
Ella quiso quedarse en
su interior, y aunque luchó porque no le vinieran los recuerdos del pasado, cuanto más lo
deseaba, más le venían a su cabeza aquellos momentos de compras y preparativos previos
a los días que iban a pasar y luego todo
empezaba con aquel jaleo maravilloso de ir y venir de pucheros, cacerolas y
olores mágicos. Toda aquella familia hablando alegremente a su alrededor, oía de
nuevo sus carcajadas, hacía evidente la complicidad con su madre en la preparación
de aquella mesa tan larga, la colocación de la vajilla, la especial, esa de los
días alegres. Sin quererlo vio como sus hermanos adornaban el pino del jardín y
las luces tenues que lo adornaban le hacían sonreír en una histeria de
felicidad. No quería volver a su pasado porque iba a llorar y se vio mirándose
en el espejo momentos antes de la cena, cuando todos se ponían guapos para
aquella noche tan especial y miró el reflejo de su vestido de gasa de color
rosáceo, los tacones negros, los pendientes brillantes, los anillos de sus
manos. Ella observaba ahora su mano para volverlos a mirar porque como aquel
día los tenía puestos y le vino a la cabeza la emoción de ver corretear a sus
hijos nerviosos por el salón, sus gritos, las risas, su ruido de fiesta con
panderetas y cantos desafinados. Abrió los ojos, estaba sentada en su sillón de
siempre, ya en su casa, sola, mirando aquellas paredes llenas de cosas pero
vacías de sonidos, sin ambiente solo expresando frío intenso. Bajo sus gafas
sintió que le venían unas lágrimas y le hacían volver a su pasado cuando volvía
con su marido y sus padres de la Misa del Gallo, y sus hijos y hermanos les
esperaban con petardos en la puerta de la casa para que no entraran y ese
momento se convertía en una fiesta, una explosión de alegría que no deseaba que
se acabara nunca; llegaban vecinos alarmados por el jolgorio y se apuntaban a
seguir el ruido y ella deseaba que se parara el Mundo en ese momento, se sentía
feliz, no necesitaba más, estaba en ese
punto donde la alegría te hace sentir seguro, donde la ilusión es la estrella
más alta que se puede alcanzar. Pero ese
estado de éxtasis no fue así para
siempre.
Ahora se encontraba en el otro lado, insegura y desconfiada
de lo que le rodeaba. Un mar de lágrimas imparables la devolvían al pasado y al
presente en un juego de situaciones insoportablemente doloroso. Se resistía a
seguir recordando pero aquellos momentos de extrema felicidad volvían una y
otra vez a su cabeza. Desde su sillón podía ver la foto de su marido colgada en
la pared, se sintió desgraciada, balbuceó unas palabras de amor, le lanzó un
beso y deseó haberse muerto ella antes.
Luchando contra los que querían convencerla que podía vivir
con algo de felicidad, ella les respondía que se sentía mejor en otro tiempo,
lo que veía ahora en este presente que le había tocado vivir le era extraño,
era una inadaptada y se sentía con una fragilidad vital que la hacía encerrarse
en sí misma.
Secó sus ojos y abrió el viejo baúl familiar donde sus padres
guardaban la decoración navideña: las guirnaldas, las bolas enormes de colores,
lucecitas con cables pelados, figuritas y adornos, todos ellos hacía tiempo que
se habían pasado de moda, sacó uno a uno todos esos recuerdos y cuando hubo
saboreado cada momento, casi cuando ya amanecía encontró un resquicio de felicidad,
una leve ilusión le vino a los ojos como si tocara aquella realidad lejana y
pasado y presente se fundieran en un mismo instante. Fue así como Ella celebró
su Navidad…