viernes, 3 de mayo de 2024

UN BIZCOCHO DE PROXIMIDAD

 


Neigborhood!

Hoy ha llegado un camión de mudanza con los muebles de los “nuevos” de la casa de arriba. –Por fin, ya era hora que alguien ocupara esa vivienda; ver una nueva familia iba a darle un poco más de marcha a esta urbanización tan sosa. Mi primer impulso ha sido ir a presentarme, llevándoles un bizcocho, −es así como se da la bienvenida ¿no? –Hola soy …la vecina de ahí abajo, la de la primera casa. Me he parado en seco y he pensado: −No, esto no se hace aquí, esa actitud sólo se ve en las series. Mi gesto se interpretaría como intromisión inoportuna. Seguro que pensarían: −Con este jaleo a qué viene esta tía aquí, vaya cotilla, que le importará nuestra vida. Y al final acabarían llamándome “La cotilla” −y yo no quiero que eso ocurra. Así que mejor sería dejarlo pasar. Aunque –es una pena, me habría hecho mucha ilusión presentarme con una tarta como lo hacen en las películas y luego organizar la barbacoa del sábado. En el fondo como dicen mis hijos −soy una cursi sentimental. Pensándolo bien yo no lo he hecho con ningún vecino anteriormente. –No sé por qué carajo se me ha metido entre ceja y ceja llevar un postre a los nuevos ahora. –Al final desisto de mi pretensión intrusiva, sin entender mi absurdo empeño por tanto interés.

Lo tengo claro, hoy en día lo normal es no querer saber nada de nadie, pasar de todo. El individualismo es el rey de las relaciones sociales. Quererse a uno mismo es lo más. −Se pierde mucho tiempo compartiendo amor y cariño, incluso la amistad ya no tiene tanto valor. Ahora lo más de lo más, es viajar solo y publicarlo, aunque todo sea falso –preparar el Tiktok y que los demás sepan lo bien que te enrollas tú solita por el mundo. Mi hija es una de las que práctica este turismo y dice que se lo pasa fenomenal. –No sé yo. Me hace ver que estoy anticuada. –Puedo aceptar esa soledad impostada, no tengo objeción alguna, salvo que hay un poco de mentira y postureo. A la mayoría de la gente nos gusta socializar. Está de moda creer que con ello vamos a vivir más. Aunque yo creo que es sólo una cuestión de sentirnos mejor y lo de vivir más, ya se verá.

Por eso estaba tan pesada con el postre y los nuevos inquilinos. Simplemente por establecer nuevos lazos afectivos.

Recuerdo cuando llegamos a nuestra casa “proletaria”, como la llama Natan; una vivienda adosada, no para ricos, sino para currantes, como lo éramos nosotros; con pocos medios para extras y sobreviviendo a una hipoteca de muchos años, mes a mes. Los trillizos acababan de cumplir cuatro años. Fue todo un reto mudarnos del apartamento; dejamos de compartir los cinco, el mismo cuarto familiar −ya era hora. Así que fue impactante tener cuatro habitaciones y un gran espacio para la privacidad de cada uno. En medio de todo el desorden de cajas, alguien llamó a la puerta. Era Maite, la de la 4ª casa, que apareció con unas magdalenas. No fue un acto glamuroso, como el que yo pretendía hacer ahora, sino que sorprendentemente, fue algo simpático y que pareció espontáneo. Todo un detalle por su parte que nunca he olvidado. Debió  ver mucho desconcierto e indecisión en la organización de los enseres, que se apilaban ya desde la entrada de la casa −supongo nos vio desbordados con las tres criaturas− y para calmar nuestra ansiedad se le debió ocurrir, sobre la marcha, traer los bollos. Meses después cuando compartía el mismo banco en el parque infantil, me confesó que le llamamos tanto la atención que no dudó en presentarse en casa, a sabiendas que podía ser una intromisión maleducada. Para mí no lo fue y nunca he olvidado ese gesto que tuvo con los niños y el ofrecimiento de ayuda incondicional que nunca utilice. Ya hace unos años que los Esmorís se compraron una nueva casa. Eso sí, se marcharon sin despedirse y su manera de “pirarse” me decepcionó bastante.

Y desde aquel día de las magdalenas hasta hoy, 27 años después, no ha habido muchos vecinos que espontáneamente hayan llamado a nuestra puerta. −Supongo no nos han necesitado.

Aunque tengo que decir que hace varios años, recogí del buzón una carta, −un folio doblado, sin sobre, ni sello− la firmaba Raquel, la de la 8ª casa; se despedía para siempre, se largaba con el contratista que había realizado la restauración de su vivienda. Yo no salía de mi asombro por la historia de su vida y por la misiva improvisada. Nunca pude agradecerle sus palabras de adiós, porque no dejó dirección y nunca más la he vuelto a ver. Casi se me cayeron las lágrimas cuando leí que –yo era la persona con la que se había sentido a gusto aquí. Para ella yo había sido casi la única en dirigirle la palabra. –Sabía que estaba exagerando y que toda la emoción era por la despedida. Me hizo ilusión que me recordara de esa manera, era un “chute” de autoestima que me arregló esa mañana.

Aquí somos vecinos de “hola y adiós”, no entramos en nada personal, no sabemos casi nada unos de otros. Somos de esos que yo llamo “planos”, sin emociones hacia el que está enfrente. Podríamos definirnos como superficiales y sin ganas de ningún tipo de relación; es como decir: − ¡ah! no sabía que vivías ahí y te llevo viendo más de 20 años. Tengo que decir a mi favor que yo no era así; a mí me gustaba hablar con todo el que me encontrara por la calle, −pero, entonces ¿ qué tipo de gente es la que vive aquí? Pronto descubrí que mis saludos y aserciones eran respondidas con monosílabos, como si fueran gente extranjera que no se expresara en la misma lengua y con el tiempo, tengo la sensación que he acabado como ellos: totalmente plana o mejor dicho cerrada, intrusiva y con miedo a invadir intimidades –Todo un desastre social. − ¡Qué pena!

Supongo que todos estamos acojonados con el lío de las redes sociales y los juicios paralelos por ser de una manera o de otra. Quién se atreve a una relación con un vecino, imagínate que te extralimitas con un bizcocho, y a lo mejor recibes una orden de alejamiento por traspasar el dintel de la puerta. Así que volviendo al tema que me invade estos días, he decidido que no horneo nada para los nuevos; no vaya a ser que haga el ridículo y encima hiera alguna sensibilidad. Está claro que no se lleva la cortesía en estos momentos y no voy yo a “mentar a la bicha” para crear algún problema donde no lo hay.

Los niños y los perros hacen mucho por crear un entramado de relaciones circunstanciales no importantes, pero sí vitales en un momento determinado de la vida. Con ellos puedes tener nuevas amistades sin que sean relaciones trascendentales. Yo disfruté mucho de ese momento, parecía la reina de la Amistad, me sentía importante y estaba llena de historias propias y acontecimientos que sabía de los demás y que parecían incumbirme formando parte de mi historia, aunque era la de ellos también. Cada día tenía su memoria, su crónica, algo diferente al día anterior. Aún en esos momentos dulces de vecindad, una vez salías del recinto del parque, del recibidor de la escuela o de la parada del bus escolar no había nada más. Y lo peor de todo es que esos fascinantes momentos de conexión, concomitancia y concordia, se convirtieron en recuerdos y por tanto estaban listos para formar parte de mi historiografía.

Una vez que los trillizos se hicieron mayores; se fueron cada uno por su lado. Fue en ese momento cuando el perro se quedó sordo, también dejó de ver con nitidez y el jardín fue su única opción para salir a la calle. Me di cuenta que se me habían acabado los pretextos para encontrarme con algún residente y no era plan de salir a buscar al primero que pasara y establecer un poco de conversación y darme una oportunidad para vencer el aburrimiento –Oye que voy contigo, espera que cojo mi abrigo y hablamos. –No, esto no está bien enfocado, así no se hacen las cosas. Natan me animaba en mi empeño de contactar con quien fuera, me decía que −no tenía por qué juzgarme a mí misma, siempre que quisiera hablar con alguien. Me hacía ver que lo mío era la historia de: −sí, pero no, no vaya a ser que crean qué…, mejor me quedo… Y al final optaba por no hacer nada. Admiraba toda la vida que Natan tenía en su móvil; yo era incapaz de estar más de diez minutos seguidos mirando mensajes, leyendo noticias o siguiendo a alguien en X. Me agotaba la pantalla y por eso me dejé de todo eso. Tal vez fue un error.

Así que un día, que no podía más con el hastío, se me ocurrió hacer una campaña de llamadas telefónicas, para saber de mis vecinos más próximos. Lo cierto es que animada por una noticia triste, que había leído sobre una mujer mayor que había muerto sola en su casa y que ni su familia, ni sus vecinos la habían echado en falta, durante más de 30 días y sólo cuando empezó a oler mal la escalera, se llevaron las manos a la cabeza y un remordimiento se apoderó de todos ellos.  Me hizo pensar en lo impersonal y solitaria que me estaba volviendo, aunque me moría de ganas por relacionarme con alguien más allá de los de mi casa. Así que entusiasmada abrí mi lista de contactos; estaba decidida a pasar un par de horas trabajando por la amistad y que no se dijera que yo abandonaba a mis vecinas.

−Hola Teri. Soy Orel.

_ ¿Quién?

_Tu vecina de al lado, sólo quería saber qué tal estás. Vivimos tan cerca y parece que estamos a kilómetros.

−Ah vale, ¿Qué quieres?

− No, nada en particular. Sólo quería saber si estáis bien.

−Sí, sí, bueno ya sabes, con Félix lo de siempre. Me vuelve loca. Casi quema la casa otra vez, es demasiado descuidado, estoy todo el día dándole voces. Se le va la cabeza. No puedo con él.

−Ah vaya, lo siento. ¡Qué desastre! Y ¿pasó algo?

−No, no pasó nada porque yo estaba por aquí y ya olí a quemado y me puse en alerta. Le pegué un par de bocinazos que seguro oíste.

−Bueno, no, no me suena, no recuerdo. Era mentira, pero es que todos los días la oía enfadarse y dar voces a su marido, así que uno más o menos era imperceptible a mis oídos.

Fue entonces cuando nuestra conversación se transformó en un monólogo; ya sólo hablaba ella, contestándose y preguntándose casi al mismo tiempo. −Ah bien…vale. Después de cuarenta minutos, yo ya quería despedirme, pero ahora ella, era la que no me dejaba, estaba tan emocionada con hablar conmigo que yo me sentí con la obligación de escucharla. –Vale, vale. Ahora sé que todo os va bien. Llámame si me necesitas.

Después de una hora hablando me inventé una excusa para tener que cortar, me sabía mal, pero yo consideraba que ya era suficiente.

−Bueno Teri, te tengo que dejar, que me esperan en…era falso, pero no quería ser brusca y desagradable interrumpiendo su conversación.

−Adiós Ori.

−Nos vemos. Te llamo en unos días ¿vale? Adiós

Aún tuve ganas de llamar a Judith, solíamos coincidir con los perros en el Campo Grande. El suyo había fallecido hacía un año y a ella parecía habérsela tragado la tierra porque pocas veces volví a coincidir con ella por la calle.

−Hola Judith soy Orel, te llamo a ver qué tal estás, hace tiempo que no nos vemos. −Te echo de menos en el campito. −Aunque nuestro perro estaba demasiado viejo y ya no íbamos por ahí. Pero era por decirle algo−.

−Ah hola, qué tal. Hace tiempo sí…

−Sí, estamos tan a lo nuestro, que no sabemos nada de nadie… que conversación más ridícula, en fin. −Te llamo un poco para saber de ti. ¿Cómo va todo?… −cuantas bobadas se dicen por teléfono, ¡madre mía! −

−Bueno, no estoy muy bien. Es cierto que he estado muy agobiada y ausente de todo por aquí. Ya sabes el tormento de separación que he tenido. La lucha por la custodia de mis hijos me ha tenido absorbida mucho tiempo. No sé si sabes del gran cambio del cabronazo de Pablo, ahora es… Hubo un silencio incómodo, esperando mi respuesta. Fue como si creyera que yo supiera de su vida, pero no tenía ni idea de lo que realmente estaba pasando.

−…Marga. Te lo puedes creer que se ha hecho tía para conseguir más beneficios con los niños. Me da asco sólo pensarlo y suelto espumarajos por la boca cada vez que lo veo delante de mis narices.

−Me salió un hilo entrecortado de voz y sólo pude decirle: ¡vaya!

¿Cuándo ha sido eso? ¿Qué me he perdido? Juraría que yo había visto hacia unos días al mismísimo Pablo bajando del coche, tal como era. Un tío

− ¿Te puedes creer que ahora dice que se siente tía?, aunque es el mismo de siempre y que lo hace para que le sea más fácil recuperar a los niños y con recochineo me dice que le llame Marga.

− ¿¡Eh!? Me quedo muerta Judith. O sea, que ahora se puede cambiar de identidad, − ¡así de fácil? −, para conseguir un fin que puede ser perverso para los menores. No salgo de mi asombro. Vaya drama. Titubeé en la conversación poniéndome de su lado diciéndole obviedades de ánimo y apoyo. Ella se echó a llorar y no supe que hacer para animarla. En situaciones como ésta lo único que digo son obviedades y estropeo más que arreglo. −Entonces ahora le llamamos ¿Marga? Le solté.

Cómo le he podido preguntar eso; Qué más da cómo se llame, soy idiota; tenía que haber continuado respaldándola, poniéndome de su lado. Pero no, yo machaconamente a vueltas con su nombre. Y ella se iba adentrando en episodios cada vez más personales que yo no estaba dispuesta a oír. Decidí, cortar cuanto antes y acabé con un −Vale, vale, pues lo que necesites… ¿Lo que necesites qué?, parezco gilipollas, vaya conversación más disparatada por mi parte. Me puse nerviosa y ya la cosa fue a peor. Así que como pude, me despedí. Supongo se notó mucho que lo que quería era cortar de inmediato y así lo hice.

−Bueno nos vemos por ahí; después le solté un “chao”, de colega. me sentía hipócrita, yo sólo quería llamarla para que todo fuera bien y divertirnos un poco.

Ya no me quedaron ganas de llamar a nadie más, tenía una lista de cinco y sólo había hecho dos. Lo mejor iba a ser dejar las cosas como estaban, no saber de nadie más por hoy.

Y de repente pensé: −mira que si llamo a Mábel y me dice que ahora es Manolo. No pude parar de reírme durante un buen rato. Qué cosas pasan ahora. No creo que haya mujeres que quieran cambiar su identidad. −Las mujeres estamos de moda, quién nos lo iba a decir.

 No tardó mucho en pasárseme mi mal trago con todas esas conversaciones frustradas. Así, que volví a la idea de que presentarme delante de la puerta de los vecinos nuevos, no tenía nada de malo y posiblemente no iba a ser tan extraño como me había parecido en un principio. Me obsesioné con querer hacerlo. No sabía cómo calmar mi impulso y entonces me dije −venga, pues hazlo, quédate ya tranquila de una vez. Harás el ridículo como siempre, pero ya está. Algo me hacía dar un paso para delante y acto seguido lo daba para atrás; no me acababa de decidir.

Veía a los nuevos cuando se sentaban a desayunar, y los volvía a ver a la hora de cenar; era una familia de tres que no daba, a lo largo del día, ninguna oportunidad a la espontaneidad, no había nada extraordinario en lo que hacían dentro de su casa. No es que yo fuera una mirona, que quisiera saber de su vida, “una vieja del visillo” como decían mis hijos –qué expresión más despectiva− No, yo no era eso. No tenían cortinas y las mías estaban siempre descorridas. Así que ellos me podían ver a mí también; es más me dejaba ver, para que todos estuviéramos en las mismas condiciones y que no se dijera que yo estaba espiándolos. −No iba a cerrar los ojos y tampoco podía hacer como que no veía a través de tantas luces encendidas. –Simplemente los tenía delante de mis ojos; − ¡qué iba a hacer! Natan me dijo que me estaba volviendo un poco “neura” con ellos. En realidad, fue él quien me ayudó a tomar la decisión final –claro, vete ¿por qué no? Ya tengo ganas, porque estás un poco pesada con ellos.

Dos días después llamé a su timbre. −Por fin estaba delante de su puerta. Me sentía impaciente e inquieta; el corazón iba con cierto estrés emocional. –¿Estás tonta? Me repetí mientras el índice volvió a tocar el interruptor. Mi palma izquierda soportaba orgullosamente el bizcocho de canela y limón que tanto me gustaba hacer.

Desde dentro oí una voz que me decía algo ininteligible. No sonaba a − ¿Quién es? Así que rápido conteste, por eso de no asustar y presentarme cuanto antes:

−Hola soy tu vecina, la de más abajo.

Cuando se abrió la puerta una mujer de tez clara y de ojos azules me dijo:

−Hello

−Soy tu vecina, Orel, de ahí abajo, de la primera casa.

−Sorry, I don’t understand you very well.

Anda que son extranjeros, y ahora qué hago, pensé. Comencé a hablar muy alto, como si eso hiciera que me entendiera mejor y lo acompañé con gestos para que comprendieran mis frases. Un desastre de intercambio.

− ¡Qué soy tu vecina, la de ahí abajo! Te traigo un b-i-z-c-o-c-h-o y se lo dije lentamente en un perfecto español, para que no le quedara duda de lo que significaba eso.

−Biocho! Oh no, no. Sorry. No compro.

−No, no vendo nada y solté una carcajada nerviosa, mientras le dije: −Lo hice yo y gesticulé con el índice desde mi pecho al suyo para decirle que lo había hecho yo para ella. –Is para tú. Is tú. Soy Orel.

Mi inglés era residual. Yo era de francés, me gustaba mucho más y si sabía algo de inglés era por tomarle las lecciones a mis niños, pero eso ya había sido hace mucho tiempo.

−Fiona, mi noma Fiona.

−Orel, sí Orel y me eché a reír.

−Ah entiendou.

Le puse en sus manos el “queic” como decían ellos.

−Gasias, that wasn’t necessary, but gasias.

Levantando mucho la voz, le dije: −Tu vecina y señalé mi casa. Sí, te lo traigo para darte la bienvenida.

−Yes, yes. Bueno, sí muy bueno. Ok. Sorry, my Spañolo is mal. I’m learning. Sorry.

−Sí Orel y tú Fiona ¿no? Y volví a apuntarle con el dedo, a pesar de su extraño gesto de cara, cuando yo movía mi índice para decirle algo.

−Gasias. Gasias.

−Bueno pues nada, ahí abajo estamos, si necesitáis algo, me dices. Continué hablando muy alto, como si eso hiciera que lo que le estaba diciendo, lo entendiera correctamente.

−Yes, gasias Fiona, si, ok.

−Adiós, ya me voy, espero que os guste y miré al bizcocho como despidiéndome de él y de ella también.

−Bye, see you soon. Gasias

−Vale, vay, vay.

Al final me salí con la mía de llevarle el postre a los irlandeses, o los ingleses o a lo mejor eran americanos, bueno era igual lo que fueran. La visita había sido como la historia de una obsesión, aunque al final había salido bien. Habíamos tenido unos problemillas con el idioma, pero con voluntad y buena actitud me había entendido a la perfección con Fiona. Nadie podría reprocharme mi gran esfuerzo por abrir caminos hacia una nueva relación. Incluso pensé: −A lo mejor acabo aprendiendo inglés y ella español, claro.

Natan en tono de broma y sin parar de reír, me dijo: − ya te está faltando tiempo para preparar la barbacoa en el jardín; podría ser el sábado que viene… ¿Qué te parece?

No hay comentarios:

Publicar un comentario