viernes, 6 de septiembre de 2019

OFRA TOLEDANO-MÜLLER


Uno, dos, tres, cuatro, cinco eran los segundos que retumbaban en mi cabeza, intentaba mantenerme dentro del agua para ganar la apuesta con Aarón, estaba convencido que le iba a superar, era mejor buceando que él y que todos los que me animaron a retarle, aunque había hecho un gran tiempo “un minuto y medio” era bastante la verdad, me iba a costar vencerle.
 Seis, siete, ocho,  escuchaba como cantaban los segundos y mi objetivo era “lo voy a conseguir”,  intentaré estar dos minutos bajo el agua, para que dejen de burlarse de mí  de una vez. Oía sus voces atenuadas por la inmersión, sentía el movimiento de su nerviosismo treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, que contento estaba, todo lo que necesitaba para ser querido y popular entre ellos era resistir solo así dejarían de ridiculizar mi apariencia algo “patosa”.
Cincuenta y cinco, cincuenta y seis, cincuenta y siete  algo empezó a ir mal,  sus gritos histéricos ahora se oían muy lejos y no supe que me estaba pasando, intenté hacer pie y tocar la arena, estábamos casi en la orilla, el agua solo me cubría por la cintura, pero las piernas no me respondieron.
 Un minuto cincuenta, un minuto cincuenta y uno, un minuto cincuenta y dos. No era necesario seguir, solo quería respirar y salir del agua y me dejé llevar por la calma del silencio de la corriente marina, se me debieron cerrar los ojos y no oí nada más.
Tres minutos veintisiete, tres minutos veintiocho, tres minutos veintinueve….

Acuarela Sara Escudero
Gabriel se había acercado al puerto a comprar cuatro billetes para el catamarán que cubría la travesía turística entre las islas, quería impresionar a Ofra , enseñarle todas esas sensaciones que cada verano le generaban recuerdos positivos, su mejor amigo Isra y su novia se habían apuntado como parte del recibimiento de la joven teutona, había que pasarlo bien, enseñarle esos rincones de las islas que tanto habían disfrutado de niños, las pequeñas calas, los lugares solitarios y prohibidos donde se habían atrevido a hacer nudismo. Hablaban sin descanso, las palabras de uno se superponían a la de los otros y las risas tapaban las conversaciones en un intento de parar ese momento, ese instante del verano cargado de felicidad. Ofra cerró sus ojos para sentir la brisa del mar, el sol le había quemado su piel blanca, y Gabi le besó en cada una de las divertidas pecas que adornaban sus mejillas, él quería que estuviera bien en todo momento y se esforzaba por agradar y hacerle las cosas fáciles. A veces Ofra no podía seguir el ritmo de su euforia, hablaban muy rápido y aunque su español era bueno le costaba entender los giros de sus diálogos, así que  solía abstraerse de la conversación cuando ellos contaban cosas del pasado, anécdotas de cuando eran pequeños y disimulando para no hacerles sentir mal  se ponía a observaba lo diferente que eran las cosas comparado a lo que ella conocía.

Tres minutos cincuenta y tres, tres minutos cincuenta y cuatro, tres minutos cincuenta y cinco

El barco estaba entrando en la Isla, a ella le llamó la atención que pasaba muy cerca de una playa abarrotada de familias, la embarcación se acercaba tanto que le pareció peligroso, pero nadie se sorprendió por el hecho de que rozara casi la orilla para llegar a un pequeño embarcadero donde la única nave que se esperaba era en la que iban ellos. Ofra vio como tres niños estaban chapoteando y saltando dentro del agua, exageradamente excitados, a su lado otro flotaba inmóvil. Los niños contaban cuatro minutos y diez, cuatro minutos y once, cuatro minutos y doce. Ella se puso muy nerviosa, le comentó a Gabi, que le parecía muy raro todo ese jaleo de contar los minutos de los niños mientras que otro permanecía tendido en el agua. Eran muchos minutos de resistencia para un niño tan pequeño. Gabi y los demás no vieron la gravedad de la situación, y pensaron que tan solo eran unos chavalines que estaban bromeando sobre el tiempo de inmersión de otro que parecía burlarse de ellos haciéndose el muerto.
Cuatro minutos y diecisiete, cuatro minutos y dieciocho, cuatro minutos y diecinueve Ofra muy nerviosa entendió lo que estaba pasando, e inmediatamente vio como el pequeño volteó su cara, se fijó en sus labios amoratados, vio los ojos entreabiertos con la mirada perdida y un espumarajo blanquecino asomando por su boca. No había tiempo, y Ofra gritó: “el niño, el niño, no está bien se está ahogando”. Isra  y Gabi se tiraron al agua, no se lo pensaron dos veces, Gabi  cogió al niño entre sus brazos, lo llevó a la orilla y fue Isra quien consiguió devolverlo a la vida. Sus padres estaban a menos de 10 metros tomando una paella y viendo como los niños jugaban en el agua inocentemente. El socorrista los había observado pero en ningún momento sintió que algo raro estaba ocurriendo.
 A los cuatro minutos y veintisiete segundos  se paró el tiempo para Asher, pero éste volvió a nacer. Todo fue muy rápido, Ofra lo vio  marchar junto con sus padres en una lancha rápida del servicio de socorro hacia el hospital. Cuatro días después ya en Alemania  le informaron  que el pequeño había sufrido un corte de digestión, ahora se encontraba estable,  y aquellos cuatro minutos largos no habían sido tantos como vociferaban los niños, eso salvó a Asher de una lesión cerebral.

Días después dos “hombres” aparecieron en mi habitación  del hospital, venían a visitarme y mis padres se abrazaron a ellos, mi madre emocionada lloraba y les agradecía entre balbuceos su valentía. Me trajeron “unas chuches”  estuvieron un rato y luego ya no los volví a ver más. Cuando todo se calmó  supe que se llamaban Gabi e  Isra, que no dudó en hacerme “el boca a boca” e hizo que volviera a respirar, sin embargo comprendí desde el primer momento que mi verdadero  “ángel de la guarda, mi hada madrina, mi protectora” había sido una chica alemana llamada Ofra. Pensaba muchas veces en ella cuando tenía miedo o cuando quería pedir algún deseo de esos que suelen ser difíciles de conceder, realmente me daba suerte, la imaginaba como una enorme diosa rubia, de cara pálida y hermosa. Durante algún tiempo reflexioné sobre como sobreviví a aquello, habían sido muchos minutos debajo del agua, y yo mismo me respondía que el que estuviera aquí era mi destino, vamos que “no la tenía allí, en aquella playa”, no me había quedado ninguna secuela y no  iba a darle más vueltas, así que aquel episodio era la anécdota feliz que contaba en todas las ocasiones que tenía oportunidad. Años más tarde solicité la estancia Erasmus en mi cuarto año de medicina, mi facultad tenía acuerdo con varias Universidades europeas y Colonia fue mi primera elección. Desde  que Gabi e Isra me visitaron en el hospital y mencionaron  a Ofra supe que visitaría Alemania, “qué mejor homenaje que conocer su país, su cultura, su lengua”.

Gabriel y Ofra estuvieron viviendo en Madrid los primeros años de su matrimonio. Él era un tipo inquieto, consiguío una beca  para hacer su tesis doctoral en el departamento de Ciencias de la  Comunicación de la Universidad de Tubinga y años más tarde se trasladaron a Colonia, Ofra formó parte de un grupo de investigación prestigioso sobre  el “Estrés celular en enfermedades asociadas con el envejecimiento”. Muchos días Ofra pensaba en aquel niño de 9 años que giró su cuerpo en el agua inconsciente, indefenso y casi muerto y no dejaba de estremecerse recuperando ese instante. Una mueca de alegría solía devolverle a la realidad recordando que Asher sería ya un hombre con todo un futuro por delante.

Después del primer año en Colonia, convencí a mis padres de que mi sitio estaba allí, fui un alumno aventajado, y no me costó solicitar una beca para continuar mis estudios en Alemania. Cuando conocí a Helgar, que acababa de ser seleccionada para trabajar en un departamento médico dedicado a desarrollar nuevas terapias en el tratamiento de enfermedades relacionadas con la vejez,  me atrajo el estudio de ese tema, poco a poco me fui acercando a ella, y no parábamos de hablar de experimentos, pruebas o resultados, todo eso nos unió mucho y me enamoré locamente de ella y de su trabajo que empezaba a ser el nuestro.  Amplié mi campo de conocimiento hacia la geriatría y me centré en cómo funcionan los procesos de envejecimiento en el organismo humano y todo ese esfuerzo y animado por Helgar, me llevó a solicitar uno de los puestos de investigador en el CECAD,  el organismo encargado del estudio relacionado con el estrés celular y el envejecimiento. Después de pasar varias pruebas escritas,  de mostrar publicaciones, cursos, y trayectoria académica, llegó el día definitivo, la prueba final, la que consagraría mi vida profesional  o la que me mandaría a otro departamento médico sin conseguir esa plaza tan deseada. La coordinadora me llevó al despacho  de Ofra Toledano-Müller, miré de reojo la placa de la entrada y tuve buenas vibraciones, ese nombre me va a traer suerte, es como el de mi “hada madrina” pensé y como tantas otras veces le pedí a mi diosa: “Ofra ayúdame, sabes que eres mi cuidadora y protectora, tengo que conseguir este puesto, puedo salvar muchas vidas, por favor Ofra yo valgo para esto, Ofra, Ofra ”.

Cuando Ofra vio desde el fondo de su despacho entrar al joven aspirante supo que era él, hacía días que le habían pasado la documentación de los solicitantes a la plaza de investigador y le llamó la atención el nombre de Asher Tova. A parte de todos los recuerdos de aquel día, ella se había quedado con su nombre y cuando tenía que pedir ayuda a una fuerza superior, a una energía oculta se repetía una y otra vez “Asher, Asher bitte hilf mir! ¡por favor ayúdame!”. Al verlo le tembló todo el cuerpo y la voz se le quebró en un intento emocionado por explicarle quién era ella.

Me acerqué respetuosamente a aquella señora, me sorprendió su elegancia, cuando extendí mi mano para saludarla, ella con voz quebradiza y tintineante, hablando en español me dijo: “soy Ofra, yo me di cuenta que te estabas muriendo cuando nadie te prestaba atención, he pensado mucho en ti Asher”…



jueves, 1 de agosto de 2019

MI CASA SE LLAMA BEIT KESHET

In Memoriam A.

El que yo viva en ella fue una de esas casualidades que surgen de la nada, casi por arte de magia, esa casualidad  empezó por un simple Tarro de Miel…
 Hacía meses que buscaba una casa de Pueblo, una casa alejada de la ciudad, un lugar donde poder escuchar el silencio y saborear la soledad  del campo lleno de ruidos amables. La ansiedad de la urbe me había anulado como persona y no era la que quería ser. Pedí ayuda a mi padre, que por aquel entonces trabajaba de contable en un pequeño complejo hotelero de carretera muy concurrido por ser zona de paso y parada intermedia entre ciudades.
 Amós apareció en la oficina de mi padre, no era de muchas palabras, pero rebosaba inteligencia de “hombre de pueblo” de esos curtidos por el esfuerzo de la Tierra que había llegado a servir al Estado como “Guardia” y en su retiro había vuelto a su pueblo para retomar su afición a las colmenas, a la huerta y al cuidado de pequeños animales. Restauró  la casa de sus abuelos que le había tocado por la parte del reparto de propiedades de su madre e incluso llegó a presidente pedáneo por su buen hacer con los vecinos y la gran disposición a repoblar de árboles los alrededores del pueblo, fue uno de los logros que hay que agradecerle.

Carboncillo Sara Escudero
 Amós dejó un tarro de miel para que los clientes probaran en el restaurante la calidad del líquido dorado de sus abejas y  pensó que tal vez pudiera sacar unos euros trayendo algunos tarros más  y venderlos con aquellos productos que los que paraban se llevaban como recuerdo de la zona.
Yo por aquel entonces estaba obsesionada con comprar una casa en zona rural, me la imaginaba más bien pequeña, podía ser un pajar, o cuatro paredes de piedra, donde proyectar un cambio profundo de vida, en realidad no necesitaba más que lo básico como una cocina, un servicio, un estudio con chimenea y una habitación. Le sugerí a mi padre que ya que él tenía relación con mucha gente por su trabajo y por su manera de ser, tan extrovertido y afable, me ayudara a buscar ese lugar donde poder tranquilizar mi alma, dejar mis nervios histéricos y encontrarme a mí misma, aunque no sabía qué tenía que hallar dentro de mí para llegar a quererme. Tenía claro que no podía seguir en esa Selva de trabajo, solían ser jornadas de unas doce horas diarias de gran esfuerzo, que aunque bien pagadas habían desquiciado mi manera de relacionarme con los demás y siendo mi posición profesional muy cualificada en el mundo de la Publicidad, me había roto físicamente, había perdido mi gracia inicial y mi creatividad había mermado, ya no mostraba ningún interés y todo mi esfuerzo había conseguido romperme internamente. Fue entonces cuando decidí abandonar todo, apartándome de mi actividad frenética, después de 20 años dedicada a mejorar cada día, me encontraba sola, sin ningún tipo de relación, me había apartado de mis amigos e incluso mi familia se había cansado de mí.
Cuando Amós regresó al Hostal para cerrar con mi padre la venta regular de su miel, mi padre ya sabía que sería él quien le podría ayudar a salvar a su Tercera hija del desastre al que había llegado por el exceso de trabajo acumulado durante años.
Yo estaba decidida a dar “el gran paso”, tenía capacidad económica para afrontar un cambio de Vida… y Amós me enseñó la casa de sus primas que vivían en otro país, era un caserón arriero de labranza, lo vendían por lo que costaba “un Seat Panda”, era una casa con muchas posibilidades, Amós me fue mostrando los tesoros que tenía, se fijaba en lo que a él le gustaba: La higuera, el sauco, el ciruelo injertado, el corredor, las cuadras, la cocina de humo, los utensilios de labranza con los que había ayudado a sus mayores; pero la verdad es que estaba ruinosa, con los tejados hundidos, llena de maleza y suciedad.
 Era una casa enorme para mí, nada comparado con lo que yo buscaba pero algo había en sus paredes de piedra,  en el barro que las envolvía, en el olor a la linaza de sus maderas, el hierro de sus aperos, la enorme puerta  carretal con su majestuoso arco de piedras en perfecto equilibrio, los pilares y vigas que la mantenían en pie después de cuarenta años de abandono, y todo eso, que no eran más que inconvenientes me atrapó consiguiendo ver la belleza de lo destruido y la posibilidad de restaurarlo. Entre Amós y mi padre me animaron a probar la tranquilidad del lugar, y me convencieron para que mirara desde el corredor ese cielo tan azul sentada en una hamaca, sin hacer nada más, dejando pasar las horas y bajando los ojos hasta el punto más centrado de mi vista donde casas y vegetación se unen en una sinfonía armónica, escuchado el jaleo de los gorriones con el frescor de la mañana o el sopor de la tarde.
Amós me enseñó a entender la naturaleza, me descubrió la esencia de las pequeñas cosas, disfrutando de los ratos de efímera felicidad. Conseguí tranquilizar mi vida, dejé atrás aquellas histerias de la ciudad que me llevaron a perder la cabeza y conseguí ser la persona que estaba buscando. Los años fueron pasando hasta que un día me di cuenta que hacía 22 años que Amós abrió la “Puerta de Arco” de  la que iba a ser mi casa y la que tanta transformación iba a generar en mi manera de ser…y llegó el día en que Él, al igual que mi padre, se desvaneció en la calle, cerró sus preciosos ojos azules  y se fue para no volver más.
Hoy me despido de Amós agradeciéndole su sabiduría, su inteligencia, toda su ayuda y por supuesto aquel  Tarro de Miel que tímidamente llevó a mi padre una mañana cualquiera y que tanto  cambió  mi destino haciéndome mejor persona, convirtiendo mi  Beit Kheset, Casa del Arco en un proyecto existencial, en todo lo que es ahora mi vida, en todo lo que soy yo.

viernes, 26 de abril de 2019

HORIZONTE DE SUCESOS: UNA CARTA INUSUAL


Es curioso que para escribirte esta carta tenga que escuchar a Van Morrison, él saca  lo mejor de mí, los sentimientos más profundos, las tristezas veladas, los reflejos del pasado,  y hace que las lágrimas inunden  mis ojos al recordarte, balbuceo sus canciones hasta sentirte en ese punto de no retorno del que no se puede escapar llamado “Horizonte de Sucesos” ¡qué vacío tan grande, qué oscuridad, qué frío, qué negrura!  Y en esa soledad inmensa del Universo puedo sentir tu piel, tu sonrisa, el movimiento de tus manos, el balanceo de tu melena en un intento de danza acompasada mientras nos reíamos en nuestros juegos infantiles y escucho tu voz, tus carcajadas ya en un paulatino eco olvidado. Rememoro las miradas cómplices, tu mano en mi hombro apoyando mis miedos, tus  palabras de ánimo escritas en pequeños papelitos metidos en mi cartera escolar, eran el refugio de la lucha diaria cuando me encontraba en un medio extraño y hostil. Sí, ahí estabas tú para que yo me sintiera mucho mejor cuando me faltaban las fuerzas para seguir. Todo aquello se desvaneció, se licuó en un fatídico momento y se mezcló en un “Agujero Negro” del que ya no has podido volver.

Y así hasta hoy que llegó tu día, ese en el que van pasando los años y al que has llegado a cumplir 60 sin haberlo hecho y yo voy escuchando una canción y otra de mi cantante preferido, recordando momentos de nuestra niñez y no hago más que intentar contener sentimientos apretando mis labios, procurando no caer de nuevo en el llanto y concentrándome en la melodía de unos años que fueron pocos y de los que muchas veces pierdo los instantes.  Miro la fotografía en blanco y negro de mi escritorio, ahí estábamos las dos sin saber que pronto una masa de “millones de soles” te iba a atrapar hasta no dejarte volver, colapsando tu vida a perpetuidad y siento que en ese lugar donde te encuentras llevas ya demasiados años. ¡Claro que me gustaría recuperar ese instante de extrema felicidad de la fotografía, y me quedo sola pretendiendo llegar a ti, verte de nuevo, pero es imposible, no veo la manera de entrar en ese momento que ha quedado congelado en un soporte rígido sin posibilidad de volver a ser sensible a la luz!

Querida Orel, así debería haber comenzado mi carta de felicitación de tu “No Cumpleaños”, ¡te deseo un Feliz día! Sé que mi carta es extraña e inusual, sin destino ni remite, sin sobre ni papel, sin un código concreto de comunicación, con pequeños lapsos de otro tiempo,  con pequeñas pinceladas de un estar sin estar, añorando tu falta con canciones que me trasportan a otra época en la que estábamos juntas celebrándolo.
Me despido tarareando The Healing Game lo hago en honor a tu Memoria, a los años que estuvimos y a todos estos años de AUSENCIA, VACÍO, CARENCIA, PRIVACIÓN Y PÉRDIDA…

Un beso de tu hermana pequeña M.R.
 26 abril 2019

jueves, 17 de enero de 2019

AEROBIC


Cómo empezar lo que voy a contar, es difícil describir sucesos aparentemente increíbles sin que provoquen   incredulidad o efímera locura, pero yo los he vivido como ciertos, y he visto como mi familia ha experimentado el descenso frente al ascenso,  el declive a la gloria, la enfermedad que todo lo nubla frente a la salud plena. Ahora desde mi retiro, desde la posición que me da la edad, encajando unas piezas con otras he comprendido el mecanismo de cómo una familia se ha convertido en una sola persona, Yo misma, la única, la superviviente y la pregunta que me hago es: “¿para qué?” Hubiera sido mejor no ser tan fuerte, irme con ellos y no quedarme aquí sola con todos sus recuerdos…
Mi nombre es Noa, tengo 86 años y estoy sola. Desde hace 7 años vivo aislada por voluntad propia en una residencia para “gente mayor” sí para gente como yo. Tengo mucho tiempo para pensar, y solo lo hago para hacerlo sobre mi familia. Yo solita con mis recuerdos y de vez en cuando me involucro en la conversación de los que me rodean en esta residencia y obligada por los profesionales participo en alguna actividad programada.
He comprendido como cada uno fue forjando su destino y como fueron pasando los años tan rápidamente y creo que es injusto que yo haya quedado aquí y ninguno de ellos esté aquí conmigo.
Siempre he sido una mujer enérgica, delgada como un fideo pero fuerte como una piedra, cuando cumplí 60 años decidí que había que ponerse en forma, mi cuerpo empezaba a dar alguna señal de fatiga y aunque sin dejar de ser activa tenía que poner remedio a las arritmias que mi corazón experimentaba . No tenía ya edad para contratar los servicios de un gimnasio que me ayudara con el aerobic o ponerme al lado de algún jovencito pedaleando en la bicicleta estática o sudando en la elíptica, imaginaba que si aparecía por alguno de esos locales se burlarían de mí, así que lo mejor era buscar por Youtube alguna página que me sirviera para realizar unos ejercicios aeróbicos que me sacarían de la rutina del trabajo y  sobre todo harían  que me sintiera bien conmigo misma, más ligera y  sobre todo adiestraría los latidos de mi corazón.
Llevaba un par de años haciendo bicicleta estática a las 7 de la mañana,  me ponía los cascos conectados a una radio analógica y mientras los tertulianos opinaban sobre el devenir de la política yo pedaleaba hasta completar 10 kilómetros, eran  unos 35 minutos de gloria, el resto de mi día era organizar, trabajar y estar con mi familia. Fue una mañana cuando decidí que podía hacer algo más, poner algo de ejercicio en mi vida, era lo suficiente mayor para no considerarme joven pero aún no tenía la edad de ser una anciana y la verdad nunca  he aparentado la edad que tengo, algo que siempre me ha alagado, ahora que estoy en este momento de soledad extrema me molesta que piensen que tengo diez años menos.
Por supuesto encontré infinidad de páginas que me ayudaban cada día a realizar movimientos funcionales durante una hora, si quería podía navegar por la aplicación sin repetir monitor, pero como soy muy metódica tenía tres o cuatro que eran mis preferidos y de ahí no me movía para mis tablas aeróbicas, día a día iba forjando mi cuerpo, que lo sentía como una pluma y se iba esculpiendo con ciertas formas musculadas aparentemente jóvenes, no hay nada mejor que pasados los sesenta años te sientas como una joven de 40 o incluso de menos.
Fue por esa época cuando a mi marido le diagnosticaron una enfermedad degenerativa que le iba agotando de una manera proporcional a mi buen estado de salud, mientras yo mejoraba con los días él se fue consumiendo hasta que nos dejó. No supe ver, que tal vez, debía haber abandonado mis clases interactivas de ejercicios, quizás él se hubiera estabilizado y ahora estaría a mi lado, es un peso que acarreo y que no me deja vivir, en sentido metafórico porque aquí sigo esperando algún cambio de salud que me permita descansar e irme con él.
Cuando Nathan nos dejó nos inundó una tristeza depresiva, vimos caer el universo, todo el día era de noche para nosotros,  el llanto nos consumía y la pena por su pérdida nos anulaba como si ya esta vida no fuera con nosotros. Varios años después y aplicándome una terapia de choque decidí retomar mis clases gimnásticas, con una cierta pena por recordar aquel tiempo pasado en el que había sido muy feliz. Esta vez la salud de mi corazón me daba igual, pero sí necesitaba fortalecerme de tanta tristeza que llevaba a mis espaldas. Cuando retomé los vídeos, los primeros días no dejaba de llorar al ver a mis monitoras que ahí seguían en el ordenador sin envejecer y eso me hacía pensar que era un poco ridículo volver a danzar rítmicamente según los pulsos de una canción moderna, vestida con unas mallas y una camiseta estilizada pegada a mi cuerpo. Quizá lo mejor era volver a sentir la ausencia de Nathan mientras escuchaba diariamente nuestra canción “Have I told you lately that I Love you”. Después de muchas dudas y para salvar el estado en el que me encontraba volví a desengrasar todos mis músculos y era capaz de cantar nuestra canción sin retorcerme de dolor.
Aunque no lo crean volví a sentirme bien, no estaba tan ligera pero conseguí estar en forma pasados unos meses.  Cuando creía volver a sonreír otro miembro de mi familia iba mermando en salud mientras yo proporcionalmente iba mejorando.  A mi hijo Ben le encontraron unas manchas en el pulmón y mientras yo me movía entre clase y clase de armonía muscular él nos iba dejando poco a poco hasta que un día cerró los ojos y yo maldije mi buen estado físico, y me recriminé que todo era por mi culpa, regalé mi bicicleta estática y arrojé al suelo mi ordenador pateándolo hasta machacarlo y  hacerlo inservible. No paré de llorar en varios años, no quería dejar de hacerlo, quería morirme y decidí no salir de mi tristeza y nadie de mi entorno me convenció de que yo no era la causa de tanta desgracia. Me abandoné, no veía la necesidad de luchar por nada y todos me dejaron por imposible.
Raquel  se preocupaba por mí, era lo único que me quedaba en esta vida.  Ella me intentaba convencer que volviera a hacer mis ejercicios, me iban a venir bien, iba a mejorar.
No, por supuesto que no, sólo me quedas tú, y no puedo perderte. Pero pensé que lo mejor era convencerla a ella  que hiciera ejercicio, ya tenía una edad para cuidarse e imaginé gratamente: “seguro que esta vez seré yo la que caiga, la que me vaya”. Traté con todas mis fuerzas de que fuera a un gimnasio, pero ella no se veía yendo a “esos lugares”. Le propuse hacerlo en casa como lo hacía yo en otro tiempo. Compramos una bicicleta estática y la convencí para que empezara a hacer ejercicios aeróbicos y funcionales, lo que fuera, era igual con tal de que yo fuera empeorando. Me había quedado clara la relación entre ejercicio y muerte. Ahora me tocaba a mí irme y lo iba a hacer proporcionalmente a que ella se sintiera en forma y en un buen estado de salud. Deseaba con todas mis fuerzas que empezara cuanto antes y lo hizo. Como yo, ella también disfrutaba, se divertía y cada vez su cuerpo era más equilibrado. Cuando consideré que era tiempo suficiente para que mi declive comenzara, me hice unos análisis, deseaba que me dijeran los días que me quedaban por vivir, estaba emocionada por saber los resultados de mi inminente enfermedad. Cuando entré por la puerta de la consulta el médico me recibió con los brazos abiertos y con una sonrisa  me comunicó que todos los marcadores estaban en su justa medida para la edad que tenía. Vaya decepción, “¡no puede ser!”, no había por ningún lado atisbo de empeoramiento, insuficiencia o falta de vida. Cómo podía ser si mi hija estaba estupenda y lo peor es que yo lo estaba también sin hacer ni un mínimo levantamiento de brazos o piernas.
A Raquel le salió una oferta de trabajo y se mudó a otra ciudad. Me quedé sola, sin ella, pero contenta por su ascenso. Fueron pasando los años y un día me volví a subir a la bicicleta que había dejado mi hija, esta vez no iba a ver ningún vídeo de aquellas jovencitas monitoras que tanto me enseñaron, solo iba a mover un poco las piernas y un kilómetro me llevó a otro y así hasta conseguir aquellos 10 con los que empezó todo.
Me llamaron por la noche y se hundió mi vida para siempre, cómo poder morir, cómo dejar este mundo y no quedarme aquí. Un desgraciado se empotró con su coche y se la llevó por delante, primero entró en parada cardiaca, en coma inducido y se fue sin despedirse en un largo proceso que duró medio año.
La desolación no me dejaba parar y entré en pánico permanente, en locura abismal, quitarme la vida es lo que quería pero fue imposible.
Con 79 años vendí todo lo que tenía y decidí traer mi desgraciada vida a esta residencia, y aquí sigo, lloro todos los días, no tengo consuelo y vivo en la tristeza más absoluta.
En la residencia hay Programas de animación, memoria o rehabilitación, nos ayudan a mantenernos aunque no tengamos ganas. Los martes y los jueves tenemos “movilidad” y toca hacer estiramientos.  Nazareth, la instructora, se admira de lo elástica que soy y me reta pidiéndome que haga algún movimiento extra. A veces le regalo una mueca de agradecimiento y le digo:
“Ahora nadie de mi familia corre peligro,  no tengo a nadie más a quien perder”…

sábado, 5 de enero de 2019

LLANTO Y QUEJIDO


A Pura

Cuando todo ocurrió la noche se hizo frío,
el sonido se transformó en silencio insoportable,
las emociones se quedaron congeladas en el tiempo.

¡Parar para llorar tu muerte!

Quedé tocada por el tiempo,
cargado de llanto y quejido
de miedo y abismo.

¡Parar para llorar tu muerte!

Una lágrima que duele
y las demás  se hacen imparables,
vivir era una carga indomable,  
faltaba ese instante
que no se pudo esquivar y no fue.
Cuando el puñal clavó en lo más hondo de la herida,
la realidad me cayó encima
ahogando mis sueños infantiles.

¡Parar para llorar tu muerte!

Porque faltabas en ese coche de vuelta
a nuestra vida anterior, ya irrecuperable,
y hubo que parar por no soportar el vacío de tu ausencia.

¡Parar para llorarte una y mil veces más!

Han pasado los días, los años
desde aquel no estar tuyo,
aún sigo pensando en el último aliento de tu sonrisa
y cuando ya no puedo más de tu recuerdo,
¡me paro para llorar tu muerte!

jueves, 27 de diciembre de 2018

RELATO DE NAVIDAD: ELLA


Ella se quedó mirando las lucecitas intermitentes de colores que adornaban la entrada de la casa de su hija y quiso darse la vuelta, tapar su cara, esconderse entre sus frías manos para que los recuerdo no se la llevaran por delante, para protegerse del tiempo y se enfurruñó con su vida, con su desgracia de estar sola, aunque era un día de celebración, de estar con la poca familia que le quedaba y aunque la esperaban en la mesa con los platos que ella en un tiempo había hecho suyos, heredados de una tradición anterior, no quiso quedarse y según llegó se marchó, apagó el interruptor luminoso de la Navidad y no hubo manera de convencerla de que participara de la mesa de todos, de la conversación, del calor de la chimenea, del frío de la noche, del contacto de aquellos parientes que un día le habían hecho sentir la emoción del momento y que ahora los consideraba distantes y ajenos. Desorientada repetía “me quiero ir, no estoy cómoda, esta no es mi Navidad”.
 Ella quiso quedarse en su interior, y aunque luchó porque no le vinieran  los recuerdos del pasado, cuanto más lo deseaba, más le venían a su cabeza aquellos momentos de compras y preparativos previos a  los días que iban a pasar y luego todo empezaba con aquel jaleo maravilloso de ir y venir de pucheros, cacerolas y olores mágicos. Toda aquella familia hablando alegremente a su alrededor, oía de nuevo sus carcajadas, hacía evidente la complicidad con su madre en la preparación de aquella mesa tan larga, la colocación de la vajilla, la especial, esa de los días alegres. Sin quererlo vio como sus hermanos adornaban el pino del jardín y las luces tenues que lo adornaban le hacían sonreír en una histeria de felicidad. No quería volver a su pasado porque iba a llorar y se vio mirándose en el espejo momentos antes de la cena, cuando todos se ponían guapos para aquella noche tan especial y miró el reflejo de su vestido de gasa de color rosáceo, los tacones negros, los pendientes brillantes, los anillos de sus manos. Ella observaba ahora su mano para volverlos a mirar porque como aquel día los tenía puestos y le vino a la cabeza la emoción de ver corretear a sus hijos nerviosos por el salón, sus gritos, las risas, su ruido de fiesta con panderetas y cantos desafinados. Abrió los ojos, estaba sentada en su sillón de siempre, ya en su casa, sola, mirando aquellas paredes llenas de cosas pero vacías de sonidos, sin ambiente solo expresando frío intenso. Bajo sus gafas sintió que le venían unas lágrimas y le hacían volver a su pasado cuando volvía con su marido y sus padres de la Misa del Gallo, y sus hijos y hermanos les esperaban con petardos en la puerta de la casa para que no entraran y ese momento se convertía en una fiesta, una explosión de alegría que no deseaba que se acabara nunca; llegaban vecinos alarmados por el jolgorio y se apuntaban a seguir el ruido y ella deseaba que se parara el Mundo en ese momento, se sentía feliz,  no necesitaba más, estaba en ese punto donde la alegría te hace sentir seguro, donde la ilusión es la estrella más alta que se puede alcanzar.  Pero ese estado de éxtasis  no fue así para siempre.
Ahora se encontraba en el otro lado, insegura y desconfiada de lo que le rodeaba. Un mar de lágrimas imparables la devolvían al pasado y al presente en un juego de situaciones insoportablemente doloroso. Se resistía a seguir recordando pero aquellos momentos de extrema felicidad volvían una y otra vez a su cabeza. Desde su sillón podía ver la foto de su marido colgada en la pared, se sintió desgraciada, balbuceó unas palabras de amor, le lanzó un beso y deseó haberse muerto ella antes.
Luchando contra los que querían convencerla que podía vivir con algo de felicidad, ella les respondía que se sentía mejor en otro tiempo, lo que veía ahora en este presente que le había tocado vivir le era extraño, era una inadaptada y se sentía con una fragilidad vital que la hacía encerrarse en sí misma.
Secó sus ojos y abrió el viejo baúl familiar donde sus padres guardaban la decoración navideña: las guirnaldas, las bolas enormes de colores, lucecitas con cables pelados, figuritas y adornos, todos ellos hacía tiempo que se habían pasado de moda, sacó uno a uno todos esos recuerdos y cuando hubo saboreado cada momento, casi cuando ya amanecía encontró un resquicio de felicidad, una leve ilusión le vino a los ojos como si tocara aquella realidad lejana y pasado y presente se fundieran en un mismo instante. Fue así como Ella celebró su Navidad…

sábado, 25 de agosto de 2018

CINCO MICRORRELATOS DE VIDA



                                           Última hora en la clínica

Hacía meses que el pestillo de la puerta del servicio en la sala de espera se quedaba trabado dejando a los pacientes encerrados “cada dos por tres”. Lía ese viernes decidió alargar su jornada y quedarse en la clínica cumplimentando expedientes para adelantar trabajo, le gustaban esos momentos de soledad en su mesa de trabajo. Estando en la puerta para marcharse pensó en el atasco de entrada hacia la autopista, comenzaba un fin de semana de tres días, y sin dudarlo corrió hacia el servicio de la sala de espera, cuando quiso salir, ya no pudo. El pestillo se bloqueó y ella entró en pánico. “Golpes, chillidos, cólera, llanto, ansiedad, miedo, sollozo, rabia, ira, desesperación, espanto…aceptación”. Allí no había nadie que le pudiera oír, nadie para ayudarle, nadie que le esperara en ningún sitio. Después de tres días y medio de encierro y con la facilidad del que está a salvo al otro lado de la puerta, se forzó el pestillo con la ganzúa de siempre, y ésta se abrió. Lía no era capaz de emitir ningún sonido, estaba tumbada y su cuerpo parecía no responder, en sus ojos había pavor. Al ver a su compañero de trabajo se emocionó y  comprendió que estaba viva.

                                               Suena el móvil

“¡Estoy orgullosa de mi abuela Fina! Me encanta verla tan positiva. ¡Quiero ser como ella! ¡86 años y vaya marcha que tiene!”
A las 12 del mediodía aún no había abierto la puerta de su habitación; la noche anterior se quedó hasta las dos y media cosiendo los bajos de unas cortinas, al recordarlo se me humedecen los ojos “¡me siento tan feliz de tenerla a mi lado!” Pero de repente una sensación extraña recorrió mi cuerpo, y comencé a preocuparme: “¿estaría dormida todavía? ¿un ictus, un derrame, un infarto?...¿le pasaría algo?”
Con un ligero tembleque abrí la puerta, la vi tapadita, ojos cerrados y cuerpo inerte. El Mundo se me vino encima, sentí que me iba con ella, ciertamente parecía no respirar, estaba muerta…y casi cuando de mi garganta salía las primera sílabas “¡Abu!” Sonó estrepitosamente su móvil, ella abrió los ojos, resopló, se incorporó repentinamente y parecía como si llevara despierta horas.
“¡Hola, Sí, ah estaba durmiendo! pero ¿qué hora es? ¡Madre Mía! Si yo creía que serían las 8 o las 9 de la mañana”…
Me abracé a ella “¡Ay abuela cuánto te quiero!”

                                               Una tormenta de verano

Subir y bajar era el objetivo de los tres amigos. Cuatro horas de subida y otras tantas de bajada. No era una montaña complicada, la conocían bien. Coronaron el punto más alto en el tiempo previsto, allí hicieron sus rituales de siempre: unos momentos de reflexión, unas fotos, unas risas, los bocadillos, las bebidas isotónicas y para abajo.
Hacía demasiado calor y no tardó en formarse una tormenta, aunque aligeraron el paso, era imposible guarecerse, allí sólo había piedras. La lluvia dejó paso a un granizo exagerado y las rachas de viento les desequilibraba . Emma resbaló a través del liquen húmedo de los guijarros, rodó varios metros y se oyó un golpe seco y un grito de dolor. Estaba tendida e inconsciente, era imposible acercarse a ella sin resbalarse, aun así Mario no dudó en intentar llegar hasta ella. Un rayo y el estampido del trueno le dejó aturdido, intentó incorporarse, perdió el equilibrio y cayó de bruces entre las piedras doblándose un tobillo. Media hora después Samu vociferaba sus nombres, él se había adelantado unos metros  cuando les sorprendió la tormenta, había decidido aligerar el paso montaña abajo, y tuvo más suerte que ellos, consiguió no caerse.
El sol salió tímidamente de aquellos nubarrones y Samu llegó hasta ellos, estaban en un estado lamentable: Emma tenía una brecha en la cabeza, le dolía la rodilla izquierda y se encontraba magullada por todo su cuerpo. Mario no se podía mover, tenía el tobillo derecho roto y una herida muy fea en el hombro, le era imposible apoyar el pie y continuar el descenso. Ninguno de los tres teléfonos móviles funcionaba, estaban mojados y si servicio. Samu llegó al pueblo, de donde habían partido a media mañana, hacia las 8 de la tarde. Consiguió contactar con el 112, estaba desesperado, tenían que rescatarlos antes de que se hiciera de noche y quedaba poco tiempo. Se puso en marcha el GRS de la Comunidad, enviaron un helicóptero,  era la única posibilidad de no dejarlos allí solos, de no abandonarlos a su suerte en medio del frío de la noche.  
Samu al verlos desde el aire respiró…

                                               Se quedó allí dormida

Sabía que tenía que poner la lavadora, llevaba demorando ese momento varios días, así que consideré que era la ocasión de hacerlo, no necesitaba cargar la máquina más, tenía toda mi ropa dentro. Cerré la puerta, elegí el programa y listo, solo quedaba esperar. Me tumbé en el sofá, encendí la tele y me puse a ver “la bobada” que echaban en ese momento.
No había sentido a Mina, era raro que no viniera a tumbarse conmigo en el sofá, la llamé un par de veces, sin obtener respuesta, seguro estaba encima de mi cama aprovechando el último rayo de sol de la tarde, era una gata un poco comodona de más y no hacía caso cuando se la llamaba.
Oía moverse el tambor de la lavadora, primero para un lado, después para el otro, y me fastidió tener que levantarme a cerrar la puerta de la cocina, con lo a gusto que estaba tumbada en el sofá pero realmente me estaba molestando el ruido.
Cuando vi a Mina a través de la portezuela circular, me eché las manos a la cabeza y nerviosamente paré la lavadora. Se me hizo eterna la espera del retardo de la apertura, al oír el “clak” abrí la puerta, y no pude más que zarandearla para reanimarla, parecía mareada, las patas no le respondían, el cuerpo se deslizaba hacia el suelo y no conseguía equilibrarla…pasados unos minutos ella sola se incorporó, se sacudió el agua que la había sacado de su modorra y empezó a lamerse.
Ambas nos tumbamos en el sofá, como si nada hubiera pasado hasta acabar el ciclo de lavado…


                                               Ola de calor

“Lo sé, me lo repito una y otra vez, ¿cómo ha podido ocurrir?¿En qué estaba pensando? ¡Casi la mato!, ¡no puede ser! no, no, no”…
Yo solo quería parar un momentito a recoger un vestido en la modista y “largarme cuanto antes”.
El aire acondicionado del coche nos mantenía fresquitas a mi nieta y a mí. Nati jugueteaba con las llaves de plástico de colores, no paraba de morderlas ansiosamente, le estaban saliendo los dientes. En la radio informaban de las altas temperaturas “¡Qué barbaridad 41 grados!”...
“Nati es un momentito, recojo el vestido y me vengo corriendo, te dejo aquí fresquita para que el calor de fuera no te agobie, ¡¿vale, cariño?! ¡Estoy ahí en la tienda, me ves desde aquí!”.
La modista estaba agobiada con no sé qué pedido de una boda, y además tenía cinco personas delante de mí. “Vaya calor, es insoportable, es mejor no salir de casa” comenté con las que estaban de espera en la tienda. “Oye Geli, ¿tienes lo mío?” le pregunté mientras ella iba y venía por el mostrador, “sí, sí enseguida te traigo el vestido”. Le llevó más de un cuarto de hora atenderme, de vez en cuando miraba a través del cristal y me pareció que Nati seguía mordisqueando sus llavecitas.
“Pruébatelo”, me ordenó Geli, “no vaya a ser que tengas que volver y con el jaleo que tengo me retrase en la entrega”. En el probador hacía un calor insoportable y no sé cómo me vino a la cabeza que a lo mejor no había dejado encendido el coche, tengo la manía de apagar el motor siempre que me paro en doble fila, “entonces si no lo había hecho, Nati se estaría ahogando”… salí medio desnuda de la tienda y vi a la niña bañada en sudor dormidita como un “pajarín”…
“¡Ayuda, por favor! Grité con todas mis fuerzas” Saqué a la niña del coche y corrí con ella sin saber muy bien por dónde tirar, una mujer que pasaba por allí  me auxilió, “soy médico”.
 Nati se puso a llorar segundos antes de que llegara la ambulancia, si no es por esa mujer la niña estaría…