jueves, 27 de diciembre de 2018

RELATO DE NAVIDAD: ELLA


Ella se quedó mirando las lucecitas intermitentes de colores que adornaban la entrada de la casa de su hija y quiso darse la vuelta, tapar su cara, esconderse entre sus frías manos para que los recuerdo no se la llevaran por delante, para protegerse del tiempo y se enfurruñó con su vida, con su desgracia de estar sola, aunque era un día de celebración, de estar con la poca familia que le quedaba y aunque la esperaban en la mesa con los platos que ella en un tiempo había hecho suyos, heredados de una tradición anterior, no quiso quedarse y según llegó se marchó, apagó el interruptor luminoso de la Navidad y no hubo manera de convencerla de que participara de la mesa de todos, de la conversación, del calor de la chimenea, del frío de la noche, del contacto de aquellos parientes que un día le habían hecho sentir la emoción del momento y que ahora los consideraba distantes y ajenos. Desorientada repetía “me quiero ir, no estoy cómoda, esta no es mi Navidad”.
 Ella quiso quedarse en su interior, y aunque luchó porque no le vinieran  los recuerdos del pasado, cuanto más lo deseaba, más le venían a su cabeza aquellos momentos de compras y preparativos previos a  los días que iban a pasar y luego todo empezaba con aquel jaleo maravilloso de ir y venir de pucheros, cacerolas y olores mágicos. Toda aquella familia hablando alegremente a su alrededor, oía de nuevo sus carcajadas, hacía evidente la complicidad con su madre en la preparación de aquella mesa tan larga, la colocación de la vajilla, la especial, esa de los días alegres. Sin quererlo vio como sus hermanos adornaban el pino del jardín y las luces tenues que lo adornaban le hacían sonreír en una histeria de felicidad. No quería volver a su pasado porque iba a llorar y se vio mirándose en el espejo momentos antes de la cena, cuando todos se ponían guapos para aquella noche tan especial y miró el reflejo de su vestido de gasa de color rosáceo, los tacones negros, los pendientes brillantes, los anillos de sus manos. Ella observaba ahora su mano para volverlos a mirar porque como aquel día los tenía puestos y le vino a la cabeza la emoción de ver corretear a sus hijos nerviosos por el salón, sus gritos, las risas, su ruido de fiesta con panderetas y cantos desafinados. Abrió los ojos, estaba sentada en su sillón de siempre, ya en su casa, sola, mirando aquellas paredes llenas de cosas pero vacías de sonidos, sin ambiente solo expresando frío intenso. Bajo sus gafas sintió que le venían unas lágrimas y le hacían volver a su pasado cuando volvía con su marido y sus padres de la Misa del Gallo, y sus hijos y hermanos les esperaban con petardos en la puerta de la casa para que no entraran y ese momento se convertía en una fiesta, una explosión de alegría que no deseaba que se acabara nunca; llegaban vecinos alarmados por el jolgorio y se apuntaban a seguir el ruido y ella deseaba que se parara el Mundo en ese momento, se sentía feliz,  no necesitaba más, estaba en ese punto donde la alegría te hace sentir seguro, donde la ilusión es la estrella más alta que se puede alcanzar.  Pero ese estado de éxtasis  no fue así para siempre.
Ahora se encontraba en el otro lado, insegura y desconfiada de lo que le rodeaba. Un mar de lágrimas imparables la devolvían al pasado y al presente en un juego de situaciones insoportablemente doloroso. Se resistía a seguir recordando pero aquellos momentos de extrema felicidad volvían una y otra vez a su cabeza. Desde su sillón podía ver la foto de su marido colgada en la pared, se sintió desgraciada, balbuceó unas palabras de amor, le lanzó un beso y deseó haberse muerto ella antes.
Luchando contra los que querían convencerla que podía vivir con algo de felicidad, ella les respondía que se sentía mejor en otro tiempo, lo que veía ahora en este presente que le había tocado vivir le era extraño, era una inadaptada y se sentía con una fragilidad vital que la hacía encerrarse en sí misma.
Secó sus ojos y abrió el viejo baúl familiar donde sus padres guardaban la decoración navideña: las guirnaldas, las bolas enormes de colores, lucecitas con cables pelados, figuritas y adornos, todos ellos hacía tiempo que se habían pasado de moda, sacó uno a uno todos esos recuerdos y cuando hubo saboreado cada momento, casi cuando ya amanecía encontró un resquicio de felicidad, una leve ilusión le vino a los ojos como si tocara aquella realidad lejana y pasado y presente se fundieran en un mismo instante. Fue así como Ella celebró su Navidad…

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