Día 57 : Echar el cierre 9 de Mayo 2020
(262.783 infectados, 26.475+1 fallecidos, 173.157 curados, 45.924 sanitarios contagiados)
Tratar de desencerrar lo
encerrado no es algo fácil ni baladí por muchas ganas de dejar atrás esta
situación tan extraña a la que nombramos por el vocablo “confinamiento”, repetido hasta interiorizarlo mascando cada una de
sus cinco sílabas para mentalizarnos que quedarnos en casa ha sido una opción obligada
para librarnos del contagio de un coronavirus, que en principio se banalizó con
su propagación, minimizando el riesgo de caer enfermos y que ahora se ha
constatado como estábamos totalmente equivocados al comprobar cómo ha provocado
demasiada afección, ausencia y duelo difícil de digerir. Así que salir se
convierte en una tarea que requiere cierta puesta en marcha, un ligero grado de
preparación sobre los peligros del más allá de dejar el encierro y la
imposibilidad de conseguir una libertad plena al no tener pruebas diagnósticas
que avalen nuestra seguridad. Lo mejor va a ser afrontar con gran motivación
objetivos diferentes que no sean la
compra o los fármacos, tomando de nuevo contacto con la calle. El
sentimiento de conseguir una cierta felicidad por recuperar lo perdido va a ser
gradual y de forma lenta de ahí que haya un choque fuerte entre lo que queremos
hacer y lo que realmente se nos permite a día de hoy. Tenemos que poner en
práctica lo aprendido en estos casi 60
días, para obtener el equilibrio entre lo que empezamos a dejar y lo que
podemos ir recuperando. Por tanto la paciencia se tiene que convertir en
un sustantivo vital para poder hacer las cosas bien. He observado cómo ir asomando la cabeza al exterior, en estos
primeros momentos, está siendo un acto de desconfianza, un rito ceremonioso de
mirar a un lado y al otro para vigilar al que se tiene a un lado, al frente o
al que aparece por detrás. Así el paseo se vuelve una acción heroica tratando
de esquivar a corredores, ciclistas y viandantes abriéndose a lo desconocido
dando por hecho que el peligro está en el otro y nunca en uno mismo. Llevar
mascarilla nos tranquiliza y damos por bueno poder disfrutar al aire libre en
esas condiciones. Ser recelosos de manera individual nos va librar de
contagios, cada uno debe cuidarse para cuidar a los demás, amagando la
enfermedad y venciéndola lo más rápido posible.
Después de la primera
euforia por salir, de lo asombroso del encuentro entre conocidos desde la
distancia del que se siente responsable y pasados unos días aprovechando estas
horas extraordinarias como algo que va recuperando la normalidad, siento la
necesidad de reflexionar sobre lo sucedido, para que el tiempo no borre lo insólito, lo
impropio y lo ajeno de este periodo que podría ser el guión de una película de
ciencia ficción. Si vamos dejando atrás la machacona idea de “quedarnos en casa” para irnos enfrentando,
aunque sea muy poco a poco, a lo que hacíamos antes de esta realidad tan inaudita,
también tendremos que aceptar que esta hecatombe pandémica, ignorada en sus
comienzos y devaluada en su magnitud, nos va a llevar a enfrentarnos a otra
pandemia mucho mayor, al golpe económico de grandes pérdidas de puestos de trabajo,
que va a tambalear nuestro entorno provocando endeudamiento, pobreza y
devaluación como sociedad, donde la recuperación va a llevar más tiempo del que
pensamos.
Por otro lado como
colectividad no debemos subestimar el desconsuelo por la pérdida de tantas
vidas, por el exagerado número de fallecimientos. Olvidemos la estadística, el
recuento o el cómputo diario e intentemos ver en cada número a una persona, a
un individuo. Visualicemos a sus familiares, a la soledad de enfrentarse a cada
una de esas pérdidas sin la posibilidad de un adiós solidario, sin que nadie
les expresase condolencias o palabras de ánimo para sobrellevar su falta o para
aliviar el remordimiento por no poder despedirse de los suyos en esos momentos
tan trágicos de ahogo final.
Hoy echo el cierre de este
diario, de este monólogo de ideas surgidas en el enclaustramiento de mi casa,
de esta representación de lo anómalo y atípico, con el que he pasado muchas
horas distrayendo mi hastío, con el fin de buscar la armonía necesaria para afrontar lo
irregular y anormal de este encierro obligado. Seguro que con el tiempo echaré
de menos este momento que ahora quiero desterrar e incluso me parecerá
increíble el que hayamos vivido tantos
días un parón general doblegados por la fuerza de un virus extremadamente
contagioso conocido como COVID-19 o SARS-CoV-2.
Va a haber que hacer muchos
minutos de silencio a la memoria de cada uno de los fallecidos, ellos ya no
tendrán un nuevo comienzo.