llegadas”  y cogería el taxi hasta su hotel.

                                                           III

Natharet fue la primera en bajar de la aeronave, había varias maletas en el área de recogida y de repente salió la suya, pensó que esta vez había elegido una bonita  línea de maleta que iba con su estilo, ese gris plata mate la diferenciaba de otras de similar color, quizá debería haber colocado algún distintivo diferenciador, pero inmediatamente se dio cuenta que no había visto ninguna igual a ese modelo, no había porque preocupase, además tenía una identificación numérica por si se perdía en la bodega del avión. Cogió su maleta  y la notó más ligera que por la mañana, fue una sensación de peso diferente pero con las prisas y el nerviosismo por montar en el primer microbús que saldría hacia la terminal, le hicieron despreocuparse de ese pequeño detalle.  Cuarenta y cinco minutos después estaba entrando en el Art Hotel Novecento de Bolonia.
Samuel dejó pasar antes de bajar del avión a una pareja de turistas americanos de cierta edad incluso entabló una pequeña conversación de cortesía, le gustaba hablar en inglés y no dudaba en hacerlo siempre que se daba la ocasión. No había tomado el primer microbús hacia “Llegadas” porque su maleta salió de las últimas de la bodega, al cogerla noto  un ligero incremento de peso, le gustaba viajar con lo imprescindible, un traje, cuatro camisas,  un pijama, ropa interior para 4 días y un minúsculo neceser. Miró su maleta “gris plata mate modelo Elegance” y comprobó que era la suya, pensó que debía haber puesto algún distintivo para identificarla mejor, pero la verdad es que no había visto ninguna como la suya, lo importante la llevaba en su maletín, así que tomo el segundo microbús con tranquilidad,  incluso se sintió afortunado por no estar abarrotado de pasajeros y equipajes.  Cuando Giuseppe, su taxista boloñés, la introdujo en el maletero del coche se dio cuenta que todavía no estaba familiarizado con ella, quizás por eso había dudado con el peso, la eligió en menos de dos minutos en Amazon mientras esperaba a unos clientes en su anterior viaje.  Una hora  después de aterrizar Samuel se registró en el Art Hotel Commercianti de Bolonia.
 
Natharet, subió a la habitación, y con prisas sacó de su bolso el neceser, después de refrescarse la cara, se maquilló, se colocó el pelo espabilándolo un poco y bajo en el ascensor hacia la entrada, allí le esperaba Vittorio, solo necesitaba unos segundos para recordar sus anotaciones, en su bolso se encontraba el dispositivo electrónico  con la presentación “Cubismo: artistas españoles, obras para exposición en Italia”.

Samuel, tuvo unos minutos para dejar el equipaje en la habitación, refrescarse, darse una "peinadita" y bajar de nuevo a la recepción, allí le esperaba Lucca, su asistente italiano para tratar con los diferentes empresarios. Solo necesitaba unos segundos para recordar la exposición mentalmente,  en su bolsillo llevaba el dispositivo electrónico con la presentación “Aceites de Oliva de España: Las denominaciones de origen protegidas”.

                                                           IV

Natharet estaba" literalmente muerta" tenía la sensación de no haber callado en todo el día, la planificación de las exposiciones estaba saliendo como lo había previsto, faltaba resolver algún trámite engorroso entre las administraciones gubernamentales de ambos países, pero nada que fuera imposible, podría haber una cierta demora temporal por la certificación de las obras de arte pero estaba segura que todo estaría preparado para abrir las salas tanto de Bolonia como de Módena desde la segunda semana de abril hasta finales de octubre, aunque las fechas concretas dependerían de la agilidad con que se resolviera los permisos de salida de las obras del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, el transporte y la recepción  de los mismos en Italia. Natharet tenía menos de dos horas para reunirse con Vittorio y un grupo reducido de personas de las salas de arte donde se expondrían las obras, irían a cenar a Módena, le habían dicho que sería una cena especial al coincidir con la celebración del año nuevo judío. Solo necesitaba relajarse bajo la ducha, el trabajo de coordinación estaba hecho, empezaban los trámites burocráticos, ahora solo se quería premiar disfrutando de la cena y del acogimiento de sus colegas italianos. Colocó  la maleta gris plata mate encima de la cama, su peso era mucho más liviano de lo que ella recordaba, con una mueca se felicitó por su elección, abrió la cremallera mientras se quitaba las cuñas de lona negra y con la mano derecha extendió la parte superior del equipaje.

Samuel estaba muy cansado, la jornada había sido agotadora, se había superado esta vez, hacer tres presentaciones con la posibilidad de un pleno de ventas no se conseguía todos los días, ahora quedaba coordinar los trámites de exportación, era cosa de papeleo, tema de venta internacional con todas sus leyes en materia de autorizaciones, consentimientos, restricciones o limitaciones, pero nada imposible de sortear. Tenía menos de dos horas antes de la cena con empresarios de la Cámara de Comercio boloñesa, solo necesitaba tomar una ducha, ponerse debajo del agua caliente y felicitarse por las transacciones económicas que le iban a suponer  un gran prestigio, una buena suma económica en su cuenta bancaria y los beneplácitos de su CEO. Cogió la maleta, comprobó de nuevo el ligero incremento de peso y mientras se descalzaba sus zapatos de piel marrón, abrió la cremallera y ayudándose con la mano derecha extendió la parte superior del equipaje.

                                                         V

Ambos maldijeron varias veces levantando demasiado la  voz, se sintieron cabreados, a la vez inseguros y eso les hizo sentirse  desamparados  por la situación tan ridícula de la confusión. Miraron la etiqueta numérica de sus maletas y comprobaron el resguardo naranja que les había proporcionado la azafata de tierra al embarcar. Efectivamente los números no coincidían, ahora recordaban el momento en que observaron una pequeña  diferencia de peso al recoger su maleta a pie de pista, ella más ligero, el más pesado y volvieron a maldecir por no haber comprobado si era la suya, posiblemente aún hubiera habido tiempo de solucionar el equívoco si hubieran estado más ágiles mentalmente.
Natharet se sentía fatigada, un sudor frío le recorría la espalda hasta tensar la parte superior de su cuello, ladeó varias veces la cabeza, cubrió con sus manos la cara y se puso a llorar,”cómo  iba a presentarse ante Vittorio y los demás a la cena de Rosh-Hashanah en Módena, con la misma ropa que se había puesto a las 5 de la mañana”. Esa maleta que tenía delante de sus ojos, era de un hombre no había nada que le pudiera servir y maldijo de nuevo  su mala suerte,  cuando consiguió tranquilizarse un poco se puso a pensar cómo saldría del apuro. 
Samuel con el puño derecho dio varios golpes en el marco de la puerta del baño,  se quitó la camisa porque sentía que le ahogaba la humedad, los nervios le estaban jugando una mala pasada. Miró hacia el interior de la maleta y  volvió a maldecir, nada de lo que veía en su interior le era útil, solo había  prendas de mujer, se sentó en la cama con los codos sobre sus rodillas, apoyando las manos en la cara, maldijo de nuevo y empezó a pensar cómo salir de esa situación, la cena con los miembros de la Cámara de comercio italiana era importante para cerrar varios asuntos que habían quedado pendientes.
Cogieron su teléfono móvil y llamaron de inmediato al centro de reclamaciones del aeropuerto en Madrid, pero nunca hubo respuesta, o no cogían o comunicaba, era una locura, volvieron a maldecir y aceptaron no poder resolver nada hasta su regreso. Desesperados por la impotencia decidieron  llamar a la recepción del hotel, después de una  extensa explicación de lo ocurrido, la amable recepcionista les buscó una solución, ella hizo que les cambiara la cara, se sintieron mucho mejor, respiraron profundamente y un atisbo de felicidad les recorrió los músculos de la cara. Sus respectivos hoteles estaban en el centro de la ciudad solo necesitaban salir hacia la zona comercial, había tiempo antes del cierre y  podían elegir lo que más les conviniera para su compromiso social.

                                                           VI

Samuel llegó a Madrid el viernes a media tarde, fue directamente a reclamaciones, allí no estaba su maleta, y nadie había reclamado ninguna, su cara de fastidio contrastaba con la tranquilidad de su interlocutora, habría que esperar unos días a que la persona que se hubiera llevado la suya regresara o si por el contrario fuera una persona extranjera esperarían a que contactara telefónicamente. Tuvo que cumplimentar varios papeles para certificar que la maleta que dejaba no era la suya y describir en otros tantos sobre sus pertenencias sin saber si la iba a recuperar. Cuando Natharet aterrizó a primera hora de la tarde del domingo en Madrid, fue directamente al mostrador de reclamaciones, allí la estaban esperando con los datos del dueño de la maleta que llevaba. Por fin respiró, no todo estaba perdido, recuperaría sus cosas, cumplimentó unos formularios con demasiadas preguntas sobre la ropa y objetos de su maleta y con las prendas de la maleta que se había llevado por error, y eso era todo, la compañía se encargaría de solucionar el equívoco. Si algo echaban en falta ya se encargarían los responsables de la aerolínea de ponerles en contacto.  Pensó que lo más fácil sería que ella misma contactara por teléfono con la otra persona, pero no, ese no era el protocolo aéreo adecuado en estos casos.
Estaba dormida cuando sonó el timbre agudo de su puerta,  eran las 8.30 de la mañana del lunes y ya estaba allí el repartidor del aeropuerto con su maleta, firmó el resguardo de haberla recibido y sin más se fue. Ella la abrió y comprobó que todo estaba tal cual lo había ordenado, no faltaba nada. Se sintió mejor que nunca, la deshizo  y se puso en marcha hacia su despacho.
Samuel vio su maleta en la habitación,  ya era muy tarde cuando regresó a casa el lunes por la noche, había sido una jornada de trabajo muy larga, Ruth la tenía abierta encima de la cama, todo parecía estar en orden, eran pocas cosas las que había llevado a Bolonia. Se fijó en una nota con membrete del  Art Hotel Novecento,  estaba entremetida en las gomas elásticas que sujetaban las camisas delicadamente dobladas, “lo siento muchísimo, disculpe las molestias ocasionadas, mi nombre es Natharet  Espinosa”, escrito más grande había un número de teléfono móvil. Samuel, tuvo el impulso de marcar de inmediato, tenía la necesidad de aclarar lo sucedido, le había fastidiado la situación y estaba claro que la culpa había sido de ella al tomar una maleta equivocada, en ese momento solo tenía ganas de abroncarla y quizás de sobrepasar los límites de la educación. Fue Ruth la que lo tranquilizó y consiguió que cortara la llamada después de varios tonos. Al fin y al cabo se habían solucionado varias situaciones embarazosas y había conseguido salir airoso de los compromisos italianos. De vuelta a casa la tensión había desaparecido, tampoco fue algo tan grave como para ponerse ahora a discutir.  Pasados unos minutos,  ya más sereno,  pinchó en el número marcado anteriormente, y al quinto tono escuchó una voz de mujer agradable y  muy cálida, casi sin darse tiempo a pensar dijo: “Hola soy Samuel Tur ¿eres Nazathet?” Ella le pidió disculpas, se sentía avergonzada por lo sucedido. En menos de un minuto se estaban contando cómo habían salido del apuro y lo que parecía que iban a ser reproches se convirtieron en carcajadas y anécdotas. Prácticamente habían estado en las mismas tiendas comprando apresuradamente, la ropa para la cena que cada uno iba a tener. 



viernes, 6 de septiembre de 2019

OFRA TOLEDANO-MÜLLER


Uno, dos, tres, cuatro, cinco eran los segundos que retumbaban en mi cabeza, intentaba mantenerme dentro del agua para ganar la apuesta con Aarón, estaba convencido que le iba a superar, era mejor buceando que él y que todos los que me animaron a retarle, aunque había hecho un gran tiempo “un minuto y medio” era bastante la verdad, me iba a costar vencerle.
 Seis, siete, ocho,  escuchaba como cantaban los segundos y mi objetivo era “lo voy a conseguir”,  intentaré estar dos minutos bajo el agua, para que dejen de burlarse de mí  de una vez. Oía sus voces atenuadas por la inmersión, sentía el movimiento de su nerviosismo treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, que contento estaba, todo lo que necesitaba para ser querido y popular entre ellos era resistir solo así dejarían de ridiculizar mi apariencia algo “patosa”.
Cincuenta y cinco, cincuenta y seis, cincuenta y siete  algo empezó a ir mal,  sus gritos histéricos ahora se oían muy lejos y no supe que me estaba pasando, intenté hacer pie y tocar la arena, estábamos casi en la orilla, el agua solo me cubría por la cintura, pero las piernas no me respondieron.
 Un minuto cincuenta, un minuto cincuenta y uno, un minuto cincuenta y dos. No era necesario seguir, solo quería respirar y salir del agua y me dejé llevar por la calma del silencio de la corriente marina, se me debieron cerrar los ojos y no oí nada más.
Tres minutos veintisiete, tres minutos veintiocho, tres minutos veintinueve….

Acuarela Sara Escudero
Gabriel se había acercado al puerto a comprar cuatro billetes para el catamarán que cubría la travesía turística entre las islas, quería impresionar a Ofra , enseñarle todas esas sensaciones que cada verano le generaban recuerdos positivos, su mejor amigo Isra y su novia se habían apuntado como parte del recibimiento de la joven teutona, había que pasarlo bien, enseñarle esos rincones de las islas que tanto habían disfrutado de niños, las pequeñas calas, los lugares solitarios y prohibidos donde se habían atrevido a hacer nudismo. Hablaban sin descanso, las palabras de uno se superponían a la de los otros y las risas tapaban las conversaciones en un intento de parar ese momento, ese instante del verano cargado de felicidad. Ofra cerró sus ojos para sentir la brisa del mar, el sol le había quemado su piel blanca, y Gabi le besó en cada una de las divertidas pecas que adornaban sus mejillas, él quería que estuviera bien en todo momento y se esforzaba por agradar y hacerle las cosas fáciles. A veces Ofra no podía seguir el ritmo de su euforia, hablaban muy rápido y aunque su español era bueno le costaba entender los giros de sus diálogos, así que  solía abstraerse de la conversación cuando ellos contaban cosas del pasado, anécdotas de cuando eran pequeños y disimulando para no hacerles sentir mal  se ponía a observaba lo diferente que eran las cosas comparado a lo que ella conocía.

Tres minutos cincuenta y tres, tres minutos cincuenta y cuatro, tres minutos cincuenta y cinco

El barco estaba entrando en la Isla, a ella le llamó la atención que pasaba muy cerca de una playa abarrotada de familias, la embarcación se acercaba tanto que le pareció peligroso, pero nadie se sorprendió por el hecho de que rozara casi la orilla para llegar a un pequeño embarcadero donde la única nave que se esperaba era en la que iban ellos. Ofra vio como tres niños estaban chapoteando y saltando dentro del agua, exageradamente excitados, a su lado otro flotaba inmóvil. Los niños contaban cuatro minutos y diez, cuatro minutos y once, cuatro minutos y doce. Ella se puso muy nerviosa, le comentó a Gabi, que le parecía muy raro todo ese jaleo de contar los minutos de los niños mientras que otro permanecía tendido en el agua. Eran muchos minutos de resistencia para un niño tan pequeño. Gabi y los demás no vieron la gravedad de la situación, y pensaron que tan solo eran unos chavalines que estaban bromeando sobre el tiempo de inmersión de otro que parecía burlarse de ellos haciéndose el muerto.
Cuatro minutos y diecisiete, cuatro minutos y dieciocho, cuatro minutos y diecinueve Ofra muy nerviosa entendió lo que estaba pasando, e inmediatamente vio como el pequeño volteó su cara, se fijó en sus labios amoratados, vio los ojos entreabiertos con la mirada perdida y un espumarajo blanquecino asomando por su boca. No había tiempo, y Ofra gritó: “el niño, el niño, no está bien se está ahogando”. Isra  y Gabi se tiraron al agua, no se lo pensaron dos veces, Gabi  cogió al niño entre sus brazos, lo llevó a la orilla y fue Isra quien consiguió devolverlo a la vida. Sus padres estaban a menos de 10 metros tomando una paella y viendo como los niños jugaban en el agua inocentemente. El socorrista los había observado pero en ningún momento sintió que algo raro estaba ocurriendo.
 A los cuatro minutos y veintisiete segundos  se paró el tiempo para Asher, pero éste volvió a nacer. Todo fue muy rápido, Ofra lo vio  marchar junto con sus padres en una lancha rápida del servicio de socorro hacia el hospital. Cuatro días después ya en Alemania  le informaron  que el pequeño había sufrido un corte de digestión, ahora se encontraba estable,  y aquellos cuatro minutos largos no habían sido tantos como vociferaban los niños, eso salvó a Asher de una lesión cerebral.

Días después dos “hombres” aparecieron en mi habitación  del hospital, venían a visitarme y mis padres se abrazaron a ellos, mi madre emocionada lloraba y les agradecía entre balbuceos su valentía. Me trajeron “unas chuches”  estuvieron un rato y luego ya no los volví a ver más. Cuando todo se calmó  supe que se llamaban Gabi e  Isra, que no dudó en hacerme “el boca a boca” e hizo que volviera a respirar, sin embargo comprendí desde el primer momento que mi verdadero  “ángel de la guarda, mi hada madrina, mi protectora” había sido una chica alemana llamada Ofra. Pensaba muchas veces en ella cuando tenía miedo o cuando quería pedir algún deseo de esos que suelen ser difíciles de conceder, realmente me daba suerte, la imaginaba como una enorme diosa rubia, de cara pálida y hermosa. Durante algún tiempo reflexioné sobre como sobreviví a aquello, habían sido muchos minutos debajo del agua, y yo mismo me respondía que el que estuviera aquí era mi destino, vamos que “no la tenía allí, en aquella playa”, no me había quedado ninguna secuela y no  iba a darle más vueltas, así que aquel episodio era la anécdota feliz que contaba en todas las ocasiones que tenía oportunidad. Años más tarde solicité la estancia Erasmus en mi cuarto año de medicina, mi facultad tenía acuerdo con varias Universidades europeas y Colonia fue mi primera elección. Desde  que Gabi e Isra me visitaron en el hospital y mencionaron  a Ofra supe que visitaría Alemania, “qué mejor homenaje que conocer su país, su cultura, su lengua”.

Gabriel y Ofra estuvieron viviendo en Madrid los primeros años de su matrimonio. Él era un tipo inquieto, consiguío una beca  para hacer su tesis doctoral en el departamento de Ciencias de la  Comunicación de la Universidad de Tubinga y años más tarde se trasladaron a Colonia, Ofra formó parte de un grupo de investigación prestigioso sobre  el “Estrés celular en enfermedades asociadas con el envejecimiento”. Muchos días Ofra pensaba en aquel niño de 9 años que giró su cuerpo en el agua inconsciente, indefenso y casi muerto y no dejaba de estremecerse recuperando ese instante. Una mueca de alegría solía devolverle a la realidad recordando que Asher sería ya un hombre con todo un futuro por delante.

Después del primer año en Colonia, convencí a mis padres de que mi sitio estaba allí, fui un alumno aventajado, y no me costó solicitar una beca para continuar mis estudios en Alemania. Cuando conocí a Helgar, que acababa de ser seleccionada para trabajar en un departamento médico dedicado a desarrollar nuevas terapias en el tratamiento de enfermedades relacionadas con la vejez,  me atrajo el estudio de ese tema, poco a poco me fui acercando a ella, y no parábamos de hablar de experimentos, pruebas o resultados, todo eso nos unió mucho y me enamoré locamente de ella y de su trabajo que empezaba a ser el nuestro.  Amplié mi campo de conocimiento hacia la geriatría y me centré en cómo funcionan los procesos de envejecimiento en el organismo humano y todo ese esfuerzo y animado por Helgar, me llevó a solicitar uno de los puestos de investigador en el CECAD,  el organismo encargado del estudio relacionado con el estrés celular y el envejecimiento. Después de pasar varias pruebas escritas,  de mostrar publicaciones, cursos, y trayectoria académica, llegó el día definitivo, la prueba final, la que consagraría mi vida profesional  o la que me mandaría a otro departamento médico sin conseguir esa plaza tan deseada. La coordinadora me llevó al despacho  de Ofra Toledano-Müller, miré de reojo la placa de la entrada y tuve buenas vibraciones, ese nombre me va a traer suerte, es como el de mi “hada madrina” pensé y como tantas otras veces le pedí a mi diosa: “Ofra ayúdame, sabes que eres mi cuidadora y protectora, tengo que conseguir este puesto, puedo salvar muchas vidas, por favor Ofra yo valgo para esto, Ofra, Ofra ”.

Cuando Ofra vio desde el fondo de su despacho entrar al joven aspirante supo que era él, hacía días que le habían pasado la documentación de los solicitantes a la plaza de investigador y le llamó la atención el nombre de Asher Tova. A parte de todos los recuerdos de aquel día, ella se había quedado con su nombre y cuando tenía que pedir ayuda a una fuerza superior, a una energía oculta se repetía una y otra vez “Asher, Asher bitte hilf mir! ¡por favor ayúdame!”. Al verlo le tembló todo el cuerpo y la voz se le quebró en un intento emocionado por explicarle quién era ella.

Me acerqué respetuosamente a aquella señora, me sorprendió su elegancia, cuando extendí mi mano para saludarla, ella con voz quebradiza y tintineante, hablando en español me dijo: “soy Ofra, yo me di cuenta que te estabas muriendo cuando nadie te prestaba atención, he pensado mucho en ti Asher”…



jueves, 1 de agosto de 2019

MI CASA SE LLAMA BEIT KESHET

In Memoriam A.

El que yo viva en ella fue una de esas casualidades que surgen de la nada, casi por arte de magia, esa casualidad  empezó por un simple Tarro de Miel…
 Hacía meses que buscaba una casa de Pueblo, una casa alejada de la ciudad, un lugar donde poder escuchar el silencio y saborear la soledad  del campo lleno de ruidos amables. La ansiedad de la urbe me había anulado como persona y no era la que quería ser. Pedí ayuda a mi padre, que por aquel entonces trabajaba de contable en un pequeño complejo hotelero de carretera muy concurrido por ser zona de paso y parada intermedia entre ciudades.
 Amós apareció en la oficina de mi padre, no era de muchas palabras, pero rebosaba inteligencia de “hombre de pueblo” de esos curtidos por el esfuerzo de la Tierra que había llegado a servir al Estado como “Guardia” y en su retiro había vuelto a su pueblo para retomar su afición a las colmenas, a la huerta y al cuidado de pequeños animales. Restauró  la casa de sus abuelos que le había tocado por la parte del reparto de propiedades de su madre e incluso llegó a presidente pedáneo por su buen hacer con los vecinos y la gran disposición a repoblar de árboles los alrededores del pueblo, fue uno de los logros que hay que agradecerle.

Carboncillo Sara Escudero
 Amós dejó un tarro de miel para que los clientes probaran en el restaurante la calidad del líquido dorado de sus abejas y  pensó que tal vez pudiera sacar unos euros trayendo algunos tarros más  y venderlos con aquellos productos que los que paraban se llevaban como recuerdo de la zona.
Yo por aquel entonces estaba obsesionada con comprar una casa en zona rural, me la imaginaba más bien pequeña, podía ser un pajar, o cuatro paredes de piedra, donde proyectar un cambio profundo de vida, en realidad no necesitaba más que lo básico como una cocina, un servicio, un estudio con chimenea y una habitación. Le sugerí a mi padre que ya que él tenía relación con mucha gente por su trabajo y por su manera de ser, tan extrovertido y afable, me ayudara a buscar ese lugar donde poder tranquilizar mi alma, dejar mis nervios histéricos y encontrarme a mí misma, aunque no sabía qué tenía que hallar dentro de mí para llegar a quererme. Tenía claro que no podía seguir en esa Selva de trabajo, solían ser jornadas de unas doce horas diarias de gran esfuerzo, que aunque bien pagadas habían desquiciado mi manera de relacionarme con los demás y siendo mi posición profesional muy cualificada en el mundo de la Publicidad, me había roto físicamente, había perdido mi gracia inicial y mi creatividad había mermado, ya no mostraba ningún interés y todo mi esfuerzo había conseguido romperme internamente. Fue entonces cuando decidí abandonar todo, apartándome de mi actividad frenética, después de 20 años dedicada a mejorar cada día, me encontraba sola, sin ningún tipo de relación, me había apartado de mis amigos e incluso mi familia se había cansado de mí.
Cuando Amós regresó al Hostal para cerrar con mi padre la venta regular de su miel, mi padre ya sabía que sería él quien le podría ayudar a salvar a su Tercera hija del desastre al que había llegado por el exceso de trabajo acumulado durante años.
Yo estaba decidida a dar “el gran paso”, tenía capacidad económica para afrontar un cambio de Vida… y Amós me enseñó la casa de sus primas que vivían en otro país, era un caserón arriero de labranza, lo vendían por lo que costaba “un Seat Panda”, era una casa con muchas posibilidades, Amós me fue mostrando los tesoros que tenía, se fijaba en lo que a él le gustaba: La higuera, el sauco, el ciruelo injertado, el corredor, las cuadras, la cocina de humo, los utensilios de labranza con los que había ayudado a sus mayores; pero la verdad es que estaba ruinosa, con los tejados hundidos, llena de maleza y suciedad.
 Era una casa enorme para mí, nada comparado con lo que yo buscaba pero algo había en sus paredes de piedra,  en el barro que las envolvía, en el olor a la linaza de sus maderas, el hierro de sus aperos, la enorme puerta  carretal con su majestuoso arco de piedras en perfecto equilibrio, los pilares y vigas que la mantenían en pie después de cuarenta años de abandono, y todo eso, que no eran más que inconvenientes me atrapó consiguiendo ver la belleza de lo destruido y la posibilidad de restaurarlo. Entre Amós y mi padre me animaron a probar la tranquilidad del lugar, y me convencieron para que mirara desde el corredor ese cielo tan azul sentada en una hamaca, sin hacer nada más, dejando pasar las horas y bajando los ojos hasta el punto más centrado de mi vista donde casas y vegetación se unen en una sinfonía armónica, escuchado el jaleo de los gorriones con el frescor de la mañana o el sopor de la tarde.
Amós me enseñó a entender la naturaleza, me descubrió la esencia de las pequeñas cosas, disfrutando de los ratos de efímera felicidad. Conseguí tranquilizar mi vida, dejé atrás aquellas histerias de la ciudad que me llevaron a perder la cabeza y conseguí ser la persona que estaba buscando. Los años fueron pasando hasta que un día me di cuenta que hacía 22 años que Amós abrió la “Puerta de Arco” de  la que iba a ser mi casa y la que tanta transformación iba a generar en mi manera de ser…y llegó el día en que Él, al igual que mi padre, se desvaneció en la calle, cerró sus preciosos ojos azules  y se fue para no volver más.
Hoy me despido de Amós agradeciéndole su sabiduría, su inteligencia, toda su ayuda y por supuesto aquel  Tarro de Miel que tímidamente llevó a mi padre una mañana cualquiera y que tanto  cambió  mi destino haciéndome mejor persona, convirtiendo mi  Beit Kheset, Casa del Arco en un proyecto existencial, en todo lo que es ahora mi vida, en todo lo que soy yo.