Estaban ilusionados por visitarme, habíamos preparado el
viaje con varios meses de antelación y llevábamos hablando de él desde hacía
más de un año…
Llegó el día de tomar el avión hacia Tesnan, los nervios del
viaje les había jugado una mala pasada y se habían quedado hablando hasta muy
tarde ya en la madrugada, luego se desvelaron y cada uno se relajó como pudo
cayendo en un sueño ligero, un “duermevela” de
apenas tres horas de descanso. No dejaba de llover y amenazaba con
arruinar el vuelo, el viento norte de la costa atlántica. El conductor del Uber
que les llevó al aeropuerto les deseó suerte con el viaje y ellos con una mueca
irónica se resignaron a los designios del tiempo atmosférico y los retrasos que
pudieran tener por las inclemencias a las que estaban más que acostumbrados.
Mientras observaban las pantallas informativas del aeropuerto, comprobaron que
había varios aviones retrasados. Se empezaron a preocupar por el poco margen
que les quedaba para tomar el segundo avión y llegar a esta ciudad que tanto
deseaba que conocieran. Se mentalizaron,
con cierta decepción y desánimo, a que
posiblemente fuera difícil llegar ese día a su destino.
24 horas más tarde de lo previsto les estaba abrazando en el
aeropuerto Eugène Sue de Tesnan y todo aquel cansancio acumulado por retrasos,
esperas indeseadas, pérdida de conexión entre vuelos, se había borrado de sus
caras. Hacía más de nueve meses que no los veía, es cierto que no había día que
no contactáramos por whatsApp o por
Facetime pero no hay nada como sentirlos tan cerca. Sus abrazos, su cariño, sus besos me hacían sentir segura y
ahora que estaban a mi lado, por unos días, iba a disfrutar de su presencia.
Tenía ganas de enseñarles no solo mi casa, de la cual estaba orgullosa de cómo la
había decorado, sino que estaba emocionada por llevarles por todas las calles
que, cada día con mi bicicleta, atravesaba para ir al trabajo. Ver las plazas, callejuelas, edificios
emblemáticos, o pasear por los mercadillos de segunda mano a los que me encantaba
acudir o incluso pasear por los lugares donde, a veces, me sentía sola y
pensaba en ellos y en mi país con añoranza. Por supuesto ellos traían una larga
lista de actividades para hacer, no solo conmigo sino que habían pensado en
cómo invertirían su tiempo mientras yo estaba trabajando.
Las vistas de mi apartamento eran espectaculares. Las
ventanas y el balcón principal daban a la parte trasera del edificio y lo que
veía era un paisaje lleno de contrastes: edificios de diferentes colores mezclados
con el negro y el ocre de los tejados,
llenos de chimeneas y antenas. Al llegar
al piso, lo primero que hicimos fue
asomarnos al balcón y buscar la silueta de la Sinagoga, hablábamos tantas veces
de ella, les había enviado tantas fotos
del edificio en diferentes momentos del día que se había convertido en un
reclamo interesante para ser lo primero que ver de mi apartamento antes que
todo lo demás.
Tengo que reconocer que me daba paz tenerla tan cerca. Al mirarla me sentía
protegida, era una sensación de tranquilidad que realmente me gustaba, aunque
no sabía explicar la razón de ese sentimiento. Por la noche se veía luz en
alguna de sus ventanas y me confortaba el saber que alguien estaba allí. La Sinagoga de Tesnan se encontraba a dos
calles de mi edificio. La primera vez que fui a visitarla me sorprendió que se
accediera a ella a través de un “callejón”, relativamente estrecho, que acababa
en la misma entrada de la Sinagoga. Una verja azul de doble hoja con tres majestuosas Estrellas de David impedía ver el
edificio completo, solo quedaba a la vista la espadaña superior, y era
imposible acceder a ella si alguien no abría la verja principal. No se oía
ningún ruido y parecía que no había nadie en su interior, así que no me atreví
a llamar al interfono y yo misma me convencí que en otra ocasión llamaría, con
la excusa de preguntar por la celebración de una festividad o de un servicio y
presentarme al rabino. Seguro que la cámara de seguridad que había en el muro
de cierre, habría informado de mi llegada pero lo cierto es que nunca volví y sin
embargo la hacía mía cada vez que la miraba a través de la ventana de mi
balcón.
Sabía que ellos se
acercarían a la Sinagoga para visitarla y que sería lo primero que harían en su
recorrido turístico. Conociendo a mi madre, estaba convencida que iba a llamar
al timbre y si el rabino les recibía iban a presentarse aunque no supieran ni
una palabra de francés. Estaba segura que mi padre la animaría en su decisión
de entrar en la Sinagoga y aunque él no era tan atrevido, le encantaba su determinación
y seguridad en esas situaciones. Lo que yo no me podía imaginar es que la Pequeña
Sinagoga de Tesnan quedara ligada a ellos y formara parte de mi vida para
siempre.
Habíamos quedado para comer, en el corto espacio de tiempo
que tenía hasta volver al estudio y completar mi jornada laboral, estaba a
quince minutos de casa y a ellos les pareció una idea estupenda el poder hacer
un alto, para descansar antes de seguir con la ruta turística.
Al doblar la esquina, por el carril bici, hacia la calle René Montagnon, un gendarme me paró en seco. Un grupo numeroso de ellos estaba acordonando la zona y no me permitieron pasar. La cola de coches que se estaba formando era grande y entre tanto jaleo, muchos conductores se bajaron de sus vehículos, para informarse de lo que estaba pasando. Al fondo de la avenida Clermaux en dirección a la Sinagoga un tumulto de gente en actitud nerviosa hablaba “atropelladamente” con caras de pánico, pero era imposible entender lo que decían. Lo primero que me vino a la cabeza fue que se trataría de un accidente de tráfico o bien podría ser un escape de gas de algún edificio colindante, ya que en lo que llevábamos de año, había ocurrido varias veces y yo misma había llamado a emergencias. Realmente se creaba una gran alarma con el gas. Pero no hubo respuesta por parte de las autoridades. Despejaron la avenida de manera ágil obligando a vehículos y viandantes a retroceder hacia calles más lejanas.
Al doblar la esquina, por el carril bici, hacia la calle René Montagnon, un gendarme me paró en seco. Un grupo numeroso de ellos estaba acordonando la zona y no me permitieron pasar. La cola de coches que se estaba formando era grande y entre tanto jaleo, muchos conductores se bajaron de sus vehículos, para informarse de lo que estaba pasando. Al fondo de la avenida Clermaux en dirección a la Sinagoga un tumulto de gente en actitud nerviosa hablaba “atropelladamente” con caras de pánico, pero era imposible entender lo que decían. Lo primero que me vino a la cabeza fue que se trataría de un accidente de tráfico o bien podría ser un escape de gas de algún edificio colindante, ya que en lo que llevábamos de año, había ocurrido varias veces y yo misma había llamado a emergencias. Realmente se creaba una gran alarma con el gas. Pero no hubo respuesta por parte de las autoridades. Despejaron la avenida de manera ágil obligando a vehículos y viandantes a retroceder hacia calles más lejanas.
Aparqué mi bicicleta cerca del centro, a unas tres manzanas
de mi casa, y llamé a mis padres por teléfono para que no se alarmaran y me
esperaran en el apartamento. Yo intentaría llegar andando, aunque lo veía
difícil por el cordón policial y posiblemente tuviera que regresar al trabajo
antes de verlos en casa. El móvil de él estaba apagado o fuera de cobertura y
el de ella saltaba directamente al contestador. El corazón me dio un vuelco, y
rápidamente llamé a mi teléfono fijo, pero allí no lo cogió nadie.
Mientras iba andando oí comentar a alguien sobre posible
atentado, rumores inconexos de terrorismo antisemita, ataque de lobo solitario
y al pasar por delante de la cadena “Darty” miré hacia las pantallas de
televisión expuestas en el escaparate y en todas vi dos cuerpos tapados con
papel de aluminio dorado delante del portón azul de la Sinagoga, de “Mi
Sinagoga”. Esa imagen se mezclaba con otras de ambulancias, gendarmes, personas corriendo
de un lado para otro, periodistas haciendo conexiones en directo. Y supe lo que
había pasado. A partir de ese momento no recuerdo nada de lo que hice o me
ocurrió en las sucesivas horas. Incluso perdí la noción del paso de los días.
Varios meses después al atentado que sufrieron mis padres en
la entrada de la Sinagoga de Tesnan y que les costó la vida, fui desentrañando
el rompecabezas de su muerte junto con un grupo de investigadores
antiterroristas de la Gendarmería. Aún convaleciente de mi desgracia y sin
poder calmar mi dolor, fui paso a paso reconstruyendo cada décima de segundo,
los siete minutos y medio desde que mis padres entraron por el “callejón” que
conducía hacia la Sinagoga y lo que
ocurrió delante del portón Azul. La cámara de seguridad situada en el lado
izquierdo del muro principal gravó la secuencia completa de la tragedia.
Mis padres entraron por la calle sin salida, hacia el lugar de culto. Eran unos 27 metros
de calle. Se les veía relajados, ella hizo varias fotos con su cámara réflex. Se
giraron para hacerse un “Selfie” con el Iphone de él, poniéndose de espaldas a
la Sinagoga. Después continuaron hacia delante, parecían no tener prisa,
hablaban entre ellos y disfrutaban del momento. En la grabación se aprecia por
el gesto de mi padre, que algo le llamó la atención detrás de él. Se giró para
ver qué o quién era. Un hombre joven de tez morena, entró en la calle. Era
alto, delgado, ojos saltones, pelo ondulado y corto con ligera perilla. Vestido
con camiseta blanca, pantalón grisáceo, unas zapatillas deportivas y cazadora
vaquera amplia. Mi padre cuchicheo algo cerca de mi madre. Posiblemente le dijo
que alguien estaba detrás de ellos. Ella miró hacia atrás y comenzaron a andar
más rápido, más juntos. Él le dio la
mano y no se la soltó hasta que mi madre
llamó al interfono situado en la parte derecha de la verja. Insistió varias
veces apretando nerviosamente el botón del portero automático, pero no hubo
respuesta. Su cara estaba tensa. El hombre joven se dirigió hacia ellos
hablándoles. Fueron unos segundos. Mi padre estaba confundido. Ella les dijo
algo como dando alguna explicación. Pero lo que ocurrió es que ambos se dieron
cuenta que algo grave estaba a punto de pasar. Mi padre la protegió con los
brazos extendidos, mientras recibía varias puñaladas en el torso y el estómago,
ella se abalanzó con todas sus fuerzas
contra el joven intentando parar las puñaladas que estaba recibiendo mi padre.
Forcejeó con el terrorista agarrándole por el pelo y pateándole como podía. Mi
padre cayó abatido. Ya tendido en el
suelo pareció tener un débil hálito de vida y extendió su mano como si quisiera
alcanzarla a ella y quizá ya no pudo ver
como ella seguía defendiéndolo, y defendiéndose. Un fuerte empujón la dejó noqueada en el suelo. El terrorista con
el puñal, le desgarró el cuello, perdió la consciencia y falleció. Todo fue muy
rápido. El criminal guardando el arma homicida corrió hacia la entrada del
callejón y se supone que continuó por la avenida Clermaux mezclándose con los
que pasaban por allí, como si nada de lo ocurrido fuera con él. La cámara de
seguridad registró, unos treinta segundos después, como dos señoras entraron en
la calle corriendo e intentaron auxiliar
a mis padres yacentes y sin vida. Otras personas llegaron, alarmadas por las voces de espanto y llanto
que se produjeron allí. Nadie pudo ya hacer nada por ellos. Diez minutos más
tarde la Gendarmería se hacía cargo de lo sucedido…
Días después cogieron a Aban Aldibahij en la Comuna de Arsac.
Era parte de una célula terrorista.
Planeaban atentar contra fieles
judíos en las principales Sinagogas de Francia.
Aquel día y a esa hora él sabía que no había nadie en el
interior de la Pequeña Sinagoga de Tesnan y ellos fueron un blanco fácil...