Elisa Crespo tenía dos hermanas, pero como si no las tuviese,
los celos de Elvira la mantenían en un rencor
permanente y la ira de Amalia
hacía muy difícil la relación entre la familia, esto era así desde niñas y por
mucho que Elisa hubiera intentado remediar la situación familiar buscando
soluciones, pasando de las discusiones, cediendo en las cosas que más daño
podían causar a sus hermanas, la situación después de 25 años de convivencia
era insostenible. Ni siquiera habían cambiado casándose, al contrario todo había empeorado y
el mal talante se extendía ya a sus cónyuges, así que la relación entre todos
ellos era un “infierno”
Elisa había conocido al que creía el hombre de su vida en la “cantina” de la estación de ferrocarril,
tenía que esperar al tren de cercanías. Su madre estaba en fase crítica por una
enfermedad degenerativa en el hospital
comarcal y el frío del invierno le había hecho entrar en esa tasca lúgubre,
asquerosa y decadente. El café la reanimaba, le hacía sentirse algo más feliz,
un pequeño manto de calor sobre sus hombros,
el olvido de sentirse sola entre tanto malestar, le hacía recobrar la
paciencia y el tesón para seguir
conviviendo con su familia, y ahí estaba él esperando que ella fijara
sus ojos en su mirada; varias vueltas con la cucharilla en la taza de café, el
murmullo de los que estaban dentro resguardándose de lo mismo que ella, la
situación absurda de la espera y sobre ese instante de soledad Elisa Crespo lo
vio.
![]() |
Acuarela Sara Escudero |
Román el “Barítono”
como le llamaban sus amigas por su tipo de voz. A Elisa, en un principio, no le dieron
calambres, ni sonrojos, ni emociones que le hicieran cambiar de humor por su
presencia, se saludaron sin más y después de un rato él empezó a hablarle. Román Guillén le había hecho reír unos
minutos antes de coger el tren, se había dado cuenta que había gente que
disfrutaba de la vida, que no la sentía como algo tan triste y lúgubre como ella creía, pensó que aún había esperanza de
salir a flote y una pequeña sonrisa le había cambiado el gesto de sus labios,
aunque pronto iban a volver a su estado hermético y apretado.
Su madre murió antes que ella llegara al hospital. Elvira y
Amalia discutían sin importarles el momento trascendental que estaban viviendo,
los celos y el resquemor de lo vivido en el pasado las perseguía y no podían
estar ni una hora sin que al final acabaran peleando. Esto mismo ya había
sucedido año y medio antes cuando a su padre le había dado un infarto en plena
calle y había fallecido sin que nadie lo esperase, en ese momento ellas también
habían dado la “nota” sin derramar
una lágrima por él.
Se sentía sola en medio de ese vacío que produce la muerte y pensó
en la sonrisa de Román, no había dejado de hablar y de derrochar energía y
felicidad desde que tímidamente ella le había saludado hasta que se despidieron
en la estación. Ese corto espacio de tiempo le reconfortaba ahora que los
momentos eran duros. Resonaba en su
cabeza una y otra vez su voz grave y viril
pero a la vez era cautivadora y ligera, mientras velaba a su madre. Con la mirada
perdida se maginaba una bonita vida al
lado de ese muchacho con el que había compartido una pequeña sonrisa.
El “Barítono” había
cumplido 32 años cuando le pidió matrimonio a Elisa Crespo, dos años más joven que
él. Los ojos de ella se iluminaron y no dudó en decir el Sí más liberador que
había pronunciado “Sí, sí y mil veces sí” le había dicho. La situación con sus
hermanas desde la muerte de su madre lejos de arreglarse había empeorado, a
parte de los rencores de siempre, la
desafección que sentían era cada vez más
profunda y ahora se sumaban los celos por la herencia y los pequeños objetos
que sus padres les habían dejado. El ambiente familiar era irrespirable y ella
estaba asqueada de tanta discusión.
Por fin Elisa podría liberarse de toda esa angustia y no
sentir más la ansiedad por la ira constante de Elvira, Amalia y sus maridos. Estaba feliz por poder vivir su propia vida
con el hombre al que amaba. Iba a dejar atrás toda la amargura vivida. El mundo
se le presentaba amable, el sol ahora brilla en su cara, se sentía segura de sí
misma, era una mujer imparable al que la vida le iba a empezar a sonreír.
La primera mala cara apareció en el viaje de boda después de beber varias copas de vino, el
segundo encontronazo fue un cambio de humor repentino que la empujó contra la
pared de la cocina, aunque Elisa pensó que había sido un accidente fortuito y
que quizá ella no había interpretado bien sus forcejeos. Luego
llegaron las faltas de respeto, los
gritos, una bofetada inesperada, el desprecio. Elisa Crespo no entendía la violencia y el abuso que ejercía sobre ella
así que se quedaba paralizada por el miedo y se dejaba hacer. Era incapaz de compartir lo que le pasaba con
las pocas amigas que tenía, él no le dejaba señales visibles y se las arreglaba
para ser “un tío simpático, agradable con
el que se pasaba un buen rato”. Elisa
sabía que ellas no la iban a creer; además se sentía “sucia”, indeseable, un deshecho y por ello estaba avergonzada. Era
mejor callar para que no la señalaran por la calle, era preferible aguantar.
Román sabía bien como disimular y cómo hacer que los golpes, los gritos y las
humillaciones los recibiera no sólo de manera física, sino que se encargaba de
anularla psicológicamente. Con su voz de barítono le vociferaba, “tú no vales un carajo” “eres un estorbo”
“no sabes hacer nada”, “quítate de ahí puta cerda” “si te cojo te arranco esos
pelajos de mierda”, “guarra”, “quítate de mi vista” y así hasta que se
creyó cada uno de los improperios que le lanzaba como puñales.
Elisa Crespo más que
confundida, estaba perdida, sin saber reaccionar a la violencia del “Barítono”, es cierto que éste bebía,
pero no llamaba la atención por ello, algunas tardes al finalizar el trabajo se
reunía con sus amigos pero no pasaba de unas cuantas cervezas, no era un
borracho pero al llegar a casa por
cualquier tontería podía montar en cólera, estaba convencida que algo de su
presencia le hacía cambiar el humor y toda su rabia la estampaba contra ella,
no sabía cómo agradarlo, hiciera lo que hiciera siempre había un crítica y
estaba mal.
Pensó seriamente en hablar con sus hermanas pero descartó
esta posibilidad enseguida, hacía tiempo que la relación con Elvira y Amalia
era escasa y cuando se juntaban acababan echándose en cara los reproches del
pasado y los celos siempre aparecían como una lanza punzante casi tan dolorosa
como los golpes que Román Guillén le propinaba un día sí y otro también. Además recordaba que cuando les dijo que se
casaba con él “pusieron el grito en el
cielo” y le dijeron “no es buena su familia”
“su padre está en la cárcel por no se
sabe qué, pero algo raro con su madre y sus hijas, tú ya sabes que puede ser”,“
los hijos se han criado en la calle”, “no
lo hagas Elisa” ”es un tío simpático, pero es un randa, no es de fiar” .
Así que todo su sufrimiento y lo que le pasaba con su marido eran cosas que se
quedarían para ella. Recordaba a Román
en la “cantina” de la estación de
tren, las imágenes se sucedían
repetidamente, su voz, su amabilidad, su sonrisa y no entendía en lo que se
había convertido, “un monstruo” para
ella.
Ahora que estaba embarazada de Claudia las cosas estaban
mejorando, o eso le parecía, porque las
humillaciones, los gritos, los golpes, incluso los abusos no eran a diario. Era un momento en el que Elisa consiguió convencerse de que
él estaba cambiando, de que podía mejorar. Román le había contado la violencia que su padre
había empleado con él, sus hermanos y su madre.
Un sentimiento de pena y cariño se apoderaban de ella cada vez que lo
veía así tan vulnerable, así que Elisa pensó que lo mejor era seguir adelante,
perdonarle sus abusos y con el tiempo seguro que mejoraría, de hecho le
justificaba cada mal gesto, dejaba de darle importancia, al fin y al cabo él
era una víctima como ella. En su estado de gestación llegó a sentir ternura por
él, incluso olvidó todos sus desmanes,
faltas de respeto, gritos, golpes y violaciones. Román la había anulado como
persona y no veía su realidad.
Claudia, era una niña preciosa, que vino para ayudar a Elisa a encontrar la
felicidad que le faltaba. Era normal que en los primeros días de su vida
llorara por los cólicos típicos de los recién nacidos y requería de todos los
cuidados de su madre, pero él comenzó a decir que no soportaba esa situación,
que se sentía “un don nadie” en su
propia casa y que “una diminuta mindundi”
no le iba a reemplazar.
Román no tuvo paciencia, perdió los nervios, y regresaron las faltas de respeto, las
humillaciones, los gritos. Escuchar meter la llave en la cerradura de la
puerta instantes antes de entrar él en
casa, le producía taquicardia, se moría de miedo, todo el cuerpo le
temblaba y pedía a sus muertos que
Claudia no llorase.
Un día le reventó el labio y le partió el párpado derecho, se
sintió ninguneado por su hija cuando ésta reclamaba la atención de su
madre y a él le pareció un abuso
insoportable, se puso histérico y se le fue la mano con Elisa. Él le pidió
perdón cuando la vio tirada en medio del salón, le prometió que no lo volvería
hacer, y sollozando le curó sus heridas.
Ese acto de contrición no le era nuevo, siempre repetía el mismo patrón.
En ese estado de dolor físico se dio cuenta que debía coger a
su hija y largarse, sacar fuerzas por
ella y aunque estaba sola sin ayuda de familia, amigos o vecinos, tenía
que encontrar una salida a todo ese
“horror”. El “Barítono” le había
destrozado su vida pero no iba a permitir que destrozara la de su hija Claudia.
Hacía unos meses que había escuchado en la radio un anuncio
de un número de teléfono que ayudaba a mujeres en situación de violencia, se
sintió identificada y memorizó el número, aunque sólo con pensar que él se enterase
de ese servicio y creyese que ella podría llamar le daba pánico, le temblaban
las piernas y un estado de ansiedad le quitaba la idea de ponerse en contacto.
Pero ahora era diferente, casi la había dejado inconsciente y
se había prometido que por Claudia lo haría. Estaba dispuesta a llamar, a pedir
ayuda, sólo necesitaba recuperarse un poco y disimular que todo seguía igual
con Román Guillén. Lo más importante de su vida era su preciosa niña, la
protegería.
016 ¿EN QUÉ PUEDO AYUDARLE?….