A la salida de la academia
Siempre estaba bromeando con él, las clases de refuerzo en la academia eran aburridas y no avanzaban en la mejora de conocimientos. Todos los días se despedían para volver a verse al día siguiente. Un día a él, le vino a buscar su hermano y aunque eran gemelos, a ella le pareció que su cara comunicaba de otra manera, al mirarlo ambos se sonrojaron y tontearon con palabras sin sentido sorteando la situación un tanto incómoda. Días después Hilario no dejaba de subir y bajar por la calle en bicicleta donde ella vivía para llamar su atención. Mirando a través del visillo de la ventana se dio cuenta que el muchacho le interesaba. Durante una semana y siempre al atardecer, él repitió el mismo recorrido, casi agotado, con pocas esperanzas de que ella le hiciera caso y convencido de estar cayendo en el ridículo de los que lo observaban decidió abandonar la idea de seducirla. Con la velocidad del que enfila un giro hacia otra realidad, y dándose una última oportunidad, por el rabillo del ojo la vio asomarse al balcón. A ambos se le aceleraron las pulsaciones del corazón y fue en ese segundo, justo antes de doblar la esquina cuando cambió el destino de ambos. Quedaron para verse en el baile y de ahí pasaron juntos más de 50 años.
La escayola
“Solo un chico hace más
de 30 años me ha agarrado así por la cadera para bailar conmigo, no estarías tú
en el guateque del insti de Villorta, ¿por
casualidad no tendrías medio brazo escayolado?”.
En el guateque
del instituto un chaval me pidió bailar,
tenía escayolado el antebrazo, me cogió de la cintura de una manera muy sutil,
de una forma respetuosa y noble, si tuviera que describir el gesto me sería
difícil, porque tampoco tenía nada de particular. Después de ese baile
desapareció y como la pista de baile estaba con luces de colores demasiado
exageradas no puede recordar bien sus facciones. Me quedé con la postura de su
brazo en mi espalda y el olor de su cuerpo pegado al mío. Volví varias veces al
baile de los sábados para verlo pero desapareció de mi vida. Intenté
buscarlo durante años pero obviamente sabía que idealizando a
alguien de esa manera no iba a aparecer
jamás.
Después de mi separación y de llevar varios
años dando tumbos con varias relaciones y cónyuges, dejé de pensar en aquel muchacho con el que seguro hubiera sido feliz.
Llevaba varios años de encargada del Restaurante Ardequim y no tenía mucho tiempo para pensar en mi
vida personal. Un distribuidor me llamó por teléfono para promocionar productos Gourmet de categoría superior. Mi jefe harto
de comerciales me dio vía libre para que lo atendiera. Su presencia no me dijo
nada, tenía buen aspecto, parecía un hombre
formal con don de habla y convencimiento como la mayoría de su profesión.
Se hizo nuestro
proveedor principal y con tanto gasto organizó una jornada gastronómica como
agradecimiento, esa jornada acabó a altas horas de la madrugada en una
discoteca, es cierto que llevábamos tonteando unos meses pero sin llegar a nada
en concreto.
Cuando salimos a la pista de baile sonaba Play me de Neil Diamond y él con su brazo derecho me cogió por la
cadera y lo deslizó hacia la espalda, tuve la sensación de haberlo vivido
antes, era una forma peculiar de atraerme hacia su cuerpo, una tensión particular. Su olor me era
conocido. Sufrí un escalofrío al pensar que pudiera ser él.
“Sí, hace años pinchaba
en los guateques que se organizaban en el instituto, solo una vez dejé el
puesto de “pincha” para bailar con una chica. Tenía el brazo escayolado me
había roto el cúbito derecho empotrando mi bicicleta contra un muro.”
Aún no salgo de mi
asombro cuando despierto cada mañana a su lado, lo miro mientras duerme, lo
acaricio y me agarro a él para no perderlo, para que no desaparezca como hace
años.
Desde el mostrador
Todos los días era la misma “cantinela” detrás del mostrador de
la ferretería de su padre, un sin cesar
de pedidos y encargos que no la dejaban vivir sus 17 años como ella quería,
como lo hacían la gran mayoría de sus amigas. Era cierto que no le importaba
ayudar a su familia a diario para sacar
adelante un negocio familiar heredado de sus abuelos y regentado ahora por sus
padres con la ayuda de todos sus hermanos. Pero el sábado se ponía de malhumor,
la jornada laboral se alargaba demasiado y cuando la dejaban salir por la tarde
a eso de las 7, al baile del centro
cívico le quedaban dos horas de animación. Así no había tiempo de “hablar” con
ningún chico y a sus amigas ya les había dado tiempo a emparejarse y hacían del
baile lento una demostración de fidelidad para una relación duradera. Soñaba
cada semana con esas dos horas e imaginaba que algún día alguien la estaría
esperando para invitarla a bailar.
A través de la cristalera de acceso a la tienda lo vio
llegar, no era la primera vez que venía, se había fijado en sus ojos, en el
gesto de sus manos, era simpático y amable.
Al abrir la puerta ella empezó a
sudar, sintió una alegría nerviosa en su estómago, titubeó varias veces al
hablar con él, ni siquiera reconocía su timbre de voz, siseaba y se comía las letras finales intentando
hacerse la simpática. Se sintió ridícula pero esa felicidad que da la atracción
le impulsó a seguir adelante. Sus gestos fueron torpes y desequilibrados en ese
estado de trance amoroso, por eso no atinó a coger la caja de las tuercas
y los tornillos cayeron encima del
mostrador llamando la atención de su padre y del resto de clientes. Su cara se
volvió de un color rojo fuerte, si hubiera pasado en ese momento una
apisonadora y la hubiera aplanado se hubiera sentido aliviada, pero tuvo que
campear con su rubor aunque las piernas le flojearan y sintiera correr por su
espalda un latigazo de atracción. Ziqui ni se dio cuenta de su presencia en la ferretería. Por lo menos le sacaba 10 años, era una niña
para él. Bromeó con el estruendo de los tornillos en el mostrador de madera y
por supuesto no percibió el sonrojo, ni sintió
el sofoco de la atracción de ella.
Fueron muchas noches soñando con él, muchos días esperándolo
detrás del mostrador, muchas horas mirando a la puerta del Centro Cívico por si
llegaba pero nunca llegó como ella quería. Un día lo vio por los jardines de
Paseo Nuevo iba con una mujer y un par de niños, estaba cambiado, muy diferente
a cómo ella lo había idealizado, un poco calvo, con una ligera barriga y un
gesto más fruncido y apático. Ese día
dejó de pensar en él. Dana encontró el
amor que andaba idealizando con 24 años, aunque en la realidad nunca fue
perfecto, no fue como ella se había imaginado.
En la boda de la prima
Yo iba a la boda de mi prima, el viaje en tren me había
llevado unas cinco horas. Hacía unos años que ella había decidido probar
suerte, buscando una vida mejor en la ciudad y abandonar el pueblo, éste se le
quedaba pequeño, demasiados chismorreos y poca oferta laboral. No es que en la
ciudad hubiera encontrado el trabajo ideal, pero limpiando podía pagarse el
alquiler de un pisito a las afueras. Yo era su primo preferido, cuando venía en
verano de vuelta al pueblo no nos separábamos y nos poníamos al día con
nuestros “chismes”. Estaba ilusionado por su enlace con Pipe, parecía un tipo
majo del que ella hablaba maravillas y con el que se sentía enormemente feliz.
Estaba impresionantemente guapa y después de los nervios
primeros de la ceremonia religiosa comenzó el jolgorio del banquete, primero la
comida para seguir después con la fiesta. Un Gin Tónic llevó a otro y la mezcla
de bebidas no se hizo esperar. En estos
casos siempre pasa lo mismo unos empiezan a bailar, a mover los brazos hacia
arriba y ya el batiburrillo de los
jóvenes copan el jaleo del baile.
Mi prima me había presentado a Mara, su futura cuñada. Una
muchacha encantadora de tez blanca con pelo rojizo que llamaba la atención por
la rareza de los colores de su vestido y la combinación tan extravagante de sus
zapatos. Tenía una atracción especial. Desde la barra la estaba observando, me
llamaba la atención su manera de moverse mientras sonaba una de esas canciones
repetitivas que siempre se ponen en las bodas.
Nuestros ojos se cruzaron, de inmediato ambos desviamos la vista hacia
otro lado, supe que me atraía e intenté mirarla de reojo varias veces para que
no se notara mi interés. Refugiándome en mi bebida intenté calmar mi ansiedad
por seguirla y traté de buscar fuerzas
para calmar mi timidez e intentar acercarme a ella. De dos brincos “la
pelirroja” se acercó a mí, salió del centro de la pista sin dejar de mover su
cuerpo, con una sonrisa cómplice, tiró de mi brazo y me obligó a seguirla en su
ritual de danza desinhibida. Casi
exhaustos por el movimiento y después de varias horas moviéndonos, pasando de una canción a otra, nos aislamos
del resto en la terraza del jardín de la finca. Allí supe que la quería para
siempre y ella me dijo que me seguiría a donde yo fuera.
En la Universidad
En ninguna de las ocasiones que han contado su encuentro han
coincidido en la versión de su historia,
no es que sea motivo de discusión entre ellos sino más bien da para un buen rato
de anécdotas en la versión que recuerda cada
uno de cómo se conocieron en la cafetería de la universidad. Se trata del
relato de un mismo suceso recordado desde dos puntos divergentes donde el
paso de los años ha ido modificando la
versión de sus recuerdos. Cuántas veces han rememorado ese momento tan absurdo,
ese preciso instante ridículo que los unió en un bar, ese lugar donde ella se
fijó en él y él pocas horas después recapacitó en la sorprendente despedida de
ella y no dejó de buscarla hasta que
casi por arte de magia la encontró un día por la calle y ya nunca pudo
separarse de ella.
La mayoría de los sábados, la cafetería universitaria se
llenaba de estudiantes, ella estaba sentada en medio de un grupo numeroso, en
un gran diván ovalado que estaba orientado hacia el interior del local. Él
estaba con tres amigos, en medio del establecimiento sentado alrededor de una
mesa redonda. Su silla miraba hacia el
diván ovalado de color rojo. Ambos estaban equidistantes en el mismo campo de
visión. A él nada de lo que veía le llamaba la atención, estaba más pendiente
de ojear el periódico y conversar con los que tenía a su lado y a ella le
pasaba prácticamente lo mismo, estaba distraída hablando con los suyos. Pero de
repente un pequeño detalle insignificante, un gesto tonto y nimio cambió el
destino de sus vidas para juntarlos.
Ella vio claramente como el chico que estaba enfrente se
estiró con todas sus ganas y al ser visto por ella, Natan levantó su mano
derecha en señal de saludo, ella se sintió aludida y recibió el ademán con cara
de circunstancias, pensando en que no tenía ni idea de quién era él. Así que
contestó tímidamente con un gesto que no llegaba a la categoría de cumplido. En
medio de ese rubor tan parco pensó que él
la había saludado para disimular el estiramiento público y trató de rectificar como pudo. Pero él
lo recuerda de otra manera, y tajantemente desmiente ese argumento aduciendo
que no hubo tal reverencia ni cortesía. Según él, se estiró desperezando sus brazos con
un movimiento casi involuntario por cambiar de posición, mientras leía el
periódico y había sido ella la que le
saludó respondiendo a la posición de sus extremidades. Es más intenta
convencernos de que ni siquiera se fijó en ella y mucho menos se avergonzó por estirarse, así que no pudo
disimular saludando.
Es en este punto de la
historia donde cada uno tiene su versión atípicamente diferente, una
interpretación irrisoria y sin importancia de un acto físico, pero donde el
equívoco fue la causa principal de la
culminación de unas consecuencias
vitales enormes, que marcaron
para siempre sus vidas.
Ella preguntó a los
suyos si lo conocían y le dieron hasta su nombre. A la hora de pagar la
consumición, ella buscó al camarero que estaba al fondo del bar y al retroceder
en busca de la salida, pasando paralelamente por la mesa donde él estaba
sentado y ya solo, Yorit sin pensarlo y espontáneamente le dijo: “Adiós
Natan”. Él levantó la vista del periódico y sorprendido al oír su nombre le
dijo: “Adiós”.
Han pasado muchos años
de ese encuentro, treinta y tantos, y ella
aún se sorprende de la fuerza de su
atrevimiento, de cómo la energía y solidez de un saludo pudo cambiar el curso
de unas vidas.