sábado, 23 de julio de 2016

CUANDO JULIA ERA YO

                  Cuando vi el retrato de Julia en la exposición de fotografía, que este año dedicaba el pueblo a “Sus Mayores”, con el título “¿Quién es quién?”, no dejé de mirarla y a mi mente vino la idea que yo podía ser ella, que podía ser de su familia, tal vez su hija o su sobrina o por qué no una descendiente indirecta, tal vez sobrina nieta o sobrina biznieta… Mirando todos aquellos rostros de caras antiguas destacaba ella con su media melena rizada, cuerpo delgado, rostro afable de vestido moderno y pendientes atractivos. Julia aparecía en la fotografía como un ser diferente que va anunciando el futuro en un mundo todavía antiguo y extremadamente tradicional. La primera vez que oí su nombre, me llamó la atención y en seguida me interesé por su vida, donde vivía, su familia, qué había sido de ella y un sin fin de preguntas que no todas tuvieron respuesta. No quedaba ningún descendiente de ella en el pueblo y parece que de los últimos nadie recordaba cuando se fueron. Julia no sólo era ella, sino que era ella y su casa “casa Julia”. Me gustaba pasar por delante de ella e imaginármela allí haciendo cualquier faena típica del momento que le tocó vivir. Hasta esta exposición no sabía cómo era su aspecto y mucho menos me la imaginé con una fisonomía parecida a la mía, más bien todo lo contrario, la imaginaba vestida de negro, incluida la pañoleta en la cabeza negra, enjuta, encorvada y pequeña, cultivando una pequeña huerta con animales a su alrededor y  hacendosa de su casa. Mi sorpresa fue que los mayores la recordaban como una mujer muy activa, trabajadora, simpática y servicial, destacaban de ella las ganas de querer ir a “la fiesta” en cualquier momento, supongo a buscar aquello que no encontraba cerca de los suyos, sin embargo todos con los que hablé coincidían en que teniendo ese carácter tan bueno no había encontrado a la persona con la que pasar el resto de sus días y tampoco encontraban una explicación a que Julia primero cuidó de su madre y después se quedó ella sola hasta que no pudo más y murió.
El retrato, hecho probablemente entre finales de los años 30 o comienzos de los 40, Julia aparece con su madre y una niña, probablemente su hermana. Ningún paralelismo conmigo excepto el aspecto, sí Julia podría ser yo, pero realmente ¿yo me reconocía en ella? No sé, necesitaría más datos para poder reconocerme en su forma de ser, pero estaba claro que viendo su foto y observando su físico yo me reconocía en ella, claro que sí, cara alargada, nariz afilada y recta, labios finos y sonrientes, pelo largo y rizado, cuerpo delgado y ese vestido tan moderno plisado con lunares, zapatos de rejilla de medio tacón, pendientes de perla, chaqueta de media cintura, el pelo raya a un lado y suelto, podría ser mi aspecto cambiando un poco el estilo de corte del vestido y los zapatos.
Desde que llegué al pueblo hace 17 años he oído hablar de Julia, su simpatía, su alegría, sus ganas de bailar, y sobre todo siempre se hablaba de “casa Julia” en estos  últimos años la he ido viendo caer poco a poco, unas veces las tejas aparecían en medio de la calle y otras veces era el tapial de sus paredes, o las piedras que lavadas por el agua desprendían el barro que las sujetaba y acababan cayendo al suelo guardando los secretos de Julia para siempre.
Estaba pensando cómo sería su vida, mientras oía distintas conversaciones de los curiosos que esa mañana se habían acercado a ver la exposición, deambulaba de un lado de la sala a otro, matando un poco el tiempo, ya que me había ofrecido voluntaria para abrir la sala de exposiciones  y éste era mi tercer día de apertura; estaba ensimismada en mis pensamientos buscando en lo poco que sabía de ella algo de mi vida que pudiera relacionarse con la de Julia. Cuando Nieves, la sobrina de Candy se me acercó y me dijo:
_ ¡Oye! yo sé dónde estás tú aquí, yo sé quién eres tú de todas estas personas.
No dejé de sorprenderme, era maravilloso que yo que llegué aquí hace casi dos décadas estuviera  en una fotografía que había sido tomada hacía 70 u 80 años, y sobre todo en ese instante no podía imaginarme que la persona que era yo no era otra que Julia, sí la Julia de la casa caída, la Julia que estaba en ese retrato tan peculiar con su madre y probablemente con su hermana o con una sobrina. Yo era la Julia que sonreía al retratista, la que intentaba que los mozos del pueblo me sacaran a bailar, la Julia que hace un par de años se le cayó la casa y que curiosamente yo misma recogí en medio de la calle los últimos ladrillos de adobe de su chimenea, los mismos ladrillos que ahora adornan mi casa.
Nieves no dudó en verme allí como parte del pasado de su pueblo, incluso me dijo que el vestido que llevaba era de lo más moderno de todas las fotografías de la exposición. Me alegré de verme allí como pasado y la verdad hubiera estado bien ser Julia tener mi aspecto y vivir tantos años en una madurez eterna sin envejecer.  Nieves me cogió de la mano, tirando de mí para que fuera a verme en el retrato, yo le llevé la corriente siendo ahora la Julia que ella creía ver. Estaba tan convencida de ello que no fui capaz a desilusionarla, realmente ella había encontrado a alguien real en esas fotos tan antiguas en blanco y negro que mostraban una realidad muy lejana para ella y yo siendo Julia era su contacto con la realidad, era el enlace entre el pasado irreconocible y su presente.
 Busco paralelismos entre mi vida y la de Julia y no encuentro ninguno, pero me reconocí en ella y también otros vieron mis ojos y mi pelo en su rostro y vieron mi delgadez en la suya; me gusta pensar que una continuación de Julia pudiera ser yo y que su historia pudiera continuar en la mía … Julia fue mujer soltera, con la sonrisa y la cara tan agradable que muestra en la fotografía, es difícil creer que no encontrara a nadie en el pueblo con quien compartir su vida y formar una familia, o a lo mejor Julia no estuvo en el momento y en el lugar adecuado para ese  encuentro…

De la “casa Julia” solo permanece en pie un par de muros de piedra y el arco de entrada de su casa, el resto ya es historia.

jueves, 14 de julio de 2016

SASAKI, UNA FAMILIA DE TOKIO

   佐々木



_¡Madre mía, como está esto! ¿Qué ha pasado aquí? ¡Uff! Acababa de pasar por una estancia que parecía una cocina de hacía más de 400 años, las telarañas se pegaban a nuestro cuerpo y los que me seguían no dejaban de chillar como si  animales de otro mundo se apoderasen de sus cuerpos.
Las puertas abiertas, las paredes desconchadas y esas fotos ahí colgadas, “unos niños sonrientes, un niño de unos 6 años recién graduado, una niña con su madre, una mujer joven asomada a una puerta, un hombre sonriente de no más de 20 años”, y en la pared de al lado otras dieciséis  fotos de gente de otra época, que supongo tenían relación con los retratos de los jóvenes y niños anteriores.
_¿Quiénes serían todos los que nos miraban a través de esos cristales enmarcados, todos parecían mirarnos como si estuvieran esperando que por fin alguna puerta o ventana de la casa se abriera?
_Watashinohaha!¿Qué hay pol aquí?, no veo nada, está un poco oskuro. Sucio todo, ¡ah ke agco! Ue-tsu!
_Les abro las contras de las ventanas para que puedan ver más claramente lo que han comprado. Sí, hace unos treinta años que no se abren esta casa.
Mi marido miraba el techo buscando la luz de la claraboya, varias generaciones de arañas invadían el espacio que en otro tiempo debió proporcionar la claridad de la habitación. Sus ojos rasgados buscaban no caerse entre los peldaños debido al desnivel de la casa.
Fuera oía a mis hijos quejarse por la maleza, oía como con una vara rompían las zarzas, y golpeaban un “quitamiedos” con sonido metálico que salía de un árbol que nunca habíamos visto…
_Un saúco, es el árbol típico de por aquí, dijo Zulema.
_¡Es impresionante!, ¿cómo puede estar la casa así? Los muebles, los ramos de brezo, tomillo o rosas en las vigas, los cuadros, el reloj, el sofá, las velas, los cestos, la chimenea, los aparadores… _ ¿Qué le pasó a esta familia?, parece que un día cualquiera salieron y dejaron la casa como si volvieran a venir en un rato y no aparecieron nunca más, le oía decir a mi hermana Esther, yo tampoco salía de mi asombro.
Estaba abrumada por la compra que habíamos hecho, pero era mucho más de lo que me imaginaba, era mucho más que las fotos que habíamos visto de la inmobiliaria australiana con sede en Tokio, que ofertaba ”Casa Rústica de cuatro siglos de antigüedad, en una zona remota de la Europa más occidental”. No sólo habíamos comprado una casa sino el espíritu de unas personas que cuidaron cada detalle de “Esta Casa” que encerraba la memoria de generaciones anteriores y que fue usada con diferentes fines desde su construcción.
Zulema, que seguía abriendo contras y ventanas, nos contó que su abuela tenía mucha relación con los dueños de la casa, su abuela había participado en la restauración de la misma cuando ellos la compraron.
_ Mis abuelos llegaron a ser los mejores amigos que tenían aquí, había tanta confianza entre ellos que la llave de la casa siempre ha estado en la de mis abuelos. Y mi abuela era la que les encendía la calefacción unos días antes de venir en sus vacaciones de invierno o la que les regaba las plantas una vez que marchaban después de sus vacaciones de verano, porque ellos venían siempre que podían, hasta que un año, cuando cumplieron 71 años decidieron quedarse.
_Jamás les faltó en casa de mis abuelos un buen plato de sopa, tortilla o embutidos”, nos decía emocionada.
Seguimos avanzando, como si pasáramos de un vagón a otro y a cada lado que miraba, a cada lado que mirábamos más nos sorprendíamos de lo que veíamos, lo bonito que debió ser esto, lo que debieron vivir aquí.
_Ellos la restauraron con mucho gusto, respetando lo que había anteriormente.  
Zulema encendió las luces de la cocina, algunas estaban fundidas pero eso no impidió dejarnos boquiabiertos  por el colorido de unos azulejos, que aunque llenos de barro, llamaron nuestra atención. En la mesa un mantel polvoriento con nombres de ciudades del mundo, París, Montreal, Seoul, New York, Shangai, Madrid, New Delhi…Tokio. _¡Anda mira Kuoki, te estaban esperando!, le dije a mi marido burlonamente.
 En medio de la mesa había unos vasos, unos cubiertos y varios platos… _¡Mira qué fregadero!, me decía Esther, y yo me seguía preguntando: ¿Qué fue de esta familia? ¿Salió huyendo por alguna razón? ¿Cómo pudo dejar esto? ¿Qué ocurrió para decidir vender esta Casa?
Mi marido limpiaba con un pañuelo las ventanas para observar a nuestros hijos como intentaban abrirse camino por el patio. Con su mentalidad oriental de pulcritud, esto le superaba, intentaba levitar y no profundizaba en el significado de continuar con el espíritu de lo que estábamos viendo, pero yo sabía que con el tiempo le iba a gustar.
 Hacía unos meses, un compañero de trabajo español de la sección electrónica de Sidney y que había estado unas semanas en la planta técnica de Tokio, le llamó por teléfono para hablarle de la gran oportunidad de comprar  una casa en Europa. Lo que él no se imaginó es que desde ese momento iba a cambiar su futuro y con él el nuestro, el de su familia.
_¡Kuoki!, he visto la casa que Raquel siempre ha deseado tener, es en su país, en una zona que te va a encantar. Las casas son de piedra, es la casa que llevas buscando para regalarle. No parece cara, por las fotos de la inmobiliaria se ve un poco deteriorada; la venden con muebles y tal como la dejaron sus antiguos dueños. Es la casa perfecta para ella y para tu familia.
_¿Cómo se puede abandonar una casa así?, le pregunté a Zulema.
 Es cierto que ahora estaba deteriorada y después de haber estado unos 30 años cerrada, las arañas y roedores la habían hecho suya, pero si uno se fijaba un poco se daba cuenta del buen gusto, del cuidado y del cariño que los dueños habían puesto en ella…
En una pizarra, mi hermana leyó:
 ­_ “San Roque”, ¡Qué curioso! bueno no sé, será el santo de por aquí.
Zulema se quedó pensativa unos segundos y después comenzó a hablarnos con ojos llorosos:
_Los dueños iban con mis abuelos a San Roque todos los años, es una ermita cerca de aquí, la romería se celebra a mitad de agosto. Esta casa lleva cerrada desde un San Roque de agosto de 2062 en el que los dueños murieron, él con 101 años y ella con 100 recién cumplidos. Los hijos no estaban aquí, hace tiempo que habían dejado de venir, este no era su proyecto y habían apostado por otro tipo de vida. Eran tres, el mayor se fue a trabajar a  Vancouver, la pequeña había hecho su vida en Sidney y creo que el mediano prefirió vivir en el sur de España. Después de despedir las cenizas de sus padres no se les ha visto nunca por aquí, hasta que hace un año Jimena Anaël, la nieta más pequeña de los dueños, apareció por el pueblo, salió llorando de la casa de los abuelos, y tomó la decisión de convencer a su familia de vender la casa antes de que se empezara a caer. Ella comprendió que sus padres y sus tíos habían abandonado el proyecto de los abuelos y que era mejor que otros lo continuaran. Un mes después contactó con una agencia inmobiliaria australiana con sede en Sidney. Por lo visto donde vive, en Australia, está de moda España y hay un gran mercado asiático de venta de casas españolas.
_¡Kuoki!, es la oportunidad de tu vida, es la casa que sueña tener tu mujer, puedes pedir el traslado a la sede Española en Madrid, no lo dudes, está a una hora por tren, tus hijos pueden tener la vida que siempre dices que te gustaría que tuvieran. Te envío la publicidad. Hay una oficina en Tokio de la agencia inmobiliaria australiana, contacta con ellos para informarte de la casa y las condiciones de compra. Kuoki te interesa, te lo aseguro. Sería un gran salto de Tokio a Madrid y vivir a una hora de la capital española.
_¿Kimena Anel?
_Yes, it´s me?
_This is Kuoki Sasaki from Tokio, I am interested in….How can I do to arrange the purchase of the House?...
Continuamos viendo con Zulema la casa, el gran salón, unos libros en la mesa, un viejo ordenador en el escritorio, unas tacitas de café, palos en la chimenea, un tocadiscos muy antiguo, cuadros en las paredes, varias Hanukillas, una gran Menorah, cántaros y vasijas de otro tiempo, unos bebederos para animales caídos y telarañas por todos los lados cubriendo el esplendor de unos años que debieron ser maravillosos.
Mi hermana se adelantó a subir las escaleras que daban a las habitaciones. Yo estaba emocionada con cada objeto que veía a mi alrededor, mi marido prefirió esperar fuera con los niños, y se puso a hacer fotografías, lo que había dentro era demasiado impactante para él.
Zulema cogió de un cesto de mimbre unas castañuelas.
_Eran de ella, era muy “bailadora”, le gustaba mucho tocarlas. En las fiestas del pueblo no dejaba de bailar, e iba al pueblo de mi abuela a hacer “la ronda” tocando las castañuelas. En la fiesta de San Roque era como si el santo le recorriera por dentro y en la plaza de la ermita no dejaba de bailar hasta que el tamboril dejaba de tocar. A su marido le gustaba ir andando a la romería, él no bailaba ni tocaba las castañuelas pero le hacía feliz verla a ella en ese ambiente.
No entendía muchas de las cosas de las que estaba hablando Zulema, pero ya habría tiempo de ir conociendo los secretos que nos iba a proporcionar esta casa.
_¡Cuántos muebles valiosos! ¡Cuántas historias hay aquí! ¡Qué buena compra! me decía mi hermana.
 _ ¡Joh Esther, ¿mira esto? ¡Qué bonito! Una caja con pendientes y anillos. Siguen aquí los perfumes que usaban, el maquillaje y los pintalabios de ella. Fíjate en  las camas Esther. _Sí las camas hechas como esperando a unos huéspedes que parece no llegaron nunca. ¡Cuántos libros en la casa!, hace tiempo que dejaron de hacerse libros, ¿recuerdas Esther? y la de ellos que hay aquí!
_Fíjate en la cómoda y el armario, me decía mi hermana.
_Esther ¿Has visto la mecedora?, la de años que debe tener, ¡cuántas veces se habrán sentado en ella, es preciosa!
La Notaria certificó que todas las partes interesadas estábamos de acuerdo. Primero firmó Jimena Anaël en representación de su familia, los herederos, y después nosotros, Kuoki y Raquel Sasaki.
 _ “Firmado en ….con fecha de…Casa rústica catalogada y fechada en el pueblo de… de 1750…  ¡es suya Sres. Sasaki! ¡Enhorabuena! nos comunicó la Sra. Notaria.
Jimena Anaël, nos despidió en la puerta de la notaría, sus ojos estaban llorosos. No quiso acompañarnos a ver la Casa, nuestra nueva casa y rechazó hacerse una foto con nosotros. Supongo que no quería tener ningún recuerdo tangible de ese día.
_Zulema tiene la llave, será ella la que os la enseñe. Todo lo que hay en la casa ahora es suyo. Me tengo que ir. ¡Adiós, encantada de haberles conocido! ¡Disfruten de la casa como lo hicieron mis abuelos durante años!
Mis hijos seguían enredando por el patio con mi marido que no dejaba de hacer fotos.
Mi hija mayor, Natsumi, traía en la mano algo que parecía el nombre de la casa, unas palabras forjadas en hierro oxidado, que no entendimos lo que significaban, Bet….Kesh
 _Seguro que hay otra parte tirada que complete esas letras, le dije. ¡Mira a ver si la encuentras!
_Mami hay una piscina, con un agua asquerosa y  toda rota, pero la podemos arreglar ¿no? Me decía insistente Haruka, la mediana de los tres.
_Mami ¿nos podemos ir de aquí?, todo está muy sucio, ¡quiero irme a casa! decía el pequeño Asahi.
_¿Rakel?, ¿Esther? Mi marido estaba viendo, lo que parecía un pequeño apartamento, de dos plantas, situado en frente a la vivienda central; en la chimenea aun había ceniza, en el sofá unos libros y papeles medio rotos y una cafetera italiana estaba en una mesa preciosa de roble, como si estuviera esperando nuestra llegada.
Había unos tablones tirados entre la maleza del patio, parecía que formaran parte del corredor, les quedaba un pequeño recuerdo de color rojizo,  color que también tenían las cinco columnas que sujetaban el corredor y algunos barrotes del mismo. Era el mismo color rojizo, ya deslavazado de las puertas y ventanas de la casa.
_Mi abuela nos contaba que cada dos años pintaban el corredor, las puertas y ventanas, nunca cambiaron de color “rojo carruaje de la marca Titán” y así ha quedado hasta hoy. Yo de niña los veía también hacerlo, hasta que la edad ya no se lo permitió.
_¡Vaya lo que hay aquí, está lleno de utensilios del campo y están colocados!  Rakel ¡mira esto! ¡Impresionante! Hay paneles por el suelo, explikan algo, pero no entiendo muy bien ke dicen. ¡Esto sí que son viejas cosas!¡Qué objetos raros! ¿Rakel, Esther, mirar, venir?!
Me va a llevar tiempo poner esta casa a punto, sigo sin saber qué pasó, para que este proyecto se haya convertido en el nuestro. Como dijo Zulema: _es posible que los herederos “apostaron por otra vida diferente” a pesar de que sus padres hicieron de esta casa un lugar maravilloso, acogedor y cuidado en todo detalle.
Zulema se despidió de nosotros en la entrada principal de la casa.  Me fijé que en la puerta todavía permanecía pendiente de un clavo una herradura y la correa de un perro. Ya no le quise preguntar más. Delante del dintel de piedra nos sacamos una foto con ella y muy amable nos ofreció su ayuda para lo que necesitáramos.
Una señora con ojos asiáticos salió de la casa de enfrente a saludarnos y nos dijo: _ Todos en el pueblo sabían que él había comprado la casa para hacerla feliz.
Por detrás de ella apareció una niña muy graciosa y al ver a mi marido y mis hijos les dijo: _Yo también soy china, porque mi mamá es china.
Nos reímos y a partir de ahí comenzó nuestra historia en “Beit Keshet…La Casa del Arco
 La familia Sasaki de Tokio hicimos nuestra esta Casa treinta años después que el cometa Halley apareciera por estas tierras…




martes, 5 de julio de 2016

YO TAMBIÉN ESTUVE ALLÍ


Hace tiempo que pienso que cuando uno se convierte en turista, los días que va a pasar de vacaciones no van a ser unos días tranquilos y relajados, sobre todo cuando se hace “turismo de ciudad”. Primero desde tu casa buscas y buscas hasta dejar exhausto a tu cerebro que le obligas a aprender y estudiar todo lo que quieres ver, lo que quieres visitar, lo que puedes hacer, lo que debes comer o lo que te gustaría comprar, esto te hace ser un experto, lo sabes todo y quieres saber más que los que viven en el lugar al que te dispones a visitar; en realidad a ellos no les preocupa sus monumentos, sus museos, sus calles, los tienen cuando quieran y lo más seguro es que no hayan visitado o visto tantos lugares de interés como los que tú pretendes ver en un corto espacio de tiempo.  Eso me ocurre a mí en la ciudad en la que vivo, siempre que viene alguien a visitarme descubre algo nuevo que no sabía que existía. Cuando te conviertes en turista solo dispones de unas horas para poner en práctica tus conocimientos. Así que un viaje a Bolonia se convierte en el examen que quieres pasar y solo si te sabes lo que hay o lo que sucede en la ciudad italiana puedes pasar a convertirte en el profesional que siempre has añorado: el perfecto turista. Después de pasar varios días estudiando, estando ya nervioso por el viaje y después de dar la paliza a tus familiares con lo listo que eres y mostrando lo que sabes, sin haber ido todavía, con las más de mil páginas que has abierto en tu ordenador, te dispones a irte, coges el avión y tu mente se empieza a preparar por tanta excitación y ahí has abierto la puerta a tu sacrificio, lo quieres ver todo en tres días, así que un viaje por Bolonia y sus alrededores no puede más que dejarte exhausto y empiezas el camino recorriendo los Pórticos, la Plaza Mayor, una calle que da al mercado, la fuente de Neptuno y te viene todo lo aprendido, aquello que otros te han dicho que vieras, fueras o comieras. Haciendo caso a lo que debes ver, subes a las dos Torres, visitas sus basílicas, los palacios, la catedral de San Pedro, comes en la tratoría que te hablaron y pides el plato típico boloñés o buscas en tu mapa la que te lleva saliendo en la infinidad de páginas abiertas que has utilizado para preparar el viaje y sin casi terminar el último bocado te diriges a Florencia para ver en menos de 7 horas la galería Uffizi, Santa María del Fiore, Plaza del Duomo, basílicas, palacios, sus calles y mercados, los jardines Medici, L´Academia con el David, comes, bebes y sacas todas las fotos que da tu cámara para recordar que tú estuviste allí, no vaya a ser que después de tanto estudiarlo todo no quede constancia de lo que tus ojos han visto, sin olvidar por supuesto, que vas a tener un doble o triple trabajo, sacar fotos no sólo en tu cámara que la llevas como una prolongación más de tu cuerpo sino que ahora tienes que sacar fotos desde tu teléfono para subirlas a Instagram, Twitter, Facebook o Whatsapp porque tus amigos y familiares tienen que verlo al momento como tú y ese momento ser tan importante, no solo para ti, sino también para que ellos sepan dónde estás en ese preciso momento. Después de varias horas sin parar asimilando no sólo el lugar, su cultura o su forma de relacionarse contigo vendiéndote todo tipo de recuerdos, que no te valdrán para nada, aunque los vas a comprar igual porque te van a servir para recordar que tú estuviste allí;  tu mente va perdiendo energía aunque estás poniendo en práctica tus conocimientos y sigue en modo ver, ver, ver, hasta sentirte atolondrado por tener que asimilar tantas cosas a la vez y claro al resto de tu cuerpo le importa poco, sobre todo a tus pie que después de tantas horas andando ya no pueden más de dolor o a tu piel que ahora está quemada por el sol o a tu hombro cansado de llevar el peso del bolso cargado con innumerables folletos, cámara, agua o algo de comida, es decir lo necesario para el turisteo.
Mientras vas viendo lo que tienes que ver, los amigos y familiares que han estado en esa ciudad antes que tú te van preguntando, a través de mensajes, si has visto esto o lo otro y claro no te queda otra que ir al sitio, fotografiarlo y enviar foto o vídeo sin olvidarte que debes salir en medio de la foto para demostrar que estás ahí, entonces comienza una batería de explicaciones por ambas partes que no deja de ser insoportable y cansadísima. Llegados a este punto te das cuenta que lo más importante de tu viaje es  que vas a poder decir en un futuro “yo estuve allí” lo mismo que ellos.
De vuelta al hotel empiezas a pensar que estás demasiado cansado y que al día siguiente volverá a empezar de nuevo una jornada de visita a tal o cual localidad cercana a tu punto de partida. Ves tus fotos y dices qué bonitas, lo tengo todo, esta vez no se me ha escapado nada, como aquella vez de Bruselas que la cámara dejó de funcionar y entré en pánico y me cabreé como si me hubieran arrebatado la comida de un mes o me hubieran dejado sola en el desierto, y el haber estado allí, solo está en mi memoria; sí aquella vez costo remontar la situación, pero ahora no, unos cientos de fotos listas para la familia y los amigos que están deseando que no llegue ese momento y en cuanto te ven salen corriendo y la verdad es que esas fotos pocas veces se vuelven a ver a no ser que un amigo tuyo vaya a la misma ciudad que tú has visitado y necesites demostrarle que tú también has estado allí... a veces llegas antes a las fotografías de las páginas que visitaste previamente a tu viaje que a tus fotos que ya te has olvidado en que archivo las tienes.
 La última noche respiras tranquilo y durmiendo te vienen imágenes de lo que has visto pero ya no sabes distinguir entre lo real, lo de las cientos de páginas visitadas o lo que estás soñando, estás “hecho polvo” y sólo quieres descansar; al regresar a tu casa, necesitas unos días de descanso, te duele todo el cuerpo pero por lo menos has conseguido estar allí, y esa sensación no te la va a quitar nadie.
En fin siempre he pensado que la vida como turista es difícil o cuanto menos muy cansada y tiende a ser agobiante, mucho que ver, mucho que visitar, comer, beber, comprar, hacer fotos y vídeos, ir de un lado a otro sin descanso, madrugar, dormir poco, pero eso sí, hay millones de personas que se han cansado y agobiado  lo mismo que te va a ocurrir a ti, lo mismo que me ha ocurrido a mí y como yo pueden decir “yo también estuve allí”...