UN ÁRBOL TARDÍO
Seguro que no te crees que he puesto el árbol de Navidad el
día 30 de diciembre, un día por otro y así hasta llegar al día de hoy. Tengo
que decirte que es un tema de suerte, porque si lo pienso bien, es una locura a
estas alturas de las fiestas ponerme con las bolitas y los espumillones. Sabía que tenía que ponerlo antes de que
acabara la Navidad, sino mis deseos se iban a volver en mi contra o lo que es
peor mi vida iba a seguir un camino rematadamente adverso. Pero ya sabes, la
pereza era mayor que pensar en todo lo bueno que me iba a deparar el nuevo año.
No sé dónde escuché que sin árbol de Navidad todo iría de mal
en peor y yo como todas esas cosas me las creo a “pie juntillas”, no quería
correr ningún riesgo. No vaya a ser que por no montarlo arriesgue demasiado mi
destino.
Las prisas me entraron después de recibir el whatsApp de Isra, no sé cómo tenía mi teléfono. Es cierto que aquí nos conocemos todos, pero hacía
tiempo que no veía al chaval y por supuesto yo no tenía el suyo. Me fijé en él,
el primer día que se puso detrás de la barra del restaurante, pero tengo que
decirte, que como cuando aparece un nuevo camarero, o sea, la novedad hace que
la rutina se convierta en un aliciente para seguir trabajando. Esta vez para
serte sincera, pensé que era ”guapísimo”.
Alguien se encargó de decirme que conocía a su novia. No sé por qué después de
crearte una fantasía en tu cabeza aparece un “aguafiestas” a desmontarte la
película y tú te repites una y otra vez –Ah bueno paso, no es mi tipo− cuando no
es verdad.
Para tener novia, los mensajitos eran bastante continuos, a
lo mejor era un invento de quién lo había dicho. Las miradas decían más que las
palabras y ambos nos poníamos “ojitos”. Ya no te digo cuando a media tarde me
traía a la recepción un “latte Macchiato” o un “cappuccino” o un “espresso”,
cada día era un café diferente, el caso era impresionarme, hacer que me fijara
en él y que me sintiera a gusto con su presencia, en los pocos minutos de
contacto mientras venía, dejaba el café y se volvía a la barra. Te diré que
haciendo memoria lo había visto varias veces e incluso había coincidido en el
gimnasio, aunque él daba clases de aerobic y yo soy más de aparatos. Por eso
nunca me había llamado la atención.
Entiendes mi locura del árbol ¿no? Al principio lo quería
poner por la suerte en general, −ya sabes−, las cosas de la vida sin
contratiempos ni incidentes. Ahora era un tema vital, la suerte tenía que estar
de mi lado y no dejar resquicio alguno al “mal fario”. Si tengo una posibilidad
de tener un “rollo” con él, lo mejor es montarlo ya, dejar mi vagancia a un
lado y no pasar un día más sin que las lucecitas de colores se pongan de mi
lado. Ya sabes que yo mucha suerte con los tíos no tengo, pero no sé por qué me
da, que esta vez va ser diferente.
Lo malo es que, cuando fui a conectar el enchufe para que mi
Árbol de Navidad brillara con luz propia, se cayó una de las bolas doradas y
se hizo añicos. Tú qué crees que quiere decir. No será lo mismo como cuando se rompe
un espejo que hay siete años de mala suerte. Dime que no, que eso no me va a
ocurrir a mí. No, claro que no, o sí…
No hay comentarios:
Publicar un comentario