Uno, dos, tres, cuatro,
cinco eran los
segundos que retumbaban en mi cabeza, intentaba mantenerme dentro del agua para
ganar la apuesta con Aarón, estaba convencido que le iba a superar, era mejor
buceando que él y que todos los que me animaron a retarle, aunque había hecho
un gran tiempo “un minuto y medio” era bastante la verdad, me iba a costar
vencerle.
Seis, siete, ocho, escuchaba
como cantaban los segundos y mi objetivo era “lo voy a conseguir”, intentaré estar dos minutos bajo el agua, para
que dejen de burlarse de mí de una vez.
Oía sus voces atenuadas por la inmersión, sentía el movimiento de su nerviosismo
treinta, treinta y uno, treinta y dos,
treinta y tres, que contento estaba, todo lo que necesitaba para ser
querido y popular entre ellos era resistir solo así dejarían de ridiculizar mi
apariencia algo “patosa”.
Cincuenta y cinco,
cincuenta y seis, cincuenta y siete algo empezó a ir
mal, sus gritos histéricos ahora se oían
muy lejos y no supe que me estaba pasando, intenté hacer pie y tocar la arena,
estábamos casi en la orilla, el agua solo me cubría por la cintura, pero las
piernas no me respondieron.
Un minuto cincuenta, un minuto cincuenta y
uno, un minuto cincuenta y dos. No era necesario seguir, solo quería respirar y salir del agua
y me dejé llevar por la calma del silencio de la corriente marina, se me
debieron cerrar los ojos y no oí nada más.
Tres minutos veintisiete, tres minutos veintiocho, tres minutos
veintinueve….
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Acuarela Sara Escudero |
Gabriel se había acercado al puerto a
comprar cuatro billetes para el catamarán que cubría la travesía turística
entre las islas, quería impresionar a Ofra , enseñarle todas esas sensaciones
que cada verano le generaban recuerdos positivos, su mejor amigo Isra y su
novia se habían apuntado como parte del recibimiento de la joven teutona, había
que pasarlo bien, enseñarle esos rincones de las islas que tanto habían
disfrutado de niños, las pequeñas calas, los lugares solitarios y prohibidos
donde se habían atrevido a hacer nudismo. Hablaban sin descanso, las palabras
de uno se superponían a la de los otros y las risas tapaban las conversaciones
en un intento de parar ese momento, ese instante del verano cargado de
felicidad. Ofra cerró sus ojos para sentir la brisa del mar, el sol le había
quemado su piel blanca, y Gabi le besó en cada una de las divertidas pecas que
adornaban sus mejillas, él quería que estuviera bien en todo momento y se
esforzaba por agradar y hacerle las cosas fáciles. A veces Ofra no podía seguir
el ritmo de su euforia, hablaban muy rápido y aunque su español era bueno le
costaba entender los giros de sus diálogos, así que solía abstraerse de la conversación cuando
ellos contaban cosas del pasado, anécdotas de cuando eran pequeños y
disimulando para no hacerles sentir mal
se ponía a observaba lo diferente que eran las cosas comparado a lo que
ella conocía.
Tres minutos cincuenta y tres, tres minutos cincuenta y cuatro, tres
minutos cincuenta y cinco…
El barco estaba entrando en la Isla,
a ella le llamó la atención que pasaba muy cerca de una playa abarrotada de
familias, la embarcación se acercaba tanto que le pareció peligroso, pero nadie
se sorprendió por el hecho de que rozara casi la orilla para llegar a un
pequeño embarcadero donde la única nave que se esperaba era en la que iban
ellos. Ofra vio como tres niños estaban chapoteando y saltando dentro del agua,
exageradamente excitados, a su lado otro flotaba inmóvil. Los niños contaban cuatro minutos y diez, cuatro minutos y
once, cuatro minutos y doce. Ella se puso muy nerviosa, le comentó a Gabi, que
le parecía muy raro todo ese jaleo de contar los minutos de los niños mientras
que otro permanecía tendido en el agua. Eran muchos minutos de resistencia para
un niño tan pequeño. Gabi y los demás no vieron la gravedad de la situación, y
pensaron que tan solo eran unos chavalines que estaban bromeando sobre el
tiempo de inmersión de otro que parecía burlarse de ellos haciéndose el muerto.
Cuatro minutos y diecisiete, cuatro minutos y dieciocho, cuatro minutos y
diecinueve Ofra muy
nerviosa entendió lo que estaba pasando, e inmediatamente vio como el pequeño
volteó su cara, se fijó en sus labios amoratados, vio los ojos entreabiertos con
la mirada perdida y un espumarajo blanquecino asomando por su boca. No había
tiempo, y Ofra gritó: “el niño, el niño,
no está bien se está ahogando”. Isra y Gabi se tiraron al agua, no se lo pensaron
dos veces, Gabi cogió al niño entre sus
brazos, lo llevó a la orilla y fue Isra quien consiguió devolverlo a la vida.
Sus padres estaban a menos de 10 metros tomando una paella y viendo como los
niños jugaban en el agua inocentemente. El socorrista los había observado pero
en ningún momento sintió que algo raro estaba ocurriendo.
A los cuatro
minutos y veintisiete segundos se
paró el tiempo para Asher, pero éste volvió a nacer. Todo fue muy rápido, Ofra
lo vio marchar junto con sus padres en
una lancha rápida del servicio de socorro hacia el hospital. Cuatro días
después ya en Alemania le informaron que el pequeño había sufrido un corte de
digestión, ahora se encontraba estable, y aquellos cuatro minutos largos no habían
sido tantos como vociferaban los niños, eso salvó a Asher de una lesión
cerebral.
Días después dos “hombres” aparecieron
en mi habitación del hospital, venían a
visitarme y mis padres se abrazaron a ellos, mi madre emocionada lloraba y les
agradecía entre balbuceos su valentía. Me trajeron “unas chuches” estuvieron un rato y luego ya no los volví a
ver más. Cuando todo se calmó supe que
se llamaban Gabi e Isra, que no dudó en
hacerme “el boca a boca” e hizo que volviera a respirar, sin embargo comprendí
desde el primer momento que mi verdadero “ángel de la guarda, mi hada madrina, mi
protectora” había sido una chica alemana llamada Ofra. Pensaba muchas veces en
ella cuando tenía miedo o cuando quería pedir algún deseo de esos que suelen
ser difíciles de conceder, realmente me daba suerte, la imaginaba como una
enorme diosa rubia, de cara pálida y hermosa. Durante algún tiempo reflexioné
sobre como sobreviví a aquello, habían sido muchos minutos debajo del agua, y
yo mismo me respondía que el que estuviera aquí era mi destino, vamos que “no la tenía allí, en aquella playa”, no
me había quedado ninguna secuela y no
iba a darle más vueltas, así que aquel episodio era la anécdota feliz
que contaba en todas las ocasiones que tenía oportunidad. Años más tarde solicité
la estancia Erasmus en mi cuarto año de medicina, mi facultad tenía acuerdo con
varias Universidades europeas y Colonia fue mi primera elección. Desde que Gabi e Isra me visitaron en el hospital y mencionaron a Ofra supe que visitaría Alemania, “qué mejor homenaje que conocer su país, su cultura,
su lengua”.
Gabriel y Ofra estuvieron viviendo en
Madrid los primeros años de su matrimonio. Él era un tipo inquieto, consiguío
una beca para hacer su tesis doctoral en
el departamento de Ciencias de la
Comunicación de la Universidad de Tubinga y años más tarde se
trasladaron a Colonia, Ofra formó parte de un grupo de investigación
prestigioso sobre el “Estrés celular en
enfermedades asociadas con el envejecimiento”. Muchos días Ofra pensaba en
aquel niño de 9 años que giró su cuerpo en el agua inconsciente, indefenso y
casi muerto y no dejaba de estremecerse recuperando ese instante. Una mueca de
alegría solía devolverle a la realidad recordando que Asher sería ya un hombre
con todo un futuro por delante.
Después del primer año en Colonia,
convencí a mis padres de que mi sitio estaba allí, fui un alumno aventajado, y
no me costó solicitar una beca para continuar mis estudios en Alemania. Cuando
conocí a Helgar, que acababa de ser seleccionada para trabajar en un departamento
médico dedicado a desarrollar nuevas terapias en el tratamiento de enfermedades
relacionadas con la vejez, me atrajo el
estudio de ese tema, poco a poco me fui acercando a ella, y no parábamos de
hablar de experimentos, pruebas o resultados, todo eso nos unió mucho y me
enamoré locamente de ella y de su trabajo que empezaba a ser el nuestro. Amplié mi campo de conocimiento hacia la geriatría
y me centré en cómo funcionan los procesos de envejecimiento en el organismo
humano y todo ese esfuerzo y animado por Helgar, me llevó a solicitar uno de
los puestos de investigador en el CECAD, el organismo encargado del estudio relacionado
con el estrés celular y el envejecimiento. Después de pasar varias pruebas escritas, de mostrar publicaciones, cursos, y trayectoria
académica, llegó el día definitivo, la prueba final, la que consagraría mi vida
profesional o la que me mandaría a otro
departamento médico sin conseguir esa plaza tan deseada. La coordinadora me
llevó al despacho de Ofra
Toledano-Müller, miré de reojo la placa de la entrada y tuve buenas
vibraciones, ese nombre me va a traer suerte, es como el de mi “hada madrina” pensé y como tantas otras
veces le pedí a mi diosa: “Ofra ayúdame,
sabes que eres mi cuidadora y protectora, tengo que conseguir este puesto,
puedo salvar muchas vidas, por favor Ofra yo valgo para esto, Ofra, Ofra ”.
Cuando Ofra vio desde el fondo de su
despacho entrar al joven aspirante supo que era él, hacía días que le habían pasado
la documentación de los solicitantes a la plaza de investigador y le llamó la
atención el nombre de Asher Tova. A parte de todos los recuerdos de aquel día,
ella se había quedado con su nombre y cuando tenía que pedir ayuda a una fuerza
superior, a una energía oculta se repetía una y otra vez “Asher, Asher bitte hilf mir! ¡por favor ayúdame!”. Al verlo le
tembló todo el cuerpo y la voz se le quebró en un intento emocionado por
explicarle quién era ella.
Me acerqué respetuosamente a aquella
señora, me sorprendió su elegancia, cuando extendí mi mano para saludarla, ella
con voz quebradiza y tintineante, hablando en español me dijo: “soy Ofra, yo me
di cuenta que te estabas muriendo cuando nadie te prestaba atención, he pensado
mucho en ti Asher”…