Neigborhood!
Hoy ha llegado un camión de mudanza con los muebles de los “nuevos”
de la casa de arriba. –Por fin, ya era hora que alguien ocupara esa vivienda;
ver una nueva familia iba a darle un poco más de marcha a esta urbanización tan
sosa. Mi primer impulso ha sido ir a presentarme, llevándoles un bizcocho, −es
así como se da la bienvenida ¿no? –Hola soy …la vecina de ahí abajo, la de la
primera casa. Me he parado en seco y he pensado: −No, esto no se hace aquí, esa
actitud sólo se ve en las series. Mi gesto se interpretaría como intromisión
inoportuna. Seguro que pensarían: −Con este jaleo a qué viene esta tía aquí,
vaya cotilla, que le importará nuestra vida. Y al final acabarían llamándome
“La cotilla” −y yo no quiero que eso ocurra. Así que mejor sería dejarlo pasar.
Aunque –es una pena, me habría hecho mucha ilusión presentarme con una tarta como
lo hacen en las películas y luego organizar la barbacoa del sábado. En el fondo
como dicen mis hijos −soy una cursi sentimental. Pensándolo bien yo no lo he
hecho con ningún vecino anteriormente. –No sé por qué carajo se me ha metido
entre ceja y ceja llevar un postre a los nuevos ahora. –Al final desisto de mi
pretensión intrusiva, sin entender mi absurdo empeño por tanto interés.
Lo tengo claro, hoy en día lo normal es no querer saber nada
de nadie, pasar de todo. El individualismo es el rey de las relaciones
sociales. Quererse a uno mismo es lo más. −Se pierde mucho tiempo compartiendo
amor y cariño, incluso la amistad ya no tiene tanto valor. Ahora lo más de lo
más, es viajar solo y publicarlo, aunque todo sea falso –preparar el Tiktok y
que los demás sepan lo bien que te enrollas tú solita por el mundo. Mi hija es
una de las que práctica este turismo y dice que se lo pasa fenomenal. –No sé
yo. Me hace ver que estoy anticuada. –Puedo aceptar esa soledad impostada, no
tengo objeción alguna, salvo que hay un poco de mentira y postureo. A la
mayoría de la gente nos gusta socializar. Está de moda creer que con ello vamos
a vivir más. Aunque yo creo que es sólo una cuestión de sentirnos mejor y lo de
vivir más, ya se verá.
Por eso estaba tan pesada con el postre y los nuevos
inquilinos. Simplemente por establecer nuevos lazos afectivos.
Recuerdo cuando llegamos a nuestra casa “proletaria”, como la llama Natan; una vivienda adosada, no para
ricos, sino para currantes, como lo éramos nosotros; con pocos medios para
extras y sobreviviendo a una hipoteca de muchos años, mes a mes. Los trillizos
acababan de cumplir cuatro años. Fue todo un reto mudarnos del apartamento;
dejamos de compartir los cinco, el mismo cuarto familiar −ya era hora. Así que
fue impactante tener cuatro habitaciones y un gran espacio para la privacidad
de cada uno. En medio de todo el desorden de cajas,
alguien llamó a la puerta. Era Maite, la de la 4ª casa, que apareció con unas
magdalenas. No fue un acto glamuroso, como el que yo pretendía hacer ahora,
sino que sorprendentemente, fue algo simpático y que pareció espontáneo. Todo
un detalle por su parte que nunca he olvidado. Debió ver mucho desconcierto
e indecisión en la organización de los enseres, que se apilaban ya desde la
entrada de la casa −supongo nos vio desbordados con las tres criaturas− y para
calmar nuestra ansiedad se le debió ocurrir, sobre la marcha, traer los bollos.
Meses después cuando compartía el mismo banco en el parque infantil, me confesó
que le llamamos tanto la atención que no dudó en presentarse en casa, a
sabiendas que podía ser una intromisión maleducada. Para mí no lo fue y nunca
he olvidado ese gesto que tuvo con los niños y el ofrecimiento de ayuda
incondicional que nunca utilice. Ya hace unos años que los Esmorís se compraron
una nueva casa. Eso sí, se marcharon sin despedirse y su manera de “pirarse” me decepcionó bastante.
Y desde aquel día de las magdalenas hasta hoy, 27 años
después, no ha habido muchos vecinos que espontáneamente hayan llamado a
nuestra puerta. −Supongo no nos han necesitado.
Aunque tengo que decir que hace varios años, recogí del buzón
una carta, −un folio doblado, sin sobre, ni sello− la firmaba Raquel, la de la
8ª casa; se despedía para siempre, se largaba con el contratista que había
realizado la restauración de su vivienda. Yo no salía de mi asombro por la
historia de su vida y por la misiva improvisada. Nunca pude agradecerle sus
palabras de adiós, porque no dejó dirección y nunca más la he vuelto a ver.
Casi se me cayeron las lágrimas cuando leí que –yo era la persona con la que se
había sentido a gusto aquí. Para ella yo había sido casi la única en dirigirle
la palabra. –Sabía que estaba exagerando y que toda la emoción era por la
despedida. Me hizo ilusión que me recordara de esa manera, era un “chute” de
autoestima que me arregló esa mañana.
Aquí somos vecinos de “hola
y adiós”, no entramos en nada personal, no sabemos casi nada unos de otros.
Somos de esos que yo llamo “planos”,
sin emociones hacia el que está enfrente. Podríamos definirnos como
superficiales y sin ganas de ningún tipo de relación; es como decir: − ¡ah! no
sabía que vivías ahí y te llevo viendo más de 20 años. Tengo que decir a mi
favor que yo no era así; a mí me gustaba hablar con todo el que me encontrara
por la calle, −pero, entonces ¿ qué tipo de gente es la que vive aquí? Pronto
descubrí que mis saludos y aserciones eran respondidas con monosílabos, como si
fueran gente extranjera que no se expresara en la misma lengua y con el tiempo,
tengo la sensación que he acabado como ellos: totalmente plana o mejor dicho cerrada, intrusiva y con miedo a invadir
intimidades –Todo un desastre social. − ¡Qué pena!
Supongo que todos estamos acojonados con el lío de las redes
sociales y los juicios paralelos por ser de una manera o de otra. Quién se
atreve a una relación con un vecino, imagínate que te extralimitas con un
bizcocho, y a lo mejor recibes una orden de alejamiento por traspasar el dintel
de la puerta. Así que volviendo al tema que me invade estos días, he decidido
que no horneo nada para los nuevos; no vaya a ser que haga el ridículo y encima
hiera alguna sensibilidad. Está claro que no se lleva la cortesía en estos
momentos y no voy yo a “mentar a la bicha”
para crear algún problema donde no lo hay.
Los niños y los perros hacen mucho por crear un entramado de
relaciones circunstanciales no importantes, pero sí vitales en un momento
determinado de la vida. Con ellos puedes tener nuevas amistades sin que sean
relaciones trascendentales. Yo disfruté mucho de ese momento, parecía la reina
de la Amistad, me sentía importante y estaba llena de historias propias y
acontecimientos que sabía de los demás y que parecían incumbirme formando parte
de mi historia, aunque era la de ellos también. Cada día tenía su memoria, su
crónica, algo diferente al día anterior. Aún en esos momentos dulces de vecindad,
una vez salías del recinto del parque, del recibidor de la escuela o de la
parada del bus escolar no había nada más. Y lo peor de todo es que esos
fascinantes momentos de conexión, concomitancia y concordia, se convirtieron en
recuerdos y por tanto estaban listos para formar parte de mi historiografía.
Una vez que los trillizos se hicieron mayores; se fueron cada
uno por su lado. Fue en ese momento cuando el perro se quedó sordo, también
dejó de ver con nitidez y el jardín fue su única opción para salir a la calle.
Me di cuenta que se me habían acabado los pretextos para encontrarme con algún
residente y no era plan de salir a buscar al primero que pasara y establecer un
poco de conversación y darme una oportunidad para vencer el aburrimiento –Oye
que voy contigo, espera que cojo mi abrigo y hablamos. –No, esto no está bien
enfocado, así no se hacen las cosas. Natan me animaba en mi empeño de contactar
con quien fuera, me decía que −no tenía por qué juzgarme a mí misma, siempre
que quisiera hablar con alguien. Me hacía ver que lo mío era la historia de:
−sí, pero no, no vaya a ser que crean qué…, mejor me quedo… Y al final optaba
por no hacer nada. Admiraba toda la vida que Natan tenía en su móvil; yo era
incapaz de estar más de diez minutos seguidos mirando mensajes, leyendo
noticias o siguiendo a alguien en X. Me agotaba la pantalla y por eso me dejé
de todo eso. Tal vez fue un error.
Así que un día, que no podía más con el hastío, se me ocurrió
hacer una campaña de llamadas telefónicas, para saber de mis vecinos más
próximos. Lo cierto es que animada por una noticia triste, que había leído
sobre una mujer mayor que había muerto sola en su casa y que ni su familia, ni
sus vecinos la habían echado en falta, durante más de 30 días y sólo cuando
empezó a oler mal la escalera, se llevaron las manos a la cabeza y un
remordimiento se apoderó de todos ellos. Me hizo pensar en lo impersonal y solitaria
que me estaba volviendo, aunque me moría de ganas por relacionarme con alguien
más allá de los de mi casa. Así que entusiasmada abrí mi lista de contactos;
estaba decidida a pasar un par de horas trabajando por la amistad y que no se
dijera que yo abandonaba a mis vecinas.
−Hola Teri. Soy Orel.
_ ¿Quién?
_Tu vecina de al lado, sólo quería saber qué tal estás.
Vivimos tan cerca y parece que estamos a kilómetros.
−Ah vale, ¿Qué quieres?
− No, nada en particular. Sólo quería saber si estáis bien.
−Sí, sí, bueno ya sabes, con Félix lo de siempre. Me vuelve
loca. Casi quema la casa otra vez, es demasiado descuidado, estoy todo el día
dándole voces. Se le va la cabeza. No puedo con él.
−Ah vaya, lo siento. ¡Qué desastre! Y ¿pasó algo?
−No, no pasó nada porque yo estaba por aquí y ya olí a
quemado y me puse en alerta. Le pegué un par de bocinazos que seguro oíste.
−Bueno, no, no me suena, no recuerdo. Era mentira,
pero es que todos los días la oía enfadarse y dar voces a su marido, así que
uno más o menos era imperceptible a mis oídos.
Fue entonces cuando nuestra conversación se transformó
en un monólogo; ya sólo hablaba ella, contestándose y preguntándose casi al
mismo tiempo. −Ah bien…vale. Después de cuarenta minutos, yo ya quería
despedirme, pero ahora ella, era la que no me dejaba, estaba tan emocionada con
hablar conmigo que yo me sentí con la obligación de escucharla. –Vale, vale.
Ahora sé que todo os va bien. Llámame si me necesitas.
Después de una hora hablando me inventé una excusa
para tener que cortar, me sabía mal, pero yo consideraba que ya era suficiente.
−Bueno Teri, te tengo que dejar, que me esperan en…era
falso, pero no quería ser brusca y desagradable interrumpiendo su conversación.
−Adiós Ori.
−Nos vemos. Te llamo en unos días ¿vale? Adiós
Aún tuve ganas de llamar a Judith, solíamos coincidir con los
perros en el Campo Grande. El suyo había fallecido hacía un año y a ella
parecía habérsela tragado la tierra porque pocas veces volví a coincidir con
ella por la calle.
−Hola Judith soy Orel, te llamo a ver qué tal estás, hace
tiempo que no nos vemos. −Te echo de menos en el campito. −Aunque nuestro perro
estaba demasiado viejo y ya no íbamos por ahí. Pero era por decirle algo−.
−Ah hola, qué tal. Hace tiempo sí…
−Sí, estamos tan a lo nuestro, que no sabemos nada de nadie…
que conversación más ridícula, en fin. −Te llamo un poco para saber de ti.
¿Cómo va todo?… −cuantas bobadas se dicen por teléfono, ¡madre mía! −
−Bueno, no estoy muy bien. Es cierto que he estado muy agobiada
y ausente de todo por aquí. Ya sabes el tormento de separación que he tenido.
La lucha por la custodia de mis hijos me ha tenido absorbida mucho tiempo. No
sé si sabes del gran cambio del cabronazo
de Pablo, ahora es… Hubo un silencio incómodo, esperando mi respuesta. Fue como
si creyera que yo supiera de su vida, pero no tenía ni idea de lo que realmente
estaba pasando.
−…Marga. Te lo
puedes creer que se ha hecho tía para conseguir más beneficios con los niños.
Me da asco sólo pensarlo y suelto espumarajos por la boca cada vez que lo veo
delante de mis narices.
−Me salió un hilo entrecortado de voz y sólo pude decirle: ¡vaya!
¿Cuándo ha sido eso? ¿Qué me he perdido? Juraría que yo había
visto hacia unos días al mismísimo Pablo bajando del coche, tal como era. Un
tío
− ¿Te puedes creer que ahora dice que se siente tía?, aunque
es el mismo de siempre y que lo hace para que le sea más fácil recuperar a los
niños y con recochineo me dice que le llame Marga.
− ¿¡Eh!? Me quedo muerta Judith. O sea, que ahora se puede
cambiar de identidad, − ¡así de fácil? −, para conseguir un fin que puede ser
perverso para los menores. No salgo de mi asombro. Vaya drama. Titubeé en la
conversación poniéndome de su lado diciéndole obviedades de ánimo y apoyo. Ella
se echó a llorar y no supe que hacer para animarla. En situaciones como ésta lo
único que digo son obviedades y estropeo más que arreglo. −Entonces ahora le
llamamos ¿Marga? Le solté.
Cómo le he podido preguntar eso; Qué más da cómo se llame,
soy idiota; tenía que haber continuado respaldándola, poniéndome de su lado.
Pero no, yo machaconamente a vueltas con su nombre. Y ella se iba adentrando en
episodios cada vez más personales que yo no estaba dispuesta a oír. Decidí, cortar
cuanto antes y acabé con un −Vale, vale, pues lo que necesites… ¿Lo que
necesites qué?, parezco gilipollas, vaya
conversación más disparatada por mi parte. Me puse nerviosa y ya la cosa fue a
peor. Así que como pude, me despedí. Supongo se notó mucho que lo que quería
era cortar de inmediato y así lo hice.
−Bueno nos vemos por ahí; después le solté un “chao”, de
colega. me sentía hipócrita, yo sólo quería llamarla para que todo fuera bien y
divertirnos un poco.
Ya no me quedaron ganas de llamar a nadie más, tenía una
lista de cinco y sólo había hecho dos. Lo mejor iba a ser dejar las cosas como
estaban, no saber de nadie más por hoy.
Y de repente pensé: −mira que si llamo a Mábel y me dice que
ahora es Manolo. No pude parar de reírme durante un buen rato. Qué cosas pasan
ahora. No creo que haya mujeres que quieran cambiar su identidad. −Las mujeres
estamos de moda, quién nos lo iba a decir.
No tardó mucho en
pasárseme mi mal trago con todas esas conversaciones frustradas. Así, que volví
a la idea de que presentarme delante de la puerta de los vecinos nuevos, no
tenía nada de malo y posiblemente no iba a ser tan extraño como me había
parecido en un principio. Me obsesioné con querer hacerlo. No sabía cómo calmar
mi impulso y entonces me dije −venga, pues hazlo, quédate ya tranquila de una
vez. Harás el ridículo como siempre, pero ya está. Algo me hacía dar un paso
para delante y acto seguido lo daba para atrás; no me acababa de decidir.
Veía a los nuevos cuando se sentaban a desayunar, y los
volvía a ver a la hora de cenar; era una familia de tres que no daba, a lo
largo del día, ninguna oportunidad a la espontaneidad, no había nada
extraordinario en lo que hacían dentro de su casa. No es que yo fuera una
mirona, que quisiera saber de su vida, “una
vieja del visillo” como decían mis hijos –qué expresión más despectiva− No,
yo no era eso. No tenían cortinas y las mías estaban siempre descorridas. Así
que ellos me podían ver a mí también; es más me dejaba ver, para que todos
estuviéramos en las mismas condiciones y que no se dijera que yo estaba espiándolos.
−No iba a cerrar los ojos y tampoco podía hacer como que no veía a través de
tantas luces encendidas. –Simplemente los tenía delante de mis ojos; − ¡qué iba
a hacer! Natan me dijo que me estaba volviendo un poco “neura” con ellos. En realidad, fue él quien me ayudó a tomar la
decisión final –claro, vete ¿por qué no? Ya tengo ganas, porque estás un poco
pesada con ellos.
Dos días después llamé a su timbre. −Por fin estaba delante de
su puerta. Me sentía impaciente e inquieta; el corazón iba con cierto estrés
emocional. –¿Estás tonta? Me repetí mientras el índice volvió a tocar el
interruptor. Mi palma izquierda soportaba orgullosamente el bizcocho de canela
y limón que tanto me gustaba hacer.
Desde dentro oí una voz que me decía algo ininteligible. No
sonaba a − ¿Quién es? Así que rápido conteste, por eso de no asustar y
presentarme cuanto antes:
−Hola soy tu vecina, la de más abajo.
Cuando se abrió la puerta una mujer de tez clara y de ojos
azules me dijo:
−Hello
−Soy tu vecina, Orel, de ahí abajo, de la primera casa.
−Sorry, I don’t understand you very well.
Anda que son extranjeros, y ahora qué hago, pensé. Comencé a
hablar muy alto, como si eso hiciera que me entendiera mejor y lo acompañé con
gestos para que comprendieran mis frases. Un desastre de intercambio.
− ¡Qué soy tu vecina, la de ahí abajo! Te traigo un
b-i-z-c-o-c-h-o y se lo dije lentamente en un perfecto español, para que no le
quedara duda de lo que significaba eso.
−Biocho! Oh no, no. Sorry. No compro.
−No, no vendo nada y solté una carcajada nerviosa, mientras
le dije: −Lo hice yo y gesticulé con el índice desde mi pecho al suyo para
decirle que lo había hecho yo para ella. –Is para tú. Is tú. Soy Orel.
Mi inglés era residual. Yo era de francés, me gustaba mucho
más y si sabía algo de inglés era por tomarle las lecciones a mis niños, pero
eso ya había sido hace mucho tiempo.
−Fiona, mi noma Fiona.
−Orel, sí Orel y me eché a reír.
−Ah entiendou.
Le puse en sus manos el “queic” como decían ellos.
−Gasias, that wasn’t necessary, but gasias.
Levantando mucho la voz, le dije: −Tu vecina y señalé mi
casa. Sí, te lo traigo para darte la bienvenida.
−Yes, yes. Bueno, sí muy bueno. Ok. Sorry, my Spañolo is mal.
I’m learning. Sorry.
−Sí Orel y tú Fiona ¿no? Y volví a apuntarle con el dedo, a
pesar de su extraño gesto de cara, cuando yo movía mi índice para decirle algo.
−Gasias. Gasias.
−Bueno pues nada, ahí abajo estamos, si necesitáis algo, me
dices. Continué hablando muy alto, como si eso hiciera que lo que le estaba
diciendo, lo entendiera correctamente.
−Yes, gasias Fiona, si, ok.
−Adiós, ya me voy, espero que os guste y miré al bizcocho
como despidiéndome de él y de ella también.
−Bye, see you soon. Gasias
−Vale, vay, vay.
Al final me salí con la mía de llevarle el postre a los
irlandeses, o los ingleses o a lo mejor eran americanos, bueno era igual lo que
fueran. La visita había sido como la historia de una obsesión, aunque al final
había salido bien. Habíamos tenido unos problemillas con el idioma, pero con
voluntad y buena actitud me había entendido a la perfección con Fiona. Nadie
podría reprocharme mi gran esfuerzo por abrir caminos hacia una nueva relación.
Incluso pensé: −A lo mejor acabo aprendiendo inglés y ella español, claro.
Natan en tono de broma y sin parar de reír, me dijo: − ya te
está faltando tiempo para preparar la barbacoa en el jardín; podría ser el
sábado que viene… ¿Qué te parece?
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