viernes, 6 de septiembre de 2019

OFRA TOLEDANO-MÜLLER


Uno, dos, tres, cuatro, cinco eran los segundos que retumbaban en mi cabeza, intentaba mantenerme dentro del agua para ganar la apuesta con Aarón, estaba convencido que le iba a superar, era mejor buceando que él y que todos los que me animaron a retarle, aunque había hecho un gran tiempo “un minuto y medio” era bastante la verdad, me iba a costar vencerle.
 Seis, siete, ocho,  escuchaba como cantaban los segundos y mi objetivo era “lo voy a conseguir”,  intentaré estar dos minutos bajo el agua, para que dejen de burlarse de mí  de una vez. Oía sus voces atenuadas por la inmersión, sentía el movimiento de su nerviosismo treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, que contento estaba, todo lo que necesitaba para ser querido y popular entre ellos era resistir solo así dejarían de ridiculizar mi apariencia algo “patosa”.
Cincuenta y cinco, cincuenta y seis, cincuenta y siete  algo empezó a ir mal,  sus gritos histéricos ahora se oían muy lejos y no supe que me estaba pasando, intenté hacer pie y tocar la arena, estábamos casi en la orilla, el agua solo me cubría por la cintura, pero las piernas no me respondieron.
 Un minuto cincuenta, un minuto cincuenta y uno, un minuto cincuenta y dos. No era necesario seguir, solo quería respirar y salir del agua y me dejé llevar por la calma del silencio de la corriente marina, se me debieron cerrar los ojos y no oí nada más.
Tres minutos veintisiete, tres minutos veintiocho, tres minutos veintinueve….

Acuarela Sara Escudero
Gabriel se había acercado al puerto a comprar cuatro billetes para el catamarán que cubría la travesía turística entre las islas, quería impresionar a Ofra , enseñarle todas esas sensaciones que cada verano le generaban recuerdos positivos, su mejor amigo Isra y su novia se habían apuntado como parte del recibimiento de la joven teutona, había que pasarlo bien, enseñarle esos rincones de las islas que tanto habían disfrutado de niños, las pequeñas calas, los lugares solitarios y prohibidos donde se habían atrevido a hacer nudismo. Hablaban sin descanso, las palabras de uno se superponían a la de los otros y las risas tapaban las conversaciones en un intento de parar ese momento, ese instante del verano cargado de felicidad. Ofra cerró sus ojos para sentir la brisa del mar, el sol le había quemado su piel blanca, y Gabi le besó en cada una de las divertidas pecas que adornaban sus mejillas, él quería que estuviera bien en todo momento y se esforzaba por agradar y hacerle las cosas fáciles. A veces Ofra no podía seguir el ritmo de su euforia, hablaban muy rápido y aunque su español era bueno le costaba entender los giros de sus diálogos, así que  solía abstraerse de la conversación cuando ellos contaban cosas del pasado, anécdotas de cuando eran pequeños y disimulando para no hacerles sentir mal  se ponía a observaba lo diferente que eran las cosas comparado a lo que ella conocía.

Tres minutos cincuenta y tres, tres minutos cincuenta y cuatro, tres minutos cincuenta y cinco

El barco estaba entrando en la Isla, a ella le llamó la atención que pasaba muy cerca de una playa abarrotada de familias, la embarcación se acercaba tanto que le pareció peligroso, pero nadie se sorprendió por el hecho de que rozara casi la orilla para llegar a un pequeño embarcadero donde la única nave que se esperaba era en la que iban ellos. Ofra vio como tres niños estaban chapoteando y saltando dentro del agua, exageradamente excitados, a su lado otro flotaba inmóvil. Los niños contaban cuatro minutos y diez, cuatro minutos y once, cuatro minutos y doce. Ella se puso muy nerviosa, le comentó a Gabi, que le parecía muy raro todo ese jaleo de contar los minutos de los niños mientras que otro permanecía tendido en el agua. Eran muchos minutos de resistencia para un niño tan pequeño. Gabi y los demás no vieron la gravedad de la situación, y pensaron que tan solo eran unos chavalines que estaban bromeando sobre el tiempo de inmersión de otro que parecía burlarse de ellos haciéndose el muerto.
Cuatro minutos y diecisiete, cuatro minutos y dieciocho, cuatro minutos y diecinueve Ofra muy nerviosa entendió lo que estaba pasando, e inmediatamente vio como el pequeño volteó su cara, se fijó en sus labios amoratados, vio los ojos entreabiertos con la mirada perdida y un espumarajo blanquecino asomando por su boca. No había tiempo, y Ofra gritó: “el niño, el niño, no está bien se está ahogando”. Isra  y Gabi se tiraron al agua, no se lo pensaron dos veces, Gabi  cogió al niño entre sus brazos, lo llevó a la orilla y fue Isra quien consiguió devolverlo a la vida. Sus padres estaban a menos de 10 metros tomando una paella y viendo como los niños jugaban en el agua inocentemente. El socorrista los había observado pero en ningún momento sintió que algo raro estaba ocurriendo.
 A los cuatro minutos y veintisiete segundos  se paró el tiempo para Asher, pero éste volvió a nacer. Todo fue muy rápido, Ofra lo vio  marchar junto con sus padres en una lancha rápida del servicio de socorro hacia el hospital. Cuatro días después ya en Alemania  le informaron  que el pequeño había sufrido un corte de digestión, ahora se encontraba estable,  y aquellos cuatro minutos largos no habían sido tantos como vociferaban los niños, eso salvó a Asher de una lesión cerebral.

Días después dos “hombres” aparecieron en mi habitación  del hospital, venían a visitarme y mis padres se abrazaron a ellos, mi madre emocionada lloraba y les agradecía entre balbuceos su valentía. Me trajeron “unas chuches”  estuvieron un rato y luego ya no los volví a ver más. Cuando todo se calmó  supe que se llamaban Gabi e  Isra, que no dudó en hacerme “el boca a boca” e hizo que volviera a respirar, sin embargo comprendí desde el primer momento que mi verdadero  “ángel de la guarda, mi hada madrina, mi protectora” había sido una chica alemana llamada Ofra. Pensaba muchas veces en ella cuando tenía miedo o cuando quería pedir algún deseo de esos que suelen ser difíciles de conceder, realmente me daba suerte, la imaginaba como una enorme diosa rubia, de cara pálida y hermosa. Durante algún tiempo reflexioné sobre como sobreviví a aquello, habían sido muchos minutos debajo del agua, y yo mismo me respondía que el que estuviera aquí era mi destino, vamos que “no la tenía allí, en aquella playa”, no me había quedado ninguna secuela y no  iba a darle más vueltas, así que aquel episodio era la anécdota feliz que contaba en todas las ocasiones que tenía oportunidad. Años más tarde solicité la estancia Erasmus en mi cuarto año de medicina, mi facultad tenía acuerdo con varias Universidades europeas y Colonia fue mi primera elección. Desde  que Gabi e Isra me visitaron en el hospital y mencionaron  a Ofra supe que visitaría Alemania, “qué mejor homenaje que conocer su país, su cultura, su lengua”.

Gabriel y Ofra estuvieron viviendo en Madrid los primeros años de su matrimonio. Él era un tipo inquieto, consiguío una beca  para hacer su tesis doctoral en el departamento de Ciencias de la  Comunicación de la Universidad de Tubinga y años más tarde se trasladaron a Colonia, Ofra formó parte de un grupo de investigación prestigioso sobre  el “Estrés celular en enfermedades asociadas con el envejecimiento”. Muchos días Ofra pensaba en aquel niño de 9 años que giró su cuerpo en el agua inconsciente, indefenso y casi muerto y no dejaba de estremecerse recuperando ese instante. Una mueca de alegría solía devolverle a la realidad recordando que Asher sería ya un hombre con todo un futuro por delante.

Después del primer año en Colonia, convencí a mis padres de que mi sitio estaba allí, fui un alumno aventajado, y no me costó solicitar una beca para continuar mis estudios en Alemania. Cuando conocí a Helgar, que acababa de ser seleccionada para trabajar en un departamento médico dedicado a desarrollar nuevas terapias en el tratamiento de enfermedades relacionadas con la vejez,  me atrajo el estudio de ese tema, poco a poco me fui acercando a ella, y no parábamos de hablar de experimentos, pruebas o resultados, todo eso nos unió mucho y me enamoré locamente de ella y de su trabajo que empezaba a ser el nuestro.  Amplié mi campo de conocimiento hacia la geriatría y me centré en cómo funcionan los procesos de envejecimiento en el organismo humano y todo ese esfuerzo y animado por Helgar, me llevó a solicitar uno de los puestos de investigador en el CECAD,  el organismo encargado del estudio relacionado con el estrés celular y el envejecimiento. Después de pasar varias pruebas escritas,  de mostrar publicaciones, cursos, y trayectoria académica, llegó el día definitivo, la prueba final, la que consagraría mi vida profesional  o la que me mandaría a otro departamento médico sin conseguir esa plaza tan deseada. La coordinadora me llevó al despacho  de Ofra Toledano-Müller, miré de reojo la placa de la entrada y tuve buenas vibraciones, ese nombre me va a traer suerte, es como el de mi “hada madrina” pensé y como tantas otras veces le pedí a mi diosa: “Ofra ayúdame, sabes que eres mi cuidadora y protectora, tengo que conseguir este puesto, puedo salvar muchas vidas, por favor Ofra yo valgo para esto, Ofra, Ofra ”.

Cuando Ofra vio desde el fondo de su despacho entrar al joven aspirante supo que era él, hacía días que le habían pasado la documentación de los solicitantes a la plaza de investigador y le llamó la atención el nombre de Asher Tova. A parte de todos los recuerdos de aquel día, ella se había quedado con su nombre y cuando tenía que pedir ayuda a una fuerza superior, a una energía oculta se repetía una y otra vez “Asher, Asher bitte hilf mir! ¡por favor ayúdame!”. Al verlo le tembló todo el cuerpo y la voz se le quebró en un intento emocionado por explicarle quién era ella.

Me acerqué respetuosamente a aquella señora, me sorprendió su elegancia, cuando extendí mi mano para saludarla, ella con voz quebradiza y tintineante, hablando en español me dijo: “soy Ofra, yo me di cuenta que te estabas muriendo cuando nadie te prestaba atención, he pensado mucho en ti Asher”…