A Elena R-Iglesias
“Quién es quién”
Orel esperaba pacientemente en
la terraza del bar. Era la primera mañana soleada después de una decena de
borrascas encadenadas que habían ocultado el sol con lluvias intensas durante
más de un mes. Había quedado con Mara para tomar unas tapas, y ponerse al día
después de una larga temporada sin verse. A su lado las mesas comenzaban a
llenarse y un agradable sonido de voces envolvía el ambiente que parecía
primaveral. Se sintió bien y pensó en lo largo que había sido el invierno; dio
un largo sorbo a su botellín de cerveza y se llevó a su boca un trozo de la
tapa de tortilla española que el camarero había dejado en la mesa. En ese
estado de felicidad intrínseca, saboreó solitariamente el momento positivo que
estaba viviendo; se quitó las gafas que hacían de diadema y se las puso delante
de sus ojos. Tan solo un par de días antes las había comprado en una óptica y
las estaba estrenando, justo el primer día que la luz del sol incidía en su
cara como anuncio de un cambio de estación. Aunque nadie lo sabía, se estaba
haciendo a su nuevo estilo. Hasta ahora siempre había usado un tipo de gafas
más convencional y éstas eran una apuesta más arriesgada y lujosa. Su forma cuadrada,
le daban un aire de sofisticación y elegancia atemporal; la montura de pasta de
carey beige con lentes marrones, patillas anchas y planas, con incrustaciones circulares
doradas, cercanas a las bisagras de cierre, hacían de sus gafas Gucci un
complemento novedoso y refinado acorde con toda la estética de su traje
chaqueta, confeccionado en un impecable lino crema. Escondía su cara tras ellas
con la gracia de llevar algo que la hacía diferente a los demás. Ese modelo y
la manera de llevarlas causaban muy buena impresión y cuando las llevaba
puestas se sentía muy segura de sí misma; a la vez le daban la distinción de
las personas que saben vestir bien y que tienen el don de ponerse los complementos necesarios para ser observadas.
Después de un segundo trago a su cerveza se recolocó la melena, varias veces, y
con sus dedos a manera de tridente, ahuecó su pelo y lo recompuso lo
suficientemente bien para que la brisa marítima lo moviera como un anemómetro midiendo
el flujo de su fuerza.
Mara
llevaba un retraso de más de veinte minutos. Abrió el móvil por si tenía algún
mensaje de ella que explicara su demora, pero no obtuvo respuesta. No supo bien
que hacer y dudó si tenía que contactar directamente con ella para ver que le
había pasado o si era mejor esperar y fijar su vista en el malecón y la playa
disfrutando del paisaje. A esa hora, la
bahía estaba llena de transeúntes, principalmente familias con niños que
desafiaban un oleaje que todavía se resistía a permanecer en calma. Había
consumido el botellín y casi para esconder el sonrojo del que se siente solo
tomando algo, alzó su brazo izquierdo, buscó la atención del camarero y
expresando con su boca, sin emitir ningún sonido, pidió otra cerveza. Miró su
reloj analógico de pulsera y calculó el tiempo que llevaba sentada en la misma
silla; se estaba impacientando por la tardanza y una sensación extraña, casi
rozando la exasperación, le hizo sentirse incómoda, como si estuviera fuera de
lugar e incluso tuvo un ligero momento de abandono y falta de respeto por parte
de Mara. Después de consumir dos tercios de la nueva consumición, sopesó la
idea de irse. Había un grupo de gente que esperaba que alguien se levantara
para ocupar la mesa y pensó que no era plan de pedir otra bebida y que al final
no pudiera coger el coche de regreso a su casa por no estar del todo sobria. Dos
cervezas eran suficientes y más de una hora de retraso sin explicación eran la
excusa perfecta para largarse. Acarició inconscientemente la esfera de su reloj
de pulsera viendo la hora exacta que era, para decidir los minutos de más que se
quedaría allí plantada. Esa madrugada se había adelantado la hora en toda
Europa y aún estaba algo despistada con el cambio. Sin embargo, era muy
partidaria de la nueva variación. Le gustaba mucho más experimentar que el
atardecer se alargara más allá de las diez y no que la noche fuera antes de las
seis de la tarde. Teniendo aún perdida la vista en su Guess, oyó el sonido de varias notificaciones en su móvil.
−A
ver qué ha pasado, espero que venga ya. –Dijo susurrando.
Había recibido varios mensajes
en cadena; ninguno era de Mara. Antes de leerlos, pinchó sobre el nombre de
ella, para ver cuando había sido su última conexión, pero había desactivado esa
información, así que seguía esperándola sin tener ningún tipo de información.
Puso sus gafas, de nuevo, como diadema para sujetar la melena y que no le
viniera todo el pelo hacia los ojos mientras leía los mensajes recibidos y casi
simultáneamente los contestaba con monosílabos, con emoticonos e incluso
compartió un par de fotos de la ensenada, superponiendo delante el botellín
medio vacío, como queriendo dar a entender lo a gusto que estaba en ese preciso
momento. Pasó unos quince minutos entretenida, enredando en el teléfono y
cuando justo se estaba levantando de la silla para marcharse −ya había decidido
con determinación que pasaba de Mara− escucho una notificación acústica y vio en
la pantalla del móvil, el logotipo verde de recibir otro mensaje. Se volvió a
sentar por si esta vez hubiera explicación al retraso.
−Se ha hecho demasiado tarde para el
aperitivo, le voy a decir que me tengo que ir, ya no quiero estar más tiempo,
esperando por ella aquí sola. −Pensó con cierta indignación y enfado.
Desde
un número desconocido le enviaron una fotografía con un escueto mensaje que
decía: mayo 1973. No tenía registrado
al remitente por lo que estuvo a punto de bloquearlo de inmediato por si fuera
una equivocación o peor aún, un mensaje trampa.
−A
ver si es uno de esos que son una estafa. – aseveró bisbiseando.
De
un golpe de vista pareció reconocerse en el centro de la imagen y la curiosidad
le hizo pinchar en la fotografía y ampliarla con sus dedos pulgar e índice a la
vez, para ver claramente quienes eran los fotografiados que aparecían a su lado.
La calidad no era buena y la foto estaba algo deteriorada. Sin embargo, ella se
sintió conmovida y ligeramente conmocionada. Se estremeció y a la vez se enterneció
trasportada al mismo momento de esa instantánea retro que acababa de recibir. Con
una sonrisa emocionada y sintiendo que los ojos se le humedecían por el impacto
y la impresión de recordar su adolescencia, los nombró uno a uno de izquierda a
derecha. Lo hizo muy despacio como queriendo adivinar qué habría sido de cada
uno de ellos y como si jugara a “Quién es
quién” fue describiéndolos mentalmente como ella los recordaba.
−Raquel,
Judith y Ana. –repitió sus nombres varias veces para sentirse más cerca de
aquel instante. En la fotografía las cuatro estaban en el centro y las tres se
escoraban ligeramente por ambos lados hacia ella que se mantenía esbelta con
los brazos entrecruzados en una posición relajadamente espontánea. A diferencia
de sus ropas, su falda estampada y su chaqueta marrón no parecían haber pasado
de moda y se podía extrapolar su imagen y ponerla en una fotografía actual y
notar poco la diferencia del paso del tiempo. Su melena lisa tenía una longitud
muy parecida a la que llevaba habitualmente y aunque el color de su pelo había
variado considerablemente pasando de un castaño oscuro a un castaño claro con
reflejos caramelo, se reconocía perfectamente en esa joven de la imagen.
Haciendo
cuentas con los dedos, calculó que habían pasado cincuenta y dos años. Se sorprendió de no haber tenido, en todo ese
tiempo, más contacto con todos ellos. Se convenció de que una de las razones
principalmente era porque nunca volvió a aquel lugar donde había sido tan feliz.
En aquella época a su padre lo trasladaban cada dos años de ciudad, por lo que
estuvieron una larga temporada, sin poder asentarse en ningún sitio concreto, hasta
que consiguió una plaza de guarda agujas definitiva en el sur.
−Así
no había manera de conservar amigos. Ninguna ciudad parecía la mía; no me
sentía de ningún sitio y quizá, con tanto traslado, me convencí que era mejor
perder contacto con todos ellos. − Se lamentó con cierta pena.
Amplió
más la imagen para reconocer el lugar exacto donde había sido tomada la
fotografía y aunque el fondo estaba velado por el paso de los años supo que
había sido tomada cerca del parque infantil al lado del jardín de la Sinagoga. Luego
los nombró a ellos; se tomó un tiempo con cada uno, imaginando dónde estarían ahora
o qué habría sido de ellos.
−Román,
Carlos, Samuel, Jero, Diego y Ángel. Sus ojos iban pasando de uno a otro,
observando cómo iban vestidos. Una mueca de hilaridad le hizo decir:
−
¡Vaya pintas! Vestían como señores, cuando eran unos críos.
Señaló a Román, en un intento de acercarse al pasado, añorando lo
que, en aquel momento, había sentido por él y no había tenido nunca la
oportunidad de expresárselo. Llegó a pensar en cómo hubiera sido su vida a su
lado, sin llegar a una conclusión certera. Movió la cabeza a ambos lados como
queriendo despejar ese pensamiento e intentó centrarse en los que estaban
fotografiados. Mayo del 73, no le
decía nada, el remitente no concretaba día exacto, pero quedaba claro, por cómo
iban vestidos, que podía haber sido tomada en un día festivo o en uno de los
cuatro domingos del mes. Orel preguntó a su móvil −acercando el altavoz a su
boca− que le mostrara en un calendario el mes de mayo de ese año y de inmediato
se desplegó una imagen con los doce meses de 1973; al verlo siguió sin tener
referencia alguna de por qué se hicieron esa fotografía.
−
¡Ah! puede que nos viéramos el uno de mayo, jueves, casi seguro que se hizo
puente. −Trató de aclararse la duda.
Poco
sabía de Raquel y Judith, aunque se acordaba mucho de ellas cuando tenía un día
melancólico y le venían momentos del pasado. No tenía muchos recuerdos de Jero,
Samuel o Carlos. Alguien le dijo que Ángel y Ana se habían casado, pero hacía
tiempo que les había perdido la pista. Con los años se olvidó de la mayoría. Cuando
tuvo Facebook –sólo lo tuvo abierto un par de semanas− intentó buscar a las
chicas, y claro que las encontró, pero siempre acabó reprimiendo sus ganas de
contacto, convenciéndose que habían sido relaciones pretéritas y su vida,
ciertamente, había dado muchas vueltas.
Quién
había captado la imagen era una incógnita para ella y por mucho que pensó en
quién estaría detrás del objetivo no llegó a una deducción certera. Hizo un
esfuerzo por repetir los nombres de todo el grupo, que era más grande, que los
que aparecían en la foto, pero eso no le aclaró quién podía estar detrás
tomando la instantánea. Fue entonces cuando tuvo el impulso de escribir al
remitente.
−
¿Quién eres?
Lo
escribió de un tirón, y lo borró de inmediato, le pareció muy autoritario
empezar así; lo que le hizo pensar en escribir una respuesta más elaborada.
−No
serás…
Y
cuando escribió el nombre Román, lo borró rápidamente y volvió a escribir otro
mensaje.
−Hola
Raquel, estaba deseando saber de ti. Seguro has encontrado la foto en algún
álbum. Me encanta, me ha emocionado. Aunque no me acuerdo de ese día.
Una
y otra vez borraba y volvía a reescribir. Tenía mucha curiosidad de saber el
por qué ahora del envío de esa imagen, pero no daba cómo referirse a ello, sin
saber quién le había escrito a ella.
−Judith,
¿eres tú? … ¡Cuánto nos reíamos! ¿Has llegado a hacerte?
Y
otra vez daba al cursor de borrado y censuraba lo escrito. Le venían recuerdos
de muchas conversaciones de entonces cuando soñaban qué serían en un futuro.
Cómo serían sus vidas más allá de la adolescencia. Cuando volvía en sí, desechaba
de nuevo sus palabras y volvía a empezar y se reprobaba de nuevo para volver a
escribir.
−Dime
si eres Samuel o puedes ser Jero. Me divertía las cosas tan raras que
contabais, tenías muchas ocurrencias.
Según
acababa de poner la última consonante pinchaba en borrar y criticaba el
enunciado descartándolo.
De
Ángel casi no se acordaba, aparecía en la foto por ser amigo de Carlos, pero
nada más. Estaba convencida que él no iba a ser quien le había enviado el
archivo.
−Oye
Carlos si eres tú, dímelo, aunque solíamos discrepar en muchas cosas, yo te
apreciaba.
Volvió
a rectificar lo escrito. Le dio rabia no encontrar las palabras adecuadas para
la respuesta.
−Ana
¿te acuerdas cómo nos gustaba hacernos fotografías con mi cámara
Y
antes de escribir el signo de interrogación final, corrigió de nuevo la frase;
solo estaba expresando recuerdos, y eso no era lo que quería escribir. Se
recompuso en su silla. Necesitaba redactar un mensaje algo más impersonal,
directo y aclaratorio. Dejarse de vaguedades y preguntar al remitente de manera
franca y sincera quién era y despejar lo enigmático de su mensaje.
−Una
fotografía, con una fecha no es suficiente, si no va acompañada de una
explicación. –Dijo tajantemente.
Escribió
dos líneas nada ambiguas y respetuosas. Le dio a
la flecha de envío y unos segundos después comprobó que los tres puntos del
remitente estaban activos, se estaban moviendo, lo que significaba que quien
fuera le estaba escribiendo de nuevo.
Justo
en ese momento apareció Mara.
−Hola
lo siento, lo siento, lo siento de veras. Disculpa Orel. Es que no me arrancaba
el coche, me dejé las luces puestas anoche y hoy cuando lo he ido a coger, no
me arrancaba, no encendía el contacto. Vi que tenía poca batería en el móvil
también, pero no imaginé que se me agotaría cuando hice varias llamadas a mi
vecino por si me podía ayudar. Decidí avisarte la última, cuando supiera algo
más, o cuando el coche ya me funcionara, pero ya no pude contactar contigo.
Repitió
muchas veces las expresiones “no me
arrancaba, no pude avisarte” y pidió demasiadas disculpas por la demora y
por no avisar de su retraso.
−El
del 5º, que tiene unas pinzas me lo arrancó, pero claro, todo eso nos llevó más
de media hora. En el coche no tenía cargador y por no volver al piso a por él,
decidí venirme cuanto antes. Lo siento. Qué te parece si te invito a comer,
hace un día precioso y tenemos toda la tarde para estar juntas.
Ella
salió de su ensimismamiento, estaba tan concentrada en el mensaje, que tuvo
poca reacción a sus explicaciones, era como si no oyera nada, su mente se había
quedado congelada en la fotografía del pasado y ahora sólo quería saber quién
se estaba acordando de ella. Le dio un par de besos a la recién llegada y
aunque no empatizó con lo que le estaba contando, la invitó a sentarse.
La
pantalla de su móvil se cerró y un negro intenso dejo el mensaje del remitente
en suspenso. Mientras Mara hablaba y la ponía al día de lo ocurrido desde la
última vez que se habían visto, ella consideró que, tal vez y con disimulo,
pudiera pinchar en la pantalla una vez escuchara la notificación de haber
recibido el mensaje y comprobar de quién se trataba exactamente y desenmascarar
al remitente sin nombre. Como no hubo respuesta decidió guardar el teléfono en
el bolso, para no impacientarse más de lo que estaba y prestarle atención a
Mara, ahora que había venido. Cerró la cremallera de su bolso y colocó “la bandolera” en el respaldo de su
silla. Se puso las gafas de sol, para que su amiga no notara en el gesto de su
cara cualquier expresión de desasosiego, y trató de concentrarse en la
conversación. Fue entonces cuando oyó la notificación y el terminal vibró
varias veces. Movió nerviosamente su mano derecha palpando el móvil a través
del bolso como queriendo ver más allá del material con que estaba hecho. Tuvo
el impulso de abrir la cremallera y mirar de inmediato el móvil en la oscuridad
de su interior; pero el camarero se acercó a su mesa al ver que ella ya no estaba
sola y tomó nota de lo que querían tomar. Orel respiró profundamente y con
resignación pensó con toda lógica:
–Prefiero ver el mensaje cuando esté sola,
será mejor que lo haga en un momento más privado e íntimo.
Se
le hizo largo estar con Mara. Estaba deseando llegar al coche y ver el mensaje.
Con el mando a distancia abrió el vehículo antes de llegar a él. Sin quitarse
la chaqueta del traje, ni colocar el bolso, −que llevaba cruzado por el hombro
y apoyado en la cadera− en el asiento
del copiloto, se sentó de inmediato y apoyando sus brazos delante del volante, con
el móvil entre sus manos, lo elevó ligeramente hacia su cara para desbloquearlo
y ver de inmediato quién le había contestado y enviado la fotografía.
−¡Lo
sabía! Tuve el presentimiento que eras tú y efectivamente lo eras.
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