Es difícil despedirte cuando no sabía
que te ibas a marchar, es difícil dejarte ir cuando tu edad aún era temprana
para hacerlo; te quedaban muchas cosas por hacer; no era tu momento, pero lo ha
sido y no puedo hacer nada para cambiar este destino trágico que me ha llevado
al desasosiego y la tristeza; que nos ha llevado al asombro, a la negación, a
creer que no era real. He empezado a hacer el duelo por tu pérdida y no tengo
otro trabajo más que asumir dejar de ver al Eloy tan singular y diferente con
el que he compartido buenos momentos a lo largo de todos estos años. Desde
aquel niño delgadito, de pelo rizado, de ojos vivos, de sonrisa pícara, de
talante inquieto, siempre observador e inteligente; al Eloy de melena blanca
ondulada, el de la mochila negra, el de la cámara de fotos, el de las prisas
por las calles de Astorga, por los pueblos de maragatería y el Órbigo, captando
lo que otros nunca veíamos. Del que jugaba conmigo de niña, del que me ayudaba
con mis tareas escolares, del que me protegía como hermano mayor, a este otro adulto,
el Eloy más reflexivo, artista, crítico y excepcional.
Ya he empezado a echarte de menos. Noto
el vacío de tu voz, noto la ausencia de tu manera de estar ahí para mí. Va a ser raro no encontrarte en una
procesión, desfile o evento cultural. Será raro doblar la esquina de una calle
o llegar a la plaza y no distinguir tu presencia entre la multitud. Tu cámara
ha quedado apagada, el disparador se ha bloqueado en tu honor y por mucho que se
mire a través del visor, no se va a ver lo mismo que veías tú; por mucho que yo
me empeñe en capturar una imagen, nunca va a ser como lo hacías tú, esa manera
tan personal, particular e íntima de entender cada momento, cada instante.
Iré poco a poco despidiéndote como he
sabido hacer con cada golpe de ausencia en la familia. La tuya está siendo dura
de asumir, como lo fue la de ellos, por lo inoportuna y prematura. Ese parece
ser el patrón familiar que nos persigue, el de la perplejidad, el del estupor y
el de la extrañeza ante una partida inusitada. Qué pronto se te ha hecho tarde y
que tarde se me ha hecho a mí tu pronta marcha sin un adiós. No ha habido tiempo
a despedirte, ni he podido calmar tu inquietud por lo que estaba sucediendo, por
lo que estabas pasando; no supe entender bien la premura de la enfermedad y por
qué tu voz se iba quedando muda y por qué tu cuerpo se iba desvaneciendo poco a
poco cada día, quedándose sin fuerza hasta apagarse esa mañana de mayo, que era
viernes, en la que tú escribiste tu último poema, un poema lúgubre y luctuoso
sin retorno.
− “No tengo miedo a la muerte, pero me da pena por todo lo que dejo−” fueron las últimas palabras que compartiste conmigo. Las oigo en mi interior una y otra vez como si fueran el estribillo de tu partida y trato de no llorar, pero las lágrimas no dejan de asomar en mis ojos y me abandono a esa tristeza para así hacerme más fuerte. Es mi manera de cauterizar esta herida abierta, esta brecha entre el sentimiento de vacío y la soledad de un luto no buscado. Voy asumiendo que ya nos has dejado, que no voy a verte más. Tus exequias son parte de mi curación, y la despedida se hace necesaria para superar esta pena que me inunda, este momento melancólico vacuo. Es por eso que ya te digo adiós Eloy, ya te dejo marchar. Adiós Elo.
Publicado en:
Astorga Redacción1
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