Después de estos últimos meses en el que mis sentimientos han intentado sobrevivir a la pena de la pérdida prematura de Eloy; a la sensación de desamparo o a la melancolía de un adiós sin retorno. Después de todos los momentos que he tenido de reflexión sobre el devenir de mi familia, de los que se han ido y de los que faltamos por marchar; y sobre todo pensando mucho en él; en todos aquellos momentos felices de nuestra niñez. Hoy quiero contaros una breve anécdota. Un pequeño hecho curioso de hace años, una crónica simpática de un suceso intrascendente, pero importante para unos niños de barrio como lo éramos nosotros. Os voy a hablar de un concurso, no de un certamen poético, literario o fotográfico al que esperaríais que él se hubiera presentado, no. Esta es la historia de un desafío musical, de una apuesta por la superación y de un reto conseguido por la perseverancia de una madre.
La
mañana del 28 de junio de 1967 mi madre se levantó con la fijación de que sus
dos hijos mayores, tenían que presentarse al “I concurso de la Canción juvenil”, organizado en el barrio de
Rectivía, certamen instaurado por primera vez para jóvenes aficionados y que,
junto con la hoguera y la procesión de su patrón, San Pedro, figuraban en el
escueto folleto informativo del programa de festejos. Hacía un par de meses que
Sandie Shaw había ganado Eurovisión con su canción “Puppet on a String”. Fue tal el éxito de la canción, que mi madre
pronto se hizo con un sencillo de Marionetas
en la cuerda cantado en español por la cantante inglesa. Mis hermanos se la
sabían de memoria. Yo no entendía mucho lo que se decía en ella; desde el
principio se hablaba de unas marionetas, que no me fue difícil imaginar, eran
las de Maese Villarejo, las únicas que yo conocía y que veía en el templete del
jardín de la Sinagoga. Para mí la letra se refería a Gorgorito y Rosalinda
bailando sobre una cuerda y haciendo equilibrios en ella para no caerse.
Así
que mi madre no sólo se levantó esa mañana tarareando la balada, como lo
llevaba haciendo días antes, sino que pretendía que esa fuera la canción que
cantarían sus hijos en el concurso. No sé por qué ella estaba tan convencida
que con la letra y música de Sandi Shaw ellos lo ganarían y sería un éxito que
se recordaría varios años, entre los vecinos del barrio. Uno de los problemas
con los que no contó, es que sus hijos o uno de ellos, Eloy, no quisiera
subirse al escenario y a dúo cantar la canción ganadora de Eurovisión de aquel
año.
Ese
día el desayuno no acabó bien. Mi hermana Pura, aunque no muy convencida de que
la cosa saliera adelante, no le importaba afinar su voz y cantar la canción
delante de un público al que conocía bien. Por esa época ella comenzó a solfear
y a estrenarse con el piano. Tenía sentido musical y no le iba a ser difícil la
entonación. Así que a modo de ensayo probó su voz con la primera estrofa:
¡Ay! si me quisieras,
lo mismo, que yo
Pero somos marionetas bailando sin fin
En la cuerda del amor
Mi
madre se reafirmó en que lo harían perfecto, apostaba a que no habría nadie
mejor que ellos dos. Eloy se negó en rotundo. Supongo se imaginó encima del escenario
haciendo el ridículo, viendo como todos sus amigos se reirían de él y sintiendo
como su afinación no había por dónde cogerla. Él no sabía de música, nada de
armonía, no le interesaba cantar y mucho menos participar en un concurso de ese
tipo. A él lo que le gustaba era subirse a las acacias de la Plazoleta y tirar
piedras, o echar una partida a las canicas, o a las chapas o jugar al escondite.
Pero de cantar no quería saber nada. Yo me propuse como voluntaria, nunca he
sido tímida y estaba convencida que se me iba a dar bien todo ese jaleo del
cante. Pero realmente mi voz no tenía la fuerza que mi madre estaba buscando
para ese golpe final de emoción en el que todo el mundo aplaude de manera
entusiasta.
Cuanto
más se negaba Eloy a ser cantante por un día, más insistía ella en que tenía
que cantar. Por eso ya no acabamos de tomar la leche con achicoria y pan migado
del desayuno; porque ni uno ni la otra llegaron a ningún acuerdo, más bien
llegaron a un punto de enfado un poco insoportable. Esa mañana de verano no
salimos a jugar a la calle, el ambiente no era propicio para que nos dieran el
permiso, así que desistimos de intentarlo. Hubo una calma tensa que se rompió
en las primeras horas de la tarde cuando nuestra madre telefoneó a alguien que
sabía cómo iba a ser el concurso. Supongo había hablado con el organizador del
evento. Con voz nerviosa y hablando en alto para sí misma, pero con la
intención de que la escucháramos dijo: −lo más urgente e inmediato es apuntarse,
si no se hace no se participa. La hora límite las 7 de la tarde y el concurso
empezará a las 10 de la noche, dos horas antes de encenderse la hoguera.
Así
que mi madre se quedaba sin tiempo para convencer a su hijo de que tenía que
estar en ese primer concurso. Ella confiaba en lo beneficioso del reto para él
y no entendía su negativa y su timidez. Nos pidió a mi hermana y a mí, que lo
convenciéramos para que se presentara a la competición.
Encontramos
a Eloy en su cuarto debajo de la cama; su linterna apuntaba a un libro de Julio
Verne. Estaba concentrado leyendo las aventuras de su personaje favorito,
Phileas Fogg y nosotras aparecimos allí para interrumpirle. Nos escondimos con
él en su “guarida” y después de unos
minutos callados, Pura empezó a tararear la canción.
Un payaso de feria
seré
Queriéndote siempre así
Dando vueltas de amor viviré
Siempre cerca de ti
No sé ni dónde vas
Ni dónde me llevarás
Normal
que él se enfadara con nosotras, no quería saber nada del asunto y le estábamos
agobiando con esa letra tan pegadiza. A él el concurso le estaba amargando y
sólo quería que fueran pasando las horas; quedarse escondido, fuera de toda esa
presión, y sobre todo que nos olvidáramos de que él tenía que cantar. Nos
quedamos a su lado acurrucadas, para que nos sintiera cerca y se le pasara el
enfado. Ya no queríamos convencerle de nada y después de unos minutos sin
hablarnos, sorprendentemente, él empezó a tararear la canción e inventarse la
letra, diciendo tonterías que nos hicieron reír y desdramatizar ese momento. La
habíamos oído tantas veces que la tonada nos salía sola. No sé cómo pudo inventar
esas estrofas tan alocadas y divertidas. Mi hermana hábilmente aprovechó, ese momento,
tan gracioso y distendido, para animarle a que cantaran la canción en el
concurso. La verdad es que no era para tanto la hazaña. Él nos dijo que no
quería actuar porque no le gustaba cantar y porque le daba mucha vergüenza
hacerlo delante de tanta gente. Relajados, allí debajo, en la oscuridad
confortable del cobijo de su cama, los tres nos pusimos a cantarla ya en serio,
como si estuviéramos ensayando. Pura subió el tono de su voz, nos guiaba a
dónde ella afinaba y él le siguió con la templanza de un aprendiz que se
convence de que puede siempre mejorar:
Esta angustia de estar
sin saber
Cuándo tú me querrás
Es la cuerda que puede romper
Mucha felicidad
No sé ni dónde vas
Ni dónde me llevarás
Mi
madre desde la galería escuchó el coro de nuestras voces. La oímos acercarse al
cuarto, se quedó en silencio delante de la puerta para no estropear el momento.
Quizá entendió que había una posibilidad de encarrilar la situación y que
cuando saliéramos del escondite, sólo quedaba ir a anotar a los concursantes.
Con
más dudas que certezas Eloy aceptó cantarla una vez más a modo de ensayo,
aunque nos advirtió que aún no había dicho que sí. Mi madre antes de acabar la última
estrofa de la canción ya había ido a inscribirlos. A mí me parecía que lo
hacían muy bien, así que Eloy fue convenciéndose que su voz podía dar unas
notas más o menos afinadas si seguía el ritmo de Pura, que era la que sabía
llegar a las notas más agudas y pasar a las graves.
A
las 10 de la noche estábamos delante de la espadaña de la Iglesia, el templete
era enorme, a un lado estaba preparada la hoguera con restos de podas y maderas.
Hacía una noche de principios de verano y aún se veía una pequeña claridad del
atardecer.
Eloy
y Pura actuaron en último lugar. No sabría decir cuántos actuaron antes que
ellos. Yo sólo quería que lo hicieran bien y que todo acabara pronto, para
quitarnos toda la tensión que habíamos acumulado ese día. El presentador dijo
sus nombres, salieron al escenario, un foco amarillento y deslumbrante les
iluminó. Eloy iba vestido con camisa blanca, pajarita negra, pantalón corto de
rombos blancos y negros y sandalias marrones. Ella iba con un vestido corto
entallado de “nido de abeja” con
falda de volante y sandalias blancas. Ambos habían estrenado las galas del
concurso, en invierno, el martes de carnaval en el Casino.
Tenían
cada uno en sus manos un micrófono, lo acercaron a sus labios y a la vez
comenzaron a cantar. Eloy estaba muy nervioso, enseguida consiguió acoplar su
voz, de joven barítono, a la de ella y se fueron acompasando, se fueron
afinando y armonizando; en el estribillo se habían ganado al público. Cuando
acabaron la interpretación toda la plaza estaba cantando con ellos:
¡Ay! si me quisieras,
lo mismo, que yo
Pero somos marionetas bailando sin fin
En la cuerda del amor
En la cuerda del a…mor.
Me abracé a
mis padres y supe que ellos estaban muy orgullosos de lo que acababan de ver.
Mi madre asintió y se contestó a sí misma dándose la razón de qué ella sabía
que lo iban a conseguir.
Justo antes de
prender la mecha de la hoguera. El jurado falló los premios por orden inverso.
“El tercer premio es para la guapísima…, el segundo se lo lleva el grupo
formado por… y el primero y por unanimidad es para los hermanos Rubio Carro con
su interpretación de “Marionetas en la
cuerda” y todos los asistentes aplaudieron con excesivo entusiasmo. Eloy
estaba feliz por haberlo conseguido, ya había pasado el mal trago y encima
habían ganado. Mi madre, había confiado en su habilidad, se habían superado al cantar
los dos juntos. La canción tenía mucha fuerza y si había ganado una vez en
Viena, por qué no volver a ganar aquí, en el primer certamen musical de
Rectivía.
El premio fue
una bolsa enorme, que casi medía tanto como yo, llena de cien paquetes pequeños
de pipas Facundo. Al día siguiente Eloy y Pura la llevaron a la Plazoleta y esa
tarde todos comimos las pipas del trofeo. Ese fue el gran momento de ovación que
Eloy recibió con 9 años. Ese fue el premio que ambos obtuvieron por la
tenacidad de una madre que creyó en ellos.
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