domingo, 17 de noviembre de 2019

MOVIMIENTOS DEL DESAMOR


La Morgia
Trazos Sagrah Rubio





                                         Tabla de zapateado 

Golpe

Gabriela La Morgia salió de la academia arropada  por un puñado de estudiantes, su riguroso negro contrastaba con la tez pálida de su cara, un moño de pelo negro recogía su cabello. Por debajo del abrigo se veía el volante de una falda de lycra de tono oscuro, ésta se movía ligeramente sobre las piernas delgadas cubiertas por unas medias tupidas. Con cada paso de tacón parecía bailar el “cante Jondo” de su vida, siguiendo un compás lento, lleno de sentimiento triste y doloroso.  De su figura estilizada destacaba la coordinación de sus brazos, la postura de las manos y el movimiento de sus dedos. El desgarro y la angustia le hicieron sentir el Golpe de la pérdida. Parecía estar preparada para interpretar una “Seguiriya”, escuchó la guitarra y la voz rasgada del intérprete, los sucesivos “quejíos y ayes” le arrancaron un zapateado y con gesto lacerante interpretó su llanto. Se despidió de sus pupilos y no se dejó ver en una semana.

Planta tacón

Como si se tratara de un duelo por la muerte de un familiar decidió parar su vida durante siete interminables días. Puso una nota en la entrada de  la escuela avisando a sus alumnos del cierre temporal. Se encerró en casa, apagó su teléfono y no quiso saber nada más de nadie ni de nada. Hacía nueve años que  Gabriela  había conocido a Ben,  se gustaron desde el primer momento, él se enamoró del lenguaje de su cuerpo y ella de la habilidad de sus palabras. Gabriela tomaba clases de flamenco en la misma calle donde trabajaba él. Ambos coincidieron muchas veces en el bar que estaba debajo del despacho de Ben. Hubo días de miradas y sonrisas complacientes, de seducciones encubiertas, y susurros adecuados. Un día nerviosamente se declararon. A los pocos meses estaban viviendo juntos. Entre ellos surgió amor, cariño, respeto y admiración. Eran un modelo a seguir. Fue él quien apoyó su proyecto, quien la animó a crear una escuela de flamenco con su nombre. Desde que la conoció le llamaba Gabriela La Morgia. Los padres de ella habían estado trabajando en un restaurante con ese nombre en Francia y a él le había  sonado genial ese apodo después de su nombre. Le convenció para que lo adoptara, le hacía sublime e interesante.  A Gabriela no solo le gustó que la llamaran así sino que lo adoptó para nombrar a su estudio de flamenco “La Morgia”.


Golpe tacón tacón

Asiel estaba en el aula cuando entró Gabriela con paso firme. No la había visto en una semana y la notó un poco más delgada, tenía ojeras y una cara más seria de lo habitual, sin embargo pensó que no había perdido su elegancia, le gustaba dar las clases conjuntada acorde con la versatilidad de sus movimientos. Hoy se había presentado con pelo recogido en una coleta alta, llevaba una camisa negra ajustada con el dibujo de una flamenca en trazo fino. En la cintura llevaba atado un mantoncillo floreado en tonos dorados, sobre mallas negras. Sus zapatos eran rojos con cordones. Asiel, cohibido, no sabía cómo enfrentarse a su dolor, dudaba si darle un abrazo, darle un consejo amable para pasar el trago o simplemente no hacer nada. Optó por apoyarla con una mirada y enseguida se puso en posición de trabajo. Esperó a que ella diera la orden de comenzar las series de estiramiento y tablas de zapateado. Ya estaban la mayoría de sus compañeras frente al espejo y quedaba claro que ella no quería recibir ningún tipo de condolencia, no le iba a servir de nada que ellos empatizaran con su nuevo estado de soledad. Comenzó la clase, con voz ronca, gesto serio y un desánimo inusual. Gabriela  notó  la concentración de la sala, el silencio se rompía con cada orden del ejercicio a practicar. A través del espejo, ella les observó intentado que todo saliera bien. Le mostraban su cariño con cada golpe de tacón. Era ella la que taconeaba con más fuerza que los demás sobre el suelo de madera, en un intento de parar el Golpe recibido. Dando palmas acompasó su llanto y ellos la siguieron para sacarla de su  desesperada angustia. Repitieron la tabla una y otra vez. Las plantas, los tacones y los golpes eran cada vez más rápidos. El ruido era atronador, sin embargo ella estaba ausente y como una autómata solo bailaba para sí.


Planta tacón, tacón, tacón bajo

Talía entró corriendo en la escuela, demasiado tráfico y grandes dificultades para encontrar aparcamiento cerca del local. Salió del vestuario abrochándose la hebilla del zapato izquierdo,  se ajustó la falda de lunares rojos como pudo y corrió hacia su clase. Llegaba media hora tarde y la puerta estaba cerrada.  Desde fuera oyó el ruido del calentamiento previo al ensayo de la coreografía por “Alegrías”.  Escuchó la voz de Gabriela. Se alegró de oírla de nuevo. Abrió la puerta, pidió disculpas por el retraso, y se incorporó al grupo “planta tacón, planta tacón”,”planta tacón tacón, planta tacón tacón”. A través del espejo del aula,  Talía pudo comprobar que el gesto de La Morgia era afligido. Se la veía algo más demacrada, la huella del sufrimiento se apreciaba claramente en el contorno de sus ojos y sus movimientos no tenían la agilidad de siempre. “Planta tacón tacón, planta tacón tacón”. Ella iba contando cada paso rítmicamente para que sus alumnos cogieran la velocidad adecuada con los distintos movimientos, toques y taconeos del arte del zapateado. Con cara fúnebre corrigió varias posturas y  con voz solemne cantó la práctica una y otra vez. Talía consiguió no cometer muchos fallos, había ensayado duro en su casa para que La Morgia no tuviera que parar el ensayo modelando sus pies torpes y lentos. Había sido la última alumna en incorporarse al grupo y aunque ponía mucha pasión y ganas no dominaba ni el marcaje y los quiebros, ni la cadera y las vueltas de un lado y de otro.  No se atrevió a preguntarle nada. Pensó que nada de lo que hiciera podría calmar su desaliento.


Tabla completa de zapateado: El Desamor

Hacía un año que  cuando Ben le decía “Te quiero”, sus palabras solo eran eso, palabras, no expresaban ningún tipo de sentimiento, eran unas sílabas encadenadas planas que estaban vacías y ya no significaban nada. Ella las recibía como pequeños pellizcos de desafección. Casi no había besos y los que había eran como los de un desconocido. Ben ponía sutiles disculpas por llegar tarde a casa. Unas veces era por el encuentro con clientes, otras por la necesidad de preparar juicios, bien llamadas de última hora o por reuniones imprevistas. Se justificaba una y otra vez, pero La Morgia, en su interior, no dejaba de pensar que algo no funcionaba bien. Se esforzó  para mejorar la relación, procurando hacer cambios que le hicieran vibrar, cambios que le devolvieran a la pulsión de años anteriores cuando no había nada mejor que estar juntos y la idea de separarse los volvía locos. Ben dejó de mirarla, ya no era importante ni  prioritaria.  Gabriela había dejado de brillar para él. Un día le dijo que alguien le impedía seguir queriéndola. Y ese alguien era más importante que ella. No tuvo que explicar nada más. Gabriela sintió como sus palabras le rasgaron la piel como si la cortaran con un trozo de cristal. Le cambió la expresión de la cara. Sintió un dolor punzante en el vientre que le abría las carnes. Su cuerpo se retorció en Movimientos de Desamor infinitos. Las lágrimas recorrieron sus mejillas. Hizo varios quiebros laterales. Movió sus caderas a un lado y al otro, dio una vuelta normal y después otra en sexta. Estiró sus brazos y con ellos los dedos de las manos se retorcieron, acompasados en un giro de muñeca para intentar abrazarle. Cuando abrió los ojos él ya se había ido. Gabriela La Morgia no pudo más que expresar su desconsuelo con lo que sabía hacer bien. Calentó sus pies con una tabla completa de zapateado. Cuando ya estaba cansada de las repeticiones, se dejó llevar por los acordes de una guitarra, escuchó unas palmas melancólicas y se arrancó a bailar por “Peteneras”. Sus movimientos fueron lentos y armoniosos. Con cada golpe liberaba su rabia, calmaba su ira. Cuando acabó su interpretación, ya exhausta, entendió que entre ellos todo había terminado.



jueves, 10 de octubre de 2019

GRIS PLATA MATE MODELO ELEGANCE


               

                                                            I

Natharet preparó cuidadosamente la maleta, unos días  antes la había comprado por Amazon, después de una concienzuda selección de tamaños, colores y acabados. Se decidió por una maleta rígida “gris plata mate  modelo Elegance”, tamaño cabina que estaba en promoción, la oferta era irresistible.  No estaba convencida del todo de su elección, aun así presionó sobre el recuadro  "comprar ya” y 24 horas después la recibiría en su casa. Se había quedado relativamente tranquila, le quedaba la duda de si habría hecho buena compra  o si por el contrario debería haber seguido malgastando su tiempo en la búsqueda de la maleta perfecta acorde con su estilo. Esta decisión tan banal le había llevado más horas de las necesarias, le costaba demasiado elegir sobre las compras que no podía tocar, incluso en las que podía, solía tomarse un tiempo para elegir entre un producto u otro, "siempre se podía encontrar algo mejor, algo único y original”. Natharet se preguntaba cómo le costaba tanto esfuerzo decidir sobre la elección de pequeñas cosas cuando ella tomaba grandes decisiones diariamente sobre colecciones artísticas que se exponían en museos, salas de arte o centros artísticos. Como coordinadora general del Real Instituto de Bellas Artes Español, se dedicada a una infinidad de tareas de gestión, organización y selección de obras de arte para exposiciones itinerantes no solo en nuestro país sino que últimamente estaba tramitando  varias muestras de artistas españoles por  pinacotecas francesas e italianas. Vittorio era director de la Asociación del Museo de Arte Moderno de Bolonia, había coincidido con Natharet mientras cursaba su tercer año de grado como Erasmus en la facultad de Bellas Artes de Granada. Continuaban teniendo contacto y su relación ahora era estrictamente profesional. Él quería que fuese ella la que le ayudara a organizar una muestra sobre  pintura cubista española en el “Palazzo Albergati” de Bolonia y sobre escultura del mismo género en la “Galería Estense” de Módena. Su meticulosidad en la selección y  preparación de las obras,  así como la organización del papeleo, hacían de ella una de las mejores profesionales españolas en este campo.
Samuel hacía unos meses que había ascendido en la empresa de exportación Óleos España S.L.  era un valor seguro para reavivar el consumo de “los aceites de oliva virgen extra españoles”, en un mercado difícil como  el italiano. Así que su trabajo no era nada fácil, gastaba mucha energía en convencer a los posibles clientes, y muchas veces la jornada se quedaba en buenas palabras sin llegar a ningún acuerdo. El mes de septiembre estaría de martes a viernes en Italia, y eso enturbiaba la relación con su pareja, ella ya estaba cansada de esperar al mejor momento para tener hijos. Como jefe de ventas internacionales era muy difícil la conciliación familiar y eso hacía que pospusieran el tenerlos para más adelante. Se consideraba un buen ejecutivo, con un suelo nada despreciable, además de una prima extra por venta, económicamente tenía mucho más de lo que había imaginado al aceptar el puesto de trabajo, sin embargo no quería renunciar a la paternidad, tenía claro que sería un padre comprometido, pero ese momento nunca llegaba porque cada vez tenía más responsabilidades. El director general lo consideraba el mejor en el departamento de ventas exteriores y no quería oír hablar de reducir su rendimiento.
                                                           
                                                               II

Natharet dejó la maleta y el bolso con todo preparado, en la entrada de su apartamento, no quería olvidarse nada, era muy temprano cuando debía salir de casa y olvidarse alguno de los papeles importantes o de los dispositivos electrónicos hubiera sido una tragedia. El Cabify la dejó en la puerta de Salidas del aeropuerto Madrid Barajas, pasó el control, esta vez sin problemas, alguna vez le había tocado al azar abrir su maleta y ser registrada por si llevaba alguna sustancia no permitida. El vuelo a Bolonia solía hacer el embarque en las últimas puertas de la terminal,  mientras llegaba a la zona no dejaba de sorprenderse de la arquitectura, luminosidad y colorido de la T4.  No era la primera vez que viaja ese mes a la ciudad italiana así  que cada vez que cogía el vuelo seguía el mismo ritual: presentaba el billete en su móvil, mostraba su identificación, bajaba las escaleras para coger el autobús que la llevaba al avión, dejaba su maleta en el pequeño recuadro amarillo  como indicaban los operarios, antes de meterla en la bodega, subía las escaleras del avión y tras saludar al personal  buscaba su asiento. Era el 3A estaba en buena posición para nada más aterrizar en Bolonia salir lo antes posible y volver a hacer el ritual inverso: cogía su maleta, tomaba el autobús hasta la entrada del aeropuerto, subía unas escaleras que le llevaban a la terminal, salía del aeropuerto y tomaba un Uber hacia su hotel.
Samuel dejó la maleta preparada fuera de la habitación, no quería molestar a Ruth, era demasiado temprano cuando tenía que salir hacía el aeropuerto y estos viajes se habían convertido en algo rutinario, una semana más pasaría  unas 72 horas fuera de casa, después volvería a Madrid y así sucesivamente. Mientras estaba en la cama le daba pereza coger, una vez más, el vuelo a Bolonia y convencer a un grupo de empresarios italianos de la restauración y de la alimentación de incluir  aceite virgen extra español en sus menús, lineales o tiendas gourmet, era un esfuerzo titánico realmente y a esa hora de la madrugada le daba vértigo realizar tanta actividad. Una vez que cogía su maleta parecía transformarse, se convertía en el “León” de las ventas, era imparable, se crecía con las dificultades y se superaba en la búsqueda de soluciones, lo que proporcionaba grandes beneficios a la empresa y  por supuesto a su autoestima. Después de dejar su coche en el aparcamiento del propio aeropuerto, subía a paso ligero hacia “Salidas”, pasaba el control de maletas y se encaminaba a embarcar  al vuelo de Bolonia, puerta número 79 T4 .A Samuel le gustaba la rutina del aeropuerto: presentaba su billete en el móvil a la azafata, mostraba su identificación, bajaba las escaleras para coger el autobús que llevaba a los pasajeros a pie de pista, dejaba que los operarios cogieran su maleta para llevarla a la bodega, subía las escaleras del avión, saludaba a la tripulación y buscaba su asiento. Era el 1D. Al llegar a su destino haría las mismas cosas pero al contrario: recogería la maleta, tomaría  el autobús, subiría unas escaleras hacia la terminal, saldría por la zona de “llegadas”  y cogería el taxi hasta su hotel.

                                                           III

Natharet fue la primera en bajar de la aeronave, había varias maletas en el área de recogida y de repente salió la suya, pensó que esta vez había elegido una bonita  línea de maleta que iba con su estilo, ese gris plata mate la diferenciaba de otras de similar color, quizá debería haber colocado algún distintivo diferenciador, pero inmediatamente se dio cuenta que no había visto ninguna igual a ese modelo, no había porque preocupase, además tenía una identificación numérica por si se perdía en la bodega del avión. Cogió su maleta  y la notó más ligera que por la mañana, fue una sensación de peso diferente pero con las prisas y el nerviosismo por montar en el primer microbús que saldría hacia la terminal, le hicieron despreocuparse de ese pequeño detalle.  Cuarenta y cinco minutos después estaba entrando en el Art Hotel Novecento de Bolonia.
Samuel dejó pasar antes de bajar del avión a una pareja de turistas americanos de cierta edad incluso entabló una pequeña conversación de cortesía, le gustaba hablar en inglés y no dudaba en hacerlo siempre que se daba la ocasión. No había tomado el primer microbús hacia “Llegadas” porque su maleta salió de las últimas de la bodega, al cogerla noto  un ligero incremento de peso, le gustaba viajar con lo imprescindible, un traje, cuatro camisas,  un pijama, ropa interior para 4 días y un minúsculo neceser. Miró su maleta “gris plata mate modelo Elegance” y comprobó que era la suya, pensó que debía haber puesto algún distintivo para identificarla mejor, pero la verdad es que no había visto ninguna como la suya, lo importante la llevaba en su maletín, así que tomo el segundo microbús con tranquilidad,  incluso se sintió afortunado por no estar abarrotado de pasajeros y equipajes.  Cuando Giuseppe, su taxista boloñés, la introdujo en el maletero del coche se dio cuenta que todavía no estaba familiarizado con ella, quizás por eso había dudado con el peso, la eligió en menos de dos minutos en Amazon mientras esperaba a unos clientes en su anterior viaje.  Una hora  después de aterrizar Samuel se registró en el Art Hotel Commercianti de Bolonia.
 
Natharet, subió a la habitación, y con prisas sacó de su bolso el neceser, después de refrescarse la cara, se maquilló, se colocó el pelo espabilándolo un poco y bajo en el ascensor hacia la entrada, allí le esperaba Vittorio, solo necesitaba unos segundos para recordar sus anotaciones, en su bolso se encontraba el dispositivo electrónico  con la presentación “Cubismo: artistas españoles, obras para exposición en Italia”.

Samuel, tuvo unos minutos para dejar el equipaje en la habitación, refrescarse, darse una "peinadita" y bajar de nuevo a la recepción, allí le esperaba Lucca, su asistente italiano para tratar con los diferentes empresarios. Solo necesitaba unos segundos para recordar la exposición mentalmente,  en su bolsillo llevaba el dispositivo electrónico con la presentación “Aceites de Oliva de España: Las denominaciones de origen protegidas”.

                                                           IV

Natharet estaba" literalmente muerta" tenía la sensación de no haber callado en todo el día, la planificación de las exposiciones estaba saliendo como lo había previsto, faltaba resolver algún trámite engorroso entre las administraciones gubernamentales de ambos países, pero nada que fuera imposible, podría haber una cierta demora temporal por la certificación de las obras de arte pero estaba segura que todo estaría preparado para abrir las salas tanto de Bolonia como de Módena desde la segunda semana de abril hasta finales de octubre, aunque las fechas concretas dependerían de la agilidad con que se resolviera los permisos de salida de las obras del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, el transporte y la recepción  de los mismos en Italia. Natharet tenía menos de dos horas para reunirse con Vittorio y un grupo reducido de personas de las salas de arte donde se expondrían las obras, irían a cenar a Módena, le habían dicho que sería una cena especial al coincidir con la celebración del año nuevo judío. Solo necesitaba relajarse bajo la ducha, el trabajo de coordinación estaba hecho, empezaban los trámites burocráticos, ahora solo se quería premiar disfrutando de la cena y del acogimiento de sus colegas italianos. Colocó  la maleta gris plata mate encima de la cama, su peso era mucho más liviano de lo que ella recordaba, con una mueca se felicitó por su elección, abrió la cremallera mientras se quitaba las cuñas de lona negra y con la mano derecha extendió la parte superior del equipaje.

Samuel estaba muy cansado, la jornada había sido agotadora, se había superado esta vez, hacer tres presentaciones con la posibilidad de un pleno de ventas no se conseguía todos los días, ahora quedaba coordinar los trámites de exportación, era cosa de papeleo, tema de venta internacional con todas sus leyes en materia de autorizaciones, consentimientos, restricciones o limitaciones, pero nada imposible de sortear. Tenía menos de dos horas antes de la cena con empresarios de la Cámara de Comercio boloñesa, solo necesitaba tomar una ducha, ponerse debajo del agua caliente y felicitarse por las transacciones económicas que le iban a suponer  un gran prestigio, una buena suma económica en su cuenta bancaria y los beneplácitos de su CEO. Cogió la maleta, comprobó de nuevo el ligero incremento de peso y mientras se descalzaba sus zapatos de piel marrón, abrió la cremallera y ayudándose con la mano derecha extendió la parte superior del equipaje.

                                                         V

Ambos maldijeron varias veces levantando demasiado la  voz, se sintieron cabreados, a la vez inseguros y eso les hizo sentirse  desamparados  por la situación tan ridícula de la confusión. Miraron la etiqueta numérica de sus maletas y comprobaron el resguardo naranja que les había proporcionado la azafata de tierra al embarcar. Efectivamente los números no coincidían, ahora recordaban el momento en que observaron una pequeña  diferencia de peso al recoger su maleta a pie de pista, ella más ligero, el más pesado y volvieron a maldecir por no haber comprobado si era la suya, posiblemente aún hubiera habido tiempo de solucionar el equívoco si hubieran estado más ágiles mentalmente.
Natharet se sentía fatigada, un sudor frío le recorría la espalda hasta tensar la parte superior de su cuello, ladeó varias veces la cabeza, cubrió con sus manos la cara y se puso a llorar,”cómo  iba a presentarse ante Vittorio y los demás a la cena de Rosh-Hashanah en Módena, con la misma ropa que se había puesto a las 5 de la mañana”. Esa maleta que tenía delante de sus ojos, era de un hombre no había nada que le pudiera servir y maldijo de nuevo  su mala suerte,  cuando consiguió tranquilizarse un poco se puso a pensar cómo saldría del apuro. 
Samuel con el puño derecho dio varios golpes en el marco de la puerta del baño,  se quitó la camisa porque sentía que le ahogaba la humedad, los nervios le estaban jugando una mala pasada. Miró hacia el interior de la maleta y  volvió a maldecir, nada de lo que veía en su interior le era útil, solo había  prendas de mujer, se sentó en la cama con los codos sobre sus rodillas, apoyando las manos en la cara, maldijo de nuevo y empezó a pensar cómo salir de esa situación, la cena con los miembros de la Cámara de comercio italiana era importante para cerrar varios asuntos que habían quedado pendientes.
Cogieron su teléfono móvil y llamaron de inmediato al centro de reclamaciones del aeropuerto en Madrid, pero nunca hubo respuesta, o no cogían o comunicaba, era una locura, volvieron a maldecir y aceptaron no poder resolver nada hasta su regreso. Desesperados por la impotencia decidieron  llamar a la recepción del hotel, después de una  extensa explicación de lo ocurrido, la amable recepcionista les buscó una solución, ella hizo que les cambiara la cara, se sintieron mucho mejor, respiraron profundamente y un atisbo de felicidad les recorrió los músculos de la cara. Sus respectivos hoteles estaban en el centro de la ciudad solo necesitaban salir hacia la zona comercial, había tiempo antes del cierre y  podían elegir lo que más les conviniera para su compromiso social.

                                                           VI

Samuel llegó a Madrid el viernes a media tarde, fue directamente a reclamaciones, allí no estaba su maleta, y nadie había reclamado ninguna, su cara de fastidio contrastaba con la tranquilidad de su interlocutora, habría que esperar unos días a que la persona que se hubiera llevado la suya regresara o si por el contrario fuera una persona extranjera esperarían a que contactara telefónicamente. Tuvo que cumplimentar varios papeles para certificar que la maleta que dejaba no era la suya y describir en otros tantos sobre sus pertenencias sin saber si la iba a recuperar. Cuando Natharet aterrizó a primera hora de la tarde del domingo en Madrid, fue directamente al mostrador de reclamaciones, allí la estaban esperando con los datos del dueño de la maleta que llevaba. Por fin respiró, no todo estaba perdido, recuperaría sus cosas, cumplimentó unos formularios con demasiadas preguntas sobre la ropa y objetos de su maleta y con las prendas de la maleta que se había llevado por error, y eso era todo, la compañía se encargaría de solucionar el equívoco. Si algo echaban en falta ya se encargarían los responsables de la aerolínea de ponerles en contacto.  Pensó que lo más fácil sería que ella misma contactara por teléfono con la otra persona, pero no, ese no era el protocolo aéreo adecuado en estos casos.
Estaba dormida cuando sonó el timbre agudo de su puerta,  eran las 8.30 de la mañana del lunes y ya estaba allí el repartidor del aeropuerto con su maleta, firmó el resguardo de haberla recibido y sin más se fue. Ella la abrió y comprobó que todo estaba tal cual lo había ordenado, no faltaba nada. Se sintió mejor que nunca, la deshizo  y se puso en marcha hacia su despacho.
Samuel vio su maleta en la habitación,  ya era muy tarde cuando regresó a casa el lunes por la noche, había sido una jornada de trabajo muy larga, Ruth la tenía abierta encima de la cama, todo parecía estar en orden, eran pocas cosas las que había llevado a Bolonia. Se fijó en una nota con membrete del  Art Hotel Novecento,  estaba entremetida en las gomas elásticas que sujetaban las camisas delicadamente dobladas, “lo siento muchísimo, disculpe las molestias ocasionadas, mi nombre es Natharet  Espinosa”, escrito más grande había un número de teléfono móvil. Samuel, tuvo el impulso de marcar de inmediato, tenía la necesidad de aclarar lo sucedido, le había fastidiado la situación y estaba claro que la culpa había sido de ella al tomar una maleta equivocada, en ese momento solo tenía ganas de abroncarla y quizás de sobrepasar los límites de la educación. Fue Ruth la que lo tranquilizó y consiguió que cortara la llamada después de varios tonos. Al fin y al cabo se habían solucionado varias situaciones embarazosas y había conseguido salir airoso de los compromisos italianos. De vuelta a casa la tensión había desaparecido, tampoco fue algo tan grave como para ponerse ahora a discutir.  Pasados unos minutos,  ya más sereno,  pinchó en el número marcado anteriormente, y al quinto tono escuchó una voz de mujer agradable y  muy cálida, casi sin darse tiempo a pensar dijo: “Hola soy Samuel Tur ¿eres Nazathet?” Ella le pidió disculpas, se sentía avergonzada por lo sucedido. En menos de un minuto se estaban contando cómo habían salido del apuro y lo que parecía que iban a ser reproches se convirtieron en carcajadas y anécdotas. Prácticamente habían estado en las mismas tiendas comprando apresuradamente, la ropa para la cena que cada uno iba a tener. 



viernes, 6 de septiembre de 2019

OFRA TOLEDANO-MÜLLER


Uno, dos, tres, cuatro, cinco eran los segundos que retumbaban en mi cabeza, intentaba mantenerme dentro del agua para ganar la apuesta con Aarón, estaba convencido que le iba a superar, era mejor buceando que él y que todos los que me animaron a retarle, aunque había hecho un gran tiempo “un minuto y medio” era bastante la verdad, me iba a costar vencerle.
 Seis, siete, ocho,  escuchaba como cantaban los segundos y mi objetivo era “lo voy a conseguir”,  intentaré estar dos minutos bajo el agua, para que dejen de burlarse de mí  de una vez. Oía sus voces atenuadas por la inmersión, sentía el movimiento de su nerviosismo treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, que contento estaba, todo lo que necesitaba para ser querido y popular entre ellos era resistir solo así dejarían de ridiculizar mi apariencia algo “patosa”.
Cincuenta y cinco, cincuenta y seis, cincuenta y siete  algo empezó a ir mal,  sus gritos histéricos ahora se oían muy lejos y no supe que me estaba pasando, intenté hacer pie y tocar la arena, estábamos casi en la orilla, el agua solo me cubría por la cintura, pero las piernas no me respondieron.
 Un minuto cincuenta, un minuto cincuenta y uno, un minuto cincuenta y dos. No era necesario seguir, solo quería respirar y salir del agua y me dejé llevar por la calma del silencio de la corriente marina, se me debieron cerrar los ojos y no oí nada más.
Tres minutos veintisiete, tres minutos veintiocho, tres minutos veintinueve….

Acuarela Sara Escudero
Gabriel se había acercado al puerto a comprar cuatro billetes para el catamarán que cubría la travesía turística entre las islas, quería impresionar a Ofra , enseñarle todas esas sensaciones que cada verano le generaban recuerdos positivos, su mejor amigo Isra y su novia se habían apuntado como parte del recibimiento de la joven teutona, había que pasarlo bien, enseñarle esos rincones de las islas que tanto habían disfrutado de niños, las pequeñas calas, los lugares solitarios y prohibidos donde se habían atrevido a hacer nudismo. Hablaban sin descanso, las palabras de uno se superponían a la de los otros y las risas tapaban las conversaciones en un intento de parar ese momento, ese instante del verano cargado de felicidad. Ofra cerró sus ojos para sentir la brisa del mar, el sol le había quemado su piel blanca, y Gabi le besó en cada una de las divertidas pecas que adornaban sus mejillas, él quería que estuviera bien en todo momento y se esforzaba por agradar y hacerle las cosas fáciles. A veces Ofra no podía seguir el ritmo de su euforia, hablaban muy rápido y aunque su español era bueno le costaba entender los giros de sus diálogos, así que  solía abstraerse de la conversación cuando ellos contaban cosas del pasado, anécdotas de cuando eran pequeños y disimulando para no hacerles sentir mal  se ponía a observaba lo diferente que eran las cosas comparado a lo que ella conocía.

Tres minutos cincuenta y tres, tres minutos cincuenta y cuatro, tres minutos cincuenta y cinco

El barco estaba entrando en la Isla, a ella le llamó la atención que pasaba muy cerca de una playa abarrotada de familias, la embarcación se acercaba tanto que le pareció peligroso, pero nadie se sorprendió por el hecho de que rozara casi la orilla para llegar a un pequeño embarcadero donde la única nave que se esperaba era en la que iban ellos. Ofra vio como tres niños estaban chapoteando y saltando dentro del agua, exageradamente excitados, a su lado otro flotaba inmóvil. Los niños contaban cuatro minutos y diez, cuatro minutos y once, cuatro minutos y doce. Ella se puso muy nerviosa, le comentó a Gabi, que le parecía muy raro todo ese jaleo de contar los minutos de los niños mientras que otro permanecía tendido en el agua. Eran muchos minutos de resistencia para un niño tan pequeño. Gabi y los demás no vieron la gravedad de la situación, y pensaron que tan solo eran unos chavalines que estaban bromeando sobre el tiempo de inmersión de otro que parecía burlarse de ellos haciéndose el muerto.
Cuatro minutos y diecisiete, cuatro minutos y dieciocho, cuatro minutos y diecinueve Ofra muy nerviosa entendió lo que estaba pasando, e inmediatamente vio como el pequeño volteó su cara, se fijó en sus labios amoratados, vio los ojos entreabiertos con la mirada perdida y un espumarajo blanquecino asomando por su boca. No había tiempo, y Ofra gritó: “el niño, el niño, no está bien se está ahogando”. Isra  y Gabi se tiraron al agua, no se lo pensaron dos veces, Gabi  cogió al niño entre sus brazos, lo llevó a la orilla y fue Isra quien consiguió devolverlo a la vida. Sus padres estaban a menos de 10 metros tomando una paella y viendo como los niños jugaban en el agua inocentemente. El socorrista los había observado pero en ningún momento sintió que algo raro estaba ocurriendo.
 A los cuatro minutos y veintisiete segundos  se paró el tiempo para Asher, pero éste volvió a nacer. Todo fue muy rápido, Ofra lo vio  marchar junto con sus padres en una lancha rápida del servicio de socorro hacia el hospital. Cuatro días después ya en Alemania  le informaron  que el pequeño había sufrido un corte de digestión, ahora se encontraba estable,  y aquellos cuatro minutos largos no habían sido tantos como vociferaban los niños, eso salvó a Asher de una lesión cerebral.

Días después dos “hombres” aparecieron en mi habitación  del hospital, venían a visitarme y mis padres se abrazaron a ellos, mi madre emocionada lloraba y les agradecía entre balbuceos su valentía. Me trajeron “unas chuches”  estuvieron un rato y luego ya no los volví a ver más. Cuando todo se calmó  supe que se llamaban Gabi e  Isra, que no dudó en hacerme “el boca a boca” e hizo que volviera a respirar, sin embargo comprendí desde el primer momento que mi verdadero  “ángel de la guarda, mi hada madrina, mi protectora” había sido una chica alemana llamada Ofra. Pensaba muchas veces en ella cuando tenía miedo o cuando quería pedir algún deseo de esos que suelen ser difíciles de conceder, realmente me daba suerte, la imaginaba como una enorme diosa rubia, de cara pálida y hermosa. Durante algún tiempo reflexioné sobre como sobreviví a aquello, habían sido muchos minutos debajo del agua, y yo mismo me respondía que el que estuviera aquí era mi destino, vamos que “no la tenía allí, en aquella playa”, no me había quedado ninguna secuela y no  iba a darle más vueltas, así que aquel episodio era la anécdota feliz que contaba en todas las ocasiones que tenía oportunidad. Años más tarde solicité la estancia Erasmus en mi cuarto año de medicina, mi facultad tenía acuerdo con varias Universidades europeas y Colonia fue mi primera elección. Desde  que Gabi e Isra me visitaron en el hospital y mencionaron  a Ofra supe que visitaría Alemania, “qué mejor homenaje que conocer su país, su cultura, su lengua”.

Gabriel y Ofra estuvieron viviendo en Madrid los primeros años de su matrimonio. Él era un tipo inquieto, consiguío una beca  para hacer su tesis doctoral en el departamento de Ciencias de la  Comunicación de la Universidad de Tubinga y años más tarde se trasladaron a Colonia, Ofra formó parte de un grupo de investigación prestigioso sobre  el “Estrés celular en enfermedades asociadas con el envejecimiento”. Muchos días Ofra pensaba en aquel niño de 9 años que giró su cuerpo en el agua inconsciente, indefenso y casi muerto y no dejaba de estremecerse recuperando ese instante. Una mueca de alegría solía devolverle a la realidad recordando que Asher sería ya un hombre con todo un futuro por delante.

Después del primer año en Colonia, convencí a mis padres de que mi sitio estaba allí, fui un alumno aventajado, y no me costó solicitar una beca para continuar mis estudios en Alemania. Cuando conocí a Helgar, que acababa de ser seleccionada para trabajar en un departamento médico dedicado a desarrollar nuevas terapias en el tratamiento de enfermedades relacionadas con la vejez,  me atrajo el estudio de ese tema, poco a poco me fui acercando a ella, y no parábamos de hablar de experimentos, pruebas o resultados, todo eso nos unió mucho y me enamoré locamente de ella y de su trabajo que empezaba a ser el nuestro.  Amplié mi campo de conocimiento hacia la geriatría y me centré en cómo funcionan los procesos de envejecimiento en el organismo humano y todo ese esfuerzo y animado por Helgar, me llevó a solicitar uno de los puestos de investigador en el CECAD,  el organismo encargado del estudio relacionado con el estrés celular y el envejecimiento. Después de pasar varias pruebas escritas,  de mostrar publicaciones, cursos, y trayectoria académica, llegó el día definitivo, la prueba final, la que consagraría mi vida profesional  o la que me mandaría a otro departamento médico sin conseguir esa plaza tan deseada. La coordinadora me llevó al despacho  de Ofra Toledano-Müller, miré de reojo la placa de la entrada y tuve buenas vibraciones, ese nombre me va a traer suerte, es como el de mi “hada madrina” pensé y como tantas otras veces le pedí a mi diosa: “Ofra ayúdame, sabes que eres mi cuidadora y protectora, tengo que conseguir este puesto, puedo salvar muchas vidas, por favor Ofra yo valgo para esto, Ofra, Ofra ”.

Cuando Ofra vio desde el fondo de su despacho entrar al joven aspirante supo que era él, hacía días que le habían pasado la documentación de los solicitantes a la plaza de investigador y le llamó la atención el nombre de Asher Tova. A parte de todos los recuerdos de aquel día, ella se había quedado con su nombre y cuando tenía que pedir ayuda a una fuerza superior, a una energía oculta se repetía una y otra vez “Asher, Asher bitte hilf mir! ¡por favor ayúdame!”. Al verlo le tembló todo el cuerpo y la voz se le quebró en un intento emocionado por explicarle quién era ella.

Me acerqué respetuosamente a aquella señora, me sorprendió su elegancia, cuando extendí mi mano para saludarla, ella con voz quebradiza y tintineante, hablando en español me dijo: “soy Ofra, yo me di cuenta que te estabas muriendo cuando nadie te prestaba atención, he pensado mucho en ti Asher”…



jueves, 1 de agosto de 2019

MI CASA SE LLAMA BEIT KESHET

In Memoriam A.

El que yo viva en ella fue una de esas casualidades que surgen de la nada, casi por arte de magia, esa casualidad  empezó por un simple Tarro de Miel…
 Hacía meses que buscaba una casa de Pueblo, una casa alejada de la ciudad, un lugar donde poder escuchar el silencio y saborear la soledad  del campo lleno de ruidos amables. La ansiedad de la urbe me había anulado como persona y no era la que quería ser. Pedí ayuda a mi padre, que por aquel entonces trabajaba de contable en un pequeño complejo hotelero de carretera muy concurrido por ser zona de paso y parada intermedia entre ciudades.
 Amós apareció en la oficina de mi padre, no era de muchas palabras, pero rebosaba inteligencia de “hombre de pueblo” de esos curtidos por el esfuerzo de la Tierra que había llegado a servir al Estado como “Guardia” y en su retiro había vuelto a su pueblo para retomar su afición a las colmenas, a la huerta y al cuidado de pequeños animales. Restauró  la casa de sus abuelos que le había tocado por la parte del reparto de propiedades de su madre e incluso llegó a presidente pedáneo por su buen hacer con los vecinos y la gran disposición a repoblar de árboles los alrededores del pueblo, fue uno de los logros que hay que agradecerle.

Carboncillo Sara Escudero
 Amós dejó un tarro de miel para que los clientes probaran en el restaurante la calidad del líquido dorado de sus abejas y  pensó que tal vez pudiera sacar unos euros trayendo algunos tarros más  y venderlos con aquellos productos que los que paraban se llevaban como recuerdo de la zona.
Yo por aquel entonces estaba obsesionada con comprar una casa en zona rural, me la imaginaba más bien pequeña, podía ser un pajar, o cuatro paredes de piedra, donde proyectar un cambio profundo de vida, en realidad no necesitaba más que lo básico como una cocina, un servicio, un estudio con chimenea y una habitación. Le sugerí a mi padre que ya que él tenía relación con mucha gente por su trabajo y por su manera de ser, tan extrovertido y afable, me ayudara a buscar ese lugar donde poder tranquilizar mi alma, dejar mis nervios histéricos y encontrarme a mí misma, aunque no sabía qué tenía que hallar dentro de mí para llegar a quererme. Tenía claro que no podía seguir en esa Selva de trabajo, solían ser jornadas de unas doce horas diarias de gran esfuerzo, que aunque bien pagadas habían desquiciado mi manera de relacionarme con los demás y siendo mi posición profesional muy cualificada en el mundo de la Publicidad, me había roto físicamente, había perdido mi gracia inicial y mi creatividad había mermado, ya no mostraba ningún interés y todo mi esfuerzo había conseguido romperme internamente. Fue entonces cuando decidí abandonar todo, apartándome de mi actividad frenética, después de 20 años dedicada a mejorar cada día, me encontraba sola, sin ningún tipo de relación, me había apartado de mis amigos e incluso mi familia se había cansado de mí.
Cuando Amós regresó al Hostal para cerrar con mi padre la venta regular de su miel, mi padre ya sabía que sería él quien le podría ayudar a salvar a su Tercera hija del desastre al que había llegado por el exceso de trabajo acumulado durante años.
Yo estaba decidida a dar “el gran paso”, tenía capacidad económica para afrontar un cambio de Vida… y Amós me enseñó la casa de sus primas que vivían en otro país, era un caserón arriero de labranza, lo vendían por lo que costaba “un Seat Panda”, era una casa con muchas posibilidades, Amós me fue mostrando los tesoros que tenía, se fijaba en lo que a él le gustaba: La higuera, el sauco, el ciruelo injertado, el corredor, las cuadras, la cocina de humo, los utensilios de labranza con los que había ayudado a sus mayores; pero la verdad es que estaba ruinosa, con los tejados hundidos, llena de maleza y suciedad.
 Era una casa enorme para mí, nada comparado con lo que yo buscaba pero algo había en sus paredes de piedra,  en el barro que las envolvía, en el olor a la linaza de sus maderas, el hierro de sus aperos, la enorme puerta  carretal con su majestuoso arco de piedras en perfecto equilibrio, los pilares y vigas que la mantenían en pie después de cuarenta años de abandono, y todo eso, que no eran más que inconvenientes me atrapó consiguiendo ver la belleza de lo destruido y la posibilidad de restaurarlo. Entre Amós y mi padre me animaron a probar la tranquilidad del lugar, y me convencieron para que mirara desde el corredor ese cielo tan azul sentada en una hamaca, sin hacer nada más, dejando pasar las horas y bajando los ojos hasta el punto más centrado de mi vista donde casas y vegetación se unen en una sinfonía armónica, escuchado el jaleo de los gorriones con el frescor de la mañana o el sopor de la tarde.
Amós me enseñó a entender la naturaleza, me descubrió la esencia de las pequeñas cosas, disfrutando de los ratos de efímera felicidad. Conseguí tranquilizar mi vida, dejé atrás aquellas histerias de la ciudad que me llevaron a perder la cabeza y conseguí ser la persona que estaba buscando. Los años fueron pasando hasta que un día me di cuenta que hacía 22 años que Amós abrió la “Puerta de Arco” de  la que iba a ser mi casa y la que tanta transformación iba a generar en mi manera de ser…y llegó el día en que Él, al igual que mi padre, se desvaneció en la calle, cerró sus preciosos ojos azules  y se fue para no volver más.
Hoy me despido de Amós agradeciéndole su sabiduría, su inteligencia, toda su ayuda y por supuesto aquel  Tarro de Miel que tímidamente llevó a mi padre una mañana cualquiera y que tanto  cambió  mi destino haciéndome mejor persona, convirtiendo mi  Beit Kheset, Casa del Arco en un proyecto existencial, en todo lo que es ahora mi vida, en todo lo que soy yo.

viernes, 26 de abril de 2019

HORIZONTE DE SUCESOS: UNA CARTA INUSUAL


Es curioso que para escribirte esta carta tenga que escuchar a Van Morrison, él saca  lo mejor de mí, los sentimientos más profundos, las tristezas veladas, los reflejos del pasado,  y hace que las lágrimas inunden  mis ojos al recordarte, balbuceo sus canciones hasta sentirte en ese punto de no retorno del que no se puede escapar llamado “Horizonte de Sucesos” ¡qué vacío tan grande, qué oscuridad, qué frío, qué negrura!  Y en esa soledad inmensa del Universo puedo sentir tu piel, tu sonrisa, el movimiento de tus manos, el balanceo de tu melena en un intento de danza acompasada mientras nos reíamos en nuestros juegos infantiles y escucho tu voz, tus carcajadas ya en un paulatino eco olvidado. Rememoro las miradas cómplices, tu mano en mi hombro apoyando mis miedos, tus  palabras de ánimo escritas en pequeños papelitos metidos en mi cartera escolar, eran el refugio de la lucha diaria cuando me encontraba en un medio extraño y hostil. Sí, ahí estabas tú para que yo me sintiera mucho mejor cuando me faltaban las fuerzas para seguir. Todo aquello se desvaneció, se licuó en un fatídico momento y se mezcló en un “Agujero Negro” del que ya no has podido volver.

Y así hasta hoy que llegó tu día, ese en el que van pasando los años y al que has llegado a cumplir 60 sin haberlo hecho y yo voy escuchando una canción y otra de mi cantante preferido, recordando momentos de nuestra niñez y no hago más que intentar contener sentimientos apretando mis labios, procurando no caer de nuevo en el llanto y concentrándome en la melodía de unos años que fueron pocos y de los que muchas veces pierdo los instantes.  Miro la fotografía en blanco y negro de mi escritorio, ahí estábamos las dos sin saber que pronto una masa de “millones de soles” te iba a atrapar hasta no dejarte volver, colapsando tu vida a perpetuidad y siento que en ese lugar donde te encuentras llevas ya demasiados años. ¡Claro que me gustaría recuperar ese instante de extrema felicidad de la fotografía, y me quedo sola pretendiendo llegar a ti, verte de nuevo, pero es imposible, no veo la manera de entrar en ese momento que ha quedado congelado en un soporte rígido sin posibilidad de volver a ser sensible a la luz!

Querida Orel, así debería haber comenzado mi carta de felicitación de tu “No Cumpleaños”, ¡te deseo un Feliz día! Sé que mi carta es extraña e inusual, sin destino ni remite, sin sobre ni papel, sin un código concreto de comunicación, con pequeños lapsos de otro tiempo,  con pequeñas pinceladas de un estar sin estar, añorando tu falta con canciones que me trasportan a otra época en la que estábamos juntas celebrándolo.
Me despido tarareando The Healing Game lo hago en honor a tu Memoria, a los años que estuvimos y a todos estos años de AUSENCIA, VACÍO, CARENCIA, PRIVACIÓN Y PÉRDIDA…

Un beso de tu hermana pequeña M.R.
 26 abril 2019

jueves, 17 de enero de 2019

AEROBIC


Cómo empezar lo que voy a contar, es difícil describir sucesos aparentemente increíbles sin que provoquen   incredulidad o efímera locura, pero yo los he vivido como ciertos, y he visto como mi familia ha experimentado el descenso frente al ascenso,  el declive a la gloria, la enfermedad que todo lo nubla frente a la salud plena. Ahora desde mi retiro, desde la posición que me da la edad, encajando unas piezas con otras he comprendido el mecanismo de cómo una familia se ha convertido en una sola persona, Yo misma, la única, la superviviente y la pregunta que me hago es: “¿para qué?” Hubiera sido mejor no ser tan fuerte, irme con ellos y no quedarme aquí sola con todos sus recuerdos…
Mi nombre es Noa, tengo 86 años y estoy sola. Desde hace 7 años vivo aislada por voluntad propia en una residencia para “gente mayor” sí para gente como yo. Tengo mucho tiempo para pensar, y solo lo hago para hacerlo sobre mi familia. Yo solita con mis recuerdos y de vez en cuando me involucro en la conversación de los que me rodean en esta residencia y obligada por los profesionales participo en alguna actividad programada.
He comprendido como cada uno fue forjando su destino y como fueron pasando los años tan rápidamente y creo que es injusto que yo haya quedado aquí y ninguno de ellos esté aquí conmigo.
Siempre he sido una mujer enérgica, delgada como un fideo pero fuerte como una piedra, cuando cumplí 60 años decidí que había que ponerse en forma, mi cuerpo empezaba a dar alguna señal de fatiga y aunque sin dejar de ser activa tenía que poner remedio a las arritmias que mi corazón experimentaba . No tenía ya edad para contratar los servicios de un gimnasio que me ayudara con el aerobic o ponerme al lado de algún jovencito pedaleando en la bicicleta estática o sudando en la elíptica, imaginaba que si aparecía por alguno de esos locales se burlarían de mí, así que lo mejor era buscar por Youtube alguna página que me sirviera para realizar unos ejercicios aeróbicos que me sacarían de la rutina del trabajo y  sobre todo harían  que me sintiera bien conmigo misma, más ligera y  sobre todo adiestraría los latidos de mi corazón.
Llevaba un par de años haciendo bicicleta estática a las 7 de la mañana,  me ponía los cascos conectados a una radio analógica y mientras los tertulianos opinaban sobre el devenir de la política yo pedaleaba hasta completar 10 kilómetros, eran  unos 35 minutos de gloria, el resto de mi día era organizar, trabajar y estar con mi familia. Fue una mañana cuando decidí que podía hacer algo más, poner algo de ejercicio en mi vida, era lo suficiente mayor para no considerarme joven pero aún no tenía la edad de ser una anciana y la verdad nunca  he aparentado la edad que tengo, algo que siempre me ha alagado, ahora que estoy en este momento de soledad extrema me molesta que piensen que tengo diez años menos.
Por supuesto encontré infinidad de páginas que me ayudaban cada día a realizar movimientos funcionales durante una hora, si quería podía navegar por la aplicación sin repetir monitor, pero como soy muy metódica tenía tres o cuatro que eran mis preferidos y de ahí no me movía para mis tablas aeróbicas, día a día iba forjando mi cuerpo, que lo sentía como una pluma y se iba esculpiendo con ciertas formas musculadas aparentemente jóvenes, no hay nada mejor que pasados los sesenta años te sientas como una joven de 40 o incluso de menos.
Fue por esa época cuando a mi marido le diagnosticaron una enfermedad degenerativa que le iba agotando de una manera proporcional a mi buen estado de salud, mientras yo mejoraba con los días él se fue consumiendo hasta que nos dejó. No supe ver, que tal vez, debía haber abandonado mis clases interactivas de ejercicios, quizás él se hubiera estabilizado y ahora estaría a mi lado, es un peso que acarreo y que no me deja vivir, en sentido metafórico porque aquí sigo esperando algún cambio de salud que me permita descansar e irme con él.
Cuando Nathan nos dejó nos inundó una tristeza depresiva, vimos caer el universo, todo el día era de noche para nosotros,  el llanto nos consumía y la pena por su pérdida nos anulaba como si ya esta vida no fuera con nosotros. Varios años después y aplicándome una terapia de choque decidí retomar mis clases gimnásticas, con una cierta pena por recordar aquel tiempo pasado en el que había sido muy feliz. Esta vez la salud de mi corazón me daba igual, pero sí necesitaba fortalecerme de tanta tristeza que llevaba a mis espaldas. Cuando retomé los vídeos, los primeros días no dejaba de llorar al ver a mis monitoras que ahí seguían en el ordenador sin envejecer y eso me hacía pensar que era un poco ridículo volver a danzar rítmicamente según los pulsos de una canción moderna, vestida con unas mallas y una camiseta estilizada pegada a mi cuerpo. Quizá lo mejor era volver a sentir la ausencia de Nathan mientras escuchaba diariamente nuestra canción “Have I told you lately that I Love you”. Después de muchas dudas y para salvar el estado en el que me encontraba volví a desengrasar todos mis músculos y era capaz de cantar nuestra canción sin retorcerme de dolor.
Aunque no lo crean volví a sentirme bien, no estaba tan ligera pero conseguí estar en forma pasados unos meses.  Cuando creía volver a sonreír otro miembro de mi familia iba mermando en salud mientras yo proporcionalmente iba mejorando.  A mi hijo Ben le encontraron unas manchas en el pulmón y mientras yo me movía entre clase y clase de armonía muscular él nos iba dejando poco a poco hasta que un día cerró los ojos y yo maldije mi buen estado físico, y me recriminé que todo era por mi culpa, regalé mi bicicleta estática y arrojé al suelo mi ordenador pateándolo hasta machacarlo y  hacerlo inservible. No paré de llorar en varios años, no quería dejar de hacerlo, quería morirme y decidí no salir de mi tristeza y nadie de mi entorno me convenció de que yo no era la causa de tanta desgracia. Me abandoné, no veía la necesidad de luchar por nada y todos me dejaron por imposible.
Raquel  se preocupaba por mí, era lo único que me quedaba en esta vida.  Ella me intentaba convencer que volviera a hacer mis ejercicios, me iban a venir bien, iba a mejorar.
No, por supuesto que no, sólo me quedas tú, y no puedo perderte. Pero pensé que lo mejor era convencerla a ella  que hiciera ejercicio, ya tenía una edad para cuidarse e imaginé gratamente: “seguro que esta vez seré yo la que caiga, la que me vaya”. Traté con todas mis fuerzas de que fuera a un gimnasio, pero ella no se veía yendo a “esos lugares”. Le propuse hacerlo en casa como lo hacía yo en otro tiempo. Compramos una bicicleta estática y la convencí para que empezara a hacer ejercicios aeróbicos y funcionales, lo que fuera, era igual con tal de que yo fuera empeorando. Me había quedado clara la relación entre ejercicio y muerte. Ahora me tocaba a mí irme y lo iba a hacer proporcionalmente a que ella se sintiera en forma y en un buen estado de salud. Deseaba con todas mis fuerzas que empezara cuanto antes y lo hizo. Como yo, ella también disfrutaba, se divertía y cada vez su cuerpo era más equilibrado. Cuando consideré que era tiempo suficiente para que mi declive comenzara, me hice unos análisis, deseaba que me dijeran los días que me quedaban por vivir, estaba emocionada por saber los resultados de mi inminente enfermedad. Cuando entré por la puerta de la consulta el médico me recibió con los brazos abiertos y con una sonrisa  me comunicó que todos los marcadores estaban en su justa medida para la edad que tenía. Vaya decepción, “¡no puede ser!”, no había por ningún lado atisbo de empeoramiento, insuficiencia o falta de vida. Cómo podía ser si mi hija estaba estupenda y lo peor es que yo lo estaba también sin hacer ni un mínimo levantamiento de brazos o piernas.
A Raquel le salió una oferta de trabajo y se mudó a otra ciudad. Me quedé sola, sin ella, pero contenta por su ascenso. Fueron pasando los años y un día me volví a subir a la bicicleta que había dejado mi hija, esta vez no iba a ver ningún vídeo de aquellas jovencitas monitoras que tanto me enseñaron, solo iba a mover un poco las piernas y un kilómetro me llevó a otro y así hasta conseguir aquellos 10 con los que empezó todo.
Me llamaron por la noche y se hundió mi vida para siempre, cómo poder morir, cómo dejar este mundo y no quedarme aquí. Un desgraciado se empotró con su coche y se la llevó por delante, primero entró en parada cardiaca, en coma inducido y se fue sin despedirse en un largo proceso que duró medio año.
La desolación no me dejaba parar y entré en pánico permanente, en locura abismal, quitarme la vida es lo que quería pero fue imposible.
Con 79 años vendí todo lo que tenía y decidí traer mi desgraciada vida a esta residencia, y aquí sigo, lloro todos los días, no tengo consuelo y vivo en la tristeza más absoluta.
En la residencia hay Programas de animación, memoria o rehabilitación, nos ayudan a mantenernos aunque no tengamos ganas. Los martes y los jueves tenemos “movilidad” y toca hacer estiramientos.  Nazareth, la instructora, se admira de lo elástica que soy y me reta pidiéndome que haga algún movimiento extra. A veces le regalo una mueca de agradecimiento y le digo:
“Ahora nadie de mi familia corre peligro,  no tengo a nadie más a quien perder”…

sábado, 5 de enero de 2019

LLANTO Y QUEJIDO


A Pura

Cuando todo ocurrió la noche se hizo frío,
el sonido se transformó en silencio insoportable,
las emociones se quedaron congeladas en el tiempo.

¡Parar para llorar tu muerte!

Quedé tocada por el tiempo,
cargado de llanto y quejido
de miedo y abismo.

¡Parar para llorar tu muerte!

Una lágrima que duele
y las demás  se hacen imparables,
vivir era una carga indomable,  
faltaba ese instante
que no se pudo esquivar y no fue.
Cuando el puñal clavó en lo más hondo de la herida,
la realidad me cayó encima
ahogando mis sueños infantiles.

¡Parar para llorar tu muerte!

Porque faltabas en ese coche de vuelta
a nuestra vida anterior, ya irrecuperable,
y hubo que parar por no soportar el vacío de tu ausencia.

¡Parar para llorarte una y mil veces más!

Han pasado los días, los años
desde aquel no estar tuyo,
aún sigo pensando en el último aliento de tu sonrisa
y cuando ya no puedo más de tu recuerdo,
¡me paro para llorar tu muerte!