Ya no tengo ganas de más líos, gracias.
Dicen que estoy fuera de mí. No me creen
y por más que se lo explico no le ven sentido a lo que digo. Me ven como a una loca, pero yo me siento
cuerda. Es cierto que veo lo que no ven,
que escucho lo que no oyen, que desaparecen objetos que luego siguen donde
estaban anteriormente. Alguien me roba dinero porque una vez que lo guardo ya
no lo encuentro. Cuando estoy sola percibo movimientos raros que no veo. A
veces en las paredes se proyectan sombras extrañas que me acechan solo a mí. Sé
que mi familia comenta mi enajenación. Yo les juro que digo la verdad y ellos
se desesperan conmigo. Cuando me visitan salto como un resorte, me pongo de mal
humor, me obsesiono contando lo que me pasa y aunque traten de convencerme de
lo contrario tengo tal capacidad de convencimiento que acaban por darme la
razón. Más de uno se marcha enfadado y entonces pienso que ese es el culpable
de mis males, despotrico contra él hasta que cambio de sospechoso. Voy pasando
de uno a otro con la persuasión de encontrar al verdadero culpable. Aún no
he llegado a tener evidencias claras del delincuente.
Hace tiempo que me tiemblan las manos
al entrar en casa, con mi edad me cuesta meter la llave en la cerradura, no veo
bien y cuando consigo abrir , empuño mi bastón en alto por si está el intruso que ocupa mi terreno cuando salgo.
Mi
mente se centra en quién habrá venido esta vez. Qué será lo que me habrá llevado
hoy. Me preparo para atacar porque veo el desorden del que ha estado en mi
lugar. No sé cómo paliar mi angustia. Es un sin vivir, todo el día
salvaguardando mi integridad. Estoy alerta con cada ruido. Me he vuelto
desconfiada y huraña, nunca sé dónde voy a encontrar el peligro. No quiero
saber nada de médicos, no necesito pastillas que me transporten a un estado
vegetativo. Los míos no admiten mis argumentos de lo que realmente ocurre. Me intentan
tranquilizar con palabras paliativas como si yo fuera una “atolondrada” a la
que convencer de sus equivocaciones. Siempre están con la “monserga” de entrar
en una residencia, o de visitar a un profesional para que mi bienestar se colme
de tranquilidad y deje de ver lo que realmente veo. O sea visitar a un
“especialista” que me vuelva majareta y así autoconvencerse de que, efectivamente,
yo había perdido la razón.
Cada mañana me pregunto mil veces por
qué nadie está ahí para mí. Me acuerdo de mi madre y de mi marido. Les hablo
para que me ayuden, pero nunca surte efecto. Sé que hablo sola y cómo no
hacerlo con todo lo que me pasa. Mascullo mis pensamientos de anciana tratando
de explicarme por qué he llegado a esta situación. Las mañanas son “terribles”,
mientras salgo a la calle se mancilla mi intimidad y los hurtos se suceden
diariamente. Por las tardes el miedo no desaparece. Es en la noche cuando
regresa el espanto de la visita; el miedo me paraliza hasta que amanece, es
entonces cuando me siento más segura y dormito un rato convencida de que a mí
nadie me va a vencer.
Me visitan mis hijos y una patulea de
nietos viene cada poco a armar jaleo. He pensado que alguno de ellos es quien
toma posesión de mi sofá y mi televisión cuando yo no estoy. Seguro que se pone
películas de esas pornográfica y todo lo hace para recordarme que mi casa
es la suya también. Sólo quiere hacerme sufrir. Lo peor de todo es que me falta
dinero. Me lo coge de un sobre y días después aparece metido en un
compartimento del bolso. Me quieren
convencer de que soy yo, que me despisto. Pero sé muy bien donde guardo las
cosas. “Me creen tonta y no lo soy”. Les
he dicho mil veces que no voy a ir al médico, que vayan ellos a curarse sus
problemas. Cuando me hablan de marcharme a una residencia, les digo que se
encierren ellos allí que yo prefiero quedarme en mi casa, supongo que lo que
quieren es quedársela y echarme cuanto antes, pero de eso nada. Cuando me quieran convencer de que en esos
habitáculos llenos de vejestorios voy a estar mejor, yo les contesto de malas, “que si quieren ese bienestar que cojan
ellos una plaza que ya son mayorcitos también”. No sé por qué me sienten
demente, con 91 años, soy dueña de mí misma. Nadie me manda, ni me va a decir a
mí lo que tengo que hacer. Estoy todavía en mis cabales. Me quieren persuadir de que las cosas
extrañas que veo están sólo en mi cabeza y me siento tratada como si estuviera chiflada.
Les amenazo con largarlos fuera de mi casa y les grito como a niños pequeños haciéndoles ver “¡lo bobines
que son!” y cómo el que sea, que domina mis nervios les engaña con sus
artimañas.
Un día me llamó el médico y le dije
que no necesitaba nada, ya sabe él lo que me pasa: que alguien me mueve las
cosas de su sitio y encima me roba. Me animó a que lo visitara y me sometiera a
unas pruebas. Estaba claro que mis hijos tenían mucho que ver en esa
llamada y le dije que ya iría cualquier día. Él ya sabe cómo me las gasto así
que no tardé ni un minuto en colgarle el teléfono. No veo la necesidad de unos
análisis cuando lo único que me puede decir es que soy Vieja y qué me queda lo que me queda, no mucho….
−Buenos días Brígida, ¿qué tal ha dormido hoy?
−No sé, estoy muy cansada, he discutido mucho con mi familia ¿no? Cuando
salgo de casa me entran y me cogen cosas.
−Pero Brígida, ¿otra vez esas pesadillas que no le dejan descansar?
−Sí, hija, así es mi vida. Quiero volver a acostarme, hoy no quiero
levantarme. Prefiero soñar que estoy en mi casa, aunque me muera allí de pena y
soledad.
−Venga Brigi hoy es un día muy importante para usted, va a ser vacunada
por segunda vez y quedará protegida contra el coronavirus. Un simple pinchazo y
se librará de esta pesadilla.
−No, ya no tengo ganas de más lío, gracias. No quiero vacunarme, cuántos
años más quieres que viva aquí, encerrada con tanto viejo.
−¡Ánimo Brígida¡ no diga esas cosas que usted está estupenda, además le están esperando en la enfermería ….
No hay comentarios:
Publicar un comentario