jueves, 18 de agosto de 2016

HUYENDO DE LA ADOLESCENCIA


Vio el reflejo del miedo en la noche,
esa noche que se expresa en negro profundo
esa que se ve como hondo agujero,
que inunda las entrañas
clavándose como cuchillos en la mirada adulta.

Intuyendo la oscuridad del caos
huyó de ella en solitario.
Dejó su adolescencia abatida,
con el último golpe de campana.
Dejó el ruido de los que allí quedaron
con sus voces infinitas.
Y dando un portazo al vacío
cerró esa parte de locura transitoria juvenil.

Entonces supo que su momento era ya otro…

martes, 2 de agosto de 2016

PRIMER RECUERDO

Me viene a la memoria claramente cuál ha sido mi primer recuerdo, la verdad es que cuando se lo cuento a la gente se ríe porque sinceramente es bastante ridículo, he intentado que mi cerebro sitúe otros acontecimientos de mi  vida más interesantes como mi primer recuerdo, ¡pero nada!, todos se sitúan en momentos posteriores a ese primero.
Mi recuerdo no es una situación sorprendente, un viaje inesperado, un encuentro fascinante o un momento de angustia, algo realmente bonito o especialmente feo…  ¡No, eso no es!
Mi familia acostumbraba a pasar una semana en Gijón, disfrutando de la playa, del buen o mal tiempo característico del norte. No me acuerdo de esos días, ni siquiera tengo consciencia de pisar una playa, tocar la arena o ver la inmensidad del mar Cantábrico, el sol en mi piel, los cubos y las palas que cualquier niño lleva como un tesoro para construir su castillo imaginario; ni siquiera recuerdo el contacto del cuerpo con el agua fría, el ir y venir de niños, sus voces, sus gritos, sus risas o sus llantos…eso sería lo que cualquier persona recordaría. Pero yo, parece que no.
 Sé, porque me lo ha dicho mi familia, que íbamos unas 15 personas entre tíos y primos a pasar unos días de vacaciones a la playa, pero yo ni siquiera me acuerdo de ese jaleo, seguro era divertidísimo, en mi memoria no ha quedado grabada ninguna imagen idílica de esos momentos.
Estos días he estado viendo fotografías de aquella época, han pasado unos 50 años y aunque me veo en ellas no puedo recordar nada, voy en una silla, me río, me baño, juego, se me ve feliz con todos…pero justo eso es lo que no encuentro en mi memoria, lo que no recuerdo.
 Mis primos me han contado muchas anécdotas de esas vacaciones,  ellos eran mayores e iban un poco a su aire sobre todo hacían muchas pillerías en las que yo no participaba por ser más pequeña.  En ese momento al que me refiero tenía 3 años y por mucho que me fijo en las fotografías no consigo sacar una anécdota clara que me sitúe jugando con todos ellos, como sería lo normal. Mi familia siempre ha sido muy graciosa y estando todos juntos, bastante ruidosa pero no consigo oír las voces de ese momento, no consigo ver las situaciones de aquellos días del mes de julio con mi familia.
Mi primer recuerdo efectivamente es de aquella época,  en Gijón, el lugar donde íbamos a veranear, desde luego no se trata de sus playas o de la bahía donde nos bañábamos, o del jaleo que todos hacíamos disfrutando de los días estivales, ¡no que va!, mi recuerdo no tiene nada de bonito, ni de especial, ni es tierno, ni tiene que ver con situaciones de miedo, angustia o excepción, pero sí tiene que ver con algo que realmente me impresionó, con algo que llamó mi atención frente a todo lo demás…mi recuerdo se basa en un objeto material. Ahora sé que es un objeto, pero entonces era algo muy concreto y real.
Un objeto sorprendente puesto en un lugar equivocado y sobre todo fuera de toda lógica o explicación racional para una niña de tan sólo 3 años.
 A la hora de comer era todo un lío de organización, mi madre me contó que  como era la más pequeña del grupo enseguida me sentaban a la mesa, supongo para que no protestar por querer comer y no tener paciencia para esperar; desde la posición en la que me colocaban y olvidándome del bullicio que debía haber, ya que yo no lo recuerdo; me fijé en la pared que tenía enfrente de mí, en su parte más alta había una paellera negra, con su arroz amarillo,  con  mejillones , unas cigalas enormes sobresalían un poco por los bordes, e incluso podía apreciar unas tiras de pimiento rojo. Era una paella valenciana recién hecha y el tamaño de esa paellera era como el de un plato plano, como los que usábamos para comer el postre.
Ese fue mi momento glorioso, el ser consciente de ver algo cotidianamente conocido,  colocado en un sitio fuera de su lugar habitual, y por tanto lo hacía extraordinariamente anormal, lo que provocó que esa paellera valenciana fuera mi primer recuerdo.
Yo no tenía explicación para semejante anormalidad, y en aquella mesa, llena de ruido, risas y voces, como me han contado los primos que sucedía cada día a la hora de comer, lo más probable es que ninguno me hubiera hecho caso y si lo hubieran hecho las carcajadas habrían sido fenomenales ya que para ellos era normal que una paellera estuviera en la pared. No era más que un objeto decorativo bastante corriente en aquella época, que se ponía en las cocinas españolas como símbolo de nuestra identidad nacional.

Es cierto que un recuerdo y sobre todo el primero es la impresión de algo que te sorprende, algo que se sale de lo común y permanece para siempre en la memoria de las personas. En mi caso fue "la paella valenciana cocinada en una paellera que estaba colgada en una pared"; para mí era tan real como las que hacía mi madre o mi abuela todos los sábados. Ese objeto decorativo fue tan impresionante que todo lo demás que había a mi alrededor no fue motivo de recuerdo, es por eso que yo nunca he estado en Gijón con mi familia, ni he disfrutado de aquellos momentos de las vacaciones de verano en torno a 1965 y la primera vez que vi el mar fue con 8 años.