UNA PALABRA PAROXÍTONA
“Prólogo…Como me atrevo yo a hablar de Resiliencia, siendo mi madre
una de las teorizadoras más importantes en el panorama psicológico actual,
donde para explicar el término se ha empleado a fondo y lo ha plasmado en
varios libros lo suficientemente gruesos como para decir todo lo necesario sobre esta
capacidad de superación tan particular. Cuando le digo que después de tanta
teoría y tantos ejemplos de pacientes, no
me queda muy claro cómo definir este concepto tan de moda entre terapeutas,
teóricos de la psicología e investigadores de la conducta humana, entiendo su
enfado, sé que soy desesperante y que despacho sus escritos, con una frase tan
simple como “caerse y levantarse” no dejando que el trauma invada cada hueco de
vida y empezando de nuevo sin un ápice de preocupación. ¿Podría ser algo tan
simple como eso? Si fuera así, parece fácil desbloquear la situación vital del
resiliente y en menos de un abrir y cerrar de ojos, vuelta a empezar con la
vida. Sin mirar hacia atrás puedes llegar a convencerte de tener una nueva oportunidad para alcanzar el
éxito. Lo que a ella le lleva horas de
interminables sesiones terapéuticas con pacientes yo lo resumo en las casi 300
páginas de este libro partiendo de la premisa “Empezar de nuevo”. Ese va a ser
el principio y el fin para ayudaros a canalizar el trauma y a que viváis sin sufrimiento
y podáis afrontar nuevos retos. Al final de este libro te vas a sentir mucho
mejor, tendrás una fuerza interior que te saque de toda la ansiedad que llevas
dentro. Sigue mis consejos y en menos de una semana verás cumplidos tus
objetivos".
Cerré el libro y lo tiré a un lado
del sofá, no creía volver a abrirlo. Me parecía increíble que yo pudiera estar leyendo este tipo de lectura
de autoayuda. Siempre he echado pestes contra esta clase de autores. Me parecen
zafios y mentirosos, que juegan con los sentimientos de personas vulnerables en
un momento en que sus defensas anímicas están en horas bajas. En ese punto es donde estaba yo. Casi tocando fondo, inmersa en una tristeza que no
se iba y fue entonces cuando Varda, mi vecina, me recomendó este libro. Supuso
que me vendría bien y calmaría toda la angustia que llevaba dentro. Ella era
una incondicional de este subgénero literario, que yo consideraba menor y al que ella
ensalzaba como el gran paradigma con el que se transportaba a un estado
permanente de felicidad. Se puso tan pesada con que debía leerlo que por no
hacerle de menos obedecí su consejo y accedí a echar un vistazo al libro de una
de sus autoras predilectas, Renè Eloïse Morandé. Aunque yo no había oído hablar
de ella, según Varda, “-era una
eminencia”, “una salvavidas” que vendía millones de copias a un público,
mayoritariamente femenino y que con su escritura hábil, dinámica y parece ser que divertida,
se había convertido en una autora de éxito que no dejaba de aparecer por los programas
televisivos matutinos, vendiendo sus técnicas de salvación emocional. La verdad
es que tampoco me interesaban esos programas, pero reconozco que la curiosidad
me llevó a encender la televisión un día que Varda me dijo que la
entrevistarían en el canal 9. Me daba vergüenza ajena estar viendo ese tipo de
programa en el que todo eran chismes dirigidos a “chicas”.
Sabía que Varda, al acabar la conversación con la señora Morandé, a la que llamaban
doctora sin tener ningún doctorado hecho, me iba a llamar por teléfono o lo que
era más probable, se iba a presentar en mi casa para hacer sesión coloquio. La tal Renè Eloïse no decía
más que obviedades, mientras el público aplaudía una sarta de frases hechas que
podrían ser dichas por cualquiera que la vida le hubiera golpeado y tragándose
su dolor continuara su día a día. Veinte minutos de entrevista de una mujer que
despreciaba la sabiduría de su madre y de todo un colectivo de terapeutas era
como para echarse a temblar y pensar que realmente en su vida habían ocurrido
cosas “feas” que estaba canalizando
haciéndose “Coach Emocional” y dándole a su familia en los morros con todo el
peso de una serie de teorías absurdas plagadas de ejercicios de autoayuda, para
resolver “bloqueos emocionales”. No,
rotundamente no iba a caer en el absurdo de sus consejos y cuando Varda llamó a
mi puerta tenía varias respuestas preparadas para contradecir toda esa
palabrería ajena a mi personalidad. Varda
puso en mis manos una colección de cinco libros y me dijo - Ruth, te doy un par de semanas, después
hablamos.-
No había sido capaz de acabar el
primero de los panfletos que días antes me había prestado de Doña Renè “Caer y
Levantarse: diez pasos sencillos para seguir viviendo” como para continuar
con el resto. Estuve a punto de
decirle a Varda un “ni lo sueñes”, pero estaba tan ilusionada con prestármelos que
extendiendo mis brazos los tomé asegurándole hipócritamente que serían la
solución a mi desánimo. Prometo que lo
hice para que ella se sintiera bien. Me había visto tan desvalida, desaliñada y
sola que entendía que se presentara con todas sus armas para convencerme de que
“la vida continuaba y solo yo tenía el
poder de salir del bache en el que me encontraba” y lo iba a hacer gracias
a su ayuda y a la súper motivadora y autora de grandes éxitos la señora Morandé.
Llevaba tiempo viviendo en una casa
adosada de una urbanización cercana a la ciudad y mi vecina preferida, Varda, vivía dos casas más allá. Cuando me mudé a
esta casa mis hijos eran muy pequeños y ella estaba embarazada de su única hija
Shana. Cuando ella nació yo ya tenía cuatro hijos, dos niñas preciosas y dos
muchachitos aún más guapos. Así que ambas hicimos tantas horas de parque que
acabamos siendo inseparables, dentro de un orden claro, porque entrar en mi
casa, dependiendo de las horas, era todo un caos, un trajín de comidas o de
baños que Varda quería evitar. Todo en ella era control, organización y orden.
Por supuesto en esos momentos mi casa era una jauría divertida, llena de
ruidos, de mucho alboroto, un guirigay de risas constantes, y una torre de
babel con lenguajes en diferentes procesos formativos. Mi exmarido era un
alemán recio, al que le gustaba todo lo que a mí más me disgustaba. La
disciplina la llevaba por bandera, pero con cuatro criaturas eso era imposible de mantener. Además a mí me
encantaba ese desorden infantil que te hace sentirte vivo. Así que chocamos muy
pronto en la manera de educar y cuando los padres no coinciden en las mismas
órdenes, el sistema se vuelve caótico y el caos invade la vida familiar. Después
de 15 años de matrimonio, un día dijo que se iba a su país y ya no le volvimos
a ver más. Este fue uno de los primeros tumbos que recibí, la primera bofetada
en frío que tuve que encajar desde que a los 22 años me hice adulta para vivir
con El alemán. La parte más positiva es que mis hijos, aunque se habían
convertido en huérfanos de padre por voluntad propia de él, eran totalmente bilingües y eso les iba a
abrir muchas puertas. Al igual que ellos, yo también lo era, y utilicé toda esa
sabiduría para encontrar, a marchas forzadas, un trabajo que me permitiera
mantener lo obtenido con Derek y que la zozobra, el desánimo o la carencia
económica no nos alcanzara. Yo había estudiado filología inglesa, aunque nunca
había ejercido como profesora, porque nada más terminar conocí al señor Klein que
había venido a trabajar a mi facultad con un contrato de profesor lector de
alemán. Nos enamoramos perdidamente y cuando quise buscar mi primer trabajo,
estaba embarazada de gemelos y cuando pude empezar a preparar las aburridas
oposiciones ya venía el cuarto hijo en camino, por un descuido tonto en el
cómputo de los días fértiles. Los idiomas siempre se me han dado bien y después
de ese sorprendente abandono, no tuve tiempo para pensar en lo desgraciada que
me sentía. Me focalicé en lo prioritario para la familia: buscar un trabajo que
nos diera al menos de comer. La verdad es que antes de que pasara un mes me contrataron en el Colegio Internacional
Alemán, eso sí como profesora de español. Maggi la subdirectora conocía a Derek
y sabía la fatiga económica por la que estábamos pasando. Convenció al director
del centro para que me diera una oportunidad. No me importó ponerme con la
gramática española, me sentía feliz por obtener un sueldo a final de mes. Hubiera
cogido cualquier cosa por mantener a flote a mis cuatro hijos. Años más tarde
cuando ya era una veterana y el director del colegio comprobó mi gran capacidad
para el trabajo y los idiomas llegué a dar alemán e inglés. Si no hubiera sido
por mis padres no hubiera salido de ese bache, ellos me ayudaron con los niños
y yo acepté que entraran en mi vida y en la de mis hijos para paliar la
ausencia de ese cobarde e infame alemán que años después se convirtió en mi EX.
Varda fue para mí el escape fuera de
la familia, a su hija Shana le encantaba estar en mi casa, porque era una
continua fiesta y se convirtió en una más de los nuestros, aunque a su madre le
molestaba tener que luchar con el desorden de ella una vez que volvía a su
casa. Y si la pequeña se pasaba las tardes del fin de semana en mi casa yo me
las pasaba con su madre. Varda y Tony eran una pareja estupenda y me acogieron
emocionalmente siempre que lo necesité.
-RE-
Me costaba concentrarme en el libro
de la tal Renè Eloïse, pero le había prometido a Varda leerlo y llegar al final.
De lo que estaba segura es que iba a pasar de los otros cinco libros.
“…Seguir adelante, ese
es el reto. Tú puedes no olvides que la fuerza está en ti, los demás no
cuentan. Eres lo mejor que te ha pasado. Deja la pena y no pienses en los
demás. Qué estás sola, perfecto, eres el valor que tienes. Tú eres el objetivo
de tu vida. No olvides que la alegría está en ti. Adelante, abre tu corazón,
anímate y dirígete a tu fin último que eres tú, lo mejor que te ha pasado”.
La lectura era insufrible, yo era una
gran lectora pero no de estas bobadas, los párpados se me cerraban y no
conseguía concentrarme en el contenido. Me llamó Varda para tomar un café y le
puse en sobre aviso que me estaba costando pasar las páginas del libro. Con
toda esa cadena de palabrería cursi, que no decía nada más que banalidades, que
a mí ni me iban ni me venían, ni me resolvían ni me hacían sentir mejor. Soy de
decir las cosas sin filtro pero se lo dije con delicadeza, porque en realidad
me daban ganas de tirarlo a la basura. Ella por otro lado, me conocía bien y
sabía que esa ayuda no me iba a funcionar, pero quería intentarlo por si acaso
hubiera una mínima posibilidad de auxilio o apoyo. Y por mi amistad con ella hice
una lectura rápida. Le prometí que le daría al libro la oportunidad de 30
minutos para acabar de una vez por todas con la autoayuda de la Señora Morandé.
-Te tienes que tranquilizar, interiorizar lo que lees y llevarlo a la práctica-.
Una tarde me llamó la policía municipal
hablándome con voz pausada de mi hija Orel, solo escuché dos palabras: moto y accidente. Un vacío frío de
gritos y llantos cubrió nuestra familia de un luto negro que le llevó años
aliviarse y del que algunos aún seguimos temblorosos por su pérdida. Mis padres
me ayudaron de nuevo a sobreponerme de un segundo palazo que me quebró parte de
la existencia y Varda se convirtió en la pomada necesaria para salir del
socavón en el que me había metido, sin saber por qué Orel se había montado en
una moto con un muchacho, del que nunca habíamos oído su nombre, y se habían
salido del viaducto de la autopista, tomando el vacío como el último camino
hacia la nada.
Nunca me he recuperado de la pérdida
de mi hija, pero sí conseguí calmar mi tristeza con los años. Pude
levantarme a base de mucho esfuerzo,
mucho cariño de mis hijos, de la presencia de mis padres y de la ayuda de mi
vecina Varda. En esa temporada no había día que no nos viéramos. Me mandaba
mensajes por la mañana, me llamaba por la tarde y aparecía en mi casa por la
noche con cualquier pretexto. Un día le dije: -Si sigues así Tony te va a dejar,
estoy bien, me da cosa que estés tan pendiente de mí -. Ella se reía y me
contestaba que yo lo haría por ella también. Cuando los gemelos me dijeron que
querían hacer un Erasmus en Alemania, no sé por qué supe que estaban planeando
quedarse a vivir en Düsseldorf, la verdad es que las oportunidades laborales
eran infinitamente mejores que aquí y supongo que les tiraba conocer la patria
del sinvergüenza de su padre e incluso entendí que tuvieran la curiosidad de intentar conocerlo
a pesar de que él nunca había querido saber nada de ninguno de nosotros desde
que se marchó.
Se notaba el vacío de ellos en casa,
sus habitaciones ordenadas, sin vida e inertes nos hacían echarles de menos. Mi
padre siempre me decía que: “estando bien
los niños, nosotros estaremos bien” y era verdad. Se instalaron en un
apartamento cercano a la facultad de medicina y de biología y a los pocos días estaban
tan adaptados que parecían de allí de
toda la vida. Así que el resto de la familia incluida Shana y por extensión Varda
y Tony vivimos un momento bueno de calmada felicidad.
Tuve que empeñarme para retomar y
acabar el libro, lo hice por ella y sólo por ella. Había párrafos que me
provocaban la carcajada, sobre todo cuando era tan insistente en asegurar al
lector que debía creer en sí mismo, como
la consecuencia de su curación. Me Tomé la lectura como los deberes que les
mandaba a mis alumnos y la verdad es que algunos párrafos me hacía reír de
malos que eran.
“Lo primero que debes hacer es creer en ti misma, solo tú sabes de tu
problema y en el fondo de tu alma sabes salir, aunque no te lo creas sabes, sé
que no lo ves claro, pero eres fuerte y lo sabes hacer. Déjame que te diga que
puedes y que eres lo mejor que hay en el mundo. Eres la mejor de los humanos y
nadie te va a parar en lo que sabes hacer.
-SI-
Cuando Bertha estaba
pensando en irse a vivir a Sidney traté de convencerla de que había sitios más
cercanos para poder emprender su futuro. No hubo manera de hacerle ver ninguna
ciudad europea atractiva para desarrollar su proyecto artístico fotográfico. Un
Sábado por la tarde nos reunió en el salón de casa, mis padres me miraron, como
si yo supiera de que se trataba, para que les diera alguna pista, pero yo no
tenía ni idea de que era lo que nos iba a decir la pequeña de la familia. Abrió
su ordenador, nos enseñó unas magníficas fotografías de Sídney y haciendo una
reverencia dijo: -Aquí está mi futuro.- Nos enseñó los billetes de avión hacía
las antípodas y cinco días después estábamos los tres despidiéndola en el
aeropuerto con la misma cara de sorpresa y circunstancia que teníamos desde el
anuncio de su marcha.
A mi padre ya le habían
diagnosticado un aneurisma y ante la gravedad de lo que significa ese
pronóstico me hice la fuerte y no di importancia a la marcha de Bertha. Por
dentro estaba que me corroían las vísceras y el pulso tomaba vuelo para
traspasar los límites de una ansiedad incontrolada. Necesitaba hablar con Varda.
Fui hasta su casa y no paré de llorar hasta que los ojos se me hincharon.
Cuando regresé a la mía vi la cara de mi madre y supe que había hecho lo mismo que yo. Pocos
meses más tarde enterramos a mi padre. Los médicos habían predicho que le
quedaba poco tiempo de vida y no se confundieron en calcular los meses hasta su
fin. En aquel momento mi madre y yo conocimos la soledad en estado puro. Yo la
apoyaba a ella y ella no dejaba que yo
me derrumbara. Había días que recordábamos momentos pasados y deseábamos que Varda
y Shana nos visitaran para alegrarnos la tarde.
“Sería bueno mantener la calma ante situaciones adversas. Respirar y
aprender a controlar las emociones es tu objetivo primordial. Cuando mi madre
les habla a sus pacientes mantiene un tono sereno para llevar las emociones al
terreno idóneo para que el paciente saque todo lo que tiene. Con mis
indicaciones tú vas a gestionar la ansiedad que llevas dentro, la puedes
controlar, vencer. Tú puedes levantarte y seguir adelante. Esfuérzate, trabajas
para ti. Eres lo único bueno, lo relevante a cuidar para continuar sin miedo. Controla
tus miedos, tú puedes con tu vida.
-LIEN-
Envidiaba a Varda y Tony,
eran abuelos de tres nietos. Oía aparcar el coche de Shana e Isma todos los
Domingo y los días festivos. Su casa se llenaba de vida y ahora que yo estaba
sola, ella insistía para que comiera con ellos como un miembro más de la
familia. Ante mi negativa Varda se ponía tan pesada que si no me unía se
enfurruñaba hasta conseguir que me uniera a su clan. Acepté pasar con ellos varios
Domingos pero no me sentía cómoda. Mi mente divagaba y pensaba en mis hijos, me
entristecía que vivieran tan lejos y aunque nos veíamos en Navidad y verano no
era lo mismo; el tiempo juntos, pasaba muy rápido y enseguida me volvía a
quedar sola. Yo no tenía nietos, ellos no querían tener hijos, no era algo que
me molestara, era una decisión de cada uno y sus parejas y estaba bien así.
Cuando el pasado marzo nos
confinaron por la pandemia del
coronavirus Covid no tenía idea de que mi madre se iba a despedir tan pronto de
mí. Yo le pegué la enfermedad, le contagié el microbio que le provocó el
colapso pulmonar hasta dejarla sin vida, 30 días después de sus primeros síntomas.
Días antes del confinamiento, una tarde al llegar del colegio me encontré
mal, tenía unas décimas de fiebre, me dolía el cuerpo como si hubiera hecho un
ejercicio excesivo y parecía que me faltaba el aire. No le di mucha importancia
me tomé un paracetamol, me fui a la cama y al día siguiente estaba mucho mejor.
No dejé de asistir a mi trabajo porque aún con resfriado nunca había dejado de
asistir a él y por tanto no dejé de estar en contacto una y otra vez con una enfermedad que no
tenía ni idea que existiera, pero de la que aprendí demasiadas cosas tan pronto
como llegó a mi vida. Mi madre se
ahogaba y yo no sabía qué hacer. Varda nos llevó al hospital, las prisas no nos
dejaron despedirnos de ella porque no sabíamos cómo iban a suceder los acontecimientos.
No volví a ver a mi madre. Recogí sus cenizas 20 días después de su muerte.
Solo Varda y yo le rendimos los honores en el cementerio, sin saber qué ocurrió
exactamente con ella, cómo lo pasó o
cómo murió. Sí, fui yo, su hija, la que le llevó a ese abismo y lo que fue para
mí un estado pasajero con un ligero dolor muscular y unas décimas de fiebre,
en ella se trasformó en un estado
mortal.
“Ante el descontrol emocional debes tornar en control, calma y sosiego.
Tú contigo misma, hay que superar las dificultades. Puedes llorar, saca lo que
tengas para dejar las penas, no te
sientas víctima de nada. No eres culpable de tus desgracias, son parte de la
vida. Si sigues los diez consejos que te he dado vas a ganar la partida. No
estás sola. La actitud es tu aliada. No olvides que puedes con todo”.
Cerré el libro con la
intención de dejarlo, ya no quería leer más. Varda se iba a decepcionar por abandonar unos
consejos que según ella eran útiles. Le mentí sobre mi estado anímico. Le
hice ver que me sentía mucho mejor, después de haber acabado falsamente el
libro y reconozco que lo hice para que ella no se sintiera decepcionada
conmigo, realmente la convencí de que me iba a recuperar y que una mujer nueva
estaba naciendo dentro de mí, después de leer los “grandes consejos de la Señora Morandé”. Era evidente que no
tardaría mucho en darse cuenta de mi engaño y entonces no sé qué le diría.
Quería llorar y no
podía, lo intenté varias veces con todas mis fuerzas. Mi estado era como una
gráfica plana, sin oscilaciones. Abrí un armario lleno de álbumes y quise
enfrentarme al pasado, eso me haría añorar y soltar emociones. Me alarmó la
ausencia de lágrimas. Lo intenté escuchando a Purcell, Mozart y Händel pero tan
solo una ligera emoción humedeció mis ojos. Fue en la oscuridad de la noche cuando
recapacitando sobre los sucesos de mi vida, entendí que necesitaba la ayuda de un profesional.
-CIA
Había llegado a un
estado que no era capaz de conectar en mi trabajo con nadie. Con los que
consideraba amigos lo hacía como una autómata, sin pasión, ni interés. Tenía
intención de continuar así hasta que me jubilara o hasta que me muriera, ambas
cosas me parecían parte de una misma cara. Mis hijos trataban de consolarme
desde las pantallas de sus ordenadores y aunque aparentaba estabilidad y
equilibrio mental porque me mostraba divertida y podía “dar el pego” de una recuperación progresiva, la realidad es que yo
sentía tanta pena por dentro que no veía la manera de salir de mi desgracia.
Realmente estaba hundida y fácilmente un terapeuta podría diagnosticar lo que
me pasaba con mirar mi cara.
Varda siguió ahí,
soportando la pesadez de mi vida. Llegó a organizarme varias citas con
compañeros divorciados de Tony, pero ninguna de ellas resultó buena.
Un día decidí que
debía salir de esa zozobra que había cambiado mi humor y me había convertido en
una mujer que lastraba una soledad profunda. Quería dejar de ser una huraña en
un mundo de extraños y aunque parecía un tópico quería ser la mujer que había
sido años atrás.
Varda se dio cuenta
que necesitaba mucho más que los libros de Renè Eloïse Morandé para devolverme
al mundo de los vivos y fue ella, una vez más, la que se empeñó en buscar a la
persona que me podía ayudar. No sé dónde lo encontró, debió emplearse a fondo para no fallar como lo había hecho con
la didáctica de los libros. Me consiguió
una cita y aparecí en la consulta de terapia con una expectativa baja, más
escéptica de lo que desearía y con poco ánimo de convencimiento porque alguien
pudiera ayudarme. Después de veinte
sesiones desistí de sentirme víctima, dejé de darme pena, él me quitó la
culpabilidad, me ayudó a canalizar las ausencias y a admitir duelos que no
había hecho de manera adecuada. Me ayudó a llorar, hacía tiempo que no me
emocionaba y por fin conseguí que las lágrimas se deslizaran por mi cara
escuchando el Adagio de Pachelbel. Hacía
tiempo que yo me había arrancado las emociones y ahora era como si tuviera que
aprender de nuevo a emocionarme. Cada dos semanas Varda me acompañaba hasta la
puerta de la consulta, estaba convencida que la terapia me estaba sacando de
tanto sufrimiento porque veía una mutación en mí. Un año después de mi primera
visita, mi gesto era otro, había dejado de fruncir el ceño y no me pasaba los
fines de semana tirada en un sofá ahogándome en mis miserias.
Fue Varda la que me
enseñó el significado de la palabra paroxítona RESILIENCIA. Quiso enseñarme
primero expresiones como adaptación, resistencia o invulnerabilidad y lo hizo con
los medios con los que ella entendía, con palabras de otros, sin saber que la
definición de todos esos términos estaba en ella misma. Su fuerza, su empeño,
su ánimo incansable me enseñó todo lo que hay en las acepciones de esos vocablos.
Varda me convirtió en una tímida resiliente
tratando de salir de unas circunstancias traumáticas. Decidí agarrarme a ese
estado para alcanzar una situación más o menos de atípica felicidad, en la que uno
de los pilares de esa estabilidad no era otro que nuestra amistad.