sábado, 26 de abril de 2025

INSTANTÁNEA RETRO

 


A Elena R-Iglesias

“Quién es quién”

Orel esperaba pacientemente en la terraza del bar. Era la primera mañana soleada después de una decena de borrascas encadenadas que habían ocultado el sol con lluvias intensas durante más de un mes. Había quedado con Mara para tomar unas tapas, y ponerse al día después de una larga temporada sin verse. A su lado las mesas comenzaban a llenarse y un agradable sonido de voces envolvía el ambiente que parecía primaveral. Se sintió bien y pensó en lo largo que había sido el invierno; dio un largo sorbo a su botellín de cerveza y se llevó a su boca un trozo de la tapa de tortilla española que el camarero había dejado en la mesa. En ese estado de felicidad intrínseca, saboreó solitariamente el momento positivo que estaba viviendo; se quitó las gafas que hacían de diadema y se las puso delante de sus ojos. Tan solo un par de días antes las había comprado en una óptica y las estaba estrenando, justo el primer día que la luz del sol incidía en su cara como anuncio de un cambio de estación. Aunque nadie lo sabía, se estaba haciendo a su nuevo estilo. Hasta ahora siempre había usado un tipo de gafas más convencional y éstas eran una apuesta más arriesgada y lujosa. Su forma cuadrada, le daban un aire de sofisticación y elegancia atemporal; la montura de pasta de carey beige con lentes marrones, patillas anchas y planas, con incrustaciones circulares doradas, cercanas a las bisagras de cierre, hacían de sus gafas Gucci un complemento novedoso y refinado acorde con toda la estética de su traje chaqueta, confeccionado en un impecable lino crema. Escondía su cara tras ellas con la gracia de llevar algo que la hacía diferente a los demás. Ese modelo y la manera de llevarlas causaban muy buena impresión y cuando las llevaba puestas se sentía muy segura de sí misma; a la vez le daban la distinción de las personas que saben vestir bien y que tienen el don de ponerse los complementos necesarios para ser observadas. Después de un segundo trago a su cerveza se recolocó la melena, varias veces, y con sus dedos a manera de tridente, ahuecó su pelo y lo recompuso lo suficientemente bien para que la brisa marítima lo moviera como un anemómetro midiendo el flujo de su fuerza.

Mara llevaba un retraso de más de veinte minutos. Abrió el móvil por si tenía algún mensaje de ella que explicara su demora, pero no obtuvo respuesta. No supo bien que hacer y dudó si tenía que contactar directamente con ella para ver que le había pasado o si era mejor esperar y fijar su vista en el malecón y la playa disfrutando del paisaje.  A esa hora, la bahía estaba llena de transeúntes, principalmente familias con niños que desafiaban un oleaje que todavía se resistía a permanecer en calma. Había consumido el botellín y casi para esconder el sonrojo del que se siente solo tomando algo, alzó su brazo izquierdo, buscó la atención del camarero y expresando con su boca, sin emitir ningún sonido, pidió otra cerveza. Miró su reloj analógico de pulsera y calculó el tiempo que llevaba sentada en la misma silla; se estaba impacientando por la tardanza y una sensación extraña, casi rozando la exasperación, le hizo sentirse incómoda, como si estuviera fuera de lugar e incluso tuvo un ligero momento de abandono y falta de respeto por parte de Mara. Después de consumir dos tercios de la nueva consumición, sopesó la idea de irse. Había un grupo de gente que esperaba que alguien se levantara para ocupar la mesa y pensó que no era plan de pedir otra bebida y que al final no pudiera coger el coche de regreso a su casa por no estar del todo sobria. Dos cervezas eran suficientes y más de una hora de retraso sin explicación eran la excusa perfecta para largarse. Acarició inconscientemente la esfera de su reloj de pulsera viendo la hora exacta que era, para decidir los minutos de más que se quedaría allí plantada. Esa madrugada se había adelantado la hora en toda Europa y aún estaba algo despistada con el cambio. Sin embargo, era muy partidaria de la nueva variación. Le gustaba mucho más experimentar que el atardecer se alargara más allá de las diez y no que la noche fuera antes de las seis de la tarde. Teniendo aún perdida la vista en su Guess, oyó el sonido de varias notificaciones en su móvil.

−A ver qué ha pasado, espero que venga ya. –Dijo susurrando.

Había recibido varios mensajes en cadena; ninguno era de Mara. Antes de leerlos, pinchó sobre el nombre de ella, para ver cuando había sido su última conexión, pero había desactivado esa información, así que seguía esperándola sin tener ningún tipo de información. Puso sus gafas, de nuevo, como diadema para sujetar la melena y que no le viniera todo el pelo hacia los ojos mientras leía los mensajes recibidos y casi simultáneamente los contestaba con monosílabos, con emoticonos e incluso compartió un par de fotos de la ensenada, superponiendo delante el botellín medio vacío, como queriendo dar a entender lo a gusto que estaba en ese preciso momento. Pasó unos quince minutos entretenida, enredando en el teléfono y cuando justo se estaba levantando de la silla para marcharse −ya había decidido con determinación que pasaba de Mara− escucho una notificación acústica y vio en la pantalla del móvil, el logotipo verde de recibir otro mensaje. Se volvió a sentar por si esta vez hubiera explicación al retraso.

 ­−Se ha hecho demasiado tarde para el aperitivo, le voy a decir que me tengo que ir, ya no quiero estar más tiempo, esperando por ella aquí sola. ­−Pensó con cierta indignación y enfado.

Desde un número desconocido le enviaron una fotografía con un escueto mensaje que decía: mayo 1973. No tenía registrado al remitente por lo que estuvo a punto de bloquearlo de inmediato por si fuera una equivocación o peor aún, un mensaje trampa.

−A ver si es uno de esos que son una estafa. – aseveró bisbiseando.

De un golpe de vista pareció reconocerse en el centro de la imagen y la curiosidad le hizo pinchar en la fotografía y ampliarla con sus dedos pulgar e índice a la vez, para ver claramente quienes eran los fotografiados que aparecían a su lado. La calidad no era buena y la foto estaba algo deteriorada. Sin embargo, ella se sintió conmovida y ligeramente conmocionada. Se estremeció y a la vez se enterneció trasportada al mismo momento de esa instantánea retro que acababa de recibir. Con una sonrisa emocionada y sintiendo que los ojos se le humedecían por el impacto y la impresión de recordar su adolescencia, los nombró uno a uno de izquierda a derecha. Lo hizo muy despacio como queriendo adivinar qué habría sido de cada uno de ellos y como si jugara a “Quién es quién” fue describiéndolos mentalmente como ella los recordaba.

−Raquel, Judith y Ana. –repitió sus nombres varias veces para sentirse más cerca de aquel instante. En la fotografía las cuatro estaban en el centro y las tres se escoraban ligeramente por ambos lados hacia ella que se mantenía esbelta con los brazos entrecruzados en una posición relajadamente espontánea. A diferencia de sus ropas, su falda estampada y su chaqueta marrón no parecían haber pasado de moda y se podía extrapolar su imagen y ponerla en una fotografía actual y notar poco la diferencia del paso del tiempo. Su melena lisa tenía una longitud muy parecida a la que llevaba habitualmente y aunque el color de su pelo había variado considerablemente pasando de un castaño oscuro a un castaño claro con reflejos caramelo, se reconocía perfectamente en esa joven de la imagen.

Haciendo cuentas con los dedos, calculó que habían pasado cincuenta y dos años.  Se sorprendió de no haber tenido, en todo ese tiempo, más contacto con todos ellos. Se convenció de que una de las razones principalmente era porque nunca volvió a aquel lugar donde había sido tan feliz. En aquella época a su padre lo trasladaban cada dos años de ciudad, por lo que estuvieron una larga temporada, sin poder asentarse en ningún sitio concreto, hasta que consiguió una plaza de guarda agujas definitiva en el sur.

−Así no había manera de conservar amigos. Ninguna ciudad parecía la mía; no me sentía de ningún sitio y quizá, con tanto traslado, me convencí que era mejor perder contacto con todos ellos. − Se lamentó con cierta pena.

Amplió más la imagen para reconocer el lugar exacto donde había sido tomada la fotografía y aunque el fondo estaba velado por el paso de los años supo que había sido tomada cerca del parque infantil al lado del jardín de la Sinagoga. Luego los nombró a ellos; se tomó un tiempo con cada uno, imaginando dónde estarían ahora o qué habría sido de ellos.

−Román, Carlos, Samuel, Jero, Diego y Ángel. Sus ojos iban pasando de uno a otro, observando cómo iban vestidos. Una mueca de hilaridad le hizo decir:

− ¡Vaya pintas! Vestían como señores, cuando eran unos críos.

Señaló a Román, en un intento de acercarse al pasado, añorando lo que, en aquel momento, había sentido por él y no había tenido nunca la oportunidad de expresárselo. Llegó a pensar en cómo hubiera sido su vida a su lado, sin llegar a una conclusión certera. Movió la cabeza a ambos lados como queriendo despejar ese pensamiento e intentó centrarse en los que estaban fotografiados. Mayo del 73, no le decía nada, el remitente no concretaba día exacto, pero quedaba claro, por cómo iban vestidos, que podía haber sido tomada en un día festivo o en uno de los cuatro domingos del mes. Orel preguntó a su móvil −acercando el altavoz a su boca− que le mostrara en un calendario el mes de mayo de ese año y de inmediato se desplegó una imagen con los doce meses de 1973; al verlo siguió sin tener referencia alguna de por qué se hicieron esa fotografía.

− ¡Ah! puede que nos viéramos el uno de mayo, jueves, casi seguro que se hizo puente. −Trató de aclararse la duda.

Poco sabía de Raquel y Judith, aunque se acordaba mucho de ellas cuando tenía un día melancólico y le venían momentos del pasado. No tenía muchos recuerdos de Jero, Samuel o Carlos. Alguien le dijo que Ángel y Ana se habían casado, pero hacía tiempo que les había perdido la pista. Con los años se olvidó de la mayoría. Cuando tuvo Facebook –sólo lo tuvo abierto un par de semanas− intentó buscar a las chicas, y claro que las encontró, pero siempre acabó reprimiendo sus ganas de contacto, convenciéndose que habían sido relaciones pretéritas y su vida, ciertamente, había dado muchas vueltas.

Quién había captado la imagen era una incógnita para ella y por mucho que pensó en quién estaría detrás del objetivo no llegó a una deducción certera. Hizo un esfuerzo por repetir los nombres de todo el grupo, que era más grande, que los que aparecían en la foto, pero eso no le aclaró quién podía estar detrás tomando la instantánea. Fue entonces cuando tuvo el impulso de escribir al remitente.

− ¿Quién eres?

Lo escribió de un tirón, y lo borró de inmediato, le pareció muy autoritario empezar así; lo que le hizo pensar en escribir una respuesta más elaborada.

−No serás…

Y cuando escribió el nombre Román, lo borró rápidamente y volvió a escribir otro mensaje.

−Hola Raquel, estaba deseando saber de ti. Seguro has encontrado la foto en algún álbum. Me encanta, me ha emocionado. Aunque no me acuerdo de ese día.

Una y otra vez borraba y volvía a reescribir. Tenía mucha curiosidad de saber el por qué ahora del envío de esa imagen, pero no daba cómo referirse a ello, sin saber quién le había escrito a ella.

−Judith, ¿eres tú? … ¡Cuánto nos reíamos! ¿Has llegado a hacerte?

Y otra vez daba al cursor de borrado y censuraba lo escrito. Le venían recuerdos de muchas conversaciones de entonces cuando soñaban qué serían en un futuro. Cómo serían sus vidas más allá de la adolescencia. Cuando volvía en sí, desechaba de nuevo sus palabras y volvía a empezar y se reprobaba de nuevo para volver a escribir.

−Dime si eres Samuel o puedes ser Jero. Me divertía las cosas tan raras que contabais, tenías muchas ocurrencias.

Según acababa de poner la última consonante pinchaba en borrar y criticaba el enunciado descartándolo.

De Ángel casi no se acordaba, aparecía en la foto por ser amigo de Carlos, pero nada más. Estaba convencida que él no iba a ser quien le había enviado el archivo.

−Oye Carlos si eres tú, dímelo, aunque solíamos discrepar en muchas cosas, yo te apreciaba.

Volvió a rectificar lo escrito. Le dio rabia no encontrar las palabras adecuadas para la respuesta.

−Ana ¿te acuerdas cómo nos gustaba hacernos fotografías con mi cámara

Y antes de escribir el signo de interrogación final, corrigió de nuevo la frase; solo estaba expresando recuerdos, y eso no era lo que quería escribir. Se recompuso en su silla. Necesitaba redactar un mensaje algo más impersonal, directo y aclaratorio. Dejarse de vaguedades y preguntar al remitente de manera franca y sincera quién era y despejar lo enigmático de su mensaje.

−Una fotografía, con una fecha no es suficiente, si no va acompañada de una explicación. –Dijo tajantemente.

Escribió dos líneas nada ambiguas y respetuosas. Le dio a la flecha de envío y unos segundos después comprobó que los tres puntos del remitente estaban activos, se estaban moviendo, lo que significaba que quien fuera le estaba escribiendo de nuevo.

Justo en ese momento apareció Mara.

−Hola lo siento, lo siento, lo siento de veras. Disculpa Orel. Es que no me arrancaba el coche, me dejé las luces puestas anoche y hoy cuando lo he ido a coger, no me arrancaba, no encendía el contacto. Vi que tenía poca batería en el móvil también, pero no imaginé que se me agotaría cuando hice varias llamadas a mi vecino por si me podía ayudar. Decidí avisarte la última, cuando supiera algo más, o cuando el coche ya me funcionara, pero ya no pude contactar contigo.

Repitió muchas veces las expresiones “no me arrancaba, no pude avisarte” y pidió demasiadas disculpas por la demora y por no avisar de su retraso.

−El del 5º, que tiene unas pinzas me lo arrancó, pero claro, todo eso nos llevó más de media hora. En el coche no tenía cargador y por no volver al piso a por él, decidí venirme cuanto antes. Lo siento. Qué te parece si te invito a comer, hace un día precioso y tenemos toda la tarde para estar juntas.

Ella salió de su ensimismamiento, estaba tan concentrada en el mensaje, que tuvo poca reacción a sus explicaciones, era como si no oyera nada, su mente se había quedado congelada en la fotografía del pasado y ahora sólo quería saber quién se estaba acordando de ella. Le dio un par de besos a la recién llegada y aunque no empatizó con lo que le estaba contando, la invitó a sentarse.

La pantalla de su móvil se cerró y un negro intenso dejo el mensaje del remitente en suspenso. Mientras Mara hablaba y la ponía al día de lo ocurrido desde la última vez que se habían visto, ella consideró que, tal vez y con disimulo, pudiera pinchar en la pantalla una vez escuchara la notificación de haber recibido el mensaje y comprobar de quién se trataba exactamente y desenmascarar al remitente sin nombre. Como no hubo respuesta decidió guardar el teléfono en el bolso, para no impacientarse más de lo que estaba y prestarle atención a Mara, ahora que había venido. Cerró la cremallera de su bolso y colocó “la bandolera” en el respaldo de su silla. Se puso las gafas de sol, para que su amiga no notara en el gesto de su cara cualquier expresión de desasosiego, y trató de concentrarse en la conversación. Fue entonces cuando oyó la notificación y el terminal vibró varias veces. Movió nerviosamente su mano derecha palpando el móvil a través del bolso como queriendo ver más allá del material con que estaba hecho. Tuvo el impulso de abrir la cremallera y mirar de inmediato el móvil en la oscuridad de su interior; pero el camarero se acercó a su mesa al ver que ella ya no estaba sola y tomó nota de lo que querían tomar. Orel respiró profundamente y con resignación pensó con toda lógica:

 –Prefiero ver el mensaje cuando esté sola, será mejor que lo haga en un momento más privado e íntimo.

Se le hizo largo estar con Mara. Estaba deseando llegar al coche y ver el mensaje. Con el mando a distancia abrió el vehículo antes de llegar a él. Sin quitarse la chaqueta del traje, ni colocar el bolso, −que llevaba cruzado por el hombro y apoyado en la cadera−  en el asiento del copiloto, se sentó de inmediato y apoyando sus brazos delante del volante, con el móvil entre sus manos, lo elevó ligeramente hacia su cara para desbloquearlo y ver de inmediato quién le había contestado y enviado la fotografía.

−¡Lo sabía! Tuve el presentimiento que eras tú y efectivamente lo eras.


 


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