martes, 11 de agosto de 2020

CINCO HISTORIAS DE UN ENCUENTRO

 

 

A la salida de la academia

Siempre estaba bromeando con él,  las clases de refuerzo en la academia eran aburridas y no avanzaban en la mejora de conocimientos. Todos los días se despedían para volver a verse al día siguiente. Un día a él, le vino a  buscar su hermano y aunque eran gemelos,  a ella le pareció que su cara comunicaba de otra manera,  al mirarlo ambos se sonrojaron y tontearon con palabras sin sentido sorteando la situación un tanto incómoda.  Días después Hilario no dejaba de subir y bajar por la calle en bicicleta donde ella vivía para llamar su atención. Mirando a través del visillo de la ventana se dio cuenta que el muchacho le interesaba.  Durante una semana y siempre al atardecer, él repitió el mismo recorrido, casi agotado, con pocas esperanzas de que ella le hiciera caso y convencido de estar cayendo en el ridículo de los que lo observaban decidió abandonar la idea de seducirla. Con la velocidad del que enfila un giro hacia otra realidad, y dándose una última oportunidad, por el rabillo del ojo la vio asomarse al balcón.  A ambos se le aceleraron las pulsaciones del corazón y fue en ese segundo, justo  antes de doblar la esquina cuando cambió el destino de ambos. Quedaron para verse en el baile y de ahí pasaron juntos más de 50 años.


La escayola

“Solo un chico hace más de 30 años me ha agarrado así por la cadera para bailar conmigo, no estarías tú en el guateque del insti de Villorta,  ¿por casualidad no tendrías medio brazo escayolado?”.

 En el guateque del  instituto un chaval me pidió bailar, tenía escayolado el antebrazo, me cogió de la cintura de una manera muy sutil, de una forma respetuosa y noble, si tuviera que describir el gesto me sería difícil, porque tampoco tenía nada de particular. Después de ese baile desapareció y como la pista de baile estaba con luces de colores demasiado exageradas no puede recordar bien sus facciones. Me quedé con la postura de su brazo en mi espalda y el olor de su cuerpo pegado al mío. Volví varias veces al baile de los sábados para verlo pero desapareció de mi vida. Intenté buscarlo  durante  años pero obviamente sabía que idealizando a alguien de esa manera no iba a aparecer  jamás.

 Después de mi separación y de llevar varios años dando tumbos con varias relaciones y cónyuges,  dejé de pensar en aquel  muchacho con el que seguro hubiera sido feliz. Llevaba varios años de encargada del Restaurante Ardequim  y no tenía mucho tiempo para pensar en mi vida personal.  Un distribuidor  me llamó por teléfono para promocionar productos  Gourmet de categoría superior. Mi jefe harto de comerciales me dio vía libre para que lo atendiera. Su presencia no me dijo nada, tenía buen aspecto,  parecía un hombre formal con don de habla y convencimiento como la mayoría de su profesión. 

Se hizo nuestro proveedor principal y con tanto gasto organizó una jornada gastronómica como agradecimiento, esa jornada acabó a altas horas de la madrugada en una discoteca, es cierto que llevábamos tonteando unos meses pero sin llegar a nada en concreto.

Cuando salimos a la pista de baile sonaba  Play me de Neil Diamond  y él con su brazo derecho me cogió por la cadera y lo deslizó hacia la espalda, tuve la sensación de haberlo vivido antes, era una forma peculiar de atraerme hacia su cuerpo,  una tensión particular. Su olor me era conocido. Sufrí un escalofrío al pensar que pudiera ser él.

“Sí, hace años pinchaba en los guateques que se organizaban en el instituto, solo una vez dejé el puesto de “pincha” para bailar con una chica. Tenía el brazo escayolado me había roto el cúbito derecho empotrando mi bicicleta contra un muro.”

 Aún no salgo de mi asombro cuando despierto cada mañana a su lado, lo miro mientras duerme, lo acaricio y me agarro a él para no perderlo, para que no desaparezca como hace años.


Desde el mostrador

Todos los días era la misma “cantinela” detrás del mostrador de la ferretería de su padre,  un sin cesar de pedidos y encargos que no la dejaban vivir sus 17 años como ella quería, como lo hacían la gran mayoría de sus amigas. Era cierto que no le importaba ayudar  a su familia a diario para sacar adelante un negocio familiar heredado de sus abuelos y regentado ahora por sus padres con la ayuda de todos sus hermanos. Pero el sábado se ponía de malhumor, la jornada laboral se alargaba demasiado y cuando la dejaban salir por la tarde a eso de las 7, al  baile del centro cívico le quedaban dos horas de animación. Así no había tiempo de “hablar” con ningún chico y a sus amigas ya les había dado tiempo a emparejarse y hacían del baile lento una demostración de fidelidad para una relación duradera. Soñaba cada semana con esas dos horas e imaginaba que algún día alguien la estaría esperando  para invitarla a bailar.

A través de la cristalera de acceso a la tienda lo vio llegar, no era la primera vez que venía, se había fijado en sus ojos, en el gesto de sus manos, era simpático y amable.  Al abrir la puerta  ella empezó a sudar, sintió una alegría nerviosa en su estómago, titubeó varias veces al hablar con él, ni siquiera reconocía su timbre de voz,  siseaba y se comía las letras finales intentando hacerse la simpática. Se sintió ridícula pero esa felicidad que da la atracción le impulsó a seguir adelante. Sus gestos fueron torpes y desequilibrados en ese estado de trance amoroso, por eso no atinó a coger la caja de las tuercas y  los tornillos cayeron encima del mostrador llamando la atención de su padre y del resto de clientes. Su cara se volvió de un color rojo fuerte, si hubiera pasado en ese momento una apisonadora y la hubiera aplanado se hubiera sentido aliviada, pero tuvo que campear con su rubor aunque las piernas le flojearan y sintiera correr por su espalda un latigazo de atracción. Ziqui ni se dio cuenta de su presencia  en la ferretería.  Por lo menos le sacaba 10 años, era una niña para él. Bromeó con el estruendo de los tornillos en el mostrador de madera y por supuesto no  percibió el sonrojo, ni sintió el sofoco de la atracción de ella.

Fueron muchas noches soñando con él, muchos días esperándolo detrás del mostrador, muchas horas mirando a la puerta del Centro Cívico por si llegaba pero nunca llegó como ella quería. Un día lo vio por los jardines de Paseo Nuevo iba con una mujer y un par de niños, estaba cambiado, muy diferente a cómo ella lo había idealizado, un poco calvo, con una ligera barriga y un gesto más fruncido y apático.  Ese día dejó de pensar en él.  Dana encontró el amor que andaba idealizando con 24 años, aunque en la realidad nunca fue perfecto, no fue como ella se había imaginado.


En la boda de la prima

Yo iba a la boda de mi prima, el viaje en tren me había llevado unas cinco horas. Hacía unos años que ella había decidido probar suerte, buscando una vida mejor en la ciudad y abandonar el pueblo, éste se le quedaba pequeño, demasiados chismorreos y poca oferta laboral. No es que en la ciudad hubiera encontrado el trabajo ideal, pero limpiando podía pagarse el alquiler de un pisito a las afueras. Yo era su primo preferido, cuando venía en verano de vuelta al pueblo no nos separábamos y nos poníamos al día con nuestros “chismes”. Estaba ilusionado por su enlace con Pipe, parecía un tipo majo del que ella hablaba maravillas y con el que se sentía enormemente feliz.

Estaba impresionantemente guapa y después de los nervios primeros de la ceremonia religiosa comenzó el jolgorio del banquete, primero la comida para seguir después con la fiesta. Un Gin Tónic llevó a otro y la mezcla de bebidas no se hizo esperar.  En estos casos siempre pasa lo mismo unos empiezan a bailar, a mover los brazos hacia arriba y ya  el batiburrillo de los jóvenes copan el jaleo del baile.

Mi prima me había presentado a Mara, su futura cuñada. Una muchacha encantadora de tez blanca con pelo rojizo que llamaba la atención por la rareza de los colores de su vestido y la combinación tan extravagante de sus zapatos. Tenía una atracción especial. Desde la barra la estaba observando, me llamaba la atención su manera de moverse mientras sonaba una de esas canciones repetitivas que siempre se ponen en las bodas.  Nuestros ojos se cruzaron, de inmediato ambos desviamos la vista hacia otro lado, supe que me atraía e intenté mirarla de reojo varias veces para que no se notara mi interés. Refugiándome en mi bebida intenté calmar mi ansiedad por seguirla y traté de buscar fuerzas  para calmar mi timidez e intentar acercarme a ella. De dos brincos “la pelirroja” se acercó a mí, salió del centro de la pista sin dejar de mover su cuerpo, con una sonrisa cómplice, tiró de mi brazo y me obligó a seguirla en su ritual de danza desinhibida.  Casi exhaustos por el movimiento y después de varias horas moviéndonos,  pasando de una canción a otra, nos aislamos del resto en la terraza del jardín de la finca. Allí supe que la quería para siempre y ella me dijo que me seguiría a donde yo fuera.


En la Universidad

En ninguna de las ocasiones que han contado su encuentro han coincidido en la versión  de su historia, no es que sea motivo de discusión entre ellos sino más bien da para un buen rato de anécdotas  en la versión que recuerda cada uno de cómo se conocieron en la cafetería de la universidad. Se trata del relato de un  mismo suceso  recordado desde dos puntos divergentes donde el paso de los años  ha ido modificando la versión de sus recuerdos. Cuántas veces han rememorado ese momento tan absurdo, ese preciso instante ridículo que los unió en un bar, ese lugar donde ella se fijó en él y él pocas horas después recapacitó en la sorprendente despedida de ella  y no dejó de buscarla hasta que casi por arte de magia la encontró un día por la calle y ya nunca pudo separarse de ella.

La mayoría de los sábados, la cafetería universitaria se llenaba de estudiantes, ella estaba sentada en medio de un grupo numeroso, en un gran diván ovalado que estaba orientado hacia el interior del local. Él estaba con tres amigos, en medio del establecimiento sentado alrededor de una mesa redonda.  Su silla miraba hacia el diván ovalado de color rojo. Ambos estaban equidistantes en el mismo campo de visión. A él nada de lo que veía le llamaba la atención, estaba más pendiente de ojear el periódico y conversar con los que tenía a su lado y a ella le pasaba prácticamente lo mismo, estaba distraída hablando con los suyos. Pero de repente un pequeño detalle insignificante, un gesto tonto y nimio cambió el destino de sus vidas para juntarlos.

Ella vio claramente como el chico que estaba enfrente se estiró con todas sus ganas y al ser visto por ella, Natan levantó su mano derecha en señal de saludo, ella se sintió aludida y recibió el ademán con cara de circunstancias, pensando en que no tenía ni idea de quién era él. Así que contestó tímidamente con un gesto que no llegaba a la categoría de cumplido. En medio de ese rubor tan parco pensó que él  la había saludado para disimular el estiramiento  público y trató de rectificar como pudo. Pero él lo recuerda de otra manera,  y  tajantemente desmiente ese argumento  aduciendo  que no hubo tal reverencia ni cortesía.  Según él, se estiró desperezando sus brazos con un movimiento casi involuntario por cambiar de posición, mientras leía el periódico y  había sido ella la que le saludó respondiendo a la posición de sus extremidades. Es más intenta convencernos de que ni siquiera se fijó en ella y mucho menos  se avergonzó por estirarse, así que no pudo disimular saludando.

 Es en este punto de la historia donde cada uno tiene su versión atípicamente diferente, una interpretación irrisoria y sin importancia de un acto físico, pero donde el equívoco  fue la causa principal de la culminación de unas consecuencias  vitales enormes,  que marcaron para siempre sus vidas.

Ella preguntó a los suyos si lo conocían y le dieron hasta su nombre. A la hora de pagar la consumición, ella buscó al camarero que estaba al fondo del bar y al retroceder en busca de la salida, pasando paralelamente por la mesa donde él estaba sentado y ya solo, Yorit sin pensarlo y espontáneamente le dijo:  “Adiós Natan”. Él levantó la vista del periódico y sorprendido al oír su nombre le dijo: “Adiós”.

Han pasado muchos años de ese encuentro, treinta y tantos,  y ella aún se  sorprende de la fuerza de su atrevimiento, de cómo la energía y solidez de un saludo pudo cambiar el curso de unas vidas.