jueves, 17 de enero de 2019

AEROBIC


Cómo empezar lo que voy a contar, es difícil describir sucesos aparentemente increíbles sin que provoquen   incredulidad o efímera locura, pero yo los he vivido como ciertos, y he visto como mi familia ha experimentado el descenso frente al ascenso,  el declive a la gloria, la enfermedad que todo lo nubla frente a la salud plena. Ahora desde mi retiro, desde la posición que me da la edad, encajando unas piezas con otras he comprendido el mecanismo de cómo una familia se ha convertido en una sola persona, Yo misma, la única, la superviviente y la pregunta que me hago es: “¿para qué?” Hubiera sido mejor no ser tan fuerte, irme con ellos y no quedarme aquí sola con todos sus recuerdos…
Mi nombre es Noa, tengo 86 años y estoy sola. Desde hace 7 años vivo aislada por voluntad propia en una residencia para “gente mayor” sí para gente como yo. Tengo mucho tiempo para pensar, y solo lo hago para hacerlo sobre mi familia. Yo solita con mis recuerdos y de vez en cuando me involucro en la conversación de los que me rodean en esta residencia y obligada por los profesionales participo en alguna actividad programada.
He comprendido como cada uno fue forjando su destino y como fueron pasando los años tan rápidamente y creo que es injusto que yo haya quedado aquí y ninguno de ellos esté aquí conmigo.
Siempre he sido una mujer enérgica, delgada como un fideo pero fuerte como una piedra, cuando cumplí 60 años decidí que había que ponerse en forma, mi cuerpo empezaba a dar alguna señal de fatiga y aunque sin dejar de ser activa tenía que poner remedio a las arritmias que mi corazón experimentaba . No tenía ya edad para contratar los servicios de un gimnasio que me ayudara con el aerobic o ponerme al lado de algún jovencito pedaleando en la bicicleta estática o sudando en la elíptica, imaginaba que si aparecía por alguno de esos locales se burlarían de mí, así que lo mejor era buscar por Youtube alguna página que me sirviera para realizar unos ejercicios aeróbicos que me sacarían de la rutina del trabajo y  sobre todo harían  que me sintiera bien conmigo misma, más ligera y  sobre todo adiestraría los latidos de mi corazón.
Llevaba un par de años haciendo bicicleta estática a las 7 de la mañana,  me ponía los cascos conectados a una radio analógica y mientras los tertulianos opinaban sobre el devenir de la política yo pedaleaba hasta completar 10 kilómetros, eran  unos 35 minutos de gloria, el resto de mi día era organizar, trabajar y estar con mi familia. Fue una mañana cuando decidí que podía hacer algo más, poner algo de ejercicio en mi vida, era lo suficiente mayor para no considerarme joven pero aún no tenía la edad de ser una anciana y la verdad nunca  he aparentado la edad que tengo, algo que siempre me ha alagado, ahora que estoy en este momento de soledad extrema me molesta que piensen que tengo diez años menos.
Por supuesto encontré infinidad de páginas que me ayudaban cada día a realizar movimientos funcionales durante una hora, si quería podía navegar por la aplicación sin repetir monitor, pero como soy muy metódica tenía tres o cuatro que eran mis preferidos y de ahí no me movía para mis tablas aeróbicas, día a día iba forjando mi cuerpo, que lo sentía como una pluma y se iba esculpiendo con ciertas formas musculadas aparentemente jóvenes, no hay nada mejor que pasados los sesenta años te sientas como una joven de 40 o incluso de menos.
Fue por esa época cuando a mi marido le diagnosticaron una enfermedad degenerativa que le iba agotando de una manera proporcional a mi buen estado de salud, mientras yo mejoraba con los días él se fue consumiendo hasta que nos dejó. No supe ver, que tal vez, debía haber abandonado mis clases interactivas de ejercicios, quizás él se hubiera estabilizado y ahora estaría a mi lado, es un peso que acarreo y que no me deja vivir, en sentido metafórico porque aquí sigo esperando algún cambio de salud que me permita descansar e irme con él.
Cuando Nathan nos dejó nos inundó una tristeza depresiva, vimos caer el universo, todo el día era de noche para nosotros,  el llanto nos consumía y la pena por su pérdida nos anulaba como si ya esta vida no fuera con nosotros. Varios años después y aplicándome una terapia de choque decidí retomar mis clases gimnásticas, con una cierta pena por recordar aquel tiempo pasado en el que había sido muy feliz. Esta vez la salud de mi corazón me daba igual, pero sí necesitaba fortalecerme de tanta tristeza que llevaba a mis espaldas. Cuando retomé los vídeos, los primeros días no dejaba de llorar al ver a mis monitoras que ahí seguían en el ordenador sin envejecer y eso me hacía pensar que era un poco ridículo volver a danzar rítmicamente según los pulsos de una canción moderna, vestida con unas mallas y una camiseta estilizada pegada a mi cuerpo. Quizá lo mejor era volver a sentir la ausencia de Nathan mientras escuchaba diariamente nuestra canción “Have I told you lately that I Love you”. Después de muchas dudas y para salvar el estado en el que me encontraba volví a desengrasar todos mis músculos y era capaz de cantar nuestra canción sin retorcerme de dolor.
Aunque no lo crean volví a sentirme bien, no estaba tan ligera pero conseguí estar en forma pasados unos meses.  Cuando creía volver a sonreír otro miembro de mi familia iba mermando en salud mientras yo proporcionalmente iba mejorando.  A mi hijo Ben le encontraron unas manchas en el pulmón y mientras yo me movía entre clase y clase de armonía muscular él nos iba dejando poco a poco hasta que un día cerró los ojos y yo maldije mi buen estado físico, y me recriminé que todo era por mi culpa, regalé mi bicicleta estática y arrojé al suelo mi ordenador pateándolo hasta machacarlo y  hacerlo inservible. No paré de llorar en varios años, no quería dejar de hacerlo, quería morirme y decidí no salir de mi tristeza y nadie de mi entorno me convenció de que yo no era la causa de tanta desgracia. Me abandoné, no veía la necesidad de luchar por nada y todos me dejaron por imposible.
Raquel  se preocupaba por mí, era lo único que me quedaba en esta vida.  Ella me intentaba convencer que volviera a hacer mis ejercicios, me iban a venir bien, iba a mejorar.
No, por supuesto que no, sólo me quedas tú, y no puedo perderte. Pero pensé que lo mejor era convencerla a ella  que hiciera ejercicio, ya tenía una edad para cuidarse e imaginé gratamente: “seguro que esta vez seré yo la que caiga, la que me vaya”. Traté con todas mis fuerzas de que fuera a un gimnasio, pero ella no se veía yendo a “esos lugares”. Le propuse hacerlo en casa como lo hacía yo en otro tiempo. Compramos una bicicleta estática y la convencí para que empezara a hacer ejercicios aeróbicos y funcionales, lo que fuera, era igual con tal de que yo fuera empeorando. Me había quedado clara la relación entre ejercicio y muerte. Ahora me tocaba a mí irme y lo iba a hacer proporcionalmente a que ella se sintiera en forma y en un buen estado de salud. Deseaba con todas mis fuerzas que empezara cuanto antes y lo hizo. Como yo, ella también disfrutaba, se divertía y cada vez su cuerpo era más equilibrado. Cuando consideré que era tiempo suficiente para que mi declive comenzara, me hice unos análisis, deseaba que me dijeran los días que me quedaban por vivir, estaba emocionada por saber los resultados de mi inminente enfermedad. Cuando entré por la puerta de la consulta el médico me recibió con los brazos abiertos y con una sonrisa  me comunicó que todos los marcadores estaban en su justa medida para la edad que tenía. Vaya decepción, “¡no puede ser!”, no había por ningún lado atisbo de empeoramiento, insuficiencia o falta de vida. Cómo podía ser si mi hija estaba estupenda y lo peor es que yo lo estaba también sin hacer ni un mínimo levantamiento de brazos o piernas.
A Raquel le salió una oferta de trabajo y se mudó a otra ciudad. Me quedé sola, sin ella, pero contenta por su ascenso. Fueron pasando los años y un día me volví a subir a la bicicleta que había dejado mi hija, esta vez no iba a ver ningún vídeo de aquellas jovencitas monitoras que tanto me enseñaron, solo iba a mover un poco las piernas y un kilómetro me llevó a otro y así hasta conseguir aquellos 10 con los que empezó todo.
Me llamaron por la noche y se hundió mi vida para siempre, cómo poder morir, cómo dejar este mundo y no quedarme aquí. Un desgraciado se empotró con su coche y se la llevó por delante, primero entró en parada cardiaca, en coma inducido y se fue sin despedirse en un largo proceso que duró medio año.
La desolación no me dejaba parar y entré en pánico permanente, en locura abismal, quitarme la vida es lo que quería pero fue imposible.
Con 79 años vendí todo lo que tenía y decidí traer mi desgraciada vida a esta residencia, y aquí sigo, lloro todos los días, no tengo consuelo y vivo en la tristeza más absoluta.
En la residencia hay Programas de animación, memoria o rehabilitación, nos ayudan a mantenernos aunque no tengamos ganas. Los martes y los jueves tenemos “movilidad” y toca hacer estiramientos.  Nazareth, la instructora, se admira de lo elástica que soy y me reta pidiéndome que haga algún movimiento extra. A veces le regalo una mueca de agradecimiento y le digo:
“Ahora nadie de mi familia corre peligro,  no tengo a nadie más a quien perder”…

sábado, 5 de enero de 2019

LLANTO Y QUEJIDO


A Pura

Cuando todo ocurrió la noche se hizo frío,
el sonido se transformó en silencio insoportable,
las emociones se quedaron congeladas en el tiempo.

¡Parar para llorar tu muerte!

Quedé tocada por el tiempo,
cargado de llanto y quejido
de miedo y abismo.

¡Parar para llorar tu muerte!

Una lágrima que duele
y las demás  se hacen imparables,
vivir era una carga indomable,  
faltaba ese instante
que no se pudo esquivar y no fue.
Cuando el puñal clavó en lo más hondo de la herida,
la realidad me cayó encima
ahogando mis sueños infantiles.

¡Parar para llorar tu muerte!

Porque faltabas en ese coche de vuelta
a nuestra vida anterior, ya irrecuperable,
y hubo que parar por no soportar el vacío de tu ausencia.

¡Parar para llorarte una y mil veces más!

Han pasado los días, los años
desde aquel no estar tuyo,
aún sigo pensando en el último aliento de tu sonrisa
y cuando ya no puedo más de tu recuerdo,
¡me paro para llorar tu muerte!

jueves, 27 de diciembre de 2018

RELATO DE NAVIDAD: ELLA


Ella se quedó mirando las lucecitas intermitentes de colores que adornaban la entrada de la casa de su hija y quiso darse la vuelta, tapar su cara, esconderse entre sus frías manos para que los recuerdo no se la llevaran por delante, para protegerse del tiempo y se enfurruñó con su vida, con su desgracia de estar sola, aunque era un día de celebración, de estar con la poca familia que le quedaba y aunque la esperaban en la mesa con los platos que ella en un tiempo había hecho suyos, heredados de una tradición anterior, no quiso quedarse y según llegó se marchó, apagó el interruptor luminoso de la Navidad y no hubo manera de convencerla de que participara de la mesa de todos, de la conversación, del calor de la chimenea, del frío de la noche, del contacto de aquellos parientes que un día le habían hecho sentir la emoción del momento y que ahora los consideraba distantes y ajenos. Desorientada repetía “me quiero ir, no estoy cómoda, esta no es mi Navidad”.
 Ella quiso quedarse en su interior, y aunque luchó porque no le vinieran  los recuerdos del pasado, cuanto más lo deseaba, más le venían a su cabeza aquellos momentos de compras y preparativos previos a  los días que iban a pasar y luego todo empezaba con aquel jaleo maravilloso de ir y venir de pucheros, cacerolas y olores mágicos. Toda aquella familia hablando alegremente a su alrededor, oía de nuevo sus carcajadas, hacía evidente la complicidad con su madre en la preparación de aquella mesa tan larga, la colocación de la vajilla, la especial, esa de los días alegres. Sin quererlo vio como sus hermanos adornaban el pino del jardín y las luces tenues que lo adornaban le hacían sonreír en una histeria de felicidad. No quería volver a su pasado porque iba a llorar y se vio mirándose en el espejo momentos antes de la cena, cuando todos se ponían guapos para aquella noche tan especial y miró el reflejo de su vestido de gasa de color rosáceo, los tacones negros, los pendientes brillantes, los anillos de sus manos. Ella observaba ahora su mano para volverlos a mirar porque como aquel día los tenía puestos y le vino a la cabeza la emoción de ver corretear a sus hijos nerviosos por el salón, sus gritos, las risas, su ruido de fiesta con panderetas y cantos desafinados. Abrió los ojos, estaba sentada en su sillón de siempre, ya en su casa, sola, mirando aquellas paredes llenas de cosas pero vacías de sonidos, sin ambiente solo expresando frío intenso. Bajo sus gafas sintió que le venían unas lágrimas y le hacían volver a su pasado cuando volvía con su marido y sus padres de la Misa del Gallo, y sus hijos y hermanos les esperaban con petardos en la puerta de la casa para que no entraran y ese momento se convertía en una fiesta, una explosión de alegría que no deseaba que se acabara nunca; llegaban vecinos alarmados por el jolgorio y se apuntaban a seguir el ruido y ella deseaba que se parara el Mundo en ese momento, se sentía feliz,  no necesitaba más, estaba en ese punto donde la alegría te hace sentir seguro, donde la ilusión es la estrella más alta que se puede alcanzar.  Pero ese estado de éxtasis  no fue así para siempre.
Ahora se encontraba en el otro lado, insegura y desconfiada de lo que le rodeaba. Un mar de lágrimas imparables la devolvían al pasado y al presente en un juego de situaciones insoportablemente doloroso. Se resistía a seguir recordando pero aquellos momentos de extrema felicidad volvían una y otra vez a su cabeza. Desde su sillón podía ver la foto de su marido colgada en la pared, se sintió desgraciada, balbuceó unas palabras de amor, le lanzó un beso y deseó haberse muerto ella antes.
Luchando contra los que querían convencerla que podía vivir con algo de felicidad, ella les respondía que se sentía mejor en otro tiempo, lo que veía ahora en este presente que le había tocado vivir le era extraño, era una inadaptada y se sentía con una fragilidad vital que la hacía encerrarse en sí misma.
Secó sus ojos y abrió el viejo baúl familiar donde sus padres guardaban la decoración navideña: las guirnaldas, las bolas enormes de colores, lucecitas con cables pelados, figuritas y adornos, todos ellos hacía tiempo que se habían pasado de moda, sacó uno a uno todos esos recuerdos y cuando hubo saboreado cada momento, casi cuando ya amanecía encontró un resquicio de felicidad, una leve ilusión le vino a los ojos como si tocara aquella realidad lejana y pasado y presente se fundieran en un mismo instante. Fue así como Ella celebró su Navidad…

sábado, 25 de agosto de 2018

CINCO MICRORRELATOS DE VIDA



                                           Última hora en la clínica

Hacía meses que el pestillo de la puerta del servicio en la sala de espera se quedaba trabado dejando a los pacientes encerrados “cada dos por tres”. Lía ese viernes decidió alargar su jornada y quedarse en la clínica cumplimentando expedientes para adelantar trabajo, le gustaban esos momentos de soledad en su mesa de trabajo. Estando en la puerta para marcharse pensó en el atasco de entrada hacia la autopista, comenzaba un fin de semana de tres días, y sin dudarlo corrió hacia el servicio de la sala de espera, cuando quiso salir, ya no pudo. El pestillo se bloqueó y ella entró en pánico. “Golpes, chillidos, cólera, llanto, ansiedad, miedo, sollozo, rabia, ira, desesperación, espanto…aceptación”. Allí no había nadie que le pudiera oír, nadie para ayudarle, nadie que le esperara en ningún sitio. Después de tres días y medio de encierro y con la facilidad del que está a salvo al otro lado de la puerta, se forzó el pestillo con la ganzúa de siempre, y ésta se abrió. Lía no era capaz de emitir ningún sonido, estaba tumbada y su cuerpo parecía no responder, en sus ojos había pavor. Al ver a su compañero de trabajo se emocionó y  comprendió que estaba viva.

                                               Suena el móvil

“¡Estoy orgullosa de mi abuela Fina! Me encanta verla tan positiva. ¡Quiero ser como ella! ¡86 años y vaya marcha que tiene!”
A las 12 del mediodía aún no había abierto la puerta de su habitación; la noche anterior se quedó hasta las dos y media cosiendo los bajos de unas cortinas, al recordarlo se me humedecen los ojos “¡me siento tan feliz de tenerla a mi lado!” Pero de repente una sensación extraña recorrió mi cuerpo, y comencé a preocuparme: “¿estaría dormida todavía? ¿un ictus, un derrame, un infarto?...¿le pasaría algo?”
Con un ligero tembleque abrí la puerta, la vi tapadita, ojos cerrados y cuerpo inerte. El Mundo se me vino encima, sentí que me iba con ella, ciertamente parecía no respirar, estaba muerta…y casi cuando de mi garganta salía las primera sílabas “¡Abu!” Sonó estrepitosamente su móvil, ella abrió los ojos, resopló, se incorporó repentinamente y parecía como si llevara despierta horas.
“¡Hola, Sí, ah estaba durmiendo! pero ¿qué hora es? ¡Madre Mía! Si yo creía que serían las 8 o las 9 de la mañana”…
Me abracé a ella “¡Ay abuela cuánto te quiero!”

                                               Una tormenta de verano

Subir y bajar era el objetivo de los tres amigos. Cuatro horas de subida y otras tantas de bajada. No era una montaña complicada, la conocían bien. Coronaron el punto más alto en el tiempo previsto, allí hicieron sus rituales de siempre: unos momentos de reflexión, unas fotos, unas risas, los bocadillos, las bebidas isotónicas y para abajo.
Hacía demasiado calor y no tardó en formarse una tormenta, aunque aligeraron el paso, era imposible guarecerse, allí sólo había piedras. La lluvia dejó paso a un granizo exagerado y las rachas de viento les desequilibraba . Emma resbaló a través del liquen húmedo de los guijarros, rodó varios metros y se oyó un golpe seco y un grito de dolor. Estaba tendida e inconsciente, era imposible acercarse a ella sin resbalarse, aun así Mario no dudó en intentar llegar hasta ella. Un rayo y el estampido del trueno le dejó aturdido, intentó incorporarse, perdió el equilibrio y cayó de bruces entre las piedras doblándose un tobillo. Media hora después Samu vociferaba sus nombres, él se había adelantado unos metros  cuando les sorprendió la tormenta, había decidido aligerar el paso montaña abajo, y tuvo más suerte que ellos, consiguió no caerse.
El sol salió tímidamente de aquellos nubarrones y Samu llegó hasta ellos, estaban en un estado lamentable: Emma tenía una brecha en la cabeza, le dolía la rodilla izquierda y se encontraba magullada por todo su cuerpo. Mario no se podía mover, tenía el tobillo derecho roto y una herida muy fea en el hombro, le era imposible apoyar el pie y continuar el descenso. Ninguno de los tres teléfonos móviles funcionaba, estaban mojados y si servicio. Samu llegó al pueblo, de donde habían partido a media mañana, hacia las 8 de la tarde. Consiguió contactar con el 112, estaba desesperado, tenían que rescatarlos antes de que se hiciera de noche y quedaba poco tiempo. Se puso en marcha el GRS de la Comunidad, enviaron un helicóptero,  era la única posibilidad de no dejarlos allí solos, de no abandonarlos a su suerte en medio del frío de la noche.  
Samu al verlos desde el aire respiró…

                                               Se quedó allí dormida

Sabía que tenía que poner la lavadora, llevaba demorando ese momento varios días, así que consideré que era la ocasión de hacerlo, no necesitaba cargar la máquina más, tenía toda mi ropa dentro. Cerré la puerta, elegí el programa y listo, solo quedaba esperar. Me tumbé en el sofá, encendí la tele y me puse a ver “la bobada” que echaban en ese momento.
No había sentido a Mina, era raro que no viniera a tumbarse conmigo en el sofá, la llamé un par de veces, sin obtener respuesta, seguro estaba encima de mi cama aprovechando el último rayo de sol de la tarde, era una gata un poco comodona de más y no hacía caso cuando se la llamaba.
Oía moverse el tambor de la lavadora, primero para un lado, después para el otro, y me fastidió tener que levantarme a cerrar la puerta de la cocina, con lo a gusto que estaba tumbada en el sofá pero realmente me estaba molestando el ruido.
Cuando vi a Mina a través de la portezuela circular, me eché las manos a la cabeza y nerviosamente paré la lavadora. Se me hizo eterna la espera del retardo de la apertura, al oír el “clak” abrí la puerta, y no pude más que zarandearla para reanimarla, parecía mareada, las patas no le respondían, el cuerpo se deslizaba hacia el suelo y no conseguía equilibrarla…pasados unos minutos ella sola se incorporó, se sacudió el agua que la había sacado de su modorra y empezó a lamerse.
Ambas nos tumbamos en el sofá, como si nada hubiera pasado hasta acabar el ciclo de lavado…


                                               Ola de calor

“Lo sé, me lo repito una y otra vez, ¿cómo ha podido ocurrir?¿En qué estaba pensando? ¡Casi la mato!, ¡no puede ser! no, no, no”…
Yo solo quería parar un momentito a recoger un vestido en la modista y “largarme cuanto antes”.
El aire acondicionado del coche nos mantenía fresquitas a mi nieta y a mí. Nati jugueteaba con las llaves de plástico de colores, no paraba de morderlas ansiosamente, le estaban saliendo los dientes. En la radio informaban de las altas temperaturas “¡Qué barbaridad 41 grados!”...
“Nati es un momentito, recojo el vestido y me vengo corriendo, te dejo aquí fresquita para que el calor de fuera no te agobie, ¡¿vale, cariño?! ¡Estoy ahí en la tienda, me ves desde aquí!”.
La modista estaba agobiada con no sé qué pedido de una boda, y además tenía cinco personas delante de mí. “Vaya calor, es insoportable, es mejor no salir de casa” comenté con las que estaban de espera en la tienda. “Oye Geli, ¿tienes lo mío?” le pregunté mientras ella iba y venía por el mostrador, “sí, sí enseguida te traigo el vestido”. Le llevó más de un cuarto de hora atenderme, de vez en cuando miraba a través del cristal y me pareció que Nati seguía mordisqueando sus llavecitas.
“Pruébatelo”, me ordenó Geli, “no vaya a ser que tengas que volver y con el jaleo que tengo me retrase en la entrega”. En el probador hacía un calor insoportable y no sé cómo me vino a la cabeza que a lo mejor no había dejado encendido el coche, tengo la manía de apagar el motor siempre que me paro en doble fila, “entonces si no lo había hecho, Nati se estaría ahogando”… salí medio desnuda de la tienda y vi a la niña bañada en sudor dormidita como un “pajarín”…
“¡Ayuda, por favor! Grité con todas mis fuerzas” Saqué a la niña del coche y corrí con ella sin saber muy bien por dónde tirar, una mujer que pasaba por allí  me auxilió, “soy médico”.
 Nati se puso a llorar segundos antes de que llegara la ambulancia, si no es por esa mujer la niña estaría…

miércoles, 2 de mayo de 2018

CINCO MICRORRELATOS DE MUERTE


                                         En el cementerio

¡Hola Papá, te echo de menos!
Te daría un beso y te abrazaría, como aquella vez que te sentiste sólo y yo te susurré unas palabras de alivio, aunque claro ¡no sé dónde estás ahora! Vengo a verte de vez en cuando y te traigo unas flores pero no es lo mismo…


                                            Vuelo Chárter
                                                              
La fiesta de soltera de Adelaida iba a ser el acontecimiento más importante previo a su boda. Lo había organizado todo, pasaría tres inolvidables días en Cagliari con cinco amigas, había convencido a su padre para que le dejara el avión privado, sería una escapada breve, alocada, divertida e intensa...el día de regreso los radares del aeropuerto de Turín controlaron con normalidad su paso por territorio italiano… hora y media después los servicios de emergencia de Grindelwald  en Suiza dieron la voz de alarma sobre una humareda incontrolada cercana a la zona del Eiger… desde el campamento base de la montaña se pedía con nerviosismo,  la asistencia de equipo de rescate, médicos y ambulancias… 12 horas después el médico forense certificó 9 fallecimientos:  Adelaida y sus cinco amigas y otras tres mujeres: la piloto, la comandante y la azafata.


                                          Simca 1200

Se fue a comprar  el “cabás” que estaba de moda y que aún no había tenido oportunidad de conseguir. Los padres de su amiga no le habían invitado a  la “Primera  Comunión” de su hermana pequeña y aunque apenada por no asistir a la celebración pensó que podría ser un buen momento para hacer algo con su madre y sus dos tías. Hacía unos días que les había oído que irían de compras y éste era el día apropiado para ello. La ciudad siempre era divertida, se hacían cosas diferentes y sobre todo su madre hacía muchas compras.  Estaban a tan solo 57 km así que el trayecto no llevaba más de hora y media.  Los cinturones de seguridad se quedaron sin enganchar en la parte delantera y los traseros no existían en los coches de la época… La quemazón de un cigarro, la gravilla de la carretera, una mala decisión de frenado y un chopo, fue el destino  trágico de las cuatro ocupantes. El Simca quedó para el desguace. Ellas no llegaron a la ciudad y el “cabás” nunca se compró…


                                         Un destino diferente

 “Tres hermanos pierden la vida al estrellarse un helicóptero en la Sierra del Rincón,  el suceso ha ocurrido sobre las 12:30 del mediodía”   
Valeria escuchaba  la radio,  mientras estaba de acá para allá, atareada con los preparativos de la comida. Hoy iba a ser un día muy especial, había logrado reunir a toda su familia para despedir a su hijo pequeño  que en dos días iba a tomar un avión rumbo a Senegal  como voluntario de una ONG. A través de los cascos de su radio oía la noticia,  en su rostro una mueca de estupefacción y asombro paralizó el ritmo frenético  que tenía esa mañana pero en seguida continuó con lo que estaba haciendo, era un día muy feliz, estarían todos juntos, ella estaba  especialmente eufórica, habían quedado para comer hacia las 3:30. Sonó el timbre, estaba todo preparado,  llegaban puntuales…al abrir la puerta vio a dos agentes de la Guardia Civil y ya no escucho nada más…


                                                         Slackline

Después de ver varios vídeos en Youtube, Martina convenció a sus padres de que le compraran una Slackline, ellos no tenían ni idea de qué era eso y cuando se informaron lo vieron peligroso.  A los tres meses de tenerla era una experta en mantener el equilibrio en la cuerda.  La sintonía entre cuerpo y mente era perfecta y ella se dejaba llevar por una total concentración que la hacía creer que podía volar. Aquel pantano era el ideal para sentirse la “reina del mundo”, sólo ella, el agua, la vegetación y su Slackline… siete días después de su desaparición se encontró la cuerda tal como ella la había amarrado… 

domingo, 11 de marzo de 2018

NECESITO AYUDA, ME LLAMO...


Elisa Crespo tenía dos hermanas, pero como si no las tuviese, los celos de Elvira la mantenían en un rencor  permanente y  la ira de Amalia hacía muy difícil la relación entre la familia, esto era así desde niñas y por mucho que Elisa hubiera intentado remediar la situación familiar buscando soluciones, pasando de las discusiones, cediendo en las cosas que más daño podían causar a sus hermanas, la situación después de 25 años de convivencia era insostenible. Ni siquiera habían cambiado  casándose, al contrario todo había empeorado y el mal talante se extendía ya a sus cónyuges, así que la relación entre todos ellos era un “infierno”
Elisa había conocido al que creía el hombre de su vida en la “cantina” de la estación de ferrocarril, tenía que esperar al tren de cercanías. Su madre estaba en fase crítica por una enfermedad degenerativa  en el hospital comarcal y el frío del invierno le había hecho entrar en esa tasca lúgubre, asquerosa y decadente. El café la reanimaba, le hacía sentirse algo más feliz, un pequeño manto de calor sobre sus hombros,  el olvido de sentirse sola entre tanto malestar, le hacía recobrar la paciencia y el tesón para seguir  conviviendo con su familia, y ahí estaba él esperando que ella fijara sus ojos en su mirada; varias vueltas con la cucharilla en la taza de café, el murmullo de los que estaban dentro resguardándose de lo mismo que ella, la situación absurda de la espera y sobre ese instante de soledad Elisa Crespo lo vio.
Acuarela Sara Escudero
Román el “Barítono” como le llamaban sus amigas por su tipo de voz.  A Elisa, en un principio, no le dieron calambres, ni sonrojos, ni emociones que le hicieran cambiar de humor por su presencia, se saludaron sin más y  después de un rato él empezó a hablarle.  Román Guillén le había hecho reír unos minutos antes de coger el tren, se había dado cuenta que había gente que disfrutaba de la vida, que no la sentía como algo tan triste y lúgubre como  ella creía, pensó que aún había esperanza de salir a flote y una pequeña sonrisa le había cambiado el gesto de sus labios, aunque pronto iban a volver a su estado hermético y apretado.
Su madre murió antes que ella llegara al hospital. Elvira y Amalia discutían sin importarles el momento trascendental que estaban viviendo, los celos y el resquemor de lo vivido en el pasado las perseguía y no podían estar ni una hora sin que al final acabaran peleando. Esto mismo ya había sucedido año y medio antes cuando a su padre le había dado un infarto en plena calle y había fallecido sin que nadie lo esperase, en ese momento ellas también habían dado la “nota” sin derramar una lágrima por él.
Se sentía sola en medio de ese vacío que produce la muerte y pensó en la sonrisa de Román, no había dejado de hablar y de derrochar energía y felicidad desde que tímidamente ella le había saludado hasta que se despidieron en la estación. Ese corto espacio de tiempo le reconfortaba ahora que los momentos eran duros.  Resonaba en su cabeza una y otra vez su  voz grave y viril pero a la vez era cautivadora y  ligera,  mientras velaba a su madre. Con la mirada perdida se  maginaba una bonita vida al lado de ese muchacho con el que había compartido una pequeña sonrisa.
El “Barítono” había cumplido 32 años cuando le pidió matrimonio a Elisa Crespo, dos años más joven que él. Los ojos de ella se iluminaron y no dudó en decir el Sí más liberador que había pronunciado “Sí, sí y mil veces sí” le había dicho. La situación con sus hermanas desde la muerte de su madre lejos de arreglarse había empeorado, a parte de los rencores de siempre,  la desafección  que sentían era cada vez más profunda y ahora se sumaban los celos por la herencia y los pequeños objetos que sus padres les habían dejado. El ambiente familiar era irrespirable y ella estaba asqueada de tanta discusión.
Por fin Elisa podría liberarse de toda esa angustia y no sentir más la ansiedad por la ira constante de Elvira, Amalia y sus maridos.  Estaba feliz por poder vivir su propia vida con el hombre al que amaba. Iba a dejar atrás toda la amargura vivida. El mundo se le presentaba amable, el sol ahora brilla en su cara, se sentía segura de sí misma, era una mujer imparable al que la vida le iba a empezar a sonreír.
La primera mala cara apareció en el viaje de  boda después de beber varias copas de vino, el segundo encontronazo fue un cambio de humor repentino que la empujó contra la pared de la cocina, aunque Elisa pensó que había sido un accidente fortuito y que quizá ella no había interpretado bien sus forcejeos.   Luego llegaron las faltas de respeto,  los gritos, una bofetada inesperada, el desprecio. Elisa Crespo no entendía  la violencia y el abuso que ejercía sobre ella así que se quedaba paralizada por el miedo y se dejaba hacer.  Era incapaz de compartir lo que le pasaba con las pocas amigas que tenía, él no le dejaba señales visibles y se las arreglaba para ser “un tío simpático, agradable con el que se pasaba un buen rato”.  Elisa sabía que ellas no la iban a creer; además se sentía “sucia”, indeseable, un deshecho y por ello estaba avergonzada. Era mejor callar para que no la señalaran por la calle, era preferible aguantar. Román sabía bien como disimular y cómo hacer que los golpes, los gritos y las humillaciones los recibiera no sólo de manera física, sino que se encargaba de anularla psicológicamente. Con su voz de barítono le vociferaba, “tú no vales un carajo” “eres un estorbo” “no sabes hacer nada”, “quítate de ahí puta cerda” “si te cojo te arranco esos pelajos de mierda”, “guarra”, “quítate de mi vista” y así hasta que se creyó cada uno de los improperios que le lanzaba como puñales.
Elisa Crespo  más que confundida, estaba perdida, sin saber reaccionar a la violencia del “Barítono”, es cierto que éste bebía, pero no llamaba la atención por ello, algunas tardes al finalizar el trabajo se reunía con sus amigos pero no pasaba de unas cuantas cervezas, no era un borracho pero al llegar a casa  por cualquier tontería podía montar en cólera, estaba convencida que algo de su presencia le hacía cambiar el humor y toda su rabia la estampaba contra ella, no sabía cómo agradarlo, hiciera lo que hiciera siempre había un crítica y estaba mal.
Pensó seriamente en hablar con sus hermanas pero descartó esta posibilidad enseguida, hacía tiempo que la relación con Elvira y Amalia era escasa y cuando se juntaban acababan echándose en cara los reproches del pasado y los celos siempre aparecían como una lanza punzante casi tan dolorosa como los golpes que Román Guillén le propinaba un día sí y otro también.  Además recordaba que cuando les dijo que se casaba con él “pusieron el grito en el cielo” y le dijeron “no es buena su familia” “su padre está en la cárcel  por no se sabe qué, pero algo raro con su madre y sus hijas, tú ya sabes que puede ser”,“ los hijos se han criado en la calle”, “no lo hagas Elisa” ”es un tío simpático, pero es un randa, no es de fiar” . Así que todo su sufrimiento y lo que le pasaba con su marido eran cosas que se quedarían para ella.  Recordaba a Román en la “cantina” de la estación de tren, las imágenes  se sucedían repetidamente, su voz, su amabilidad, su sonrisa y no entendía en lo que se había convertido, “un monstruo” para ella.
Ahora que estaba embarazada de Claudia las cosas estaban mejorando,  o eso le parecía, porque las humillaciones, los gritos, los golpes, incluso los abusos  no eran a diario.  Era un momento  en el que Elisa consiguió convencerse de que él estaba cambiando, de que podía mejorar. Román  le había contado la violencia que su padre había empleado con él, sus hermanos y su madre.  Un sentimiento de pena y cariño se apoderaban de ella cada vez que lo veía así tan vulnerable, así que Elisa pensó que lo mejor era seguir adelante, perdonarle sus abusos y con el tiempo seguro que mejoraría, de hecho le justificaba cada mal gesto, dejaba de darle importancia, al fin y al cabo él era una víctima como ella. En su estado de gestación llegó a sentir ternura por él,  incluso olvidó todos sus desmanes, faltas de respeto, gritos, golpes y violaciones. Román la había anulado como persona y no veía su realidad.
Claudia, era una niña preciosa,  que vino para ayudar a Elisa a encontrar la felicidad que le faltaba. Era normal que en los primeros días de su vida llorara por los cólicos típicos de los recién nacidos y requería de todos los cuidados de su madre, pero él comenzó a decir que no soportaba esa situación, que se sentía “un don nadie” en su propia casa y que “una diminuta mindundi” no le iba a reemplazar.
Román no tuvo paciencia, perdió los nervios,  y regresaron las faltas de respeto, las humillaciones, los gritos. Escuchar meter la llave en la cerradura de la puerta  instantes antes de entrar él en casa, le producía taquicardia, se moría de miedo, todo el cuerpo le temblaba  y pedía a sus muertos que Claudia no llorase.
Un día le reventó el labio y le partió el párpado derecho, se sintió ninguneado por su hija cuando ésta reclamaba la atención de su madre  y a él le pareció un abuso insoportable, se puso histérico y se le fue la mano con Elisa. Él le pidió perdón cuando la vio tirada en medio del salón, le prometió que no lo volvería hacer, y sollozando le curó sus heridas.  Ese acto de contrición no le era nuevo, siempre repetía el mismo patrón.
En ese estado de dolor físico se dio cuenta que debía coger a su hija y largarse,  sacar fuerzas por ella y aunque estaba sola sin ayuda de familia, amigos o vecinos, tenía que  encontrar una salida a todo ese “horror”. El “Barítono” le había destrozado su vida pero no iba a permitir que destrozara la de su hija Claudia.
Hacía unos meses que había escuchado en la radio un anuncio de un número de teléfono que ayudaba a mujeres en situación de violencia, se sintió identificada y memorizó el número, aunque sólo con pensar que él se enterase de ese servicio y creyese que ella podría llamar le daba pánico, le temblaban las piernas y un estado de ansiedad le quitaba la idea de ponerse en contacto.
Pero ahora era diferente, casi la había dejado inconsciente y se había prometido que por Claudia lo haría. Estaba dispuesta a llamar, a pedir ayuda, sólo necesitaba recuperarse un poco y disimular que todo seguía igual con Román Guillén. Lo más importante de su vida era su preciosa niña, la protegería.

016 ¿EN QUÉ PUEDO AYUDARLE?….


sábado, 3 de marzo de 2018

SOLO UNO


Sé que estás solo
dónde los lugares
pierden su nombre.
Apartado de mi ruido,
lejos de nuestra vida.

Viajas por los Sueños
que envuelven lo desconocido.
Me miras en la distancia
de tu deseo; estás solo…

Y solo un día vuelves
de esa niebla que inunda tu ausencia.
Y las franjas de luz se proyectan
en el continuo de los días.

La fría soledad se diluye
en la silueta del abrazo,
se convierte en viento y lluvia,
en fuerza imparable

y somos de nuevo uno…