jueves, 24 de septiembre de 2020

LOS SINÓNIMOS DE LA INVULNERABILIDAD




UNA PALABRA PAROXÍTONA

Prólogo…Como me atrevo yo a hablar de Resiliencia, siendo mi madre una de las teorizadoras más importantes en el panorama psicológico actual, donde para explicar el término se ha empleado a fondo y lo ha plasmado en varios libros lo suficientemente gruesos  como para decir todo lo necesario sobre esta capacidad de superación tan particular. Cuando le digo que después de tanta teoría y tantos ejemplos de pacientes,  no me queda muy claro cómo definir este concepto tan de moda entre terapeutas, teóricos de la psicología e investigadores de la conducta humana, entiendo su enfado, sé que soy desesperante y que despacho sus escritos, con una frase tan simple como “caerse y levantarse” no dejando que el trauma invada cada hueco de vida y empezando de nuevo sin un ápice de preocupación. ¿Podría ser algo tan simple como eso? Si fuera así, parece fácil desbloquear la situación vital del resiliente y en menos de un abrir y cerrar de ojos, vuelta a empezar con la vida. Sin mirar hacia atrás puedes llegar a convencerte de  tener una nueva oportunidad para alcanzar el éxito.  Lo que a ella le lleva horas de interminables sesiones terapéuticas con pacientes yo lo resumo en las casi 300 páginas de este libro partiendo de la premisa “Empezar de nuevo”. Ese va a ser el principio y el fin para ayudaros a canalizar el trauma y a que viváis sin sufrimiento y podáis afrontar nuevos retos. Al final de este libro te vas a sentir mucho mejor, tendrás una fuerza interior que te saque de toda la ansiedad que llevas dentro. Sigue mis consejos y en menos de una semana verás cumplidos tus objetivos".


Cerré el libro y lo tiré a un lado del sofá, no creía volver a abrirlo. Me parecía increíble que  yo pudiera estar leyendo este tipo de lectura de autoayuda. Siempre he echado pestes contra esta clase de autores. Me parecen zafios y mentirosos, que juegan con los sentimientos de personas vulnerables en un momento en que sus defensas anímicas están en horas bajas. En ese punto es donde estaba yo. Casi tocando fondo, inmersa en una tristeza que no se iba y fue entonces cuando Varda, mi vecina, me recomendó este libro. Supuso que me vendría bien y calmaría toda la angustia que llevaba dentro. Ella era una incondicional de este subgénero literario,  que yo consideraba menor y al que ella ensalzaba como el gran paradigma con el que se transportaba a un estado permanente de felicidad. Se puso tan pesada con que debía leerlo que por no hacerle de menos obedecí su consejo y accedí a echar un vistazo al libro de una de sus autoras predilectas, Renè Eloïse Morandé. Aunque yo no había oído hablar de ella, según Varda, “-era una eminencia”, “una salvavidas” que vendía millones de copias a un público, mayoritariamente femenino y que con su escritura  hábil, dinámica y parece ser que divertida, se había convertido en una autora de éxito que no dejaba de aparecer por los programas televisivos matutinos, vendiendo sus técnicas de salvación emocional. La verdad es que tampoco me interesaban esos programas, pero reconozco que la curiosidad me llevó a encender la televisión un día que Varda me dijo que la entrevistarían en el canal 9. Me daba vergüenza ajena estar viendo ese tipo de programa en el que todo eran chismes dirigidos a  “chicas”. Sabía que Varda, al acabar la conversación con la señora Morandé, a la que llamaban doctora sin tener ningún doctorado hecho, me iba a llamar por teléfono o lo que era más probable, se iba a presentar en mi casa para hacer  sesión coloquio. La tal Renè Eloïse no decía más que obviedades, mientras el público aplaudía una sarta de frases hechas que podrían ser dichas por cualquiera que la vida le hubiera golpeado y tragándose su dolor continuara su día a día. Veinte minutos de entrevista de una mujer que despreciaba la sabiduría de su madre y de todo un colectivo de terapeutas era como para echarse a temblar y pensar que realmente en su vida habían ocurrido cosas “feas” que estaba canalizando haciéndose “Coach Emocional” y dándole a su familia en los morros con todo el peso de una serie de teorías absurdas plagadas de ejercicios de autoayuda, para resolver “bloqueos emocionales”. No, rotundamente no iba a caer en el absurdo de sus consejos y cuando Varda llamó a mi puerta tenía varias respuestas preparadas para contradecir toda esa palabrería ajena a mi personalidad.  Varda puso en mis manos una colección de cinco libros y me dijo  - Ruth, te doy un par de semanas, después hablamos.-

No había sido capaz de acabar el primero de los panfletos que días antes me había prestado de Doña Renè  “Caer y Levantarse: diez pasos sencillos para seguir viviendo” como para continuar con el resto. Estuve a punto de decirle a Varda un  “ni lo sueñes”, pero estaba tan ilusionada con prestármelos que extendiendo mis brazos los tomé asegurándole hipócritamente que serían la solución a mi desánimo. Prometo que  lo hice para que ella se sintiera bien. Me había visto tan desvalida, desaliñada y sola que entendía que se presentara con todas sus armas para convencerme de que “la vida continuaba y solo yo tenía el poder de salir del bache en el que me encontraba” y lo iba a hacer gracias a su ayuda y a la súper motivadora y autora de grandes éxitos la señora Morandé.

Llevaba tiempo viviendo en una casa adosada de una urbanización cercana a la ciudad y mi vecina preferida, Varda,  vivía dos casas más allá. Cuando me mudé a esta casa mis hijos eran muy pequeños y ella estaba embarazada de su única hija Shana. Cuando ella nació yo ya tenía cuatro hijos, dos niñas preciosas y dos muchachitos aún más guapos. Así que ambas hicimos tantas horas de parque que acabamos siendo inseparables, dentro de un orden claro, porque entrar en mi casa, dependiendo de las horas, era todo un caos, un trajín de comidas o de baños que Varda quería evitar. Todo en ella era control, organización y orden. Por supuesto en esos momentos mi casa era una jauría divertida, llena de ruidos, de mucho alboroto, un guirigay de risas constantes, y una torre de babel con lenguajes en diferentes procesos formativos. Mi exmarido era un alemán recio, al que le gustaba todo lo que a mí más me disgustaba. La disciplina la llevaba por bandera, pero con cuatro criaturas  eso era imposible de mantener. Además a mí me encantaba ese desorden infantil que te hace sentirte vivo. Así que chocamos muy pronto en la manera de educar y cuando los padres no coinciden en las mismas órdenes, el sistema se vuelve caótico y el caos invade la vida familiar. Después de 15 años de matrimonio, un día dijo que se iba a su país y ya no le volvimos a ver más. Este fue uno de los primeros tumbos que recibí, la primera bofetada en frío que tuve que encajar desde que a los 22 años me hice adulta para vivir con El alemán. La parte más positiva es que mis hijos, aunque se habían convertido en huérfanos de padre por voluntad propia de él,  eran totalmente bilingües y eso les iba a abrir muchas puertas. Al igual que ellos, yo también lo era, y utilicé toda esa sabiduría para encontrar, a marchas forzadas, un trabajo que me permitiera mantener lo obtenido con Derek y que la zozobra, el desánimo o la carencia económica no nos alcanzara. Yo había estudiado filología inglesa, aunque nunca había ejercido como profesora, porque nada más terminar conocí al señor Klein que había venido a trabajar a mi facultad con un contrato de profesor lector de alemán. Nos enamoramos perdidamente y cuando quise buscar mi primer trabajo, estaba embarazada de gemelos y cuando pude empezar a preparar las aburridas oposiciones ya venía el cuarto hijo en camino, por un descuido tonto en el cómputo de los días fértiles. Los idiomas siempre se me han dado bien y después de ese sorprendente abandono, no tuve tiempo para pensar en lo desgraciada que me sentía. Me focalicé en lo prioritario para la familia: buscar un trabajo que nos diera al menos de comer. La verdad es que antes de que pasara un mes  me contrataron en el Colegio Internacional Alemán, eso sí como profesora de español. Maggi la subdirectora conocía a Derek y sabía la fatiga económica por la que estábamos pasando. Convenció al director del centro para que me diera una oportunidad. No me importó ponerme con la gramática española, me sentía feliz por obtener un sueldo a final de mes. Hubiera cogido cualquier cosa por mantener a flote a mis cuatro hijos. Años más tarde cuando ya era una veterana y el director del colegio comprobó mi gran capacidad para el trabajo y los idiomas llegué a dar alemán e inglés. Si no hubiera sido por mis padres no hubiera salido de ese bache, ellos me ayudaron con los niños y yo acepté que entraran en mi vida y en la de mis hijos para paliar la ausencia de ese cobarde e infame alemán que años después se convirtió en mi EX.

Varda fue para mí el escape fuera de la familia, a su hija Shana le encantaba estar en mi casa, porque era una continua fiesta y se convirtió en una más de los nuestros, aunque a su madre le molestaba tener que luchar con el desorden de ella una vez que volvía a su casa. Y si la pequeña se pasaba las tardes del fin de semana en mi casa yo me las pasaba con su madre. Varda y Tony eran una pareja estupenda y me acogieron emocionalmente siempre que lo necesité.

-RE-

Me costaba concentrarme en el libro de la tal Renè Eloïse, pero le había prometido a Varda leerlo y llegar al final. De lo que estaba segura es que iba a pasar de los otros cinco libros.

“…Seguir adelante, ese es el reto. Tú puedes no olvides que la fuerza está en ti, los demás no cuentan. Eres lo mejor que te ha pasado. Deja la pena y no pienses en los demás. Qué estás sola, perfecto, eres el valor que tienes. Tú eres el objetivo de tu vida. No olvides que la alegría está en ti. Adelante, abre tu corazón, anímate y dirígete a tu fin último que eres tú, lo mejor que te ha pasado”.

La lectura era insufrible, yo era una gran lectora pero no de estas bobadas, los párpados se me cerraban y no conseguía concentrarme en el contenido. Me llamó Varda para tomar un café y le puse en sobre aviso que me estaba costando pasar las páginas del libro. Con toda esa cadena de palabrería cursi, que no decía nada más que banalidades, que a mí ni me iban ni me venían, ni me resolvían ni me hacían sentir mejor. Soy de decir las cosas sin filtro pero se lo dije con delicadeza, porque en realidad me daban ganas de tirarlo a la basura. Ella por otro lado, me conocía bien y sabía que esa ayuda no me iba a funcionar, pero quería intentarlo por si acaso hubiera una mínima posibilidad de auxilio o apoyo. Y por mi amistad con ella hice una lectura rápida. Le prometí que le daría al libro la oportunidad de 30 minutos para acabar de una vez por todas con la autoayuda de la Señora Morandé. -Te tienes que tranquilizar, interiorizar lo que lees y llevarlo a la práctica-.

Una tarde me llamó la policía municipal hablándome con voz pausada de mi hija Orel, solo escuché dos palabras: moto y accidente. Un vacío frío de gritos y llantos cubrió nuestra familia de un luto negro que le llevó años aliviarse y del que algunos aún seguimos temblorosos por su pérdida. Mis padres me ayudaron de nuevo a sobreponerme de un segundo palazo que me quebró parte de la existencia y Varda se convirtió en la pomada necesaria para salir del socavón en el que me había metido, sin saber por qué Orel se había montado en una moto con un muchacho, del que nunca habíamos oído su nombre, y se habían salido del viaducto de la autopista, tomando el vacío como el último camino hacia la nada.

Nunca me he recuperado de la pérdida de mi hija, pero sí conseguí calmar mi tristeza con los años. Pude levantarme  a base de mucho esfuerzo, mucho cariño de mis hijos, de la presencia de mis padres y de la ayuda de mi vecina Varda. En esa temporada no había día que no nos viéramos. Me mandaba mensajes por la mañana, me llamaba por la tarde y aparecía en mi casa por la noche con cualquier pretexto. Un día le dije: -Si sigues así Tony te va a dejar, estoy bien, me da cosa que estés tan pendiente de mí -. Ella se reía y me contestaba que yo lo haría por ella también. Cuando los gemelos me dijeron que querían hacer un Erasmus en Alemania, no sé por qué supe que estaban planeando quedarse a vivir en Düsseldorf, la verdad es que las oportunidades laborales eran infinitamente mejores que aquí y supongo que les tiraba conocer la patria del sinvergüenza de su padre e incluso entendí que  tuvieran la curiosidad de intentar conocerlo a pesar de que él nunca había querido saber nada de ninguno de nosotros desde que se marchó. 

Se notaba el vacío de ellos en casa, sus habitaciones ordenadas, sin vida e inertes nos hacían echarles de menos. Mi padre siempre me decía que: “estando bien los niños, nosotros estaremos bien” y era verdad. Se instalaron en un apartamento cercano a la facultad de medicina y de biología y a los pocos días estaban tan adaptados que parecían  de allí de toda la vida. Así que el resto de la familia incluida Shana y por extensión Varda y Tony vivimos un momento bueno de calmada felicidad.

Tuve que empeñarme para retomar y acabar el libro, lo hice por ella y sólo por ella. Había párrafos que me provocaban la carcajada, sobre todo cuando era tan insistente en asegurar al lector que debía creer en sí mismo,  como la consecuencia de su curación. Me Tomé la lectura como los deberes que les mandaba a mis alumnos y la verdad es que algunos párrafos me hacía reír de malos que eran.

“Lo primero que debes hacer es creer en ti misma, solo tú sabes de tu problema y en el fondo de tu alma sabes salir, aunque no te lo creas sabes, sé que no lo ves claro, pero eres fuerte y lo sabes hacer. Déjame que te diga que puedes y que eres lo mejor que hay en el mundo. Eres la mejor de los humanos y nadie te va a parar en lo que sabes hacer.

 

-SI-

Cuando Bertha estaba pensando en irse a vivir a Sidney traté de convencerla de que había sitios más cercanos para poder emprender su futuro. No hubo manera de hacerle ver ninguna ciudad europea atractiva para desarrollar su proyecto artístico fotográfico. Un Sábado por la tarde nos reunió en el salón de casa, mis padres me miraron, como si yo supiera de que se trataba, para que les diera alguna pista, pero yo no tenía ni idea de que era lo que nos iba a decir la pequeña de la familia. Abrió su ordenador, nos enseñó unas magníficas fotografías de Sídney y haciendo una reverencia dijo: -Aquí está mi futuro.- Nos enseñó los billetes de avión hacía las antípodas y cinco días después estábamos los tres despidiéndola en el aeropuerto con la misma cara de sorpresa y circunstancia que teníamos desde el anuncio de su marcha.

A mi padre ya le habían diagnosticado un aneurisma y ante la gravedad de lo que significa ese pronóstico me hice la fuerte y no di importancia a la marcha de Bertha. Por dentro estaba que me corroían las vísceras y el pulso tomaba vuelo para traspasar los límites de una ansiedad incontrolada. Necesitaba hablar con Varda. Fui hasta su casa y no paré de llorar hasta que los ojos se me hincharon. Cuando regresé a la mía vi la cara de mi madre  y supe que había hecho lo mismo que yo. Pocos meses más tarde enterramos a mi padre. Los médicos habían predicho que le quedaba poco tiempo de vida y no se confundieron en calcular los meses hasta su fin. En aquel momento mi madre y yo conocimos la soledad en estado puro. Yo la apoyaba a ella  y ella no dejaba que yo me derrumbara. Había días que recordábamos momentos pasados y deseábamos que Varda y Shana nos visitaran para alegrarnos la tarde.

“Sería bueno mantener la calma ante situaciones adversas. Respirar y aprender a controlar las emociones es tu objetivo primordial. Cuando mi madre les habla a sus pacientes mantiene un tono sereno para llevar las emociones al terreno idóneo para que el paciente saque todo lo que tiene. Con mis indicaciones tú vas a gestionar la ansiedad que llevas dentro, la puedes controlar, vencer. Tú puedes levantarte y seguir adelante. Esfuérzate, trabajas para ti. Eres lo único bueno, lo relevante a cuidar para continuar sin miedo. Controla tus miedos, tú puedes con tu vida.

-LIEN-

Envidiaba a Varda y Tony, eran abuelos de tres nietos. Oía aparcar el coche de Shana e Isma todos los Domingo y los días festivos. Su casa se llenaba de vida y ahora que yo estaba sola, ella insistía para que comiera con ellos como un miembro más de la familia. Ante mi negativa Varda se ponía tan pesada que si no me unía se enfurruñaba hasta conseguir que me uniera a su clan. Acepté pasar con ellos varios Domingos pero no me sentía cómoda. Mi mente divagaba y pensaba en mis hijos, me entristecía que vivieran tan lejos y aunque nos veíamos en Navidad y verano no era lo mismo; el tiempo juntos, pasaba muy rápido y enseguida me volvía a quedar sola. Yo no tenía nietos, ellos no querían tener hijos, no era algo que me molestara, era una decisión de cada uno y sus parejas y estaba bien así.

Cuando el pasado marzo nos confinaron por  la pandemia del coronavirus Covid no tenía idea de que mi madre se iba a despedir tan pronto de mí. Yo le pegué la enfermedad, le contagié el microbio que le provocó el colapso pulmonar hasta dejarla sin vida, 30 días después de sus primeros síntomas.

Días antes del confinamiento, una tarde al llegar del colegio me encontré mal, tenía unas décimas de fiebre, me dolía el cuerpo como si hubiera hecho un ejercicio excesivo y parecía que me faltaba el aire. No le di mucha importancia me tomé un paracetamol, me fui a la cama y al día siguiente estaba mucho mejor. No dejé de asistir a mi trabajo porque aún con resfriado nunca había dejado de asistir a él y por tanto no dejé de estar en contacto  una y otra vez con una enfermedad que no tenía ni idea que existiera, pero de la que aprendí demasiadas cosas tan pronto como llegó a mi vida.  Mi madre se ahogaba y yo no sabía qué hacer. Varda nos llevó al hospital, las prisas no nos dejaron despedirnos de ella porque no sabíamos cómo iban a suceder los acontecimientos. No volví a ver a mi madre. Recogí sus cenizas 20 días después de su muerte. Solo Varda y yo le rendimos los honores en el cementerio, sin saber qué ocurrió exactamente con ella,  cómo lo pasó o cómo murió. Sí, fui yo, su hija, la que le llevó a ese abismo y lo que fue para mí un estado pasajero con un ligero dolor muscular y unas décimas de fiebre, en  ella se trasformó en un estado mortal.

“Ante el descontrol emocional debes tornar en control, calma y sosiego. Tú contigo misma, hay que superar las dificultades. Puedes llorar, saca lo que tengas para  dejar las penas, no te sientas víctima de nada. No eres culpable de tus desgracias, son parte de la vida. Si sigues los diez consejos que te he dado vas a ganar la partida. No estás sola. La actitud es tu aliada. No olvides que puedes con todo”.

 

Cerré el libro con la intención de dejarlo, ya no quería leer más.  Varda se iba a decepcionar por abandonar unos consejos que según ella eran útiles. Le mentí sobre mi estado anímico. Le hice ver que me sentía mucho mejor, después de haber acabado falsamente el libro y reconozco que lo hice para que ella no se sintiera decepcionada conmigo, realmente la convencí de que me iba a recuperar y que una mujer nueva estaba naciendo dentro de mí, después de leer los “grandes consejos de la Señora Morandé”. Era evidente que no tardaría mucho en darse cuenta de mi engaño y entonces no sé qué le diría.

Quería llorar y no podía, lo intenté varias veces con todas mis fuerzas. Mi estado era como una gráfica plana, sin oscilaciones. Abrí un armario lleno de álbumes y quise enfrentarme al pasado, eso me haría añorar y soltar emociones. Me alarmó la ausencia de lágrimas. Lo intenté escuchando a Purcell, Mozart y Händel pero tan solo una ligera emoción humedeció mis ojos.  Fue en la oscuridad de la noche cuando recapacitando sobre los sucesos de mi vida, entendí  que necesitaba la ayuda de un profesional.

 

-CIA

Había llegado a un estado que no era capaz de conectar en mi trabajo con nadie. Con los que consideraba amigos lo hacía como una autómata, sin pasión, ni interés. Tenía intención de continuar así hasta que me jubilara o hasta que me muriera, ambas cosas me parecían parte de una misma cara. Mis hijos trataban de consolarme desde las pantallas de sus ordenadores y aunque aparentaba estabilidad y equilibrio mental porque me mostraba divertida y podía “dar el pego” de una recuperación progresiva, la realidad es que yo sentía tanta pena por dentro que no veía la manera de salir de mi desgracia. Realmente estaba hundida y fácilmente un terapeuta podría diagnosticar lo que me pasaba con mirar mi cara.

Varda siguió ahí, soportando la pesadez de mi vida. Llegó a organizarme varias citas con compañeros divorciados de Tony, pero ninguna de ellas resultó buena.

Un día decidí que debía salir de esa zozobra que había cambiado mi humor y me había convertido en una mujer que lastraba una soledad profunda. Quería dejar de ser una huraña en un mundo de extraños y aunque parecía un tópico quería ser la mujer que había sido años atrás.

Varda se dio cuenta que necesitaba mucho más que los libros de Renè Eloïse Morandé para devolverme al mundo de los vivos y fue ella, una vez más, la que se empeñó en buscar a la persona que me podía ayudar. No sé dónde lo encontró, debió emplearse a  fondo para no fallar como lo había hecho con la didáctica de los libros.  Me consiguió una cita y aparecí en la consulta de terapia con una expectativa baja, más escéptica de lo que desearía y con poco ánimo de convencimiento porque alguien pudiera ayudarme.  Después de veinte sesiones desistí de sentirme víctima, dejé de darme pena, él me quitó la culpabilidad, me ayudó a canalizar las ausencias y a admitir duelos que no había hecho de manera adecuada. Me ayudó a llorar, hacía tiempo que no me emocionaba y por fin conseguí que las lágrimas se deslizaran por mi cara escuchando el Adagio de Pachelbel.  Hacía tiempo que yo me había arrancado las emociones y ahora era como si tuviera que aprender de nuevo a emocionarme. Cada dos semanas Varda me acompañaba hasta la puerta de la consulta, estaba convencida que la terapia me estaba sacando de tanto sufrimiento porque veía una mutación en mí. Un año después de mi primera visita, mi gesto era otro, había dejado de fruncir el ceño y no me pasaba los fines de semana tirada en un sofá ahogándome en mis miserias.

Fue Varda la que me enseñó el significado de la palabra paroxítona RESILIENCIA. Quiso enseñarme primero expresiones como adaptación, resistencia o invulnerabilidad y lo hizo con los medios con los que ella entendía, con palabras de otros, sin saber que la definición de todos esos términos estaba en ella misma. Su fuerza, su empeño, su ánimo incansable me enseñó todo lo que hay en las acepciones de esos vocablos. Varda me convirtió en una tímida resiliente tratando de salir de unas circunstancias traumáticas. Decidí agarrarme a ese estado para alcanzar una situación más o menos de atípica felicidad, en la que uno de los pilares de esa estabilidad no era otro que nuestra amistad.  


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