“Un "kamikaze" fue interceptado, por
la guardia civil de tráfico, a las 21:45 del jueves 25 de febrero en la autopista
AP203 dirección La Silva, después que una mujer extremadamente nerviosa llamara
al 112 y, diera la voz de alarma. Sorprendentemente ella y su marido salieron ilesos
del suceso, gracias a la calma y pericia de él, que era quién conducía en ese
trayecto. El joven triplicaba la tasa de alcoholemia y aunque confesó que no
buscaba el choque frontal, sí admitió sentir la excitación de hacer algo
prohibido al entrar en dirección contraria por la autopista…” La Gazeta del Rontel
He puesto en riesgo mi vida tres veces. Más bien me han
puesto en riesgo a mí y en las tres aquí sigo bien. Aunque de esta última vez,
aún llevo el susto en el cuerpo, sigo con el vello erizado imaginando lo que
podría haber pasado. En ese momento tan peligroso y tan perjudicial para nosotros,
no me dio tiempo a pensar que podía morir. Que podíamos morir. Sólo vi que
venía un coche de frente. Fijé mi vista en sus luces de cruce y no recuerdo mucho
más. No me percaté de la marca del vehículo o del color de su carrocería y
mucho menos memoricé su matrícula. Haciendo un gran esfuerzo de memoria podría
decir que era un coche plateado, pero no lo podría certificar ante un juez. En los instantes posteriores, al minuto mismo
de suceder, sentí que podríamos haber muerto y que todo ese “Mundo” organizado
en torno a nosotros se hubiera desplomado y colapsado si hubiera habido un
choque frontal. Ya sé, que tengo que desterrar esos pensamientos tan tremendistas,
pero soy incapaz de ver la situación con cierta positividad y menos aun
banalizando los daños que podríamos haber sufrido o el profundo dolor que
hubiéramos causado a los nuestros, sin provocarlo. Esta vez, como las dos anteriores
no he visto pasar mi vida por delante de mis ojos. Es curioso, porque hay gente
que afirma ver en instantes, años y años de vida. Yo creo que eso es muy de las
películas, que no pasa en realidad. El cerebro te ayuda sin más, a gestionar el
trance y a reaccionar sin pensarlo mucho. En décimas de segundo, la suerte o la
desgracia se mide en una balanza donde el equilibrio entre salvarse o perecer
pende de un hilo. En mi caso tú conseguiste que lo contáramos como una anécdota
más en nuestra historia familiar. Ya a “toro
pasado” repasamos una y otra vez lo sucedido, invocando a los “cuatro vientos” la suerte de salir
ilesos de esa autopista, que pudo convertirse en un suceso letal para nuestra
integridad física.
Tienes razón cuando dices que ya no me gusta conducir como
antes. Todo esto es porque veo muchas cosas raras por la carretera. Demasiadas
imprudencias y lo peor de todo es que me surgen más percances de los que puedo
soportar. Hemos estado en varias situaciones con mucho riesgo. Y no te digo las
veces que los coches, que normalmente conduzco, me han dejado tirada. − ¡¿Tú me
dirás?! me dejas tu coche y se me para, sin más ni más, en carretera. Unas veces
por unas cosas del motor, otras por las ruedas o por no sé qué problema con el cigüeñal. O cojo el mío, que es nuevo,
y le fallan varios sensores o lo que es peor, se para, porque la batería no
quiere funcionar y una y otra vez me pongo a esperar a la grúa. Siento como si
fuera un imán atrayendo al peligro. En serio, creo que yo solita subo las estadísticas
de siniestralidad. Es demasiado.
Tú te ríes y me alegro de que te tomes así las cosas. A mí
me cuesta más, ya sabes que hay situaciones que me angustian y el tema coches
es ahora una marca mía de estrés e inseguridad que me hace vulnerable. -Pero,
venga, te voy a hacer caso. ¡Fuera miedos! Tienes razón, ponme un Macallan como
el tuyo y olvidemos lo sucedido.
Lo último que voy a decirte sobre esto, es que yo sé quién me ayudó a mí a estar hoy aquí a tu lado. ¡Fuiste Tú!
Lo que no sé, es quién te ayudó a ti…